Carlos XII de Suecia, el Alejandro Magno del Norte

El rey sueco fue comparado con Alejandro Magno por sus éxitos militares en la Gran Guerra del Norte, en la que dirigió personalmente a su ejército

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Carlos XII, el rey soldado

Retrato de Carlos XII pintado por David von Kraft. Palacio de Versalles.

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Marcha fúnebre real

Los soldados suecos trasladan el cadáver de Carlos XII de regreso a Suecia tras caer abatido en el campo de batalla, tal como recreó en este óleo Gustav Cederström. Museo Nacional, Estocolmo.

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Residencia de verano

El palacio de Drottningholm, que contaba con un extenso coto de caza, fue una residencia habitual de Carlos XII durante los escasos años que pasó en Suecia, alejado de los campos de batalla. 

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La caza del león

Los soldados suecos de Carlos XII se defienden en 1713 en su campamento de Bender del asalto de los jenízaros del sultán en este óleo de Armand-Dumaresq.

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Daga otomana

Daga otomana de alrededor de 1800 y su funda.

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Pedro I, el gran rival

Estatua de Pedro I, el Grande, zar de Rusia (1682-1725) y gran enemigo de Carlos XII por la hegemonía en el Báltico.

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La captura de Narva

Este relieve representa la batalla de Narva. El 30 de noviembre de 1700, Carlos XII atacó esta ciudad rusa y consiguió tomarla a pesar de que sus defensores superaban en número a los suecos.

Carlos XII disfrutó de una extraordinaria fama en el siglo XVIII. Dirigió personalmente al ejército de Suecia en la Gran Guerra del Norte, obteniendo unos fulgurantes éxitos en los campos de batalla de media Europa que pusieron en jaque a potencias militares como Rusia, Dinamarca o Polonia y le valieron el sobrenombre de Alejandro del Norte. El filósofo Voltaire, que escribió una detallada historia de su reinado, lo calificó como "el varón más extraordinario que ha poblado la tierra sueca".

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A los siete años, el hijo y heredero de Carlos XI ya sabía montar a caballo y mostraba sus inclinaciones marciales. Sus tutores le enseñaron alemán y latín, y cuando leyó la vida de Alejandro Magno escrita por Quinto Curcio empezó a fabular con convertirse también él en un guerrero conquistador. Cuando murió su padre apenas tenía 15 años y, en teoría, no podía todavía gobernar el Imperio sueco hasta alcanzar la mayoría de edad. Pero poco le importó. El día de su coronación entró a caballo en Estocolmo vestido de riguroso negro y con un manto púrpura. Su pueblo le vitoreaba mientras se dirigía con la corona sobre su cabeza a la iglesia de Riddarholm, en el centro de la ciudad, para la ceremonia que debía oficiar el arzobispo de Upsala. Ante el asombro de todos y rompiendo las reglas, el nuevo rey se coronó a sí mismo. Y como su antecesor Gustavo Adolfo, que setenta años antes había sacudido el tablero europeo durante la guerra de los Treinta Años, Carlos XII se preparó enseguida para una aventura bélica más allá de sus fronteras. Había nacido un nuevo meteoro sueco.

El inicio de la Gran Guerra del Norte

Desde mediados del siglo XVI Suecia se había convertido en la potencia hegemónica en el Báltico, con posesiones que se extendían por Finlandia, Estonia, Letonia e incluso el norte de Alemania. Ante esa situación preponderante, los reinos de Dinamarca, Polonia y Rusia ansiaban cambiar la situación estratégica y creyeron que podrían aprovecharse de la juventud del nuevo rey sueco. En septiembre de 1699, estas tres potencias firmaron en Dresde un tratado secreto contra Suecia, con el que se daría inicio a la Gran Guerra del Norte (1700-1721). Carlos no se amilanó, sino que decidió tomar la iniciativa y desembarcó por sorpresa en las cercanías de Copenhague, a la que puso rápidamente bajo asedio. Los daneses no tuvieron más remedio que firmar la paz, abandonar la alianza y pagar una fuerte indemnización.

Las potencias rivales pretendían aprovechar la juventud de Carlos XII para acabar con el dominio sueco en la región

El siguiente movimiento de Carlos XII estuvo dirigido contra su rival ruso. Sus tropas, unos 10.500 hombres bien entrenados, llegaron a Narva, una ciudad de población sueca situada en la frontera entre Estonia y Rusia, y organizaron el asedio. El ataque directo resultaba bastante atrevido, pero el monarca no vaciló en cuanto tuvo la ocasión y obtuvo un resonante triunfo ante un ejército varias veces mayor. Un año más tarde, le esperaba otra prueba de fuego cerca de Riga. Igual que Alejandro tuvo que cruzar el río Hidaspes para enfrentarse con el rey indio Poros, Carlos tenía que cruzar una considerable barrera fluvial –el río Düna o Daugava– para luego entablar batalla con los ejércitos sajones y rusos que le esperaban en la otra ribera. Para ello hizo construir unas novedosas baterías flotantes armadas con artillería de apoyo para el paso y, además, algunas embarcaciones llenas de paja mojada, que al quemarse cubriría de un denso humo toda la zona del cruce. Carlos pudo así desembarcar y formar a sus tropas en la orilla ganada, a salvo de la vigilancia enemiga. En medio del desembarco, cuando parte de sus tropas fueron rotas por una carga de caballería enemiga, el rey sueco demostró su sangre fría y, poniéndose en primera línea de combate, logró rehacer sus fuerzas y encabezó una exitosa contraofensiva.

Cuando llegó la noticia de estos éxitos, en Estocolmo aparecieron carteles con la leyenda en latín Tres uno contudit ictu, "aplastó a tres de un solo golpe". Desde luego, el rey sueco había humillado a sus tres enemigos con una rapidez asombrosa. Su nombre empezaba a ser respetado en toda Europa. Tanto él como su entrenado ejército parecían invencibles y estaban ciegamente sugestionados por una aparente predestinación. Sin embargo, Carlos no era invulnerable, tal como quedó patente en 1702 cuando, mientras perseguía a Augusto II de Polonia cerca de Cracovia, cayó de su caballo y se rompió una pierna, infortunio que le tuvo convaleciente en cama durante seis semanas e impidió que capturara a esta presa real.

Tanto el joven rey sueco como su ejército parecían invencibles y en poco tiempo infringieron severas derrotas a sus enemigos

La travesía centroeuropea de Carlos XII no pasó desapercibida para las grandes potencias de la época, que deseaban contar con la ayuda del soberano sueco para desnivelar la balanza de fuerzas en la guerra que mantenían por la sucesión del trono español. Así, Luis XIV intentó atraerlo hacia el interior de Alemania para luchar juntos, reeditando el frente francosueco de la anterior guerra de los Treinta Años. E incluso el inglés Marlborough, otro formidable líder militar, llegó a conversar con él por espacio de dos horas en Altranstädt, aunque no se concretó ninguna alianza. Para el rey sueco, las prioridades estaban en un frente muy distinto. En 1708 dirigió su siguiente campaña hacia Rusia, en una invasión que tendría a sus más ilustres imitadores en Napoleón o Hitler. En un principio, la suerte acompañó a los suecos, que vencieron en la batalla de Holowcyzn y en el asalto de Veprik. Sin embargo, tras el desastre de Narva ocho años antes, los rusos habían aplicado una serie de reformas militares que les permitieron mejorar sus despliegues y tácticas de fuego. Tras un invierno especialmente duro que diezmó sus tropas, el choque decisivo tuvo lugar en las cercanías de la población ucraniana de Poltava, en verano de 1709. Carlos XII, herido en un pie, iba en parihuela. El ataque que intentó el rey al alba contra las fortificaciones y el propio campamento ruso acabó en desastre a causa de la manifiesta superioridad numérica del enemigo. Al final de la tarde, su ejército huía y tres días después se rindió casi al completo en Perevolochna, junto al río Dniéper.

En Rusia los sueños orientales del monaraca sueco se desvanecieron por completo. Sin embargo, él escapó de la captura en una barca de remos para adentrarse en territorio otomano, con el beneplácito del sultán Ahmed III y acompañado por unos pocos cientos de sus hombres. El pachá o gobernador de Bender, en Moldavia, los recibió con provisiones, carros y comodidades para todos, además de una magnífica tienda para el rey.

El refugio turco

En ese retiro oriental, Carlos se aficionó aún más a los libros. En particular, se interesó por una tragedia de Racine, Mitrídates, sobre el antiguo rey del Ponto que siguió clamando venganza después de ser vencido por los romanos, una situación muy parecida a la suya propia. También Carlos esperaba desquitarse de su derrota en Poltava, y para ello confiaba en contar con la cooperación de los turcos, quienes en 1711 estuvieron a punto de infligir una derrota decisiva al zar Pedro I, el Grande, en la batalla del Prut (Moldavia). Sin embargo, el ejército sueco que esperaba nunca llegó, y Carlos quedó confinado en su campamento, presa de una creciente melancolía.

Con el paso del tiempo el rey sueco empezó a ser un problema para sus anfitriones. Su campamento había crecido hasta acoger un millar de combatientes suecos, lo que de por sí suponía una fuerte carga financiera. En un momento dado Carlos aceptó marcharse a Polonia, pero un oficial suyo descubrió que los turcos tramaban entregarlo a Augusto de Sajonia. Entonces Carlos se negó a partir, y el sultán ordenó que lo apresaran. La operación se convirtió en una auténtica batalla, conocida en la historia otomana como el kabalik, la "caza del león". Ocho mil soldados otomanos asediaron la guarnición de ochocientos hombres que el rey sueco tenía a su mando. La lucha se prolongó durante horas. Se dijo que Carlos mató él mismo a diez enemigos, hasta que fue apresado por los jenízaros.

Una vez prisionero, lo llevaron hasta las proximidades de Adrianópolis (Edirne), donde muchos turcos se acercaron con curiosidad a verle. Luego estaría cautivo durante meses en Didimótico (en la frontera entre Grecia y Turquía), hasta que el sultán le permitió emprender el regreso.

Regreso a Suecia y muerte

Tras sus años de confinamiento en la Sublime Puerta, en 1714 Carlos XII volvió a sus dominios alemanes en Pomerania y pronto retornó a sus quehaceres guerreros. Su primer desafío fue la defensa de la ciudad de Stralsund, asediada por prusianos, sajones y daneses. Para no perder este enclave, Carlos XII contaba con la cercana isla de Rügen, desde donde se podía suministrar ayuda a los sitiados. Por ese motivo, los aliados desembarcaron en la isla una fuerza de 11.000 soldados de infantería más 3.500 de caballería y tomaron la villa de Gros Stresow, que estaba defendida sólo por veinte dragones suecos.

En cuanto le advirtieron de la acción enemiga, Carlos partió hacia ese lugar. Al llegar se encontró un campamento fortificado. En esta ocasión sólo contaba con unos 2.000 hombres, pese a lo cual optó por atacar osadamente. Dos veces asaltaron sus tropas las defensas y otras tantas fueron rechazadas; al final, el rey fue herido en el pecho por un disparo de mosquete y los suecos se retiraron perseguidos por la caballería enemiga.

La batalla costó a sus fuerzas más de quinientos hombres y sus ocho cañones, por no más de doscientas bajas a sus enemigos. La isla fue conquistada por sus rivales y a finales de diciembre la propia Stralsund se entregaba. Carlos, con su alejandrino arrojo y su expuesto caudillaje –siempre llevaba cerca una biografía del rey macedonio y le gustaba comparar las habilidades militares de ambos– pretendió un imposible y tuvo, de nuevo, que huir en camilla tras ser herido en la acción. Ciertamente, la guerra pintaba mal para Suecia.

De vuelta a su tierra sueca después de 15 años de ausencia, Carlos puso sus miras en la vecina Noruega. En 1716 llegó a Cristianía –la actual Oslo–, sólo para tener que retirarse poco después, al tener su ruta de comunicaciones muy extendida y, por lo tanto, vulnerable. Dos años más tarde volvía al país vecino para sitiar Fredriksten, en la actual Halden. En la noche del 11 de diciembre estaba inspeccionando los trabajos en las trincheras de aproximación cuando fue alcanzado por la metralla enemiga en el lado derecho de la cabeza. Al acercarse a él algunos soldados creían que dormía apoyado en su brazo derecho; en realidad, había muerto en el acto, en el entorno que siempre quiso y en el que siempre desarrolló sus mejores talentos: la guerra. La comitiva de regreso con el cadáver real anticipaba el final del poderío sueco.

En 1721 se firmó en la ciudad de Nystad el tratado que ponía fin a la Gran Guerra del Norte y Suecia cedía su posición hegemónica en el Báltico a la Rusia de Pedro el Grande, sobresaliente ganador de este largo conflicto. Desde el Este surgía así una potencia fundamental en los siglos venideros y que siempre tuvo en mente su posterior expansión hacia el interior del continente europeo.