Sancho IV, el Bravo
El resto de 1284, Sancho IV lo pasó visitando algunas zonas de su Reino. Anuló privilegios que concedió cuando era infante, pero necesitaba reunir voluntades que le sostuvieran en sus aspiraciones al Trono. También se dedicó a impartir justicia, aunque, según algunas crónicas, ésta consistía en “matar a unos, desheredar a otros y otros echarlos del Reino tomándoles sus haciendas”.
El emir de Marruecos, Abu Yussuf, desembarcó en Tarifa en 1285 poniendo cerco a Jerez, llegando hasta las proximidades de Sevilla. Sancho IV llegó a Sevilla al mismo tiempo que una escuadra mandada por el genovés Benito Zacarías, que atracó en su puerto. Jerez quedó liberada y desaparecía, de momento, la amenaza de los benimerines. Los acuerdos de Peñacerrada, localidad próxima a Jerez, suspendieron las hostilidades, y Abu Yusuf se comprometió al pago de una indemnización de dos millones de maravedís por las destrucciones que sus tropas causaron, pero el peligro de una nueva invasión persistía, por lo que Sancho IV inició una política para controlar el Estrecho de Gibraltar y que fue continuada por sus sucesores, recibiendo el nombre de “Batalla del Estrecho”. El seis de diciembre de ese año, María de Molina alumbró en Sevilla a su primer varón, Fernando, por lo que era fundamental conseguir la dispensa papal. Esta situación hacía necesaria reforzar la amistad con Francia, capaz de influir sobre el Papa, pero las conversaciones no iban por buen camino, lo que venía a reforzar la influencia del magnate Lope Díaz de Haro, Señor de Vizcaya, una de cuyas hijas, María Díaz, estaba casada con Juan, hermano de Sancho IV.
La dificultad de llegar a un acuerdo con Francia propició el ascenso y privanza de Lope Díaz de Haro, cuyo principal enemigo, Juan Núñez de Lara, partidario de los infantes de la Cerda, estaba exilado en Aragón. Hasta 1258, el valimiento del de Haro fue absoluta, ya que acumuló el cargo de Alférez del Rey y el control de todas las fortalezas del Reino, haciendo y deshaciendo a su gusto con la aprobación y ceguedad del Monarca. El valido pretendía enemistar al matrimonio y casar a Sancho IV con una sobrina suya, hija del conde Gastón de Bearn. A pesar de todas las intrigas urdidas por el privado, María de Molina, pudo, gracias a su prudencia y sagacidad, mantener la confianza y el amor de su marido.
Haro entregó en arrendamiento la recaudación de los impuestos a su amigo, el judío catalán Abraham de Barchidim, autorizándole además a acuñar moneda de oro. Pronto empezaron los descontentos y protestas, que fueron disminuyendo la confianza del Rey en su valido. La cuestión de los infantes de la Cerda enfrentó al Rey con Lope, partidario de la paz con Aragón y contrario a un pacto con Francia, al igual que su yerno Juan, ya que eso supondría el regreso de sus enemigos, los Lara. Sancho IV, siguiendo el consejo de su esposa, se decidió por un tratado con Francia. Lope Díaz de Haro y Juan, contrariados por esta decisión, se dispusieron a acudir a las armas. En tres ocasiones intentó el Monarca arreglar con su valido la situación, pero no pudo doblegar al díscolo Lope y a su hermano Juan. Por último, Sancho IV los citó en una reunión en Alfaro (La Rioja) para discutir la conveniencia de un pacto con Francia o con Aragón. Aunque Juan se temía una emboscada, y así se lo hizo ver a Lope, ambos acudieron a la cita. Los argumentos que Sancho IV esgrimió durante la reunión chocaron con la intransigencia de Lope y de Juan, por lo que el Monarca dio orden a la guardia que los apresaran, pero Lope se abalanzó sobre el Monarca con un puñal en la mano. La guardia acudió rápidamente en defensa del Rey cortándole de un mandoble de espada la mano que empuñaba el puñal sujetando al agresor, mientras que el encolerizado Sancho IV hirió a Lope, que cayó muerto a sus pies. Dirigiéndose a Diego López de Campos, uno de los caballeros que acompañaban a Haro, le increpó por haber asolado las tierras de Ciudad Rodrigo, asestándole con su espada tres golpes en la cabeza que le causaron la muerte. En su furor, se disponía a castigar también a su hermano Juan, que ya había herido a dos nobles del séquito del Rey, cuando entró María de Molina, alertada por el ruido de la lucha, e impidió el fratricidio por parte de su esposo. Tras la muerte de Lope Díaz de Haro, se produjo la sublevación de Vizcaya, que fue eliminada con toda rapidez, lo que obligó a Diego, hermano de Lope, a huir a Aragón y ponerse del lado de los que defendían la causa de los infantes de la Cerda.
La firma del tratado de Lyon en 1288 entre Francia y Castilla no satisfizo a Alfonso III de Aragón, que consintió que Alfonso de la Cerda fuera jurado Rey en Jaca por sus partidarios. No obstante, la guerra entre Castilla y Aragón se limitó a unas ligeras acciones bélicas fronterizas que no tuvieron excesiva importancia. La causa de Alfonso de la Cerda se extinguió por falta de apoyos, y a partir de 1290 despareció totalmente.
La muerte de Alfonso III de Aragón en 1291 trajo un giro decisivo en la política exterior aragonesa, pues su heredero, Jaime II, dejará de apoyar a los infantes de la Cerda iniciando una política de apoyo a Sancho IV. Ambos Reyes firmaron el acuerdo de Monteagudo (Navarra), por el cual, el aragonés se comprometió a apoyar con sus naves la conquista de Tarifa sellando su matrimonio con Isabel, hija de Sancho IV.
En junio de 1292 se inició el sitio de Tarifa, apoyado por una escuadra mandada por Benito Zacarías. Tras cinco meses de asedio, los benimerines entregaron la plaza. Sancho IV había prometido entregar la plaza de Tarifa al Rey de Granada, Muhammad III, en pago de su ayuda, pero su gran valor estratégico le aconsejó retenerla. Muhammad III despechado contra Sancho IV pidió ayuda a los benimerines sitiando Tarifa en 1294. El alcaide de la plaza, Alfonso Pérez de Guzmán, convertido por la leyenda en Guzmán el Bueno, pudo resistir hasta la llegada de la flota castellanoaragonesa y los granadinos tuvieron que levantar el cerco.
Sancho IV acariciaba la idea de tomar Algeciras, para controlar mejor el Estrecho, cuando su estado de salud se agravó a causa de la tuberculosis que venía padeciendo hacía años. Desde Alcalá de Henares, se hizo conducir a Toledo a hombros de porteadores. Antes de morir, dictó testamento. Ante la minoría de su hijo Fernando, de nueve años de edad, dejó Regente del Reino a su esposa María de Molina e hizo jurar a uno de sus nobles de confianza, Juan Núñez de Lara, que no abandonaría al Príncipe hasta que tuviera barba. Sancho IV, el Bravo falleció el 25 de abril de 1295, con 37 años, siendo enterrado en la Catedral de Toledo.
De su matrimonio con María de Molina tuvo a: Isabel, Fernando, Alfonso, Enrique, Pedro, Felipe y Beatriz. Fuera del matrimonio tuvo dos hijas: Violeta y Teresa Sánchez.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es
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