Hoy iba a escribir sobre otro pensamiento automático, pero esta semana he vivido dos experiencias similares que me han hecho cambiar de tema. Por dos veces he oído la expresión, que ya había escuchado en el pasado, “menos misas y más misericordia”, y me he animado a escribir sobre ello.

Por aquellos enigmas de la mente, la frase me ha recordado aquella otra que la historiografía pone en boca de Enrique III de Navarra y IV de Francia y que probablemente nunca pronunció: “París bien vale una misa” (Paris vaut bien une messe). Aunque tenía derecho al trono por sucesión, su condición de protestante calvinista despertó la oposición de las grandes potencias católicas y, después de fracasar en la toma de la corona por la fuerza, decidió convertirse al catolicismo para acceder al trono de la muy católica Francia, y alguien le atribuyó la frase que ha quedado como símbolo de poca firmeza en las convicciones. Solo Dios sabe si su conversión fue sincera.

A mí me ha traído a la memoria aquella otra de Groucho Marx: “¡Estos son mis principios! ¡Y si no le gustan…, aquí tengo otros!” Y, en parte, por eso quiero hablar de la misa y la misericordia, es decir, del amor.

Lo más chocante es que una de las veces en que escuché la frase esta semana fue precisamente en misa, en una homilía. Y me sorprendió, porque la oposición entre la misa y la misericordia solo se puede entender en alguien que no sepa lo que es la misa.

Para los católicos la misa es, sobre todo, un acto de amor, por lo que la expresión ‘menos misas y más misericordia’ suena inevitablemente contradictoria, es como si se dijera ‘menos amor y más amor’.

Como este es un blog de familia, he hecho el ejercicio de trasladar la frase a este ámbito y me ha sonado como si un amigo me dijera: “oye, Javier, menos amar a tu mujer y más a tus hijos”. Consejo que solo se entendería en quien no comprende lo que es el matrimonio y la familia porque mis hijos son fruto del amor a mi esposa. Lo fueron en su nacimiento y lo siguen siendo en su crecimiento. Yo a quien amé primero y más fue a mi esposa y, como el amor es difusivo, el amor a mi esposa fue el que me impulsó a tener hijos con ella y me impulsa cada día a amarles más.

Estas falsas oposiciones proceden de una visión pequeña y pobre del amor. El buen consejo debería ser: “ama más a tu esposa y más a tus hijos”, es decir, «más misas y más misericordia”. En efecto, los católicos, aunque a veces lo hagamos tan mal, amamos más a los demás cuanto más amamos a Cristo, a quien encontramos en la misa. Es comprensible que desde fuera esto sea difícil de entender, porque quien no ve a Cristo en la misa es difícil que lo vea en el rostro de sus prójimos. Pero, para quienes van (vamos) a misa convencidos de lo que hacen y por qué lo hacen, se ve (o se debería ver) claro como el agua.

A mí me parece que quienes mejor han entendido esto son los pobres que se ven en la necesidad de mendigar, que suelen ir a las puertas de las iglesias porque intuyen que quienes hacen el esfuerzo de ir a amar a Cristo se capacitan mejor para amar a los demás…, aunque sigan siendo igual de frágiles y se equivoquen tantas y tantas veces en sus vidas, incluso en el terreno del amor.

Feliz domingo.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes

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