Traición en Buckingham: el espía comunista que Isabel II ocultó en su palacio y le concedió privilegios

Traición en Buckingham: el espía comunista que Isabel II ocultó en su palacio y le concedió privilegios

Anthony Blunt llegó a delatar a decenas de agentes británicos en el exterior, muchos de los cuales fueron ejecutados. Cuando fue descubierto en 1964, le permitieron seguir trabajando como conservador hasta 1979 en el Palacio Real, porque el Estado no quiso sufrir la humillación pública de reconocer que había sido engañado durante tanto tiempo

Imagen Anthony Blunt, junto a un cuadro de Velázquez, en Buckingham Palace ABC

Israel Viana

Tras la muerte en abril de Felipe de Edimburgo , a los 99 años, en el Palacio de Buckingham, los Reyes de España y los principales mandatarios del mundo enviaron sus condolencias a la Familia Real británica . Los medios de comunicación recordaron los episodios más relevantes de su matrimonio con la Reina Isabel II , cuya boda se celebró en 1947.

Uno de los más sorprendentes se produjo en plena Guerra Fría y fue retratado en la tercera temporda de 'The Crown' , estrenada en noviembre de 2019. ¿Tuvieron Felipe de Edimburgo y la Reina Isabel II a un espía durmiendo en el Palacio de Buckingham? La Casa Real ya declaró que jamás comentaría nada «sobre la fidelidad de los hechos presentados por la serie». El creador y director de la misma, Peter Morgan , ya advirtió que se tomaba «licencias artísticas» durante la producción, pero lo cierto es que se presentó el tema de la injerencia de la URSS en el Reino Unido con mucha fidelidad.

Esa injerencia de los comunistas en la Monarquía y el Gobierno británicos está presente, en primer lugar, en la posibilidad de que el entonces primer ministro, Harold Wilson, fuese un espía del KGB . Lo cierto es que ese espionaje ruso fue una de las controversias más importantes con las que tuvo que lidiar este laborista durante sus dos legislaturas al frente del Gobierno: la primera, entre 1964 y 1970, y la segunda, entre 1974 y 1976.

En 1981, por ejemplo, se descubrió que Tom Driberg , diputado del ala izquierda del laborismo, fue un triple agente al servicio del contraespionaje británico (MIS), del KGB soviético y de los checos. Así lo contaba el diario 'Daily Mail'. Era el mismo caso que sir Roger Hollis , cabeza del MI5 y supuesto agente del KGB de 1956 a 1965. Driberg, sin embargo, murió en 1976 sin que se supiera que había sido espía y tan solo un año después de que Harold Wilson hubiera convencido a la Reina Isabel II de que le nombrara lord Bradwell. Una decisión que le llevó a pasar por alto que este había pertenecido al partido comunista en el pasado.

Sir Anthony Blunt

En 'The Crown', la Reina sospecha que Wilson es un espía también de la KGB e, incluso, llega a pedirle al MI5 que lo investigue, pero en la realidad aquello no pasó de un rumor. Lo que sí se confirmó fue que Anthony Blunt, proveedor y encargado de conservar la colección de arte de la Familia Real, era un agente encubierto. Esta vez sí, el servicio de inteligencia británico le descubrió e Isabel II le permitió conservar su puesto.

Anthony Blunt, en 1979 EFE

¿Quién fue este espía inglés al servicio de los comunistas rusos? La ficción de Netflix siempre saco pecho de contar con un equipo de decena de personas dedicadas por completo a investigar los acontecimientos históricos que cuentan para ser lo más rigurosos posible. En la piel de Blunt se metió el actor Samuel West, que daba vida a este prestigioso historiador del arte que también fue encargado de la pinacoteca de la Reina hasta que, en 1979, la primera ministra, Margaret Thatcher , reveló en el Parlamento que había trabajado durante dos décadas para la Unión Soviética.

Era tal la confianza que tenía con Isabel II, que esta le nombró caballero en 1956 por sus servicios como «supervisor de los cuadros» de la Monarquía. Un cargo de prestigio que había empezado a ejercer con Jorge VI y que continuó con la Reina después de que esta fuera coronada en 1952. En 1964 se descubrió que Blunt había realizado diferentes misiones en el servicio de espionaje británico, pero durante las cuales había pasado en realidad documentos secretos al enemigo soviético.

La polémica

Fue tal la sorpresa y el escándalo que el Estado decidió que no podía permitirse sufrir la humillación pública de reconocer que había sido engañado durante tanto tiempo. La solución fue, con el beneplácito de la Reina, autorizarlo a seguir unos años en su trabajo como encargado de la colección de arte en el Palacio Real. A Isabel II no pareció importarle que hubiera dado toda su confianza al «cuarto hombre» del conocido Círculo de Cambridge. Los otros tres miembros de esta red de intelectuales que en los años 30 entraron en la nómina de la KGB como topos habían sido descubierta antes. Hablamos de Guy Burgess , Donald Maclean y el sonado caso de Kim Philby , que actuó de corresponsal para 'The Times' en la Guerra Civil española. De hecho, hubo que esperar una década más para conocer la identidad del quinto: John Cairncross , un alto funcionario de Exteriores.

De todos ellos, fue Anthony Blunt el único al que dejaron disfrutar durante 15 años más de su privilegiada vida dentro de Buckingham Palace a pesar de haber sido cazado. Cuando se hizo pública la traición, después de que Thatcher accediera al poder en 1979, el espía fue finalmente expulsado y se refugió en la redacción de sus memorias. El escándalo en la sociedad británica fue mayúsculo. Los ingleses se preguntaban cómo un caballero de la Orden Victoriana, profesor de Cambridge, director del Instituto Courtauld e ilustre miembro del 'establishment' podía haber sido condecorado por la mismísima Isabel II y haber servido al espionaje soviético con absoluta impunidad al mismo tiempo.

Menos de una semana después de que se destapara el escándalo, el antiguo espía compareció ante los medios de comunicación para reconocer públicamente que había sido un agente al servicio de Stalin. «Puse mi conciencia por encima de la lealtad a mi país», afirmó con arrogancia sin pedir perdón por sus actos. Quizá hablaba con la seguridad del que sabía que el Gobierno y la Monarquía también habían actuado erráticamente al ocultar durante 15 años su traición. Sabía que poco podían hacerle con 72 años. De hecho, fue juzgado ese mismo año y condenado por alta traición, pero no ingresó en la cárcel por su avanzada edad. Cuando el magistrado le preguntó. «¿Es usted consciente del daño que ha hecho?». Su lacónica respuesta fue: «Me temo que sí».

Pedofilia

La peor parte de su trabajo como espía durante los años que tuvo un acceso privilegiado a la Familia Real y a la cúpula gubernamental fue que delató a decenas de agentes británicos en el exterior, los cuales fueron capturados y, muchos de ellos, ejecutados. Su vida privada tampoco era ejemplar: en el pasado había sido acusado de pedofilia en un orfanato de Irlanda del Norte, chantajeado al duque de Windsor por sus simpatías con los nazis, plagiado libros de sus colegas y autentificado cuadros falsos a cambio de dinero.

Las memorias de Blunt no se hicieron públicas hasta 2009, al término de un embargo de 25 años que se había establecido tras su muerte en 1983. En ellas justificaba su secreto alistamiento por el ambiente que existía en Cambridge en su época de estudiante: «Había un clima tan intenso, un entusiasmo tan grande por cualquier actividad antifascista, que cometí el mayor error de mi vida». El daños fue, efectivamente, grande para su patria, puesto que su Círculo de Cambridge consiguió infiltrarse también en el MI5, el MI6, la Embajada de Moscú en Washington, el Foreign Office y el Ministerio de la Guerra.

El espía cuenta también que su entusiasmo inicial se le pasó con el tiempo. Siguió actuando por lealtad a los otros del Círculo de Cambridge, pero ya no le quedó ninguna motivación cuando éstos finalmente se refugiaron en el exilio. «Quedé desilusionado del marxismo, así como de Rusia. Mi esperanza era no oír más de mis amigos rusos y volver a mi normal vida académica». Quizá por eso fue el único en no huir a la URSS. Y cuando Thatcher desveló su nombre en los Comunes, pensó «muy seriamente» en el suicidio, pero prefirió seguir viviendo para terminar varios libros de Historia del Arte.

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