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Crímenes que cambiaron la historia: episodio 8

El atentado que provocó la Primera Guerra Mundial

El archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del Imperio austrohúngaro, y su esposa fueron víctimas de un atentado a manos de un joven de 20 años de origen serbobosnio con motivaciones nacionalistas en pleno centro de Sarajevo. Aquel crimen fue el causante del inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914. ¿Cómo murieron? ¿Quién participó en el complot?

El archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del Imperio austrohúngaro, y su esposa fueron víctimas de un atentado a manos de un joven de 20 años de origen serbobosnio con motivaciones nacionalistas en pleno centro de Sarajevo. Aquel crimen fue el causante del inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914. ¿Cómo murieron? ¿Quién participó en el complot?

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

En la mañana del 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa Sofía tenían un día ajetreado por delante. El heredero del Imperio austrohúngaro estaba de visita oficial en Sarajevo, la capital de Bosnia-Herzegovina, en calidad de inspector general del ejército imperial. El archiduque llevaba tres días en la zona, intercalando obligaciones reales y visitas turísticas. Aquella mañana tenía previsto visitar el ayuntamiento de Sarajevo y, más tarde, el Museo Nacional. Su agenda estaba planificada al milímetro, pero pronto un incidente cambiaría los planes de la comitiva real, y marcaría el futuro de Europa entera. Porque, ese día, un grupo de terroristas había decidido que sería el último de la vida de Francisco Fernando de Austria.

 

¿Pero quiénes eran estos terroristas? ¿Y por qué querían matar al heredero del imperio austrohúngaro? El grupo estaba formado por siete hombres serbobosnios relacionados con la sociedad secreta serbia conocida como la Mano Negra. El objetivo de esta organización ultranacionalista -que tenía conexiones con el gobierno serbio- era liberar los Balcanes del dominio austrohúngaro, y unir a las naciones eslavas del sur en un estado federal liderado por Serbia; o, lo que es lo mismo, formar una Yugoslavia, que significa literalmente “país de los eslavos del sur”. Los siete hombres que se conjuraron en Sarajevo aquel 28 de junio creían que, para conseguir ese objetivo, el primer paso era dejar claro que iban en serio. ¿Y qué mejor que asesinar a un miembro de la familia imperial para demostrarlo?

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EL HEREDERO

Francisco Fernando de Austria era el hijo mayor del archiduque Carlos Luis y de la princesa María Annunziata de las Dos Sicilias. Su padre era hermano de Francisco José, el emperador de Austria-Hungría; os sonará del capítulo cinco, que dedicamos a su esposa, la emperatriz Sissi.

 

Francisco Fernando recibió una educación estricta, católica y conservadora. En su familia, era tradición que los hombres hiciesen carrera militar, y él no fue una excepción. La infancia de Francisco Fernando fue lo que se esperaba de ella, aunque cuando tenía solo siete años, recibió un golpe muy duro: su madre, que siempre había tenido una salud muy frágil y sufría epilepsia, murió de tuberculosis.

 

En 1889, Rudolf, el hijo del emperador y de Sissi, se suicidó. Esto convirtió a Carlos Luis, el hermano del emperador, en heredero al trono de Austria-Hungría. Pero Carlos Luis murió pocos años después. Esto significaba que Francisco Fernando, el sobrino del emperador, era ahora su heredero. Francisco Fernando tenía treinta y dos años, y había heredado también la mala salud de su madre. La posibilidad de que no viviese mucho tiempo era bastante real, así que, por si acaso se moría, no fue nombrado heredero inmediatamente. Esto no le sentó muy bien, e incluso le agrió un poco el carácter. Afortunadamente para él, su salud mejoró, y en 1898 se convirtió oficialmente en el heredero del imperio austrohúngaro.

 

Como heredero del trono de Austria-Hungría, el trabajo de Francisco Fernando era acompañar a su tío y aprender de él lo que necesitaba saber para gobernar un imperio; un imperio lleno de tensiones internas y más bien en decadencia. Pero había un detalle que lo complicaba todo más aún: el emperador y su heredero no se llevaban bien. Para Francisco Fernando, su tío era un hombre mayor desesperado por mantener su poder, y para Francisco José, su sobrino era un niñato impulsivo, demasiado impaciente por sentarse en su trono. Entre otras cosas, Francisco Fernando quería modernizar la corte y el ejército imperial, una sugerencia que, en realidad, era bastante razonable. Sin embargo, el emperador no quería ni oír hablar de ello, y, en general, siempre que tenía que tomar decisiones, lo hacía sin consultar a su sobrino.

La posibilidad de que no viviese mucho tiempo era bastante real, así que, por si acaso se moría, no fue nombrado heredero inmediatamente

Pero Francisco Fernando no era el tipo de persona que se limitaba a imitar a sus mayores. El heredero del imperio desarrolló ideas propias sobre el futuro de la monarquía. Criticó que austríacos, alemanes y húngaros tuviesen más privilegios que las demás nacionalidades que formaban el imperio. De hecho, su objetivo era implicar más a los pueblos eslavos en los asuntos de gobierno. También defendió una política de exteriores moderada, y se opuso a los planes expansionistas del Estado Mayor austrohúngaro en los Balcanes. Francisco Fernando sabía que esto podía elevar la tensión y causar una guerra contra Serbia, y no estaba seguro de que el ejército imperial tuviese las de ganar si esto ocurría. A pesar de que en su época sus detractores lo retrataban como a un personaje belicista, lo cierto es que el heredero no era muy favorable a la guerra. Él lo que quería era que las cosas fuesen como en los buenos tiempos de los Habsburgo.

 

El archiduque Francisco Fernando era un hombre inteligente y de principios morales sólidos. Pero también mostraba ciertas tendencias absolutistas. Aunque tenía ideas novedosas y se rebeló contra algunas normas, Francisco Fernando representaba a la Austria conservadora y feudal. El heredero del imperio era un hombre de mentalidad tradicionalista, antidemocrática y clerical, que odiaba todo lo moderno y lo industrial. Creía en el centralismo como manera de consolidar el poder y contener las fuerzas nacionalistas, y buscaba cooperar más con Alemania y reconciliarse con Rusia; así, podría crear una alianza entre las monarquías más conservadoras de Europa. Un plan francamente ambicioso, tal y como estaban las cosas entonces…

 

CHOQUE DE IMPERIOS

Una de las grandes fuentes de inestabilidad en los siglos XIX y XX en Europa fue el Imperio otomano. Y no por su poder, sino por su decadencia y desintegración. Los territorios que había dominado durante más de cinco siglos se habían ido liberando de su control. Algunos de estos territorios habían pasado a pertenecer al Imperio ruso, otros al Imperio austrohúngaro, y otros se habían declarado independientes… aunque dependían de la protección de uno de los imperios. Otra fuente de tensión constante eran los pueblos que formaban parte de uno de los bloques imperiales, pero que querían liberarse de ellos. Este fue el caso de Serbia, que no estaba conforme con los límites de su reino. Serbia consideraba que tenía el derecho legítimo de gobernar en tierras como Kosovo, Montenegro o Bosnia. Austria-Hungría no lo veía así, y en 1908 anexionó Bosnia a su imperio. Tanto este movimiento como otros por parte de Serbia estuvieron a punto de costar una guerra, y las relaciones entre los dos lados se fueron tensando cada vez más…

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La osadía de Serbia en su política exterior no era solo fruto del fervor nacionalista del gobierno de Belgrado. Los ministros serbios sabían que contaban con un aliado de peso que no permitiría que Austria-Hungría los atacase sin más. Ese gran aliado era el Imperio ruso. En una época en la que la identidad nacional estaba cosida a los orígenes étnicos del país, Rusia veía los otros pueblos eslavos como primos lejanos a los que tenía el deber de proteger. Así, tenemos que Serbia quería formar y reinar en una confederación de estados eslavos del sur, o Yugoslavia; pero estos países estaban entonces bajo el control del Imperio austrohúngaro. Por otro lado, Serbia y los demás pueblos eslavos del sur eran aliados de Rusia; por tanto, Rusia veía a Austria-Hungría como enemiga potencial. Así, se podría decir que la idea de Francisco Fernando de Austria aliándose con Rusia era, probablemente, demasiado optimista…

 

GAVRILO PRINCIP

Al contrario que su víctima, Gavrilo Princip no se había criado en un palacio. Aunque el apellido Princip suena a realeza, Gavrilo pertenecía a una familia campesina muy humilde que se ganaba la vida como podía. Los Princip eran de origen serbio, y vivían en en Obljaj, una aldea remota del noroeste de Bosnia. Gavrilo era el segundo de los nueve hijos de Marija y Petar Princip, de los cuales seis no sobrevivieron a la infancia.

 

La vida en la aldea no era fácil, y Gavrilo era buen estudiante, así que de adolescente dejó el campo para irse a vivir a Sarajevo con su hermano mayor. Allí se matriculó en una escuela de Comercio, empezó a interesarse por la política, y entró en contacto con grupos revolucionarios serbobosnios. En 1912, cuando tenía diecisiete años, Gavrilo participó activamente en varias protestas contra el poder de los Habsburgo, la familia imperial austrohúngara. Esto le causó problemas con las autoridades, y acabó siendo expulsado de la escuela. Entonces, Gavrilo decidió irse a estudiar a Belgrado, la capital de Serbia. Cuando estalló la Primera Guerra Balcánica, entre Serbia y el Imperio otomano, Gavrilo intentó alistarse en la guerrilla para defender su país de acogida. Pero no lo consiguió: fue descartado por ser demasiado “débil y poco corpulento”. Según algunos testimonios, Gavrilo se sintió humillado por este rechazo, que sembró en él el deseo de demostrar lo valiente que podía llegar a ser.

 

En 1914, Princip y su amigo Nedeljko Cabrinovic se enteraron de que el archiduque Francisco Fernando visitaría Sarajevo en el mes de junio de ese año. Entonces, Princip tuvo una idea: aprovechar la ocasión para asesinar al archiduque y dar un golpe al Imperio austrohúngaro. Convenció a Cabrinovic y a otro amigo, Trifko Grabez, para organizar el ataque. Moviendo hilos, los tres chicos llegaron hasta Milan Ciganovic, un veterano de la Segunda Guerra de los Balcanes que tenía conexiones con la Mano Negra. Tras aprobar el complot, Ciganovic les enseñó a usar armas, les consiguió pistolas y bombas para el gran día, y también varias dosis de cianuro que venían con una instrucción importante: una vez cumplida la misión, debían suicidarse antes que dejarse apresar por la policía austríaca. Consiguieron más voluntarios para llevar a cabo el atentado, y estudiaron las posiciones que debían ocupar cada uno de ellos. El plan estaba a punto.

 

UN PLAN TRANQUILO

El 28 de junio, el archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofía llegaron a Sarajevo en tren y subieron a un coche que los llevaría al edificio del ayuntamiento, en el centro de la ciudad. Junto a ellos iban Oskar Potiorek, el gobernador de Bosnia, y el conde von Harrach, el guardaespaldas del archiduque. La comitiva la completaban cuatro coches más que llevaban a autoridades locales y a miembros del séquito real.

 

Normalmente, la esposa del archiduque no tenía permitido aparecer a su lado en público. ¿Por qué? Pues porque el suyo era un matrimonio morganático, es decir, que marido y esposa no tenían el mismo rango. Según las normas de aquella época, los Habsburgo solo podían casarse con miembros de dinastías europeas que reinasen o hubiesen reinado en el pasado. Sofía pertenecía a los Chotek, una familia de nobles de Bohemia muy respetable, pero que no cumplía esa condición. Sin embargo, el archiduque estaba decidido a casarse con ella, y nadie le pudo convencer de lo contrario; ni siquiera su tío, el emperador, que se oponía radicalmente a la unión. Al final, Francisco José permitió que su sobrino y heredero se casase con Sofía, a

condición de que ella no compartiese su título y privilegios, y de que sus hijos fuesen excluidos de la dinastía Habsburgo; casi como si fuesen bastardos. Así, Francisco Fernando se casó con Sofía, el amor de su vida, contra la voluntad del emperador, renunciando a los derechos sucesorios de sus futuros hijos, y desafiando las leyes matrimoniales de su familia, de las que dijo lo siguiente:

 

“Cuando la gente como nosotros se enamora de alguien, siempre hay algún detalle del árbol genealógico de esa persona que prohíbe el matrimonio, y por eso en nuestra familia maridos y esposas están emparentados veinte veces más de lo normal. El resultado es que la mitad de nuestros hijos salen idiotas y epilépticos”.

 

En la corte de Viena, Sofía era tratada como una intrusa, cosa que disgustaba mucho a Francisco Fernando y que aumentaba su antipatía hacia la sociedad cortesana austríaca. Durante aquel viaje a Bosnia, la pareja se sentía más cómoda que normalmente, libre de las restricciones y protocolos de la corte. Además, justamente ese día era su aniversario de bodas, y estaban decididos a pasarlo como el matrimonio bien avenido que era: juntos y sin esconderse.

 

Aunque ellos estaban de celebración, la fecha de la visita de Francisco Fernando y Sofía no era muy afortunada. El 28 de junio, día de San Vito, los eslavos del sur conmemoraban el aniversario de un día doloroso: el de la derrota de Serbia a manos del Imperio otomano, en 1389. Las celebraciones de San Vito de este año, 1914, iban a ser especialmente intensas, porque este era el primer aniversario de la derrota serbia desde la liberación de Kosovo en la Segunda Guerra de los Balcanes, el año anterior. Para los nacionalistas serbios, la presencia del heredero del Imperio austrohúngaro en Sarajevo justamente este día era una ofensa simbólica que merecía una respuesta.

 

El archiduque había sido informado de que los ánimos estaban caldeados y de que podía haber algún incidente. Pero no le preocupaba lo más mínimo. De hecho, la noche anterior, Francisco Fernando y su esposa habían visto al líder bosniocroata Josip Sunaric, que había advertido a las autoridades locales de que no era un buen momento para la visita. Sofía le había intentado tranquilizar con estas palabras:

 

“Querido Doctor Sunaric, resulta que se equivocaba. En cada lugar que hemos visitado hemos sido tratados con mucha simpatía, cordialidad y cariño, ¡también por parte de los serbios! Estamos muy contentos”.

 

Francisco Fernando era conocido por tener poca paciencia con las medidas de seguridad, y, después de varios días inspeccionando las maniobras de su ejército en Bosnia quería que esta última parte de su viaje fuese más relajada. El heredero del imperio no veía motivos para inquietarse, porque no se sentía en peligro. Sin ir más lejos, unos días antes había acompañado a su esposa de compras por las calles laberínticas del bazar de Sarajevo. Si alguien les hubiese querido atacar, hubiese

podido hacerlo entonces fácilmente, y, sin embargo, no había pasado nada. Lo que Francisco Fernando no sabía era que Gavrilo Princip también había estado allí, siguiendo sus movimientos de cerca…

 

La visita del archiduque había sido ampliamente publicitada, y eso incluía el recorrido que haría en coche por el centro de Sarajevo para saludar a sus súbditos. Así, Gavrilo Princip y sus compinches sabían exactamente dónde esperar para atacar. Siete hombres en total, varios de ellos muy jóvenes, se posicionaron a lo largo de la avenida Appel, la calle que la comitiva iba a recorrer. Los conspiradores iban cargados: llevaban bombas del tamaño de pastillas de jabón atadas a sus cinturas, revólveres en los bolsillos, y cianuro, para quitarse la vida si era necesario. La estrategia era que, si uno de ellos era detenido, fallaba o simplemente no conseguía actuar, otro ocuparía su lugar enseguida. Así, el éxito estaba asegurado.

 

El archiduque y su esposa viajaban en un coche con la capota bajada, sorprendentemente despreocupados y desprotegidos. El jefe de su guardia personal había subido a uno de los coches y había dejado a sus hombres en la estación de tren, y no había tropas escoltando la comitiva. Cualquiera hubiese podido acercarse a Francisco Fernando y Sofía; era tan fácil tirarles una flor como una piedra.

 

Los coches avanzaban por la Avenida Appel, bordeando el río Miljacka, con Francisco Fernando y Sofía sonriendo y saludando a la multitud. El primero de los conspiradores que los vio pasar fue el bosnio Muhamed Mehmedbasic, que estaba posicionado junto al puente Cumurija. Rodeado de gente que vitoreaba al archiduque y su esposa, se preparó para lanzar su bomba. Tenía que hacerlo rápido y sin dudar, porque una vez que le quitase el seguro -que provocaría un ruido considerable- tendría que tirarla; no habría vuelta atrás. Mehmedbasic consiguió sacar la bomba de su envoltorio, pero entonces notó que había alguien detrás de él y quedó petrificado. La comitiva pasó de largo.

 

El siguiente en la línea de ataque era Cabrinovic, el amigo de Princip. Cuando el coche del archiduque se acercaba, lanzó su bomba. El guardaespaldas de Francisco Fernando, el conde von Harrach, oyó el ruído causado al quitarle el seguro a la bomba, y pensó que se había pinchado una rueda. Pero el conductor del coche vio la bomba volando hacia ellos, y pisó el acelerador. Cabrinovic había fallado, pero por poco. La bomba cayó a la carretera y explotó bajo el coche que seguía al del archiduque, hiriendo a varios de los oficiales que iban dentro.

 

Inmediatamente después de tirar la bomba, Cabrinovic se tomó su dosis de cianuro y se tiró al río Miljacka. Pero no le sirvió de nada: el veneno era de mala calidad, así que lo único que hizo fue causarle quemaduras en la garganta y el estómago. Para empeorar las cosas, el río estaba demasiado seco para ahogarse en él. Cabrinovic fue detenido enseguida.

 

En lugar de cancelar el desfile, Francisco Fernando decidió continuar el camino hacia el ayuntamiento, y después pasar por el hospital, a donde habían sido enviados los heridos. El archiduque estaba convencido de que el atacante era un perturbado que actuaba solo, así que no se preocupó. Los coches reanudaron su itinerario, entre polvo y humo.

 

Los demás conspiradores continuaban en sus puestos, perfectamente posicionados para reanudar el plan regicida, pero los nervios y la falta de experiencia les jugó una mala pasada. Tres de ellos perdieron los nervios cuando vieron acercarse al coche del archiduque. Vaso Cubrilovic, el más joven del grupo, quedó paralizado al ver a la esposa de Francisco Fernando junto a él. Según declaró después, sintió pena por ella, y fue incapaz de reaccionar. A Cvijetko Popovic le pasó algo parecido cuando vio al propio archiduque, y fue incapaz de mover un dedo.

 

Cuando oyó la explosión de la bomba de Cabrinovic, Gavrilo Princip dio por hecho que el trabajo estaba hecho. Pero al correr hacia la posición de su compañero, vio que la policía se lo llevaba, y entendió que el ataque había fracasado. Princip intentó acercarse al coche del archiduque para dispararle, pero estaba demasiado lejos. Con una calma admirable, el chico recordó que, según la trayectoria anunciada, el coche volvería a pasar cerca de donde estaba. Entonces fue tranquilamente hacia la posición que minutos antes había ocupado otro de los conspiradores, Trifko Grabez. Grabez había ido a buscar a Princip tras la explosión, y se había perdido entre la multitud. Según explicó después, había tanta gente que fue incapaz de sacar su bomba cuando le llegó el turno de actuar.

 

La comitiva del archiduque llegó al ayuntamiento, donde hubo un momento, digamos, tragicómico. El alcalde de Sarajevo tenía preparado un discurso de bienvenida para Francisco Fernando y Sofía. Pero tras el incidente de la bomba no había tenido tiempo de modificar su guion, y estaba demasiado nervioso para improvisar algo nuevo. Así que se puso a leer, como si no hubiese pasado nada:

 

“Todos los ciudadanos de la ciudad capital de Sarajevo sienten sus almas rebosantes de felicidad, y reciben con entusiasmo la ilustrísima visita de Su Alteza con la más cordial bienvenida…”.

 

A medio discurso, el archiduque lo interrumpió y, furioso, dijo:

 

“¡Vengo aquí como invitado, y su gente me recibe con bombas!”.

 

Entonces, Sofía susurró algo al oído de su marido. Este recobró la calma, y le pidió al alcalde que continuase. Los ánimos se sosegaron, y el acto continuó con cordialidad.

 

Una vez terminados los discursos, la comitiva decidió cancelar el resto de las visitas públicas anunciadas para ese día. Potiorek dijo que no valía la pena correr el riesgo de exponerse a un segundo atentado. El archiduque estaba de acuerdo, pero quería pasar por el hospital a visitar a los heridos en el incidente de la bomba. Así, en vez de tomar la calle Francisco José para ir al Museo Nacional, como estaba previsto, acordaron volver por la avenida Appel, en dirección al hospital.

 

La comitiva se puso en marcha, pero había un pequeño problema: los conductores eran checos, no entendían el alemán, y nadie les explicó el cambio de planes. Al llegar a la esquina con la calle Francisco José, los coches giraron para bajar en dirección al Museo Nacional, tal y como se les había indicado a los conductores aquella mañana. Potiorek gritó al conductor del vehículo y le hizo entender que iba en la dirección errónea. El coche no tenía marcha atrás, así que el conductor no tenía más remedio que apagar el motor y dejar que el coche se moviese hacia atrás aprovechando la inercia de la pendiente. Gavrilo Princip, que sabía que el coche entraría por esa calle según el plan previsto, estaba posicionado junto a una tienda en la calle Francisco José, y se encontró con el coche del archiduque prácticamente parado. Era su momento.

 

Princip intentó lanzar la bomba que llevaba sujeta a la cintura, pero fue incapaz de quitarle el envoltorio. Entonces, sacó su revólver y soltó dos disparos a bocajarro.

 

En un primer momento, parecía que Princip había fallado, porque Francisco Fernando y Sofía estaban quietos, sentados en sus asientos. Pero no era el caso. Princip (SUBE MÚSICA DRAMÁTICA) había acertado de pleno. La primera bala había atravesado la puerta del coche y había ido a parar al abdomen de Sofía, cortándole la arteria gástrica; la segunda, había alcanzado a Francisco Fernando en el cuello, rompiéndole la yugular.

 

Sofía cayó de lado, y su cabeza quedó entre las rodillas de su marido. Potiorek pensó que se había desmayado, pero cuando vio que al archiduque le asomaba un hilo de sangre por la boca, se dio cuenta de que pasaba algo grave. El conde von Harrach saltó al asiento de atrás e intentó mantener a Francisco Fernando erguido. Entonces, oyó unas palabras que pasarían a la historia de los Habsburgo:

 

“¡Sofía, Sofía, no te mueras! ¡Tienes que sobrevivir, por nuestros hijos!”.

 

Von Harrach preguntó al archiduque si sentía dolor. El contestó que no era nada, y cayo inconsciente. El conductor los llevó al palacio del gobernador. Cuando llegaron allí, Sofía ya no respiraba, y Francisco Fernando estaba en coma. Su mayordomo se arrodilló junto a él y le preguntó si tenía algún mensaje para sus hijos… Pero no hubo respuesta. El heredero al trono del Imperio austrohúngaro había muerto.

 

JUICIO Y CONDENA

Tras disparar al archiduque y a su esposa, Gavrilo Princip se vio rodeado por una muchedumbre enfurecida. Intentó dispararse en la sien con su revólver, pero alguien se lo quitó de la mano. Entonces ingirió el cianuro que llevaba encima, pero no fue capaz de tragarlo. Los testigos de la escena lo golpearon, lo patearon y lo apalearon con bastones. Si la policía no lo hubiese rescatado, habría sido linchado allí mismo.

 

El juez que se encargó del caso describió así a Princip: “El joven asesino era menudo, raquítico, de piel amarillenta y rasgos angulosos. Era difícil imaginar que un individuo de aspecto tan frágil pudiese haber cometido un crimen tan serio”. Inicialmente, Princip declaró que había actuado solo, y que había sido casualidad que Cabrinovic también tuviese planes regicidas aquel día. Al principio, Cabrinovic confirmó la versión de Princip, pero más tarde reconoció que habían ideado el ataque juntos en Belgrado, la capital serbia. También confesó que habían conseguido las armas a través de antiguos partisanos serbios, y dio el nombre de Ciganovic. La policía continuó investigando e identificó a los demás conspiradores. Ninguno de los detenidos mencionó a la Mano Negra, pero las autoridades intuían la complicidad de Serbia en el ataque. El ministro de Austria lo expresó así:

 

“No me atrevo a acusar del asesinato directamente al gobierno de Belgrado, pero estoy seguro de que es culpable indirectamente. Los responsables del crimen no se encuentran solo entre las masas ignorantes, sino también en el Departamento de Propaganda del Ministerio de Exteriores serbio; entre profesores universitarios y editores de periódicos que durante años han sembrado el odio y ahora han recogido el asesinato”.

 

Según los historiadores, el coronel serbio Dragutin Dimitrijević, conocido como Apis, fue el posible autor intelectual de la conspiración. Apis era el líder de la Mano Negra, y había participado personalmente en el asesinato del rey Alejandro de Serbia, en 1903. Así, Apis habría aprovechado el fervor patriótico de un grupo de chavales para entrar en conflicto abierto con Austria-Hungría. Pero la policía nunca pudo demostrar su implicación en el asesinato de Francisco Fernando de Austria, así que no fue condenado.

 

Al final del juicio, Gavrilo Princip y veintidós personas más fueron acusadas de traición y asesinato. Princip declaró que su intención era matar a Francisco Fernando y a Potiorek, no a Sofía, y que le apenaba haberla matado a ella por error; pero era lo único que lamentaba. Así lo explicó en el juicio:

 

“Soy nacionalista yugoslavo, y mi objetivo es conseguir la unificación de todos los yugoslavos. Me da igual en qué tipo de estado sea, pero debemos ser libres de Austria. El plan era unir a todos los eslavos del sur. La idea era que Serbia, al ser la parte libre de los pueblos eslavos del sur, tenía el deber moral de ayudar en la unificación, y ser para los eslavos del sur lo que el Piamonte fue para Italia… En mi opinión, todo serbio, croata o esloveno debería ser enemigo de Austria”.

 

Princip solo tenía diecinueve años entonces, y, según la ley austrohúngara, los menores de veinte años no podían recibir la pena de muerte; así que fue condenado a veinte años de cárcel.

 

La noticia del asesinato del archiduque Francisco Fernando y de su esposa fue recibida con gran consternación en Austria-Hungría. En Serbia, las reacciones fueron más variadas. Según observadores austríacos, las condolencias del gobierno de Belgrado contrastaban con la alegría que expresaba parte de la población. El cónsul austríaco en Kosovo informó de que había visto “masas fanáticas” celebrando eufóricamente el asesinato. Pero varios diarios de la época también informaron de que hubo manifestaciones contra Serbia en Sarajevo. La prensa austrohúngara y la serbia se acusaron mutuamente de los asesinatos, y la situación se volvió casi insostenible.

 

Unos días después del atentado, los líderes austrohúngaros enviaron a Serbia una serie de condiciones que sabían que esta no aceptaría. El subsiguiente ataque austrohúngaro provocó el efecto dominó que hizo que la guerra fuese global. Rusia atacó a Austria, Alemania a Rusia y Francia a Alemania. Cuando esta atacó a Francia a través de Bélgica, el Imperio Británico también entró en el conflicto. Empezaron así cuatro años de horror que cambiarían el continente para siempre.

 

EL FINAL DE PRINCIP

Las condiciones de vida de Princip en prisión eran durísimas; tanto, que intentó ahorcarse con una toalla. En cuanto a lo que ocurrió tras el asesinato del archiduque, el psiquiatra que trató a Princip en la cárcel escribió que el chico aseguraba que la Primera Guerra Mundial hubiese acabado estallando sí o sí, y que él no podía sentirse responsable de esa catástrofe. Tras dos años encerrado, Princip estaba tan enfermo de tuberculosis que tuvieron que amputarle un brazo. En abril de 1918, casi cuatro años después de aquel fatídico 28 de junio, Princip murió, enfermo, desnutrido y solo. Tenía solo veintitrés años. La guerra que él había desencadenado aún no había terminado. Se acabaría cobrando más de 16 millones de vidas.