Isabel I de Inglaterra. Su reinado

Isabel I de Inglaterra

Isabel I consigui� dar a Inglaterra las condiciones de paz interior y desarrollo econ�mico que requer�a para ocupar un lugar privilegiado en el panorama pol�tico europeo del siglo XVII y sent� las bases para el crecimiento del poder�o mar�timo ingl�s en los siglos siguientes. La flota mercante se reforz� considerablemente y ampli� el radio de sus empresas gracias a la constituci�n de compa��as de comercio patrocinadas por la monarqu�a y que disfrutaban del monopolio: la Compa��a de los Mercaderes Aventureros y la Compa��a del Este rivalizaron con la Hansa en el B�ltico; la Compa��a de Moscovia desarroll� el comercio con Rusia y Persia; la Compa��a de Levante compiti� con espa�oles y v�netos en el Mediterr�neo oriental. En 1600 se fund� la Compa��a de las Indias Orientales, que pondr�a los cimientos de la potencia brit�nica en Asia. Los ingleses comenzaron tambi�n a interesarse comercialmente por Am�rica. Marinos como Frobisher y John Davis partieron en busca del paso del Noroeste. La primera tentativa de implantaci�n colonial fue hecha por Ralegh en la Virginia en 1584.


Isabel I de Inglaterra

El desarrollo econ�mico del pa�s se vio as� favorecido durante su reinado. La industria lanera, principal riqueza del pa�s, recibi� un nuevo impulso al calor de las relaciones con los Pa�ses Bajos. Sin embargo, la prosperidad econ�mica benefici� �nicamente a la burgues�a y a los terratenientes, que aceleraron el proceso de enclosures en detrimento de los campesinos. Isabel s�lo actu� contra este proceso para imponer duras medidas contra la mendicidad (poor laws) a la que se hab�an visto abocadas grandes masas de campesinos, excluidas del aprovechamiento agr�cola comunal por el cercado de campos. Los pobres eran reunidos en �casas de trabajo�, donde eran tratados como siervos bajo amenaza de muerte.

Reconocida como una de las m�s brillantes monarcas de Inglaterra, su reinado conoci� adem�s la pacificaci�n interna tras las luchas de religi�n de los monarcas anteriores. La reina trat� de reforzar el centralismo regio y los mecanismos del absolutismo en ciernes. Aunque en su largo reinado s�lo convoc� en tres ocasiones el Parlamento, no se produjeron enfrentamientos graves entre ambas instancias de poder. S�lo a fines del per�odo el Parlamento, en parte bajo la influencia de las ideas puritanas hostiles al absolutismo regio, se rebel� contra Isabel a causa de los gastos desmedidos de la Corona y de la venta de monopolios.

La reina hizo suya la estrategia de autoridad pr�ctica de Enrique VIII, gobernando con extrema energ�a. Se benefici� del proceso de fortalecimiento de la autoridad mon�rquica emprendido por los Tudor y a menudo hizo uso de la llamada �prerrogativa regia�, conjunto de derechos que permit�an la arbitrariedad. Se rode� de un reducido grupo de consejeros que formaron el Consejo Privado, como William Cecil (entre 1572 y 1598), el canciller Nicholas Bacon (1559-1579), el conde de Leicester y el secretario de Estado Francis Walsingham (1573-1590), sin llegar a permitir que sus favoritos desempe�aran un papel pol�tico preponderante.


William Cecil

Isabel fue contemplada con admiraci�n por sus coet�neos. Su gusto por el lujo y la magnificencia hizo correr por Europa la fama de la suntuosidad de su corte. Pero �sta destac� ante todo por el esplendor que alcanzaron las artes durante el per�odo isabelino. La literatura inglesa alcanz� su cenit en esta �poca. Fue la edad de oro del teatro ingl�s, con Marlowe, Ben Jonson y Shakespeare. La vida literaria fue igualmente adornada por poetas como Edmund Spenser y Philipp Sidney, por ensayistas como John Lyly y Francis Bacon, as� como por el fil�sofos pol�ticos como Richard Hooker. Se crearon las escuelas de Rugby y Harrow, del Trinity College de Dubl�n; y la m�sica de corte conoci� un bello desarrollo con los llamados �virginalistas�.

La restauraci�n del anglicanismo

Uno de los principales objetivos de Isabel I al sentarse en el trono fue poner orden en la cuesti�n religiosa que ven�a sacudiendo el pa�s desde tiempos de Enrique VIII. Su estrategia en este sentido busc� el restablecimiento del anglicanismo como religi�n oficial. A pesar de haber sido coronada seg�n el rito romano, Isabel pronto evidenci� su voluntad de continuar la pol�tica eclesi�stica de su padre. En ello se dej� guiar por consideraciones puramente pol�ticas: la reina deseaba ejercer la autoridad eclesi�stica suprema, lo que al mismo tiempo la opon�a a cat�licos y calvinistas. Actuando con gran prudencia, promulg� en 1559 el Acta de Supremac�a que puso nuevamente en vigor las leyes religiosas de Enrique VIII y Eduardo VI y que hab�an sido abolidas en tiempos de Mar�a Tudor.


Retrato de Isabel I (Quentyn
Metsys el Joven, c. 1583)

El edicto de 1559, aunque reforzaba el protestantismo y declaraba la celebraci�n de la misa ilegal, era excepcionalmente tolerante con la poblaci�n cat�lica. Los cat�licos quedaron en principio exentos de la asistencia obligatoria a la iglesia parroquial a cambio del pago de una moderada contribuci�n, y la celebraci�n privada de su culto no fue perseguida excepto en los casos en que se sospechara traici�n a la monarqu�a. El Acta de Uniformidad, votada ese mismo a�o por el Parlamento, restableci� el Libro de la Plegaria Com�n de Eduardo VI eliminando las f�rmulas que pudieran resultar m�s ofensivas para los cat�licos. Los obispos cat�licos nombrados durante el reinado de Mar�a I protestaron, e Isabel respondi� destituy�ndolos a todos, quedando as� renovada por completo la alta jerarqu�a eclesi�stica del reino. A la vez, Isabel se cuid� de no verse superada por el fanatismo protestante. En 1563, cuando el Parlamento adopt� la profesi�n de fe de los Treinta y Nueve Art�culos que rechazaba la transubstanciaci�n y s�lo admit�a dos sacramentos, la reina decret� al mismo tiempo el mantenimiento de la jerarqu�a y la liturgia cat�licas.

En 1570 el compromiso religioso, que se hab�a hecho soportable para la mayor�a de la poblaci�n cat�lica, fue bruscamente roto por el interdicto lanzado por el papa P�o V sobre �Isabel, la presunta reina de Inglaterra�. La bula de excomuni�n desligaba a todos sus s�bditos de su lealtad a la reina. De esta forma los cat�licos fueron, m�s por efecto de la bula papal que por efecto de la represi�n regia, convertidos en potenciales traidores. Se recrudecieron las medidas legales contra los cat�licos en correlaci�n con el aumento de la intransigencia cat�lica en el continente; as�, a partir de 1580, los misioneros jesuitas (enviados subrepticiamente por Espa�a para alentar la rebeli�n cat�lica) fueron expulsados de Inglaterra o entregados al verdugo.

Isabel tuvo que hacer frente a una doble oposici�n: por un lado la de los cat�licos, que se consideraron desligados de su deber de lealtad tras la excomuni�n de 1570 y que pusieron sus esperanzas en Mar�a Estuardo, la reina cat�lica de Escocia; por otro, la de los calvinistas presbiterianos, que rechazaban la jerarqu�a episcopal y cualquier vestigio de catolicismo dentro de la Iglesia reformada. La reina hubo de recrudecer las medidas represivas contra la disidencia religiosa. La celebraci�n de la misa cat�lica fue prohibida por completo, as� como los s�nodos presbiterianos de los calvinistas, que ya por entonces comenzaban a conocerse como puritanos. En 1595 se hizo obligatoria, bajo pena de prisi�n, la asistencia al culto anglicano. Sin embargo, hubo muchas menos ejecuciones por motivos religiosos durante el largo reinado isabelino que durante los cinco a�os en que Mar�a Tudor se sent� en el trono. La obra religiosa de Isabel fue duradera: dio al anglicanismo su car�cter definitivo y emprendi� el camino hacia la convivencia de las distintas sectas religiosas.

El afianzamiento de la legitimidad

Dentro de este contexto hay que considerar el problema planteado por las pretensiones de la cat�lica Mar�a Estuardo: la reina de Escocia, viuda de Francisco II de Francia, se convirti� en el centro de las conspiraciones cat�licas. Mar�a Estuardo, heredera del reino de Escocia, pod�a postularse tambi�n (por ser hija de la hermana de Enrique VIII) como heredera del trono ingl�s. Aquellos que consideraban ilegal el matrimonio entre Ana Bolena y Enrique VIII cuestionaban asimismo la legitimidad del nacimiento de Isabel y sus derechos al trono, y contemplaban a Mar�a Estuardo como potencial reina de Inglaterra. En 1561, Mar�a Estuardo regres� como reina a Escocia tras la muerte de su esposo. Desde entonces no cej� en su empe�o de reunir bajo su cetro los reinos de Escocia e Inglaterra. Para ello contar�a con el apoyo de los disidentes cat�licos ingleses.


María Estuardo

En 1568, Mar�a Estuardo fue expulsada de Escocia por una rebeli�n general y tuvo que refugiarse en Inglaterra, en cuya corte Isabel la acogi� de buen grado con el fin de mantenerla bajo su control. Para Isabel era demasiado arriesgado dejarla marchar al continente, donde sin duda buscar�a el apoyo de Francia o Espa�a en su reivindicaci�n del trono ingl�s. Mar�a fue obsequiada con un honorable confinamiento, lo que no impidi� que se convirtiera en el centro de las intrigas pol�tico-religiosas contra la reina.

Entre 1569 y 1570 se produjo la llamada �rebeli�n de los condes�, que tuvo un doble car�cter religioso y pol�tico: se restableci� el catolicismo en los territorios sublevados y se pretendi� obligar a Isabel a declarar a Mar�a como su sucesora en el trono. La cruenta represi�n de esta conjura signific� la eliminaci�n de las grandes dinast�as condales del norte de Inglaterra. Mar�a Estuardo se vio implicada en otros tres importantes complots que inclu�an intentos de regicidio: el de Ridolfi de 1571, el del franc�s duque de Guisa de 1582 y el de Babington de 1586.

Ante el temor de que pudiera llegar a un s�lido entendimiento con los espa�oles, el Parlamento presion� a Isabel para que ordenara la ejecuci�n de Mar�a Estuardo. La declaraci�n papal de 1580 que aseguraba que no ser�a un pecado eliminar a Isabel y el asesinato en 1584 de Guillermo I el Silencioso, organizador de la resistencia alemana contra los espa�oles, hicieron temer por la vida de Isabel. En 1585 el Parlamento aprob� la Ley de Preservaci�n de la Seguridad de la Reina, la cual condenaba a muerte a toda aquella persona implicada en un eventual regicidio o a quien �ste beneficiara directamente. Isabel introdujo una enmienda en el texto de la ley, por la cual los herederos de los implicados de condici�n regia s�lo podr�an ser excluidos de la sucesi�n al trono de Inglaterra en caso de que fuera probada en juicio su propia implicaci�n en una conjura. Esta enmienda hizo posible que, a la muerte de Isabel, el hijo de Mar�a Estuardo, Jacobo VI de Escocia, se convirtiera en rey de Inglaterra. Un a�o despu�s de la aprobaci�n de la Ley de Seguridad, Mar�a Estuardo fue sometida a juicio y hallada culpable de atentar contra la vida de Isabel. Durante tres meses la reina demor� la corroboraci�n de la sentencia de muerte, a pesar de la presi�n de sus consejeros y del Parlamento. Finalmente Mar�a fue ejecutada en febrero de 1587.

Matrimonio y sucesi�n

Desde la ascensi�n al trono de Isabel I se plante� la cuesti�n de su matrimonio con el fin de evitar nuevos problemas sucesorios. La boda de la reina suscitaba gran preocupaci�n en el Parlamento, ya que de ella pod�an depender las alianzas internacionales de Inglaterra en un momento en que la hegemon�a espa�ola en Europa manten�a al continente en perpetuo estado de guerra. Isabel expres� su voluntad de contraer matrimonio y durante buena parte de su reinado jug� h�bilmente con las numerosas propuestas que le llegaron de las principales potencias europeas. De los 16 a los 56 a�os se sucedieron m�ltiples proyectos matrimoniales. Eric de Suecia, Enrique III y Enrique IV de Francia, el archiduque Carlos de Austria y el duque de Alen�on fueron algunos de los pretendientes de la reina. Pero Isabel nunca llegar�a a casarse; esta inaudita excepci�n perturb� ya desde su reinado a cronistas e historiadores. A menudo se la llama todav�a la Reina Virgen (as� quiso ser llamada Isabel en su epitafio), subrayando mendazmente una castidad de ra�z religiosa en la que la reina nunca puso sus desvelos.

En efecto, Isabel mantuvo relaciones amorosas con diversos hombres de su corte: sir Christopher Hatton, lord canciller entre 1587 y 1591; sir Walter Raleigh, cortesano cumplido, aventurero e historiador y, sobre todo, lord Robert Dudley, a quien otorg� el t�tulo de duque de Leicester en 1564. Su relaci�n con Dudley sobrevivi� al matrimonio secreto de �ste con la prima de Isabel, Lettice Knollys, condesa viuda de Essex, en 1579. La noticia de su muerte en 1588 caus� tal dolor a la reina que se encerr� sola en sus habitaciones durante tan largo tiempo que, finalmente, lord Burghley, Tesorero Mayor y uno de sus m�s fieles servidores, se vio obligado a derribar la puerta.


Robert Dudley

La tardanza en contraer matrimonio y las continuas evasivas de la reina hicieron correr por todas las cortes europeas infundios sobre una desaforada concupiscencia que le hac�a parir bastardos a troche y moche, o rumores acerca de un misterioso defecto f�sico que le imped�a la uni�n sexual. En 1579, en el transcurso de las negociaciones de matrimonio con el duque de Alen�on, hermano del rey de Francia, lord Burghley escribi� a su pretendiente: �Su Majestad no sufre enfermedad alguna, ni tara de sus facultades f�sicas en aquellas partes que sirven propiamente a la procreaci�n de los hijos�.

El hecho ins�lito de que Isabel permaneciera soltera puede atribuirse con mayor certeza a la inveterada independencia de la reina y a las secuelas an�micas que, siendo una ni�a, sin duda le produjeron las brutales y arbitrarias ejecuciones de su madre, Ana Bolena, y de su madrastra, Catherine Howard, por orden de Enrique VIII. En agosto de 1566, Dudley escribi� al embajador franc�s que �l, que conoc�a a Isabel desde que era una ni�a, ya entonces le hab�a o�do asegurar que nunca se casar�a. Se ha interpretado tambi�n que Isabel deseaba casarse con Dudley, pero que la impopularidad de �ste y la sospechosa muerte de su primera esposa hac�an poco recomendable la uni�n. En 1566, ante la tardanza del matrimonio de Isabel, el Parlamento le pidi� que se casara, autoriz�ndola a hacerlo con quien ella quisiera. Sin embargo, tampoco entonces se decidi� la reina.

Aparte de sus indudables motivaciones personales, hubo tambi�n poderosas razones pol�ticas que animaron a Isabel a permanecer soltera o, mejor dicho, a jugar indefinidamente con su posible boda. Las negociaciones matrimoniales fueron un recurso esencial de la pol�tica exterior isabelina, encaminada a evitar la ca�da de su reino en la �rbita de las potencias continentales: Espa�a y Francia. Su matrimonio con un pr�ncipe de las dinast�as espa�ola o francesa habr�a sin duda significado la relegaci�n de Inglaterra al plano de los comparsas en la pol�tica europea. Las negociaciones con el duque de Alen�on, hermano de Enrique III de Francia y uno de sus m�s pertinaces pretendientes, fueron, por ejemplo, una baza para garantizar los intereses ingleses en los Pa�ses Bajos espa�oles.

La hegemon�a espa�ola

En las relaciones entre Inglaterra y Espa�a primaron, por encima de la cuesti�n religiosa o de la competencia comercial en el Atl�ntico, la tradicional alianza din�stica frente a Francia y los mutuos intereses econ�micos en los Pa�ses Bajos. Desde el principio del reinado isabelino, Felipe II de Espa�a se hab�a visto obligado a apoyar a Isabel I (pese a la manifiesta intenci�n de la reina de defender la causa protestante) frente a las pretensiones al trono de Mar�a Estuardo. Aunque cat�lica, Mar�a Estuardo era tambi�n reina de Escocia y de Francia; su ascensi�n al trono ingl�s hubiera supuesto la alianza de las coronas inglesa y francesa, lo que resultaba inadmisible para Espa�a.


Felipe II de España

Felipe II, viudo de Mar�a Tudor, propuso matrimonio a Isabel en 1559. La uni�n resultaba ventajosa para ambos: para Isabel, porque obstaculizaba las pretensiones de Mar�a Estuardo al trono ingl�s; para el soberano espa�ol, porque evitaba la reuni�n en la persona de la Estuardo de las coronas de Escocia, Inglaterra y Francia. Felipe II deseaba ver instalada en el trono de Inglaterra a su hija Isabel Clara Eugenia y apartar a Inglaterra de la influencia de Francia. A pesar de los intereses en juego, la repugnancia de Isabel hacia el matrimonio y el temor a caer en la �rbita espa�ola hicieron a la soberana rechazar el ofrecimiento, no sin antes haber jugado con esta posibilidad para aprovechar en su favor la tradicional rivalidad hispano-francesa.

Isabel apoy� la causa protestante all� donde �sta se hallaba amenazada, sin que estuviera en su �nimo liderar la reforma, al tiempo que procuraba mantener relaciones amistosas con las potencias cat�licas. Durante la Guerras de Religi�n francesas prest� ayuda a los hugonotes, en una forma de provocaci�n a la monarqu�a hisp�nica, que apoyaba la causa cat�lica. Sin embargo, el enfrentamiento con Espa�a se debi� mucho m�s a razones pol�ticas y econ�micas que a cuestiones religiosas.

Desde el inicio del reinado se mantuvo una situaci�n de sorda tensi�n entre Inglaterra y Espa�a, sin que ninguno de los contendientes considerara oportuno declarar abiertamente la conflagraci�n hasta muchos a�os despu�s. El enfrentamiento entre Espa�a e Inglaterra se hizo de todas formas inevitable ante las pretensiones inglesas de romper el monopolio comercial espa�ol en Am�rica. Las acciones de los marinos ingleses en el Atl�ntico, alentadas por la reina, se hicieron progresivamente m�s violentas desde la d�cada de los setenta. En 1571, el corsario Francis Drake inici� una imparable sucesi�n de actos de pirater�a en el Caribe que pronto se extendi� al resto del litoral atl�ntico americano. Su vuelta al mundo entre 1577 y 1580 fue saludada en la corte isabelina con gran entusiasmo.


Francis Drake

Pero los m�s graves conflictos entre la Inglaterra de Isabel I y la Espa�a de Felipe II surgieron a ra�z de la sublevaci�n de los Pa�ses Bajos contra la autoridad espa�ola. La ocupaci�n de Flandes por el ej�rcito espa�ol desde 1567 despert� la alarma de Isabel I, que vio c�mo Espa�a instalaba una nutrida fuerza militar al otro lado del canal de la Mancha. Por otra parte, los intereses del comercio ingl�s en la zona impulsaron a Isabel a apoyar econ�micamente la rebeli�n de las Provincias Unidas desde 1577. La primera ruptura hispano-inglesa se produjo en 1568, cuando Isabel incaut� el dinero genov�s destinado a pagar a los tercios de Flandes que viajaba en nav�os espa�oles arribados a costas inglesas. Este incidente provoc� la ruptura de las relaciones comerciales entre ambas monarqu�as. En 1572, Isabel firm� con Carlos IX de Francia el tratado de Blois, por el que ambos soberanos establecieron una alianza defensiva contra Espa�a. Este acuerdo fue bruscamente roto por la matanza de hugonotes de la Noche de San Bartolom� en 1572. Con el Tratado de Bristol (1574), Isabel restableci� las relaciones con Espa�a, a pesar del precario equilibrio de sus relaciones en lo que ata��a a los Pa�ses Bajos.

A pesar del acuerdo de Blois, Isabel nunca hab�a abandonado la alianza con Espa�a, y en 1572 hizo un gesto de acercamiento expulsando a los corsarios holandeses que se hab�an refugiado en las costas inglesas. Sin embargo, los �xitos internacionales de Felipe II preocupaban a Isabel, que tem�a que la monarqu�a espa�ola resucitase su viejo proyecto de invadir Inglaterra. Por ello, Isabel se decidi� a intervenir directamente en el conflicto con los Pa�ses Bajos. En el Tratado de Nonsuch de 1585, prometi� ayuda militar a las Provincias Unidas a cambio de que �stas permitieran la instalaci�n de guarniciones inglesas en los puertos de La Briel y Flesinga, desde los que los espa�oles pod�an intentar una invasi�n mar�tima de la isla. Al tiempo que la reina enviaba efectivos militares a Flandes, Drake era autorizado para lanzar una violenta ofensiva en el Caribe y en las costas atl�nticas de la Pen�nsula Ib�rica.


Isabel nombra caballero a Francis Drake

Desde entonces el enfrentamiento entre Inglaterra y Espa�a se agrav� incesantemente. Los ingleses interven�an en la rebeli�n de los Pa�ses Bajos, mientras que Felipe II apoyaba a los rebeldes irlandeses y alentaba conspiraciones cortesanas contra Isabel. En 1583 el embajador espa�ol en Londres particip�, junto con los Guisa, en una conjura que pretend�a eliminar a Isabel y sentar en el trono a Mar�a Estuardo. Felipe II pensaba que, una vez derrocada Isabel I, podr�a hacer abdicar a Mar�a sus derechos sobre la infanta espa�ola Isabel Clara Eugenia. La conjura fue descubierta y el embajador espa�ol expulsado. De esta forma se produjo la ruptura de las relaciones diplom�ticas entre ambos pa�ses.

Aunque sin una declaraci�n formal, desde 1583 puede considerarse abierta la conflagraci�n entre Inglaterra y Espa�a. Los proyectos pol�ticos de Felipe II respecto de Inglaterra se vieron favorecidos por la ejecuci�n de Mar�a Estuardo en 1587, que dejaba el campo libre para una sucesi�n espa�ola al trono ingl�s en caso de que tuviera �xito la invasi�n espa�ola de Inglaterra, proyecto largamente acariciado por Felipe II y que fue entonces retomado.

La devastadora razzia llevada a cabo por Drake en C�diz y Lisboa en abril de 1587 acab� de decidir a Felipe II a emprender la invasi�n de Inglaterra antes de completar la sumisi�n de las Provincias Unidas. En julio de 1588 zarpaba de Lisboa la Gran Armada, conocida como la Armada Invencible por los historiadores brit�nicos, destinada a invadir Inglaterra. El desastre de la Armada, causado en parte por la superioridad de la marina inglesa, en parte por la acci�n de los flamencos que obstaculizaron el acceso de la flota a sus costas, y en parte por los elementos, supuso una gran victoria pol�tica para Isabel I. La superioridad de los nav�os ingleses fue resultado directo de la pol�tica naval impulsada por la reina, considerada como uno de los grandes logros de su reinado, pues inaugur� el dominio brit�nico de los mares.


La Armada Invencible

La victoria sobre la Gran Armada hizo m�s audaz a Isabel, que redobl� sus acciones contra Espa�a all� donde tuvo ocasi�n. En los a�os siguientes, los corsarios ingleses hostigaron sin descanso los nav�os espa�oles que hac�an la traves�a entre las Indias y Espa�a. Drake atac� La Coru�a en 1589 y lleg� hasta Lisboa, aunque no pudo tomar la ciudad. Arreciaron los ataques contra nav�os y puertos espa�oles tanto en la Pen�nsula como en Am�rica. Isabel dio cobijo en su corte al prior de Crato, pretendiente al trono de Portugal, con el que sell� un acuerdo secreto contra Espa�a.

La guerra contra Espa�a continu� despu�s de la muerte de Felipe II en 1598. El espa�ol hab�a apoyado la gran rebeli�n irlandesa iniciada poco antes de su muerte, apoyo que mantuvo el duque de Lerma durante el reinado de Felipe III. Sin embargo, el auxilio espa�ol fue poco efectivo, debido a su lentitud y a la falta de equipamiento. En 1599, el duque de Lerma envi� a las costas inglesas una gran flota que tuvo que regresar sin haber logrado ninguno de sus objetivos. A pesar de ello la rebeli�n, ferozmente reprimida por el ej�rcito isabelino, continu� hasta la muerte de Isabel, cuando se logr� la capitulaci�n de los �ltimos rebeldes.

El final del reinado

Los �ltimos quince a�os de la era isabelina fueron dif�ciles para la reina; ya muy anciana, hab�a perdido a sus m�s leales consejeros y amigos. Dudley hab�a muerto en 1588; Walsingham, en 1590; Hatton, en 1591; Burghley, en 1598. Se encontraba ahora rodeada por un grupo de hombres m�s fieles a sus intereses personales que a la vieja reina. El m�s importante de esta nueva generaci�n de consejeros fue Robert Devereux, conde de Essex e hijastro de Dudley. La reina le ten�a en gran consideraci�n, lo que probablemente hizo al joven conde sobreestimar su influencia pol�tica. Su arrogancia le atrajo la enemistad de Robert Cecil (hijo de Burghley), de sir Walter Raleigh y del duque de Nottingham.


Robert Devereux, conde de Essex

En 1598 estall� una nueva rebeli�n en Irlanda que se extendi� por todo el pa�s. Devereux solicit� a la reina el mando del ej�rcito que habr�a de reprimir la rebeli�n irlandesa, lo que le fue concedido. Pero desobedeci� las estrictas �rdenes de la reina acerca de c�mo deb�a actuar en Irlanda. Derrotado, decidi� regresar a Inglaterra, contrariando nuevamente las �rdenes expresas de la reina de permanecer en la isla. Devereux fue inmediatamente arrestado por orden del Consejo Privado, y aunque una investigaci�n le exculp� de las sospechas de traici�n que pesaban sobre �l, nunca m�s fue admitido en la privanza regia. Este rev�s inesperado convirti� a Devereux en el principal intrigante del reino, convertida su casa en cen�culo de desafectos a Isabel. En 1601, Devereux trat� torpemente de tomar Londres con sus tropas. Fracasado su intento, fue ejecutado como reo de traici�n en febrero de ese a�o. Tras la ejecuci�n de Devereux, la reina declar� al embajador franc�s: �cuando est� en juego el bienestar de mi reino, no me permito indulgencias con mis propias inclinaciones�.

Los �ltimos a�os del reinado de Isabel I fueron tambi�n de crisis econ�mica. La Hacienda regia acus� graves problemas financieros; sus reservas estaban agotadas y el pa�s atravesaba una profunda crisis inflacionaria. La reina tuvo que recurrir a la venta de monopolios y regal�as, adem�s de algunas de sus m�s preciadas joyas. Esta pr�ctica caus� gran descontento y se elevaron numerosas quejas al Parlamento. A pesar de los temores que caus� su solter�a, el problema de la sucesi�n hab�a quedado resuelto. Jacobo VI de Escocia era reconocido desde hac�a tiempo como su heredero. En su lecho de muerte, el 23 de marzo de 1603, sus consejeros le pidieron que hiciera una se�al si reconoc�a como su sucesor al futuro Jacobo I de Inglaterra. La reina lo hizo y, tras su muerte en la ma�ana del d�a siguiente en el palacio londinense de Richmond, la monarqu�a inglesa afront� sin asperezas el fin de la dinast�a Tudor.

C�mo citar este art�culo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].