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¿Por qué vamos a la iglesia? Porque somos olvidadizos

Ha habido algo apocalíptico en la pandemia de COVID-19: ha revelado cosas sobre la vida moderna que antes habían permanecido ocultas. Desde la fragilidad de nuestro sentido de seguridad hasta las promesas y peligros de la ciencia moderna, desde la condición fracturada de nuestros vínculos sociales hasta los hábitos alarmantes de conspiración que plagan a gran parte del público estadounidense, lo oculto ciertamente ha salido a la luz como resultado de la pandemia.

Algo que ha sido claramente descubierto es la falta de compromiso de la iglesia estadounidense respecto a la asistencia regular al culto dominical. Según una investigación de Barna, aproximadamente uno de cada tres cristianos ha dejado de asistir a la iglesia por completo (ya sea en persona o en línea) durante la pandemia. Un tercio adicional admitió haber visto la transmisión en línea de un servicio diferente del suyo, básicamente «saltando de iglesia» virtual, reflejando cierta mentalidad consumista endémica de gran parte de la iglesia evangélica.

Todo esto brinda una nueva oportunidad para considerar ciertas preguntas básicas: ¿Por qué vamos a la iglesia? ¿Qué es tan importante acerca de reunirse con regularidad como pueblo de Dios? Si bien es cierto que hay muchas buenas respuestas a esta pregunta (nos lo ordena la Escritura, los ritmos del sabbat son importantes, la adoración es fundamental para el discipulado y la evangelización, entre otras), una respuesta clave es simplemente esta: vamos a la iglesia porque somos olvidadizos.

Recordando la historia de Dios

A lo largo de la Biblia, vemos que Dios está especialmente preocupado por la memoria de su pueblo. De la misma manera, vemos que la amnesia espiritual es un problema serio e incesante para estas mismas personas. Existen muchos mandamientos de no olvidar la liberación y provisión de Dios (Dt 8), de recordar su fidelidad (Éx 13:3), de recordar sus maravillosas obras en la historia (Sal 106). El pueblo de Dios debe conocer, amar y recordar su historia. De hecho, esta historia, la historia de Dios sobre su pueblo, podría resumirse razonablemente así: el pueblo de Dios es infiel y olvidadizo, pero el Dios que se ha comprometido con ellos en amor es fiel y firme; Él recuerda a su pueblo.

Entonces, nuestro olvido y la memoria de Dios son parte integral de la historia: la misma historia que Dios nos llama a recordar.

¿Qué tiene esto que ver con asistir al servicio de adoración en el día del Señor? Como James K. A. Smith y muchos otros han explicado, somos seres con historia. Anhelamos historias; necesitamos narrativa. De una manera real, «nos contamos historias para vivir». Para decirlo de algún modo, necesitamos historias que nos digan cómo vivir, que nos proporcionen un guión para vivir. Alasdair MacIntyre escribió una vez: “Solo puedo responder a la pregunta “¿Qué debo hacer?” si puedo responder a la pregunta anterior “¿De qué historia o historias encuentro que soy parte?”».

La historia siempre debe fundamentar la acción; las narrativas que constituyen nuestro ser informan necesariamente en lo que nos convertiremos.

La adoración nos forma en la historia de Dios

Como criaturas de historias, siempre estamos absorbiendo y viviendo alguna historia, ya sea verdadera o falsa, buena o mala. Como cristianos, hemos sido convocados por un Dios misericordioso para entrar en la verdadera historia del mundo. Aunque debería ser nuestro deber y deleite hacerlo, nosotros, al igual que el antiguo pueblo de Dios, a menudo fracasamos en esta tarea.

Olvidamos a Dios. No recordamos quién Él es y quiénes nos ha llamado a ser. Nos empapamos de historias falsas y por ende vivimos falsamente. Este es probablemente, y de forma especial, el caso en un mundo tan adicto a la tecnología digital como el nuestro, donde el artificio, la novedad y la desconexión del pasado parecen estar a la orden del día. En esta era sobreestimulada de los nuevos medios, necesitamos con desesperación recordar quién es Dios, quiénes somos y en qué historia estamos.

En esta era sobreestimulada de los nuevos medios, necesitamos desesperadamente recordar quién es Dios, quiénes somos y en qué historia estamos

Es aquí donde la adoración en la iglesia juega un papel crucial. Llegamos a su presencia en nuestra reunión como pueblo de Dios para que nos cuenten nuevamente la historia real; para escuchar nuevamente lo que Dios ha hecho en la persona y obra de Jesucristo; y para recordar lo que Dios está haciendo ahora en y a través de su Espíritu para redimir y purificar a un pueblo para sí mismo. Esto sucede en la liturgia ordinaria de la iglesia: a través de la oración y la alabanza, a través de la Palabra y el sacramento. En su libro Against Christianisty [Contra el cristianismo], Peter Leithart escribe:

A través de los rituales de adoración, nos comenzamos a dar cuenta de quiénes somos juntos; por supuesto, somos un pueblo pecador que necesita separarse del mundo y hacer un éxodo semanal de Egipto; por supuesto, somos un pueblo ignorante que necesita ser instruido y recordado cada semana nuestro idioma y nuestra historia; por supuesto, somos los hijos de nuestro Padre celestial, quien ha dado todas las cosas gratuitamente en su Hijo y muestra ese don en el regalo de la comida; por supuesto, hemos sido injertados en la comunidad de la Trinidad, porque cada servicio de adoración comienza en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y termina con el nombre trino pronunciado sobre nosotros.

Para Leithart, es obvio (como lo indicaría el «por supuesto» repetido y en cursiva) que el pueblo de Dios (tal cual somos en la debilidad de nuestro corazón y confusión) debería tener que hacer un éxodo semanal del mundo para venir a la presencia de Dios. La adoración nos convierte en el pueblo de Dios. Nos instruye en nuestra historia y, por lo tanto, nos permite, como dice Leithart más tarde, «nombrar el mundo de manera cristiana». Nos recuerda, una vez más, que somos hijos de Dios y que fuimos llamados y capacitados para vivir como tales. 

Una necesidad apremiante

Para un grupo olvidadizo como el nuestro, los ritmos regulares de la iglesia nos recuerdan quién es Dios y quiénes somos nosotros: somos su pueblo en su mundo.

Esto, por supuesto, siempre ha sido una razón por la que los cristianos necesitan una iglesia. Sin embargo, quizás sea una razón aún más apremiante ahora, en este mundo digital acelerado donde la capacidad de atención se está reduciendo y las lealtades se están fragmentando. Todos los días, Internet nos lleva en cientos de direcciones diferentes, hacia tribus e historias diferentes (y en competencia). Esto fue especialmente cierto en el último año, cuando el aislamiento pandémico resultó en hayamos pasado aún más tiempo en Internet. 

En un mundo como este, cada vez más artificial, distrayente y, en cierto modo, irreal, si no nos esforzamos al menos un día a la semana para ser poderosamente recordados de nuestro lugar en la historia cristiana, nuestro corazones frágiles, volubles y olvidadizos invariablemente se apartarán de esta historia. En un mundo tan frecuentemente distorsionado por la vida en línea, necesitamos la fuerza clarificadora de la Palabra de Dios leída, predicada, orada, cantada y saboreada.

Para permanecer y vivir la historia de Dios, debemos recordarla. Para recordarla, tenemos que ir a la iglesia.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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