Bendición para unos, desastre para otros

La Gran Presa de Asuán, la obra faraónica del Egipto moderno

Presa de Asuán

Presa de Asuán

Foto: iStock/Adrian Wojcik

Los antiguos egipcios hablaban del Nilo como un regalo de los dioses y, como cualquier regalo divino, era caprichoso. La agricultura solo era posible en un estrecho margen alimentado por el limo de las crecidas, que podían ser escasas o demasiado abundantes, provocando respectivamente sequías o inundaciones, igualmente desastrosas.

Por ese motivo, en el siglo XX se construyeron dos presas a la altura de la primera catarata, que tomaron el nombre de la cercana localidad de Asuán, para controlar las crecidas del Nilo y, de paso, producir electricidad a gran escala para abastecer a la población siempre en aumento. La Presa de Asuán -que en realidad son dos, la Baja Presa y la Alta Presa- fue una obra faraónica en tiempos modernos, que catapultó a Egipto hacia la modernidad; pero lo hizo con un gran coste humano, cultural y ambiental.

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Una obra colosal

La primera parte de la obra, que hoy se conoce como la Baja Presa de Asuán, fue construida entre 1899 y 1902, durante el mandato británico en Egipto. Esta regulaba el caudal durante la crecida anual del Nilo para distribuirlo a lo largo del tiempo de modo que la inundación no fuera excesiva. Sin embargo, pronto salieron a la luz los errores del diseño: la altura de la presa era insuficiente, hubo que aumentarla en dos ocasiones y, aun así, seguía al límite de su capacidad.

Cuando Gamal Abdel Nasser asumió la presidencia de Egipto en 1954, una de sus prioridades fue modernizar las infraestructuras del país, incluyendo la malograda presa de Asuán. Dándola por insuficiente, se decantó por la construcción de una presa completamente nueva en un punto más alto del río. Esta no solo iba a tener más capacidad de retención, sino que al contrario que la anterior funcionaría también como embalse, creando un lago artificial -al que se dio el nombre del presidente, Nasser- y aprovechándola para generar energía hidroeléctrica, destinada a abastecer la industria y la creciente población urbana del país.

Templo de Abu Simbel a orillas del Lago Nasser

Templo de Abu Simbel a orillas del Lago Nasser

El templo de Abu Simbel en su nueva ubicación, a orillas del Lago Nasser.

Foto: iStock/ Paul Vinten

Una obra de tal envergadura era inasumible para el gobierno egipcio, que tuvo que pedir ayuda a la Unión Soviética. Esta acabó financiando alrededor de un tercio del coste total además de proporcionar maquinaria, ingenieros y constructores para llevar a cabo el proyecto. La llamada Alta Presa o Gran Presa de Asuán tardó cerca de 11 años en construirse y se inauguró en 1971; Nasser, que había muerto en septiembre del año anterior, no llegó a asistir a la culminación de su gran proyecto, pero se le concedió el honor póstumo de bautizar el lago con su nombre.

El rescate de los templos de Nubia

El proyecto estuvo desde el principio rodeado de polémica, puesto que implicaba sumergir una gran parte de la Baja Nubia. Esto suponía el reasentamiento forzoso de más de 100.000 nubios en Egipto y un número algo inferior en Sudán, así como la destrucción de un gran número de monumentos, algunos tan famosos como el templo ramésida de Abu Simbel o los templos de la isla de Philae.

Traslado de los Colosos de Ramsés

Traslado de los Colosos de Ramsés

La foto muestra los colosos del templo de Abu Simbel siendo reconstruidos en la nueva ubicación del templo, en 1967.

Foto: Per-Olow Anderson

Algunos de los monumentos más importantes pudieron salvarse gracias a una campaña de ayuda internacional promovida por la UNESCO, trasladándolos piedra por piedra a ubicaciones seguras y volviéndolos a montar, en la que seguramente sea la mayor operación de rescate del patrimonio que se haya realizado en tiempos modernos. Sin embargo, solamente 24 de ellos pudieron ser salvados: el resto se perdió para siempre bajo las aguas del Lago Nasser, así como todas las reliquias enterradas que pudiera haber a lo largo de los quinientos kilómetros de curso que quedaron anegados.

La mayoría fueron reconstruidos en el propio Egipto o en Sudán, pero cuatro de ellos fueron donados a los países que habían colaborado en el rescate como agradecimiento por su ayuda y trasladados al extranjero: el templo de Debod a Madrid, el de Ellesiya a Turín, el de Taffa a Leiden y el de Dendur a Nueva York.

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Consecuencias desiguales

Incluso para los propios egipcios, la construcción de la presa tuvo efectos desiguales. Para quienes vivían en el curso medio del río fue mayoritariamente beneficiosa, ya que permitió no solo controlar las inundaciones sino, gracias al caudal almacenado, cultivar a lo largo de todo el año. Sin embargo, la presa de Asuán no solo retiene el agua sino también el limo que hacía tan fértiles las orillas del Nilo, alterando la composición del suelo. En contraste con la población rural, los habitantes de las ciudades fueron los mayores beneficiados debido a la gran producción de electricidad en la central hidroeléctrica de la presa.

En el Delta, en cambio, las consecuencias fueron indudablemente negativas: la reducción del caudal del río ha provocado que el agua salada del mar penetre en la desembocadura, desplazando a las especies de agua dulce; además, de los siete brazos del Nilo que solían desembocar en el Mediterráneo ahora solo quedan dos. Todo ello ha tenido como consecuencia la desaparición de la actividad pesquera y la salinización de los suelos agrícolas, por no hablar de las consecuencias sobre la fauna y la flora.

Templo de Philae

Templo de Philae

Los templos de Philae, situados en la isla homónima, fueron trasladados a la cercana isla de Agilkia. El templo de Isis tiene especial valor al tratarse del último templo dedicado a los antiguos dioses egipcios que permaneció en activo y donde se encuentra la última inscripción jeroglífica de la historia.

Foto: iStock/WitR

Pero sin duda la peor parte se la llevaron los nubios, el pueblo que vive en el sur de Egipto y el norte de Sudán, al tener que desplazarse a nuevos asentamientos. Aunque estas poblaciones fueron proveídas de servicios que antes no tenían, como escuelas y hospitales, los nubios perdieron sus tierras de cultivo y muchos tuvieron que empezar a trabajar en la industria del turismo o en las plantaciones de algodón y de caña de azúcar que se crearon en los alrededores del Lago Nasser.

Si los efectos de la construcción de la Gran Presa de Asuán todavía se dejan sentir, un nuevo problema nace con una obra aún más ambiciosa río arriba, en tierras de Etiopía: la llamada Gran Presa del Renacimiento, con la que este país tendría la llave del agua del Nilo Azul, el afluente oriental del gran río, afectando también a Sudán y Egipto. El conflicto por la bendición de Hapi, el dios que según la mitología egipcia hacía brotar las aguas del Nilo, continúa.

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