¿Sabía que los líderes de la Primera Guerra Mundial eran primos?

Nicolás II, Jorge V y Guillermo II fueron los líderes de la Primera Guerra Mundial, además de ser familia. Vea el secreto detrás de esta curiosa anécdota.
 
¿Sabía que los líderes de la Primera Guerra Mundial eran primos?
Foto: AFP
POR: 
Camilo Sánchez

La historia se puede convertir en una narración romántica y más si hablamos de los líderes de la Primera Guerra Mundial.

Cuentan que uno de los planes estratégicos del káiser Guillermo II, en 1900, se centraba en invadir Puerto Rico, con el argumento de que era un lugar con buenas playas.

También contemplaba el desembarco en Boston y Nueva York para iniciar una posible incursión de sus tropas en Norte América. Vale la pena recordar que Alemania había llegado tarde a la repartición del mapa colonial, y en un marcado afán militarista, con nefastos resultados posteriores, buscó de forma atropellada alzar la voz para señalar su lugar en el mundo.

Nombres como Freud, Proust o Picasso despuntaban con innovaciones claves que habrían de configurar las artes y el pensamiento. La figura de las monarquías europeas claudicaba. Y tres de sus representantes más emblemáticos permiten acercarse al relato de un mundo que se desvanecía y otro muy incierto que se asomaba: el mundo de hoy.

Dos eran nietos de la reina Victoria y un tercero estaba casado con una de sus nietas. Los tres tenían entre sus títulos el de emperador: Nicolás II de Rusia (San Petersburgo, 1868 – Ekaterimburgo, 1918), Jorge V de Inglaterra (Londres, 1865 – Sandingham, Reino Unido, 1936) y el ya mencionado Guillermo II de Alemania (Berlín, 1859– Doorn, Países Bajos, 1941).

Jorge y Nicolás eran a su vez hijos de dos hermanas, hijas del rey Christian IX de Dinamarca, y el parecido físico entre ellos resultaba sorprendente. Tres primos que terminaron enfrentados en una contienda que rompería con casi medio siglo de paz (el último conflicto entre países había sido la guerra franco-prusiana, en 1871).

Los líderes de la Primera Guerra Mundial

 

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Es probable que el caso más enigmático de los tres sea el del káiser Guillermo II. La niñez del joven príncipe estuvo marcada por una limitación física en su brazo izquierdo. Su madre, que llevaba el mismo nombre de su abuela, Victoria, era una mujer culta y sosegada.

Para corregir el problema tuvo que someterlo a las más absurdas y tortuosas terapias. Con los años, el futuro emperador se convirtió en un tipo fanfarrón, explosivo e impredecible. Entre sus excentricidades escribió cartas eróticas dirigidas a su madre.

Así mismo tenía un acusado gusto por las joyas, los diseños florales, los cascos y los uniformes militares. En sus momentos de ocio departía con un cenáculo de cercanos colaboradores homosexuales. Terminó sus días exiliado en Holanda, desde donde escribía telegramas de apoyo a Hitler, uno de los amigos de los líderes de la Primera Guerra Mundial.

 

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Guillermo II era el nieto mayor de la reina Victoria, quien en un intento por expandir la influencia del Imperio inglés en Europa había fraguado una serie de enlaces reales a lo largo y ancho del continente.

Su esposo, el príncipe Alberto, era alemán. Guillermo II mantendría una relación hacia las islas británicas que osciló toda la vida entre el amor y el odio. Envidiaba la popularidad que su tío Eduardo VII tenía en Europa.

 

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Y a pesar de haber querido toda la vida a su abuela materna y haberla acompañado en su lecho de muerte, emprendería años más tarde una riesgosa carrera por superar el poderío comercial y naval británico.

Sus primos menores, Jorge V y Nicolás II, por su parte, trabaron buena amistad desde niños. Solían veranear juntos a las afueras de Copenhague, donde sus madres danesas y hermanas Alix (Alexandra) y Minnie (Dagmar) se encargaban de organizar temporadas de descanso que iban cargadas de cierto componente político.

Era una forma de acercar a sus maridos, Eduardo VII y Alejandro III, monarcas de dos países que no habían tenido tradicionalmente relaciones muy cordiales a causa de algunos intereses comunes en Asia.

A raíz de la invasión de una zona del territorio danés por parte de Prusia, en 1864, las nobles danesas generaron una marcada germanofobia. Por tal motivo, el único ausente a las excursiones estivales sería Guillermo II de Alemania, uno de los líderes de la Primera Guerra Mundial.

Un reciente documental de la BBC (Royal cousins at war) y un libro de la historiadora británica Amanda Carter (The three Emperors) proponen que a raíz de estas relaciones de poder, el futuro káiser desarrollaría un complejo de inferioridad. Buscaba siempre ser el centro de atención.

Personalidades débiles

 

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El zar Nicolás II, por su parte, era uno de los líderes de la Primera Guerra Mundial, profundamente indeciso e influenciable.

Creía firmemente que su autocracia provenía de un mandato divino. La exhibición de lujo en su imperio rayaba en lo fantasioso.

Contaba con una corte de 1.600 personas, entre ellas 200 mujeres que se encargaban del servicio exclusivo de la zarina. El zar era una persona que disfrutaba del tiempo en familia y estaba absolutamente aislado de los problemas de su imperio.

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Su amistad con Jorge V se basaba en la empatía de dos personajes tímidos, solitarios y amantes del campo. La presencia materna pesaba notablemente en la vida de los dos.

De la misma manera, su primo inglés Jorge V tenía una acusada incapacidad para gobernar. El caso de los dos monarcas refleja las limitaciones de los reyes de la época para afrontar problemas más allá de sus preocupaciones mundanas.

El historiador español de la Universidad Carlos III de Madrid, Eduardo González Calleja, etiqueta al monarca inglés como un ser anodino. Un joven que no estaba preparado para suceder a su papá, Eduardo VII.

En palabras del biógrafo Harold Nicolson, el imperio más grande del mundo estuvo bajo el mando de un tipo que no hizo nada distinto, en los 17 años anteriores a su coronación, de “cazar animales y pegar estampillas”.

Monarquías disímiles

Conviene diferenciar, sin embargo, la importancia de la monarquía según cada país. En Europa oriental y central el intervencionismo era muy grande. El estatus del káiser, por ejemplo, resultaba enorme, a pesar de que Alemania tenía un Parlamento que contaba con el primer Partido Social Demócrata de Europa. O la Rusia de Nicolás II, donde la presencia del monarca era absoluta y plomiza.

En Inglaterra, en cambio, ya había un Parlamento que celebraba debates agitados sobre asuntos públicos y la población masculina tenía derechos electorales parciales. Existía una monarquía parlamentaria mucho más parecida a la de nuestros días donde alguien como el ministro de Asuntos Exteriores, Edward Grey, desempeñaba un papel fundamental.

El escritor Juan Esteban Constaín señala que la personalidad de los tres monarcas representa la desembocadura de una cantidad de taras y complejos que se habían apilado con el tiempo, y que quedaron en evidencia en un momento en el que las casas reales ya no regían el mundo.

“La monarquía era para entonces una convidada de piedra”. Y añade, con su biblioteca de historia como testigo, que la guerra sería, además, el fracaso del proyecto político de la reina Victoria, quien quería a toda costa mantener la paz y la supremacía de su imperio en Europa. La guerra marcaría el final de la solidaridad entre las casas reales del continente y los líderes de la Primera Guerra Mundial.

 

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En junio de 1917, Jorge V, otro de los líderes de la Primera Guerra Mundial, cambiaría todos los apellidos alemanes de la dinastía que descendía por parte de sus dos abuelos paternos (Battenberg, Saxe-Coburg, Gotha, entre otros). Desde entonces hasta nuestros días, la casa real británica usa el genérico Windsor, nombre de un castillo.

Para ilustrar los debilitados vínculos de la realeza basta con remitirse al trágico final del zar. En 1917 Nicolás II es obligado a abdicar, acorralado por la situación política en Rusia. Jorge V se negó a acoger en Inglaterra a su familia, los Romanov.

 

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El apego de la zarina al excéntrico consejero espiritual Rasputín había enrarecido su imagen en Europa y el monarca británico temió por su prestigio. La decisión estuvo influenciada por el instinto de supervivencia de una institución que debía cuidar su imagen, negociar con los poderes políticos o desaparecer.

Como en el caso de Francia, y más tarde Alemania o Rusia.

Atrás quedó la relación entre los dos emperadores primos que se carteaban por lo menos tres veces al año. “Yo lo considero a usted como uno de mis mejores, y más antiguos amigos”, escribió Jorge a Nicolás en 1894.

Atrás también quedó el hecho de haber luchado en el mismo bando durante parte de la guerra, en lo que se denominó la Entente Cordiale, que formaron Rusia, Francia e Inglaterra.

La última vez que los tres monarcas se verían sería en mayo de 1913, en Berlín, durante el matrimonio de la hija mayor de Guillermo II, Victoria Luisa.

Las imágenes del documental de la BBC sobre los líderes de la Primera Guerra Mundial muestran, como un presagio de lo que sería, un moderno zepelín sobrevolando la capital, que contrasta con los desfiles de la caballería prusiana realizados al trote de una solemne música marcial. Europa se dirigía hacia la primera gran catástrofe del siglo XX.

         

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julio
29 / 2020