La primera estrella mundial

Sarah Bernhardt, la diva de la Belle Èpoque

Antes del cine y la televisión, el gran espectáculo de masas era el teatro, y la capital mundial de ese arte era París. Sarah Bernhardt fue la estrella indiscutible de la escena teatral parisina durante más de medio siglo, hasta su muerte en 1923. La Divina Sarah fue una estrella global que allí donde iba provocaba emoción, admiración y, con frecuencia, escándalo.

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Joven promesa

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La joven Henriette

Henriette-Rosine Bernard –nombre real de Sarah Bernhardt–nació en 1844 en París, hija de una cocotte (cortesana) holandesa. Desde joven, mostró un carácter indómito que no dejó de acarrearle problemas. Ingresó muy joven en la Comédie Française, pero salió dos veces con cajas destempladas: la primera, despedida después de abofetear a una actriz veterana; la segunda, por decisión propia, tras verse obligada a representar una obra sin tiempo para prepararla. "Ha sido mi primer fracaso; será el último", le dijo al director. Su primer gran éxito lo obtuvo en 1869 con la interpretación de Zanetto en El transeúnte, de François Coppée: “Recita los versos como cantan los ruiseñores, como suspira el viento, como murmuran los arroyos", escribió sobre esa actuación un crítico. Arriba, Sara Bernhardt en una fotografía de 1865.

Una artista consumada

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Una artista consumada

A menudo, quienes asistían a una interpretación de Sarah Bernhardt quedaban conmocionados. "¡Ah, Sarah, Sarah!, ¡Sarah es gracia, juventud, divinidad! Estoy fuera de mí. ¡Dios mío, qué mujer!... ¿Cuándo volveré a verte, mi Sarah? ¡Lloro, tiemblo, me vuelvo loco!", decía el poeta Pierre Louys. Aunque también triunfó con obras del teatro clásico, de Racine o de Shakespeare, Sarah obtuvo sus éxitos más clamorosos con melodramas románticos de emociones fuertes. Sus lujosos vestidos causaban sensación, como el de Tosca (la protagonista de la obra de Victorien Sardou, convertida en ópera por Puccini), que luce en la fotografía sobre estas líneas.

La princesa bizantina Teodora

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Presencia hipnótica

Pero lo que sobre todo se admiraba de Sara Bernhardt era su dominio de la pose y la expresión –como se aprecia en la imagen sobre estas líneas, de otra obra de Sardou en la que Sarah representaba a la princesa bizantina Teodora–, así como su voz cristalina, a la vez musical y cargada de pasión. “Su dicción es tan auténtica rítimicamente, tan clara de pronunciación, que no se pierde ni una sola sílaba aunque las palabras floten desde sus labios como una caricia susurrada", diría un admirador.

Estrella melodramática

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Musa e inspiración de artistas

La relación profesional de Sarah Bernhardt con el dramaturgo Victorien Sardou (de pie junto a ella en 1905 en la fotografía sobre estas líneas) fue especialmente fructífera. El dramaturgo escribió varios de los papeles melodramáticos más exitosos de la actriz: además de Teodora o Tosca, fueron especialmente celebrados los personajes de Fedora y Gismonda. Bernhardt fue musa para muchos de los artistas más conocidos de su tiempo, incluidos Oscar Wilde, Edmond Rostand, Marcel Proust o Victor Hugo, encandilado por "su voz de oro".

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En el cerebro de un hombre

El genio de Sarah Bernhardt como actriz la llevaba a no dejarse encasillar y a querer experimentar siempre con nuevos papeles. Lo hacía a veces a despecho de su edad: a los 30 años impresionó con un papel de anciana de 80, y a los 70 triunfaba con papeles de adolescente. También se atrevió a interpretar personajes masculinos. Decía que lo que le gustaba "no eran los papeles de hombres, sino los cerebros de hombres [...]. Los papeles de hombres son en general más intelectuales [...], ofrecen un campo más amplio a la investigación de las sensaciones y de los dolores humanos". Bernhardt impresionó a los entendidos con su interpretación de Hamlet (arriba).

En el cerebro de un hombre

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El "hijo" de Napoleón

Uno de los éxitos de taquilla más estruendosos fue como protagonista de esos papeles "travestidos: El aguilucho, de Edmond Rostand, la trágica historia del hijo de Napoleón muerto en Austria a los 21 años, al que representó cuando ella tenía 56. Sobre estas líneas, Bernhardt caracterizada de Rostand hacia 1900 en una imagen publicitaria de la obra.

Genio de la publicidad

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Símbolo del Art Nouveau

En la Navidad de 1894, Sarah Bernhardt entró en la imprenta Lemercier de París en busca de un artista que diseñara los carteles promocionales de Gismonda, que debían estar listos antes de fin de año. Allí encontró a Alphonse Mucha, por entonces un joven artista checo que llevaba siete años en la ciudad. La obra, en la imagen sobre estas líneas, catapultó inmediatamente a la fama al artista y el póster se convirtió en una pieza de coleccionista: la gente lo arrancaba de las paredes, e incluso la propia imprenta vendía ejemplares a escondidas. La Divina Sarah quedó tan impresionada con el resultado que contrató a Mucha para diseñar los anuncios y el vestuario de sus funciones durante los siguientes seis años. Una relación que resultaría en beneficio de la fama de ambos y que convirtió para siempre la imagen de la actriz en un símbolo de la Belle Époque y el Art Nouveau.

Reclamo publicitario

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Reclamo publicitario

A finales del siglo XIX, Sarah Bernhardt era tal vez la persona más famosa del mundo. Muy pocos la habían visto actuar pero millones habían oído hablar de ella, habían leído artículos, visto fotografías o los múltiples anuncios que protagonizó, como el que aparece sobre estas líneas. La Diaphane era una perfumería parisina que elaboraba un maquillaje a base de polvo de arroz. Bernhardt era una usuaria entusiasta de estos polvos de arroz para acentuar su palidez y la compañía no dudó en convertirla en imagen de su producto.

La empresaria teatral

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La empresaria teatral

Sarah Bernhardt montó su propia compañía en 1880, con la que, pese a su genio, habría pasado dificultades de no haber contado con el maná de sus giras por Estados Unidos, siete en total, las cuatro últimas "de despedida" (el truco que inventó  y que muestra su instinto publicitario). En 1899 adquirió en París un teatro al que dio su nombre (hoy es el Théâtre de la Ville), con un aforo de 1.700 espectadores y un amplio escenario que permitía disponer espléndidos decorados como los que vemos en esta fotografía, correspondiente a una representación de Angelo, tirano de Padua, de Victor Hugo, en 1905.

La reina del teatro

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Reina del teatro

Sarah Bernhardt no solo triunfó en Francia; fue incluso más aclamada en otros países, en particular Gran Bretaña y Estados Unidos, en los que hizo numerosas giras actuando siempre en francés. "En todos los países del mundo se la ha recibido mejor que a los reyes", decía un admirador. Esa majestad artística se refleja en la fotografía de la actriz tomada en su mansión del boulevard Péreire de París en 1890, donde se la ve recostada en un diván entre cojines, pieles de animales salvajes y plantas exóticas, lista para recibir a los invitados (aristócratas, literatos, colegas de teatro) que acudían a rendirle pleitesía.

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Reina en el cine

Sarah Bernhardt fue también una de las primeras estrellas del recién nacido arte cinematográfico. Su primera aparición en este nuevo arte fue en 1900, en un cortometraje de dos minutos titulado El duelo de Hamlet. Participó en la adaptación de varias de sus éxitos teatrales como Tosca, La dama de las Camelias o, en 1912, La reina Isabel, a cuyo metraje pertenece la imagen sobre estas líneas. La Divina Sarah protagonizó el film a los 68 años junto a su amante de entonces, Lou Tellegen, que rondaba la treintena.

¿Más que amigas?

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Vida de escándalo

La vida privada de la Divina Sarah fue una sucesión de escándalos a ojos de los sectores más conservadores de la sociedad de la época: se casó con un hombre 11 años menor que ella y la larga lista de amantes que se le atribuían incluyó a celebridades como el príncipe de Gales. Otro de sus adinerados amantes, el banquero Jacques Stern, le daba 25.000 francos semanales. Pero su relación más duradera, que mantuvo durante cinco décadas, fue con la pintora Louise Abbéma –sobre estas líneas–. Esta amistad dio pie a toda clase de rumores sobre la naturaleza de su vínculo. Ambas mujeres mostraban su intensa relación a través del arte, Bernhardt hizo un busto de Louise, con el que posó en muchas fotografías, y creó una escultura de sus manos entrelazadas. Abbéma pinto varios cuadros de la actriz, uno de ellos lo envió a la Comédie Française con una carta que decía: "Una pintura de Louise Abbéma en el aniversario de su historia de amor".

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Un zoo en casa

Su elegancia, sus manías, el dinero que ganaba y sus amantes eran motivo de comentario en los medios de Europa y América. Una de sus excentricidades más llamativas era su pasión por los animales exóticos. Contaba con un verdadero zoo en su residencia, que incluía un guepardo comprado en Londres, un tigre (al que hace referencia la caricatura sobre estas líneas) o un león, al que, según decían los rumores alimentaba con codornices.  

Escultora

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Escultora

Bernhardt mostró también talento para la escultura. La artista exhibió sus obras en Londres, Nueva York o Filadelfia y participó en la Exposición Mundial de Chicago de 1893 y en la Exposición Universal de París en 1900. También en esa faceta rompió moldes. Trabajaba como escultora vestida como hombre, fumando cigarrillos. Arriba, posa con un busto realizado por ella misma en su estudio de Montmatre.

Símbolo de Francia

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Símbolo de Francia

Aunque no tenía una conciencia política muy definida, Sarah Bernhardt no dudó en comprometerse con causas que removían su sensibilidad humana. En 1870 montó un hospital para los heridos de la guerra de Francia contra Prusia, conflicto que la convirtió en una patriota francesa. Tampoco vaciló en el asunto Dreyfus (un oficial judío acusado falsamente de espionaje), no porque fuera judía –nunca dio mucha importancia a los insultos antisemitas que a veces recibía–, sino por su sentido de la justicia. Tras leer J’accuse, donde el escritor Zola denunciaba el atropello a Dreyfus, Bernhardt le escribió: "Gracias, querido maestro. Gracias en nombre de la justicia eterna". Durante la Gran Guerra, pese a su edad y a que en 1915 le amputaron una pierna (ella lo pidió para terminar con los terribles dolores que sufría en una rodilla), hizo una gira por el frente, llevada en una silla de manos –como muestra la fotografía–, actuando en cobertizos, terrazas o salas de espera de hospitales. Los soldados, muchos de ellos campesinos que al principio no sabían quién era, siempre terminaban vitoreándola.

La última función

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La última función

El 26 de marzo de 1923 Sarah Bernhardt moría en su casa de París de una insuficiencia renal a los 78 años. Su funeral, celebrado tres días después fue un verdadero acontecimiento de masas que el diario Le Figaro calificó como "una de las ceremonias más nobles y emotivas celebradas jamás en París", comparable tan solo al que 38 años antes se había dispuesto para el escritor Victor Hugo. El cortejo fúnebre constaba de cinco carros "literalmente cubiertos de coronas y flores amontonadas que dejaban a su paso una estela perfumada". A ambos lados, "una multitud tocada por un verdadero dolor" se amontonaba a lo largo de todo el recorrido, según explicaba el diario, que estimó en "más de un millón" los parisinos que acudieron a rendir su último homenaje a la estrella, provenientes "tanto de los barrios más pudientes como de los suburbios, de los bulevares como de las afueras". La caravana pasó por delante del teatro de la Divina Sarah antes de llegar al cementerio de Père Lachaise, donde la artista fue inhumada.

Este artículo pertenece al número 236 de la revista Historia National Geographic.