El orgullo de Suecia

El vasa, un barco hundido del siglo XVII

En 1628, el mayor buque de la armada sueca no llegó a salir del puerto de Estocolmo: se hundió y no fue rescatado hasta 1961

El Vasa tal como puede verse hoy día en el Museo Vasa de Estocolmo, tras el proceso de restauración.

Foto: Wikimedia Commons

El 10 de agosto de 1628, el comandante Söfring Hansson mandaba izar las velas del Vasa, el nuevo navío de guerra del rey Gustavo II Adolfo de Suecia. Era un despejado domingo de verano, sobre las tres o cuatro de la tarde, y en el puerto de Estocolmo soplaba una suave brisa del sur. El estruendo de los cañones resonaba en los oídos de quienes habían ido a despedir la nave. Algunos familiares de los marineros habían subido a bordo para acompañar al navío en su primer periplo por la zona.

Pero el primer viaje del Vasa no se prolongó más de 1.500 metros: una fuerte ráfaga de viento escoró la nave, el agua empezó a entrar por las troneras de los cañones de la batería baja y el barco se hundió en las frías aguas del puerto de Estocolmo. De las 150 personas que iban a bordo se calcula que perecieron cerca de treinta, incluyendo mujeres y niños. Fue una auténtica catástrofe nacional: el flamante navío de guerra había sido diseñado para fortalecer la presencia sueca en el Báltico y como instrumento de propaganda, y entre los asistentes a la botadura había diplomáticos extranjeros. Inmediatamente, la marina sueca ordenó una investigación para determinar las causas del hundimiento. Pero la vista duró apenas un día y no se condenó a nadie.

Intentos de rescate

Los intentos de salvamento comenzaron de inmediato, con el ingeniero inglés Ian Bulmer al mando. El mástil principal sobresalía en ángulo y Bulmer logró enderezar el casco. Pero sus esfuerzos por reflotar el navío fueron vanos y sólo lograron que la nave se hundiese más en el lodo.

Construido como símbolo del poder sueco, el hundimiento del Vasa supuso un duro golpe al prestigio del Rey Gustavo II Adolfo

Foto: Wikimedia Commons

En 1663, el sueco Hans Albrekt von Treileben propuso rescatar los cañones de bronce de 24 libras del Vasa. Una vez obtenido el permiso, se asoció con el alemán Andreas Peckell para realizar el salvamento mediante una campana de buceo. Esta técnica, ya mencionada por Aristóteles, consistía en sumergir una campana en el agua de manera que los buzos pudieran respirar mientras realizaban las labores de salvamento. Se pudieron rescatar más de cincuenta de los 64 cañones del Vasa, aunque para acceder a ellos se tuvo que destruir parte de la cubierta superior. En el siglo XIX se sucedieron varias visitas de buceadores al pecio, y en 1920 se propuso un plan para rescatar el barco. Sin embargo, el proyecto no vería la luz hasta la llegada de Anders Franzén en la década de 1950.

Las impresionantes tallas de la popa del navío lo convirtieron en una verdadera obra de arte.

Foto: Wikimedia Commons

Franzén era un técnico marino que, aunque no terminó sus estudios de ingeniería naval, desarrolló gran interés por la historia náutica. Al estudiar naufragios históricos se dio cuenta de que las condiciones salinas de las aguas del Báltico protegían la madera de los barcos de la broma o Teredo navalis, un molusco que se alimenta sobre todo de madera, así que dedujo que el Vasa y sus «tesoros» debían de estar intactos. Comenzó entonces la ardua tarea de localizar el pecio. La búsqueda en archivos y las prospecciones en el puerto tardaron tres años en dar frutos.

El Vasa sale a flote

En agosto de 1956, Franzén y su equipo (formado por Per Edvin Fälting y otros buzos de la marina sueca) recogieron unos fragmentos de madera de roble negro que les hicieron presentir que habían localizado el navío. Llevaron la propuesta de prospección a la marina y en poco tiempo se aprobó el plan de rescate. Se decidió que la excelente conservación del barco justificaba su reflotación; para ello se hicieron seis túneles bajo el casco que permitirían pasar unos cables con los que se alzaría el barco usando dos pontones de gran tamaño. La idea era izar el barco lo suficiente como para permitir su reparación bajo el agua y que pudiera entrar en dique seco sin la ayuda de los pontones, que no podrían remolcarlo hasta su interior.

El Vasa es levantado del fondo marino mediante cables de acero

Foto: Wikimedia Commons

La tarea no fue nada sencilla, pero el esfuerzo se vio recompensado. El 24 de abril de 1961, a las nueve de la mañana, mientras todo el país contenía la respiración, las primeras maderas del Vasa volvieron a ver la luz tras más de tres siglos sumidas en la oscuridad. A continuación, se puso en marcha un ambicioso proyecto de conservación, de enorme complejidad técnica, que permitió por primera vez salva- guardar el casco completo de un barco y preservar unos 25.000 objetos.

El aire, una amenaza

El mayor desafío del proceso fue el casco. La madera empapada mantiene su forma gracias a que su estructura celular está rellena de agua. Si ésta se evapora, la madera comienza a encogerse y agrietarse, hasta que se destruye a los pocos días de estar en contacto con el aire. Por ello, el Vasa debía ser tratado con un método que permitiese extraer el agua y evitase la destrucción de la madera.

El barco tuvo que pasar varios meses en dique seco para extraer el agua y recubrir su casco con cera.

Foto: Wikimedia Commons

El método elegido fue la pulverización de la madera con polietilén glicol (PEG), una cera sintética capaz de mezclarse con agua. El PEG tiene la capacidad de penetrar en la madera, sustituir el agua contenida en ésta, desecándola progresivamente y evitando su destrucción. Aunque la técnica era conocida, jamás se había intentado conservar un volumen tan grande de madera anegada. Hasta 580 toneladas de agua debían ser extraídas del casco, que entre 1962 y 1979 se pulverizó con una solución de PEG y agua.

Hoy la nave se puede contemplar en el museo Vasa de Estocolmo.

Foto: Wikimedia Commons

Pero la conservación del Vasa no acabó en 1979. En el año 2000 se descubrió que la madera rezumaba sales de azufre, que habían penetrado en la madera durante los trescientos años en los que el navío permaneció bajo el agua. El azufre, mezclado con el óxido de hierro resultado de la oxidación de los más de 5.000 pernos originales del casco, producía ácido sulfúrico.

En 2003 se calculó que en el casco se habían formado dos toneladas de ácido sulfúrico, lo que ponía en serio peligro su preservación. Expertos de todo el mundo buscaron soluciones para controlar la amenaza, y hoy en día se puede decir que el problema está bajo control, aunque no del todo solucionado. Todos estos esfuerzos pretenden garantizar la preservación del pecio para poder seguir viendo un auténtico barco del siglo XVII –el único del mundo– en el Museo Vasa de Estocolmo.

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