Monarquía en España

El fin de los Austrias: la muerte de Carlos II

Enfermo y "hechizado" (se llegó a decir que el rey era víctima de artes de brujería), Carlos II de España, el último de su dinastía, vio cómo los demás reyes de Europa negociaban a sus espaldas la sucesión y el reparto de la monarquía hispánica poco antes de su muerte, acaecida en el año 1700.

El rey Carlos II de Habsburgo. Retrato por Juan Carreño de Miranda, 1685. Museo de Historia del Arte, Viena. 

El rey Carlos II de Habsburgo. Retrato por Juan Carreño de Miranda, 1685. Museo de Historia del Arte, Viena. 

El rey Carlos II de Habsburgo. Retrato por Juan Carreño de Miranda, 1685. Museo de Historia del Arte, Viena. 

PD

En 1682, el embajador veneciano en Madrid, Giovanni Carnero, escribía a su ciudad: "Resulta incomprensible cómo subsiste esta monarquía". No era el único en percibirlo así. Pese a que por entonces la monarquía hispánica conservaba todavía la mayor parte de los inmensos territorios que habían acumulado los Habsburgo en los dos siglos anteriores, los signos de debilidad y declive eran patentes en todos los ámbitos.

El rey que estaba al frente del país, Carlos II, era un hombre enclenque y crónicamente enfermo que, además, carecía de descendencia. En las cortes del resto de Europa muchos creían que el monarca español moriría pronto sin dejar herederos directos y se preparaban para lanzarse sobre los despojos de una monarquía que parecía agonizar.

las dos marianas

Pese a su debilidad, Carlos II trató hasta el final de garantizar el futuro de su Estado. En 1689, cuando aún no se había recuperado del dolor por la pérdida de su adorada primera esposa francesa, María Luisa de Orleans, contrajo un nuevo matrimonio para engendrar cuanto antes un heredero. La elegida fue Mariana de Neoburgo, hija del elector del Palatinado.

Consciente de que su fuerza en la corte estaba ligada a que diera pronto un heredero a la monarquía, Mariana se sometió a todo tipo de tratamientos para lograrlo: procesiones, sangrías, cambios de aire, purgas... Pero nada sirvió para arrancar un heredero de su esposo. Objeto de mil maledicencias palaciegas por su supuesta esterilidad, la soberana se enfrentó además a la rivalidad de la reina madre, Mariana de Austria.

Mariana de Neoburgo se sometió a todo tipo de tratamientos para quedarse embarazada: procesiones, sangrías, cambios de aire, purgas... sin éxito alguno.

María Luisa de Orleans, primera esposa de Carlos II. Por José García Hidalgo, 1679. Museo del Prado, Madrid.

María Luisa de Orleans, primera esposa de Carlos II. Por José García Hidalgo, 1679. Museo del Prado, Madrid.

María Luisa de Orleans, primera esposa de Carlos II. Por José García Hidalgo, 1679. Museo del Prado, Madrid.

PD

El embajador del Sacro Imperio escribió a Viena que entre las dos Marianas "se cruzó gran borrasca" por el nombramiento de un gobernador para los Países Bajos. La reina consorte postulaba a su hermano Juan Guillermo, que como elector del Palatinado residía cerca de Flandes. La reina madre, en cambio, apostaba por el esposo de su nieta María Antonia: Maximiliano Manuel, el elector de Baviera, quien sería finalmente el elegido.

Mariana de Austria confiaba en que, en Bruselas, Maximiliano prestara un buen servicio a la monarquía, lo que le permitiría hacer valer sus méritos a fin de ganar la herencia de Carlos II para su hijo José Fernando, nacido en 1692. Aspiraba asimismo a que aquel niño viniese a España y fuese reconocido como sucesor del conjunto de la monarquía española, con lo que esta permanecería indivisa y se mantendría el equilibrio entre Francia y el Sacro Imperio.

Austria entra en juego

La reina consorte, despechada, llegó a escribir que "para dominar ella sola al Rey, forzosamente había que esperar que muriese la Reina Madre". Sus deseos se cumplieron en mayo de 1696. Desde entonces, Mariana de Neoburgo quedó dueña de la voluntad de Carlos II. El emperador trató de aprovechar la situación para imponer como heredero de España a su hijo, el archiduque Carlos. El conde de Harrach, su embajador, amenazaba a la reina con encerrarla en un convento si no lograba que el rey firmara testamento a favor del archiduque.

El panorama cambió radicalmente en 1697, con la llegada a España del embajador francés, una vez concluida la guerra que había enfrentado a España con Francia desde 1689. El marqués de Harcourt se consagró a formar un "partido francés" en la corte, atrayéndose al poderoso cardenal Portocarrero. El agente francés, en la disputa por la sucesión de la corona española, defendía los derechos de un nuevo candidato: Felipe de Borbón, duque de Anjou, nieto de Luis XIV y biznieto de Felipe IV.

El marqués de Harcourt se consagró a formar un "partido francés" en la corte, atrayéndose al poderoso cardenal Portocarrero.

Mariana de Neoburgo a caballo. Retrato obra de Luca Giordano. 1693-1694. Museo del Prado, Madrid.

Mariana de Neoburgo a caballo. Retrato obra de Luca Giordano. 1693-1694. Museo del Prado, Madrid.

Mariana de Neoburgo a caballo. Retrato obra de Luca Giordano. 1693-1694. Museo del Prado, Madrid.

PD

Ambas candidaturas eran problemáticas, dado que se temía que desembocaran en la unión de España bien con Austria, bien con Francia, creando así un poder hegemónico en el continente que amenazaría la posición de las demás potencias, en particular los Países Bajos e Inglaterra. Para muchos, la única solución pasaba por designar a un sucesor de compromiso, como el príncipe de Baviera, y repartir los dominios de España en Europa e incluso América entre los demás países.

Choque entre Francia y Austria

En 1698 Luis XIV negoció con Inglaterra un primer tratado de reparto, por el que, a la muerte de Carlos II, el príncipe José Fernando de Baviera recibiría los reinos peninsulares, los Países Bajos y las Indias, mientras que Francia se quedaría con Nápoles y Guipúzcoa, y el archiduque Carlos obtendría el ducado de Milán. Sin embargo, Viena rechazó el acuerdo rotundamente, y en Madrid el rey firmó, el 11 de noviembre de 1698, un testamento que dejaba claro que el conjunto de la monarquía era indivisible y que su heredero universal y legítimo era el príncipe José Fernando. Este plan resultó trastocado cuando el niño de siete años falleció inesperadamente en febrero de 1699: la tercera vía desapareció con él.

En 1698, Luis XIV negoció con Inglaterra un primer tratado de reparto de territorios cuando se produjese la muerte de Carlos II.

Luis XIV, el Rey Sol. Retrato por Hyacinthe Rigaud, 1701. Museo del Prado, Madrid. 

Luis XIV, el Rey Sol. Retrato por Hyacinthe Rigaud, 1701. Museo del Prado, Madrid. 

Luis XIV, el Rey Sol. Retrato por Hyacinthe Rigaud, 1701. Museo del Prado, Madrid. 

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Francia e Inglaterra propusieron entonces al emperador reconocer al archiduque Carlos como rey de España, los Países Bajos y las Indias, si el Rey Sol se llevaba la misma parte que en el anterior reparto. Pero el emperador se opuso, y Luis XIV decidió eliminar los obstáculos a sus planes en la corte de España.

El primero era el conde de Oropesa, presidente del consejo de Castilla y principal valedor de la sucesión austríaca. Una mañana de abril de 1699 estalló en la plaza Mayor de Madrid el llamado "motín de los gatos", organizado seguramente por alborotadores interesados. La protesta por el precio del pan derivó en gritos de muerte a Oropoesa, responsable del abastecimiento de la capital, que fue destituido y huyó de Madrid.

Los hechizos del rey

El segundo obstáculo era la voluntad del rey. Entre 1698 y 1699 se desarrolló el episodio de los hechizos de Carlos II, los supuestos maleficios que habrían impedido al soberano concebir descendencia. Desde Viena se envió al mejor exorcista de Alemania, fray Mauro de Tenda, que manifestó que quien hechizó al rey había sido "alguien que tiene simpatías por las flores francesas de lis". Tras el exorcismo, a finales de 1699 Carlos II experimentó una aparente mejoría, pero enseguida volvieron los vómitos, los dolores y las diarreas.

Desde Viena se envió al mejor exorcista de Alemania, fray Mauro de Tenda, que manifestó que quien hechizó al rey había sido "alguien que tiene simpatías por las flores francesas de lis".

Nombramiento de Felipe V como rey de España el 6 de noviembre de 1700. François Pascal Simon Gérard, entre 1800 y 1824.

Nombramiento de Felipe V como rey de España el 6 de noviembre de 1700. François Pascal Simon Gérard, entre 1800 y 1824.

Nombramiento de Felipe V como rey de España el 6 de noviembre de 1700. François Pascal Simon Gérard, entre 1800 y 1824.

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Fue entonces cuando Luis XIV forzó un tercer reparto, el 25 de marzo de 1700, que añadía a la anterior división un ultimátum al emperador: si en tres meses no aceptaba las condiciones se buscaría un príncipe que recibiría la herencia reservada al archiduque. Pese a que la noticia fue leída en Madrid como una ofensa a la dignidad de la monarquía, el partido francés supo maniobrar en la corte.

Don Carlos consultó al Consejo de Estado y decidió que escribiría al papa Inocencio XII pidiendo consejo sobre la garantía que, para "mantener inseparables los reinos de mi corona y la sagrada religión", podía ofrecer "uno de los hijos segundos del delfín de Francia". El rey admitía así, pragmáticamente, que solo un príncipe galo podía mantener unida toda la herencia.

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Francia, la elegida

El papa, francófilo hasta la médula, respondió favorablemente a la consulta del rey y venció sus escrúpulos personales.Carlos II, convencido de que tal era la voluntad de Dios, se confesó, se despidió de la reina y recibió la extremaunción. El 1 de octubre, presionado por el Consejo de Castilla, que le elevó una consulta indicándole que se abriría un "abismo de confusión" tras su muerte si la sucesión no quedaba nítidamente aclarada, el rey firmó su testamento ante el cardenal Portocarrero.

El rey Carlos II se confesó, se despidió de la reina y recibió la extremaunción.

En el testamento, el monarca decía lo siguiente: "Declaro mi sucesor al Duque de Anjou, hijo segundo del Delfín, y como tal lo llamo a la sucesión de todos mis reinos y dominios". El 1 de noviembre, al término de una dura agonía –"me duele todo", se quejaba–, perdió el conocimiento y, tras un fuerte espasmo, expiró. Su postrera decisión no evitó que dos años después se desencadenara la guerra de la Sucesión española, que ensangrentó toda Europa.