Golpe de suerte (2023), de Woody Allen

Tras un matrimonio fallido, Fanny, que trabaja en una casa de subastas de París, ha encontrado la felicidad con Jean, su nuevo marido, especialista en hacer que los ricos se hagan más ricos. Pero se tropieza casualmente en la calle con Alain, escritor y antiguo compañero de instituto en Nueva York, que le confiesa que en esa época estuvo enamorado de ella. Ambos se encuentran muy a gusto juntos, y quedan periódicamente a la hora del almuerzo, sin que Jean sepa nada; la relación irá creciendo en intensidad, resulta mucho más ilusionante para Fanny estar con Alain que los aburridos fines de semana campestres y de caza con los amigos millonetis del esposo.

Tras rumores de su retirada por la presión de la cultura de la cancelación, y la publicación de un par de libros, uno sus memorias, Woody Allen entrega su largometraje para el cine número 50, con desafíos como el de demostrar que aún está narrativamente en forma, rodar en francés –hasta los títulos de crédito con su característica tipografía Windsor son en ese idioma– y trabajar con un elenco de actores para él desconocido. Y sale no sólo airoso, sino triunfador de los mismos, con una trama y un guión de hierro, y unos temas muy suyos, pero con más de una sorpresa, incluido un final memorable, pues aquí era muy, muy importante, saber rematar a gol en el último minuto.

Allen nos habla de matrimonio, planteando una disyuntiva en la que debería haber término medio, pues uno de los personajes señala que debería tratarse de algo ilusionante, y no un mero quehacer. Una relación puede dar estabilidad y seguridad, y beneficiarse de una desahogada posición económica, pero existe el riesgo de que una de las partes, ella, sea “una mujer florero”, uno de los comentarios que hacen en los corrillos de las reuniones sociales los “amigos”; también puede ser que no exista confianza en la pareja, y haya cosas que se ocultan celosamente. Además se aborda el tema de la “suerte”, mencionado en el título, las cosas que ocurren por casualidad, debido al azar, confrontada a la búsqueda del control, la idea de tener las cosas atadas y crear la propia suerte, algo a lo que Jean se ha acostumbrado en su carrera de hombre de negocios, incluso desatando la rumorología en su contra de no jugar limpio; y como puede imaginarse, el control completo de nuestras vidas resulta imposible.

En apenas hora y media el cineasta neoyorquino tiene la capacidad de atrapar y sorprender al espectador, hacerle pensar, ponerle de los nervios, y provocar la risa con un poco de humor negro contenido y perfecto. Los actores se han hecho perfectamente con la historia, de modo que Lou de Laâge compone bien a la mujer que se siente culpable por engañar al marido, Melvil Poupaud al hombre celoso y controlador de sus asuntos, Niels Schneider al amante ilusionado, y Valérie Lemercier a una madre que quiere lo mejor para su hija y que recuerda a ratos a Diane Keaton. Pero en fin, están perfectos todos los actores, hasta los que tienen menos papel, como el detective privado y su ayudante, o los dos matones rumanos y hermanos. Vittorio Storaro, octogenario como Allen, ofrece una maravillosa fotografía otoñal de tonos cálidos anaranjados, que contrasta con los tonos azulados que asoman cuando surge una inesperada intriga.