ERNEST BECKER
LA NEGACION
DE LA MUERTE
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Ernest Becker
LA NEGACIÓN
DE LA MUERTE
Traducción del inglés de Alicia Sánchez
editorial
K
YCairós
Numancia, 117-121
08029 Barcelona
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Título original: THE DENIAL OF DEATH
© 1973 by The Free Press
All Rights Reserved
Published by arrangement with the original publisher, Simón & Schuster, Inc.
© de la edición en castellano:
2000 by Editorial Kairós, S.A.
Primera edición: Febrero 2003
I.S.B.N.: 84-7245-500-9
Depósito legal: B -l 626/2003
Fotocomposición: Beluga y Mleka, s.c.p. Córcega 267. 08008 Barcelona
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salvo de breves extractos a efectos de reseña, sin la autorización previa y por es
crito del editor o el propietario del copyright.
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A la memoria de mis amados padres que, sin saberlo,
me dieron -entre otras muchas cosas- el don más
paradójico posible: la perplejidad ante el heroísmo.
Non ridere, non lugere, ñeque detestan, sed intellegere.
(No reír, no lamentarse, no maldecir, sino comprender)
S p in o z a
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SUMARIO
Prólogo .....................................................................................9
Prefacio .................................................................................17
1. Introducción; la naturaleza humana y lo heroico. .. 27
Parte I: LA PSICOLOGÍA PROFUNDA
DEL HEROÍSMO ...................................................39
2. El terror a la m u e r te ........................................................ 41
3. Remodelación de algunas ideas psicoanalíticas
básicas ..............................................................................60
4. El carácter humano como mentira v i t a l ...................... 88
5. Kierkegaard: El psicoanalista ..................................115
6. El problema del carácter de Freud:
Noch Einmal ...............................................................149
Parte II: LOS FRACASOS DEL HEROÍSMO . . . 191
7. El hechizo que emiten las personas:
el nexo de la falta de lib e r ta d ....................................193
8. Otto Rank y la conclusión
del psicoanálisis de Kierkegaard ............................. 236
9. La salida actual del p sic o a n á lisis............................. 259
10. Una visión general de la enfermedad mental . . . . 302
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Sumario
Parte III: RETROSPECCIÓN Y CONCLUSIÓN:
LOS DILEMAS DEL HEROÍSMO .................. 363
11. Psicología y religión:
¿Qué es el individuo heroico? ..................................365
Notas ...................................................................................407
índice .................................................................................425
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PRÓLOGO
Las primeras palabras que me dirigió Em est Becker
cuando entré en su habitación del hospital fueron: «Me co
ges in extremis. Esto es una prueba sobre todo lo que he es
crito acerca de la muerte. Es mi oportunidad de mostrar
cómo se muere, la actitud que se adopta si uno muere dig
namente y con valor; de qué pensamientos rodea su muerte;
cómo la acepta».
Cuando La negación de la muerte llegó a Psychology
Today a finales de 1973 y me lo colocaron en mi mesa de
trabajo para que lo valorase, me llevó menos de una hora to
mar la decisión de entrevistar a Em est Becker. El 6 de di
ciembre llamé a su casa de Vancouver con el fin de ver si
aceptaba una entrevista para la revista. Su esposa, Marie,
me contó que le acababan de trasladar al hospital, estaba ya
en la etapa terminal del cáncer. No le daban más de una se
mana de vida. Para mi sorpresa, al día siguiente me llamó y
me dijo que, mientras le quedara energía y lucidez, a Em est
le gustaría mantener una conversación si yo podía acercar
me por allí. Me fui a Vancouver enseguida, estremecido, a
sabiendas de que lo único que podía haber más atrevido que
invadir el mundo privado del moribundo sería rehusar su in
vitación.
Aunque no nos habíamos visto nunca, Emest y yo nos
metimos rápidamente a fondo en la conversación. La proxi
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Prólogo
midad de su muerte y los drásticos límites de su energía
ahuyentaron cualquier posible cháchara. Hablamos de la'
muerte delante de la muerte, del mal en presencia del cán
cer. Al final del día, a Em est no le quedaba energía, así es
que se nos acabó el tiempo. Aún nos demoramos con difi
cultad unos cuantos minutos, porque decir “adiós” por últi
ma vez es duro, y ambos sabíamos que él no viviría para ver
nuestra entrevista impresa. Un vaso de jerez medicinal en la
mesita de noche nos proporcionó un ritual piadoso para aca
bar. Bebimos juntos el vino, y me fui.
Aquel día, hace un cuarto de siglo, se convirtió en un
acontecimiento crucial que cambió mi relación con el mis
terio de mi propia muerte y, por tanto, con el de mi vida.'
Llevaré siempre conmigo la imagen de la presencia de áni-*
mo de Emest, su lucidez, que mantuvo al precio de soportal'
el dolor, y cómo su pasión por las ideas mantuvo la m uerta
a distancia durante un tiempo. Es un privilegio haber estado
con un hombre así en la heroica agonía de su muerte.
1
En los años transcurridos desde entonces, Becker ha te
nido un amplio reconocimiento como uno de los grandes
cartógrafos espirituales de nuestro tiempo, como un sabic?
médico del alma. Gradualmente, sin demasiado entusiasmo,
comenzamos a reconocer que la amarga medicina que pres
cribe -la contemplación del horror de nuestra inevitable
m uerte- es, paradójicamente, el pigmento que añade dulzu
ra a la mortalidad.
La filosofía de Becker, como aparece en La negación dé
la muerte y en La huida del m al, está tejida como una tren
za de cuatro cabos.
1
El primer cabo. El mundo es aterrador. La explicación de
la naturaleza de Becker tiene poco en común con Walt Dis
ney, por decir algo. La madre naturaleza es una brutal rame
ra, de fauces y garras rojas como la sangre, que destruye lo
que crea. Vivimos, dice, en una creación en la que la activi
dad rutinaria de los organismos es descuartizar a otros cotí
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Prólogo
los dientes, de todas las maneras posibles: mordiendo, tritu
rando carne, tallos de plantas y huesos entre los molares,
engullendo vorazmente la pulpa hacia el esófago con frui
ción, incorporando su esencia en nuestro propio organismo
para defecar después los residuos con fetidez nauseabunda
y ventosidades.
El segundo cabo. La motivación básica del comporta
miento humano es la necesidad biológica de controlar nues
tra ansiedad básica, de negar el terror a la muerte. Los seres
humanos somos ansiosos por naturaleza porque, en última
instancia, nos encontramos indefensos y abandonados en un
mundo donde nuestro destino es morir. «Este es el terror de
haber emergido de la nada, tener un nombre, conciencia de
sí mismo, sentimientos íntimos profundos, un agudísimo
anhelo de vivir y autoexpresarse, y, sin embargo, pese a
todo esto, morir.»
Elizabeth Kíibler-Ross y Ernest Becker fueron unos alia
dos insólitos que fomentaron la revolución cultural que sac6
a la luz la muerte y el proceso de morir. Al mismo tiem pa
que Kübler-Ross nos autorizaba a practicar el arte de morir
con gracia, Becker nos enseñaba que el pasmo, el miedo y
la ansiedad ontològica eran los acompañantes naturales de
contemplar el hecho de la muerte.
El tercer cabo. Puesto que el terror a la muerte es avasa
llador, conspiram os para m antenerlo inconsciente. «La
mentira vital del carácter» es la primera línea de defensa
que nos protege contra la dolorosa conciencia de nuestra in
defensión. Todos los niños toman prestado poder de los,
adultos y crean una personalidad introyectando las cualida
des del ser divino. Si soy como mi todopoderoso padre, no
moriré. Mientras obedecemos a los mecanismos de defensa
de nuestra personalidad, nos sentimos a salvo y creemos
que el mundo es manejable; es lo que Wilhelm Reich deno
minó «la coraza del carácter». Pero el precio que pagamos
es alto. Reprimimos nuestros cuerpos para adquirir un alma
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Prólogo
que el tiempo no puede destruir; sacrificamos el placer para
comprar inmortalidad; nos encerramos en nosotros mismos
para evitar la muerte. Y la vida se nos escapa mientras nos
hacemos fuertes en el interior de la fortificación que es el
carácter.
La sociedad nos suministra una segunda línea de defen
sa contra nuestra impotencia innata creando un sistema de
héroes que nos permite creer que transcendemos la muerte
al participar en algo de un valor duradero. Alcanzamos un
substituto de la inmortalidad al sacrificamos para conquis
tar un imperio, construir un templo, escribir un libro, cons
tituir una familia, acumular una fortuna, promover el pro
greso y la prosperidad, crear una sociedad de la información
y un libre mercado global. Puesto que la tarea principal de
la vida humana es el heroísmo y trascender la muerte, todas
las culturas tienen que proveer a sus miembros con un com
plicado sistema simbólico que es secretamente religioso. Lo
que significa que los conflictos ideológicos entre las cultu
ras son en su esencia batallas entre proyectos de inmortali
dad, guerras santas.
Una de las contribuciones más duraderas de Becker a la
psicología social ha sido la de ayudamos a entender que lo
que impulsa a las corporaciones y a las naciones son moti
vos inconscientes que poco tienen que ver con los objetivos
que declaran. Organizar una matanza en el campo de los ne
gocios o en el de batalla, por lo común, tiene menos relación
con las necesidades económicas o la realidad política que
con la necesidad de convencemos a nosotros mismos de que
hemos conseguido algo de un valor duradero. Pensemos,
por ejemplo, en la guerra del Vietnam, donde lo que movió
a Estados Unidos no fue ninguna realidad económica o in
tereses políticos sino la abrumadora necesidad de derrotar al
“comunismo ateo”.
El cuarto cabo. Nuestros proyectos heroicos que tienen
como objetivo destruir el mal logran el efecto paradójico de
12
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Prólogo
aportar aún más mal al mundo. Los conflictos humanos son
luchas; mis dioses contra tus dioses, mi proyecto de inm or
talidad contra tu proyecto de inmortalidad. La raíz del mal
causado por los humanos no es la naturaleza animal del
hombre, ni su agresividad territorial, o su egoísmo innato,
sino nuestra necesidad de ganar autoestima, negar nuestra
mortalidad y lograr una imagen heroica de nosotros mis
mos. Nuestro deseo de lo mejor es la causa de lo peor. Que
remos limpiar el mundo, convertirlo en algo perfecto, man
tenerlo a salvo para la democracia o para el comunismo,
purificarlo de los enemigos de dios, eliminar el mal, crear
una ciudad de alabastro sin rastro de lágrimas humanas, o
un Reich que dure mil años.
Quizás el mayor logro de Becker ha sido crear una cien
cia del mal. Nos ha aportado una nueva forma de entender
cómo creamos un superávit de mal; armamento, limpieza ét
nica, genocidio. Desde el principio de los tiempos, los hu
manos se han enfrentado con lo que Cari Jung llamó su som
bra -sentimientos de inferioridad, odio a uno mismo, culpa,
hostilidad- al proyectarla sobre su enemigo. Le ha quedado
a Becker la tarea de dejar totalmente claro que el armamen
to es un ritual social para la purificación del mundo, en el
que al enemigo se le asigna el papel de sucio, peligroso y
ateo. Dachau, Ciudad del Cabo y Mi Lai, Bosnia, Ruanda,
son el sombrío testimonio de la necesidad universal del chi
vo expiatorio; un judío, un negro, un asqueroso comunista,
un musulmán, un tutsi. La guerra es un potlatch* de muerte
en el que sacrificamos a nuestros valientes muchachos para
destruir a los cobardes enemigos de la probidad. Y cuanta
*
Significa “regalo”. Ceremonia competitiva de los indios americanos de la cos
ta del Pacífico Norte, donde una persona de prestigio reparte regalos a los ri
vales para hacer alarde de su riqueza, posteriormente los invitados o rivales
que han recibido los presentes intentan superar ese alarde de riqueza en otra
ceremonia celebrada por ellos. (N. de la T.)
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Prólogo
más sangre, mejor. Porque cuanto mayor sea el recuento de
cuerpos, más grandioso será el sacrificio por la sagrada cau
sa, la cara del destino, el divino plan.
La conclusión radical de Becker es que nuestros motivo^
altruistas que convierten al mundo en un depósito de cadá
veres -e l deseo de fundirnos con un todo más extenso, de
dedicar nuestras vidas a una causa superior, de servicio a los
poderes cósm icos- plantean una cuestión incómoda y revo
lucionaria a cada individuo y a cada nación. ¿A qué precio,
adquirimos la convicción de que somos heroicos? No cabe
duda de que una de las razones por las que Becker no ha te
nido nunca una audiencia masiva es porque nos avergüenza
con el reconocimiento de la facilidad con la que derrama
mos sangre para comprar la certeza de nuestra propia recti
tud. Nos revela que-la necesidad de negar nuestra desnudez
y envolvernos en gloria nos impide reconocer que el empe
rador no lleva vestidos.
Después de un diagnóstico tan sombrío de la condición
humana, no es sorprendente que Becker ofrezca sólo reme
dios paliativos. No hay expectativas de una curación mila
grosa, ni de una próxima apoteosis del ser humano, ni de un,
futuro esclarecido, ni del triunfo de la razón.
Becker bosqueja dos estilos posibles de heroísmo no
destructivo.
Lo máximo que podemos esperar de la sociedad en ge
neral es que la masa de individuos inconscientes llegue a
desarrollar una moral equivalente a la de la guerra. Las
ciencias del ser humano nos han mostrado que la sociedad
siempre se compondrá de sujetos pasivos, líderes poderosos
y enemigos, sobre los que proyectar nuestras culpas y odio
hacia nosotros mismos. Este conocimiento quizás nos per
mita desarrollar una “animadversión objetiva" en la que
objeto de odio no sea un chivo expiatorio sino algo imper
sonal, como la pobreza, la enfermedad, la opresión o los de
sastres naturales. Al hacer de ese odio inevitable algo inteli
14
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Prólogo
gible e informado, podríamos empezar a reconvertir nuestra
energía destructiva en un hábito creativo.
Para el individuo excepcional siempre existe el antiquí
simo camino de la sabiduría. Becker, como Sócrates, nos
aconseja entrenamos para la muerte. El cultivo de la con
ciencia de nuestra muerte lleva a la desilusión, a la pérdida
de la coraza del carácter y a una elección consciente para te
ner entereza ante el terror. El héroe existencial que sigue
esta vía del autoanálisis se diferencia del individuo medio
en que sabe que está obsesionado. En lugar de esconderse
en la ilusión de su carácter reconoce su impotencia y vulne
rabilidad. El héroe desilusionado rechaza los melodramas
estandarizados de la cultura de masas en favor de un heroís
mo cósmico en el que se siente la dicha auténtica de des
prenderse de las cadenas de la dependencia acrítica y autoderrotista. Así, descubre nuevas posibilidades de elección,
acción y nuevas formas de valor y resistencia. Al vivir con
la consciencia voluntaria de la muerte, el individuo heroico
puede elegir desesperarse, o dar un salto a lo Kierkegaard y
confiar en la «sacrosanta vitalidad del cosmos», en el des
conocido dios de la vida cuyo propósito misterioso se ex
presa en el drama abrumador de la evolución cósmica.
Existen signos - y la aceptación de la obra de Becker es
uno de ellos- de que algunos individuos se están despertan
do de la larga y obscura noche del tribalismo y el naciona
lismo, de que están desarrollando lo que Tillich denominó
una consciencia transmoral, una ética que es universal más
que étnica. Nuestra misión en el futuro es explorar lo que
significa para cada persona ser miembro de la familia de la
Tierra, una mancomunidad de seres afines. Si vamos a utili
zar la libertad para encerramos en nosotros mismos en per
sonalidades estrechas, tribales, paranoicas y crear más uto
pías sangrientas, o para formar comunidades compasivas
con los abandonados, es algo que está todavía por decidir.
Mientras los seres humanos gocen de una porción de liber
15
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Prólogo
tad, todas las esperanzas de futuro han de contemplarse en
subjuntivo; que podamos, que pudiéramos, que nos fuese
posible. Ningún experto puede predecir si prosperaremos, o
sucumbiremos. Tal vez elijamos incrementar o aminorar el
dominio del mal. El guión del mañana aún no se ha escrito.
Al final, Becker nos deja con una esperanza tremendai
mente frágil y asombrosamente poderosa. «Es el disfraz del
pánico -d ic e - lo que nos hace vivir en medio de la fealdad,
no el natural regodeo animal. Esto significa que el propio
mal es sensible al análisis crítico y, probablemente, al influí
jo de la razón.» Si en un futuro lejano la razón conquista
nuestro hábito de hacer melodramas autodestructivos y so
mos capaces de disminuir la cantidad de mal que genera-*
mos, será en gran medida porque Em est Becker nos ha ayu
dado a entender la relación entre la negación de la muerte y
el dominio del mal.
>
Quienes estén interesados en cómo se ha aprovechado la
obra de Becker y cómo la han continuado los filósofos, los
científicos sociales y los teólogos, pueden contactar con la
Fundación Ernest Becker, 3621, 72nd St., M ercer Island,
WA 98040 para recibir un boletín e información sobre con-»
ferencias.
S am Keen
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PREFACIO
[...] durante un tiempo dejé de escribir: ya se han
dicho demasiadas verdades en el mundo, ¡una super
producción que, al parecer, no se puede consum ir!
O tto R ank 1
La perspectiva de la muerte, decía el doctor Johnson,
concentra la mente de forma asombrosa. La tesis principal
de este libro es que hace mucho más que esto: la idea de la
muerte, el miedo que ocasiona, acosa al animal humano
como ninguna otra cosa. Es causa principal de la actividad
humana, diseñada, en su mayor parte, para evitar la fatali
dad de la muerte, para superarla negando de algún modo
que es el destino final de la persona. El célebre antropólogo
A.M. Hocart argumentaba en cierta ocasión que a los primi
tivos no les inquietaba el temor a la muerte, y que una sagaz
muestra de datos antropológicos revelaría que lo más fre
cuente era acompañar la muerte con regocijo y festejos. La
muerte parecía tomarse como una ocasión de celebración
más que de miedo, al estilo del velatorio tradicional irlan
dés. Hocart quería erradicar la noción de que los primitivos
fueran infantiles (comparados con el hombre y la mujer mo
dernos) y que estuvieran aterrorizados por la realidad. Hoy
en día, la mayoría de los antropólogos ha llevado a cabo
esta rehabilitación del primitivo. Además, esa argumenta
17
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Prefacio
ción deja intacto el hecho de que el miedo a la muerte es, evi
dentemente, un universal de la condición humana. Los pri
mitivos celebran con frecuencia la muerte para sentirse se
guros -com o han demostrado Hocart y otros- justo porque
creen que la muerte es el postrer ascenso, el último ritual de
elevación hacia una forma de vida superior, al disfrute de
una eternidad de algún tipo. La mayoría de los occidentales
tienen dificultades para seguir creyendo en estas cosas. Esto
hace que el miedo a la muerte sea una parte tan importante
de nuestra estructura psicológica.
En estas páginas trato de demostrar que el miedo a la
muerte es un universal que reúne datos de distintas discipli
na, de las ciencias humanas, y que convierte las acciones
humanas, que hemos sepultado bajo una montaña de datos y
obscurecido con inacabables argumentos, en un sentido u
otro, sobre los “verdaderos motivos” humanos, en algo ad
mirablemente claro e inteligible. El estudioso de nuestro
tiempo se encuentra doblegado bajo un peso que nunca hu
biese imaginado tener que aguantar: la superproducción de
verdades que no pueden consumirse. Durante siglos, el
hombre vivió en la creencia de que la verdad era sutil y es
curridiza, y que una vez que la encontrase se acabarían los
problemas de la humanidad. Ahora nos encontramos a ini
cios del siglo xxi y nos estamos atragantando con la verdadí
Se han producido tal cantidad de escritos brillantes, de des
cubrimientos geniales, semejante expansión y elaboración
de esos descubrim ientos... y, sin embargo, la mente perma
nece en silencio mientras que el mundo gira en su milenaria
carrera demoníaca. Recuerdo haber leído cómo en la famo
sa Exposición Universal de Saint Louis, en 1904, el orador
de una prestigiosa reunión científica tenía problemas para
hacerse oír por el ruido de unas armas nuevas con las que
hacían una demostración cerca de allí. Dijo algo en un tono
condescendiente y tolerante acerca de ese juego molesto e
innecesario, como si el futuro perteneciera a la ciencia y no
18
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Prefacio
al militarismo. La Primera Guerra Mundial nos enseñó a to
dos cuál era la prioridad en este planeta, qué bando jugaba
con fuego, y cuál no. En la actualidad, el orden de priorida
des ha podido verse de nuevo en un presupuesto armamen
tista de miles de millones de dólares en una época en que las
condiciones de vida en el planeta han sido de las peores.
¿Para qué, puede que se pregunte el lector, añadir toda
vía una pesada tonelada más de superproducción inútil?
Hay, por supuesto, razones personales: hábito, instinto, op
timismo contumaz. Y está Eros, la necesidad interna de uni^
ficar la experiencia, de crear, de un sentido más pleno. Creo
que una de las razones por las que el conocimiento se halla
en una situación de superproducción inútil es porque se en
cuentra diseminado por todos lados, transmitido por mil bo
cas que compiten entre ellas. Sus más insignificantes frag
mentos se magnifican de forma desproporcionada, mientras
que sus principales visiones profundas, de valor histórico
mundial, quedan en el olvido reclamando atención. No exis
te ningún latido, ningún centro vital. Norman O. Brown ya
advirtió que el gran mundo necesita más Eros y menos an
tagonismo y que al mundo intelectual le ocurre lo mismo.
Queda por revelar la armonía que aúne muchas actitudes
desacordes de forma que la «polémica estéril e ignorante»
amaine.2
He escrito este libro fundamentalmente a modo de estudio
de la armonización de la Babel existente de puntos de vista
sobre el ser humano y la condición humana, en la creencia de
que ha llegado el momento adecuado para una síntesis que al
bergue lo mejor del pensamiento en muchos campos, desde
las ciencias humanas hasta la religión. He tratado de evitar ir
a contracorriente y negar ningún punto de vista, sin tener en
cuenta lo contrario que me pueda resultar, si me ha parecido
que podía encerrar algo de verdad. A lo largo de estos últi
mos años he aprendido que el problema del conocimiento
del ser humano no es rebatir y destruir las opiniones contra19
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Prefacio
rías, sino incluirlas en una estructura teórica más amplia.
Una de las ironías del proceso creativo es que nos inhabili
ta parcialmente para funcionar. Quiero decir que, en gene
ral, para producir, el autor tiene que exagerar la importancia
de lo que produce y confrontarlo, de forma competitiva, con
otras versiones de la verdad; es así como se ve arrastrado
por su propia exageración, ya que su imagen diferenciada se
ha construido sobre este hecho. Pues, cada pensador honra
do, que en lo básico es un empirista, tiene que mantener
algo de verdad en sus posiciones, cualquiera que sea la radicalidad con que las ha formulado. El problema consiste en
encontrar la verdad que subyace en la exageración, reducir
la elaboración o la distorsión excesivas e incluir esa verdad
donde mejor se acomode.
Una segunda razón para escribir este libro es que, en los
últimos años, he tenido algo más que mi ración de problemas
en esta cuestión de conjugar verdades válidas. He tratado de
acabar de entender las ideas de Freud y sus intérpretes y he
rederos con lo que podríamos llamar la destilación de la psi
cología moderna. Creo que, por fin, lo he conseguido. En este
sentido, el libro es una propuesta de paz para mi espíritu eru
dito, una ofrenda para mi absolución intelectual. Tengo la
sensación de que es mi primera obra madura.
Una de las cosas más importantes que he tratado de ha
cer en este libro es presentar una recapitulación de la psico
logía después de Freud, enlazando el conjunto del desarro
llo de la psicología con la todavía imponente cumbre de
Kierkegaard. Argumento a favor de una fusión de la psico
logía y de una perspectiva mítico-religiosa. Para ello, me
baso en gran medida en la obra de Otto Rank. He llevado a
cabo un intento importante de transcribir la relevancia de la
magnífica construcción de su pensamiento. Entrar a fondo
en la obra de Rank es algo que había demorado durante lar
go tiempo. Si lo he logrado, probablemente en ello consiste
el valor principal de este libro.
20
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Prefacio
Rank tiene tanta relevancia en estas páginas que quizás
serviría de ayuda dedicarle unas palabras introductorias.
Frederick Perls comentó en una ocasión que el libro de
Rank Arte y artista estaba «más allá de toda alabanza».1Re
cuerdo que me impresionó tanto ese juicio que cogí el libro
de inmediato: no podía imaginar que algo científico estu
viese «más allá de toda alabanza». La misma obra del pro
pio Freud me parecía digna de alabanza, esto es, como algo
que uno puede esperar de la mente humana. Pero Perls tenía
razón: Rank era, como dice la gente joven, «otra cosa». No
se puede ensalzar gran parte de su obra simplemente porque
con brillo abrumador es con frecuencia fantástico, gratuito,
superlativo; sus visiones interiores aparecen como un don
más allá de lo necesario. Supongo que en gran parte se debe
a que, además de su genio, el pensamiento de Rank siempre
abarcó varios campos del conocimiento. Cuando, por ejem
plo, suministraba datos antropológicos y se esperaba una vi
sión antropológica, se encontraba uno otra cosa, algo más.
Viviendo como vivimos en una era de hiperespecialización,
hemos perdido la expectativa de este tipo de placer. Los ex
pertos nos dan emociones razonables, si es que nos dan al
guna.
Algo que sí que espero de mi encaramiento con Rank es
que los lectores vayan después directamente a sus libros. No
existe un substituto de la lectura de Rank. Mis ejemplares
de lectura de sus libros tienen las tapas llenas de un número
poco frecuente de notas, subrayados, puntos de exclama
ción dobles; es una abundante fuente de años de introspec
ciones y reflexión. Mi tratamiento de Rank no es más que
un esbozo de su pensamiento: su fundamentación, muchas
de sus visiones profundas y sus implicaciones globales.
Este sería el Rank empalidecido, no el pasmosamente rico
de sus libros. También el esbozo de presentación de Ira Progoff y su valoración de Rank es tan correcto, de un discer
nimiento tan sutilmente equilibrado, que difícilmente puede
21
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Prefacio
superársele como una revalorización breve de su obra.4
Rank es muy difuso, difícil de leer, tan rico que casi es inac
cesible al lector general. Era tan consciente de esto que, du
rante un tiempo, mantuvo la esperanza de que Anais Nin le
reescribiera sus libros de modo que estos tuvieran el efecto
que deberían haber tenido. Lo que ofrezco en estas páginas
es mi propia versión de Rank, rellenado a mi manera, una
especie de “traducción” breve de su sistema, con la espe
ranza de hacerlo accesible en su conjunto. Este libro sólo
comprende su psicología individual; en otro, trazaré su es
quema de la psicología de la historia.
Hay diversas maneras de aproximarse a Rank. Algunos le
ven como un colaborador brillante de Freud, un miembro del
primer círculo del psicoanálisis que ayudó a ponerlo en mar
cha en sectores más amplios con la aportación de su vasta
erudición, alguien que mostró cómo el psicoanálisis puede
iluminar la historia de la cultura, el mito y la leyenda, como,
por ejemplo, en su temprana obra El mito del nacimiento del
héroe y en el Motivo del incesto. Estos añadirían que, pues
to que a Rank no se le había analizado nunca, su represión
logró sacar lo mejor de él, a la vez que se alejaba de la vida
estable y creativa que tenía con Freud. En sus últimos años,
su inestabilidad personal le fue sobrepasando poco a poco y
murió de forma prematura en plena frustración y soledad.
Otros ven a Rank como a un más que entusiasta discípulo de
Freud que intentó ser original prematuramente, lo que le lle
vó a exagerar el reduccionismo psicoanálitico.
Este juicio se basa casi exclusivamente en su libro El
trauma del nacimiento y, en general, se detiene ahí. Por últi-r
mo, quedan los que ven a Rank como un miembro brillante
del círculo más próximo a Freud, un entusiasta favorito
Freud cuya educación universitaria sugirió y financió éste¿
Rank devolvió acrecentada su deuda con el psicoanálisis coa.
visiones profundas en muchos campos: historia cultural, de*
sarrollo del niño, psicología del arte, crítica literaria, pensa
22
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Prefacio
miento primitivo y otros. En resumen, fue una especie de ser
polifacético, un niño prodigio no demasiado organizado o
autocontrolado, un Theodor Reik al que podemos considerar
intelectualmente superior.
Pero todas estas maneras de recapitular a Rank son erró
neas. Sabemos que proceden en gran parte de la mitología
del propio círculo de psicoanalistas, que nunca le perdona
ron su alejamiento de Freud, lo que conllevó una mengua de
su símbolo de inmortalidad (para utilizar la forma en que en
tendió Rank la amargura y bajeza que mostraron). Hay que
reconocer que El trauma del nacimiento ofreció a sus de
tractores una excusa contra él, una razón justificada para em
pequeñecer su estatura. Fue un libro exagerado y funesto que
envenenó su imagen pública, aun después de haberlo reexa
minado él mismo e ir mucho más allá de esta obra. Al dejar
de ser un mero colaborador de Freud, un servidor del psico
análisis para su mayor divulgación, Rank logró su propio y
único sistema de ideas, que elaboró cuidadosamente. Supo
por dónde quería empezar, con qué sistema de datos contaba
y lo que pretendía hacer con todo ello. Conoció todas estas
cosas específicamente por lo que se refiere al psicoanálisis,
al que quería trascender, y lo logró. En cuanto a las implica
ciones filosóficas de su propio sistema de pensamiento, las
conoció en líneas generales, pero no tuvo tiempo para llegar
a obtener resultados ya que su vida fue corta. Fue, desde lue
go, un creador de sistemas tan completo como Adler o Jung.
Su sistema de pensamiento es tan brillante como el de ellos,
incluso más en algunos aspectos. Respetamos a Adler por la
solidez de sus juicios, por la franqueza de sus visiones pro
fundas, por su humanismo intransigente. Admiramos a Jung
por su coraje y la apertura mental con que abarcó la ciencia
y la religión. Pero el sistema de Rank tiene, además, impli
caciones para un desarrollo más profundo y amplio de las
ciencias sociales que en Adler y Jung, implicaciones que
acaban de empezar a destaparse.
23
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Prefacio
Cuando Paul Roazen escribió “The Legend o f Freud”,5
hizo la acertada observación de que: «cualquier escritor, cu
yos errores se ha tardado tanto tiempo en corregir es [...]
una figura a considerar en la historia intelectual». Sin em
bargo, todo el asunto es muy raro, porque Adler, Jung y
Rank corrigieron muy pronto la mayoría de los desaciertos
de Freud. La cuestión que concierne al historiador es más
bien qué ocurría en la historia del pensamiento psicoanalítico, las ideas mismas, el público y la mentalidad erudita que
conservaron esas correcciones tan en la ignorancia o tan
aparte del movimiento más im portante de pensamiento
científico acumulativo.
Incluso un libro de amplio alcance ha de ser muy selec
tivo en las verdades que escoge de entre la montaña de ver
dades que nos ahoga. A muchos pensadores importantes se
les menciona sólo de pasada. El lector, por ejemplo, puede
preguntarse acerca de mi gran inclinación por Rank y lo
poco que menciono a Jung en un libro cuyo principal obje
tivo es el dar por terminada la cuestión del psicoanálisis y la
religión. Una de las razones es lo destacado que ha sido
Jung, y los muchos intérpretes notables que ha tenido,
mientras que a Rank apenas se le conoce, y casi nadie ha ha-j
blado de él. Otra razón es que, aunque el pensamiento d^
Rank es difícil, siempre acierta en los problemas clave^
Jung no lo es, y una gran parte de su obra deambula por eso^
terismos innecesarios; el resultado es que a menudo obscu-¡
rece por una parte lo que descubre por otra. No veo que to-»
dos sus tomos sobre alquimia añadan un ápice al peso que
tiene su visión profunda del psicoanálisis.
Mucha de la buena fraseología sobre la visión profunda
de la naturaleza humana se la debo a Marie Bcckcr, cuya fi
neza y realismo en estas cuestiones están fuera de lo común.
Quiero expresar mi agradecimiento (con las abstenciones
de costumbre) a Paul Roazen por su amabilidad al pasar e^
capítulo 6 por el cedazo de su gran conocimiento sobre
24
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Prefacio
Freud. También a Robert N. Bellah, que leyó el manuscrito
entero; le estoy muy agradecido por sus críticas, en general,
y por sus sugerencias específicas. A cuantos han colaborado
activamente les debo, sin duda alguna, el enriquecimiento
del libro. En cuanto a los restantes, temo que me plantean
una tarea de vasto y largo alcance: la de cambiarme a mí
mismo.
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1. INTRODUCCION:
LA NATURALEZA HUMANA
Y LO HEROICO
En nuestra época existe una gran presión para que se
planteen conceptos que ayuden a los seres humanos a en
tender sus dilemas; una avidez de búsqueda de ideas vitales,
de simplificar una complejidad intelectual innecesaria. A
veces, ello conduce a grandes mentiras que solucionan ten
siones y facilitan que la acción avance con la dosis de ra
cionalizaciones que la gente necesita. Pero también lleva a
una desconexión paulatina de algunas verdades que ayudan
a las personas a controlar lo que les sucede, que les indican
donde residen realmente los problemas.
Una de estas verdades es la idea de heroísmo, que tiene
a sus espaldas una larga historia. En tiempos académicos
“normales”, no se nos ocurrió nunca que pudiéramos hacer
nada de particular con ello, llevarlo como estandarte o usar
lo como un concepto nuclear. Sin embargo, la mentalidad
popular siempre supo lo importante que era. Como observó
a principios de siglo William James, que abarcó casi todo,
«el instinto común de la humanidad por la realidad [...] ha
mantenido siempre que el mundo era esencialmente un tea
tro para el heroísmo».1No sólo la mentalidad popular lo sa
27
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La negación de la muerte
bía, también los filósofos de todos los tiempos; en nuestra
cultura, especialmente Emerson y Nietzsche, y por ello to
davía nos estremecemos con ellos. Nos gusta que nos re
cuerden que nuestra llamada primordial, nuestra tarea prin
cipal en este planeta, es lo heroico.*
Una forma de ver el desarrollo global de las ciencias so
ciales desde los tiempos de Marx y el de la psicología des
de los de Freud, es que ambas representan la pormenorización y clarificación masivas del problema del heroísmo
humano. Esta perspectiva establece el tono de seriedad que
requiere nuestra discusión: en la actualidad, tenemos el so
porte científico necesario para una comprensión auténtica
de la naturaleza del heroísmo y del lugar que ocupa en la
vida humana. Si «el instinto común para la realidad que tie
nen los seres humanos» es correcto, hemos logrado el hecho
extraordinario de descubrir esa realidad de forma científica.
Uno de los conceptos clave para entender el afán por el
heroísmo es la idea de “narcisismo” . Como con gran acier
to nos lo ha recordado Erich Fromm, esta idea es una de las
mayores y más duraderas contribuciones de Freud. Freud
descubrió que cada uno de nosotros repite la tragedia del
mítico dios griego Narciso; estamos irremediablemente ab
sortos en nosotros mismos. Si nos preocupamos alguna vez
de alguien, normalmente es, ante todo, de nosotros mismos.
Como dijo Aristóteles en algún sitio: la suerte llega cuando
la flecha alcanza a la persona que está a tu lado. Veinticin
co siglos de historia no han cambiado el narcisismo básico
del ser humano; para muchos de nosotros, aquella defini
ción de suerte todavía es útil. Uno de los aspectos más mí
seros del narcisismo es ese sentimiento de que práctica-
En la discusión siguiente, tendré que recapitular algunas cosas que ya he es
crito en otros libros (The Birth and Death o f Meamng, segunda edición, Nue
va York Free Press, 1971) a fin de establecer un contexto para los otros ca
pítulos
28
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Introducción
mente todo el mundo es prescindible excepto nosotros mis
mos. Tendríamos que estar preparados, como dijo Emerson
en cierta ocasión, para recrear el mundo entero fuera de no
sotros, incluso si no existiese nadie más. Ese pensamiento
nos aterra; no sabemos cómo nos podríamos arreglar sin los
otros. Pero en el fondo subsiste el recurso básico; en caso de
necesidad nos bastaríamos con nosotros mismos si confiá
semos en nosotros como lo deseaba Emerson. Incluso, aun
que no sintiéramos esta confianza emocionalmente, la ma
yoría de nosotros lucharía para sobrevivir con todas sus
fuerzas sin importar cuántos mueren a nuestro alrededor.
Nuestro organismo está preparado para llenar el mundo en
tero por sí solo, aunque nuestra mente se encoja ante este
pensamiento. El narcisismo es lo que hace que los soldados
sigan avanzando frente al fuego a quemarropa de las gue
rras. En el fondo de su corazón, uno no siente que va a mo
rir, sino que se compadece de sus compañeros. La explica
ción de Freud fue que el inconsciente no conoce el tiempo o
la muerte. En sus recovecos orgánicos y psicoquímicos in
ternos el ser humano se siente inmortal.
Ninguna de esas observaciones denota astucia humana.
No parece que la persona pueda evitar su egoísmo; es como
si proviniese de su naturaleza animal. A través de inconta
bles siglos de evolución, el organismo ha tenido que prote
ger su propia integridad; tenía su identidad psicoquímica y
se dedicó a preservarla. Este es uno de los principales pro
blemas que se presentan con los trasplantes de órganos; el
organismo se protege contra la materia ajena, incluso si se
trata de un corazón nuevo que lo mantendría vivo. El propio
protoplasma se cobija y nutre a sí mismo contra el mundo y
las agresiones a su integridad. Da la impresión de que dis
fruta de sus propias pulsaciones, expandiéndose por el mun
do al tiempo que metaboliza segmentos de éste. Si se toma
se un organismo mudo y ciego y se le diese autoconciencia y
nombre, si se lograra que destacase en su entorno natural y
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La negación de la muerte
adquiriese conciencia de que es único, se obtendría narcisis
mo. En la persona, la identidad psicoquímica, el sentido del
poder y la actividad se han hecho conscientes.
En el ser humano, un cierto nivel de narcisismo operati
vo es inseparable de su autoestima, a partir de un senti
miento básico del propio valor. Hemos aprendido, sobre
todo de Alfred Adler, que lo que más necesita el ser huma
no es la seguridad de su autoestima. Pero este no es sola
mente una gota ciega de protoplasma holgazán, sino una
creatura con un nombre que habita en un mundo de símbo
los y sueños, no sólo de materia. Su sentimiento de autovaloración se constituye simbólicamente, su tan apreciado
narcisismo se alimenta de símbolos sobre la base de una
idea abstracta de su propio valor; una idea compuesta de so
nidos, palabras e imágenes que están en el aire, en la mente,
en el papel. Todo esto significa que el anhelo natural de la
persona por la actividad orgánica, los placeres de la incor
poración y la expansión emocional, puede nutrirse sin lími
tes en el campo de los símbolos y por tanto, en el de la in
mortalidad. El organismo simple puede expandirse en
dimensiones de mundos y tiempos sin mover un solo miem
bro físico: puede imbuir la eternidad en sí mismo aunque
sea con boqueadas de agonía.
En la infancia, la lucha por la autoestima al menos está
disfrazada. El niño no se avergüenza de sus necesidades; y
cuanto más desea, mejor. Todo su organismo reclama a gri
tos su narcisismo originario. Esta demanda puede convertir
la infancia en un infierno para los adultos, especialmente
cuando hay varios niños que compiten a la vez por la pre
rrogativa de una autoexpansión sin límites, lo que podría
mos llamar “significado cósmico” . Este término no debe to
marse a la ligera, ya que es ahí adonde nos conduce nuestra
discusión. Hablamos despreocupadamente de la “rivalidad
fraterna”, como si fuese un subproducto del crecimiento,
una brizna de competitividad y egoísmo de niños mimados
30
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Introducción
que todavía no han alcanzado su generosa naturaleza social.
Pero todo es demasiado superabsorbente y despiadado para
ser una aberración, expresa las entrañas de la creatura; el
deseo de destacar, de ser el mismísimo número uno de la
creación. Cuando se combinan el narcisismo original con la
necesidad básica de autoestima, se da a luz a una creatura
que ha de sentirse a sí misma como un objeto de valor pri
mordial: la primera en el universo, personificando en sí mis
ma toda la vida. Esta es la razón de la lucha diaria, normal
mente feroz, entre hermanos. El niño no puede permitirse
ser el segundo, o sentirse devaluado, y menos excluido.
«¡Le has dado el caramelo más grande!» «¡Le has dado más
zumo!» «Toma tú un poco más.» «¡Ahora tiene ella más que
yo!» «Le has dejado encender la chimenea y a m í no.»
«¡Vale, enciende un trozo de papel!» «Pero este papel es
más pequeño que el que ha encendido ella.» Y así, una y
otra vez. Un animal que adquiere sus sentimientos de valía
simbólicamente tiene que compararse a cada minuto con los
que le rodean para asegurarse de que no se convierte en el
segundo. La rivalidad fraterna es un problema crítico que
refleja la condición humana básica: no se trata de que los ni
ños sean depravados, egoístas y dominantes. Expresan de
forma abierta el destino trágico del ser humano. El niño tie
ne que justificarse ante sí mismo como un objeto de valor
primordial en el universo; tiene que destacar, ser un héroe,
contribuir lo más posible a la vida en el mundo, mostrar que
cuenta más que nada o que nadie.
Cuando valoramos lo natural que le resulta al ser huma
no la lucha para ser un héroe, hasta qué punto es inherente
en su constitución evolutiva y orgánica, la claridad con que
se muestra de niño, resulta de lo más extraño lo ignorantes
que somos, conscientemente la mayoría de nosotros, de lo
que en realidad queremos o necesitamos. De todos modos,
en nuestra cultura, y sobre todo en nuestros días, lo heroico
parece quedarnos demasiado grande, o nosotros somos de31
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^
La negación de la muerte
masiado pequeños para ello. Dígale a un chico joven que
está capacitado para ser un héroe, ya verá como se enrojece.
Disfrazamos nuestra lucha acumulando cifras en un libro de
contabilidad para recoger en privado nuestro sentido del va
lor de lo heroico, o teniendo una casa un poco mejor en el
barrio, un coche más grande, niños más listos. Pero, por de
bajo, late el dolor de la especificidad cósmica, cualquiera
que sea la forma bajo la que lo enmascaremos en relación a
una esfera menor. De vez en cuando, alguien admite que se
ha tomado en serio el heroísmo, y ello nos produce un esca
lofrío, como cuando el congresista estadounidense M endel
Rivers pasaba asignaciones al ejército y dijo que era el
hombre más poderoso desde Julio Cesar. Puede que nos es
tremezcamos ante la tosquedad del heroísmo terrenal, tanto
de Cesar como de sus imitadores, pero no es culpa de ellos,
sino de la manera en que la sociedad establece su sistema de
héroes, y de la gente a la que el sistema da ocasión de re
presentar sus papeles.
La cuestión es que esto es lo que es y ha sido siempre la
sociedad: un sistema de acción simbólico, una estructura de
statu quo y papeles, de costumbres y normas de comporta
miento diseñadas para servir de vehículo al heroísmo terre
nal. Cada guión es único, cada cultura tiene un sistema de
héroes diferente. Lo que los antropólogos denominan “rela
tividad cultural” es, en realidad, la relatividad de los siste
mas de héroes del mundo entero. Cada sistema cultural es
una dramatización de las heroicidades sobre la Tierra; cada
sistema configura papeles para actuar con diferentes grados
de heroísmo; desde el heroísmo “de lujo” de un Churchill,
un Mao o un Buda al “barato” heroísmo del minero, del la
briego o del cura; el heroísmo escueto, de cada día, terrenal,
forjado por manos nudosas de trabajador que conduce a su
familia a través del hambre y la enfermedad.
Carece de importancia que el sistema de héroes cultural
sea abiertamente mágico, religioso, primitivo o secular, cien
32
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Introducción
tífico y civilizado. De cualquier modo, es un sistema mítico
al que la gente se somete para adquirir un sentimiento de va
lor primordial, de peculiaridad cósmica, de utilidad última de
la creación, de significado inamovible. Se adquiere este sen
timiento forjándose un lugar en la naturaleza, construyendo
un edificio que refleje el valor de lo humano: un templo, una
catedral, un tótem de madera, un rascacielos, una familia que
abarca tres generaciones. Lo hacen con la esperanza y el con
vencimiento de que las cosas que crean las personas en la so
ciedad tienen un valor y un significado duraderos, que sobre
viven o eclipsan a la muerte y a la descomposición, que el ser
humano y su producción tienen importancia. Cuando Nor
man O. Brown dijo que desde Newton la sociedad occidental
sigue siendo tan religiosa como cualquier otra, independien
temente de lo científica o secular que se autoproclame, quiso
decir lo siguiente: la sociedad “civilizada” es una protesta y
una creencia optimista en que la ciencia, el dinero y los bie
nes hacen que el ser humano tenga más importancia que
cualquier otro animal. En este sentido, todo lo que este hace
es religioso y heroico, y, sin embargo, corre el riesgo de ser
ficticio y falible.
La pregunta más importante que podemos llegar a plan
teamos es sencillamente la siguiente: ¿hasta qué punto so
mos conscientes de lo que estamos haciendo para adquirir
nuestro sentido del heroísmo? Creo que si cada uno de no
sotros admitiese su anhelo de ser un héroe, nos encontraría
mos ante una descarga en verdad devastadora. Provocaría
que exigiéramos a la cultura que nos diese lo que nos debe:
un sentimiento primordial del valor del ser humano como
partícipe único de la vida cósmica. ¿Cómo se las arreglarí
an nuestras sociedades para satisfacer una petición tan au
téntica sin removerse hasta sus cimientos?
Sólo las sociedades que llamamos “primitivas” propor
cionaron este sentimiento a sus miembros. Los grupos m i
noritarios de nuestra actual sociedad industrial que recla
33
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La negación de la muerte
man a gritos libertad y dignidad humana están, en realidad,
pidiendo de forma torpe que se les otorgue un sentido de he
roísmo básico que se les ha estafado históricamente. Por eso
resultan sus pretensiones tan enojosas y perturbadoras;
¿cómo hacer algo tan “irracional” dentro de los cauces so
bre los que la sociedad está asentada? “Piden lo imposible”,
es la fórmula con la que solemos expresar nuestro descon
cierto.
Pero a nadie le resulta fácil admitir la verdad de la nece
sidad del heroísmo, ni siquiera para los que realmente quie
ren que se les reconozca su pretensión. Ese es el problema.
Como veremos en discusiones posteriores, llegar a ser cons
ciente de lo que uno hace para conseguir el sentimiento de
heroísmo es el principal problema autoanalítico de la vida.
Todo lo que hay de doloroso y sobrio en lo que los genios
psicoanalíticos y religiosos han descubierto sobre la perso
na gira en tom o al terror de admitir lo que hace para conse
guir su autoestima. Por ello, las heroicidades humanas se
deben a un impulso ciego que consume a la gente; en las
personas apasionadas es un alarido de gloria tan poco críti
co y reflexivo como el aullido de un perro. En las masas
más pasivas de personas mediocres se halla disfrazado, a la
vez que aceptan humildes y quejosas los papeles que la so
ciedad les proporciona para sus heroicidades y tratan de
promocionarse dentro del sistema: llevan los uniformes
convencionales aunque se permiten promocionarse, si bien,
poco y con precauciones, con lazadas o flores rojas en el
ojal, pero no de forma francamente superior.
Si arrancáramos este disfraz masivo, esos bloques de re
presión que ocultan las técnicas humanas para ganar la glo
ria, llegaríamos a la cuestión potencialmente más liberado
ra de todas, al problema principal de la vida: ¿hasta qué
punto es el sistema cultural del héroe que mantiene y guía a
la humanidad una verdad empírica! Nos hemos referido a la
parte más mezquina del ansia de heroísmo cósmico del ser
34
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Introducción
humano, pero, por supuesto, existe también su parte noble.
Entrega la vida por su país, su sociedad, su familia. Elige
caer bajo una granada para salvar a sus camaradas; es capaz
de la mayor generosidad y autosacrificio. Pero tiene que
sentir y creer que lo que hace es de verdad heroico, intem
poral y con un significado soberano. La crisis de la sociedad
actual radica precisamente en que la juventud ya no se sien
te heroica en el plan de acción que la cultura ha establecido.
No cree que sea empíricamente realista con los problemas
de su vida y de su tiempo. Vivimos una crisis de heroísmo
que penetra todos los aspectos de nuestra vida social: los
fracasados del heroísmo universitario, del heroísmo de los
negocios y las carreras, del heroísmo de la acción política;
el ascenso de los antihéroes, los que querrían ser heroicos a
su manera, o, como Charles Manson con su familia “espe
cial”, los que con sus heroicidades atormentadas atacan al
sistema que ha dejado de representar un heroísmo consen
suado. La gran perplejidad de nuestro tiempo, lo que re
mueve nuestra época, es que la juventud ha percibido -p ara
bien o para m al- una gran verdad socio-histórica; que de la
misma manera que hay autosacrificos inútiles en guerras in
justas, también existen heroicidades innobles en sociedades
enteras: puede tratarse de las heroicidades perversamente
destructivas de la Alemania de Hitler, de la simple heroici
dad envilecedora y tonta de la adquisición y exhibición de
bienes de consumo o de la acumulación de dinero y privile
gios que caracteriza actualmente formas enteras de vida.
Y una crisis de la sociedad es también, por supuesto, la
crisis de la religión organizada. La religión ya no es válida
como sistema heroico, por eso la juventud la desprecia. Si la
cultura tradicional se encuentra desacreditada como heroica,
la iglesia que apoye esa cultura se desacredita a sí misma au
tomáticamente. Si la iglesia, por otro lado, prefiere insistir
en su propia cultura de la heroicidad, puede que se encuentre
con que, en algunos aspectos cruciales, tiene que trabajar
35
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La negación de la muerte
contra la cultura establecida, reclutar jóvenes a fin de que
sean antihéroes para el tipo de vida de la sociedad en la que
viven. Este es el dilema de la religión en la actualidad.
Conclusión
Lo que he intentado sugerir en esta breve introducción es
que el problema de lo heroico es lo más importante en la vida
humana, que penetra más profundamente en su naturaleza
que ninguna otra cosa porque se basa en el narcisismo orgá
nico y en la necesidad de autoestima del niño como la con
dición para su vida. La propia sociedad es un sistema codifi
cado de héroes, lo que significa que, en todas partes, la
sociedad vive el mito del significado de la vida humana, una
provocadora creación de sentido. Toda sociedad es, por lo
tanto, una “religión” tanto si así lo cree como si no: la “reli
gión” soviética y la maoísta son verdaderas religiones, como
lo son la científica y la de consumo, por mucho que traten de
disfrazarse al excluir las ideas espirituales y religiosas de sus
vidas. Como veremos más adelante, fue Otto Rank quien de
mostró desde lo psicológico esta naturaleza religiosa de toda
creación cultural humana. Posteriorm ente, N orm an O.
Brown resucitó esta idea en su Eros y Tanatos, y Robert Jay
Lifton en su Revolutionary Inmortality. Si aceptamos esas
sugerencias, hemos de admitir que estamos tratando el pro
blema humano universal por excelencia y tenemos que estar
preparados para investigarlo lo más sinceramente posible
para conmocionamos por la autorrevelación del ser humano
lo mejor que podamos. Vamos a retomar todo este pensa
miento con Kierkegaard y a desarrollarlo con Freud para ver
adonde nos conduce este recorrido a través de los últimos
150 años. Si la profunda sinceridad que encierran algunos li
bros pudiera cambiar el mundo de forma inmediata, los cin
co autores que acabo de mencionar habrían hecho que las
36
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Introducción
naciones se tambalearan hasta sus cimientos. Pero, puesto
que todo el mundo continúa como si las verdades vitales so
bre la humanidad no existieran, es necesario hacer más hin
capié en ellas. Durante 2.500 años hemos esperado y creído
que si la humanidad pudiera revelarse a sí misma, si pudie
ra conocer en su verdadera extensión los motivos que abri
ga, inclinaría de algún modo la balanza a su favor.
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PARTE I:
LA PSICOLOGÍA PROFUNDA
DEL HEROÍSMO
No bebo p o r el mero placer del vino ni para escarnecer
la fe, lo hago para olvidarme de m í mismo
p o r un momento, tan sólo eso deseo de la embriaguez,>
sólo eso.
O m a r K hayyam
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2. EL TERROR DE LA MUERTE
¿No hemos de confesamos, una vez más, que con nuestra
civilizada actitud hacia la muerte vivimos psicológicamente*
más allá de nuestros recursos y que debemos enmendar toda,
esto dándole a la verdad lo que se le debe? ¿No sería mejor*
darle a la muerte en la realidad y en nuestros pensamientos
el lugar que le pertenece y otorgarle un poco más de
relevancia a esa actitud inconsciente hacia la muerte que
hemos suprimido hasta la fecha con tanto cuidado?
Es verdad que a duras penas se nos aparece como una
gran proeza, sino más bien como un paso atrás [...}
pero tiene el mérito de tener algo más en cuenta
el verdadero estado de la cuestión [...]
SiGMUND F r e u d
Lo primero que hemos de hacer con el heroísmo es po
ner al descubierto su parte oculta, mostrar lo que da a la he
roicidad humana su naturaleza específica y su ímpetu. Aquí
introducimos directamente uno de los grandes redescubri
mientos del pensamiento moderno: que entre todas las cosas
que conmueven al ser humano, una de las más importantes
es el terror a la muerte. A partir de Darwin, el problema de
la muerte como algo evolutivo pasó a primera línea. M u
chos pensadores vieron de inmediato que se trataba de un
problema trascendental para el ser humano.2También advir
-
411
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La psicologia profunda del heroísmo
tieron muy rápidamente en qué consistía el verdadero hero
ísmo. Como escribió Shaler a principios de siglo,3ante todo,
el heroísmo es un reflejo del terror a la muerte. Admiramos
al máximo el valor para enfrentarse a la muerte y le otorga
mos a ese valor nuestra mayor y más constante adoración;
nos emociona profundamente porque dudamos del coraje
que tendríamos nosotros. Cuando vemos a una persona
afrontando con entereza su propia extinción, es como si en
sayáramos la mayor victoria que podamos imaginar. De este
modo, el héroe ha sido el centro del honor y la aclamación,
probablemente desde el principio de la evolución humana
específica, incluso antes de que nuestros antepasados pri
mates respetaran a los que tenían fuerza y valor por encima
de lo normal y despreciaran a los cobardes. El ser humano
ha elevado el valor a la categoría de culto.
En el siglo xix, la investigación antropológica e históri
ca comenzó a configurar una imagen de lo heroico desde la
época primitiva y arcaica. El héroe era la persona que podía
ir al mundo de los espíritus y de los muertos, y regresar
viva. Tuvo sus descendientes en los cultos mistéricos del
Mediterráneo oriental, que fueron cultos de muerte y resu
rrección. El divino héroe de todos estos cultos era alguien
que había regresado de la muerte. Como sabemos hoy en
día por la investigación en los mitos y rituales arcaicos, el
propio cristianismo fue un competidor de los cultos mistéri
cos y ganó, entre otras razones, porque también pudo exhi
bir a un sanador con poderes sobrenaturales que se había al
zado de entre los muertos. El gran triunfo de Pascua es el
grito alborozado de «¡Cristo ha resucitado!», un eco del
mismo júbilo con que los devotos de los cultos mistéricos
representaban sus ceremonias de la victoria sobre la muerte.
Esos cultos fueron, como lo expresó G. Stanley muy acerta
damente, un intento de alcanzar «un baño de inmunidad»
frente al mayor de los males: la muerte y el espanto ante
ella.4Todas las religiones históricas se enfrentaron al mismo
42
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El terror de la muerte
problema de cómo soportar el final de la vida. Hay religio
nes, como el hinduismo y el budismo, que llevaron a cabo
un truco ingenioso: hacer como si no quisieran volver a na
cer, es decir, una especie de magia negativa, pretender que
no se quiere lo que más se desea.5 Cuando la filosofía tomó
el puesto de la religión, también se hizo cargo del problema
religioso más importante, y la muerte se convirtió en la ver
dadera “musa de la filosofía” desde sus inicios en Grecia
pasando por Heidegger hasta llegar al existencialismo mo
derno.6
Existen ya muchos trabajos e ideas sobre este tema que
parten de la religión, la filosofía y -desde D arw in- de la
propia ciencia. El problema es cómo darle sentido a todo
esto. La acumulación de investigaciones y opiniones sobre
el miedo a la muerte es ya demasiado abundante como para
lidiar con ella y resumirla de modo sencillo. El resurgi
miento del interés sobre la muerte en las últimas décadas ha
originado una enorme cantidad de bibliografía, y esa litera
tura no apunta en una sola dirección.
1
El argumento de lo “mentalmente saludable99
Hay personas “mentalmente saludables” que mantienen
que el miedo a la muerte no es connatural al ser humano,
que no nacemos con él. Un número creciente de estudios
meticulosos sobre el modo en que se desarrolla en el niño7
el miedo real a la muerte coincide, en buena medida, en que
este no conoce la muerte hasta la edad de entre tres y cinco
años. ¿Cómo podría ser de otra manera? La idea es muy
abstracta, demasiado ajena a su experiencia. Vive en un
mundo lleno de seres vivos que realizan obras, que reaccio
nan ante él, que le divierten y le alimentan. No conoce lo
que significa que la vida desaparezca para siempre, ni teori
za sobre adonde puede ir a parar ésta. Sólo de forma gradual
43
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La psicología profunda del heroísmo
va aceptando que existe algo que se llama muerte que se lle
va a la gente para siempre. Llega a admitir, de mala gana,
que la muerte, tarde o temprano, se lleva a todo el mundo.
Esta concienciación gradual de que la muerte es inevitable
puede continuar hasta los nueve o diez años.
Aunque el niño no conoce ideas abstractas, como la ne
gación absoluta, sí que padece sus ansiedades. Tiene una
dependencia total de su madre, siente soledad cuando ella
no está, frustración cuando no se le gratifica, irritación ante
el apetito y la incomodidad, etc. Si se le dejase a su suerte,
su mundo se derrumbaría de golpe; su organismo tiene que
detectarlo en algún grado. A esta ansiedad la denominamos
pérdida de objeto. ¿No es dicha ansiedad, pues, un miedo de
aniquilación natural del organismo? Una vez más, hay mu
chos que miran esta cuestión como algo muy relativo. Creen
que si la madre ha ejercido como tal de forma afectuosa y
responsable, la ansiedad y los sentimientos de culpa natura
les del niño evolucionarán razonablemente, y podrá situar
los bajo el control de su personalidad en desarrollo.8El niño
que tiene una experiencia materna positiva desarrolla un
sentido de seguridad básico y no está sujeto a temores insa
nos de pérdida de apoyo, de aniquilación o similares.9 Al
tiempo que crece y entiende la muerte racionalmente hacia
los nueve o diez años, la acepta como parte de su cosmovisión, pero la idea no envenena su actitud autoconfiada hacia
la vida. El psiquiatra Reinhold dice de forma categórica que
la ansiedad anuladora no forma parte de la experiencia na
tural del niño, sino que se genera en él por sus experiencias
negativas con una madre con deficiencias.10Esta teoría hace
recaer todo el peso de la ansiedad en la crianza del niño, no
en su naturaleza. Otro psiquiatra, en una línea menos radi
cal, considera el miedo a la muerte como algo acrecentado^
en gran medida, por las experiencias que tenemos de pe-i
queños con nuestros padres, por la negación hostil de nues
tros impulsos de vida y, de modo más general, por el anta
44
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El terror de la muerte
gonismo de la sociedad a la libertad humana y a la autoexpansión.11
Como veremos más adelante, esta visión es muy popular
hoy en día dentro del movimiento generalizado de vivir sin
represiones, del deseo urgente de una nueva libertad para
los impulsos biológicos, de una actitud nueva de orgullo y
disfrute del cuerpo, del abandono de la vergüenza, la culpa
y del aborrecimiento de uno mismo. Desde este punto de
vista, el miedo a la muerte es algo que crea la sociedad y
que, al mismo tiempo, utiliza contra la persona para mante
nerla sometida. El psiquiatra Moloney se refería a ello como
un «mecanismo cultural», y M arcuse como una «ideolo
gía».12 Norman O. Brown llegó a decir, en un libro de enor
me influencia que abordaré con cierto detenimiento, que
podría darse un nacimiento y desarrollo del niño en una «se
gunda inocencia» libre del temor al miedo a la muerte por
que no negaría la vitalidad natural y permitiría que el niño
estuviese plenamente abierto a la vida física.13
Desde ese punto de vista, se entiende fácilmente que
quienes han pasado experiencias tempranas negativas ten
gan una fijación más insana sobre la ansiedad por la muerte
y, si, por casualidad, llegan a ser filósofos, probablemente
convierten esta idea en la máxima central de su vida, como
le ocurrió a Schopenhauer, que odiaba a su madre y llegó a
proclamar a la muerte como la «musa de la filosofía». Si se
tiene un carácter “amargado”, o experiencias especialmente
trágicas, entonces se está destinado a ser pesimista. Un psi
cólogo me hizo constatar que la idea del miedo a la muerte
provenía de los existencialistas y de los teólogos protestan
tes que llevaban las cicatrices infligidas por sus experien
cias europeas, o que se dejaban llevar por el peso extra de la
herencia calvinista y luterana. Incluso el conocido psicólo
go Gardner Murphy parece inclinarse en esta dirección y
nos insta a estudiar a la persona que exhibe el miedo a la
muerte, que coloca la ansiedad en el centro de su pensa
45
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La psicología profunda del heroísmo
miento. Murphy pregunta por qué la vivencia de la vida con
amor y alegría no puede contemplarse asimismo como real
y básica.14
El argumento de lo “mentalmente insano”
El argumento de lo “mentalmente saludable” que acabo
de discutir es una cara de la moneda de entre la multitud de
investigaciones y opiniones acumuladas sobre el problema
del miedo a la muerte, pero existe otra. Numerosas personas
estarían de acuerdo con esas observaciones sobre las expe
riencias tempranas y admitirían que esas experiencias pue
den intensificar la ansiedad natural y los miedos posterio
res. Sin embargo, esa misma gente aseguraría con todo su
empeño que, a pesar de todo, el miedo a la muerte es natu
ral y se encuentra en cada uno de nosotros, que es el miedo
básico que influye sobre los restantes, un miedo al que na
die es inmune, sea cual sea su disfraz. William James se
pronunció pronto en favor de esta escuela y, con su acos
tumbrado realismo colorista, llamó a la muerte «el gusano
que está en el eje» de las pretensiones de felicidad huma
na.15Nada menos que un estudioso de la naturaleza humana
como M ax Scheler pensó que todas las personas poseen al
gún tipo de intuición de este «gusano del eje», tanto si lo ad
miten como si n o.16 Existen incontables autoridades (algu
nas de las cuales desfilarán por las páginas siguientes) que
pertenecen a esta corriente: estudiosos de la talla de Freud,
muchos de su círculo más próximo e investigadores respon
sables que no son psicoanalistas. ¿Qué podemos obtener de
una disputa en la que se oponen dos campos tan distintos y
avalados por autoridades tan eminentes? Jacques Choron
llega a decir que es poco probable que alguna vez sea posi
ble decidir si el miedo a la muerte es la ansiedad básica, o
no.17 Lo máximo que se puede hacer en cuestiones como
46
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El terror de la muerte
ésta es tomar partido, dar una opinión basada en las autori
dades que nos resultan más convincentes y que nos presen
tan algunos de los argumentos más persuasivos.
Yo me alineo claramente con la segunda tendencia. De
hecho, todo este libro es una red de argumentos basados en
la universalidad del miedo, o más bien “terror” a la muerte,
como prefiero llamarlo, para transmitir hasta qué punto aca
ba con todo cuando lo miramos directamente a la cara. El
primer documento que quiero presentar con detenimiento es
un trabajo escrito por el célebre psicoanalista Gregory Zilboorg. Se trata de un ensayo singularmente profundo que,
por su brevedad y alcance, no ha sido fácil de mejorar, aun
que apareció hace ya varias décadas.18 Zilboorg dice que la
mayoría de la gente piensa que el miedo a la muerte está au
sente porque pocas veces nos muestra su verdadera faz. Sin
embargo, arguye que, bajo todas las apariencias, el miedo a
la muerte está presente de forma universal:
Porque, tras toda sensación de inseguridad frente al pe
ligro, de abatimiento y de depresión, siempre acecha el
miedo básico a la muerte, un temor sometido a las elabora
ciones más complejas que se manifiesta de formas múlti
ples e indirectas [...]. Nadie se libra del terror a la muerte
[...]. Las neurosis de ansiedad, los diferentes estados fóbicos, incluso un número considerable de depresiones suici
das y muchas esquizofrenias, dejan amplia constancia del
omnipresente miedo a la muerte que se va entretejiendo en
los conflictos principales de cada una de estas condiciones
psicológicas [...]. Podemos dar por descontado que el mie
do a la muerte está siempre presente en nuestro funciona
miento mental.19
1
¿No es lo mismo que ya había dicho James a su manera?
47
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La psicología profunda del heroísmo
Dejemos que la mentalidad sana y optimista actúe lo
mejor posible con su extraño poder de vivir el momento
mientras desatiende y olvida. Pese a ello, el trasfondo ma
ligno estará ahí, en nuestro recuerdo, y la calavera sonrei
rá sarcásticamente en el banquete.20
La diferencia entre estas dos afirmaciones no radica tan
to en las metáforas y en el estilo como en el hecho de que la
de Zilboorg aparece casi medio siglo más tarde y se basa en
mucha más cantidad de trabajo clínico real, no sólo en es
peculaciones filosóficas o intuiciones personales. Sin em
bargo, también continúa la línea correcta de desarrollo que
proviene de James y los postdarwinistas que entendieron el
terror a la muerte como un problema biológico y evolutivo.
Creo que pisa tierra firme y, en particular, me gusta como
expone la cuestión. Zilboorg señala que este miedo es, en
realidad, una expresión del instinto de autoconservación,
que funciona como un aliciente constante para asegurar la
vida y dominar los peligros que la amenazan.
Semejante gasto continuo de energía psicológica en pre
servar la vida sería imposible si el miedo a la muerte no fue
se tan persistente. El mismo término “autoconservación”
implica un esfuerzo contra alguna fuerza desintegradora; es
el aspecto afectivo de tal miedo, del miedo a la muerte.21
En otras palabras, el miedo a la muerte ha de encontrar
se tras nuestro funcionamiento normal a fin de que el orga
nismo tenga armas para la autoconservación. Pues no es po
sible que el miedo a la muerte esté permanentem ente
presente en nuestra mente, si no el organismo no podría fun
cionar. Añade Zilboorg:
Si este miedo fuese siempre consciente, seríamos inca-*
paces de funcionar con normalidad. Lo hemos de reprimir
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El terror de la muerte
como es debido para mantenemos vivos con un mínimo des
bienestar. Sabemos muy bien que reprimir más que escon
der significa olvidar lo escondido y el sitio donde lo es
condimos. Significa también perseverar en un esfuerzo
psicológico constante para mantenerlo algo tapado y no
bajar nunca la guardia interiormente.22
Comprendemos, entonces, lo que parece una paradoja
imposible: el omnipresente miedo a la muerte en el funcio
namiento normal biológico de nuestro instinto de autoconservación, así como la ajenidad absoluta de este miedo en
nuestra vida consciente.
Por ello, en épocas normales nos movemos sin creer
nunca en nuestra propia muerte, como si creyéramos com
pletamente en nuestra inmortalidad corpórea. Tratamos de
controlar la muerte [...]. Por descontado, cualquier perso
na dirá que sabe que ha de morirse algún día, pero en rea
lidad no le preocupa. Se encuentra bien viviendo, no pien
sa en la muerte ni se molesta en ocuparse de ella: se trata
sólo de una confesión verbal. El sentimiento del miedo
está reprimido.23
s
El razonamiento biológico y evolucionista es fundamen
tal y ha de tomarse en serio; no se puede dejar de lado en
ninguna discusión. Los animales han tenido que protegerse
con respuestas de temor para sobrevivir, no sólo con res
pecto a otros animales, sino a la misma naturaleza. Han te
nido que entender la relación real entre sus fuerzas limita
das y el mundo lleno de peligros en el que estaban inmersos. ¡
La realidad y el miedo se aúnan de forma natural. Como el
recién nacido humano se encuentra en una situación aún
más desvalida e indefensa, sería una insensatez pensar que
la respuesta del miedo haya podido desaparecer en una es
pecie tan débil y sensible. Es más razonable pensar que se
49
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*
La psicología profunda del heroísmo
ha intensificado, como ya creían algunos de los primeros
darwinistas: los primeros seres humanos, los que más su
pieron sobre el miedo, fueron los más realistas en cuanto a
su situación en la naturaleza y transmitieron a sus descen
dientes un realismo que tenía un alto valor de superviven
cia.24 El resultado fue la aparición del ser humano, como le
conocemos: un animal hiperansioso que inventa constante
mente razones para su ansiedad, incluso cuando no existe
ninguna.
El razonamiento psicoanalítico es menos especulativo y
debe tomarse aún más en serio. Nos muestra cosas del mun
do interior, de cuando éramos pequeños, de las que no éra
mos conscientes: en concreto, que cuanto mayor terror sen
timos más nos diferenciamos de otros animales. Se podría
decir que el miedo se encuentra programado en la escala
más baja de los animales determinado por sus instintos,
pero un animal sin instintos no tiene miedos programados.
Nuestros temores se forman a partir de nuestra manera de
percibir el mundo. ¿Qué es lo que hay de único en la per
cepción infantil del mundo? En primer lugar, su exagerada
confusión sobre la relación causa-efecto y, por otra parte, su
acusada carencia de realismo sobre los límites de sus fuer
zas. En la infancia vivimos en un estado de dependencia to
tal: cuando se satisfacen nuestras necesidades, debe pare
cem o s que p o seem o s p o d eres m ág ico s, que som os
verdaderamente omnipotentes. Si sufrimos dolores, hambre
o malestar, todo lo que hemos de hacer es gritar, y ensegui
da nos sosiegan con suaves y amorosos arrullos. Somos ma
gos y telépatas: no tenemos más que chistar y soñar, y el
mundo acude a satisfacer nuestros deseos.
Pero, ahora, viene la penalización para tales percepcio
nes. En un mundo mágico en el que unas cosas hacen que
otras sucedan gracias al mero pensamiento o a una mirada
de descontento, todos estamos expuestos a que nos pase
cualquier cosa. Cuando tenemos la experiencia de las au
50
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El terror de la muerte
ténticas e inevitables frustraciones con los padres, dirigimos
nuestro odio y sentimientos destructivos hacia ellos. No te
nemos modo alguno de saber que los sentimientos malignos
no pueden satisfacerse con la misma magia con la que lo lo
graban nuestros deseos. Los psicoanalistas creen que esta
confusión es la causa más importante del sentimiento de
culpa e impotencia en la infancia. Wahl en su excelente en
sayo resumió esta paradoja:
[...] los procesos de socialización de todos los niños
son dolorosos y frustrantes. Por ello, no hay niño que se li
bre de sentir los deseos hostiles de muerte de sus socializadores, bien de forma directa, bien simbólicamente. La
represión es normalmente [...] inmediata y eficaz.. ,25
En la infancia, somos demasiado débiles como para res
ponsabilizarnos de todos nuestros sentimientos destructivos
y no podemos controlar la consecución mágica de nuestros
deseos. Esto es lo que llamamos un ego inmaduro. No tiene
la capacidad y certeza de organizar sus percepciones y sus
relaciones con el mundo; no puede controlar su actividad y
dominar los actos de los demás; no posee un control real de
la acción causa-efecto mágica que percibe en su interior, en
la naturaleza exterior o en los otros. Sus impulsos destructi
vos pueden estallar violentamente, lo mismo que los de sus
padres. Las fuerzas de la naturaleza le desconciertan exter
na e internamente. Para un ego débil, esto conduce a gran
des cantidades de energía potencial desproporcionada y a
un terror añadido. El resultado es que en la infancia vivi
mos, al menos durante un tiempo, con un sentimiento inte
rior de caos interno al que otros animales son inmunes.26
Resulta irónico que incluso cuando distinguimos entre
las relaciones de causa y efecto se nos convierten en una
carga porque las supergeneralizamos. Estas generalizacio
nes son las que el psicoanálisis conoce como “principio del
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La psicología profunda del heroísmo
talión”. El niño aplasta insectos, ve como el gato se come al
ratón y lo hace desaparecer, participa con su familia en co
merse un conejito doméstico y otras cosas por el estilo. Lle
gamos a saber algo sobre las relaciones de poder en el mun
do, pero no podemos relativizarlas: nuestros padres podrían
comemos y hacemos desaparecer; del mismo modo, noso
tros también nos los podríamos comer a ellos. Cuando a un
padre le brillan los ojos fieramente mientras pega a una rata
con un palo, el niño puede creer que a él también le darán
garrotazos, sobre todo si ha tenido pensamientos mágicos
malos.
No quiero que parezca que trazo un cuadro exacto de
unos procesos que aún no conocemos claramente o que ar
gumento que todos los niños y niñas viven en el mismo
mundo y tienen los mismos problemas. Tampoco quisiera
presentar el mundo infantil como más morboso de lo que en
general es. Sin embargo, creo que es importante mostrar las
contradicciones penosas que deben ocurrir, al menos en al
gunas ocasiones, y evidenciar lo fantástico que probable
mente es ese mundo de los primeros años infantiles. Quizás
entonces podamos entender mejor por qué Zilboorg dijo
que el miedo a la muerte «sufre elaboraciones más com ple
jas y se manifiesta indirectamente de muchas maneras», o,
como manifestó Wahl con toda exactitud, que la muerte es
un símbolo complejo, no una cosa concreta y claramente de
finida.
[...] el concepto de muerte que tiene el niño no es el de
una cosa única y sencilla, sino más bien un compuesto de
paradojas mutuamente contradictorias [...] la propia muer
te no es un estado, sino un símbolo complejo cuyo signifi
cado varía de una persona a otra, de una a otra cultura.27
Podríamos entender también por qué en la infancia tene
mos pesadillas reiteradas, fobias universales a los insectos y
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El terror de la muerte
a los perros fieros. En nuestros mundos interiores y tortura
dos, proyectamos símbolos complejos de muchas realida
des inadmisibles: el terror al mundo, el espanto de los pro
pios deseos, el miedo a la venganza de los padres, la
desaparición de los objetos, la propia falta de control sobre
cualquier cosa. Es demasiada carga para cualquier animal,
pero nosotros hemos de asumirla. Por ello nos despertamos
gritando con una regularidad casi exacta durante el período
en que nuestro ego débil está en un proceso de consolida
ción de muchas cosas.
La desaparición del miedo a la muerte
Pese a todo, las pesadillas se van espaciando, y, además,
unas personas tienen más que otras. Regresamos al princi
pio de nuestra discusión, a los que no creen que el miedo a
la muerte es normal, a los que creen que es una exageración
neurótica que se origina en experiencias tempranas. En caso
contrario, dicen: ¿cómo explicar que una vasta mayoría de
gente sobreviva a las oleadas de pesadillas infantiles y lleve
una vida saludable, más o menos optimista y despreocupa
da de la muerte? Como dijo Montaigne, el campesino sien
te una profunda indiferencia por la muerte y el lado sinies^
tro de la vida, a la vez que es paciente respecto a estoá^
nosotros decimos que es así por su necedad. De ser así,
«aprendamos todos de su necedad».28 Hoy e,n día, con
conocimientos que Montaigne, diríamos «aprendamos tod c^d e la represión», aunque la moral tendría un peso equiLa represión se encarga del símbolo compfejo de la
muerte en la mayoría de las personas.
„y
Sin embargo, su desaparición no significa que el miedo
no haya existido nunca. La argumentación de los que creen
en la universalidad del terror a la muerte se apoya casi siem
pre en lo que conocemos sobre la eficacia de la represión.
53
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La psicología profunda del heroísmo
Probablemente, esta cuestión no podrá resolverse nunca del
todo. Si aseguras que un concepto no está presente porque
está reprimido, nunca puedes perder. No es un juego limpio
desde el punto de vista intelectual porque siempre juegas
con una baza segura. Este tipo de argumentación provoca
que mucha gente considere el psicoanálisis acientífico. Ello
proviene del hecho de que sus defensores aseveran que si
alguien niega uno de sus conceptos, es porque está repri
miendo la conciencia de su realidad.
La represión no es una palabra mágica para ganar argu
mentos: es un fenómeno real del que se han podido estudiar
muchos de sus efectos. Estos estudios la legitiman como
concepto científico y la convierten en un aliado más o m e
nos fiable en nuestra argumentación. En primer lugar, hay
un volumen creciente de investigaciones que intentan llegar
a la conciencia de la muerte negada por la represión, que
utiliza tests psicológicos, como la medición de las respues
tas galvánicas de la piel. Con ello se sugiere que, bajo las
capas externas más suaves, acecha la ansiedad universal, el
«gusano que está en el eje».29
En segundo lugar, en la vida, no hay nada como los
shocks para dar salida a las represiones. Hace poco, algunos
psiquiatras informaron de que las neurosis de ansiedad en
los niños habían aumentado a raíz de los temblores de tierra
en California del Sur. Para estos niños, el descubrimiento de
que la vida incluye el riesgo de cataclismos fue excesivo
para su sistema de negación, aún imperfecto; de ahí sus bro
tes de ansiedad. Con los adultos puede observarse esta m a
nifestación de ansiedad, en forma de pánico, ante catástro
fes inminentes. Recientemente, algunas personas sufrieron
fracturas y otras lesiones al tener que realizar una salida de
emergencia del avión durante el despegue y saltar desde el
ala al suelo; el suceso lo desencadenó el incendió de un mo
tor. Es obvio que bajo estos ruidos inocuos subyacen frago
res mayores en la creatura.
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El terror de la muerte
Aún más importante es saber cómo funciona la repre
sión. No se trata simplemente de una fuerza negativa que se
opone a la energía de la vida; vive de la energía vital y la usa
creativamente. Quiero decir que los miedos son absorbidos
de forma natural por la lucha orgánica expansiva. Parece
que la naturaleza ha construido en el interior del organismo
una salud mental innata que se expresa a sí misma en el pro
pio placer, en el gusto por desplegar sus capacidades en el
mundo, en la incorporación de cosas en ese mundo y en nu
trirse de sus experiencias sin límites. Todo esto supone una
gran cantidad de experiencia muy positiva y, cuando un or
ganismo lleno de energía se conmueve con ella, le produce
gozo. Como lo expresó Santayana en cierta ocasión, un león
debe sentirse más seguro de que Dios está de su parte que
una gacela. En su nivel más elemental, el organismo trabaja
activamente contra su propia fragilidad buscando su desa
rrollo y perpetuándose en la experiencia de vivir. En lugar
de encogerse, se abre hacia más vida. Además, sólo hace
una cosa a la vez, evitando así distracciones innecesarias en
la actividad que le absorbe por completo. De este modo, pa
rece que el miedo a la muerte se puede desoír o que, de he
cho, esté incluido en los procesos de expansión vital. A ve
ces, tenemos la impresión de reconocer un organism o
semejante vitalidad en el plano humano. Pienso en el reífas
to de Zorba el Griego trazado por Nikos Kazantzakis. Zorba era el ideal de la victoria indolente, al tiempo que absor
bente, de la pasión por lo cotidiano sobre la timidez y la
muerte, y purificó a los demás en su llama de afirmación de
la vida. Sin embargo, el propio Kazantzakis no era Zorba, lo
'que explica, en parte, por qué el personaje de Zorba sonaba
un ppco a falso. Tampoco lo son la mayoría de las personas.
P e ^ e ^ U n , tndo_eJ mundo fosfruta de una^antiéatf activa de
narcisismo Da§re%^unc¡ue no sea el de un león. El niñcfbien
alimentado y querido d(Tsárf611á,’cóm() hemos dicho, un
sentido de omnipotencia mágica y de indestructibilidad, un
55
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La psicología profunda del heroísmo
sentimiento de poder irrefutable y de apoyo firme. En lo
más profundo de sí puede imaginarse que es eterno. Podría
mos decir que la represión de la idea de su propia muerte le
resulta fácil porque está fortalecido contra ella por su propia
vitalidad narcisista. Esto probablemente contribuyó a que
Freud dijese que el inconsciente no conoce la muerte. Sea
como sea, sabemos que el narcisismo básico se incrementa
cuando las experiencias de la propia infancia con seguridad
han sido un apoyo para la vida y con su calidez han poten
ciado el sentido del yo, el sentimiento de ser realmente es
pecial, el auténtico número uno de la Creación. El resultado
es que algunas personas poseen mayor cantidad de lo que el
psicoanalista Leon J. Saul denominó con acierto «sustento
interior».10Es este sentido de seguridad corporal ante la ex
periencia lo que conduce a la persona con más facilidad a
buen término en las crisis graves de su vida e incluso en los
cambios bruscos de personalidad. Casi parece que ocupe el
lugar de los instintos directrices de animales más inferiores.
Es imposible evitar pensar de nuevo en Freud, que tenía
más vigor interior que la mayoría de las personas gracias a
su madre y a su entorno temprano favorable. Conoció la se
guridad y el valor que le daba a la persona y él mismo se en
frentó a la vida y a un cáncer letal con un heroísmo estoico.
Una vez más, tenemos evidencias de que el complejo sím
bolo del miedo a la muerte varía en intensidad. Como infie
re Wahl, sería «profundamente dependiente de la naturaleza
y vicisitudes de los procesos de desarrollo».31
Sin embargo, deseo ser cuidadoso en cuanto a no exage
rar la vitalidad natural y la vigorización interior. Como ve
remos en el capítulo 6, incluso el propio Freud, un privile
giado de excepción, padeció toda su vida fobias y ansiedad
por la muerte y llegó a percibir el mundo bajo este aspecto
de terror natural. No creo que el complejo símbolo de la
muerte esté nunca ausente, cualquiera que sea la vitalidad y
el vigor interior de la persona. Más aún, si decimos que esos
56
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El terror de la muerte
poderes hacen que la represión sea fácil y natural, sólo de
cimos la mitad de la verdad. En realidad, adquieren su po
der de la represión. Los psiquiatras arguyen que el miedo a
la muerte varía en intensidad dependiendo del proceso de
desarrollo, y creo que una razón importante para esta varia
bilidad es que el miedo se transforma durante ese proceso.
Si el niño ha recibido una educación favorable, sólo sirve
para facilitar la ocultación del miedo a la muerte. Después
de -todorla represión es posible por la identificación natural
del niño con los poderes de sus padres. Si se le ha atendido
bien, la identificación se produce con facilidad y consisten
cia, y el poder de sus padres sobre la muerte se convierte au
tomáticamente en el suyo. ¿Q ué hay más natural para deste
rrar Jo s propios miejdos-que vivir de poderes prestados!
¿Qué significa el período de crecimiento sino dejar el pro*,
ygcto de vida propio? Voy a hablar sobre todas estas cosas a
lo largocle todo el libro y no voy a revelarlas en esta intro
ducción. Lo que veremos es que el ser humano está hecho
para un mundo manejable y que se lanza a la acción de for
ma acrítica e irreflexiva. Acepta una programación cultural
que dirige su mirada hacia donde se supone que debe. No so
come el mundo de un bocado, como lo haría un gigante,
sino que se lo toma a pedacitos, como lo haría un castor.
Utiliza todo tipo de técnicas, a las que llamamos “defensas
del carácter” ; aprende a no exponerse, ni a destacar; apren
de a incluirse dentro de otros poderes, de personas y cosas
concretas, de mandatos culturales. El resultado es que llega
a vivir en la infalibilidad imaginada del mundo que le rodea.
No ha de temer nada cuando tiene los pies firmes sobre el
suelo y su vida está planificada dentro de un laberinto pre
fabricado. Todo lo que ha de hacer es zambullirse de cabeza
en un estilo de vida compulsivo por “los caminos del mun
do” que aprende de pequeño y que vive posteriormente
como una ecuanimidad sombría: el ^Tftrnñn ppflfir rif. vivir
_£L momento e ignorar y olvidan»,^como lo expresó James.
,
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La psicología profunda del heroísmo
Esta es la razón más profunda por la que el campesino de
M ontaigne no se altera hasta el final, cuando el Angel de la
Muerte, que ha estado siempre sentado sobre su hombro,
extiende sus alas. O, al menos, hasta que se sorprende a sí
mismo en un conocimiento mudo, com o los “M aridos” dg
la excelente película de John Cassavetes. Én tiempos como
estos, cuando la conciencia clarea lo que siempre había per
manecido oculto por la actividad frenética y convencional,
contemplamos la transmutación de la represión redestilada,
por así decirlo, y cómo el miedo a la muerte aflora en su
más pura esencia. Por ello, la gente tiene brotes psicóticos
cuando la represión no funciona, cuando ya no es posible
que el impulso de la actividad nos haga seguir avanzando.
Además, la mentalidad del campesino es mucho menos ro
mántica que lo que a Montaigne le gustaría hacemos creer.
La ecuanimidad del campesino se encuentra normalmente
inmersa en un estilo de vida que tiene elementos de auténti
ca locura; de este modo, se protege. Odios y amarguras sub
terráneos y constantes que se expresan en desavenencias,
bravuconadas, altercados y peleas familiares, una mentali
dad mezquina, el propio rechazo, la superstición, el control
obsesivo de la vida diaria mediante un autoritarismo severo
y otras muchas cosas. Como lo rejyesenta el título de un ensayo recicnte d e Joseph Lopreato, ¿Le gustaría ser un cam
pesino?
También mencionaremos otra gran dimensión en la que
el complejo símbolo de la muerte se transmuta y transcien
de por la creencia del ser humano en la inmortalidad, en la
prolongación del propio ser en la inmortalidad. Ahora mis
mo, podemos sacar la conclusión de que existen muchas
maneras en que puede actuar la represión para calmar al an
sioso animal humano. Para que no tenga que padecer nin
guna ansiedad.
Creo que hemos reconciliado las dos posturas divergen
tes sobre el miedo a la muerte. Tanto la posición “depen
58
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El terror de la muerte
diente del entorno” como la “innata” forman parte de la
misma imagen. Ambas se funden de forma natural. Todo de
pende del ángulo desde el que te acercas a la imagen; si es
desde el de los disfraces y transmutaciones del miedo a la
muerte, o desde el de su ausencia aparente. Admito, con
cierto sentido de desasosiego científico, que, cualquiera que
sea el ángulo que se use, no se llega al miedo real a la muerte. Por esta razón, aim m e ^ p n poco entusiasmo, estoy de
acuerdo con Choron enjjue no se podrá “ganar” nunca pam c E ñ im ^ E S r e s ta dispuU^jSin embarco, hay algo m u ¿
importante que emerge de todo esto* y es que pueden tra
zarse y elegirse imágenes diversas del hojjibr.eirs
Por una~parte, contemplamos un animal humano que
está parcialmente muerto en relación al mundo, que se “dig
nifica” al máximo cuando muestra un cierto olvido de su
destino, cuando se permite dejarse llevar por la vida; y que
es “libre” en el mayor grado posible cuando depende de los
poderes de su entorno, cuando está al menos en posesión de
sí mismo. Por otro, nos llega la imagen de un animal huma
no que es claramente sensible al mundo, que no puede ce
rrarse a él, que tiene que valerse con sus propios exiguos
poderes y que se nos muestra como el menos libre para mo
verse y actuar, el que está en menor posesión de sí mismo y
el más falto de dignidad. Cualquiera que sea la imagen con
la que decidamos identificarnos, depende en gran parte de
nosotros. Vamos, entonces, a explorar y desarrollar esas
imágenes, más aún, para ver qué es lo que nos revelan.
59
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3. LA REMODELACIÓN DE
ALGUNAS IDEAS
PSICOANALÍTICAS BÁSICAS
Del niño de cinco años que fu i a lo que soy no hay más
que un escalón. Del recién nacido al niño de cinco años
hay una distancia sobrecogedora.
L e ó n T o lsto i
Ahora que ya hemos bosquejado el argumento en los dos
primeros capítulos, ha llegado el momento de completar los
detalles. ¿Por qué es el mundo tan pavoroso para el animal hu
mano? ¿Por qué tiene la gente tantos problemas para encon
trar recursos que le ayuden enfrentarse a ese terror abierta y
valerosamente?JM>l¿Ldg-£§tasf£OS(a s nos conduce de-manera
directa al corazótrdelaieoría psicoanalítica y a lo que CT*hoy
el renacimiento existencia en psicología. La naturaleza hu
mana queda al descubierto con una claridad y amplitud real
mente sorprendentes.
El conflicto existendal del hombre
Siempre se supo que existía algo distintivo en el ser hu
60
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La remodelación de algunas ideas
mano, algo que, en el fondo, le caracterizaba y le hacía di
ferente de otros animales. Era algo que tenía que ir a afec
tarle en lo más hondo, algo que le hacía sufrir su destino sin
gular y que le imposibilitaba escaparse. Durante siglos,
cuando los filósofos hablaban de lo más profundo en el ser
humano, se referían a ello como la “esencia”, algo que esta
ba inscrito en su naturaleza y que en el fondo era de una
cualidad o substancia especial. Sin embargo, nunca pudo
hallarse nada similar: lo característico del ser humano con
tinuó siendo un dilema. L ara zó n p o r la que 110 s£ encontró,
según explicó Edch Fromm en un excelente debate, era por
que no había tal e§&J2£Ía*Ja es&noaBel jser humana
alidad, su naturaleza paradójica, el hecho de ser mitad
mal, mitad simbólico.1 Como veremos en el capítulo 5, fue
Kierkegaard quien introdujo a la fuerza la paradoja exist^ncial en la psicología moderna con su brillante análisis"fiel
de Adán y Eva, que había transmitido históricamente
esta~"Jmradoja al pensamiento occidental. Más tarde, cada
psicólogo que ha realizado un trabajo substañcíaTKa con
vertido esta paradoja en el principal problema de su pensa
miento. Otto Rank (a quien dedicaré algunos capítulos más
adelante) lo ha hecho de forma más sistemática y brillante
que nadie desde Kierkegaard, Cari Jung, Erich Fromm, R o
llo May, Ernest 5cTí3cTiteI7Abraham Maslow, Harold F. S&:
árlesTNorman O. Brown, Laura Perls y-otros.
Podríamos denominar existencial esta paradoja: l^xondid ó n de la jndividualidadJ&Mrp 4e laj2uULidA^‘d persona
posee una identidad simbólica que la separa tajantemente de
la naturaleza. Es un “yo” simbólico, una creatura con un
nombre y una historia vital. Es una creadora con una mente
que se eleva para hacer conjeturas sobre los átomos y el in
finito. Con la imaginación puede volar a cualquier punto del
espacio y contemplar con perplejidad su propio planeta.
Esta tremenda expansión emocional, su pericia, su capaci
dad etérea y su autoconciencia, literalmente otorgan al ser
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La psicología profunda del heroísmo
humano el statu quo de un diosecillo de la naturaleza, como
•bien sabían los pensadores del Renacimiento^*
Sin embargo, como también conocían los sabios orienta
les, el ser humano es a la vez gusano y alimento para los gu
sanos. He aquí la paradoja: está fuera y asimismo irreme
diablemente dentro de la naturaleza. Es ambivalente; se
eleva a las estrellas, pero se aloja en un cuerpo con un cora
zón que bombea, un cuerpo que jadea para aspirar aire, que
en tiempos ocupó un lugar entre los peces y que aún lleva en
sí los restos de agallas que lo prueban. Su cuerpo es una cu
bierta carnosa ajena a él en muchos sentidos, de los que los
más extraños y repugnantes son los de que padece dolen
cias, sangra, se deteriora y muere. El ser humano se en
cuentra literalmente partido en dos: tiene conciencia de su
propia y magnífica unicidad, en cuanto destaca en la natu
raleza con majestad catedralicia y, no obstante, volverá a la
tierra cuando lo entierren a unos pocos metros parajUMGfírperse sordo y mudo y desaparecer pairá siempre. Se encuen
d a en un conflicto aterrador con el que tiene que convivir.
Claro está que los animales inferiores se ahorran esta dolorosa contradicción, ya que carecen de identidad simbólica y
de la autoconciencia que la acompaña. Simplemente actúaa
y se mueven de manera refleja al tiempo que susL instintos
les guía»r-Si hacen un alto, §e trata sólo de un pararse físico:
en su interior son anónimos, e incluso sus rostros no tienen
nombre. Viven en un mundo sin tiempo, palpitando, por así
decirlo, como en un estado de estupidez. Ello ha hecho que
fuese tan sencillo derribar a tiros manadas enteras de búfa
los o de elefantes. Los animales no saben que la muerte su
cede junto a ellos y continúan pastando plácidamente mien
tras otros se derrumban a su lado. El conocimiento de la
muerte es un acto reflexivo y conceptual, y los animales es
tán a resguardo de él. Viven y desaparecen con el mismo
descuido; unos minutos de miedo, unos segundos de angus
tia y ya ha pasado todo. Pero vivir toda una vida con el sino
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La remodelación de algunas ideas
de la muerte acosándonos en sueños, incluso en los mejores
días, es algo muy distinto.
Sólo dejando que la propia mente y los sentimientos se
impregnen del peso que tiene esta paradoja, puede uno lle
gar a darse cuenta de hasta qué punto es imposible para un
animal verse involucrado en ella. Creo que los que conside
ran que la comprensión total de la condición humana nos
volvería locos están en lo cierto. A veces, hay recién naci
dos que tienen agallas y colas, aunque no se le da publici
dad, sino que se silencia. ¿Quién quiere aceptar por com
pleto a estas criaturas que arañan y jadean en un universo
que se sale de nuestro alcance? Creo que estos fenómenos
ilustran el significado de la escalofriante consideración de
Pascal: «Los seres humanos han de estar necesariamente lo
cos, pues no estarlo equivaldría a otra forma de locura». N e
cesariamente, porque el dualismo existencial crea una si
tuación imposible, un conflicto intolerable. Locos, porque
como veremos todo lo que hace el ser humano en su mundo
simbólico es un intento de negar y superar su grotesco des
tino. El ser humano, literalmente, se sume en el ciego olvi
do mediante juegos sociales, engaños psicológicos, preocu
paciones personales tan alejadas de la realidad de su
situación que son formas de locura, locura acordada, locura
compartida, locura disfrazada y dignificada, pero locura de
todos modos. «Los rasgos del carácter», dijo Sandor Ferenczi, una de las mentes más brillantes del círculo íntimo
de los primeros psicoanalistas de Freud, «son psicosis se
cretas». No se trata de una ocurrencia petulante que suelta
como de paso un joven borracho de ciencia con su propio
poder explicativo y su éxito; es un juicio científico maduro,
de la índole más devastadora y autorreveladora que jamás
haya formulado el ser humano al tratar de comprenderse a sí
mismo. Ferenczi ya había descubierto lo que se ocultaba
tras las máscaras herméticas, las sonrientes, las serias, las
satisfechas, y cómo la gente se marcaba un farol ante el
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La psicología profunda del heroísmo
mundo y ante sí misma sobre sus psicosis secretas. Más re
cientemente, Erich Fromm2 se preguntaba por qué mucha
gente no enloquecía ante la contradicción existencial entre
un yo simbólico, que parece darle a la persona un valor in
finito en un esquema intemporal de las cosas, y un cuerpo
que no vale un duro. ¿Cómo reconciliar ambos aspectos?
Para entender el peso del dualismo en la condición hu
mana hace falta saber que en la infancia no podemos real
mente manejar ninguno de los dos. Lo que nos caracteriza
es ser precoces y prematuros: nuestro mundo se amontona
sobre nosotros, y nosotros nos amontonamos sobre nosotros
mismos. Desde la más tierna infancia poseemos un exquisi
to sistema sensorial que se desarrolla rápidamente para asi
milar todas las sensaciones de nuestro mundo con extrema
sutileza. Añádase a ello el rápido desarrollo del lenguaje y
el sentido del yo y póngase todo sobre el cuerpo indefenso
de un bebé que intenta en vano asir el mundo de forma ati
nada y segura. El resultado es ridículo. Nos hallamos abru
mados por las experiencias del dualismo del yo y del cuer
po a partir de ambas partes, ya que no dominamos ninguna
de las dos. No somos un yo social confiado, manipulador
avezado de las categorías simbólicas de las palabras, pensa
mientos, nombres y lugares, o específicamente del tiempo,
ese gran misterio; ni siquiera sabemos qué es un reloj. Tam
poco somos un animal adulto en funcionamiento que pueda
crear y procrear, llevar a cabo las cosas serias que ve a su al
rededor; no podemos, en modo alguno, actuar “como papá”.
Somos un prodigio en el limbo. Nos sentimos desposeídos
en las dos mitades de nuestra experiencia, sin embargo, las
impresiones continúan invadiéndonos, y las sensaciones
brotan desde nuestro interior anegando nuestro cuerpo. N e
cesitamos encontrar un sentido a partir de todo esto y esta
blecer algún tipo de poder sobre todo ello. ¿Predominarán
los pensamientos sobre el cuerpo o el cuerpo sobre los pen
samientos? No es tan fácil saberlo. Puede que no haya una
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La remodelación de algunas ideas
victoria clara o una solución directa al dilema existencial en
el que estamos inmersos. Desde el principio, es práctica
mente el gran problema de nuestra vida, pero aún somos de
masiado pequeños para tratarlo. De pequeños nos acosan
símbolos que no entendemos para qué se necesitan, peticio
nes verbales insignificantes, más reglas y códigos que nos
apartan del placer y de la expresión directa de nuestras ener
gías naturales. Y cuando tratamos de controlar nuestro cuer
po, hemos de hacer como si no estuviese allí, actuar “como
personitas”, el cuerpo nos apabulla, nos sumerge en vóm i
tos o excrementos: entonces, quebramos en lágrimas deses
peradas, diluida por completo nuestra pretensión de ser pu
ram ente un anim al sim bólico. Con frecuencia, en la
infancia, nos ensuciamos o continuamos mojando la cama
para protestar contra la imposición de esas reglas simbóli
cas artificiales; en un intento de querer decir que el cuerpo
es la realidad primordial y que lo que quiere es permanecer
en un Edén físico más sencillo, y no que se le arroje al mun
do del “bien o del mal”.
De este modo, nos damos cuenta directa y punzantemente de que lo que llamamos el carácter infantil es un modus
vivendi logrado después de la más desigual lucha que nin
gún animal haya librado: una lucha que el niño nunca pue
de entender del todo porque no sabe lo que le sucede, por
qué reacciona como lo hace, o qué es lo que realmente está
enjuego en esa batalla. La victoria en este tipo de batalla es,
por supuesto, pírrica: el carácter es una cara que uno pone
ante el mundo, pero oculta una derrota interna. El niño cre
ce con un nombre, una familia, un mundo de juegos en su
vecindario, todo ello claramente hecho para él. Pero su
mundo interior está lleno de recuerdos de pesadillas, de ba
tallas imposibles, de ansiedades terroríficas de sangre, do
lor, soledad y oscuridad. Todo ello se halla entremezclado
con deseos ilimitados, sensaciones de belleza inexplicables,
majestuosidad, pasmo, misterio, fantasías y alucinaciones y
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La psicología profunda del heroísmo
mezclas de ambas cosas. Es el intento imposible del com
promiso entre cuerpos y símbolos. Veremos en unas pocas
páginas cómo la sexualidad penetra con su enfoque defini
tivo para crear aún más confusión y complicar el mundo in
fantil. Crecer es ocultar la masa de tejido interno cicatriza
do que palpita en nuestros sueños.
Vemos, pues, que las dos dimensiones de la existencia
humana -e l cuerpo y el y o - no pueden reconciliarse a la
perfección, lo que explica la segunda parte de la reflexión
de Pascal: «no estar loco equivaldría a otra forma de locu
ra». Pascal es una prueba de que los grandes estudiosos de
la naturaleza humana podían ver lo que había detrás de las
máscaras de los seres humanos mucho antes de existir el
psicoanálisis científico. Carecían de documentación clínica,
pero supieron ver que la represión más distante, la ecuani
midad más convincente o la autosatisfacción más cálida
eran perfectas mentiras de cara al mundo y a uno mismo.
Con la documentación clínica del pensamiento psicoanalítico, conseguimos una imagen bastante global de los estilos
del carácter humano, lo que en la actualidad denominamos
“estilos de locura”, siguiendo la línea de Pascal. Podríamos
decir que el psicoanálisis nos revela el complejo castigo que
conlleva negar la verdad de la condición humana; lo que po
dríamos llamar el coste de hacer como si no se estuviese
loco. Si tuviésemos que ofrecer una breve explicación de
todo el mal que las personas se han causado a sí mismas y
a su mundo desde el principio de los tiempos hasta el día de
hoy, no lo haríamos en términos de la herencia animal del
ser humano, de sus instintos y evolución, sino, simplemen
te, como el precio que ha de pagar debido a su presunción
de cordura al tiempo que trata de negar su verdadera con
dición. Más adelante desarrollaré extensamente esta idea
vital.
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La remodelación de algunas ideas
E l sentido de la analidad
En tiempos de Freud, un pensador sensible debía vivir
atormentado intelectualmente, al menos esta es mi reflexión
autobiográfica. Parece haber mucho de verdad en la visión
freudiana del mundo, y, a la vez, gran parte de ella nos re
sulta mal encaminada. Las ambigüedades del legado de
Freud no se encuentran en sus ideas erróneas, ya que ha sido
bastante fácil dejarlas de lado. El problema ha recaído sobre
sus visiones interiores genialmente ciertas, ya que las for
muló de modo que atacó sólo una cara de la realidad: se ne
cesitaba una inmensa cantidad de trabajo y clarificación
para acoplar las dos. En realidad, lo que necesitábamos era
un marco en el que pudiésemos adecuar el corpus de la vi
sión interior psicoanalítica para que emergiese cuanto de
verdadero hay en ella con toda claridad y sin ambigüedades,
liberada del reduccionismo del siglo xix y del instintivismo
y biologicismo con que Freud la encadenó. Este marco es el
existencial. Las reinterpretaciones de Freud dentro de un
contexto existencial suministran a sus visiones interiores
toda su talla científica. Este es un objetivo que ha logrado
Norman O. Brown3 en su reinterpretación de la idea de
“analidad” y su papel central en la teoría psicoanalítica. Es
probable que el valor principal de su libro, desde un punto
de vista histórico, sea que ha reivindicado las más esotéricas
y subvertidas de las ideas freudianas y las ha convertido en
propiedad de las ciencias humanas.
Siento la tentación de citar profusamente el libro de
Brown por su riqueza analítica, pero no tiene sentido repe
tir lo ya escrito y publicado. Me limito a la observación de
que la clave del problema de la analidad reside en que refle
ja el dualismo de la condición humana, el yo y el cuerpo. La
analidad y sus problemas se originan en la infancia, puesto
que es cuando el niño realiza ya un descubrimiento alar
mante: su cuerpo es extraño y vulnerable. Además, el cuer
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La psicología profunda del heroísmo
po tiene un claro predominio sobre él, con sus exigencias y
necesidades. Aunque trate de hacer volar su fantasía, siem
pre vuelve a encontrarse con lo mismo. Lo más extraño y
degradante de todo es el descubrimiento de que el cuerpo
tiene, situado en la parte trasera más baja, en un lugar invi
sible, un agujero que emite olores fétidos, y más aún; una
substancia pestilente que desagrada a todo el mundo y, con
el tiempo, al propio niño.
Al principio, al niño le divierten su ano y sus heces; mete
alegremente los dedos en el orificio, lo huele, embadurna
las paredes con las defecaciones, juega a tocar objetos con
el ano y cosas por el estilo. Se trata de una forma de jugar
que es universal y que refleja la seriedad del trabajo de todo
el juego que realiza: el descubrimiento y la ejercitación de
las funciones corpóreas naturales, el dominio sobre una
zona novedosa, el poder y el control sobre las leyes deter
ministas del mundo natural, y lo hace con símbolos e ima
ginación.* Con el juego anal, el niño se está convirtiendo ya
en un filósofo de la condición humana. Pero, como todos
los filósofos, no puede desprenderse de él, su principal tarea
en la vida se convierte en negar lo que representa el ano, es
decir, que, en realidad, él no es sino un cuerpo en lo que res
pecta a la naturaleza. Los valores de la naturaleza son valo
res corpóreos, los valores humanos son valores mentales y,
aunque se eleven a lo más alto, están construidos sobre ex
crementos; nada es posible sin esto, siempre se vuelve a lo
mismo. Como lo expresó Montaigne, cuando el ser humano
*
Como el juego anal es un ejercicio esencial para la pericia humana, es mejor
no cortarlo. Si el adulto, por ansiedad, acorta esta etapa, le añade a esta fun
ción animal una dosis extra de ansiedad. Se convierte en algo más amenaza
dor que necesita una negación y unos esfuerzos adicionales para evitarla,
como si fuese algo ajeno a uno mismo. Esta negación extra sombría es lo que
conocemos como “carácter anal”. Una educación “anal” sería, por causa de
esta intensa represión, una afirmación del horror por el cuerpo animal en de
gradación como la carga humana sans pareil (sin igual).
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La remodelación de algunas ideas
se sienta en el trono más elevado del mundo, lo hace sobre
el culo. Habitualmente, este epigrama hace reír porque res
cata al mundo del orgullo artificial y del esnobismo y es un
retomo a los valores igualitarios. Pero si llevamos esta ob
servación más allá y decimos que los seres humanos no sólo
se sientan sobre el culo, sino sobre sus propios excremen
tos, el chiste ya no tiene gracia. La tragedia del dualismo
humano, su ridicula situación se torne demasiado real. El
ano y su producto incomprensible y repulsivo representan
no sólo el deterninism o físico y la dependencia, sino el des
tino, así como todo lo que es físico: la degeneración y la
muerte.
Ahora entendemos que lo que los psicoanalistas han de
nominado “analidad” o rasgos de carácter anales son, en re
alidad, formas de la protesta universal contra el accidente y
la muerte.
Si lo vemos así, una gran parte del corpus de las visiones
interiores psicoanalíticas más esotéricas adquiere una nueva
vitalidad y sentido pleno. Decir de alguien que es “anal”
significa que esa persona trata de protegerse de una manera
fuera de lo corriente contra los accidentes de la vida y el pe
ligro de la muerte. Intenta utilizar los símbolos de la cultura
como un medio seguro de triunfar sobre el misterio natural,
tratando de hacerse pasar como sea menos por un animal.
Cuando hurgamos en la bibliografía antropológica encon
tramos que en todas partes las personas han sido anales en
algún nivel básico de sus forcejeos culturales. Descubrimos
que los primitivos han mostrado frecuentemente la analidad
más descarada de todas. Han sido más inocentes con su pro
blema real y, por así decirlo, no han enmascarado bien el
disfraz que tapa la falibilidad de la condición humana. Lee
mos que los hombres de la tribu chagga llevan puesto un ta
pón anal toda su vida, fingen así que han sellado el ano y no
necesitan defecar. Es un triunfo obvio sobre la mera condi
ción física. Otro ejemplo es la extendida práctica de segre
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gar a las mujeres en chozas especiales durante la menstrua
ción y todos los tabúes que rodean esta. Queda claro que el
ser humano busca el control de los misteriosos procesos de
la naturaleza cuando se manifiestan en su propio cuerpo. No
puede permitir que el cuerpo tenga predominio sobre él.4
La analidad explica por qué las personas anhelan librar
se de las contradicciones y ambigüedades y por qué les gus
tan los símbolos puros y la Verdad con “V” mayúscula. Por
otra parte, cuando quieren protestar de verás contra la artificialidad, cuando se rebelan contra el simbolismo cultural,
recurren a lo físico. Invocan los pensamientos que les de
vuelven a la realidad, los gestos que les devuelven la quími
ca básica. Un ejemplo de esto ha sido la reciente película
“anal” Brewster McLoud, donde discursos, insignias oficia
les y superficies brillantes eran lanzadas desde el cielo
como una lluvia de excrementos olvidados. El mensaje era
el que los modernos cineastas están transmitiendo audaz
mente: sacar al mundo de su hipocresía acentuando lo pri
mario de la vida y del cuerpo. Stanley Kubrick infligió una
buena sacudida al público cuando mostró en su película
2007, Odisea en el espacio cómo el ser humano caminaba
por el espacio al igual que un simio, bailando al son de los
románticos valses de Strauss. En La naranja mecánica repi
tió de nuevo la naturalidad y satisfacción con que un hom
bre puede asesinar y violar al compás de la trascendencia
heroica de la Novena de Beethoven.
Lo inquietante de la analidad es que revela que toda la cul
tura, todas las formas de creatividad humana, son, en algunos
aspectos básicos, una protesta elaborada contra la realidad
natural, una negación de la realidad de la condición humana
y un intento de olvidar la creatura patética que es el ser hu
mano. Una de las partes más pasmosas del estudio de
Brown era su presentación de la analidad en Jonathan Swift.
El máximo horror para Swift era el hecho de que lo sublime,
lo bello y lo divino eran inseparables de las funciones ani
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La remodelación de algunas ideas
males primarias. En el cerebro del macho adorador se en
cuentra la ilusión de que la belleza sublime «es todo cabeza
y alas sin un culo que la traicione».5 En uno de los poemas
de Swift, un joven explica la contradicción grotesca que le
desgarra:6
No me asombra haber perdido el juicio;
¡Oh!, Celia, Celia, ¡Celia caga!
En otras palabras, en la mente de Swift existía una con
tradicción absoluta «entre el estado de enamoramiento y la
conciencia de las funciones excrementales de su amada».7
Así mismo, Erwin Straus demostró, en su brillante mo
nografía sobre la obsesión,8 la repulsión que sentía Swift
por la animalidad del cuerpo, su suciedad y descomposi
ción. Straus emitió un juicio más clínico sobre la repugnan
cia de Swift al considerarla como una parte de la típica vi
sión obsesiva del mundo: «para todos los obsesivos, el sexo
está escindido de la unificación y la procreación [...]. Debi
do a la separación de los genitales del conjunto del cuerpo,
las funciones sexuales se experimentan como evacuaciones
y descomposición».9 Tal grado de fragmentación es excesi
vo, aunque es cierto que todos vemos el mundo con ojos ob
sesivos, al menos en parte y hasta cierto punto. Como dijo
Freud, no sólo los neuróticos se ofenden por haber nacido
“entre orinas y heces”.10 Sumido en el horror de la incon
gruencia humana, el poeta Swift expresa sus más íntimos
pensamientos sobre el dilema que nos acosa a todos y que
vale la pena resumir una vez más; expulsar excrementos es
la maldición que nos amenaza con la locura porque nos
muestra nuestra finitud abyecta, nuestra condición física, la
plausible irrealidad de nuestras esperanzas y sueños. De un
modo más inmediato, representa nuestro completo descon
cierto ante el evidente sinsentido de la creación: dar forma
al milagro sublime de la faz humana, al mysterium tremen-
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La psicología profunda del heroísmo
dum de la radiante belleza femenina, a las verdaderas diosas
que son las mujeres hermosas. Sacar todo esto de la nada,
del vacío y hacer que reluzca a mediodía; tomar el milagro y
crear nuevos milagros en su seno, allá en lo profundo de los
ojos que atisban, unos ojos que estremecieron incluso al seco
Darwin. Poder hacer todo esto y tener que compaginarlo con
un ano que caga, ¡es demasiado! La naturaleza se burla de
nosotros, y los poetas viven en medio de la tortura.
He tratado de reproducir mínimamente el impacto de la
discusión científica y poética sobre el problema de la analidad. Si lo he conseguido aunque haya sido de un modo tan
a la ligera, podremos entender lo que significa la paradoja
existencial: lo que realmente incomoda a la gente es la in
congruencia, la vida como es. Esta visión nos conduce a una
revisión total de la teoría freudiana, no sólo del problema de
la analidad sino de la idea central de Freud, del complejo de
Edipo. Nos extenderemos en ello utilizando de nuevo la es
pléndida reformulación de Brown.
El proyecto edípico
Freud solía comprender las motivaciones humanas de
una forma que podemos denominar “primitiva” . A veces,
tanto que, cuando sus discípulos Rank y Ferenzci se aparta
ron de él, le acusaron de ingenuo. No cabe duda de que la
acusación es risible, pero algo hay de cierto en ella y es a lo
que ellos apuntaban: la obstinación con la que Freud se aga
rró a sus estrictas fórmulas sexuales. Pese a lo que fue cam
biando a lo largo de su vida, siempre mantuvo vivo el dog
ma psicoanalítico y luchó contra la posibilidad de que los
motivos que había descubierto se fuesen descafeinando. Lo
entenderemos mejor en capítulos posteriores.
Tomemos ahora el complejo de Edipo. En sus primeros
trabajos, Freud había dicho que este complejo era el deto
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nante de la vida psíquica. Desde su punto de vista, el varón
en la infancia tenía impulsos sexuales innatos e incluso de
seaba poseer a su madre. Al mismo tiempo, sabía que su pa
dre era su competidor, por lo que albergaba una agresividad*
asesina contra él. La razón era que sabía que su padre era
más fuerte físicamente que él y que, si se peleaban abierta
mente, el resultado sería la victoria paterna y su propia cas
tración. De ahí el horror a la sangre, a la mutilación y a los
genitales femeninos que parecían haber sido mutilados ya
que testificaban que la mutilación era un hecho.
Freud fue modificando sus teorías a lo largo de su vida^
pero nunca se distanció del todo. Nada tiene de particular*
pues la gente a la que estudiaba se las “confirmaban” de ma
nera intrínseca. Desde luego existía algo relacionado con el
ano y los genitales, la condición física de la familia y sus co
pulaciones que pesaban en la psique de los neuróticos como
una piedra milenaria. Freud pensó que un peso tan enorme
debía remontarse a tiempos inmemoriales, a la primera apa
rición de los seres humanos a partir de nuestros antepasados
los primates. Creyó que la culpa que sentimos en nuestro in
terior estaba relacionada con un crimen primordial de parri
cidio e incesto cometido en los obscuros recovecos de la
prehistoria. La culpa se halla profundamente arraigada, se
confunde con el cuerpo, el sexo, los excrementos y los pa
dres. Freud no abandonó nunca sus creencias porque en
esencia eran correctas en lo que sugerían sobre la condición
humana, pero no exactamente en el sentido que él pensó ni
en el marco que él brindaba. Hoy en día, nos damos cuenta
de que todo lo dicho sobre la sangre y los excrementos, el
sexo y la culpa es cierto, pero no porque estimule el parrici
dio, el incesto y el temor a una verdadera castración física,
sino porque todas estas cosas reflejan el horror del ser hu
mano a su condición animal básica. Es esta una condición
que, especialmente de pequeño, no consigue entender y que
de adulto no puede aceptar. La culpa que siente respecto a
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La psicología profunda del heroísmo
los procesos corporales y sus impulsos es culpa “pura” ; cul
pa como inhibición, como determinismo, como insignifi
cancia y límite. Nace de la compulsión de la condición ani
mal básica, del misterio incomprensible del cuerpo y el
mundo.
Los psicoanalistas se ocuparon de las experiencias de la
infancia desde finales del siglo xix. Sin embargo, aunque
parezca extraño, total “hace dos días”, como quien dice, que
hemos podido unificar una imagen con sentido común,
completa y plausible de por qué la infancia es un período
tan crucial para la persona. Debemos esta imagen a mucha
gente, en especial al olvidado Rank, aunque, en mi opinión,
es Norman O. Brown quien la ha resumido con más m orda
cidad y más categóricamente que ningún otro. Como argu
mentaba en su propia reorientación sobre Freud, el comple
jo de Edipo es el proyecto edípico, un proyecto que resume
el problema básico de la vida infantil: esto es, si seremos
objetos pasivos del destino, un apéndice de los otros, un ju
guete del mundo, o si la actividad nacerá de nosotros mis
mos y podremos controlar nuestro destino con nuestras fa
cultades y energía. Como dijo Brown:
El proyecto edípico no es, como sugieren las formula
ciones más tempranas de Freud, el amor natural por la ma
dre, sino, como reconoce en sus escritos posteriores, el
producto de la ambivalencia y del intento de superar ese
conflicto con un aumento del narcisismo. La esencia del
complejo de Edipo es el proyecto de convertirse en Dios
causa-sui, según la fórmula de Spinoza [...]. Por la misma
razón, exhibe explícitamente el narcisismo infantil distor
sionado por la huida de la muerte...
Si la tarea más importante del niño es escapar de la im
potencia y el aniquilamiento, entonces las cuestiones sexua
les son secundarias y derivadas. Como dice Brown:
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La remodelación de algunas ideas
De nuevo nos encontramos con que la organización se
xual, la pregenital y la genital no se corresponden con la
distribución natural de Eros en el cuerpo humano: repre
sentan una hipercatexia, una sobrecarga de zonas y funcio
nes corporales específicas inducida por el narcisismo hu
mano en su huida de la muerte.11
Tomemos esas joyas técnicas y extendámolas ante noso
tros. El proyecto edipico es la huida de la pasividad, del ani
quilamiento y de la contingencia. El niño quiere vencer a la
muerte constituyéndose en su propio padre, creador y sus
tentador de su propia vida. Vimos en el capítulo 2, que el
niño adquiere la idea de la muerte hacia los tres años, pero
ya mucho antes ha comenzado a trabajar para fortalecerse
contra la vulnerabilidad. Este proceso empieza de forma na
tural en una etapa muy temprana de su vida, conocida como
el estadio “o ra r’. Atraviesa esta etapa antes de saberse dife
rente de su madre, antes de conocer todo su cuerpo, sus fun
ciones, o, como solemos decir con términos técnicos, antes
de que su cuerpo se haya convertido en un objeto de su cam
po fenomenologico. En ese momento, la madre representa
literalmente la vida y el mundo del niño. Sus esfuerzos se
encaminan a la gratificación de sus deseos, al alivio auto
mático de sus tensiones y dolores. El niño, en esa etapa, está
simplemente “lleno de sí mismo”. Vive bañado en su propia
omnipotencia, controlando cuanto necesita para nutrirla. No
tiene más que llorar y consigue comida y calor; pide la
Luna, y suenan sonajeros encantadores a su alrededor. No
hay duda de que ese período se caracteriza por el “narcisis
mo primario” ; el niño domina el mundo con sentimientos de
triunfo a través del control de su madre. Su cuerpo es un
proyecto narcisista; lo usa para “comerse el mundo”. La eta
pa “anal” es otra manera de denominar el período en el que
el niño empieza a dirigir su atención a su propio cuerpo
como un objeto del campo fenomenologico. Lo descubre y
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La psicología profunda del heroísmo
trata de controlarlo El proyecto narcisista se convierte en la
habilidad de dominar y poseer el mundo a través del auto
control.
En cada etapa de la evolución del descubrimiento de su
cuerpo y de los problemas que ello plantea, el niño está ab
sorto en modelar el mundo para su propio engrandecimien
to. Necesita conservar el sentimiento de que tiene poderes y
controles absolutos y, para lograrlo, ha de cultivar algún
tipo de independencia; la convicción de que está configu
rando su vida. A esto se debe que Brown, como Rank, dije
ra que el proyecto edípico «se autogenera inevitablemente y
se dirige en contra de los padres cualquiera que sea su com
portamiento». Lo paradójico es que «los niños se entrenan
para el retrete ellos solos».12Todo esto significa que no exis
te una manera “perfecta” de educar a un niño, ya que es él
quien se educa al intentar convertirse en el perfecto contro
lador de su destino. Como esto es imposible, cada persona
lidad es, de alguna manera, asombrosamente irreal, básica
mente imperfecta. Como muy bien lo resumió Ferenczi:
«La personalidad, desde el punto de vista del psicoanalista,
es una anormalidad, una especie de mecanización de una
forma singular de reaccionar, bastante similar al síntoma
obsesivo».13
El complejo de castración
En otras palabras, el proyecto narcisista de autocreación,
que utiliza el cuerpo como base primaria de operaciones,
está destinado al fracaso. Y el niño lo descubre. Entende
mos la intensidad y el sentido de lo que se conoce como
“complejo de castración”, como llegó a concebirlo Freud en
sus últimos escritos, y como Rank14 y Brown lo han descri
to de manera detallada. En esta última concepción del com
plejo de castración, el niño no reacciona ante las amenazas
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La remodelación de algunas ideas
del padre. Como dice Brown, el complejo de castración
aparece sólo en confrontación con la madre. El fenómeno es
realmente crucial. Nos detendremos para ver qué sucede.
Todo se centra en el hecho de que la madre monopoliza
el mundo infantil; en sus inicios, ella es el mundo. El niño
no puede sobrevivir sin ella; sin embargo, para controlar sus
propios impulsos tiene que librarse de ella. Por tanto, la ma
dre representa dos cosas para el niño. Ello nos ayuda a en
tender por qué los psicoanalistas dicen que la ambivalencia
caracteriza todo el período de crecimiento. Por otro lado, la
madre es pura fuente de placer y satisfacción, un poder se
guro en el que apoyarse. Al niño, debe aparecérsele como la
diosa de la belleza y de la bondad, de la victoria y el poder.
Podríamos decir que esta es su cara “luminosa”, de lo más
atractiva. Por otra parte, el niño debe esforzarse contra esta
dependencia, si no, pierde el sentimiento de que tiene su
propio poder sobre sus impulsos. Es otra manera de decir
que la madre, al representar la dependencia biológica segu
ra, también es la amenaza fundamental.
El niño llega a percibirla como una amenaza, lo que su
pone ya el principio del complejo de castración en confron
tación con ella. Se da cuenta de que el cuerpo materno es di
ferente del m asculino, in creíb lem en te d istin to . E sta
diferencia provoca que se sienta incómodo. Freud no trató
nunca de amainar el impacto de la revelación de esta teoría.
Denominó este malestar como «el horror de la creatura mu
tilada», la «madre castrada», la visión de los genitales «ca
rentes de pene». A mucha gente le pareció que el efecto cho
cante de lo dicho por Freud era como com partir una
caricatura. El horror de las percepciones infantiles parecía
algo demasiado fraguado, demasiado ajustado a la teoría,
demasiado diseñado para encajar en la propia adicción de
Freud a las explicaciones sexuales y al reduccionismo bio
lógico. Otros vieron el pensamiento freudiano como un re
flejo de su propio arraigado patriarcalismo, su fuerte senti
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La psicología profunda del heroísmo
do de la superioridad masculina que, por definición, hacía
aparecer a la mujer como inferior por carecer de los atribu
tos masculinos.
De hecho, el “horror de la creatura mutilada” es una elu
cubración, pero es el niño quien la realiza. Los psicoanalis
tas nos han informado acerca de lo que sus pacientes neuró
ticos les han contado, cuidando de que el vocabulario fuese
el adecuado a lo expresado. Lo que altera a los neuróticos
-y a la mayoría de la gente- es su propia impotencia: tienen
que encontrar algo a lo que oponerse. Si la madre represen
ta la dependencia biológica, entonces se puede luchar con
tra ella centrándose en la diferencia sexual. Si el niño tiene
que realizarse causa-sui, tiene que desafiar con algo de
agresividad a sus padres, sobrepasarles e ir más allá de las
amenazas y tentaciones que encarnan. Los genitales son
algo muy pequeño desde la percepción del niño, práctica
mente insuficientes como para traumatizarle porque care
cen de protuberancia. Como dice Brown, el horror es «la
propia invención infantil; una urdimbre imaginada insepa
rable de su propio proyecto fantástico de convertirse en su
propio padre (como fantasía, sólo se conecta muy lejana
mente con la visión real de los genitales femeninos)».15 Di
gámoslo de otro modo: el niño “fetichiza” el cuerpo mater
no como objeto de peligro global para sí mismo. Es una
manera de reducirlo a su medida, despojándola de su lugar
primordial en la creación. Utilizando la fórmula de Erwin
Straus, podemos decir que el niño escinde los genitales ma
ternos de su totalidad como objeto amado y pasa a conce
birlos como amenaza y putrefacción.
Envidia del pene
La amenaza auténtica de la madre está relacionada con
su pura condición orgánica. Sus genitales suponen un punto
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La remodelación de algunas ideas
de referencia conveniente para la obsesión del niño con el
problema de la condición física. Si la madre es una diosa de
la luz, también es una bruja de la oscuridad. El niño la ve li
gada a la Tierra, ve sus secretos procesos corporales que la
ligan a la naturaleza, el pecho con su misteriosa leche pega
josa, los olores menstruales, la sangre, la casi continua in
mersión de esa fecunda madre en su corporeidad y, lo que
no es menos, el carácter neurótico y a menudo inerme de
esa inmersión. Después de que el niño capta indicios de que
su madre da a luz a sus hermanos o hermanas, ve cómo los
alimenta, contempla el inodoro lleno de sangre menstrual
-cosa que parece dejar a la bruja intacta y despreocupada-,
no le cabe duda sobre su inmersión en significados y errores
corporales oscuros. La madre ha de rezumar determinismo
y el niño expresa su horror ante esta completa dependencia
de lo que es físicamente vulnerable. Así, se comprende no
sólo la preferencia del niño por la masculinidad, sino tam
bién la «envidia del pene» de las chicas. Tanto los chicos
como las chicas sucumben al deseo de huir del sexo repre
sentado por la m adre;16 necesitan poco para identificarse
con el padre y su mundo. El padre parece más neutro física
mente, más limpiamente potente, menos inmerso en determinismos corporales. Aparece más «libre simbólicamente»,
representa el vasto mundo fuera del hogar, el mundo social
con su triunfo organizado sobre la naturaleza, el auténtico
escape de la contingencia que busca el niño.*
*
Según esto, la envidia del pene surge del hecho de que los genitales matemos
están cercenados del cuerpo como focalización del problema de la decadencia
y la vulnerabilidad. Bernard Brodsky comenta en relación a una paciente: «Su
concepto de Ja mujer como algo fecal había sido un enorme estímulo para su
envidia del pene, ya que éste, vivaz y erecto, era el antónimo del asiento iner
te y sin vida» (B. Brodsky, “The Self-Representation, Anality and the Fear of
Dying”, Journal o f the American Psychoanalytic Association, 1959, volumen
7, pág. 102). Phyllis Greenacre, un destacado estudioso de las experiencias in
fantiles, ya ha hecho notar la misma ecuación en la percepción del niño:
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La psicología profunda del heroísmo
Tanto el niño como la niña se alejan de su madre como si
obedeciesen a un reflejo automático de sus propias necesi
dades de crecimiento e independencia. Ese “horror, terror,
rebeldía” 17 que sienten es, como dijimos, parte sus propias
percepciones fantásticas de una situación que no pueden
aguantar. Esta situación no sólo es la dependencia biológica
y física que representa la madre, sino también la revelación
terrorífica del problema del propio cuerpo del niño o de la
niña.
El cuerpo de la madre no sólo revela un sexo que am e
naza vulnerabilidad y dependencia, sino que representa mu
cho más: muestra el problema de los dos sexos y, de este
modo, enfrenta al niño con el hecho de que su propio cuer
po es arbitrario. No se trata sólo de que el niño vea que ni el
sexo es “completo” en sí mismo, ni que comprenda que la
particularidad de cada sexo es una limitación de potenciali-
pene=movimiento, es decir, vida; heces=inercia, es decir, muerte (Greenacre,
Trauma, Growth and Personality, Nueva York, Norton, 1952, pág. 264). Esta
ecuación convierte a la envidia del pene en algo natural. Greenacre llega a uti
lizar la atinada idea de «pavor reverencial al pene» para referirse al hechizo
que el largo apéndice masculino modela en las diversas percepciones que el
niño tiene de su padre. Después de todo, el niño vive en un mundo en el que
predomina el poder corporal, sin entender lo que significa el poder simbólico
o abstracto. Para él, más corporeidad equivale a más vida. Una mujer adulta
puede aún tener latentes los mismos sentimientos. Una pérdida de sangre o la
carencia de una protuberancia, con todo lo que conlleva, es algo muy diferen
te de una prolongación agresiva que seguramente atenúa los sentimientos de
vulnerabilidad.
La paciente de Brodsky, como cabía esperar, presentaba problemas porque las
dos dimensiones de ambivalencia hacia su madre se intensificaban; la necesi
dad de la paciente de su madre y la amenaza de la madre hacia la paciente. «La
sobreprotección de la madre y el obstáculo que suponía el progreso de las ha
bilidades motrices de la paciente contribuían a un desarrollo defectuoso de la
propia imagen. Padecía una intensa ansiedad por la separación y una destaca
da ansiedad de castración.» En otras palabras, se había acentuado su depen
dencia y, al mismo tiempo, se intensificaba también su ansiedad de castración
puesto que no podía separarse del objeto que representaba decadencia. Esta es
una fórmula casi segura para la neurosis clínica.
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La remodelación de algunas ideas
dad, una estafa a la plenitud de la vida en cierta manera;
pues no puede saber todo esto o sentirlo plenamente. De
nuevo, no se trata de un problema sexual, es algo más glo
bal que se ha experimentado como la maldición de la arbi
trariedad que representa el cuerpo. El niño se encuentra en
un mundo en el que tanto podría haber nacido varón como
hembra, o incluso perro, gato o pez, puesto que todo ello pa
rece no importar en relación al poder y al control y a la ca
pacidad de soportar el dolor, la aniquilación y la muerte. El
horror de la diferencia sexual es el horror del “hecho bioló
gico”, como acertadamente señala Brown.18 Es la caída del
velo de la ilusión que nos hace aterrizar en la cruda realidad,
el horror de asumir un nuevo e inmenso peso, el del sentido
de la vida y el cuerpo, de la fatalidad de la propia imperfec
ción, indefensión y finitud.
En definitiva, es el terror sin esperanza del complejo de
castración lo que hacer temblar a los hombres en sus pesa
dillas. Expresa la conciencia del niño de que lleva la carga
de un proyecto imposible, de que la búsqueda causa-sui en
la que se ha embarcado no puede lograrse mediante la se
xualidad corporal,19 ni siquiera reclamando un cuerpo dis
tinto al de su madre. La fortaleza del cuerpo, la base pri
mordial para las operaciones narcisistas contra el mundo a
fin de asegurarse los propios poderes ilimitados, se desmo
rona como la arena. Este es el destronamiento trágico del
niño, la expulsión del paraíso que representa el complejo de
castración. Hubo un tiempo en que usaba cualquier zona o
apéndice para su proyecto edípico o autogeneración; ahora
los mismos genitales se burlan de su autosuficiencia. Ello
plantea toda la cuestión de por qué la sexualidad es un pro
blema universal de tanta importancia. Nadie ha escrito so
bre el problema de la sexualidad mejor que Rank en su
abrumador ensayo sobre «La iluminación sexual».20 No tie
ne sentido repetir esta discusión aquí ya que me detendré en
ella más detalladamente en el capítulo 8. Pero podemos an81
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La psicología profunda del heroísmo
ticiparla mostrando cómo la sexualidad es inseparable de
nuestra paradoja existencial: el dualismo de la naturaleza
humana. La persona es al mismo tiempo un yo y un cuerpo.
Desde el principio tenemos la confusión sobre dónde “exis
te” en realidad, si en el yo simbólico interno o en el cuerpo
físico. Cada área fenomenológica es diferente. El yo interno
representa la libertad de pensamiento, la imaginación y el
alcance infinito del simbolismo. El cuerpo representa determinismo y sujeción. El niño aprende gradualmente que su
libertad como un ser único está lastrada por el cuerpo y sus
apéndices que dictan lo que es. Por esta razón, la sexualidad
es tan problemática para el adulto como para el niño. La so
lución física al problema de quiénes somos y por qué hemos
surgido en este planeta no sirve: de hecho, supone una terri
ble amenaza. No nos aclara lo que existe en el fondo de
nuestro mundo interno, con qué clase de don específico ha
de enfrentarse al mundo. Por ello es tan difícil practicar el
sexo sin culpa: la culpa aparece porque el cuerpo arroja una
sombra sobre la libertad interna de la persona, sobre su “yo
real” que, a través del acto sexual, se encuentra por fuerza
en un papel biológico estandarizado y mecánico. Aún peor,
al yo interior no se le toma en absoluto en consideración: el
cuerpo se adueña por completo de la persona. Este tipo de
culpa hace que el yo interior se retraiga y le amenaza con
desaparecer.
^
Esta es la causa por la que la mujer quiere asegurarse de
que el hombre: me quiere “a mí” y “no sólo mi cuerpo”. Es
dolorosamente consciente de que se puede prescindir de su
peculiar personalidad interna en el acto sexual. Si se puede
prescindir, es que no cuenta. La cuestión es que el hombre
por lo general sólo, desea el cuerpo y la personalidad total
de la mujer se ve reducida a una mera función animal. La
paradoja existencial se desvanece y ya no hay una humani
dad característica que pueda reclamarse. Una forma creati
va de hacerle frente es, sin duda, permitir que suceda y
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La remodelación de algunas ideas
aceptarlo: es lo que los psicoanalistas denominan «regre
sión al servicio del ego». Durante un tiempo, la persona se
convierte en su yo físico y así queda libre de la paradoja
existencial y de la culpa que acompaña al sexo. El amor es
la gran clave para este tipo de sexualidad porque permite la
caída del individuo en la dimensión animal sin temor ni cul
pa, sino al contrario, con la confianza y la seguridad de que
su libertad interior característica no quedará anulada por
una abdicación animal.
La escena primordial
Ha llegado el momento de discutir otra idea psiconalítica que siempre me ha parecido que bordeaba la credulidad:
el llamado «trauma de la escena primordial». La noción or
todoxa psicoanalítica era que cuando el niño presenciaba el
acto sexual de sus padres (la escena primordial) le quedaba
un profundo trauma porque él no podía participar. Freud ha
blaba literalmente de «la estimulación de la excitación se
xual al contemplar el coito de los padres».21 Planteada de
una forma tan contundente, la idea nos parece increíble,
pero hay que recordar que, ante todo, Freud se enorgullecía
del descubrimiento de la sexualidad infantil. Otros psicoa
nalistas aceptan esta idea con un giro ligeramente diferente.
Así, Roheim considera que la escena primordial representa
la satisfacción de los deseos de reconciliación del niño con
su madre. Sin embargo, también ve que su padre ocupa su
lugar, de modo que, en lugar de sentir una identificación
completa con la madre protectora, contempla el «ejercicio
violento» de una lucha.22 Por último, Ferenczi, que fue un
gran estudioso de la influencia de los padres sobre los hijos,
trata este asunto dándole otro giro ligeramente imprevisto y
distinto de la estricta formulación de Freud:
Wi-
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La psicología profunda del heroísmo
Si el niño contempla la relación íntima sexual entre los
padres durante el primer o segundo año de su vida, cuando
su capacidad de excitación ya existe, pero carece aún de
salidas apropiadas para sus emociones, puede producirse
una neurosis infantil.23
En realidad, Roheim y Ferenczi hablan de cosas comple
tamente distintas en relación al tema de Freud. Roheim se
refiere a la identificación con la madre, que representa el
apoyo total del niño y su incapacidad para comprender la
relación de su objeto amado con otros objetos, como su pa
dre. Lo que dice Ferenczi es que el niño se encuentra abru
mado por emociones en las que todavía no puede poner or
den. A quí es p recisa m en te donde se in tro d u ce una
interpretación más existencial del problema. El niño utiliza
su cuerpo como su proyecto causa-sui y sólo lo abandona
cuando comprende la imposibilidad de realizarlo. Cada una
de estas alternativas se convierte para él en un asunto de
vida o muerte. Si hablamos de trauma, tiene que ser porque
existe una confusión en estas cuestiones de vida y muerte.
Incluso cuando ya somos adultos, la mayoría de nosotros
siente desagrado y desilusión ante la idea del acto sexual de
sus padres; no nos parece que, en ellos, sea algo correcto.
Creo que la razón de nuestro desagrado es que su imagen re
sulta confusa ante nuestros ojos. Lo que representan los pa
dres más que nada es el desaliento del cuerpo como un pro
yecto causa-sui: representan el complejo de castración,
desilusión y miedo del cuerpo. Más aún, ellos encaman la
visión cultural del mundo que el niño ha de interiorizar para
librarse del punto muerto en el que se halla con su cuerpo.
El niño debe experimentar cierta confusión ansiosa cuando
ellos son los primeros en no transcender sus cuerpos en sus
relaciones íntimas. ¿Cómo puede manejar su ego forcejean
te los dobles mensajes y darles sentido? Más aún, uno de los
mensajes le llega en forma de gruñidos, gemidos y movi
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La remodelación de algunas ideas
mientos que debe percibir como abrumadores, sobre todo
porque es el horror al cuerpo precisamente lo que el niño
trata de superar. Si se refugia en el papel corporal imitando
a sus progenitores, estos se enfurecen y les provoca ansia.
Se siente traicionado: reservan sus cuerpos para sus relacio
nes más íntimas y a él se lo niegan. Le desaniman al con
tacto físico con todas las fuerzas a su alcance, pero, sin em
bargo, ellos lo practican como una vindicación totalmente
absorbente. Si reunimos todo esto, vemos que la escena pri
mordial puede ser un verdadero trauma, no porque el niño
no pueda participar del acto sexual y expresar sus propios
impulsos, sino, más bien, porque la escena primordial es un
símbolo complejo en sí mismo que combina el horror por el
cuerpo, la cultura del superego y el bloqueo completo de
cualquier acción que pudiera realizar el niño en esa situa
ción, o cualquier comprensión directa que pudiera tener de
todo ello. Es el símbolo de un doble vínculo ansioso.
El cuerpo es el destino del animal que somos y contra el
que hay que luchar de varias maneras. Al mismo tiempo,
ofrece experiencias y sensaciones, placeres concretos de los
que carece el mundo simbólico interior. No es de extrañar
que el ser humano esté atrapado entre la espada y la pared
por los problemas sexuales, ni que Freud descubriera que el
sexo es tan importante en la vida humana, especialmente en
los conflictos neuróticos de sus pacientes. El sexo es un
componente inevitable de la confusión del hombre sobre el
sentido de la vida, que está sin remedio escindido en dos:
los símbolos (la libertad) y el cuerpo (el destino). No hay
que extrañarse de que la mayoría de nosotros no acabemos
de abandonar los intentos iniciales de nuestra infancia de
usar el cuerpo y sus apéndices como una fortaleza o una m á
quina para presionar al mundo. Tratamos de responder al
misterio trascendente de la creación con las experiencias de
un producto físico y parcial de ella. A ello se debe la exten
dida práctica de la mística del sexo, como en la Francia tra
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La psicología profunda del heroísmo
dicional, y, al mismo tiempo, el que produzca tanta desilu
sión. Es puerilmente reconfortante con su lenidad y placer,
sin embargo, derrota a la conciencia y al crecimiento autén
tico si se utiliza para dar respuesta a cuestiones metafísicas.
Entonces se transforma en una mentira sobre la realidad, en
una pantalla que oculta la plena conciencia.24 Si el adulto re
duce el problema de la vida al área de la sexualidad, no hace
más que repetir la fetichización del niño que concentra el
problema de la madre en los genitales de esta. El sexo de
viene esa pantalla contra el terror, la fetichización de la con
ciencia completa sobre el problema real de la vida.
Esta discusión no agota las razones por las que el sexo
ocupa una parte tan destacada. El sexo constituye también
una forma positiva de trabajar el propio proyecto de liber
tad. Al fin y al cabo, es una de las pocas áreas realmente ín
timas que posee una persona en una existencia que es casi
del todo social, moldeada por completo por los padres y la
sociedad. En este sentido, el sexo como proyecto represen
ta apartarse de la estandarización y monopolización de la
sociedad. No es de extrañar que la gente se entregue a él con
tanta fruición y, con frecuencia, desde la infancia, con mas
turbaciones secretas que representan la protesta y el triunfo
del yo. Como veremos en la segunda parte de este libro,
Rank llega a decir que este uso del sexo explica todos los
conflictos sexuales del individuo, «desde la masturbación
hasta las perversiones más variadas».25La gente trata de uti
lizar el sexo de forma totalmente individual para controlar y
mitigar el determinismo. Es como si se quisiera trascender
el cuerpo despojándole por completo de su carácter origi
nal, recreándolo y reinventándolo en lugar de lo que la na
turaleza propuso. Las “perversiones” infantiles lo muestran
inequívoca y claramente. Los niños son los verdaderos ar
tistas del cuerpo, lo usan como barro para hacer valer su po
der simbólico. Freud lo observó y lo registró como «perver
sidad polimórfica», una manera de denominarlo. Pero da la
86
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La remodelación de algunas ideas
impresión de que no se dio cuenta de que este juego constitu
ye ya un intento serio de trascender el determinismo, no sim
plemente una búsqueda animal de una diversidad de áreas
corporales placenteras.
Cuando el niño crece, la búsqueda inversa en pos de una
existencia personal se consolida como un patrón individual
aún más secreto. Tiene que ser secreto porque la sociedad
no tolera ese intento de individualizarse totalmente.25 Si ha
de darse una victoria sobre la imperfección y la limitación
humanas, será con un proyecto social, no individual. La so
ciedad quiere ser quien decida cómo se ha de trascender la
muerte; tolerará el proyecto causa-sui sólo si se acopla al
proyecto social estandarizado. De lo contrario, saltará la
alarma. ¡Anarquía! Esta es una de las causas de la intole
rancia y la censura de cualquier clase de moralidad perso
nal. Existe el temor de que la moralidad convencional se so
cave, lo que es otra forma de expresar el temor a no poder
seguir controlando la vida y la muerte. Se dice de una per
sona que ya esta “socializada” precisamente cuando acepta
sublimar el carácter sexo-corporal del proyecto edípico.27
Hoy en día, estos eufemismos normalmente significan que
la persona acepta la tarea de convertirse en su propio padre
al abandonar su proyecto traspasándoselo a “los Padres” . El
complejo de castración ha realizado su trabajo cuando se
somete a la “realidad social”. Ahora ya puede, desvalorizar
los deseos y pretensiones propios y moverse sin riesgos en
el mundo de los poderosos mayores. Incluso puede entregar
su cuerpo a la tribu, al Estado, al paraguas mágico y protec
tor de los mayores y sus símbolos. Es así como deja de su
ponerle una peligrosa negación de sí misma. No existe, sin
embargo, una diferencia real entre la imposibilidad infantil
y la de un adulto; lo único que logra el adulto es la expe
riencia del autoengaño, lo que denominamos el carácter
“maduro”.
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4. EL CARÁCTER HUMANO
COMO MENTIRA VITAL
Observad a los que os rodean y [...] los oiréis hablar
en fórm ulas taxativas sobre sí mismos y sobre su entorno,
lo cual indicaría que poseen ideas sobre todo ello. Pero si
analizáis someramente esas ideas, notaréis que no reflejan
ni mucho ni poco la realidad a que parecen referirse, y si
ahondáis más en el análisisf hallaréis que ni siquiera
pretenden ajustarse a tal realidad. Todo lo contrario: el
individuo trata con ellas de interceptar su propia visión de
lo real, de su vida misma. Porque la vida es por lo pronto
un caos donde uno está perdido. El hombre lo sospecha;
pero le aterra encontrarse cara a cara con esa terrible
realidad y procura ocultarla con un telón
fantasmagórico, donde todo está muy claro. Le trae sin
cuidado que sus “ideas” no sean verdaderas; las emplea
como trincheras para defenderse de su vida,
como aspavientos para ahuyentar la realidad.
J o sé O r te g a y G a s s e t1
El problema de la analidad y del complejo de castración
contribuirá a contestar a la pregunta que a todos nos intriga:
si la cualidad básica del heroísmo es el auténtico valor, ¿por
qué hay tan poca gente con auténtica presencia de ánimo?,
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El carácter humano
¿por qué es tan excepcional encontrar a alguien que se man
tenga en pie por sí mismo? Incluso el gran Carlyle, que ate
morizó a tanta gente, decía a los cuatro vientos que se apo
yaba en su padre como si lo hiciera sobre un pilar enterrado
bajo sus pies. La implicación tácita es que, si intentara man
tenerse en pie por sí mismo, la tierra se hundiría bajo sus
pies. La pregunta va derecha a la esencia de la condición
humana, y la abordaremos desde varios ángulos a lo largo
de todo el libro. En cierta ocasión, escribí2 que pensaba que
la razón por la cual el ser humano era cobarde por naturale
za era porque sentía que no tenía autoridad, y que la razón
por la que no tenía autoridad radicaba en lo que caracteriza
ba al animal humano: todo cuanto tiene significado se in
corpora a nosotros desde el exterior, a partir del trato con los
otros. Esto es lo que nos confiere un “yo” y un superego.
Todo nuestro mundo de aciertos y errores, lo bueno y lo
malo, nuestro nombre y, aún más exactamente, quiénes so
mos, se nos ha injertado; nunca nos sentimos con autoridad
suficiente como para ofrecer cosas propias. ¿Cómo podría
ser de otro modo? -argumentaba yo-, puesto que nos senti
mos culpables y bajo la mirada de los otros, como una cre
ación suya inferior, en deuda con ellos por nuestro mero na
cimiento.
Sin embargo, todo esto es sólo parte del asunto. Existen
razones más profundas para nuestra falta de coraje; si que
remos entenderlas, tendremos que escarbar para encontrar
las. El psicólogo Abraham Maslow tenía un sentido muy
fino para las ideas importantes. Poco antes de su muerte em
pezó a abordar el problema del miedo a la soledad.3Maslow
utilizaba una amplia perspectiva humanística en sus obras y
le gustaba usar conceptos como «actualizar el propio poten
cial» y «humanización plena». Veía todo esto como necesi
dades naturales del desarrollo y se preguntaba qué era lo
que las atascaba y bloqueaba. Respondió a la pregunta con
un lenguaje existencial, usando términos como «el temor a
89
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La psicología profunda del heroísmo
la propia grandeza» y «la evasión del propio destino». Su
enfoque ofrece una nueva visión sobre el problema de la va
lentía. En sus propias palabras:
Tememos a nuestras más altas posibilidades (como
también a las más bajas). En general, nos asusta llegar a
ser lo que vislumbramos en nuestros mejores momentos
[...]. Disfrutamos, e incluso nos emocionamos, ante las
posibilidades de divinidad que notamos en las experien
cias cumbre. Y, sin embargo, temblamos de debilidad, te
mor reverencial y miedo ante las mismas posibilidades.4
Maslow utilizó un término muy adecuado para esta hui
da del crecimiento, este miedo a culminar nuestras máximas
potencialidades. Lo denominó «el síndrome de Jonás». En
tendió este síndrome como la evasión de la plena intensidad
de la vida.
\No somos lo suficientemente fuertes para soportar
nada másl La gente suele decir en momentos de exaltación
cosas como: «¡Es demasiado!», «¡No lo aguanto!», «¡Es
toy que me muero!» [...]. Los delirios de felicidad no se
soportan mucho tiempo. Nuestros organismos son dema
siado débiles para dosis extraordinarias de grandeza.
Desde este punto de vista básico, el síndrome de Jonás es
«en parte, un miedo justificado al desgarro, a la pérdida de
control, a que nos hagan pedazos y a desmoronamos, inclu
so al temor de que la experiencia nos aniquile». El efecto
del síndrome es el que cabría esperar de un organismo débil:
reduce la intensidad plena de la vida.
Para algunas personas, esta evasión del propio creci
miento, poniendo sus aspiraciones a un nivel bajo, el mie
do a hacer lo que se es capaz de hacer, la automutilación
90
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La remodelación de algunas ideas
voluntaria, la pseudoestupidez y la falsa humildad son, de
hecho, defensas contra la grandiosidad.. .5*
Todo se reduce a una simple carencia de energía para
aguantar lo superlativo, la apertura de uno mismo a la tota
lidad de la experiencia, a una idea que ya percibía William
James y que, más recientemente, se ha desarrollado en tér
minos fenomenológicos en la clásica obra de Rudolf Otto.
Otto hablaba del terror al mundo, del sentimiento de admi
ración reverente, asombro y miedo ante la creación -d e l m i
lagro que supone, del mysterium tremendum et fascinosum
que encierra cada una de las cosas existentes, el mero hecho
de la existencia de las cosas-.6 Lo que hizo Otto fue captar
de forma descriptiva el sentimiento natural de inferioridad
ante la trascendencia masiva de la creación; el auténtico.
sentimiento de creatura frente al aplastante y negador mila
gro del Ser. Ahora entendemos" cómo la fenomenología de
la experiencia religiosa se vincula con la psicología, preci
samente, en el asunto del problema del valor.
Podríamos decir que de pequeños somos cobardes “por
naturaleza” . Carecemos de fortaleza para soportar el terror a
la creación. El mundo como es, la creación desde el vacío,
las cosas como son, las cosas como no son, es demasiado
para nosotros. M ejor dicho, sería demasiado soportarlo
*
Como veremos en las páginas siguientes, otros pensadores formularon sus
propias versiones del «síndrome de Jonás» mucho antes que Maslow. Pienso
especialmente e$ Rank, quien fffPRTdio a la idea ningún nombre especial, y en
Freud, quien probablemente fue el iniciador de nuestra aproximación científi
ca a esta cuestión con su famoso descubrimiento del síndrome del «naufragio
por éxito». Observó que algunas personas no podían aguantar el éxito después
de conseguirlo; como les resultaba excesivo, enseguida se retiraban o se des
moronaban JD ejoaFreudporque Maslow representa tan bien el método exis.tgacial que creo que supone una ampliacíón muy estimable del horizonte freudiano, si bien es cierto que Freud realizó un considerable desarrollo hacia un
contexto existencial, como veremos en el capítulo 6 al discutir de nuevo este
problema.
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La psicología profunda del heroísmo
todo sin desfallecer, temblando como hojas, permaneciendo
en un trance como respuesta al movimiento, a los colores y
olores del mundo. Digo “sería” porque, para cuando aban
donamos la infancia, la mayoría de nosotros ya hemos re
primido nuestra visión del milagro primordial de la crea
ción. La hemos clausurado, cambiado, y ya no percibimos
el mundo como es para la experiencia directa. A veces, po
demos recuperarla recordando algunas percepciones que
nos impresionaron de manera especial, cómo nos inundaron
de emoción y asombro el aspecto del abuelo preferido o delj
primer amor en la temprana adolescencia. Transformamos^
todas esas percepciones de gran carga emocional sobre todo
porque necesitamos movernos por el mundo con cierta
ecuanimidad, fuerza y franqueza: no podemos seguir bo
quiabiertos con el alma en vilo, succionando ávidam ent¿
con la mirada todo lo espléndido y poderoso que nos impre
siona. El gran beneficio de la represión es que nos permite*«
vivir con decisión en un mundo abrumadoramente milagro*
so e incomprensible, un mundo tan lleno de belleza, majes-*
tad y terror que si los animales lo percibieran, se quedarían
paralizados de pánico.
La naturaleza ha protegido a los animales inferiores do
tándoles de instintos. Un instinto es una percepción progra
mada que activa una reacción programada. Es muy sencillo:
los animales no se conmueven por algo ante lo que no pueden
reaccionar. Viven en un mundo reducido, un pedacito de la
realidad con un programa neuroquímico que les hace caminar
con el morro por delante y excluir todo lo demás. ¡Miremos,
en cambio, al ser humano, esa creatura increíble! Da la im
presión de que la naturaleza ha lanzado toda precaución por
la borda junto con los instintos programados. Creó un animal
sin defensas contra la percepción plena del mundo externo,
un animal completamente abierto a la experiencia, y no sólo
a lo que tiene delante de sus narices, en su Umwelt (entorno),
sino en muchos otros Umwelten. Tiene capacidad para rela92
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La remodelación de algunas ideas
donarse no sólo con animales de su propia especie, sino, de
alguna manera, con todas las otras especies. Puede contem
plar no sólo lo que es comestible para él, sino también todo
cuanto crece. Ño sólo vive el momento presente, sino que
también extiende su y o al ayer, a su curiosidad por siglos an
teriores, a sus temores de que dentro de 5.000 millones d e
años el sol se enfríe, a sus esperanzas de eternidad desde ahor
ra. No vive únicamente en un pequeño territorio ni en un pla
neta entero, sino en una galaxia, en un universo y en dimen
siones más allá de los universos visibles. Sobrecoge pensar
en el peso que lleva a cuestas el ser humano, la pesada carga
de la experiencia. Como vimos en el capítulo anterior, el ser
humano ni siquiera puede dar por hecho su cuerpo como ha
cen otros animales. No se trata sólo de unas patas traseras, de
una cola que ha de arrastrar, miembros que están “ahí”, para
usarlos, considerarlos normales, o arrancárselos a mordiscos
cuando caen en una trampa, causan dolor o impiden el movi
miento. El-cuerpo supone un problema que debe resolver. No
sólo le es extraño, sino también su paisaje interior, sus re
cuerdos y sus sueños. El auténtico interior del ser humano, su
yo, le es ajeno. No sabe quién es, por qué nació, qué hace en
el planeta, qué se espera que haga, qué es lo que él puede es
perar. Su propia existencia le resulta incomprensible, es un
milagro, como el resto de la creación, más cercano a él, junto
a los latidos de su corazón, pero, por esta razón, más extraño
que nunca. Cada cuestión es un problema, y el hombre no ex
cluye ninguna. Como bien dijo Maslow: «Es precisamente
afcerca de lo divino que hay en nosotros sobre lo que somos
ambivalentes, estamos fascinados por ello al tiempo que te
merosos, motivados y a la defensiva. Este es un aspecto de la
situación humana básica: somos simultáneamente dioses y
gusanos».7De nuevo, dioses con anos.
El valor histórico de la obra de Freud es haber entendido
que el ser humano era un animal singular, un animal que no
está programado por instintos para cerrarse a la percepción
93
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La psicología profunda del heroísmo
y asegurarse una ecuanimidad automática y una acción con
tundente. Tuvo que inventar y crear por sí mismo las limita
ciones a la percepción y la ecuanimidad para vivir en este pla
neta. Por tanto, el meollo de la psicodinàmica, la formación
del carácter humano, es el estudio de la autolimitación huma
na y del terrible coste de esa limitación. La hostilidad contra
el psicoanálisis en el pasado, hoy y en el futuro será siempre
una actitud beligerante para no admitir que el ser humano
vive porque se miente a sí mismo sobre sí mismo y su mun
do y que el carácter, según Ferenczi y Brown, es una mentira
vital. Me gusta especialmente la forma en que Maslow ha re
sumido esta contribución al pensamiento freudiano:
El mayor descubrimiento de Freud, el que se halla en la
raíz de la psicodinàmica, es que la gran causa de muchas
enfermedades psicológicas es el miedo al conocimiento de
uno mismo, de las propias emociones, impulsos, recuer
dos, aptitudes y potencialidades de nuestro destino. Hemos
descubierto que el miedo al conocimiento de uno mismo es
frecuentemente isomórfico y paralelo al miedo al mundo
exterior.
¿Qué es este miedo sino el miedo a la realidad de la crea
ción en relación a nuestros poderes y posibilidades?
En general, este tipo de miedo es defensivo, en el sen
tido de que supone la protección de la autoestima, del amor
y respeto por nosotros mismos. Solemos asustarnos de
cualquier conocimiento que pudiera causamos desprecio
hacia nosotros mismos, o hacer que nos sintiésemos infe
riores, débiles, despreciables, malvados y avergonzados.
Nos protegemos y protegemos nuestra imagen ideal con la
represión y otras defensas similares, que, básicamente, son
técnicas con las que evitamos ser conscientes de verdades
desagradables y peligrosas.8
94
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La remodelación de algunas ideas
El individuo tiene que reprimirse globalmente, en todo el
espectro de su experiencia, si quiere notar el agradable senti
miento de poseer valores interiores y una seguridad básica. El
sentido del valor y del apoyo es algo que la naturaleza le da a
cada animal a través de la programación instintiva automáti
ca y del palpitante proceso vital. Pero el humano, una inma
culada creatura desnuda, tiene que construirse y ganarse sus
valores interiores y su seguridad. Tiene que reprimir su pequeñez en el mundo adulto, sus fracasos para vivir acorde con
los mandatos y códigos de los adultos. Ha de reprimir tam
bién sus propios sentimientos de inadecuación física y moral,
no sólo la falta de adecuación de sus buenas intenciones, sino
también su culpa y sus malas intenciones y los deseos de
muerte y los odios que provienen de sentirse frustrado y blo
queado por los adultos. Reprime la incompetencia de sus pa
dres, sus terrores y ansiedades porque le dificultan sentirse
seguro y fuerte. Asimismo, ha de reprimir su propia analidad,
sus comprometedoras funciones corporales que conjuran su
mortalidad, su prescindibilidad fundamental. Con todo esto,
y más cosas que silenciamos, tiene que reprimir las intimida
ciones fundamentales del mundo exterior.
En sus últimos años, Freud, evidentemente, se dio cuen
ta, como le ocurrió antes a Adler, de que lo que en realidad
preocupaba al niño era la naturaleza de su mundo, y no sus
impulsos interiores. Hablaba menos del complejo de Edipo
y más de «la perplejidad humana y de la impotencia frente
a las temibles fuerzas de la naturaleza», «del doloroso enig
ma de la muerte», «nuestra ansiedad ante los peligros de la
vida», y «la gran necesidad del destino, contra el que no hay
remedio».9 Y cuando trató el problema central de la ansie
dad, dejó de hablar del anonadamiento interno del niño por
sus necesidades instintivas, como lo había hecho en su obra
más temprana. Las formulaciones de Freud se volvieron
existenciales. Dejó de considerar la ansiedad como una re
acción a la impotencia global, al abandono, al destino:
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La psicología profunda del heroísmo
En consecuencia, mantengo que el miedo a la muerte
ha de contemplarse como algo análogo al complejo de cas
tración, y que la situación ante la que reacciona el ego es
consecuencia del rechazo o abandono del superego protec
tor -los poderes del destino- que termina con la seguridad
contra todo peligro.10
Esta formulación indica una gran ampliación de la pers
pectiva. Añádase una generación o dos de trabajo clínico
psicoanalítico, y habremos alcanzado una comprensión no
tablemente fiel de lo que en realidad desazona al niño, dé
que la vida es en realidad demasiado para él, de cómo tiene
que evitar excesivos pensamientos, demasiada percepción,
demasiada vida. Al mismo tiempo, de cómo ha de evitar la
muerte, que retumba detrás y bajo cada una de las despreo
cupadas actividades, que aparece tras sus hombros mientras
juega. El resultado es que ahora sabemos que el animal hu
mano se caracteriza por dos grandes miedos, de los que
otros animales se encuentran protegidos: el miedo a la vida
y el miedo a la muerte. En las ciencias humanas, fue sobre
todo Otto Rank quien destacó esos miedos, basó totalmente
su sistema de trabajo en los ellos y mostró que eran funda
mentales para comprender al ser humano. Casi a la vez que
Rank escribía estas cosas, Heidegger reintroducía esos te
mas en el centro de la filosofía existencial. M antenía que la
ansiedad humana básica es la ansiedad respecto a estar en el
mundo, así como la ansiedad de estar en el mundo. Es decir,
el miedo a la muerte y el miedo a la vida, a la experiencia y
a la individuación.11 La persona se resiste a salir y mudarse
a su abrumador mundo, a sus verdaderos peligros: se echa
atrás por temor a perderse en los apetitos incombustibles de
los demás, a ir rodando fuera de control entre los ávidos
agarrones y zarpazos de sus congéneres, de las bestias y de
las máquinas. Como organismo animal, intuye la clase de
planeta al que ha ido a parar, la pesadilla, el frenesí demoní96
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La remodelación de algunas ideas
acó en el que la naturaleza ha dado rienda suelta a millones
de apetitos de toda clase de organismos individuales, por no
hablar de los terremotos y huracanes, que parecen tener sus
propias bramantes apetencias. Cualquier cosa que se desa
rrolle placenteramente ha de estar siempre engullendo a
otros. Los apetitos pueden ser inocentes, puesto que apare
cen de forma natural, pero cada organismo atrapado en los
muchos miles de cosas distintas de este planeta es una víc
tima potencial de esa misma inocencia y se retira de la vida
por miedo a que esta pierda la suya propia. La vida puede
succionarle, debilitar sus energías, anegarlo, desposeerle de
su autocontrol, producir gran cantidad de experiencia con
tal rapidez que le hará estallar; puede hacerle destacar entre
los demás, llevarle a terrenos delicados, cargarle con nuevas
responsabilidades que exigen una gran fortaleza para poder
las soportar, exponerle a nuevas contingencias, nuevas
oportunidades. Sobre todo, existe el riesgo de equivocarse,
de un accidente, de la posibilidad de una enfermedad y, por
descontado, de la muerte que es la succión definitiva, la ab
soluta inmersión y negación.
La gran simplificación científica del psicoanálisis es el
concepto de que la globalidad de las primeras experiencias
es un intento del niño de negar la ansiedad que le produce su
nacimiento, su temor a perder apoyos, a quedarse solo, in
defenso y asustado. El carácter del niño, su estilo de vida, es
la manera de usar el poder de los demás, el sostén que le
proporcionan los objetos e ideas de su cultura para hacer de
saparecer de su conciencia el hecho real de su impotencia
primordial. No sólo su impotencia para evitar la muerte,
sino la de permanecer solo, firmemente arraigado en sus
propios poderes. Ante el terror al mundo, al milagro de la
creación y al poder aplastante de la realidad, ni siquiera el
tigre tiene un poder seguro y sin límites; mucho menos lo
tiene el niño. Su mundo es un misterio trascendente; inclu
so sus padres, con los que mantiene una dependencia natu
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La psicología profunda del heroísmo
ral y segura, son milagros de prim er orden. ¿De qué otra
manera pueden aparecérsele? La madre es el primer pavo
roso milagro que hechiza al niño durante toda su vida, tanto
si vive en el entorno de su poderosa aura como si se rebela
contra ella. La superordenación de su mundo se introduce
en él en forma de semblantes fantásticos que le sonríen de
cerca a través de unos dientes enormes y unos espantosos
ojos en blanco que le atraviesan desde lejos con miradas in
cendiarias y amenazadoras. Vive en un mundo de máscaras
kwakiutl* de su misma sangre que se burlan de su autosufi
ciencia. La única forma de estar seguro de contrarrestarlas
sería sabiendo que es tan parecido a los dioses como ellas,
pero no llega a saberlo nunca directa y claramente. No exis
te una respuesta cierta al pavoroso misterio de la faz hum a
na que se escudriña en el espejo; ninguna respuesta, a cual
quier precio, que provenga de la propia persona, de su
propio centro. La propia cara puede ser divina por su apa
riencia milagrosa, pero carecemos de poderes para conocer
su significado y de la divina energía que nos hubiese hecho
responsables de su creación.
En este sentido, entendemos que, si el niño cediera ante
el carácter todopoderoso de la realidad y la experiencia, no
podría actuar con la ecuanimidad que necesitamos en nues
tro mundo no instintivo. Por lo tanto, una de las primeras
cosas que debe hacer el niño es aprender a “abandonar el
arrobamiento”, actuar sin temor, olvidarse del miedo y los
estremecimientos. Sólo entonces puede actuar con una cier
ta autoconfianza inconsciente, cuando ya se ha naturalizado
con el mundo. Decimos “naturalizado”, pero lo que quere
mos decir es desnaturalizado, falseado tras una verdad opa
ca y turbia, con la desesperanza de la condición humana esi
*
Son las máscaras que emplean los indios kwakiutl, de la costa del Pacífico
Norte, en Canadá, para sus ceremonias, como la del potlatch, que tienen gran
des ojos y bocas con expresiones feroces (N de la T)
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La remodelación de algunas ideas
condida, una desesperanza que el niño atisba en sus terrores
nocturnos y en sus fobias y neurosis diurnas. Huye del de
saliento construyendo defensas que le permitan tener un
sentimiento básico de autoestima, de sentido pleno y de po
der. Le dejan sentir que controla su vida y su muerte, que re
almente vive y obra como un individuo libre y con volun
tad, que posee una identidad irrepetible que ha construido a
su medida, que es alguien, no simplemente un accidente
tembloroso que ha germinado en un planeta invernadero al
que Carlyle denominó para siempre «el vestíbulo de la
muerte». Hemos llamado a nuestra manera de vivir una
mentira vital y ahora podemos entender mejor por qué diji
mos que es vital: es una necesaria y deshonestidad básica
sobre uno mismo y la propia situación. Es en esta revelación
donde realmente culmina la revolución del pensamiento de
Freud; también es la razón fundamental por la que todavía
nos afanamos contra Freud. No queremos admitir que so
mos poco honrados con la realidad, que la verdad es que no
controlamos nuestras propias vidas. No queremos admitir
que la verdad es que no estamos solos, que siempre confia
mos en algo que nos transciende, algún sistema de ideas y
poderes en que nos hallamos incrustados y nos sirve de apo
yo. Este poder no siempre es evidente. No hace falta que sea
un dios o una persona indiscutiblemente más fuerte: puede
ser el poder de una actividad que nos absorba por completo,
una pasión, la dedicación a un juego, una forma de vivir
que, como una confortable tela de araña, nos mantiene con
ánimos, alejados de nosotros mismos, del hecho de que no
descansamos en nuestro propio centro. Todos tendemos a
recibir apoyo de una forma que consigue que nos olvidemos )
de nosotros mismos, sin conocer cuáles son las energías que ^
realmente utilizamos, la clase de mentira que hemos inven
tado para vivir seguros y serenos. San Agustín fue un maes
tro en el análisis de estas cuestiones, como lo fueron Kierkegaard, Scheler y Tillich en nuestros días. Todos vieron
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La psicología profunda del heroísmo
que el ser humano podía pavonearse y jactarse todo lo que
quisiera, pero que, en realidad, sacaba su “valor para exis
tir” de un dios, de una serie de conquistas sexuales, un líder
político, una bandera, el proletariado, el talismán del dinero
y el saldo de la cuenta bancaria.
Las defensas que constituyen el carácter de una persona
son la base de un grandioso espejismo; cuando lo captamos,
entendemos toda la dinámica humana. El ser humano se
aparta de sí mismo, de su autoconocimiento y autorreflexión. Se siente impulsado hacia aquellas cosas que sostie
nen la mentira de su carácter, su ecuanimidad automática.
Sin embargo, sus impulsos le llevan precisamente hacia
esas cosas que le producen ansiedad, como si fuera una ma
nera magistral de eludirlas; se pone a prueba enfrentándose
a ellas, controlándolas al desafiarlas. Como nos enseñó
Kierkegaard, la ansiedad es como un señuelo que se con
vierte en el acicate de gran parte de nuestra actividad ener
gética: coqueteamos con nuestro propio desarrollo, pero, de
nuevo, con deshonestidad. De ahí provienen muchas de las
fricciones de nuestras vidas. Establecemos relaciones sirqr
bióticas para obtener la seguridad que necesitamos, para re
mediar nuestra ansiedad, nuestro aislamiento e impotencia.
Estas relaciones, no obstante* también nos sujetan, nos es
clavizan más aún porque sostienen la mentira que nos he
mos labrado. Nos mantenemos crispados y en su contra para
sentirnos más libres. Lo irónico del caso es que estamos so
metidos a esta tensión sin cuestionarnos nada, luchando,
dentro de nuestra propia coraza, por así decirlo, de este
modo, intensificamos nuestra compulsión, la cualidad se
cundaria en nuestra lucha por la libertad. Incluso en nues
tros flirteos con la ansiedad no somos conscientes de nues
tros motivos. Buscamos estrés, forzamos nuestros límites,
pero lo hacemos con nuestra mampara de protección contra
la desesperanza, no con la propia desesperación. Lo hace
mos jugando en Bolsa, comprando coches deportivos, lan
100
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La remodelación de algunas ideas
zando misiles atómicos* ascendiendo por la escala del éxito
en la competición universitaria. Lo hacemos en la prisión det
nuestra pequeña familia, bien casándonos contra sus dese
os, o eligiendo un modo de vida que les disgusta, o cual
quier otra cosa similar. De ahí la complicada cualiíjad se
cundaria de toda nuestra compulsión. Hasta en nu£kras|
pasiones somos niños de guardería que se entretienen cpfc
juguetes como si fuesen el mundo real. Aun cuando los ju
guetes se estrellan y nos cuestan nuestras vidas o nuestra
cordura, se nos engaña con el consuelo de que estábamos en
el mundo real en lugar de en un parque donde juegan los ni
ños. Todavía no nos hemos encontrado con nuestro destino
en nuestros propios términos varoniles en contienda con la
realidad objetiva. Es desafortunado e irónico, el que la men
tir^ que necesitamos para vivir nos condene a una vida qpe
nunca es realmente nuestra.
Hasta la llegada del psicoanálisis moderno n£uhemos po
dido entender lo que los poetan y los sabios rélígiosos sabían
desde hacía mucho tiempo: que la coraza de nuestro carácter
qs tan vital para nosotros que despojamos de ella podía sig¿
nificar arriesgamos a morir o volvernos locos. No es difícil
encontrar una explicación: si el carácter es una defensa neu
rótica contra el desaliento, y nos despojamos de esa defen
sa, admitimos la desesperación desbordante, la plena com
prensión de la condición humana, lo que de verdad temen
los seres humanos, aquello contra lo que luchan y hacia 1(^
que son conducidos, o de lo que son alejados. Freud lo re
sumió maravillosamente cuando comentó en alguna oca
sión que el psicoanálisis curaba el infortunio humano sólo
para insertar al paciente en la vulgar mezquindad de la vida.
Neurosis es otro término que describe una complicada téc-^
nica para eludir la desdicha, pero la realidad es la desdicha.
Por ello, los sabios han insistido desde tiempos remotos en
que para ver la realidad es necesario morir y renacer. La)
idea de la muerte y la reencarnación se planteó en la época
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La psicología profunda del heroísmo
chamanística, en el pensamiento Zen, en el estoico, en El
Rey Lear de Shakespeare, así como en el judeocristianismo
y en el pensamiento existencial contemporáneo. Pero hasta
que no comenzó la psicología científica no lográbamos en
tender cuánto había en juego en la muerte y la reencarna
ción: el hecho de que el carácter de la persona era una es
tructura neurótica penetró directamente en el corazón de la
humanidad. Como lo planteó Frederick Perls: «Sufrir la
propia muerte y renacer no es fácil». Y no es fácil precisa
mente porque gran parte de uno mismo tiene que morir.
Me gusta cómo concibió Perls la estructura neurótica,
como si fuera un edificio construido en cuatro estratos. Los
dos primeros estratos son los cotidianos, las tácticas que
aprende el niño para convivir en sociedad mediante el uso
fácil de términos para ganarse una pronta aprobación, apa
ciguar a los demás y avanzar con ellos: son los estratos elo
cuentes, los de la vacua charlatanería de “clichés” y simula
ciones sociales. Hay mucha gente que pasa el resto de su
vida sin mirar lo que hay debajo. El tercer estrato es de difí
cil acceso; se trata del “impasse” que esconde nuestros sen
timientos de vacuidad y soledad, los sentimientos auténti
cos que intentamos desterrar al construir nuestras defensas
del carácter. Bajo este estrato, se encuentra el cuarto, el más
desconcertante: es el de la muerte y el miedo a la muerte.
Como ya hemos visto este es el estrato de nuestra verdad y
de nuestra ansiedad animal básica, el terror que llevamos
con nosotros en el fondo de nuestro corazón. Solamente
cuando exploramos ese cuarto estrato, según Perls, llega
mos al que podríamos llamar el de nuestro auténtico yo: lo
que somos sin imposturas, sin disfraces, sin defensas contra
el miedo.12
A partir de este esquema de intrincados círculos de de
fensas que componen nuestro carácter, del escudo que pro
tege nuestro palpitante temor a la verdad, podemos hacer
nos una idea del difícil, penosísimo y doloroso proceso del
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La remodelación de algunas ideas
“todo o nada” que es la reencarnación psicológica. Y cuan
do hemos terminado con lo psicológico comienza lo huma
no: lo peor no es la muerte, sino la propia reencarnación.
Ahí está el truco: ¿qué significa “volver a nacer” para un ser
humano? Significa que por primera vez se está supeditado
a la terrorífica paradoja de la condición humana, puesto que
no se nace como un dios, sino como un ser humano, un dios
gusano, o un dios que caga. Sólo que ahora sin el escudo
neurótico que oculta toda la ambigüedad de la propia vida.
Sabemos, pues, que cada auténtica reencarnación es una ex
pulsión del paraíso, como lo atestiguan las biografías de
Tolstoi, Péguy y otros. Asalta a personas duras como el gra
nito, que se encuentran en los engranajes del poder, “segu
ras de su empuje”, y les hace temblar y llorar como a Péguy,
cuando se quedó parado en el andén de una estación de au
tobuses de París con lágrimas amargas cayéndole por las
mejillas mientras musitaba plegarias.
Fue Rank quien pronto reconoció que no se podía vencer
la ansiedad terapéuticamente. Lo que nos quiso decir es que
es imposible resistirse al horror de la propia condición sin
ansiedad. Fue Andras Angyal quien llegó al fondo de la
cuestión de la reencarnación psicoterapéutica cuando dijo
que el neurótico al que se ha tratado terapéuticamente es
como un miembro de Alcohólicos Anónimos: no puede dar
por sentada su curación, y el mejor signo de la autenticidad
de su curación es vivir con humildad.13
Plenamente humanos y parcialmente humanos
Esta discusión saca a la luz una contradicción funda
mental de la empresa terapéutica que no hemos ventilado lo
suficiente. Nos detendremos en ella al final del libro, pero
ahora hemos llegado al punto adecuado para introducir el
tema. Se trata tan sólo de lo siguiente: ¿qué sentido tiene ha
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La psicología profunda del heroísmo
blar de “disfrutar de la plenitud de la propia humanidad”,
como Maslow y otros nos instan a hacer, si “la plenitud de
la propia humanidad” significa una semi-adaptación prim a
ria al mundo? Si uno puede liberarse de las cuatro capas del
escudo neurótico, de la coraza que envuelve la mentira caracteriológica sobre la vida, ¿cómo puede hablarse de “dis
frutar” esta victoria pírrica? Es cierto que la persona aban
dona algo restrictivo e ilusorio, pero sólo le sirve para
encontrarse cara a cara con algo aún más terrible: la autén
tica desesperación. La plenitud humana significa temor ab
soluto y estremecimiento, al menos durante una parte del
tiempo en que se está despierto. Cuando se consigue que una
persona se abra a la vida, se aleje de sus dependencias, de su
seguridad automática camuflada en el poder de algún otro,
¿qué alegría se le puede ofrecer junto a la pesada carga de su
soledad? Cuando se logra que una persona mire al Sol que
cuece la carnicería diaria que se produce en la Tierra, los ac
cidentes ridículos, la completa fragilidad de la vida, la impo
tencia de los que creía poderosos, ¿qué consuelo puede dár
sele desde un punto de vista terapéutico? A Luis Buñuel le
gustaba introducir un perro loco en sus películas como con
trapunto a la seguridad de la rutina diaria de nuestra repre
sión vital. El significado de este símbolo es el de que sea lo
que sea lo que los hombres pretenden, son sólo mordiscos
accidentales a una falibilidad total. El artista disfraza la in
congruencia, que es latido de la locura, pero es consciente de
ello. ¿Qué haría la persona corriente si tuviese conciencia
plena de lo absurdo? Ha moldeado su carácter con el propó
sito de que le sirva de pantalla protectora frente a los aconte
cimientos de la vida. Se trata de su tour-de-force específico
que le permite pasar por alto las incongruencias, nutrirse de
cosas imposibles, medrar en su ceguera. Culmina así una ex
traña victoria humana: la aptitud para estar orgulloso del te
rror. Sartre llamó al ser humano «pasión inútil» porque es un
chapucero sin remedio, por lo engañado que vive sobre su
104
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La remodelación de algunas idea^
verdadera condición. Quiere ser un dios con los pertrechos
de un animal, y así proliferan sus fantasías. Como escribió^
Ortega en el epígrafe que hemos utilizado para ese capítulo,$
el ser humano usa sus ideas para la defensa de su existenci^
y para ahuyentar la realidad. Se trata de un juego serio, el de¡|
la defensa de la propia existencia, ¿cómo se le puede quitar*
a la gente y dejarla contenta?
Maslow habla muy convincentemente de «autorrealiza-^
ción» y del éxtasis de las «experiencias cumbre», en las que la
persona llega a ver el mundo en todo su esplendor y sobreco^
gimiento y de cómo siente su propia expansión interna y elj
milagro de existir. Denomina a este estado «el proceso del co-j
nocimiento del ser», la apertura de la percepción a la verdad*
del mundo, una verdad oculta por las distorsiones neuróticas
las ilusiones de protegerse a sí mismo contra experiencias^
abrumadoras. La idea es buena y correcta; se trata de la ense-*
ñanza para desarrollar la capacidad del «proceso del conoció
miento del ser» con el fin de escapar de la unidimensionalidad*
de nuestras vidas, de la caverna de la seguridad que nos tiene*}
prisioneros. Sin embargo, como la mayoría de las cuestioneS|
humanas, es un triunfo paradójico. Maslow lo vio ya con cla-|
ridad al hablar de «los peligros del proceso del conocimien^
to».14 Maslow era demasiado abierto y claro de mente comoj
para no darse cuenta de que el proceso de conocimiento del^
ser no tenía una cara oculta, pero no fue lo suficientemente le
jos como para señalar cuál era esa peligrosa cara oculta que¿
podía socavar nuestra posición en el mundo. Una vez más, re
pito que ver el mundo como en realidad es, resulta algo de
vastador y horrible. Con ello se consigue justo el resultado que
el niño que va construyendo penosamente su carácter a lo lar
go de los años quiere evitar: convierte la actividad rutinaria
automática, firm e y segura de sí misma en un imposible. Hacej
que el hecho de vivir de forma despreocupada en el mundo dej
los humanos sea imposible. Deja a un animal tembloroso %
merced del cosmos y del problema de su significado.
}
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La psicología profunda del heroísmo
Hagamos un breve inciso para demostrar que esta opi
nión sobre el carácter no es algo que postularon unos existencialistas morbosos, sino que representa la nueva fusión
acordada entre la psicología freudiana y postfreudiana. Se
ha producido un cambio muy sutil y profundo en cuanto a la
comprensión del desarrollo temprano del niño. Es un cam
bio que puede resumirse brevemente en la evolución de po
siciones desde la psicología freudiana a la postfreudiana y,
de nuevo, de vuelta a un freudianismo formal. Freud vio al
niño como a un antagonista de su mundo, como alguien con
impulsos agresivos y una sexualidad que quiere volcar en el
mundo. Pero, al no conseguirlo, tiene que desarrollar frus
traciones y satisfacciones que la substituyan. La frustración
de esos impulsos en su infancia le conduce a tener tales re
siduos de amargura y antisociabilidad que el mundo se ha
ido poblando de un tipo de animal al que le parece injusto lo
que se le ha hecho y de lo que se le ha privado. En el fondo
es un animal mezquino que se siente estafado por haber al
bergado sentimientos y deseos que se le han quedado atra
gantados. Aparentemente, puede que sea muy agradable,
responsable y creativo, pero bajo todo ello no hay más que
un residuo de basura que amenaza con estallar de repente;
un residuo que, por cualquier circunstancia, de un modo u
otro, puede agredir a los otros o a sí mismo.
La teoría freudiana de los instintos innatos pronto se vio
minada en el ámbito de la psicología social y muy tardía
mente en el del propio psicoanálisis. Se puso de moda una
nueva visión de la infancia que se inclinaba a verla como
neutral, libre de instintos y, sobre todo, maleable. Excepto
en relación a algunos factores de constitución y de tem pe
ramento heredados, se consideró que el niño era una creatura totalmente configurada por su entorno. Desde esta óp
tica, se creía que los padres eran los responsables de las
represiones infantiles, de las defensas del carácter que de
sarrollaba y del tipo de persona en que se convertía, puesto
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La remodelación de algunas ideas
que le habían proporcionado un entorno al que le habían
amoldado. Más aún: puesto que los padres se habían opues
to a la libre expansión natural y activa y le habían exigido
que se rindiese al mundo, se les podía considerar básica
mente culpables de cualquier deformación de su carácter. Si
el niño no tenía instintos, al menos sí que tenía una enorme
cantidad de energía libre y de inocencia corporal. Buscaba
actividad y diversiones constantes, quería moverse a menu
do en la plenitud del mundo, doblegarlo al máximo para su
uso y placer. Buscaba expresarse con espontaneidad, sentir
la mayor satisfacción en sus procesos corporales, obtener el
mayor consuelo, entusiasmo y placer de los otros. Como
esta expansión ilimitada es imposible, había que controlar
al niño; los padres eran los controladores de su actividad.
Cualquiera que fuesen las actitudes del niño hacia sí mis
mo, su cuerpo o su entorno, se consideraba que habían sido
puestas en práctica a través de la experiencia con sus pre
paradores y con su entorno inmediato.
Esta fue la visión postfreudiana del desarrollo del carác
ter, la reacción contra el instintivismo freudiano. En realidad
es prefreudiana y se remonta a la Ilustración, a Rousseau y a
Marx. En los últimos años, la crítica más mordaz y elabora
da de esta visión la proporcionó Norman O. Brown.15 Los
epítetos que utilizó contra Fromm y los neofreudianos eran
verdaderamente amargos para tratarse de un libro que nos
reconduce a Eros. Sin embargo, el gravamen de la crítica de
Brown ha sido serio, a saber: que la situación del niño es
imposible, que tiene que crear sus propias defensas contra el
mundo, y hallar un modo de sobrevivir en él. Como vimos
en el capítulo 3, los propios dilemas existenciales del niño
le conducen a ello con independencia de sus padres. Sus
“actitudes” provienen de su necesidad de adaptarse a la de
sesperada condición humana, no sólo de ponerse en sintonía
con los caprichos de sus padres.
El estudioso de las ideas tiene derecho a preguntarse qué
107
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La psicología profunda del heroísmo
tipo de libro hubiese producido Brown con su brillantez si
hubiese estudiado y asimilado a Adler y a Rank con el mis
mo rigor que tuvo por Freud. Al fin y al cabo, fueron Adler
y Rank quienes comprendieron la situación desesperada del
niño sin caer en la trampa freudiana de los instintos interio
res o en el medioambientalismo facilón. Como lo planteó
Rank de una vez por todas, para todos los futuros psicoana
listas y estudiosos del hombre:
[...] cada ser humano tiene [...] la misma carencia de
libertad, es decir, nosotros [...] creamos [...] una prisión a
partir de la libertad...16
Lo que Rank criticaba era la visión rousseauniana de la
persona nacida en libertad y posteriormente encadenada por
la educación y la sociedad. Rank entendió que, ante la fuer
za abrumadora del mundo, el niño no podía conseguir por sí
mismo la resistencia y la autoridad necesarias para vivir una
comunicatividad plena de horizontes ilimitados de percep
ción y experiencia.
Hemos llegado a una fase excepcional en el desarrollo
del pensamiento psicoanalítico. Al equiparar plenamente la
obra de Adler y Rank con la de Freud, el psiconálisis moder
no ha podido conservar la redondez y sobriedad del maestro
sin los errores, las formulaciones extremistas y el dogma del
freudianismo estricto. A mi parecer, el libro de Brown cons
tituye la afirmación de que el círculo entre los fundadores
del psicoanálisis y el trabajo clínico y teórico más reciente
se ha acabado de cerrar sin que se haya perdido nada esen
cial. Ocurre incluso en relación a la esquizofrenia, el sín
drome que más podría justificar la acusación contra los pa
dres de fracasar en la educación de un ser humano. Se ha
producido un notable cambio de énfasis, una nueva con
ciencia de la dimensión trágica de la vida humana. Nadie lo
ha resumido mejor que Harold Searles. Me gustaría citar ex
108
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La remodelación de algunas ideas
tensamente su fidedigno testimonio personal, lleno de sen
sibilidad, y que considero de gran importancia desde el pun
to de vista histórico:
En Chestnut Lodge, la sesión de presentación de casos
de una hora de duración dos veces a la semana normalmen
te tiene que ver con pacientes esquizofrénicos [...]. Cuando
este autor fue allí hace casi 12 años, los terapeutas que pre
sentaban los casos -incluido el autor- tendían a dar una
imagen totalmente negra, o casi negra, de las relaciones fa
miliares en la infancia del paciente; la atmósfera que se res
piraba en las presentaciones era la de la culpabilización de
los padres más que ninguna otra cosa. Transcurridos los
años, este autor se ha encontrado con que las presentacio
nes transmiten cada vez menos esa culpabilización y más la
tragedia de la vida de los pacientes. Esta tragedia está tan
relacionada con la vida de todos nosotros que, con frecuen
cia, las presentaciones son una experiencia profundamente
cargada de dolor, tanto para el presentador como para la au
diencia. Uno siente que la presentación de los profesionales
proporciona en la actualidad una imagen más verdadera de
la vida de los pacientes, una imagen que nos sacude con
mayor profundidad que aquella teñida de culpa que se nos
presentaba anteriormente.17
La tragedia de la vida señalada por Searles es la que he
mos discutido: la finitud humana, su horror a la muerte y el
peso aplastante de la vida. El esquizofrénico siente todo
esto más que nadie porque no ha logrado construir las de
fensas seguras que usa habitualmente una persona para ne
garlas. La desgracia del esquizofrénico es que se ha encon
tra d o co n u n a c a rg a e x tra de a n s ie d a d e s e x tra s ,
culpabilidades e impotencias, lo que supone un entorno aún
más impredecible y falto de apoyo. No está verdaderamen
te asentado en su cuerpo, ni tiene una base segura desde la
109
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La psicología profunda del heroísmo
que negociar el desafío y la negación de la naturaleza real
del mundo. Los padres le han hecho un organismo sólida
mente inepto. Tiene que arreglárselas con formas de vivir en
el mundo especialmente ingeniosas y desesperadas que evi
tarán que la experiencia le desgarre por completo, puesto
que ya se encuentra casi desgarrado. Confirmamos, pues, de
nuevo, el punto de vista de que el carácter de una persona es
una defensa contra la desesperanza, un intento de evitar la
insania debida a la naturaleza real del mundo. Searles con
templa la esquizofrenia en concreto como el resultado de la
incapacidad para excluir al terror, como un estilo desespera
do de convivir con este. Con franqueza, no conozco nada
más convincente que pueda decirse sobre este síndrome; es
un fallo en la humanización, lo que significa un fallo en ne
gar con seguridad la situación real del ser humano en el pla
neta. La esquizofrenia es el test del caso límite para la teo
ría del carácter y de la realidad que hemos expuesto aquí: el
fracaso en construir defensas dignas de confianza hace pa
tente en la persona la verdadera naturaleza de la realidad. Es
algo científicamente apodíctico. La creatividad de las per
sonas situadas en el extremo esquizofrénico del continuo
humano es una creatividad que surge de la incapacidad para
aceptar la negación estandarizada de la naturaleza real de la
experiencia. El precio de esta creatividad casi “extrahumana” es el de vivir al borde de la locura, algo que los huma
nos saben desde hace mucho tiempo. El esquizofrénico es
sumamente creativo en un sentido casi extra humano por
que está más allá del animal. Carece de la programación
instintiva de los organismos inferiores y de la programación
cultural estable de la persona media. No es asombroso que
la persona normal y corriente le vea como a un “loco” : no
pertenece a ningún mundo.*
*
Para un resumen más extenso sobre el problema del fracaso de la esquizofre
nia, véase el capítulo 10.
110
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La remodelación de algunas ideas
Conclusión
Vamos a cerrar esta larga discusión sobre la función del
carácter yuxtaponiendo dos trozos de escritura poética y de
visión interior separados por casi tres siglos. El primero, de
Thomas Traheme, nos proporciona una preciosa descrip
ción del mundo como se le aparece al niño antes de poder
crearse reacciones automáticas. Traheme describe las im pe
cables reacciones del infante:
Al principio todo parecía nuevo y extraño, indescripti
blemente singular, delicioso y bello [...] El grano era trigo
inmortal de Oriente que nunca debía recogerse, ni se había
sembrado jamás. Pensaba que había estado desde toda la
eternidad. El polvo de las piedras de la calle era tan pre
cioso como el oro: las puertas eran el fin del mundo. Cuan
do vi los verdes árboles por vez primera a través de una de
las verjas, me extasiaron y embelesaron. Su dulzor e inu
sual belleza hicieron saltar mi corazón y casi me enloque
cieron de éxtasis: tan extrañas y maravillosas eran aquellas
cosas. ¡Los Hombres! ¡Cuán venerables e ilustres criaturas
parecían los ancianos! ¡Querubines inmortales! Los jóve
nes, relucientes y brillantes ángeles, y las doncellas raras
figuras seráficas de vida y belleza! Los muchachos y las
muchachas retozando y jugando en la calle eran joyas en
movimiento. No sabía que eran nacidos y habían de morir
[...]. La ciudad parecía estar detenida en el Edén...
Podríamos llamarlo el paraíso de la prerrepresión. Pero
Traherne continúa describiéndonos su caída del Edén con el
desarrollo de las percepciones culturales y la negación del
carácter impoluto de la realidad; y, como psicoanalista mo
derno en su primera época de, por ejemplo, Chestnut Lodge, acusa a los padres de la caída y entabla un proceso con
tra ellos:
111
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La psicología profunda del heroísmo
Los pensamientos son la cosa más presente para los
pensamientos y la mayor de las influencias. Mi alma sólo
estaba presta y dispuesta para las grandes cosas; pero las
almas son para las almas lo que las manzanas para las
manzanas; si una está podrida, pudre a la otras. Cuando
empecé a hablar y caminar nada tenía fuerza en mí, más
que lo que estaba presente para mí en sus pensamientos.
Nada se me presentaba tampoco de otro modo que del
modo que lo era para ellos [...]. De lo que no hablaban
sólo existía la ausencia. Así es que entre mis compañeros
de juego comencé a apreciar un tambor, un buen abrigo, un
penique, un libro dorado [...]. En cuanto a los Cielos, el
Sol y las Estrellas, desaparecieron y no eran para mí más
que desnudos muros. Tanto, que la rara riqueza de la in
vención humana, aprendida con más laboriosidad y en se
gunda instancia, venció por completo a la riqueza de la Na
turaleza.18
¿Qué falta en esta espléndida descripción de la caída del
niño desde su percepción natural a la artificialidad del mun
do cultural? Nada menos que lo que hemos citado como la
gran fusión postfreudiana de la personalidad: la propia com
plicidad de Traheme en el proceso, su necesidad de la caída
del estado de gracia para crecer, experimentar cambios sin
ansiedad, protegerse contra el Sol, las Estrellas, los Cielos.
Traheme no anota, por ejemplo, sus restantes reacciones
iniciales a los gritos desgarradores de sus «compañeros de
juego» mientras se cortaban las manos, o se daban golpes en
las narices y en la boca y se salpicaban con extrañas gotas
rojas que le llenaban las entrañas de terror. Dice que no sa
bía que habían de morir, que todos parecían inmortales:
pero, ¿fueron sus padres quienes trajeron la muerte al mun-^
do? Esto era lo que le roía el alma, no por causa de sus pa-^
dres, sino por la «riqueza del mundo». La muerte avanzaba
en su percepción como un símbolo de formas complejas en
112
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La remodelación de algunas ideas
friando su espíritu. Así es que, para prohibir los hechos de la
vida, Traheme tuvo que remodelar su paraíso, incluso de
jándolo por ahí, en su memoria, como hacemos todos. Cier
to es que la Tierra era el lugar de la belleza mística que des
cribió, y que posteriormente Carlyle estuvo de acuerdo en
que era «un templo místico», pero, al mismo tiempo, era «el
vestíbulo de la muerte» que Traheme prefirió negar en sus
memorias de infancia.
La totalidad de la condición humana es ese algo muy di
fícil de recuperar para el ser humano, que quiere un mundo
seguro para su placer y culpar a los demás por su destino u
Comparemos la conciencia del recorrido completo de la
condición humana de un poeta moderno a la de Traherne.
Marcia Lee Anderson nos cuenta brillantemente cómo se ha
de vivir en «el vestíbulo de la muerte» y lo que hemos de
hacer para protegemos.
Multiplicamos las enfermedades por gusto,
inventamos un horrible deseo, una vergonzosa duda,
nos entregamos al lujo del libertinaje, que propicia la noche,
La armamos buena en nuestro interior, y no lo remediamos.
¿Por qué hacerlo? Despojados de sutiles complicaciones,
¿Quién podría mirar al Sol si no es con miedo?
Este es nuestro refugio contra la contemplación,
Nuestro único refugio contra lo obvio y claro.
¿Quién se arrastraría afuera desde la más honda oscuridad
para mantenerse en pie indefenso a pleno sol?
No hay terror a la desviación tan seguro
Como el más lúcido terror de la desesperación
De saber cuán simple es nuestra más íntima necesidad,
cuán aguda e imposible de nutrir.19
La ironía de la condición humana consiste en la necesi
dad más profunda de verse libre de la ansiedad de la muer
te y la aniquilación, pero es la propia vida la que la despier113
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La psicología profunda del heroísmo
ta. Por ello, es mejor retraerse de estar plenamente vivos.
Marcia Lee Anderson traza un círculo no sólo alrededor de
Traheme, sino de Maslow, del psicoanálisis humanístico e
incluso sobre el freudiano Norman O. Brown. ¿Qué demo
nios significa no estar nada reprimido, vivir en plena comu
nicación corporal y psíquica? Sólo puede significar renacer
en la locura. Brown nos previene de la absoluta radicalidad
de su lectura de Freud haciendo hincapié en que se ajusta
decididamente a la visión de Ferenczi de que: «Los rasgos
de carácter son, por así decirlo, psicosis secretas».20 Se trata
de una verdad científica que hace temblar; la subscribimos
con Brown. Resultaba difícil llegar a un acuerdo sobre tal
verdad en la época de Freud: algún día será algo seguro.
Sin embargo, la fría realidad que subyace a esta verdad es
aún más inquietante y nos da la impresión de que no pode
mos hacer gran cosa con ella, ni que nunca vayamos a poder
hacerlo. Quiero decir, que sin los rasgos de carácter tiene que
haber una pura y manifiesta psicosis. Al final de este libro
quiero resumir las contradicciones básicas de la argumenta
ción de Brown sobre los nuevos humanos sin las defensas
del carácter, su esperanza de un renacimiento de la humani
dad en una «segunda inocencia». Por el momento es sufi
ciente acogerse a la fórmula completamente científica de
Marcia Lee Anderson: «Despojados de complicaciones suti
les (por ejemplo, de todas las defensas del carácter, como la
represión, la negación y la defectuosa percepción de la reali
dad), ¿quién podría mirar al Sol si no es con miedo?».
114
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5. KIERKEGAARD:
EL PSICOANALISTA
El orden total de las cosas me embarga con una
sensación de angustia, desde el mosquito hasta los
misterios de la encamación; todo es totalmente
ininteligible para mí, y en especial mi propia persona.
Grande es mi pesar, no tiene límites. Nadie lo sabe,
salvo Dios en el Cielo, y El no puede sentir lástima,
¿O R E N K lERK EGA ARD 1
En la actualidad, podemos llamar a Kierkegaard “psicoa
nalista” sin temor a que se rían de nosotros - o al menos con
la esperanza de que los sarcásticos no se enteren-. Última
mente se ha producido un nuevo descubrimiento de Kierke
gaard, hecho que es de suma importancia porque le vincula
con toda la estructura del conocimiento de las humanidades
de nuestro tiempo. Antes pensábamos que existía una clara
diferencia entre la ciencia y las creencias y que la psiquiatría
y la religión eran opuestas. Sin embargo, ahora nos damos
cuenta de que las visiones de la psiquiatría y de la religión
están íntimamente relacionadas. Por una parte, en el plano
histórico la una surge de la otra, como veremos más tarde en
esta sección. Pero ahora lo más importante es que se refuer
zan entre ellas. La experiencia psiquiátrica y religiosa no se
115
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La psicología profunda del heroísmo
pueden separar subjetivamente de la propia visión de la perso
na, ni objetivamente en la teoría del desarrollo del carácter.
Donde mejor se refleja esta fusión de las categorías psi
quiátrica y religiosa es en la obra de Kierkegaard. Él nos ha
legado algunos de los mejores análisis empíricos de la con
dición humana jamás diseñados por la mente de una perso
na. Pero, irónicamente, no fue hasta la época del ateísta
Freud que pudimos ver la talla científica de la obra teológi
ca de Kierkegaard. Sólo entonces tuvimos las pruebas clíni
cas que la respaldaban. El eminente psicólogo M owrer lo
resumió a la perfección en los años cincuenta: «Freud tenía
que haber vivido y escrito antes de que se publicaran los pri
meros trabajos de Kierkegaard para que estos hubieran po
dido ser comprendidos y apreciados correctamente».2 Ha
habido varios intentos serios de mostrar cómo Kierkegaard
adelantó datos de la psicología clínica moderna. La mayoría
de los existencialistas europeos han dicho algo al respecto,
así como teólogos de la talla de Paul Tillich.^ El sentido de
este trabajo es que traza un círculo en tom o a la psiquiatría
y la religión; nos muestra que el mejor análisis existencial
de la condición humana conduce de manera directa a los
problemas de dios y de la fe, que es justamente lo que argü
yó Kierkegaard.
*
No voy a intentar repetir ni descifrar su impresionante,
profundo y con frecuencia difícil de entender análisis de la
condición humana. Lo que pretendo es presentar un resu
men del principal argumento que encierra su trabajo psico
lógico, de la forma más concisa y breve posible, de modo
que el lector pueda ver en “pocas palabras” lo que Kierke
gaard quiso decir. Si lo consigo sin extenderme demasiado
debido a mi fascinación por la genialidad del autor, el lector
quedará sorprendido por el resultado. La estructura de la
comprensión del ser humano que tenía Kierkegaard es casi
una recapitulación del cuadro clínico moderno del ser hu
mano que hemos esbozado en los cuatro primeros capítulos
116
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Kierkegaard: el psicoanalista
de este libro. El lector podrá juzgar por sí mismo la cohe
rencia de ambas imágenes en los puntos básicos (aunque no
presente a Kierkegaard con todo detalle), la razón por la que
hoy estamos comparando la talla de Kierkegaard en la psi
cología con la de Freud, y por la que yo mismo y otros esta
mos dispuestos a considerarle un gran estudioso de la con
dición humana a semejanza de Freud. Lo cierto es que a
pesar de haber escrito en la década de 1840, en realidad fue
un postfreudiano que transmitió una genialidad eterna y
asombrosa.
La paradoja existencial como el comienzo
de la psicología y la religión
La piedra angular de la visión del ser humano en Kier
kegaard es el mito de la Caída, la expulsión de Adán y Eva
del Jardín del Edén. En este mito, encontramos, como ya
hemos visto, la idea esencial de la psicología de todos los
tiempos: que el ser humano es una unión de opuestos, de autoconciencia y de cuerpo físico. El ser humano emergió de
la acción instintiva irreflexiva de los animales inferiores y
llegó a reflexionar sobre su condición. Se le dio una con
ciencia de su propia individualidad y de su divinidad parcial
en la creación, la belleza y exclusividad de su rostro y su
nombre. Al mismo tiempo, recibió la conciencia del terror
al mundo y a su propia muerte y desintegración. Esta para
doja es lo verdaderamente constante respecto al ser humano
en todos los períodos de su historia y sociedad; es, pues, su
verdadera «esencia», como dijo Fromm. Como ya hemos
visto, los psicólogos modernos más destacados lo han con
vertido en la piedra angular de su interpretación. Pero Kier
kegaard ya les había aconsejado: «La psicología no puede
llegar más lejos [...] y además puede ratificar este punto
una y otra vez en su observación de la vida humana».4
117
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La psicología profunda del heroísmo
El descenso a la autoconciencia, salir de la confortable
ignorancia de la naturaleza, supuso una gran penalización
para el ser humano: el miedo o la ansiedad. La bestia no tie
ne miedo, dice Kierkegaard, «justamente por que, por natu
raleza, la bestia no está dotada de espíritu».5 Por “espíritu”
entiéndase “yo” o identidad simbólica interna. La bestia no
tiene. Es ignorante, dice Kierkegaard, por consiguiente,
inocente; pero el ser humano es una «síntesis de almedad y
de corporeidad»6 y por eso experimenta ansiedad. Por “al
medad” léase “autoconciencia” .
Si el ser humano fuera una bestia o un ángel, no sería
capaz de tener miedo. [Es decir, si fuera totalmente no-autoconsciente o totalmente no-animal.] Puesto que es una
síntesis, puede tener miedo [...] el propio ser humano pro
duce temor.7
La ansiedad del ser humano es una función de su propia
ambigüedad y de su total impotencia para superar dicha am
bigüedad, y ser directamente un animal o un ángel. No pue
de vivir sin pensar en su destino, tampoco puede controlar
con toda seguridad ese destino y triunfar sobre él estando
fuera de la condición humana:
El espíritu no puede autoeliminarse [es decir, la autoconciencia no puede desaparecer] [...]. Tampoco puede el
ser humano abandonarse a una vida vegetativa [es decir,
ser completamente un animal] [...]. No puede huir del
miedo.8
}.
Pero el verdadero centro del miedo no es la ambigüedad
en sí misma, sino el resultado del juicio del ser humano: es
decir, si Adán se come el fruto del árbol del conocimiento
Dios le dice: «Tú morirás». En otras palabras, el terror má
ximo de la autoconciencia es el conocimiento de la propia
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Kierkegaard: el psicoanalista
muerte, que es la condena exclusiva del ser humano en el
reino animal. Este es el significado del mito del Jardín del
Edén y del redescubrimiento de la psicología moderna: que
la muerte es la mayor ansiedad del ser humano y que sólo es
propia de su especie.*
La caracterología de Kierkegaard
Kierkegaard concibe el carácter del ser humano como
una estructura construida para evitar la percepción del «te
rror, de la perdición [y] de la aniquilación [que] en todo ser
humano moran codo a codo».9 Él comprendió la psicología
como lo haría un psicoanalista contemporáneo: su tarea es
la de descubrir las estrategias que una persona utiliza para
evitar la ansiedad. ¿Qué estilo emplea para funcionar de
manera automática y acrítica en el mundo y de qué modo
este estilo perjudica su propio crecimiento y libertad de ac
ción y elección? En palabras que serían casi las de Kierke
gaard: ¿cómo queda esclavizada una persona a causa de su
propia mentira caracterológica sobre sí misma?
Kierkegaard describió estos estilos de una manera tan
brillante que aún hoy en día resulta inexplicable y con un
vocabulario que resume gran parte de la teoría psicoanalítica de las defensas del carácter. Mientras en la actualidad háblamos de los “mecanismos de defensa”, como la represión
y la negación, Kierkegaard habló de las mismas cosas con
*
Dos de los usos y análisis más brillantes de la idea de la dualidad y de la am
bigüedad del ser humano en el moderno pensamiento cristiano son: el de
Reinhold Niebuhr, The Nature and Destiny o f Man, volumen i, Nueva York:
Scribner’s Sons, 1941; y de Paul Tillich, Systematic Theology, volumen in,
Chicago: University of Chicago Press, 1963, capítulo i. Estos estudios prue
ban sin duda alguna la verdad que encierra la obra de Kierkegaard, que los
análisis psicológicos y religiosos de la condición humana no se pueden sepa
rar, si nos remontamos hasta sus orígenes.
119
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La psicología profunda del heroísmo
términos diferentes: se refirió al hecho de que la mayoría de
los seres humanos viven en una «semioscuridad» en lo que
respecta a su propia condición,10 están en un estado de «ce
rrazón» en el que bloquean sus propias percepciones de la
realidad.11 Él comprendió el carácter compulsivo y la rigi
dez de la persona que ha tenido que construirse unas defen
sas extrafuertes para protegerse de la ansiedad, una pesada
coraza del carácter, y la describió del siguiente modo:
Partidaria de la más rígida ortodoxia [...] lo sabe todo,
se inclina ante lo sagrado, la verdad es para ella un con
junto de ceremonias, habla de presentarse ante el trono de
Dios, del número de veces que uno se ha de inclinar, lo
sabe todo del mismo modo que un alumno que es capaz de
demostrar una proposición matemática con las letras ABC,
pero cuando estas cambian a DEF, está perdido. Se asusta
cuando oye algo que no está expuesto en el mismo orden.12
No cabe duda de que por “cerrazón” Kierkegaard se re
fiere a lo que ahora denominamos represión; es la persona
lidad cerrada, con la que uno se ha cercado a sí mismo en la
infancia, en la que no ha probado sus propios poderes en ac
ción, que no se ha permitido descubrirse a sí mismo ni a su
mundo de una forma relajada. Si el niño, o la niña, no tiene
la carga de una acción bloqueante excesiva por parte de los
padres, podrá desarrollar sus defensas de un modo menos
monopolizado y disfrutará de un carácter algo más fluido y
abierto. Estará preparado para probar la realidad, basándose
en su propia acción y experimentación, en lugar de hacerlo
en los de la autoridad delegada, los prejuicios o las ideas
preconcebidas. Kierkegaard comprendió esta diferencia e
hizo una distinción entre cerrazón «altanera» y cerrazón
«equivocada». Prosiguió con un mandato rousseauniano
para educar a los niños con la orientación de carácter ade
cuada:
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Kierkegaard: el psicoanalista
Es de suma importancia que una persona en su infancia
sea educada con un concepto de cerrazón altanera [reser
va] y se la salve de la equivocada. Externamente, es fácil
percibir cuándo ha llegado el momento en que se ha de de
jar que ande sola; [...] es un arte de estar siempre presente
sin que se note, dejar que ella se desarrolle a sí misma, a la
vez que uno mantiene claramente una constante supervi
sión. Es el arte de dejar al niño a su aire en la mayor medi
da y escala posible y de expresar una aparente indiferen
cia, de modo tal que, sin que se note, uno lo sepa todo [...].
Y el padre que educa, o hace todo lo que haga falta por el
hijo que está a su cargo, pero que no puede evitar que este
se cierre, incurre en una gran responsabilidad.13
Al igual que Rousseau y Dewey, Kierkegaard está advir
tiendo a los padres que el niño o la niña han de realizar su
propia exploración del mundo, desarrollar y afianzar sus
propios poderes experimentales. El sabe que se ha de prote
ger al niño y que la vigilancia de los padres es de vital im
portancia, pero no quiere que ellos trasladen sus propias an
siedades a la escena, para reprimir la acción del niño antes
de que sea absolutamente necesaria. En la actualidad sabe
mos que sólo este tipo de educación proporciona autoconfianza al niño ante la experiencia que no llegaría a tener si
estuviera demasiado bloqueado: le ofrece un «apoyo inter
no». Es precisamente este apoyo interno el que permite que
el niño desarrolle una cerrazón «altanera» o reserva, es de
cir, una valoración ego-controlada y autoconfiada del mun
do a cambio de una personalidad que se puede abrir con ma
yor facilidad a la experiencia. La cerrazón «equivocada»,
por otra parte, es el resultado de demasiados bloqueos, de
masiada ansiedad, demasiado esfuerzo como para que un
organismo que ha sido sobrecargado y debilitado por sus
propios controles haga frente a la experiencia: significa,
pues, más represión automática por parte de una personali
121
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La psicología profunda del heroísmo
dad esencialmente cerrada. Para Kierkegaard, el “bien” es
la apertura hacia una nueva posibilidad y elección, la capa
cidad para enfrentarse a la ansiedad; lo cerrado es el mal,
eso que te aparta de la novedad y de percepciones y expe
riencias más amplias; impone un velo entre la persona y su
propia situación en el mundo.14 En teoría, este debería ser
transparente, pero para la persona cerrada es opaco.
Es fácil ver que la cerrazón es precisamente lo que he
mos denominado «la mentira del carácter» y Kierkegaard lo
llama del mismo modo:
Es fácil ver que la cerrazón eo ipso significa mentira o,
si se prefiere, negación de la verdad. Pero la negación de la
verdad es justamente la falta de libertad [...] la elasticidad
de la libertad se consume al servicio de la reserva total
[...]. La reserva total fue el efecto de la neg^ión de la ra
cionalización del ego en la individualidad.15
Esta es una descripción psicoanalítica perfectamente
contemporánea de la personalidad global. He omitido el
análisis más profundo y detallado de Kierkegaard sobre
cómo la persona se fragmenta dentro de sí misma mediante
la represión, acerca de cómo la percepción de la realidad
mora bajo la superficie, al alcance de la mano, lista para
acabar con la represión, sobre cómo la represión deja a la
personalidad en apariencia intacta, funcionando como un
conjunto, en continuidad -pero cómo esa continuidad es in
terrumpida, cómo la personalidad se encuentra en realidad a
merced de la discontinuidad expresada por la represión-.16
Para una mente moderna y con formación clínica semejante
análisis ha de resultar maravilloso.
Kierkegaard comprendió que la mentira del carácter se
forja porque el niño se ha de adaptar al mundo, a los padres
y a sus propios dilemas existenciales. Se crea antes de que
el niño tenga la oportunidad de conocerse a sí mismo de una
122
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Kierkegaard: el psicoanalista
manera abierta o libre, y por eso las defensas del carácter
son automáticas e inconscientes. El problema es que el niño
se vuelve dependiente de ellas y se queda encasillado en su
propia armadura de carácter, incapaz de ver con libertad
más allá de su prisión o dentro de sí mismo, de las defensas
que está utilizando, de las cosas que están determinando su
esclavitud.17 Lo único que el niño puede esperar es que su
cerrazón no sea de la clase «equivocada» o del tipo masivo,
por lo que tendrá un carácter con demasiado temor al mun
do como para abrirse a las posibilidades de la experiencia.
Pero eso depende en gran medida de los padres, de las cir
cunstancias del entorno, como bien sabía Kierkegaard. La
mayoría de las personas tienen padres que han «incurrido en
una gran responsabilidad» y, por lo tanto, se ven obligadas
a desconectarse de la posibilidad.
Kierkegaard nos ofrece algunos bocetos de retratos de
los estilos de negación de la posibilidad, o de las mentiras
del carácter, que es lo mismo. Está resuelto a describir lo
que hoy en día llamamos personas «no auténticas», que evi
tan desarrollar su carácter único; que siguen los estilos de
una forma de vida automática y sin sentido de crítica en la
que fueron condicionadas durante su infancia. Estas perso
nas «no son auténticas» porque no se pertenecen a ellas
mismas, no son su «propia persona», no actúan desde su
propio centro, no ven la realidad como es; son personas uni
dimensionales totalmente inmersas en los juegos ficticios
que se juegan en la sociedad, incapaces de trascender sus
condicionamientos sociales: los hombres y las mujeres de
negocios occidentales, los burócratas orientales, los pueblos
tribales encerrados en la tradición -e l ser humano sea cual
sea su procedencia que no comprende lo que significa pen
sar por sí mismo y que, si lo hiciera, se echaría atrás ante la
idea de semejante audacia y riesgo-. Kierkegaard nos da
una descripción:
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La psicología profunda del heroísmo
La persona inmediata [...] su yo o ella misma es un
algo incluido en “el otro” en el perímetro de lo temporal y
de lo mundano [...]. Por consiguiente, el yo se adhiere in
mediatamente a “el otro”, anhelando, deseando, disfrutan
do, etc., pero pasivamente; [...] se las arregla para imitar a
los demás, observando cómo viven y de este modo tam
bién intenta vivir como ellos. En la comunidad cristiana,
también es cristiana, va a la iglesia los domingos, escucha
y comprende al pastor; sí, se comprenden bien mutuamen
te; muere, y el pastor le conduce a la eternidad por el pre
cio de 10 dólares -pero a un yo que no fue y a un yo que
nunca llegó a ser [...] pues la persona inmediata no reco
noce a su yo, sólo se reconoce a sí misma por su atuendo
[...] reconoce que tiene un yo sólo por lo externo.18
Esta es una descripción perfecta del “ser humano cultu
ral automático” - e l ser humano confinado por la cultura, es
clavo de ella, que se imagina que tiene una identidad porque
paga su prima a la Seguridad Social, que tiene más control
sobre su vida si aprieta el acelerador de su deportivo o usa
un cepillo de dientes eléctrico-. Hoy en día, las personas in
mediatas, o que no son auténticas, son tipos familiares, tras
décadas de marxismo y de análisis existencialista sobre la
esclavitud humana respecto a su sistema social. Pero en los
tiempos de Kierkegaard debió haber supuesto un shock ser
un ciudadano europeo moderno y ser considerado un filis
teo. Para Kierkegaard el “filisteísmo” significaba triviali
dad, la persona que vive embaucada por las rutinas cotidia
nas de su sociedad, contenta con las satisfacciones que esta
le ofrece en nuestro mundo actual: el coche, el centro co
mercial, las dos semanas de vacaciones. El ser humano está
protegido por las alternativas seguras y limitadas que su so
ciedad le ofrece y, si no levanta la mirada de su camino,
puede vivir toda su vida con una monotonía asegurada:
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Kierkegaard: el psicoanalista
Carente de imaginación, como siempre sucede con el fi
listeo, vive en cierta provincia trivial de la experiencia en
cuanto a cómo son las cosas, lo que es posible, lo que suele
ocurrir [..,] el filisteísmo se autotranquiliza en lo trivial.. -19
¿Por qué acepta el ser humano lo trivial? Por el peligro
de todo un horizonte de experiencia, por supuesto. Esta es la
motivación más profunda del filisteísmo, que celebra el
triunfo sobre la posibilidad, sobre la libertad. El filisteísmo
conoce a su verdadero enemigo: la libertad es peligrosa. Si
la sigues de buen grado, amenaza con la incertidumbre; si la
abandonas por completo, te conviertes en un prisionero de
la necesidad. Lo más seguro es conformarse con lo que es
socialmente posible. Creo que esto es lo que significa la ob
servación de Kierkegaard:
Pues el filisteísmo piensa que tiene el control de la posi
bilidad, que, cuando ha atraído con un señuelo a esta prodi
giosa elasticidad al campo de la probabilidad o al manico
mio que la retiene prisionera, la lleva de un lado a otro, cual
prisionero en la celda de lo probable, hace alarde de.. .20
Kierkegaard como teórico de la psicosis
Pero ahora aparece algo nuevo en nuestra discusión.
Kierkegaard habla de atraer a la prodigiosa elasticidad de la
libertad “al manicomio” donde está prisionera. ¿Qué quiere
decir con esa imagen tan condensada? Yo lo interpreto
como que uno de los grandes peligros de la vida es dema
siada posibilidad y que el lugar donde hallamos a las perso
nas que han sucumbido a este peligro es el manicomio. Aquí
Kierkegaard demuestra que era un maestro teórico no sólo
de la “patología cultural normal”, sino también de la pato
logía anormal o psicosis. Él entiende la psicosis como la
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La psicología profunda del heroísmo
neurosis llevada a un extremo. Al menos, así, es como yo
interpreto muchas de sus observaciones en la sección de su
libro denominada «La desesperación vista bajo los aspectos
de la finitud/infinitud».21 Vamos a detenemos en esto por
que, si m i interpretación es correcta, nos ayudará a com
prender mejor de qué modo las formas más extremas de los
trastornos mentales son torpes intentos de afrontar el pro
blema básico de la vida.
Kierkegaard nos está dibujando un amplio e increíble
mente elaborado retrato de los tipos del fracaso humano, las
formas en que el ser humano sucumbe y es derrotado por la
vida y el mundo; derrotado porque no es capaz de afrontar la
verdad existencial de su situación - la verdad de que es un yo
simbólico interior, que implica cierta libertad y que está limi
tado por un cuerpo finito, que limita esa libertad-. El intento
de pasar por alto cualquier aspecto de la situación del ser hu
mano, de reprimir la posibilidad o negar la necesidad, signi
fica que la persona vivirá una mentira, que no podrá realizar
su verdadera naturaleza, será «la más miserable de todas las
cosas». Pero el ser humano no siempre tiene tanta suerte, no
siempre puede salir del paso sencillamente lamentándose.
Si la mentira que intenta vivir hace demasiado alarde de la
realidad, puede perderlo todo durante su vida, y esto es pre
cisamente lo que queremos decir con psicosis: el colapso to
tal y absoluto de la estructura del carácter. Si hemos de con
siderar a Kierkegaard como un maestro del análisis de la
situación humana, nos ha de demostrar que comprende los
extremos de la condición humana, así como del medio cul
tural cotidiano.
Esto es justamente lo que hace en su exposición de los
extremos de exceso o defecto de posibilidad. El exceso de
posibilidad es el intento de la persona de sobrevalorar los
poderes del yo simbólico. Refleja el intento de exagerar una
mitad del dualismo humano a expensas del otro. En este
sentido, lo que denominamos esquizofrenia es un intento
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Kierkegaard: el psicoanalista
del yo simbólico de negar las limitaciones del cuerpo finito;
con ello, la persona en su totalidad es despojada de su equi
librio y destruida. Es como si el cuerpo no pudiera contener
la libertad de la creatividad que surge desde el interior del
yo simbólico, y la persona quedara dividida. Así es como
entendemos la esquizofrenia hoy en día, como la división
del yo y del cuerpo, una división en la que el yo no está an
clado, es ilimitado, no está lo suficientemente vinculado
con las cosas cotidianas, no se encuentra en las conductas
físicas habituales.22 A sí es como Kierkegaard entiende el
problema:
El yo es una síntesis en la que lo finito es el factor li
mitador, y lo infinito es el factor expansivo. La desespera
ción de la infinitud es, por lo tanto, lo fantástico, lo ilimi
tado.23*
Por «desesperación de la infinitud» Kierkegaard quiere
decir la enfermedad de la personalidad, lo opuesto a la sa
lud. Así la persona enferma va sumiéndose en lo ilimitado,
el yo simbólico se vuelve “fantástico” -com o sucede en la
esquizofrenia- cuando se aparta del cuerpo, de una base só
lida en la experiencia real del mundo cotidiano. El esquizo
frénico declarado es abstracto, etéreo, irreal; se eleva por
encima de las categorías terrenales del espacio y del tiempo,
flota por encima de su cuerpo, mora en un eterno presente,
no está sujeto a la muerte ni a la destrucción. Las ha venci
do en su fantasía o, lo que es mejor, en el hecho real de que
*
Kierkegaard utiliza la palabra “yo” de un modo un tanto confuso. La emplea
para hacer referencia al yo simbólico y al cuerpo físico. En realidad, es un si
nónimo de “personalidad total” que trasciende la persona hasta incluir lo que
ahora denominamos el “alma” o la “base de la existencia” de la cual ha surgi
do la persona creada. Pero esto a nosotros aquí no nos atañe, salvo para intro
ducir la idea de que la persona total es un dualismo de finitud e infinitud.
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La psicología profunda del heroísmo
ha abandonado su cuerpo, ha renunciado a sus limitaciones.
La descripción de Kierkegaard no sólo es elocuente, sino
que también es de precisión clínica:
En general, lo fantástico es aquello que conduce a un
ser humano de tal manera hacia lo infinito, que simple
mente le aparta de sí mismo, y de ese modo también le
impide que regrese a su centro. Así, cuando el sentimien
to se vuelve fantástico, el yo simplemente se volatiliza
más y más [...]. El yo, pues, vive una existencia fantásti
ca en una empresa abstracta en pro de lo infinito, o en un
aislamiento abstracto, en el que constantemente está au
sente de sí mismo, y gracias al cual se aparta cada vez
más.
Esto es al más puro estilo de El yo dividido de Ronald
Laing, hace aproximadamente un siglo. De nuevo:
Si la posibilidad supera a la necesidad, el yo se aleja de
sí mismo, de modo que no exista necesidad adonde esté
obligado a retornar -entonces esto es la desesperación [en
fermedad] de la posibilidad-. El yo se convierte en una po
sibilidad abstracta que se pone a prueba [sic: ¿“se cansa”?]
forcejeando de forma inútil con lo posible, pero sin mo
verse del sitio, ni llegar a ninguna parte, pues justamente lo
necesario es el sitio; convertirse en uno mismo es, por tan
to, un movimiento en el lugar.24
Lo que Kierkegaard quiere decir aquí es que el desarro
llo de la persona es un desarrollo profundo desde un centro
fijo de la personalidad, un centro que une los dos aspectos
del dualismo existencial -e l yo y el cuerpo-. Pero este tipo
de desarrollo necesita un reconocimiento de la realidad, la
realidad de los propios límites:
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Kierkegaard: el psicoanalista
Lo que ahora le falta al yo es, sin duda, la realidad
-como se diría comúnmente, al igual que se diría de un ser
humano que se ha vuelto irreal-. Pero cuando lo miramos
más detenidamente, lo que en realidad le falta al ser huma
no es la necesidad [...] lo que realmente le falta es el poder
de [...] someterse a lo necesario en uno mismo, a lo que se
podría denominar el propio límite. Por consiguiente, la
desgracia no consiste en el hecho de que dicho yo no se
equipare a nada en el mundo; no, la desgracia es que el ser
humano no sea consciente de sí mismo, consciente de que
ese yo que es, es algo perfectamente definido y, por tanto,
necesario. Por el contrario, se ha perdido a sí mismo, debi
do a que este yo se ha visto fantasiosamente reflejado en lo
posible.25
Por supuesto, esta descripción se puede aplicar tanto a la
persona normal y corriente como al extremo del esquizofré
nico, y esa es justamente la contundencia del análisis de
Kierkegaard, de que ambas se pueden colocar en el mismo
continuo:
En lugar de reunir de nuevo la posibilidad con la nece- s
sidad, el ser humano persigue la posibilidad -y al final no
puede hallar su camino de regreso hacia sí mismo.26
Esta es la misma generalidad que se puede aplicar a lo si
guiente, lo que podríamos describir como la persona media
que vive en un mundo simple de energía y fantasía interna
inflada, como Walter Mitty, o lo que hoy denominaríamos
«esquizofrénicos de ambulatorio» -aquellas personas cuyo
yo y cuerpo mantienen una relación muy tenue, pero que a
pesar de ello pueden funcionar sin dejarse llevar por las
energías internas y las emociones, las imágenes fantásticas,
los sonidos, los miedos y las esperanzas que no pueden con
tener:
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La psicología profunda del heroísmo
Pero, a pesar del hecho de que un ser humano se ha vuel
to fantástico de esta manera, puede, sin embargo [...] ser
perfectamente capaz de vivir, de ser una persona, aunque
parezca estar ocupada en cosas temporales, estar casada, en
gendrar hijos, conseguir honores y estima -y quizás nadie se
dé cuenta de que en un sentido profundo carece de yo.27
Es decir, que le falta un yo y un cuerpo bien unificados,
centrados en sus propias energías de control egotistas y que
se enfrenten realísticamente a su situación y a la naturaleza
de sus limitaciones y posibilidades en el mundo. Pero esto,
como veremos, es la idea de Kierkegaard de la salud consu
mada, que no es fácil de alcanzar.
Si la psicosis esquizofrénica se encuentra dentro de un
continuo como una especie de inflación normal de fantasía
interna, de posibilidad simbólica, entonces algo similar de
bería suceder con la psicosis depresiva. Este es el retrato
que nos hace Kierkegaard. La psicosis depresiva está en el
extremo del continuo de exceso de necesidad, es decir, de
masiada finitud, demasiada limitación por parte del cuerpo
y de las conductas de la persona en el mundo real, y no bas
tante libertad del yo interior, de la posibilidad simbólica in
terna. Así es cómo entendemos hoy en día la psicosis depre
siva: como un sentimiento de desbordamiento ante las
exigencias de los demás -fam ilia, trabajo, el estrecho hori
zonte de las rutinas diarias-. En dicho desbordamiento, el
individuo no siente o ve que tenga otras opciones, no puede
imaginar ninguna elección o forma de vida alternativa, no
puede liberarse de la red de obligaciones aunque estas ya no
le proporcionen un sentido de autoestima, de valor prim a
rio, de ser un contribuidor heroico a la vida mundana, in
cluso aunque cumpla con sus obligaciones familiares y la
borales diarias. Como ya sugerí28 una vez, el esquizofrénico
no está lo suficientemente asentado en su mundo -q u e es lo
que Kierkegaard llamó la enfermedad de la infinitud; por
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Kierkegaard: el psicoanalista
otra parte, el depresivo está demasiado afirmado en su m un
do, hasta el punto de que este le supera-. Kierkegaard lo ex
puso del siguiente modo:
Pero mientras un tipo de desesperación se sume irre
mediablemente en el infinito y se pierde a sí misma, existe
otra que se permite, por así decirlo, ser defraudada “por los
otros”. Al ver la multitud de personas a su alrededor, al in
volucrarse en todo tipo de asuntos mundanos, al ser cons
ciente de cómo funcionan las cosas en este mundo, esa per
sona se olvida de sí misma [...] no se atreve a creer en sí
misma, encuentra demasiado arriesgado ser auténtica, es
mucho más seguro y fácil ser como los demás, convertirse
en una imitación, en un número, en una cifra dentro de la
masa.29
Es una soberbia caracterización del individuo “cultural
mente normal”, que no es capaz de defender su propio sen
tido de las cosas porque eso supone demasiado riesgo, de
masiada exposición. M ejor no ser uno mismo, mejor vivir al
abrigo de los demás, protegido por un contexto seguro de
obligaciones, deberes sociales y culturales.
De nuevo, este tipo de caracterización se ha de com
prender dentro de un continuo, donde en uno de sus extre
mos hallamos la psicosis depresiva. La persona deprimida
tiene tanto miedo de ser ella misma, de ejercer su propia in
dividualidad, de insistir en lo que podría ser su propio sen
tido de las cosas, sus propias condiciones de vida, que lite
ra lm e n te p a re c e e s tú p id a . D a la im p re s ió n de no
comprender la situación en la que se encuentra, no puede
trascender sus temores, no puede entender por qué está des
bordada. Kierkegaard lo expresa magníficamente:
Si uno compara la tendencia a dar rienda suelta a la po
sibilidad con los esfuerzos de un niño para pronunciar pa
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La psicología profunda del heroísmo
labras, la falta de posibilidad es como ser mudo [...] pues
sin posibilidad una persona no puede respirar, por así de
cirlo.30
Esta es precisamente la condición de la depresión, que
uno apenas puede respirar o moverse. Una de las tácticas in
conscientes a la que recurre la persona para intentar dar sen
tido a su situación, es considerarse como algo despreciable
y sentirse culpable. Este es, en realidad, un maravilloso “in
vento”, porque le permite salir de su condición de mudez y
realizar algún tipo de conceptualización de su situación,
darle algún sentido -aunque eso implique cargar con toda la
responsabilidad, ser culpable de causar mucho dolor inne
cesario a los dem ás-. Puede que Kierkegaard se estuviera
refiriendo sencillamente a dicha táctica imaginativa cuando
hizo esta observación de manera informal:
A veces, la inventiva de la imaginación humana basta
para proporcionar posibilidad.. .31
En cualquier caso, la condición depresiva puede permi
tir una invención que cree la ilusión de la posibilidad, del
sentido, de la acción, pero no ofrece ninguna posibilidad
real. Como Kierkegaard lo resume*.
La pérdida de posibilidad significa: que todo se ha
vuelto necesario o que todo se ha vuelto trivial para el ser
humano.32
De hecho, en el extremo de la psicosis depresiva parece
que se pueda ver la fusión de estas dos: todo se vuelve ne
cesario y trivial al mismo tiempo, lo cual conduce a la de
sesperación total. La necesidad con la ilusión de un sentido
de la existencia sería el mayor logro de una persona, pero
cuando se vuelve trivial, la vida carece de sentido.
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Kierkegaard: el psicoanalista
¿Por qué preferiría una persona las acusaciones de culpa,
de desmerecimiento, ineptitud -incluso de deshonra y trai
ción- a la posibilidad real? No parece que esta sea la solución,
pero lo es: retraimiento total, supeditación a los “demás”, ne
gación de cualquier dignidad o libertad personal, por una par
te; y, por la otra, libertad e independencia, alejamiento de los
demás, prescindencia de sí mismo y de los vínculos familiares
y deberes sociales. Esta es la opción a la que la persona depri
mida se enfrenta, y que evita parcialmente mediante su autoa
cusación de culpabilidad. La respuesta no es muy difícil de en
contrar: la persona deprimida evita la posibilidad de la
independencia y de tener más vida, porque esto es lo que la
amenaza con la destrucción y la muerte. Se aferra a las perso
nas que la han esclavizado en una red de obligaciones aplas
tantes, en interacciones donde es menospreciada, pero porque
son precisamente esas personas las que suponen su refugio, su
fortaleza, su protección contra el mundo. Como la mayoría de
los deprimidos, esa persona deprimida es una cobarde que no
será capaz de mantenerse sola en su propio centro, que no po
drá sacar de su interior la fuerza necesaria para hacer frente a
la vida. De modo que se ampara en los demás; se cobija en lo
necesario y lo acepta voluntariamente. Pero ahora su tragedia
es evidente: su necesidad se ha vuelto trivial y su vida escla-\
vizada, dependiente y despersonalizada ha perdido su sentido.
Es aterrador encontrarse en semejante encrucijada. Se elige la
esclavitud porque es segura y tiene sentido; luego pierde el
sentido, pero se tiene miedo de salir de ella. Uno literalmente
ha muerto para la vida, pero ha de seguir físicamente en este
mundo. Esta es la tortura de la psicosis depresiva: permanecer
inmerso en tu propio fracaso y, sin embargo, intentar justifi
carlo, seguir intentando darle un sentido.*
*
Hablaré de esto en el capítulo 10, pero seguiré tratándolo aquí para demostrar
hasta qué punto es una parte orgánica de la visión de Kierkegaard y cómo se
puede expresar según sus propios conceptos y palabras.
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La psicología profunda del heroísmo
La neurosis normal
Por supuesto, la mayoría de las personas evitan la m uer
te psicótica y están fuera del dilema existencial. Son lo bas
tante afortunadas como para estar en el punto medio del “fi
listeísmo”. La ruptura se produce o por exceso o por defecto
de posibilidad; el filisteísmo, como hemos visto antes, co
noce a su verdadero enemigo e intenta protegerse con la li
bertad. A sí es como Kierkegaard resume las tres alternati
vas de las que disponen las personas, las dos primeras
corresponden a los síndromes psicóticos de la esquizofrenia
y la depresión:
Pues con la audacia de la desesperación esa persona se
eleva y da rienda suelta a la posibilidad; pero está destro
zada por la misma lucha contra la existencia porque para
ella todo se ha vuelto necesario. Pero el filisteísmo celebra
el triunfo sin demasiada convicción [...] se imagina que es
el maestro, no se da cuenta de que él mismo se ha hecho
prisionero para ser esclavo del desaliento y convertirse en
la más lastimosa de las cosas.33
En otras palabras, el filisteísmo es lo que podríamos de
nominar “neurosis normal”. La mayoría de las personas in
tentan descubrir cómo vivir seguras dentro de las posibili
dades de ciertas reglas sociales establecidas. El filisteo
confía en que manteníendose en un nivel de intensidad per
sonal bajo podrá evitar que la experiencia le haga perder su
equilibrio; el filisteísmo funciona, como dijo Kierkegaard,
«tranquilizándose con lo trivial». Su análisis lo escribió casi
un siglo antes de que Freud hablara de la posibilidad de las
«neurosis sociales», la «patología de comunidades cultura
les enteras».34
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Kierkegaard: el psicoanalista
Otras razones que impulsan a la libertad
La triple tipología de Kierkegaard no abarca todo el ca
rácter del ser humano. Él sabe que no todas las personas son
tan “inmediatas” o superficiales, están tan automáticamente
moldeadas en su cultura, se apoyan tanto en las cosas y en
los demás, ni son un reflejo tan fiel de su mundo. Por otra
parte, tampoco hay tantas personas que terminan en los ex
tremos psicóticos del continuo de la derrota humana; algu
nas consiguen un grado de autorrealización sin rendirse por
completo a la apatía o a la esclavitud. Aquí es donde el aná
lisis de Kierkegaard se vuelve de lo más significativo: está
intentado hacer ver a las personas cuya vida no parece una
mentira, que parecen haber conseguido ser sinceras, com
pletas y auténticas, la falsedad de su existencia.
Existe un tipo de persona que siente un gran desdén por
la “inmediatez”, que intenta cultivar su interioridad, que
basa su orgullo en algo más profundo e interno, que crea una
distancia entre ella y una persona corriente. Kierkegaard de
nomina a este tipo de persona «introvertida». Le preocupa
algo más lo que significa ser una persona, con individualidad
y carácter único. Le gusta la soledad y se retira de vez en
cuando para reflexionar, o quizás para alimentar ideas sobre
su yo secreto, como quiera que este sea. Al fin y al cabo,
esto es dicho y hecho, es el único problema real de la vida,
la única preocupación de la persona que realmente vale la
pena: ¿Cuál es su verdadero talento, su regalo secreto, su
auténtica vocación? ¿De qué modo uno es verdaderamente
único y cómo puede expresar este carácter exclusivo, darle
forma, dedicarlo a algo que sea superior a ella? ¿Cómo pue
de la persona recurrir a su ser interno privado, el gran m is
terio que siente en lo más hondo de su corazón, de sus emo
ciones, de sus anhelos, y utilizarlo para vivir de un modo
más distintivo, para que con la peculiar calidad de su talen
to la enriquezca a ella y a la humanidad? En la adolescencia,
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La psicología profunda del heroísmo
la mayoría vibramos con este dilema, lo expresamos ya sea
con palabras o con un simple dolor y anhelo paralizador. En
general, la vida nos absorbe en actividades estandarizadas.
El sistema social del héroe en el que hemos nacido nos m ar
ca las sendas hacia nuestro heroísmo, caminos con los cua
les hemos de conformamos, a los que hemos de adaptamos
para complacer a los demás, para convertirnos en lo que
ellos esperan de nosotros. En lugar de trabajar nuestro se
creto interior, poco a poco lo vamos cubriendo y lo olvida
mos, a la vez que con ello nos convertimos en personas pu
ramente externas, que representan satisfactoriamente el
estandarizado juego del héroe en el cual participamos por
accidente, por conexión familiar, por patriotismo reflejo o
por la pura necesidad de comer y el impulso de procrear.
No pretendo decir que el «introvertido» de Kierkegaard
mantenga esta búsqueda interna viva o consciente, sólo que
es más representativa, dentro de un problema del que ape
nas somos conscientes, que la persona inmediata y reprimi
da. El introvertido de Kierkegaard siente que es distinto del
mundo, que hay algo en él que el mundo no puede reflejar,
en su inmediatez y superficialidad; y por eso se mantiene
separado de él. Pero no demasiado, no del todo. Sería m ara
villoso ser el yo que quiere ser, realizar su vocación, su au
téntico talento, pero es peligroso, puede trastornar su m un
do por completo. Al fin y al cabo, básicamente es débil, se
encuentra en una posición de compromiso: no es una perso
na inmediata, pero tampoco real, aunque aparente serlo.
Kierkegaard la describe así:
is
[...] externamente es totalmente “una persona real”.
Universitaria, casada y con descendencia, funcionaría civil
raramente competente, incluso padre o madre respetable,
muy gentil con su cónyuge y la atención personificada res
pecto a sus hijos o hijas. ¿Y también cristiana? Pues sí,
también lo es de mala gana, sin embargo, prefiere evitar
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Kierkegaard: el psicoanalista
hablar del tema [...]. Rara vez va a la iglesia, porque pien
sa que la mayoría de los pastores no saben de lo que están
hablando. Hace una excepción en el caso de uno de ellos
en particular, al cual le hace la concesión de creer que sabe
de qué habla, pero no quiere escucharle porque teme que
este pueda llevarla demasiado lejos.35
«Demasiado lejos» porque en realidad no quiere llevar el
problema de su carácter único a una confrontación total:
Eso que como esposo o esposa le hace tan gentil y
como padre o madre tan cuidadoso es, aparte de su buen
carácter y de su sentido del deber, la concesión que se ha
hecho en lo más profundo de sí respecto a su debilidad.36
Así vive en una especie de “incógnito”, contenta de ju
gar -e n sus soledades periódicas- con la idea de quién pue
de ser realmente; de insistir en una “pequeña diferencia”,
para enorgullecerse de una superioridad que siente vaga
mente.
Pero no se encuentra en una posición fácil de mantener,
con ecuanimidad. No es habitual, dice Kierkegaard, poder
mantenerla. Una vez que se plantea el problema de lo que»
significa ser una persona, aunque sea en silencio, débilmen-*
te o con un aparente orgullo en lo que se refiere a su diferen
cia imaginaria respecto a los demás, puede que tenga proble
mas. La introversión es impotencia, pero una impotencia*
consciente de sí misma en cierto grado, y puede llegar a ser;
problemática. Puede conducir al enfado ante la propia de
pendencia en su familia y en su trabajo, a una úlcera voraz
como reacción al propio arraigamiento, a una sensación de
esclavitud de la seguridad. Para una persona fuerte, puede
resultar intolerable e intentar acabar con ello, unas veces m e
diante el suicidio, otras sumiéndose desesperadamente en el
mundo y en la urgencia de la experiencia.
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La psicología profunda del heroísmo
Esto nos conduce a un último tipo de persona: la que se
reafirma a sí misma mediante el reto de su propia debilidad,
que intenta ser una diosa para sí misma, la dueña de su des
tino, una persona autocreada. No será el peón de los demás,
de la sociedad; no será una sufridora pasiva y una soñadora
secreta, alimentando su propia llama interior en el olvido.
Se meterá de lleno en la vida,
[...] en las distracciones de las grandes empresas, se
convertirá en un espíritu incansable [...] que quiere olvi
dar [...]. O buscará el olvido en la sensualidad, quizás en
el libertinaje...37
En su aspecto extremo, la autocreación desafiante se
puede volver demoníaca, una pasión que Kierkegaard deno
mina «rabia demoníaca», un ataque a todo aquello que la
vida ha osado hacerle, una rebelión contra la propia exis
tencia.
Hoy en día, no tendríamos problemas para reconocer es
tas formas de autocreación provocadora. Podemos ver sus
efectos con toda claridad en el plano personal y social. So
mos testigos del nuevo culto a la sensualidad que parece re
petir el naturalismo sexual del antiguo mundo romano. Es
un vivir al día, desafiando al mañana; una inmersión en el
cuerpo y con sus experiencias y sensaciones inmediatas, en
la intensidad del tacto, de la carne hinchada, del sabor y del
olfato. Su finalidad es negar la falta de control sobre los
acontecimientos, su impotencia, su vaguedad como persona
en un mundo mecánico que se precipita hacia la desintegra
ción y la muerte. No estoy diciendo que este redescubri
miento y reaserción de la vitalidad básica como animal sean
negativos. Al fin y al cabo, el mundo moderno ha querido
negar a la persona, incluso su propio cuerpo, la emanación
de su naturaleza animal; ha querido hacer de ella una abs
tracción completamente despersonalizada. Pero el ser hu
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Kierkegaard: el psicoanalista
mano conservó su cuerpo de simio y descubrió que podía
usarlo como base para la aserción de la carne y el pelo -y
maldecir a los burócratas-. Lo único que puede ser indeco
roso al respecto es su desesperada reflexión, un desafío que
no es reflexivo y no totalmente dueño de sí mismo.
En el ámbito social, también hemos visto un sentido prometeico desafiante que es básicamente inocuo: el poder de
la seguridad que puede catapultar al ser humano a la Luna y
liberarlo de algún modo de su total dependencia y confina
miento a la Tierra, al menos en su imaginación. La parte de
sagradable del sentido prometeico es que este también es'
imprudente, una inmersión impulsiva en las delicias de las
técnicas sin pensar en las metas o los significados; de modo
que el ser humano se mueve por la Luna golpeando pelotas
de golf que no se desvían por la ausencia de atmósfera. El
triunfo técnico de un simio versátil, como los productores
de la película 2001 Odisea en el espacio nos transmitieron
de un modo tan escalofriante. En planos más ominosos, que
desarrollaremos más adelante, el desafío de la persona mo
derna del accidente, del mal y de la muerte adopta la forma
de la producción desenfrenada de artículos de consumo y de
armamento militar. Llevado a su extremo más demoníaco
este desafío nos dio a Hitler y Vietnam: una rabia contra
nuestra impotencia, un reto de nuestra condición animal, de
nuestras patéticas limitaciones como creaturas. Si no tene
mos la omnipotencia de los dioses, al menos podemos des
truir como ellos.
El significado de la humanidad
Kierkegaard no tuvo necesidad de vivir en nuestro tiem
po para comprender estas cosas. Al igual que Burckhardt ya
las vio prefiguradas en su época porque comprendió cuál
era el coste de mentirse a uno mismo. Todos los caracteres
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La psicología profunda del heroísmo
que ha esbozado hasta ahora representan grados de mentira
respecto a uno mismo en relación con la realidad de la con
dición humana. Kierkegaard se ocupó de este sutil asunto
extraordinariamente difícil e increíble por una sola razón:
ser capaz de decir con autoridad cómo sería una persona si
no mintiera. Kierkegaard quería demostrar las múltiples
formas en que la vida se atasca y fracasa cuando una perso
na se cierra a la realidad de su condición. En el mejor de los
casos, qué indecorosa y patética creatura puede llegar a ser
la persona cuando imagina que viviendo encerrada en sí
misma está realizando su naturaleza. Ahora Kierkegaard
nos ofrece el fruto dorado de todas sus tortuosas labores: en
lugar de los callejones sin salida de la impotencia humana,
del egocentrismo y de la autodestrucción, nos muestra
cómo sería la verdadera posibilidad para el ser humano.
A fin de cuentas, Kierkegaard apenas fue un científico
desinteresado. Ofreció su descripción psicológica porque
vislumbró la libertad del ser humano. Fue un teórico de la
personalidad abierta, de la posibilidad humana. En este ob
jetivo, la psiquiatría actual va muy atrasada. Kierkegaard no
tenía una idea sencilla de lo que era la “salud”. Pero sabía lo
que no era: no era una adaptación normal, cualquier cosa
menos eso, como nos ha demostrado a través de sus esfuer
zos por realizar arduos análisis. Para Kierkegaard, ser una*
“persona cultural normal” es estar enfermo, tanto si uno lo
sabe como si no: «existe la salud ficticia».38 Nietzsche, pos
teriormente expresó el mismo pensamiento: «¿Existen qui
zás -u n a pregunta para los psiquiatras- neurosis de la sa
lud?». Pero Kierkegaard no sólo planteó la pregunta, sino
que también la respondió. Si la salud no es “normalidad cul
tural”, entonces ha de ser otra cosa, ha de apuntar a algo que
trascienda la situación usual de la persona, sus ideas habi
tuales. La salud mental, en una palabra, no es típica, sino típico-ideal. Es algo que trasciende al ser humano, algo que
se ha de alcanzar, por lo que se ha de luchar, algo que le con140
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Kierkegaard: el psicoanalista
duce mucho más allá de sí mismo. La persona “sana”, el in
dividuo verdadero, el alma autorrealizada, el ser humano
“real”, es aquel que se ha trascendido a sí mismo.39
¿Cómo se trasciende uno a sí mismo; cómo se abre a una
nueva posibilidad? Al realizar la verdad de su situación, al
disipar la mentira de su carácter, al sacar a su espíritu de su
prisión condicionada. El enemigo, tanto para Kierkegaard
como para Freud, es el complejo de Edipo. El niño ha crea
do estrategias y técnicas para mantener su autoestima ante
el terror de su situación. Estas técnicas se convierten en una
coraza que le tienen prisionero. Esas mismas defensas que
necesita para moverse con confianza y autoestima se con
vierten en su trampa de por vida. Para trascenderse a sí mis
mo ha de romper aquello que necesita para vivir. Al igual
que el rey Lear, ha de despojarse de todos sus “préstamos
culturales” y permanecer desnudo en la tormenta de la vida.
Kierkegaard no se hacía ilusiones respecto al deseo de li
bertad del ser humano. Sabía lo cómoda que se sentía la
gente en su prisión de las defensas de su carácter. Al igual
que muchos prisioneros se sienten a gusto en sus limitadas
y protegidas rutinas, y la idea de una libertad bajo fianza en
el vasto mundo de la casualidad, el accidente y la elección
les aterra. Basta con recordar la confesión de Kierkegaard
en el epígrafe de su capítulo para saber la razón. En la pri
sión del propio carácter uno puede fingir y sentir que es al
guien, que puede controlar el mundo, que la propia vida tie
ne sentido, que existe una justificación a punto para las
propias acciones. Vivir de manera automática y sin prejui
cios es tener garantizada al menos una mínima parte del he
roísmo cultural programado -lo que podríamos denominar
“el heroísmo de la prisión”: la presunción de los “entera
dos” que están dentro.
El tormento de Kierkegaard fue el resultado directo de
ver el mundo como realmente es en relación con su situa
ción como creatura. La prisión del propio carácter se cons
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La psicología profunda del heroísmo
truye con esfuerzo para negar una cosa, sólo una: nuestra
creaturabilidad. Esa creaturabilidad es lo que causa el te
rror; cuando admites que eres una creatura que defeca e in
vitas a que el océano primordial de la ansiedad de las creaturas te inunde. Pero es algo más que la ansiedad de la
creatura, es también la ansiedad del ser humano, la ansiedad
que procede de la paradoja humana de que la persona es un
animal consciente de su limitación como tal. La ansiedad es
el resultado de la percepción de la verdad de la propia con
dición. ¿Qué significa ser un animal autoconscientel La
idea es absurda, cuando no monstruosa. Significa saber que
uno es pasto para los gusanos. Este es el terror; haber surgi
do de la nada, tener un nombre, ser consciente de uno mis
mo, tener sentimientos internos profundos, un insoportable
anhelo por la vida y expresarse y, a pesar de todo esto, m o
rir. Parece una trampa, que es la razón por la que un tipo de
persona cultural se rebela abiertamente contra la idea de
Dios. ¿Qué tipo de deidad crearía semejante pasto tan com
plejo y rebuscado para los gusanos? Deidades cínicas, dije
ron los griegos, que utilizan los tormentos del ser humano
para divertirse.
Pero ahora Kierkegaard parece habernos conducido a un
callejón sin salida, a una situación imposible. Por una parte,
nos ha dicho que al realizar la verdad de nuestra condición
podemos trascendernos a nosotros mismos. Por otra, nos
dice que la verdad de nuestra condición es nuestra com ple
ta y abyecta creaturabilidad, que parece empujamos todavía
más hacia abajo en la escala de la autorrealización, alejar
nos de cualquier posibilidad de autotrascendencia. Pero esto
no es más que una contradicción aparente. La inundación de
ansiedad no es la meta del ser humano. Es, más bien, una
“escuela” que le proporciona la educación de grado supe
rior, la madurez final. Es mejor maestra que la realidad, dice
Kierkegaard,40porque se puede mentir sobre la realidad, ter
giversar y dominar mediante los trucos de la percepción
142
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Kierkegaard: el psicoanalista
cultural y la represión. Pero no se puede mentir sobre la an
siedad. Una vez te enfrentas a ella, te revela la verdad de tu
situación y, sólo viendo esa verdad, puedes abrirte a una
nueva posibilidad.
Aquel que está educado en el miedo [ansiedad] está
educado en la posibilidad [...]. Por tanto, cuando esa per
sona sale de la escuela de la posibilidad y conoce mejor
que un niño conoce el alfabeto, que no le exige nada a la
vida, y que el terror, la perdición, la aniquilación son veci
nas de todo ser humano, y ha aprendido la provechosa lec
ción de que todo temor que alarma, al momento siguiente
se puede convertir en un hecho, entonces interpretará la re
alidad de modo diferente.. .41
No nos confundamos: el currículo en la “escuela” de la
ansiedad es el desaprendizaje de la represión, de todo lo que
el niño se ha enseñado a sí mismo a negar, para poderse mo
ver con una ecuanimidad animal mínima. De este modo,
Kierkegaard se sitúa directamente en la tradición agustiniana-luterana. Para una persona, la educación significa afron
tar su impotencia natural y la muerte.42 Como nos instó Lutero: «Digo muere, es decir, saborea la muerte como si
estuviera presente». Sólo si “saboreas” la muerte con los la
bios de tu cuerpo vivo, podrás saber emocionalmente que
eres una creatura que va a morir.
Lo que Kierkegaard nos está tratando de decir, con otras
palabras, es que la escuela de la ansiedad conduce a la posi
bilidad sólo si destruimos la mentira vital del carácter. Pare
ce la última autoderrota, lo único que uno no debe hacer,
porque entonces ya no le queda nada. Pero ten por seguro
-dice K ierkegaard- que «la dirección es bastante normal
[...] el yo se ha de romper para convertirse en un y o ...» .43
William James resumió magníficamente esta tradición lute
rana con las siguientes palabras:
143
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La psicología profunda del heroísmo
Esta es la salvación a través de la autodesesperación, la
muerte para nacer de verdad, de la teología luterana, el pa
saje a la nada sobre la cual escribe Jacob Behmen [Boehme). Para llegar a ella, se ha de superar un punto crítico, se
ha de doblar una esquina en el interior. Algo ha de ceder el
paso, se ha de derrumbar y licuar la dureza innata .. .u
De nuevo -com o vimos en el capítulo anterior-, es la
destrucción de la coraza del carácter emocional del rey
Lear, de los budistas Zen, de la psicoterapia moderna y, de
hecho, de las personas autorrealizadas de cualquier época.
Ese gran espíritu, Ortega, lo ha expresado de un modo par
ticularmente poderoso. Su afirmación es casi como la de
Kierkegaard:
La persona de cabeza clara es la que se libera de esas
“ideas” fantasmagóricas y mira de frente a la vida, y se hace
cargo de que todo en ellas es problemático, y se siente per
dida. Como esto es la pura verdad -a saber, que vivir es sen
tirse perdido-, el que lo acepta ya ha empezado a encontrar
se, ya ha comenzado a descubrir su auténtica realidad, ya
está en lo firme. Instintivamente, lo mismo que el náufrago,
buscará algo a que agarrarse, y esa mirada trágica, perento
ria, absolutamente veraz, porque se trata de salvarse, le hará
ordenar el caos de su vida. Estas son las únicas ideas verda
deras: las ideas de los náufragos. Lo demás es retórica, pos
tura, íntima farsa. El que no se siente de verdad perdido se
pierde de forma inexorable; es decir, no se encuentra jamás,
no topa nunca con la propia realidad.45
Así se llega a una nueva posibilidad, a una nueva reali
dad, mediante la destrucción del yo al enfrentarse a la an
siedad del terror de la existencia. El yo ha de ser destruido,
reducido a la nada, para que comience la trascendencia del
yo. Entonces, el yo puede empezar a relacionarse con los
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Kierkegaard: el psicoanalista
poderes que le superan. Ha de revolcarse por los suelos en
su finitud, para poder ver más allá de ella. ¿Para qué? Kierkegaard responde: para la infinitud, para la trascendencia
absoluta, para el Poder Ultimo de la Creación que nos hizo
creaturas finitas. Nuestra visión moderna de la psicodinámica confirma que esta progresión es muy lógica: si admi
tes que eres una creatura, cumples con algo básico, demue
les todos tus vínculos o apoyos de poder inconsciente.
Como vimos en el capítulo anterior -y vale la pena repetir
lo aquí-, todo niño se aferra a algún poder que lo trascien
de. Generalmente, es una combinación de sus padres, grupo
social y los símbolos de su sociedad y nación. Esta es la
irreflexiva red de apoyo que le permite creer en sí mismo,
mientras actúa en la seguridad automática de los poderes
delegados. Por supuesto, no admite que vive con poderes
prestados, pues ello le llevaría a cuestionarse su propia ac
ción segura, esa misma confianza que necesita. Ha negado
su condición como creatura, justamente imaginando que
posee un poder seguro, que ha conseguido apoyándose de
manera inconsciente en las personas y las cosas de su socie
dad. Una vez expuesta la debilidad y el vacío básicos de la
persona, su impotencia, entonces nos vemos forzados a ree
xaminar todo el problema de los vínculos de poder. Hemos
de pensar en volverlos a forjar en una fuente real de poder
creativo y regenerador. Llegados a este punto, podemos em
pezar a proponer la creaturabilidad frente a un Creador que
es la Causa Primera de todas las cosas creadas, no como
meros intermediarios y creadores secundarios de la socie
dad, de los padres y de la panoplia de héroes culturales. Es
tos son los progenitores culturales y sociales que a su vez
también han sido causados, que también están dentro de la
red de poderes de otra persona.
En cuanto la persona empieza a contemplar su relación
con el Poder Ültimo, con la infinitud, y a remodelar todos
sus vínculos, empezando por quienes le rodean hasta termi
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La psicología profunda del heroísmo
nar en ese Poder Último, se abre a un horizonte de posibili
dad ilimitada, de libertad real. Este es el mensaje de Kierkegaard, la culminación de todo su argumento sobre los calle
jones sin salida del carácter, el ideal de la salud, la escuela de
la ansiedad, la naturaleza de la posibilidad real y de la liber
tad. Se pasa por todo ello para llegar a la fe, la fe de que
nuestra propia creaturabilidad tiene algún sentido para un
Creador; que a pesar de nuestra verdadera insignificancia,
debilidad y muerte, nuestra existencia tiene un sentido en al
gún plano último, porque existe dentro de un esquema eter
no e infinito de cosas causadas y mantenidas según algún
tipo de diseño por una fuerza creativa. Kierkegaard, una y
otra vez, en sus escritos, repite la fórmula básica de la fe: so
mos creaturas que nada podemos hacer, pero existimos fren
te a un Dios vivo para el cual «todo es posible».
Todo su argumento se vuelve diáfano cuando el puntal
de la fe corona la estructura. Podemos comprender por qué
la ansiedad «es la posibilidad de la libertad», por qué la an
siedad acaba con «todas las metas finitas» y así la «persona
que está educada por la posibilidad está educada de acuerdo
con su infinitud».46 La posibilidad no conduce a ninguna
parte, si no es a la fe. Es una etapa intermedia entre el con
dicionamiento cultural, la mentira del carácter y la apertura
a la infinitud con la que uno se puede relacionar a través de
la fe. Pero sin saltar a la fe, la nueva impotencia de despo
jarse de la coraza del carácter nos hace permanecer aterra
dos. Significa que vivimos indefensos sin la armadura, ex
puestos a nuestra soledad e impotencia, a la constante
ansiedad. En palabras de Kierkegaard:
Ahora, el temor de la posibilidad le tiene preso, hasta
que pueda liberarlo en las manos de la fe. En ningún otro
lugar, halla reposo [...] el que ha pasado por el currículo
del infortunio que ofrece la posibilidad lo ha perdido todo,
absolutamente todo, de un modo en que nadie lo ha perdi
146
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Kierkegaard: el psicoanalista
do en la realidad. Si en esta situación no se comportara con
falsedad respecto a la posibilidad, si no intentara eludir ha
blar del temor que le salvaría, entonces se le devolvería
todo de nuevo, pues en la realidad nadie lo hizo incluso
aunque lo hubiera recibido todo multiplicado por diez,
pues el alumno de la posibilidad ha recibido la infini
tud...47
Si ponemos toda esta progresión en términos de nuestra
argumentación sobre las posibilidades del heroísmo, sería
del siguiente modo: el ser humano se abre camino a través
de las ataduras del heroísmo meramente cultural; destruye
la mentira del carácter que le había hecho actuar como un
héroe en el esquema social de las cosas cotidianas; y con
ello se abre a la infinitud, a la posibilidad del heroísmo cós
mico, al mismísimo servicio de Dios. A través de eso, su
vida adquiere un valor último en lugar de tener un valor m e
ramente social, cultural e histórico. Vincula su yo secreto
interno, su auténtico talento, sus más profundos sentimien
tos de exclusividad, su anhelo interno de un sentido absolu
to, a la misma base de la creación. Lejos de las ruinas del yo
cultural destrozado, se encuentra el misterio del yo privado,
invisible interno que anhela el significado último, el heroís
mo cósmico. Este misterio invisible en lo más profundo de
toda creatura, alcanza ahora un significado cósmico afir
mando su conexión con el misterio invisible que reside en el
corazón de la creación. Este es el sentido de la fe. Al mismo
tiempo es el sentido de la fusión de la psicología y la reli
gión en el pensamiento de Kierkegaard. La persona verda
deramente abierta, la que se ha despojado de la coraza de su
carácter, de la mentira vital de su condicionamiento cultu
ral, está más allá de cualquier “ciencia”, de cualquier regla
social estándar de salud. Está totalmente sola y temblando
al borde del olvido -q u e al mismo tiempo es estar al borde
de lo infinito-. El nuevo apoyo que necesita el «valor para
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La psicología profunda del heroísmo
renunciar al temor sin temor [...] sólo la fe puede dárselo»,
dice Kierkegaard. No es una salida fácil para la persona, ni
la solución para la condición humana -K ierkegaard nunca
es sencillo-. Nos da una idea sorprendentemente bella:
[...] eso no [fe] aniquila el temor, sino que siempre per
manece joven, alimentándose a sí misma constantemente
en la agonía del miedo.48
Dicho en otras palabras, mientras el ser humano sea una
creatura ambigua, nunca podrá acabar con su ansiedad; lo que
puede hacer en su lugar es utilizarla como una fuente eterna de
inspiración para crecer en nuevas dimensiones de pensamien
to y de confianza. La fe plantea una nueva tarea en la vida la
aventura abierta a una realidad multidimensional.
Podemos entender la razón por la que Kierkegaard sólo
tuvo que concluir su gran estudio sobre la ansiedad con las
siguientes palabras, que tienen el peso de un argumento
apodíctico:
El verdadero autodidacta [es decir, aquel que ingresa
solo en la escuela de la ansiedad para llegar a la fe] se en
cuentra precisamente en el mismo grado que un teodidacta
[...]. Tan pronto como la psicología termina con el temor,
nada le queda por hacer salvo entregarlo al dogmatismo.49
En Kierkegaard, la psicología y la religión, la filosofía y
la ciencia, la poesía y la verdad se fusionan de forma indis
tinguible en el anhelo de la creatura.50
Vamos ahora a examinar al otro gigante de la psicología
que tuvo el mismo anhelo, pero para quien estas cosas no se
fusionaban de manera consciente. ¿Cómo es que con toda
probabilidad los dos mayores estudiosos de la naturaleza
hum ana pudieran tener opiniones tan diam etralm ente
opuestas sobre la realidad de la fe?
148
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6. EL PROBLEMA
DEL CARÁCTER DE FREUD:
NOCHEINMAL*
La sexualidad en general, no el mero erotismo anal, se
ve amenazada con ser víctima de la represión orgánica de
bida a la adopción de la postura erecta p or parte del ser
humano y de la consiguiente disminución del sentido del
olfato [...]. Todos los neuróticos, y también muchos otros,
se oponen al hecho de que «ínter urinas et faeces nascim ur...».** De modo que, mientras la raíz más profunda
de la represión sexual avanza con la cultura, hemos de
descubrir la defensa orgánica de la nueva form a de vida
que comenzó con la postura erecta.
S ig m u n d F r e u d 1
En unas pocas páginas, he intentado demostrar que Kierkegaard entendió el problema del carácter y del crecimien
to humano con una agudeza que demostraba el extraordina
rio sello de su genialidad, que apareció mucho antes que la
psicología clínica. Anticipó algunos de los fundamentos de
* De nuevo; una vez más; otra vez. (N. d elaT .)
** Entre orinas y heces nacemos. (N. dela T .)
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La psicología profunda del heroísmo
la teoría psicoanalítica e incluso fue más allá de ella para
abarcar el problema de la fe, y, de este modo también, la
comprensión más profunda del ser humano. Uno de los pro
pósitos de este libro es defender esta declaración. Es inevi
table que parte de la defensa sea algún tipo de esquema del
problema del carácter de Freud, como yo lo veo. Freud
también llevó la teoría psicoanalítica hasta sus límites, pero
no tocó el tema de la fe; su carácter debería explicamos, al
menos en parte, sus razones.
f
El psicoanálisis como una doctrina sobre la
creaturabilidad del ser humano
Una de las cosas sorprendentes respecto a la revolución
freudiana en el pensamiento es que todavía no hemos podi
do digerirla, pero tampoco desoírla. El freudianismo se im
pone a la persona contemporánea vigilándola y oponiéndose
a ella como si fuera un espectro acusador. En este sentido,
como muchos han señalado, Freud fue como un profeta bí
blico, un iconoclasta religioso que dijo una verdad que na
die quería oír y que nunca nadie querrá escuchar. Esa ver
dad es, como Norman Brown nos recordó, que Freud no se
hacía ilusiones respecto a la condición básica de creatura;
incluso citó a san Agustín.2 Sobre el problema de la condi
ción básica como creaturas, Freud era evidente que sentía
una afinidad con una religión, de la cual, de no ser por esto,
no hubiera tenido una opinión muy buena, por decirlo de
una forma suave. No tenía muy buena opinión de ninguna
religión y, sin embargo, en un asunto tan fundamental como
la naturaleza básica del ser humano, podríamos ponerlo
hombro con hombro con el agustiniano Kierkegaard.
Este es un tema de vital importancia; pues explica por
qué el tremendo pesimismo y cinismo de Freud es todavía lo
más contemporáneo de su pensamiento: es un pesimismo ba
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El problema del carácter de Freud
sado en la realidad, en la verdad científica. Pero aún explica
mucho más. La obstinada insistencia de Freud en la creaturabilidad del ser humano explica casi por sí sola lo que no
funciona en la teoría psicoanalista. Al mismo tiempo, con un
ligero cambio de esta, como el que realizó primero Rank y
ahora Brown, el énfasis psicoanalítico en la creaturabilidad
emerge como la visión duradera del carácter humano.
Sobre el primer punto, la insistencia de Freud en la crea
turabilidad como conducta instintiva, no se ha visto nada
mejor reflejado en ninguna parte como en la autobiografía
de Jung. Jung recuerda las dos ocasiones, en 1907 y 1910,
en las que se dio cuenta de que nunca podría hacer las paces
con Freud, porque jamás podría aceptar su teoría sexual.
Voy a utilizar las propias palabras de Jung con cierta fre
cuencia para narrar este encuentro crítico en la historia del
pensamiento, en la reunión de 1910 en Viena:
Recuerdo todavía, muy vivamente, cómo me dijo Freud:
«Mi querido Jung, prométame que nunca desechará la teoría
sexual. Es lo más importante de todo. Vea usted, debemos
hacer de ello un dogma, un bastión inexpugnable». Me dijo
esto apasionadamente y en un tono como si un padre dijera:
«Y prométeme, mi querido hijo, ¡que todos los domingos
irás a misa!». Algo extrañado le pregunté: «Un bastión,
¿contra qué?». A lo que respondió: «Contra la negra avalan
cha», aquí vaciló un instante y añadió: «del ocultismo». [...]
Lo que Freud parecía entender por “ocultismo” era, más o
menos, todo lo que la filosofía y la religión, incluyendo la
parapsicología, tenían que decir sobre la psique.
Y respecto a la anterior reunión, en 1907, Jung revela:
En especial, la postura de Freud respecto al espíritu me
pareció muy cuestionable. Siempre que en una persona o en
una obra de arte se manifestaba el lenguaje de la espiritua
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La psicología profunda del heroísmo
lidad, le parecía sospechoso y dejaba entrever una «sexua
lidad reprimida». Lo que no podía explicarse directamente
como sexualidad, lo caracterizaba como «psicosexualidad». Yo objetaba que su hipótesis, llevada a sus lógicas
conclusiones, conducía a un juicio demoledor sobre la cul
tura. La cultura aparecía como una mera farsa, como fruto
morboso de la sexualidad reprimida. «Ciertamente -asentía
él-, así es. Ello es una maldición del destino contra la cual
nada podemos hacer.» [...] No cabía duda de que Freud es
taba emocionalmente implicado en su teoría sexual en un
grado muy elevado. Cuando hablaba de ella, su tono se vol
vía imperioso, casi ansioso [...]. Una extraña expresión de
gran conmoción se dibujaba en su rostro...1
Para Jung, esta actitud era inaceptable porque no era es
pecífica. A él, Freud le parecía que había abandonado su
normalidad crítica y su carácter escéptico:
Para mí, la teoría sexual era igualmente «oculta», es
decir, indemostrable, pura hipótesis, como muchas otras
concepciones especulativas. Una verdad científica era para
mí una hipótesis satisfactoria por el momento, pero no un
artículo de fe para todos los tiempos.4
Jung estaba confundido y le desagradaba este aspecto de
Freud, pero hoy sabemos muy bien lo que estaba en juego.
Freud, sin duda, creía ciegamente en que su auténtico talen
to, su más privada y querida imagen de sí mismo y su mi
sión para ese talento, era decir las verdades sobre los peores
aspectos de la condición humana. Él vio esas atrocidades
como sexualidad instintiva y agresividad instintiva al servi
cio de dicha sexualidad. «¡Vaya sorpresa se llevarán cuando
escuchen lo que tenemos que decirles!», le exclamó a Jung
mientras contemplaban el perfil de la ciudad de Nueva York
en 1909.5 Lo “oculto” era todo aquello que mentía sobre la
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El problema del carácter de Freud
creaturabilidad básica del ser humano, todo aquello que
pretendía convertir al ser humano en un altivo creador espi
ritual, cualitativamente diferente del reino animal. Este tipo
de “ocultismo” autoengañoso y arrogante estaba arraigado
en el espíritu humano, se trataba de un presuntuoso acuerdo
social, que, durante demasiado tiempo, se había predicado
en todos los ambientes y desde todos los pulpitos, tanto re
ligiosos como seculares, y había velado el verdadero móvil
del ser humano. Ahora, sólo el psicoanálisis podía atacar a
esa antigua máscara, hacerla pedazos con un contradogma
bien protegido dentro de un bastión. Ninguna otra cosa más
débil serviría, nada que no fuera la autodecepción humana
podría atacar a ese antiguo y formidable enemigo. Así, te
nemos la emoción de las primeras súplicas de Freud a Jung,
así como las serias, calculadas y demoledoras críticas de sus
últimos escritos, como en el epígrafe de este capítulo. La
identidad de su vida fue única e inquebrantable.
En la actualidad, está claro que Freud estaba equivocado
respecto al dogma, como Jung y Adler supieron desde el
principio. El ser humano no tiene instintos sexuales y agresi
vos innatos. Ahora, vemos más allá al nuevo Freud rena
ciendo en nuestros tiempos, que tenía razón en su obstinada
dedicación en revelar la creaturabilidad humana. Su implica
ción emocional era correcta. Reflejaba las verdaderas intui
ciones de un genio, aunque la contrapartida intelectual con
creta de esa emoción - la teoría sexual- demostrara no ser
cierta. El cuerpo del ser humano era «una maldición del des
tino», y la cultura se había creado basándose en la represión,
no porque el ser humano fuera un buscador sólo de sexuali
dad, placer, de vida y de expansión, como pensaba Freud,
sino porque también evitaba la muerte. La conciencia de la
muerte es la represión primordial, no la sexualidad. Como
Rank desarrolló libro tras libro y Brown ha vuelto ha argüir
recientemente, la nueva perspectiva del psicoanálisis es que
su concepto más importante es la represión de la muerte.6
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La psicologia profunda del heroísmo
Este es el verdadero aspecto creatural del ser humano, esta
es la represión por excelencia sobre la que se funda la cultu
ra, una represión única para el animal consciente de sí mis
mo. Freud vio esa maldición y dedicó su vida a desvelarla
con todo el poder del que disponía. Pero irónicamente, se
pasó por alto la razón científica exacta de esa maldición.
Esta es una de las razones por las que su vida justo hasta
el final fue un diálogo consigo mismo sobre las causas rea
les de los móviles humanos. Freud intentó sacar el máximo
de su trabajo, intentó hacer salir a la luz la verdad de la ma
nera más clara y desnuda posible y, sin embargo, siempre
parecía estar más velada, ser más compleja, más evasiva.
Admiramos a Freud por su gran dedicación, por su voluntad
de retractarse, por el intento estilístico en algunas de sus
aserciones, por su constante revisión de algunas de sus no
ciones favoritas.* Le admiramos por sus artimañas, evasi
vas y sus dudas, porque parecen hacer de él un científico
más sincero, que reflejaba genuinamente la infinita diversi
dad de la realidad. Pero eso es admirarle por la razón equi
vocada. Una de las razones básicas de sus propias distorsio
nes a lo largo de toda su vida fue que jamás abandonó del
todo el dogma sexual, nunca vio o admitió claramente que
el terror a la muerte era la represión básica.
El primer gran rechazo de Freud:
la idea de la muerte
Sería demasiado complicado intentar buscar los orígenes
de este problema utilizando los escritos de Freud como
prueba. Antes hemos mencionado que en sus últimas obras
*
Pero véase la idea de Paul Roazen sobre lo seguro que estaba Freud en su uso
del estilo. Véase Brother Animal: The Story o f Freud and Tausk, Londres:
Alien Lañe the Penguin Press, 1970, págs. 92-93.
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El problema del carácter de Freud
se apartó de las rígidas formulaciones sexuales del comple
jo de Edipo y se decantó más hacia la naturaleza de la pro
pia vida, hacia los problemas generales de la existencia hu
mana. Podríamos decir que abandonó una teoría de la
cultura del temor al padre para adoptar una de terror a la na
turaleza.7 Pero, como de costumbre, escurrió el bulto. Nun
ca se convirtió abiertamente en un existencialista, sino que
permaneció fiel a su teoría del instinto.
Parece haber existido cierto rechazo en Freud; y sin pre
tender sondear sus escritos, creo que este puede revelarse en
una idea clave. Esta es la idea más importante que emergió
en sus últimos escritos, el «instinto de muerte». Tras leer su
introducción a esta idea en Más allá del principio del p la
cer, me parece ineludible la conclusión de que la idea del
«instinto de muerte» fuera un intento de remendar la teoría
del instinto o de la libido que se negaba a abandonar, pero
que le estaba resultando muy incómoda y cuestionable para
explicar la motivación humana. Empezaba a ser difícil man
tener la casuística de la teoría de los sueños, de que todos
los sueños, incluso los de ansiedad, son realizaciones de de
seos.8 Empezaba a ser difícil mantener la aserción funda
mental del psicoanálisis de que el ser humano es puramente
un animal buscador de placer.9 Por otra parte, los terrores
del ser humano, sus luchas contra sí mismo y los demás no
eran fáciles de explicar como un conflicto instintivo entre la
sexualidad y la agresividad, especialmente cuando se creía
que el individuo era alimentado por Eros, por la libido, por
la burda fuerza vital que busca su propia satisfacción y ex
pansión.10 La nueva idea de Freud del «instinto de muerte»
fue un instrumento que le permitió mantener intacta su an
terior teoría del instinto, ahora atribuyendo el mal humano a
un substrato orgánico más profundo que el mero conflicto
del ego con la sexualidad. Entonces, mantuvo que existía
una inclinación innata tanto hacia la muerte como hacia la
vida; así, pudo explicar la violencia de la agresividad hu
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La psicología profunda del heroísmo
mana, el odio y el mal de un modo nuevo -aunque todavía
biológico-: la agresividad humana se produce por una fu
sión del instinto a la vida y del instinto de muerte. El instin
to de muerte representa el deseo del organismo de morir,
pero el organismo puede salvarse de su propio impulso ha
cia la muerte redireccionándolo hacia afuera. El deseo de
morir se substituye, pues, por el deseo de matar, y el ser hu
mano vence su propio instinto de muerte matando a los de
más. Aquí nos encontramos de nuevo ante un nuevo dualis
mo simple que ordenaba la teoría de la libido, que le
permitió a Freud conservarla como el bastión de su tarea
profètica, para proclamar que el ser humano estaba firm e
mente arraigado en el reino animal. Freud pudo de este
modo seguir manteniendo su lealtad básica a la fisiología, la
química, la biología y a sus esperanzas de una ciencia re
duccionista de la psicología simple y absoluta.11
Hay que reconocer que, al hablar de aminorar el instinto
de morir mediante el asesinato de otros, Freud halló la co
nexión entre la propia muerte y las carnicerías practicadas
por la raza humana. Pero la consiguió al precio de interpo
ner constantemente los instintos en las explicaciones de la
conducta humana. De nuevo vemos cómo la fusión de una
revelación verdadera con una explicación falaz ha hecho
que fuera tan difícil comprender a Freud. Parece que no fue
capaz de llegar al plano existencialista realmente directo de
la explicación, para establecer tanto la continuidad del ser
humano como su diferenciación de los animales inferiores,
al basarse en su protesta contra la muerte, en lugar de ha
cerlo en la de su impulso instintivo hacia ella. La atrocidad
de la agresividad humana, la facilidad con la que el animal
regido por Eros acaba con la vida de otros seres vivos, que
daría explicada mediante esta teoría de una forma aún más
sencilla y directa.12 Matar es una solución simbólica a una
limitación biológica; es el resultado de la fusión del plano
biológico (ansiedad animal) con el simbólico (miedo a la
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El problema del carácter de Freud
muerte) en el animal humano. Como veremos en la siguien
te sección, nadie explicó esta dinámica de forma más ele
gante que Rank: «el miedo a la muerte del ego es aliviado
mediante el asesinato, el sacrificio, del otro; a través de la
muerte del otro, uno compra su libertad de la pena de muer
te, de ser asesinado».13
Las tortuosas formulaciones de Freud sobre el instinto
de muerte, ahora se pueden relegar sin más a la papelera de
la historia. Sólo son de interés si se contemplan como los in
genuos esfuerzos de un entregado profeta para mantener in
tacto su dogma básico. Pero la segunda conclusión que sa
camos de las tareas de Freud sobre este problema es mucho
más importante. A pesar de todas sus tendencias hacia la
idea de la muerte, la situación de impotencia en la infancia,
el terror real al mundo exterior y similares, Freud no sintió
la necesidad de que ocuparan un lugar importante en su
pensamiento. No necesitó modificar su visión del ser huma
no, como buscador de placer sexual, para adoptar la del ani
mal aterrado que evita la muerte. Lo único que tuvo que ha
cer fue decir que el ser humano llevaba inconscientemente
la muerte en su interior como parte de su biología. La fic
ción de la muerte como un “instinto” le permitió mantener,
al margen de sus formulaciones, el terror a la muerte como
un problema humano primario del dominio del ego. No le
hizo falta decir que la muerte estaba reprimida pues el or
ganismo la llevaba de forma natural en sus procesos.14 En
esta hipótesis, no supone un problema humano general, mu
cho menos el problema humano por excelencia, sino que
está transformado de manera mágica, como Rank lo expuso
sucintamente, «de una necesidad no deseada a una meta ins
tintiva deseada». A esto añade que «la naturaleza compla
ciente de esta ideología no podía afrontar ni la lógica ni la
experiencia durante mucho tiempo».15 De este modo, como
dice Rank, Freud se deshizo del «problema de la muerte» y
lo convirtió en un «instinto de muerte»:
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La psicología profunda del heroísmo
[...] incluso cuando por fin tropezó con el ineludible
problema de la muerte, buscó también darle un nuevo sig
nificado que estuviera en armonía con el deseo, puesto que
habló del instinto de muerte en lugar del temor a la muer
te. Entretanto, él ya se había deshecho del miedo en algu
na otra parte, donde no fuera tan peligroso [...]. [Él] con
virtió el miedo general en un miedo sexual [miedo a la
castración] [...] [y luego buscó] curar este miedo a través
de liberar la sexualidad.16
Esta es una soberbia crítica del psicoanálisis, incluso en
nuestros días. Rank se lamentaba:
Si nos hubiéramos aferrado al fenómeno, habría sido
imposible comprender cómo una discusión sobre el impul
so a la muerte podría descuidar el miedo universal y fun
damental a ella hasta el grado en que se produce en la lite
ratura psicoanalítica.17
La literatura psicoanalítica permaneció prácticamente
muda respecto al miedo a la muerte casi hasta finales de los
treinta y la Segunda Guerra Mundial. Y la razón fue, como
dijo Rank: ¿cómo podía la terapia psicoanalítica curar cien
tíficamente el terror a la vida y a la muerte? Pero sí podía
curar los problemas sexuales que ella misma planteaba.l8
No obstante, lo que más se acerca al tema de nuestra dis
cusión es si la ficción del instinto de muerte reveló algo en
la actitud personal de Freud respecto a la realidad. Rank
opina que sí, al mencionar la «amenazadora» naturaleza del
miedo a la muerte -amenazadora, no sólo para la teoría sis
temática de Freud, hemos de suponer-. Otro escritor tam
bién dice que es muy probable que la idea de la muerte
como una meta natural de la vida hubiera aportado algo de
paz a Freud.19Y así volvemos al carácter personal de Freud
y a cualquier elucubración que podamos realizar sobre él,
158
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El problema del carácter de Freud
especialmente en relación al problema más fundamental y
aterrador de la vida humana.
Afortunadamente, gracias en gran medida a la entregada
labor bibliográfica de Em est Jones, contamos con una ima
gen bien documentada de Freud como hombre. Conocemos
las migrañas que padeció toda su vida, su sinusitis, sus pro
blemas de próstata, sus largos períodos de estreñimiento, su
compulsión por fumar puros. Tenemos una idea de cómo
desconfiaba de las personas que le rodeaban, de su exigen
cia de lealtad y reconocimiento por su antigüedad y priori
dad como pensador; de lo despiadado que era con los deser
tores como Adler, Jung y Rank. Su famoso comentario
sobre la muerte de Adler es absolutamente cínico:
Para un muchacho judío de un suburbio vienés, morir
en Aberdeen supone de por sí una carrera sin precedentes,
y una prueba de lo lejos que había llegado. El mundo real
mente le recompensó con generosidad por su servicio de
contradecir al psicoanálisis.*
Especialmente en sus primeros años, Freud trabajó con
frenesí. Este tipo de frenesí requiere cierta atmósfera labo
ral - y Freud no dudó en estructurar sus relaciones familia
*
La biografía de Jones, por toda la suerte de cándidos detalles que ofrece res
pecto a Freud, está diseñada para transmitir una imagen heroica de él; ahora no
se considera que sea la obra más objetiva respecto al aspecto humano de Freud.
Eric Fromm lo ha demostrado agudamente en su Sigmund Freud's Mission: An
Analysis ofHis Personality andInfluence, Nueva York, Grove Press, 1959. Re
cientemente, Paul Roazen ha vuelto a examinar los archivos de Jones, a la vez
que ha realizado más investigaciones, para presentar una imagen “humana” de
Freud mucho más equilibrada. Véase su importante libro Brother Animal y
compárese especialmente con los comentarios de Freud sobre Tausk (pág. 140)
respecto a la cita sobre Adler. Más adelante hablaremos con mayor deteni
miento sobre la visión de Roazen del carácter de Freud. Otro excelente retrato
humano de Freud es la brillante biografía crítica de Helen Walker Puner,
Freud, His Life and His Mind, Londres, The Grey Walls Press, 1949.
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La psicología profunda del heroísmo
res para que se adaptaran a su trabajo de un modo verdade
ramente patriarcal. Al mediodía, a la hora de comer tras sus
entrevistas psicoanalíticas observaba un estricto silencio,
pero les obligaba a todos a estar presentes; si había una silla
vacía, gesticulaba interrogativamente a Martha respecto a la
ausencia. La actitud servil y entregada de su hija Anna le
alarmó incluso a él, y mandó que la analizaran; es como si
no fuera consciente de que su propia puesta en escena de su
grandeza en la familia no podía dejar escapar a los suyos.
Sabemos que hizo sus largos viajes de vacaciones con su
hermano pero jamás con su esposa, y en docenas de formas
organizó su vida para que reflejara su propio sentido de te
ner una misión y un destino histórico.
Nada de esto es excepcional: no es más que cotilleo in
teresante respecto a un gran hombre. Lo menciono sencilla
mente para demostrar que Freud no fue ni mejor ni peor que
otros hombres. Parece que mostró más narcisismo que la
mayoría, pero su madre le había educado de ese modo,
como el objeto especial de su atención y de sus más grandes
esperanzas; ella le llamó “mi dorado Sigi” hasta su muerte.
Todo su estilo de vida fue como una obra dramática de
acuerdo al modo en que siempre había sido tratado. No cabe
duda de que la actitud de su madre le había aportado una
fuerza añadida, como él mismo remarcó; y soportó su cán
cer incurable, con sus horribles y dolorosos efectos, con una
admirable dignidad y paciencia. Pero, de nuevo, ¿es esto tan
extraordinario? Una vez alguien le alabó el coraje de Franz
Rosenzweig para soportar su parálisis total. Y Freud le res
pondió: «¿Qué otra cosa puede hacer?». La misma observa
ción puede hacerse de Freud, como de todas las personas
que sufren una enfermedad. En cuanto a su dedicación al
trabajo, escribir hasta el final tomando la menor dosis de
medicamentos posible a pesar de sus dolores, ¿no prosiguió
Georg Simmel hasta el final con su cáncer, rechazando tam
bién la medicación porque ofuscaba su mente? Sin embar
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El problema del carácter de Freud
go, nadie piensa que Simmel tuviera un temperamento es
pecialmente fuerte. Este tipo de valor no es inusual en per
sonas que se consideran figuras históricas; la imagen que
tienen de sí mismas acompaña la necesaria dedicación al
trabajo que les concederá la inmortalidad; ¿qué es el dolor
en comparación con eso? Creo que podemos concluir justa
mente que en todo esto apenas había algo en Freud que le
distinguiera de los demás hombres. Freud en su egocentris
mo; Freud en su casa llevando la voz cantante y organizan
do la vida familiar en tomo a su trabajo y ambiciones; Freud
en su vida interpersonal, intentando influir y coaccionar a
los demás, exigiendo una estima y lealtad especial, descon
fiando de los otros, fustigándoles con cortantes y denigran
tes epítetos; en todo esto, Freud es como todas las personas,
al menos como todas las personas que poseen el talento y el
estilo para crear el escenario que les gustaría.
Pero Freud no era el hombre “inmediato”, que se lanza de
cabeza a hacer las cosas sin reflexionar. En las formas que
acabamos de exponer era una persona ordinaria; en un aspec
to fue extraordinario, y eso fue lo que alimentó directamente
su genialidad: era autoanalítico hasta la saciedad, levantó el
velo de sus propias represiones e intentó descifrar sus motiva
ciones más profundas hasta el final de sus días. Con anteriori
dad, hemos señalado lo que el instinto de muerte podía haber
supuesto personalmente para Freud, y este tema está todavía
en el aire. A diferencia de la mayoría de las personas, Freud
era consciente de su muerte como un problema muy personal
e íntimo. Durante toda su vida, padeció el acecho de la ansie
dad por la muerte y admitió que no pasó ni un día sin que pen
sara en ella. Esto es muy inusual en el género humano, y es
aquí donde creo que justificadamente podemos buscar pistas
sobre la orientación especial de Freud respecto a la realidad y
a un “problema” único para él. Si conseguimos indicios de di
cho problema, creo que podremos utilizarlos para aclarar la
estructura general de su obra y sus posibles límites.
161
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La psicología profunda del heroísmo
Las experiencias de Freud parecen demostrar dos enfo
ques diferentes ante el problema de la muerte. El primero es
lo que podríamos denominar una rutina bastante compulsi
va, un juego mágico con dicha idea. Por ejemplo, parece que
estuvo jugando con la fecha de su muerte durante toda su
vida. Su amigo Fliess jugaba místicamente con los números,
y Freud creyó en sus ideas. Cuando Fliess predijo la muerte
de Freud a los 51 años, según sus cálculos, este “pensó que
era más probable que muriera en la década de los cuarenta de
hernia de corazón”.20 Cuando sobrepasó los cincuenta y uno
sin percances, “Freud adoptó otra creencia supersticiosa, que
moriría en el mes de febrero de 1918”.21 Freud escribió a me
nudo a sus discípulos y habló con ellos respecto a su enveje
cimiento, a su falta de ganas de vivir. Sobre todo temía mar
charse antes que su madre, porque le aterraba que ella le
viera morir, pues eso la haría sufrir. Tuvo miedos similares
respecto a morir antes que su padre. Incluso cuando era jo
ven, tenía la costumbre de despedirse de los amigos dicien
do: «Adiós, puede que nunca me vuelvas a ver».
¿Qué sacamos de todo esto? Creo que es una forma muy
rutinaria y superficial de tratar el problema de la muerte. To
dos estos ejemplos parecen reducirse a “juegos de control
mágicos”. La preocupación de Freud por su madre parece
un desplazamiento transparente y una racionalización: «Mi
muerte no me aterra, lo que me aterra es el pensamiento del
dolor que le causaría a ella». Nos asusta el vacío, el hueco
que dejaremos cuando desaparezcamos. No es fácil enfren
tarse a eso, pero sí es más llevadero enfrentarse al sufri
miento de otra persona por nuestra desaparición. En lugar
de experimentar el terror desnudo de perdernos a nosotros
mismos como un objeto que desaparece, nos aferramos a la
imagen de otra persona. Nada hay de complicado en el uso
que hace Freud de estas herramientas intelectuales.
Pero hay también otro aspecto de la respuesta de Freud
al problema de la muerte que es muy confuso. Según su bió
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El problema del carácter de Freud
grafo Jones, Freud estaba sujeto a ataques de ansiedad pe
riódicos en los que la ansiedad se identificaba como un te
mor real a morir y a viajar en ferrocarril.22En sus ataques de
pánico a la muerte se veía agonizando y escenas de despe
dida.23 Ahora bien, este es un asunto bastante distinto a los
compulsivos juegos mágicos con la idea de la muerte. Aquí,
Freud no parece haber reprimido el pensamiento de su pro
pia desaparición y haberle respondido con total ansiedad
emocional. El tren de la ansiedad es, por supuesto, un lige
ro desplazamiento, pero no tan descontrolado como una fobia, según afirma Jones.24
Enseguida se verán los problemas que plantea esta línea
de especulación. Es imposible ser claro respecto a estas co
sas cuando estás tratando con ellas a semejante distancia,
con palabras impresas en lugar de hacerlo con la persona en
vivo. No sabemos con certeza cómo funciona la mente en
relación a la emoción, lo hondo que calan las palabras al tra
tar con la realidad o con las represiones. Unas veces, el
mero hecho de admitir una idea en la conciencia es experi
mentar esa idea vitalmente. Otras veces, admitir una ansie
dad, aunque sea profunda, no tiene por qué suponer su ex
periencia real, al menos no la experiencia profunda, pues
puede que haya otra cosa que le esté preocupando. Los psi
coanalistas hablan de la ansiedad sin conmoverse. ¿Pode
mos admitir el terror a la muerte sin experimentarlo en pla
nos más profundos? ¿Hasta qué punto puede haber una
racionalización parcial aunque sólo sea de la ansiedad más
profunda? ¿Cambian estas relaciones según la etapa de la
vida en la que se encuentra una persona, según el estrés al
que esté sometida?
En el caso de Freud no hay modo de aclarar estos temas.
El propio Jones está bastante confundido por las distintas
formas de reaccionar de Freud ante el problema de la muer
te; por una parte, ataques de ansiedad y, por la otra, resigna
ción heroica. En su intento de comprenderlos dice:
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La psicología profunda del heroísmo
Freud siempre se enfrentó con gran valor a cualquier
peligro real en su vida, lo que prueba que su temor neuró
tico a la muerte debió tener otro significado, aparte del li
teral.25
No es necesario que nos enfrentemos al peligro real de
una enfermedad conocida, como hizo Freud, porque eso nos
da un objeto, un adversario, algo contra lo que hacer acopio
de fuerzas; la enfermedad y la muerte siguen siendo proce
sos de vida en los que todos estamos involucrados. Pero,
desvanecerse, dejar un vacío en el mundo, desaparecer en el
olvido, eso es algo bastante distinto.
Sin embargo, la afirmación de Jones nos ofrece una cla
ve real respecto a Freud porque, me parece, que lo que está
diciendo es que existe una diferencia entre el hecho de la
muerte y su justificación. Puesto que nuestra vida es un es
tilo o un escenario con el cual uno intenta negar el olvido y
extenderse más allá de la muerte en formas simbólicas, a
menudo no nos damos cuenta del hecho de nuestra muerte
porque nos las hemos arreglado para rodearla de significa
dos más elevados. De acuerdo con esta distinción, podemos
decir algunas cosas inteligibles respecto a la ansiedad de
Freud por la muerte. Podemos intentar entender qué era lo
que le preocupaba, a través de claves extraídas de su estilo
de vida en general, en lugar de hacerlo mediante el infruc
tuoso método de especular sobre la profundidad del contac
to de sus pensamientos con sus emociones.
El segundo gran rechazo de Freud
La primera cosa que parece emerger con claridad res
pecto a la postura de Freud en cuanto a la realidad es que, al
igual que muchos hombres, tuvo muchos problemas para
someterse. No se sometía ni al mundo ni a otras personas.
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El problema del carácter de Freud
Intentó mantener un centro de gravedad dentro de sí mismo,
sin descontrolarse, y situar ese centro en otra parte, como se
evidencia en sus relaciones con sus discípulos, con los de
sertores y con las amenazas externas de cualquier tipo. D u
rante la invasión nazi, su hija se preguntaba por qué no se
suicidaban todos, Freud le respondió del modo que le ca
racterizaba: «Porque eso es justamente lo que quieren que
hagamos».
Pero Freud era ambivalente respecto al sometimiento.
Hay muchas razones para sugerir que jugó con esa idea.
Una anécdota muy significativa es su comentario cuando
llegó sin problemas la fecha supersticiosa que él había fija
do para su muerte, en el mes de febrero de 1918. Dijo: «Esto
demuestra lo poco que se puede confiar en lo sobrenatu
ral».26Este es un maravilloso ejemplo de cómo podemos ju
gar con una idea de sumisión a leyes y poderes superiores,
pero sólo en nuestra propia mente, engañándonos, a la vez
que permanecemos emocionalmente alejados e inflexibles.
Pero también existen otros informes que sugieren que Freud
no sólo jugó con el sometimiento, sino que en realidad an
helaba poder cambiar su centro a otro lugar. Una vez, mien
tras hablaban de los fenómenos psíquicos, Jones hizo la si
guiente observación: «Si pudiéramos creer en los procesos
mentales que flotan en el aire, podríamos llegar a creer en
los ángeles». En ese momento, Freud zanjó la discusión con
el comentario: «¡Así es!, incluso der liebe Gott» (el querido
Dios). Jones prosigue diciendo que las palabras de Freud
fueron pronunciadas en un tono jocoso, casi de prueba.
Aunque Jones estaba claramente harto de la forma en que el
maestro abordaba el problema de una creencia en Dios sin
una postura negativa firme. Él nos cuenta: «[...] su mirada
reflejaba una búsqueda, y me marché no del todo satisfecho,
a menos que también existiera un sentido algo más serio».27
En otra ocasión, Freud conoció a una hermana de un an
tiguo paciente que había muerto hacía un tiempo. La her
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La psicología profunda del heroísmo
mana se parecía a su fallecido hermano, y un pensamiento
espontáneo se cruzó por la mente de Freud: «Al fin y al
cabo, es cierto que los muertos pueden regresar». Zilboorg,
en su importante disertación sobre Freud y la religión, hace
el comentario siguiente respecto a este episodio, así como
sobre toda su ambivalente postura hacia lo sobrenatural;
Aunque Freud contaba que este pensamiento iba segui
do inmediatamente de una sensación de vergüenza, es in
negable el hecho de que había un fuerte “elemento” emo
cional en Freud que rozaba la superstición, después de la
creencia en la inmortalidad física del ser humano sobre la
Tierra.
También es obvio que Freud luchó deliberadamente
contra ciertas tendencias espirituales en su interior [...].
[El] parece haber estado en un estado de búsqueda y con
flicto doloroso donde el erudito positivista (consciente) y
el creyente potencial (inconsciente) mantenían una lucha
abierta.28
Zilboorg llega a la siguiente conclusión respecto a estas
tendencias espirituales, conclusión que apoya nuestra vi
sión de que Freud jugaba con ambivalencia a someterse a
los poderes trascendentes y que estaba muy tentado en ese
sentido:
Estas tendencias intentaron autoafirmarse mediante el
conocido mecanismo de distorsión y elaboración secunda
ria, descrito por Freud como una característica de lo in
consciente y de los sueños. La tendencia adoptó la forma
de pequeñas supersticiones ansiosas, de creencias involun
tarias e irracionales en lo que en la jerga común se deno
mina esplritualismo.29
En otras palabras, Freud dio tanta rienda suelta a sus ten
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El problema del carácter de Freud
dencias espirituales como se lo permitió su carácter, sin te
ner que rehacer sus bases. Lo máximo que pudo hacer fue
entregarse a las supersticiones comunes. Creo que su con
clusión está fuera de discusión basándonos sólo en el relato
de Jones; pero también contamos con la admisión del propio
Freud: «mi propia superstición tiene sus orígenes en la am
bición reprimida (inmortalidad).. .».w Es decir, tiene sus raí
ces en el problema estrictamente espiritual de trascender la
muerte, problema que para Freud era una característica de la
ambición, de la lucha y no de la confianza o la entrega.
La siguiente cuestión lógica y vital es esta: ¿qué es lo
que hace que el asunto de la entrega sea ambivalente, tan di
fícil para Freud? La misma razón que para todas las perso
nas. Someterse supone dispersar tu propio centro afianzado,
bajar la guardia, la coraza del carácter, admitir la falta de
autosuficiencia. Y este centro afianzado, esta guardia, esta
coraza, esta supuesta autosuficiencia son las cosas que com
ponen todo el proyecto de ser mayor de edad desde la in
fancia hasta la etapa adulta. Aquí hemos de recordar nuestra
disertación del capítulo 3, donde vimos que la tarea básica
que la persona evita es convertirse en su propio padre, lo
que Brown tan acertadamente denomina «proyecto Edipo».
La pasión causa-sui es una fantasía energética que encubre
el estruendo de la creaturabilidad fundamental humana, o lo
que ahora podríamos denominar con más precisión, su de
sesperada incapacidad para centrarse genuinamente en sus
propias energías a fin de asegurarse la victoria de su vida.
Ninguna creatura puede asegurar esto, y el ser humano sólo
puede intentar hacerlo en su fantasía. La ambivalencia de
este proyecto causa-sui se basa en la omnipresente amena
za de la realidad que atisba con su mirada. Siempre sospe
chamos que, en el fondo, estamos indefensos y que somos
impotentes, pero hemos de protestar contra ello. Los padres
y las madres siempre proyectan su sombra. ¿Cuál es, pues,
el problema de la rendición? Representa nada más y nada
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La psicología profunda del heroísmo
menos que el abandono del proyecto causa-sui, la acepta
ción emocional más profunda, completa y total de que no
existe fuerza en nuestro interior, ni poder que pueda sopor
tar la superfluidad de la experiencia. Rendirse es admitir
que la ayuda ha de venir desde fuera de uno mismo y que la
justificación para la propia vida ha de proceder totalmente
de alguna red autotrascendente en la que uno consienta es
tar suspendido -com o un bebé en su mecedora, con la mira
da helada ante su impotencia, dependiente de la admiración
de una madre que le hace arrullos.
Si el proyecto causa-sui es una mentira que resulta de
masiado dura de aceptar, porque te devuelve a la cuna, será
una mentira que se cobrará su minuta cuando intentemos
evitar la realidad. Esto nos devuelve al centro mismo de
nuestra discusión sobre el carácter de Freud. Ahora, pode
mos hablar con propiedad sobre el diseño de su proyecto
causa-sui y podemos conectarlo con su negativa absoluta de
la amenazadora realidad. Me estoy refiriendo, por supuesto,
a las dos ocasiones en que Freud se desmayó. El desmayo
representa, como ya sabemos, la negación más rotunda, el
rechazo o incapacidad para seguir consciente ante una am e
naza. Las dos ocasiones en que un gran hombre pierde por
completo el control de sí mismo han de contener alguna in
teligencia vital respecto a la verdadera naturaleza de su pro
blema con la vida. Afortunadamente, contamos con los in
formes de primera mano de Jung sobre ambos incidentes, y
me gustaría citarlos enteros.
El primer desmayo sucedió en Bremen en el año 1909»
mientras Freud y Jung iban de camino hacia Estados Unidos
para impartir unas conferencias sobre su trabajo. Jung dice
que este incidente fue provocado -indirectam ente- por su
interés por las «momias de los pantanos»:
Yo sabía que en ciertas regiones del Norte de Alemania
se habían hallado las llamadas momias de los pantanos.
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El problema del carácter de Freud
Son en parte cadáveres de hombres prehistóricos que se
ahogaron en los pantanos, o fueron enterrados allí. El agua
del pantano contiene ácidos húmicos, que deshacen los
huesos y curten la piel de tal modo que esta, así como los
cabellos, quedan perfectamente conservados [...].
Estas momias de los pantanos, sobre las cuales había
yo leído algo, me vinieron a la memoria cuando estábamos
en Bremen, pero estaba algo “confundido” y ¡las había to
mado por las momias de las cámaras de plomo de la ciu
dad! Mi interés irritó a Freud. «Pues, ¿qué le pasa a usted
con estas momias?», me preguntó varias veces. Se disgus
tó mucho y durante una conversación sobre ello en la mesa
sufrió un desmayo repentino. Después me dijo que estaba
convencido de que esta charla sobre las momias significa
ba que yo le deseaba la muerte.31
El segundo incidente de desmayo ocurrió en 1912, en una
ocasión en la que se celebraba un congreso especial, que reu
nió a Freud y a algunos de sus seguidores en Múnich. Este es
el relato personal de Jung sobre el incidente:
Alguien dirigió la conversación hacia Amenofis IV
(Akenatón). Se recalcó que su actitud hostil hacia su padre
le llevó a destruir las inscripciones de las estelas funerarias
y que detrás de su gran intuición de una religión monoteís
ta se ocultaba su complejo de padre. Esto me irritó e inten-1
té explicar que Amenofis fue un hombre genial y profun
damente religioso, cuyos hechos no pueden explicarse por
antagonismos personales contra su padre. Por el contrario,
honró la memoria de su padre, y su celo destructor se*
orientó exclusivamente contra el nombre del dios Amón,
que hizo suprimir en todas partes, y por supuesto quitó
también de las inscripciones funerarias de su padre la pala
bra Amón-hotep. Además, también otros faraones hicieron
substituir en los monumentos y en las estatuas los nombres
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La psicología profunda del heroísmo
de sus antepasados, por el suyo propio, dado que se sentían
con derecho a hacerlo, por ser encamaciones del propio
Dios. Pero, ellos no instauraron ningún estilo nuevo ni nin
guna nueva religión.
En ese instante, Freud cayó desmayado de su silla.32
Los desmayos en relación con el problema
de la vida de Freud
H a habido muchas interpretaciones sobre el significado
de estos episodios de desmayos por parte de muchos estudio
sos sensatos de la vida de Freud, tanto Freud como Jung die
ron sus propias interpretaciones. Insisto en este tema no sólo
porque puede desvelar el problema del carácter de Freud,
sino porque, a mi entender, confirma, mejor que ninguna otra
cosa, toda la visión postfreudiana del ser humano que hemos
esbozado en los cinco primeros capítulos. Conseguimos la
comprensión más clara cuando podemos reflejar abstraccio
nes en el espejo vivo de la vida de un gran hombre.
Fue Paul Roazen quien, en su reciente y brillante inter
pretación, reveló el significado principal de estos desmayos-sortilegios.33 Al igual que Rank, Roazen comprendió
que el movimiento psicoanalítico fue en su totalidad el pro
yecto causa-sui distintivo de Freud; fue su vehículo perso
nal para el heroísmo, para la trascendencia de su vulnerabi
lidad y lim itaciones hum anas. Com o verem os en los
siguientes capítulos, Rank fue el que demostró que el ver
dadero genio tiene un tremendo problema que las demás
personas no tienen. Tiene que ganarse su valor como perso
na con su trabajo, lo que significa que este ha de llevar la
carga de justificarlo. ¿Qué significa “justificar” para el ser
humano? Significa trascender la muerte haciendo méritos
para la inmortalidad. El genio repite la inflación narcisista
del niño; vive la fantasía del control de la vida y de la muer
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El problema del carácter de Freud
te, del destino, en el “cuerpo” de su obra. El carácter exclu
sivo del genio también corta con sus raíces. Es un fenóme
no que no fue presagiado; no parece tener ningún rasgo de
las cualidades de los demás; parece haberse autogenerado
de la naturaleza. Podríamos decir que posee el más puro
proyecto causa-sui: en realidad no tiene familia, es su pro
pio padre. Como indica Roazen, Freud había dejado tan
atrás su familia natural que no es extraño que consintiera en
fantasías de autocreación: «Freud regresó una y otra vez a la
fantasía de haber sido educado sin padre».34Ahora bien, no
puedes convertirte en tu propio padre hasta que puedes te
ner tus propios hijos, como bien dice Roazen; y los hijos na
turales no servirán, porque estos carecen de las «cualidades
de inmortalidad asociadas a la genialidad».35 Esta formula
ción es perfecta. Luego, Freud tuvo que crear toda una nue
va familia -e l movimiento psicoanalítico- que sería su ve
hículo distintivo para la inmortalidad. Cuando murió, el
genio del movimiento aseguró su recuerdo eterno y, con
ello, una identidad eterna en las mentes de las personas y en
los efectos de su obra en la Tierra.
Pero, ahora veamos el problema del proyecto causa-sui del
genio. En el proyecto normal de Edipo, la persona interioriza
a los padres y al superego que estos encaman, es decir, a la
cultura en general. Sin embargo, el genio no puede hacer esto
porque su proyecto es único, no puede ser llevado a cabo por
los padres o por la cultura. Está especialmente creado por una
renuncia a los padres, la renuncia de lo que representan e in
cluso de sus propias personas físicas -al menos en la fanta
sía-, pues no parece haber nada en ellos que haya producido al
genio. Aquí vemos de dónde saca el genio su carga extra de
culpabilidad: ha renunciado al padre tanto física como espiri
tualmente. Este acto le produce una ansiedad extra porque
ahora es vulnerable en su oportunidad y no tiene a nadie en
quien respaldarse. Está solo en su libertad. La culpa es una
función del miedo, como dijo Rank.
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La psicología profunda del heroísmo
No es de extrañar, entonces, que Freud fuera especialmen
te sensible a la idea del asesinato del padre. Podemos imaginar
que el asesinato del padre supondría un símbolo complejo
para él, que comprendería la pesada culpa de estar solo ante su
vulnerabilidad y un ataque a su identidad como padre, en el
movimiento psicoanalítico como su vehículo causa-sui y, por
tanto, a su inmortalidad. En una palabra, el asesinato del padre
significaría su propia insignificancia como creatura. Es justa
mente esta interpretación la que indican los episodios de des
mayos. Los años cercanos al 1912 fueron el momento en que
el futuro del movimiento psicoanalítico cristalizó como pro
blema. Freud buscaba un heredero, y era Jung el que debía ser
el “hijo” que él había escogido orgullosamente como su suce
sor espiritual y que aseguraría el éxito y la continuidad del
psicoanálisis. Freud, literalmente cargó a Jung con sus espe-,
ranzas y expectativas, así de importante era el lugar que ocu
paba en el plan de vida de Freud.36Por eso, podemos compren
der hasta qué punto era lógico que la disidencia de Jung del
movimiento invocara -p o r sí mism a- el complejo símbolo del
asesinato del padre y representara la muerte de Freud.37
No es de extrañar que, cuando Freud se desmayó por vez
primera, este acusara a Jung de «tener deseos de muerte»
hacia él, y que Jung se considerara totalmente inocente de
albergar tales sentimientos. Dice que estaba «atónito ante
semejante interpretación».38 Para él, esto eran fantasías de
Freud, pero fantasías de gran intensidad, «tan fuertes que,
evidentemente, le podían provocar el desmayo». De la se
gunda ocasión, Jung dice que toda la atmósfera estaba muy
tensa; cualesquiera que fueran las otras causas que pudieran
haber contribuido a su desmayo, la fantasía del asesinato del
padre era evidente que seguía estando presente. De hecho,
la atmósfera de rivalidad se dejó sentir durante todo el al
muerzo. Era una estrategia llena de posibilidades de discre
pancias en las filas psicoanalíticas. Jones comunicó su ver
sión de los desmayos de 1912:
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El problema del carácter de Freud
[...] mientras estábamos terminando de almorzar [...]
[Freud] empezó a reprochar a los dos suizos, Jung y Riklin, que hubieran escrito artículos exponiendo el psicoa
nálisis en las revistas suizas sin haber mencionado su nom
bre. Jung replicó que no lo habían considerado necesario,
al ser él tan conocido, pero Freud había empezado a sentir
ya los primeros signos de la disensión que vendría un año
más tarde. El persistió, y recuerdo que pensé que se había
tomado aquel asunto de un modo demasiado personaliza
do. De pronto, para nuestra consternación, cayó al suelo en
un desmayo total.39
Jung no es muy convincente en sus elegantes negativas
de rivalidad con Freud, en sus poco ingenuas explicaciones
sobre la razón por la que los suizos omitían el nombre de
Freud. Incluso en su negativa de albergar deseos de muerte
hacia él, deja patente su competitividad.
¿Por qué iba a querer que muriera? Yo había ido para
aprender. No interfería en mi camino; él estaba en Viena, y
yo en Zúrich.40
Por una parte, admite que se encuentra en una relación de
aprendizaje con el maestro Freud; por la otra, intenta dejar
claro que él tiene sus propias ideas, que se encuentra a su
misma altura. Freud, sin duda, podía sentir la amenaza de su
prioridad, que en realidad sería un acto de traición filial para
él.41Jung se estaba apartando del rebaño, amenazando con su
rivalidad desde el frente del psicoanálisis suizo. ¿Qué le su
cedería al “padre” entonces, y a todo aquello que él repre
sentaba? El hecho es que Freud se desmayó en el preciso
momento en que Jung aclaró el asunto de las prioridades en
la fundación de una nueva religión egipcia por parte de Amenofis IV. Eso ponía en peligro todo el trabajo misionario de
Freud. Freud tenía una foto de la esfinge y de las pirámides
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La psicología profunda del heroísmo
bien a la vista en su consultorio, su sanctum más íntimo.
Para él no representaba una imagen romántica o una afición
arqueológica. Egipto representaba todo el misterioso y oscu
ro pasado de la humanidad que el psicoanálisis había elegi
do descifrar.42 Roazen dice que existe una asociación directa
entre el psicoanálisis del siglo xx y la egiptología antigua,
entre Amenofis tachando el nombre de su progenitor de las
estelas funerarias y Jung haciendo lo mismo desde Zúrich.
Jung estaba atacando la inmortalidad de Freud.
Pero este ataque que para Freud era real, no necesaria
mente lo era para Jung. El hecho de que durante el primer
desmayo estuviera hablando de las momias de los pantanos
podía reflejar simples ansiedades existenciales. A Jung le fas
cinaba la idea de la muerte. También podemos imaginar al jo
ven Jung entusiasmado por el viaje a América, insistiendo en
el tema de las momias en presencia de un hombre al que res
petaba, porque quería abordar algo que le fascinaba con un
pensador con el que podría razonar y que quizás aportaría sus
propias reflexiones sobre el misterio de los cuerpos, de la
muerte y el destino. Por otra parte, Erich Fromm (que no es
muy partidario de Jung) le diagnosticó un carácter necrófilo.
Basándose en uno de los sueños de Jung de la época de su
ruptura con Freud, Fromm cree que este verdaderamente al
bergaba deseos de muerte respecto a Freud.43
No obstante, todas estas especulaciones nos desvían del
tema, porque estamos hablando de las propias percepciones
y problemas de Freud. Desde su punto de vista, lo más sig
nificativo respecto al percance del prim er desmayo es que la
conversación sobre las momias surgió a raíz de la confusión
de Jung en cuanto a los cadáveres. Las ansiedades de Freud
en ambas ocasiones están, pues, sujetas a los mismos temas
de Egipto y de borrar el nombre del padre. También es im
portante observar que, en este viaje histórico, Jung había
sido invitado por su propio trabajo y no necesariamente por
su relación con Freud; él era claramente un rival.
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El problema del carácter de Freud
Las interpretaciones de Jones y de Freud
Cuando observamos los intentos de Freud por compren
der lo que le había sucedido, ahondamos todavía más en la
“raíz” del problema. Jones narra una historia algo distinta a
la de Jung sobre el primer desmayo. Jones dice que lo que
caracterizó la reunión de 1909 fue que Freud, tras una pe
queña discusión, persuadió a Jung para que tomara vino du
rante el banquete del mediodía y de ese modo le hizo rom
per su fanática abstinencia. Fue «justo después de eso»
cuando Freud cayó desmayado.44 En la reunión posterior de
1912, sucedió algo similar. Había habido algo de forcejeo
entre Jung y Freud, y tras un «buen discurso paternalista»
Jung «adoptó una actitud de extrema contrición, aceptó to
das las críticas» de Freud y «prometió reformarse». Freud
estaba muy eufórico, al volver a tener a Jung de su parte. Jo
nes concluye diciendo que lo que caracterizó ambas reunio
nes fue la victoria de Freud sobre Jung.45
¿Qué relación tiene la victoria con el desmayo? Sólo re
curriendo a la genialidad de la propia teoría de Freud se
puede explicar de forma coherente dicha relación. Como vi
mos en el capítulo 4, fue Freud quien descubrió la idea del
«naufragio por éxito»: cuando una persona alcanza lo ver
daderamente superlativo, a menudo suele sentirlo como una
carga intolerable porque significa que ha ganado la compe
tición con el padre, al haberle superado. No es de extrañar,
pues, que cuando Freud autoanalizó sus episodios de des
mayos, pudiera recurrir a su propio descubrimiento con una
sagaz y despiadada honestidad. Él explicó que de niño ha
bía deseado la muerte de su recién nacido hermano Julius,
este murió cuando Freud tenía un año y siete meses y le dejó
con un terrible sentido de culpabilidad. Jones comenta:
Por consiguiente, podría parecer que el propio Freud'
era un caso leve del tipo que él describió como «aquellos
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La psicología profunda del heroísmo
que naufragan por el éxito», en este caso el éxito de derro
tar a un oponente [Jung] -el primer ejemplo fue su deseo
de muerte de su hermano pequeño Julius- En relación a
esto, podemos pensar en el curioso ataque de ofuscación*
que Freud padeció en la Acrópolis en el año 1904, que ana
lizó cuando tenía ochenta y un años y que dedujo que se
debía a haber gratificado el deseo prohibido de haber su
perado a su padre. De hecho, el propio Freud mencionó la
semejanza entre esa experiencia y el tipo de reacción del.
que estamos hablando.46
i
En otras palabras, todas las victorias sobre un rival, in
cluyendo la del propio padre, vuelven a despertar la culpa
de la victoria y desencadenan la reacción de no poderla so
portar. Hemos de entender lo que significa la “victoria” en
la cosmología de Freud a fin de comprender ese tipo de an
siedad, y la razón por la que se podría llegar al desmayo. Ve
mos su explicación en la dinámica del complejo de Edipo.
El “premio” de la victoria es, por supuesto, la madre a la
que el muchacho codicia, y vencer al padre significa asesi
narle. Si el niño pierde, la venganza será terrible; y si gana,
la culpa, como es natural, será irresistible.
Ahora bien, el clásico complejo de Edipo, sin duda, expli
ca algunos casos de temor a la victoria; pero luego el propio
Freud abandonó la dinámica estrictamente sexual del proble
ma, al menos en su propio caso. Al final de su vida, admitió
con franqueza que su rechazo a sobrepasar a su padre se debía
a un sentimiento de «piedad» hacia él.47 Este era el significado
del ataque en la Acrópolis del que habla Jones. En la actuali
dad, como arguyen algunos escritores, podríamos intuir que la
palabra “piedad” pudiera ser un eufemismo para otros senti
mientos que Freud albergaba respecto a su padre: realmente le
preocupaba la debilidad de su padre, que proyectaba una som
bra sobre su propia fortaleza y, por esa razón, se sentía ex
puesto y ansioso cuando pensaba en su propio éxito.
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El problema del carácter de Freud
Nos hallamos, pues, ante un campo más amplio y existencial al explicar el carácter arrollador de la victoria. Ya
hay dos generaciones de estudiantes que han deparado en
cómo un Freud de diecinueve meses pudo ser tan analítico
respecto a su experiencia como para llegar a reprocharse
que sus celos y malos deseos habían provocado la muerte de
su hermano. Incluso el propio Freud pasó por alto este gra
do de conciencia en su trabajo teórico: dijo que era casi im
posible para un niño de esa edad tener celos de un recién na
cido. Jones que había registrado todo esto, evidentemente,
no puede comprenderlo.48
Jones dice que el propio análisis de Freud del «naufragio
por éxito» de su desmayo se confirma por el hecho de que
en las ocasiones en que se produjeron los desmayos había
una discusión argumentativa sobre el tema de los deseos de
muerte. Esto es totalmente cierto, pero no en el modo con
creto en que Freud quería demostrarlo, vinculado a la fuer
za de la victoria. Es muy probable que Freud esté cometien
do el error que comete a menudo, que es intentar definir con
demasiada precisión lo que en realidad forma parte de un
complejo símbolo y de un problema mucho mayor. Por su
puesto, a lo que me estoy refiriendo es a la sensación de ex
periencia abrumadora, de ser alejado demasiado de la base
del hogar, de carecer de la fuerza para soportar lo superlati
vo. Esa sensación es lo que caracteriza a ambos incidentes
de desmayos, además de la presencia específica de Jung. Es
razonable ampliar la carga que sintió Freud que trasciende
la de la simple reacción a Jung. Al fin y al cabo, soportaba
sobre sus hombros uno de los grandes movimientos icono
clastas del pensamiento humano, contra toda competencia,
hostilidad, denigración, contra todos los otros significados
“espirituales” (“ocultos”) que tan sagrados consideraba la
humanidad, contra todas las otras mentes que pensaron esos
sublimes pensamientos, que insistieron en dichas verdades
comúnmente aceptadas, que disfrutaron de tanto apoyo y
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La psicología profunda del heroísmo
fueron aclamadas durante eras. Su organismo en sus capas
más profundas tiene todo el derecho a sentirse con la impo
sible carga de semejante peso y sucumbir bajo ella en un
placentero olvido. ¿Nos atreveríamos a imaginar que al
guien pueda soportar toda esta superordenación fácilmente,
sin tener poderes sobrehumanos en los que confiar? ¿Cómo
adoptar una postura respecto a todo esto que sea impersonal
e histórica, a la vez que personal y concreta, y que trascien
da lo físico: las pirámides, las momias de los pantanos, la
propia nueva religión? Es como si todo el organismo tuvie
ra que declarar: «No puedo soportarlo, no tengo la fuerza
para aguantarlo». Hay que reconocer que la fuerte e impo
nente figura de Ju