Nació en Field Place, cerca de Horsham (Sussex), el 4 de agosto de 1792 y murió en un naufragio frente al golfo de La Spezia el 8 de julio de 1822. Ya desde su infancia mostró un temperamento independiente y rebelde, intolerante con las disciplinas y las convenciones sociales, opuesto a cualquier forma de hipocresía, impetuoso, generoso y apasionado. Ello, singularmente, fue la causa de los numerosos conflictos que perturbaron su vida, mantenidos primero con los familiares, luego con los condiscípulos y profesores, y finalmente con los amigos y muchos literatos y políticos. Descendiente de una rica familia aristocrática, recibió la mejor instrucción posible en la Inglaterra de su tiempo, y estudió en la Sion House Academy, en Eton y en Oxford. El período inicial de su vida, que llega aproximadamente hasta 1811, se halla caracterizado por el gran interés de Shelley respecto de la ciencia, considerada en sus aspectos más sensacionales y fantásticos, y por una excitada y morbosa pasión hacia las novelas «negras» o «góticas» («tales of terror»), cuya lectura dejó una huella indeleble en su mente y en su poesía.
A pesar de ello, ya en el curso del breve tiempo transcurrido en la Universidad de Oxford, donde ingresó en octubre de 1810, empezó a interesarse también por los temas meta- físicos, políticos y sociales que habrían de adquirir una importancia progresiva en la segunda parte de su existencia. El recuerdo de los pocos meses de vida universitaria de Shelley nos ha sido transmitido en páginas animadas y llenas de color por su amigo T. J. Hogg, quien pudo seguir de cerca las preocupaciones, los gustos, los hábitos y la vida cotidiana del futuro poeta. El personaje descrito en aquéllas es, sin duda, un joven todavía no maduro, inquieto, mudable e invadido por grandes sueños que juzga seriamente como ideas y proyectos de la más extraordinaria importancia. Sin embargo, presenta ya algunos rasgos que habrían de resultar en él característicos hasta el fin de sus días y se verían posteriormente confirmados, casi con las mismas palabras, por otros que pudieron acercársele y conocerle con intimidad: así, la «sencillez infantil, la simplicidad del verdadero genio», la aguda conciencia moral, «la filantropía ilimitada», la «exquisita sensibilidad», la compasión de los sufrimientos ajenos, la templanza respecto de los placeres y las comodidades de la vida, «el inextinguible afán de conocer», y «la impávida y casi imprudente persecución de la verdad».
Expulsado de Oxford a fines de marzo de 1811, tras la publicación del libelo The Necessity of Atheism — que, a pesar de su título, se limita, en realidad, a conclusiones agnósticas, por cuanto niega no la existencia de Dios sino únicamente la posibilidad de su demostración racional—, en agosto del mismo año, y en el seno de una aguda crisis espiritual, se casó con una joven de origen humilde, Harriet Westbrook, luego de una dramática huida a Edimburgo. Fue éste un matrimonio infeliz, sobre el cual cernióse ya desde el principio la sombra de otra mujer. Elizabeth Hitchner —de la que Shelley anduvo, si no enamorado, sí, por lo menos, prendado más de un año —, y que terminó desastrosamente con el suicidio de Harriet poco después de que el poeta la hubo abandonado para huir, en julio de 1814, con Mary Wollstonecraft Godwin, la mujer con la cual habría de permanecer unido hasta el fin de su vida. Mientras tanto, había empezado a manifestarse en el mundo literario. Sus obras, aun cuando acogidas con escaso favor por la crítica y el público, le procuraban, por lo menos, el aprecio y la amistad de hombres como Thomas Love Peacock, Leigh Hunt y, posteriormente, del mismo Byron.
Luego de haber iniciado todavía muy joven su actividad en el campo de la literatura con dos novelas «negras» o «góticas», Zastrozzi (1810) y St. Irvyne (1811), de 1813 a 1815 compuso un buen número de poesías y ensayos, interesantes sobre todo para el estudio de la psicología y el desarrollo intelectual y artístico del autor. Entre las primeras cabe mencionar, singularmente, la Reina Mab (v.) y Alastor (v.), y en cuanto a los ensayos, Sobre la vida [On Life], Sobre el amor [On Love], Especulaciones metafísicas [Speculations on Metaphysics] y Ensayo sobre el cristianismo [Essay on Christianity]. Tanto en uno como en otro género, Shelley manifestó apasionadamente sus ideales políticos, sociales y religiosos; defendió la necesidad de reformas inmediatas en favor de las clases más humildes, combatió el cristianismo de la iglesia oficial y profesó convicciones panteístas. Con frecuencia se le ha acusado de extremista y utópico; sin embargo, cuando se considera su ideología política a través de los ensayos de este carácter y no mediante las expresiones poéticas, en las cuales podía, naturalmente, sentirse inducido a soñar en imposibles paraísos terrenales y míticas edades de oro, Shelley sólo aparece como un reformador moderado, opuesto a cualquier actuación violenta y pronto siempre al amor y a la razón.
En una carta dirigida a Leigh Hunt en noviembre de 1818, manifiesta claramente la relación entre su actitud frente a los problemas políticos de la época y el ideal de sus aspiraciones: «Lo más importante de cuanto debe hacerse — escribe— es la conservación del equilibrio entre la impaciencia popular y la obstinación de los tiranos, o sea la inculcación tenaz tanto del derecho de resistir como del deber de soportar. Como sabéis, mis principios me impulsan a asimilar todo el bien posible que se halla en la política para aspirar siempre a algo mejor. Soy una de aquellas personas a quienes nada podrá satisfacer nunca plenamente; pero, al mismo tiempo, fáciles de verse parcialmente satisfechas por cuanto puede realizarse.» Tras la unión con Mary, y hasta el momento de su partida definitiva hacia Italia, en marzo de 1818, vivió casi siempre en Marlow y Londres, salvo en ocasión de dos breves viajes al continente, llevados a cabo en 1814 y 1816. Este período fue, en general, una etapa de recogimiento y estudio; pero no de una gran actividad creadora. Además de algunas famosas composiciones líricas, como el Himno a la belleza intelectual [Hymn tod Intellectual Beauty] y Mont Blanc, por aquel entonces sólo escribió, en efecto, un mediocre poema, La revuelta del Islam (v.), y un ensayo político, Propuesta para someter la reforma a votación [A Proposal for Putting Reform to the Vote].
Forzado, por motivos de salud, a trasladarse a Italia, pasó en este país los cuatros últimos años de su vida, indudablemente los más fértiles. Estuvo en los baños de Lucca, en Nápoles, en Roma, en Florencia y en Pisa, y realizó breves viajes a Venecia (para visitar a Byron), Pompeya, etc. El período italiano careció casi completamente de sucesos de importancia. La existencia del poeta se desarrollaba entonces en la intimidad de su alma, únicamente interesada en la actividad literaria. La descripción más viva del Shelley de estos años ofrecióla su primer biógrafo, Thomas Medwin, quien se reunió con él en Pisa durante el otoño de 1820. Interesante es la comprobación de los escasos cambios operados en el poeta desde los tiempos de Oxford, tanto respecto a sus hábitos de vida y estudio como a sus gustos e intereses espirituales. «Habían pasado casi siete años — dice Medwin — desde nuestro último contacto; sin embargo, lo hubiera reconocido inmediatamente incluso mezclado a una muchedumbre. Su figura habíase adelgazado y encorvado, a causa de la miopía, que le obligaba a inclinarse sobre los libros hasta llegar casi a tocarlos con los ojos; sus cabellos, todavía abundantes y con rizos naturales, eran en parte grises: como dice en Alastor, “marchitados por el otoño de un extraño sufrimiento”.
Su aspecto, empero, resultaba juvenil, y su rostro, ya grave o animado, producía una fuerte impresión de inteligencia. Constantemente ocupado en la lectura o la composición, concedíase apenas el tiempo necesario para hacer un poco de ejercicio y airearse; llevaba siempre consigo un libro, su primer pensamiento de la mañana y el último de la noche. Me dijo que se adormecía leyendo. Entregábase a la lectura incluso cuando andaba por el muelle; éste era su paseo invernal preferido. A veces leía también por la calle; solía tener un libro junto a sí, encima de la mesa, hasta durante las comidas, tan modestas que apenas merecían el nombre de tales. Como se dijo de un teólogo, levantábase lozano para su trabajo por la mañana; pero el silencio de la noche le invitaba a proseguirlo; podía, en realidad, afirmar que lo prefería al alimento y al descanso. Nada le angustiaba tanto como la necesidad de descansar, por cuanto llegado a tal punto lamentaba la interrupción del trabajo. Era, en verdad, un infatigable estudioso. Lo que para el común de los mortales supone uno de los principales placeres tenía para él tan poca importancia que a veces preguntaba “¿He cenado Mary?”.» Shelley vivía casi siempre aislado, y no mantenía sino raras amistades, como las que le vinculaban a Teresa Viviani Della Robbia, inspiradora de Epipsychidion (v.), a Jane Williams, que le sugirió dos de sus composiciones líricas más etéreas, y a E. J. Trelawny, autor de los Recuerdos de los últimos días de Shelley y Byron [Recollections of the Last Days of Shelley and Byron].
En el curso de los mencionados cuatro años últimos de su vida escribió todas las obras más célebres de su producción: el drama lírico Prometeo liberado (v.), la tragedia Los Cenci (v.), el ensayo La reforma considerada desde un punto de vista filosófico [Philosophical View of Reform], indudablemente el principal de sus textos políticos, los pequeños poemas Epipsychidion, Adonais (v.), El triunfo de la vida (v.), La sensitiva (v.) y La maga del Atlas: [The Witch of Atlas], el ensayo de estética Defensa de la poesía (v.), las famosas composiciones líricas Oda al viento del Oeste (v.), Estrofas escritas en un momento de desconsuelo, cerca de Nápoles [Stanzas Written in Dejection, near Naples], Atardecer: Ponte al mare, Pisa [Evening: Ponte al mare, Pisa], La nube (v.), Himno de Apolo [Hym of Apollo], A Jane: La invitación [To Jane: The Invitation], A Jane: El recuerdo [To Jane: The Recollection], etc. Shelley pasó los últimos meses de su existencia en Villa Magni, entre San Terenzo y Lerici. Hallábase entonces profundamente desolado y presa del más negro de los pesimismos.
Sin embargo, no sería justo considerar esta crisis en un sentido excesivamente absoluto, como si se tratara de una resignación final y de una derrota decisiva. El poeta había conocido ya muchas otras crisis de desconfianza y halló siempre la fuerza suficiente para salir de ellas y aferrarse a la fe en sus ideales; posiblemente, pues, hubiera sabido levantarse también de ésta, durante la cual quedó truncada su vida terrena. Pocos días antes de la muerte, en una carta dirigida a Horace Smith, escribía él mismo las palabras que, mejor que cualquier declaración de pesimismo y desesperanza, pueden poner el punto final al camino ideal de su existencia: «Es difícil creer que el destino del hombre sea tan bajo que le lleve a nacer sólo para morir…».
E. Chinol