Una obra de arte grandiosa

La Consagración de Napoleón, arte al servicio del Imperio

El hombre más spoderoso de Europa

El hombre más spoderoso de Europa

Consagración del emperador Napoleón I y coronación de la emperatriz Josefina en la catedral de Notre-Dame de París, el 2 de diciembre de 1804, de Jacques Louis David.

Roger Viollet / Cordon Press

Un ególatra sediento de poder, huraño, cruel y, hasta cierto punto, vulgar frente a una personalidad única, el estadista irrepetible que extendió los ideales revolucionarios por toda Europa gracias a su genio militar incomparable. El primero es Napoleón Bonaparte según la la imagen transmitida por sus enemigos tras derrotarlo en la batalla de Waterloo, el segundo es también el emperador Napoleón, esta vez visto a través de los ojos de sus hagiógrafos.

Estos días la figura de Napoleón vuelve a estar de moda gracias a la épica (y polémica) biografía que acaba de estrenar Ridley Scott, en la que presenta a un emperador más cercano al que “padecieron” e imaginaron sus enemigos. En el lado opuesto, los apologetas cuentan desde hace dos siglos con una obra de arte promovida desde la propia corte imperial: La consagración de Napoleón I, inmortalizada por el pintor francés más sobresaliente de la época, Jacques Louis David. 

Cada detalle de la pintura está meticulosamente medido para servir a la gloria del emperador y plasmar la legitimidad de un poder imperial basado no en el derecho divino, sino en las virtudes únicas del nuevo monarca, que lo identificaban con los emperadores romanos o con Carlomagno.

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Una pintura grandiosa

Zumapress / Cordon Press

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Una pintura grandiosa

La Consagración de Napoleón I y coronación de la emperatriz Josefina en Notre Dame el 2 de diciembre de 1804 –tal es el descriptivo título que le da el Louvre– es una pintura grandiosa de 6,21 x 9,79 m que David pintó por encargo del propio emperador entre 1805 y 1807. La tela cuelga desde 1889 de las paredes del Museo del Louvre, donde tan solo la supera en tamaño Las bodas de Canaan de Veronese (aunque curiosamente David pensaba que ejecutaba un cuadro más grande al pintar su obra). Varias personas contemplan la obra una vez reabiertas las puertas del museo tras la pandemia, en la imagen sobre estas líneas.

El pintor del emperador

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El genio de la austeridad

Jacques Louis David (arriba en un autorretrato de 1789) fue el pintor francés más destacado de su época. Su gusto por la austeridad y la monumentalidad lo convirtieron en el mayor referente del estilo neoclásico y en el pintor por excelencia de las grandes escenas patrióticas. Su talento le permitió trabajar para las autoridades del Antiguo Régimen, los dirigentes revolucionarios (con quienes se identificaba) y más adelante para el régimen imperial. Fue el pintor más influyente de Francia en el siglo XIX, referente incluso para autores románticos como Delacroix o Géricault, que romperían con los esquemas academicistas que representaba David.

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El arte de la propaganda

Ferviente revolucionario en su momento partidario de las ideas de Maximilien Robespierre, David ya había puesto su talento al servicio de la propaganda revolucionaria en 1793 recreando La muerte de Marat (sobre estas líneas), revolucionario radical asesinado por una joven de familia aristocrática la víspera del cuarto aniversario de la toma de la Bastilla. El periodista y diputado era muy popular entre las clases más desfavorecidas, a las que defendía desde las páginas de su periódico, y la obra de David, con su evocadora sencillez, contribuyó al nacimiento de un mito revolucionario.

Al servicio del emperador

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Al servicio del emperador

Napoleón había convertido a David en su pintor de cámara desde su época como primer cónsul de la República francesa convencido de la capacidad propagandística que transmitían sus obras. El artista ya había realizado diversos retratos apologéticos del general, como el que se reproduce sobre estas líneas, Napoleón cruzando los Alpes, pintado en 1801, que representa a un idealizado general victorioso. A los pies de su caballo, su nombre aparece asociado al de otros dos insignes estrategas militares de la historia, el cartaginés Aníbal y el emperador Carlomagno.

esbozo

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Coronación soi-même

El 2 de diciembre de 1804 fue la culminación de la carrera de Napoleón Bonaparte. La consagración era mucho más que una coronación, puesto que ungía al monarca de un aura sagrada que lo situaba por encima de sus súbditos. Pero la legitimidad napoleónica no provenía de Dios, así que su imperio tampoco estaba sujeto a la Iglesia. Es por ello que el protocolo establecido por el propio Napoleón indicaba que debía coronarse él mismo, como símbolo de su autoridad única. Así, el emperador asió con su mano derecha la corona y se la puso sobre su cabeza. La primera idea de David era recrear ese solemne momento, que aparece en varios esbozos –como el de arriba–, con Napoleón empuñando su espada para mostrar la determinación del emperador. Detrás del emperador, el papa, sentado, está relegado a ser un mero es un espectador de este momento histórico. 

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El hombre más poderoso de la Tierra

Finalmente, David descartó su primera idea porque tal vez creyó que transmitiría una imagen demasiado arrogante del emperador. Así, el título de la obra se refiere a una consagración, pero en realidad muestra una coronación. Se dice que fue François Gérard, retratista de la corte, quien sugirió a David la escena del emperador coronando a su consorte. Napoleón, vio en este cambio "una pequeña intriga de Josefina con David", pero elogió al pintor por presentarlo como un caballero francés. Detrás de la pareja imperial, el artista mantuvo al papa, con un gesto que muestra su sumisión al imperio.

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El emperador

Napoleón Bonaparte, el gran hombre, es el protagonista indiscutible de esta "pintura-retrato", en palabras del propio Jacques Louis David. Ademán hierático, como una escultura clásica. Viste ropas suntuosas, en cierta manera una premonición del cambio de la austeridad republicana a la grandilocuencia imperial. Va tocado con una corona de hojas de laurel de oro que lo asimila a los victoriosos generales romanos y una túnica de terciopelo púrpura, el color de los emperadores romanos.

La emperatriz

Roger Viollet / Cordon Press

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La emperatriz

"El momento en que la emperatriz fue coronada suscitó un movimiento general de admiración", según los testigos. Josefina Beauharnais, con un vestido blanco de seda y túnica de terciopelo rojo, como el emperador, sujetada por dos damas de compañía ante la negativa de las hermanas Bonaparte a hacerlo. Josefina era la viuda de un noble francés guillotinado por la República cuando se casó con Napoleón Bonaparte en 1796. Su relación de pareja fue tormentosa, jalonada por múltiples infidelidades, menosprecios y maltrato psicológico por ambas partes. Su historia terminó en un sonado divorcio cuando ella no pudo darle el heredero que él ansiaba. Aun así, su nombre fue una de las últimas palabras pronunciadas por el emperador antes de morir en su destierro en Santa Elena en 1821.

El símbolo de una nueva dinastía

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Una nueva dinastía

Las túnicas de la pareja imperial lucen una "N" bien visible y abejas bordadas en oro. Una vez en el trono, Napoleón creyó necesario dotarse de una emblema dinástico (como la flor de lis para los Borbones) "con arraigo en el pasado", pero sin relación con la odiada familia real que él mismo había contribuido a derribar. Lo encontró en este insecto paradigma de la disciplina y el esfuerzo y organizado, como Francia, en torno a un líder en una colmena. La abeja estaba considerada el emblema más antiguo de los soberanos franceses, asociada a Childerico I, fundador en 457 de la dinastía merovingia.

Los símbolos del imperio

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Los símbolos del imperio

En primer término a la derecha del observador, los símbolos del nuevo imperio portados por colaboradores cercanos al emperador: los cetros coronados por el águila, emblema de la roma imperial y de sus legiones victoriosas, y la mano de la justicia, símbolo de la autoridad judicial, que se remonta a Carlomagno. Tras ellos, sobre un cojín, reposa el orbe coronado por una cruz, símbolo de la autoridad sobre la Tierra.

El papa

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El papa

El papa asiste impotente a la ceremonia que lo relega a un papel secundario. Según un testimonio de la época, "el papa durante toda la ceremonia siempre pareció un poco una víctima resignada, pero dimitió noblemente". Si en la coronación de Carlo Magno, mil años antes, había sido el emperador quien se trasladó hasta Roma y había sido ungido por el pontífice León III, esta vez su sucesor en la cátedra de San Pedro, Pío VII se vio obligado a viajar a París y limitarse a dar su bendición a un fait accompli. Años antes el papa se había visto obligado a firmar un concordato muy favorable a Napoleón, que subordinaba a la Iglesia francesa a los designios imperiales, para alejar el peligro de una invasión de la grande armée. Consciente de su papel de comparsa, David retrató a Pío VII sentado, con un gesto más bien disgustado. En la versión final, el pintor lo desposeyó de la mitra (que podría equipararse a una corona) para hacer más evidente su posición subordinada.

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La vieja Iglesia

David parece haber dividido su composición en dos grandes áreas, símbolos del viejo y el nuevo mundo, donde el emperador hace de bisagra entre ambas. A la espalda de Napoleón, el mundo de la Iglesia eterna, con los más altos representantes de Dios en la Tierra encabezados por el papa. A su derecha, el cardenal Caprara, arzobispo de Milán que en realidad no asistió a la ceremonia por encontrarse enfermo.

El nuevo orden

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El nuevo orden

En el lado opuesto de la pintura, David situó la emergente nobleza nueva que surgía de la Revolución, una aristocracia que ascendía por sus méritos (o su cercanía al emperador, que venía a ser lo mismo). Detrás de la emperatriz, el mariscal Murat sostiene el cojín sobre de la corona de Josefina. El niño es Napoleon-Charles, sobrino del emperador, cogido de la mano de su madre, Hortensia Beauharnais. A su derch, las hermanas de Napoleón Elisa, Paulina y Carolina (esposa de Murat). En el extremo los dos hermanos de Napoleón, Luis, futuro rey de Holanda, y el futuro José I de España. Detrás de ellos pueden entreverse los símbolos imperiales carolingios, la corona usada por Napoleón en su coronación momentos antes (inspirada en la que usó Carlomagno), el cetro con la figura de Carlomagno y la espada del primer emperador de Europa occidental.

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Una ausencia sonada

En el palco central de la tribuna de invitados, Letizia Ramolino, madre del emperador, rodeada de sus damas de honor y chambelanes. En realidad no asistió a la ceremonia en protesta por el trato que su hijo Napoleón dispensaba a su hermano Lucien Bonaparte. Más adelante Madame Mère pidió al pintor que la situara en un lugar preferente de la composición y el emperador al ver la obra terminada agradeció al pintor la reparación de ese error. 

Autohomenaje

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Autohomenaje

Por encima de la tribuna de honor, Jacques Louis David se autorretrató a sí mismo, luciendo orgulloso su Legión de Honor, lápiz y libreta en mano, tomando apuntes para su futura obra maestra. Delante de él dispuso a su esposa y sus dos hijas gemelas. En el mismo espacio también dispuso a varios alumnos y colaboradores suyos, como su maestro Joseph-Marie Vien.

Una obra Ttidimensional

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Una obra tridimensional

En definitiva, Jacques Louis David logró condensar la magnificencia de una jornada memorable para Napoleón y presentarlo como una figura semidivina. El emperador quedó tan maravillado al ver terminada la obra que trasladado en el tiempo tres años atrás exclamó: "¡Qué relieve, cuánta verdad. Por este cuadro se puede andar!". Podía darse por inaugurada la era de la propaganda imperial.