Santa Sofía de Constantinopla - La Cámara del Arte

Santa Sofía de Constantinopla

Ficha técnica

Título: Santa Sofía de Constantinopla
Autor: Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto
Cronología: 532-537
Estilo: Arquitectura bizantina
Materiales: Sillares de piedra y ladrillo
Ubicación: Estambul (Turquía)
Dimensiones: *

COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE SANTA SOFÍA DE CONSTANTINOPLA

CONTEXTO HISTÓRICO

Durante el reinado de Justiniano, césar del Imperio Romano de Oriente durante casi 40 años, el esplendor de la capital del territorio, Constantinopla, conocerá un extraordinario desarrollo constructivo.

Uno de los hitos de la historia de la arquitectura que el emperador hará erigir en esta “Primera Edad de Oro” del arte bizantino es esta disputada basílica, cuyas influencias se dejarán sentir hasta el siguiente milenio en los ámbitos ortodoxo e islámico.




No es la primera “Santa Sofía”: dos iglesias habían sido construidas en el mismo lugar, cerca del palacio imperial, y habían sido destruidas en los disturbios de 404 y durante la revuelta de Niká de 532, respectivamente.

Poco después, en previsión de hacer erigir un templo como nunca antes se había visto, Justiniano eligió al físico Isidoro de Tralles y al matemático Antemio de Tralles (que falleció sin ver concluida la empresa) para, como recoge su cronista, “levantar un edificio que fuese, para los contemporáneos, una locura, y para las generaciones futuras, una leyenda”.

ANÁLISIS FORMAL

Santa Sofía de Constantinopla
Santa Sofía de Constantinopla

Dedicada a la Divina Sabiduría (Hagia Sophia), la antigua basílica patriarcal ortodoxa convertida en mezquita hace más de cinco siglos, es uno de los máximos exponentes de la arquitectura religiosa de Bizancio.

La colosal obra, que requirió más de diez mil personas y materiales de todas las partes del imperio a cada cual más lujoso, fue inaugurada por el emperador y el patriarca en 537 como catedral de Constantinopla y sede de ceremonias imperiales.

La planta rectangular integra los conceptos basilical central, combinando las dos naves laterales y la amplia nave central con una gran cúpula que dota de significado simbólico tan singular espacio.

La estructura está precedida por un nártex, y se remata con un ábside que coincide con la nave central.

El centro se configura en base a cuatro enormes pilares que forman un cuadrado y se prolongan en sendos arcos torales que preludian las cuatro pechinas que definen y sostienen el perímetro circular de la cúpula, que merece especial atención.

Esta magnífica cúpula de 31,87 metros de diámetro, se alza 56,60 metros sobre las pechinas y se rodea de ventanales, en un alarde estético y técnico que gira en torno a la estructura cupular.

Para soportar su enorme peso se ideó un complejo sistema constructivo que permitió apoyar la cúpula en dos semicúpulas (una en el ábside y otra en el atrio: en cada extremo de la gran estructura central), cada una de las cuales a su vez se asentaba en dos cuartos de cúpula.

Por supuesto, la solución de las cúpulas no habría bastado para contener las grandes presiones a las que se sometían los muros si las primeras se hubieran realizado en ladrillo, como era común en la arquitectura bizantina; por ello, las cúpulas se realizaron con ánforas de arcilla encajadas y montadas sobre las cimbras, que además de aligerar la estructura permitían una reparación relativamente fácil.

Así pues, si en el siglo VI se consiguió erigir esta formidable construcción fue gracias al sistema de traslado de los pesos desde la gran cúpula hacia las medias cúpulas, de estas a las anexas y de ellas a los contrafuertes.

Sin embargo, apenas veinte años después de su inauguración, la cúpula, resentida por varios terremotos, se derrumbó totalmente.

La obra de restauración fue encargada a Isidoro el Joven, sobrino de Isidoro de Mileto, que empleó materiales más ligeros y elevó la altura de la cúpula 1 metro.

Con columnas reutilizadas de obras anteriores y otras de factura bizantina con capiteles trabajados a trépano y cimacios, las naves laterales se articulan con arcos de medio punto añaden un piso superior a modo de galería.

Santa Sofía de Constantinopla. Detalle de la cúpula

Los pavimentos de mármoles de colores procedentes de distintos territorios del imperio y los espectaculares mosaicos de teselas de oro y vidrio policromado aumentaban la grandiosidad del espacio.

El exterior, sin embargo, ofrece un aspecto macizo, de volúmenes contenidos y lejano a la suntuosidad interior, a base de tejas y pizarra en las cubiertas y potentes contrafuertes para apuntalar los muros.

De la Santa Sofía justinianea se conservan la estructura, la cubierta y algún resto de mosaicos, pero las planchas metálicas y la práctica totalidad de las joyas musivas que custodió la gran iglesia fueron arrancados sustituidos por suras coránicas pintadas en las paredes tras la conquista turca de la ciudad de Constantinopla, en 1453.

Entre los siglos XV y XVI se construyeron cuatro minaretes en las esquinas de la construcción convertida en mezquita, y en el siglo XIX se añadieron los paneles de 7,5 metros en los cuatro pilares centrales, con los nombres de Alá, Mahoma, cuatro califas y dos nietos del profeta del islam. Desde 1935 el espacio se dedica a museo.

ANÁLISIS ICONOGRÁFICO

Santa Sofía de Constantinopla
Santa Sofía de Constantinopla. Interior

La luz que penetra a raudales a través de la corona de vanos del perímetro inferior de la cúpula, que es símbolo de la bóveda celeste, produce un efecto aéreo en el domo, dando la sensación de estar, en palabras de Procopio de Cesarea «suspendida del cielo por una cadena de oro«.

Esta idea de ingravidez supone un paso definitivo en la búsqueda de la desmaterialización del muro que en los espacios sacros remite a la elevación hacia lo infinito y lo divino.

Además, múltiples horadaciones en los muros completaban una iluminación intensa pero etérea gracias a los rayos de sol que incidían en las teselas doradas de los mosaicos que cubrían paredes y cubiertas, produciendo infinidad de destellos y reflejos que simbolizaban tanto la gloria espiritual como el triunfo material del Imperio.

No debemos olvidar que Santa Sofía se pensó y se constituyó de facto como un símbolo político-religioso fundamental para la legitimación del cesaropapismo en el Imperio de Justiniano.

El contraste entre el fasto interior y la apariencia pobre al exterior incluye también un significado simbólico, invitando al fiel a profundizar no en el aspecto sino en la “sabiduría” que se encuentra en el conocimiento de Dios.

Sabemos también que los temas representados en los mosaicos constantinopolitanos (Déesis, Cristo Pantocrátor, Virgen María como Trono de Sabiduría) fueron referentes en la iconografía de otras iglesias bizantinas.

Sin embargo, fue fundamentalmente en el terreno arquitectónico donde Santa Sofía sirvió como modelo para otros templos áulicos como las iglesias de Santos Sergio y Baco, de Santa Irene o de los Santos Apóstoles en la propia Constantinopla.

Además, el elemento de la cúpula alcanzó un gran predicamento en el mundo ortodoxo (San Marcos de Venecia, San Basilio de Moscú) como en el desarrollo de la arquitectura islámica.

CURIOSIDADES

La leyenda dice que, en referencia a la portentosa obra del templo de Jerusalén, cuando Justiniano atravesó el umbral de Santa Sofía por primera vez, exclamó: “¡Salomón, te he vencido!

Hagia Sophia es Patrimonio de la Humanidad desde su declaración por la UNESCO en 1985, junto con otros monumentos como el hipódromo constantiniano o la mezquita de Solimán el Magnífico.

BIBLIOGRAFÍA

BÁDENAS DE LA PEÑA, Pedro: «La percepción histórica y estética de Santa Sofía», Elogio de Constantinopla. Ciudad Real, 2004. 

BINNS, John: An Introduction to the Christian Orthodox Churches. Cambridge, 2002

CIMILLI, Canan: Santa Sofía. Estambul, 2009

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