Hablamos con el conde de Snowdon, hijo de la princesa Margarita: "Mi madre tenía una personalidad muy fuerte, opiniones muy claras, era muy intelectual y muy lista"

Recuperamos nuestra entrevista de diciembre de 2019 con David Armstrong-Jones, sobrino de Isabel II, sobre su vida entre palacios, su juventud en Mustique y cómo decidió ser ebanista.

El conde de Snowdon posando para Vanity Fair

© Jorge Monedero

Mientras paseamos por unos vacíos y recargados pasillos del palacio de Buckingham —el lugar que su antepasada, la reina Victoria, convirtió en su residencia tras ser coronada en 1838—, David Armstrong-Jones (Londres, 1961) me comenta con la media sonrisa que lo caracteriza: “Aquí es donde empecé a ir al colegio”. No miente. El hoy segundo conde de Snowdon —título que heredó de su padre— comenzó su educación con el príncipe Andrés y unos tutores particulares en este lugar de película. Miro las columnas de mármol, los frescos, los terciopelos rosas y rojos y los paños de oro que cubren cada cornisa y, absurdamente, se me escapa preguntarle si le parecía normal ir a clase en un ambiente tan extraordinario. “Tenía cinco años. Fue mi primer colegio. A esa edad no tenía nada con lo que comparar”, comenta en un inglés tan perfecto y elegante que hace que los actores de Downton Abbey suenen como estibadores. En Inglaterra se denomina Queen’s English a esa impecable dicción con la que se comunican las altas esferas, un código fonético que identifica la clase a la que se pertenece nada más abrir la boca. Pero el conde de Snowdon no solo habla Queen’s English, su querida tía y madrina es la reina Isabel II.

Armstrong-Jones creció entre la realeza y la bohemia, arrancó su carrera como ebanista y a sus 58 años es presidente honorario de la casa de subastas Christie’s. Su madre, la princesa Margarita —interpretada por Helena Bonham Carter en la tercera temporada de The Crown—, fue una princesa rompedora que se casó con el fotógrafo Antony Armstrong-Jones. Tuvo dos hijos, David y lady Sarah Chatto, y llevó una vida repleta de emociones y escándalos que proporcionó jugosos titulares hasta su muerte en 2002.

El conde de Snowdon posa para Vanity Fair en la casa de subastas de Christie's

© Jorge Monedero

La familia residía, como luego hizo la princesa Diana y más recientemente el príncipe Guillermo y Kate, en un ala del palacio de Kensington que ocupaba cuatro plantas. “Vivíamos en un palacio, pero nuestra vida era mucho más sencilla de lo que se imagina. Teníamos nuestra propia cocina, donde todos cocinábamos, y una televisión”. (Aviso al lector: las salas de tele y cocinas familiares no son tan comunes en los palacios y mansiones británicas, donde los pequeños espacios para la vida en familia son difíciles de encajar entre tanta obra de arte). La familia de Armstrong-Jones también rompió otros moldes palaciegos inimaginables para su época: “Mi padre tenía un taller de soldadura donde hacía esculturas como el Aviary del zoo de Regent’s Park en Londres, que ahora Norman Foster va a reinterpretar”.

La princesa Margarita y su marido apostaron por la modernidad y llevaron ellos mismos a sus hijos al colegio muchos años antes de que fuera algo común. La princesa Diana siguió sus pasos y hoy en día cada casa real europea practica el drop off, al menos el primer día de clase. “Mis padres nunca nos hablaron como si fuéramos niños. Nos trataban como pequeños adultos. Nos llevaban al teatro, a la National Gallery, a la ópera, al ballet y nos preguntaban nuestra opinión. También nos llevaban a estudios de artistas y diseñadores y mi padre nos invitaba a sus sesiones fotográficas. Si había reuniones en casa, bajábamos a saludar en pijama”.

David Armstrong-Jones con sus padres y su hermana, Sarah Chatto, 1969.

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Y así, con zapatillas de andar por casa y sin saber la importancia que tenían en el mundo, conoció a celebrities como Elizabeth Taylor, Richard Burton, Frank Sinatra, The Mamas and The Papas y a cualquiera que pasara por aquel Londres vanguardista y cultural de los sesenta.

El día de la sesión de fotos entramos en la sede de Christie’s, donde es presidente honorario. En cuanto le abren la puerta, practica con el ejemplo, como le enseñó su madre, y saluda al portero y al transportista con la misma sonrisa que ofrecería a un importante coleccionista. En su oficina no hay mesa de despacho ni ordenador, pero destaca un fabuloso cuadro de su madre, la princesa Margarita, una mujer tan fascinante como desdichada. Icono de moda, foco de escándalos, el enorme óleo de Carlo Pietro Annigoni corona la butaca donde se sienta. Lanza una mirada hacia arriba repleta de toda la ternura que un hijo puede transmitir hacia una madre que considera excepcional y a la que, 17 años después de su muerte, sigue echando de menos. “Desde ahí, vela por mí”, asegura y, tras una fugaz pausa, recupera su sonrisa protectora.

El conde de Snowdon en su despacho junto a un cuadro de la princesa Margarita obra de Carlos Pietro Annigoni.

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No es de extrañar entonces que hoy el conde de Snowdon llegue a cenas de gala en bicicleta vestido de esmoquin y que sea, a pesar de su estatus, una persona sencilla que cree firmemente en la importancia de los buenos modales como salvaguarda de cualquier sociedad civilizada: “La gente está perdiendo la costumbre de algo tan sencillo como saludar y mirar a los otros a los ojos. Dar los buenos días no es tan difícil”. En un mundo dominado por la esclavitud de la tecnología, “mantener los principios de la más simple cortesía tiene que seguir siendo relevante”, dice y se lamenta por la pérdida de tradiciones también en el vestir. En la glamurosa época de sus padres, en la que la princesa vestía de Dior y la fotografiaba Cecil Beaton, las cosas eran distintas: “Antes, la gente vestía esmoquin en las noches informales y en las formales, chaqué. Ahora, va a los restaurantes en sandalias y pantalón corto”.

Un devastador primer amor

Armstrong-Jones describe a su madre como una persona sin prejuicios que podía reconocer a gente buena a cualquier nivel. Alguien incomprendido por sus críticos: “Nunca conseguiré que sepan cómo era de verdad, porque la gente tiende a creer lo que le conviene. Mi madre tenía una personalidad muy fuerte, opiniones muy claras, era muy intelectual y muy lista. Encontrar una combinación así es muy difícil. Era una pianista y cantante excepcional, hacía el crucigrama de The Times cada mañana y por las noches se quedaba hasta las dos de la madrugada haciendo más. Necesitaba tener su mente ocupada”.

El escritor Gore Vidal, indudable peso pesado de la intelectualidad del siglo XX, la describió como “una mujer demasiado inteligente para el puesto que le tocó ocupar”. Cuando le pregunto si cree que la serie The Crown la retrata con fidelidad, se cierra en banda y suelta tajante y misterioso: “No la he visto. Y hay otros que tampoco la han visto, te lo puedo asegurar”. Quizá es su manera de desmentir el rumor de que la reina sigue la serie. Cambia de tema y dice que solía tener mucho interés en los televisores hasta que los hicieron tan complicados que para ponerlos en marcha “necesitas un doctorado”.

David Armstrong-Jones con su madre y sus primos, Carlos y Ana, en los juegos de Braemar (Escocia), en 1968.

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Su abuelo, el rey Jorge VI, solía afirmar: “Isabel es mi orgullo y Margarita es mi alegría”. Lamentablemente, la vida de su hija pequeña —quien renunció a casarse con su gran amor, el capitán Peter Townsend, por razones de Estado— derivó hacia la infelicidad. Sus excesos y escapadas amorosas fueron diseccionados en las páginas de los tabloides con crueldad. Al menos hubo un lugar donde la princesa fue feliz: su casa de Mustique.

Les Jolies Eaux fue un regalo de boda del promotor de la isla, lord Glenconner, quien se la donó para celebrar su matrimonio con lord Snowdon en 1960. La casa, diseñada por el tío paterno de David Armstrong-Jones, el famoso escenógrafo Oliver Messel, fue también el regalo de boda que la princesa le ofreció a su hijo cuando este se casó en octubre de 1993 con Serena Alleyne Stanhope, hija del vizconde Petersham. Entre los 650 invitados de la boda, además de la familia real al completo, destacaban la princesa Diana, el rey Constantino de Grecia, el Aga Khan, Elton John y Jerry Hall.

Armstrong-Jones también tiene recuerdos felices de los primeros años de Mustique, que se convirtió en refugio de aristócratas y bohemios; Mick Jagger aún tiene casa allí. “Guardo fabulosos recuerdos de cuando empecé a ir con 23 años. Entonces la vida era muy simple. Hacer una llamada te podía llevar todo el día, así que la gente se olvidaba del mundo real y se rendía a la isla. Ahora los tiempos han cambiado. La gente circula en carros de golf colgada al móvil y mandando e-mails”, comenta. El sobrino de la reina Isabel vendió Les Jolies Eaux en 1999 y compró un remanso de paz en el Luberon provenzal, al sur de Francia. El Château d’Autet ocupó las portadas de todas las revistas cuando fotografiaron a Kate Middleton en toples en 2012. “Allí hago cosas sencillas, como ir en bicicleta o practicar senderismo”, cuenta.

Un Gepetto de sangre azul

El conde de Snowdon no tuvo ninguna oposición familiar cuando decidió dedicarse a la carpintería, otra rotura de moldes. “Mis padres me decían: ‘Dedícate a lo que te guste, pero hazlo bien y no pierdas el tiempo’. Cuando los amigos de mi madre le preguntaban: ‘¿Qué hace David?’, ella contestaba: ‘Muebles’. ‘Qué bien. ¿Y cuándo va a hacer algo en serio?’. Les podía haber dicho que tenían razón, pero mi madre no era así y jamás dudé de su apoyo”. Armstrong-Jones comenzó a diseñar a finales de los ochenta y pronto tuvo clientes como Valentino y Elton John. La tienda que abrió sigue en la prestigiosa calle de anticuarios y diseñadores en Pimlico, Londres, pero hace siete años vendió el control mayoritario.

Me quedo mirando una foto de la reina con dos caballos enmarcada en uno de los marcos de su empresa. “¿Y esto?”, pregunto. “No lo vas a creer. Fue un regalo de un cliente americano que compró uno de mis marcos y decidió enviarlo con esta foto”, asegura riendo. Uno de sus primeros trabajos fue una caja hecha a mano que su profesor elogió y que él decidió regalar a su abuela. En uno de los almuerzos oficiales de la reina madre, vio que la pasaban durante los postres llena de cigarros. Para él fue un valioso gesto con el que su abuela mostraba su orgullo por el inusual oficio de ebanista de su nieto a la vez que le ofrecía su apoyo públicamente. El amor de sus dos abuelas sigue patente y atraviesa generaciones: “Una de las cosas que lamento es que mis hijos no conocieran bien a sus abuelos”.

Su hija es lady Margarita Elizabeth Rose Alleyne Armstrong-Jones, tiene 17 años y fue dama de honor en la boda de los duques de Cambridge. Su hijo, el estudiante de Ingeniería Charles Patrick Iñigo Armstrong Jones, de 20 años, fue condecorado por la reina como paje de honor y es el vizconde de Linley, como antes fue su padre. Los dos han heredado las pasiones de sus abuelos: “Mi madre era una gran pianista y Charles también”. Su hija Margarita —escrito en español a diferencia del nombre de su abuela, Margaret— es una apasionada de la fotografía como lo fue su abuelo, fallecido en enero de 2017. Armstrong-Jones cuenta que su madre le enseñó a ser puntual y ordenado y que ella daba ejemplo: “Siempre digo que los niños no escuchan lo que les dices, pero observan cómo te comportas y eso es lo que repiten. Mis hijos tienen los pies en la tierra. Aunque les puedo dar ideas o presentarles a gente interesante, ellos deben encontrar su camino”.

David Armstrong-Jones en su boda con Serena Alleyne Stanhope, en 1993

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El conde de Snowdon ha adquirido la sabiduría de alguien que ha visto los lujos y parafernalia que ofrece la vida británica y ha optado por la sencillez. “En mi país, el Landmark Trust tiene una colección de pequeñas casas históricas restauradas que son bellísimas. Ahí haces la cama, el desayuno y vives una experiencia maravillosa. Por otro lado, están las grandes casas históricas, pero como pasa con los barcos y los jets privados, necesitas servicio; cuanto más servicio, más institucionalizadas y la experiencia es menos auténtica”.

Armstrong-Jones explica que su abuela vivió en una casa (Clarence House, hoy ocupada por Carlos y Camilla) que nunca se restauró y donde falleció en 2002, a los 101 años. “No estaba en ruinas, pero no era nueva. Resultaba inmensamente confortable”. Sobre estilos de vida, cuenta una historia de España: “Hace años visitamos seis factorías de muebles en Valencia y nos pidieron parar para comer. Nos pareció inadecuado con todo lo que teníamos que hacer. Insistimos en seguir, pero acabamos esperando en el parking porque todas las fábricas estaban cerradas a esa hora. Aprendimos la lección y al día siguiente, cuando en una de las fábricas nos invitaron a comer, hicimos los mismos negocios que en una reunión formal, pero en torno a un pollo asado y una botella de vino. Y mucho más relajados. Para mí, eso es saber vivir”.

Margarita y los escándalos

La princesa Margarita junto con el locutor de radio Roy Plomley, en 1981

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La reina y la princesa."Mi hermana y yo siempre hemos estado muy unidas, aunque ella sea cinco años mayor que yo. Fuimos educadas en casa pero no nos dejaban dar clase juntas."

Señoras de conveniencia.La agenda oficial de Margarita siempre incluía a una dama de compañía, a las que "no las elijo porque sean amigas personales, sino porque son convenientes."

Escándalos en la prensa."Encuentro ofensivas muchas de las historias que se publican (sobre mi vida privada). Por supuesto, si son completamente inventadas, una puede reírse de ellas con sus amigas. Pero creo que, desde que tengo 17 años, se me ha tergiversado y vilipendiado. (...) No merece la pena negar nada, porque lo que se dice se mí siempre es impreciso."

Chicas malas."Creo que me educaron para ser capaz de relacionarme con todo el mundo. (...) Mi tío materno (David Bowes-Lyon) nos animaba (a Isabel y a mí) a portarnos muy mal en las fiestas, como de costumbre."

La soledad."No podía aguantar estar sola mucho tiempo. Mi mente estaría todo el rato pensando cosas aterradoras. Sobre todo en la ocuridad. Me da miedo estar sola y a oscuras."