Ricardo Corazón de León: mito y realidad

    Apenas  paso seis meses de su vida en Inglaterra, y no hablaba inglés, lo que hace que resulte todavía más curiosa su fama como rey británico. La pericia en el campo de batalla de Ricardo le hizo granjearse el apelativo de “Corazón de León”. Su corazón se conserva en la catedral de Ruán, Francia.

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    Sean Connery interpreta a Ricardo Corazón de León en 'Robin Hood. El príncipe de los ladrones'
    Sean Connery interpreta a Ricardo Corazón de León en 'Robin Hood. El príncipe de los ladrones'

    En la última escena del “Robin Hood” de Kevin Costner hace una breve pero intensa aparición Sean Connery. Caracterizado como Ricardo Corazón de León, surge en mitad del bosque de Sherwood para apadrinar la ceremonia en la que el de Locksley se casa con lady Marian. Todo esplendor y boato, Ricardo se nos presenta como alguien noble, apuesto y responsable que, tras guerrear en Tierra Santa, acude a librar a su reino de los manejos de su hermano Juan sin Tierra.

    Noble sí que era, y además algo más cultivado que sus colegas. Apuesto también -alto, fornido, ojos azules, pelirrojo-, pero responsable y abnegado desde luego que no. Para empezar, y en lo que a su formación se requiere, el hecho de ser hijo de alguien tan notable como Leonor de Aquitania -para los franceses, una gran dama, culta e injustamente vituperada por los británicos; para éstos, una fresca que se benefició a media Europa-, nieta a su vez de Enrique el Trovador, le confirió una sensibilidad fuera de lo común.

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    Escribió romances en francés y occitano, destilando un indudable sentido literario. Y se batió el cobre contra todo aquel que se puso por delante. Eso sí, apenas  paso seis meses de su vida en Inglaterra, y no hablaba inglés, lo que hace que resulte todavía más curiosa su fama como rey británico. Hasta el punto que la leyenda que luce el escudo de armas del reino de Gran Bretaña desde tiempos de Enrique V, “Dieu et mon droit”, en francés, fue cosa suya.

    Ttuvo un último gesto noble, cual fue el de perdonar la vida del joven ballestero que le hirió de muerte mientras sitiaba el castillo de Châlus. Lo cortés no quita lo valiente

    El caso es que a Ricardo le tocó vivir en una época tumultuosa. Nunca se llevó del todo bien con la familia. Comprensible, si se entiende que su padre, Enrique II le arregló el matrimonio con la princesa Aèlis de Francia -de cualquier modo, muy desagradable no debía ser, toda vez que la convirtió en concubina real-. Eso y que encerró a su madre quince años en un castillo. Era para enfadarse, claro.

    También estaba aquel tema de que los hermanos intentasen acabar con su vida, aunque ni lo consiguieron ni llegaron nunca a hacerle sombra. Sí ha pasado a la historia, en cambio, su “querido” Juan sin Tierra, uno de los reyes más ineptos que ha tenido Inglaterra y cuyo apelativo, “espada suave”, dice mucho -y no precisamente bueno- de sus cualidades. En cambio, la pericia en el campo de batalla de Ricardo le hizo granjearse el apelativo de “Corazón de León”. Su corazón, por cierto, se conserva en la catedral de Ruán, al norte de Francia.

    Todo ello forjó el carácter de alguien cuyas acciones fueron de todo menos discretas. En su coronación no se admitieron mujeres, lo cual dio pie a múltiples rumores sobre su condición sexual. Rumores que cobrarían fuerza tras sofocar una rebelión en Angulema y ser acusado por sus enemigos de yacer tanto con las vencidas como con los vencidos. De hecho, no dejó descendencia, salvo un supuesto hijo ilegítimo que, según se decía, guardaba un asombroso parecido con uno de sus caballeros.

    Tampoco tuvo más relación que la estrictamente literaria -gracias al “Ivanhoe” de Walter Scott- con Robin Hood quien, de existir, debió de ser uno de los múltiples salteadores de caminos que poblaban los bosques ingleses. Difícil, por tanto, que alguien así se juntase con la realeza. Puestos a juntarse, tampoco llegó nunca a encontrarse con Saladino, su gran rival en Tierra Santa, y al que no debió de gustarle que el inglés liquidase a casi 3.000 prisioneros sarracenos que había tomado en Acre. Muy bruto, el tal Ricardo. Aún así, tuvo un último gesto noble, cual fue el de perdonar la vida del joven ballestero que le hirió de muerte mientras sitiaba el castillo de Châlus. Lo cortés no quita lo valiente.

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