La gran victoria de Felipe II

La batalla de San Quintín

Para los franceses, fue una derrota terrible, que dejó diezmada a su nobleza guerrera. Felipe II, en cambio, vio en la batalla el inicio de un reinado triunfal y quiso erigir, para recordarla, el monasterio de El Escorial

Asedio de San Quintín

Asedio de San Quintín

La derrota francesa. Este fresco de la sala de Batallas de El Escorial, pintado en 1585, reproduce los movimientos de los contendientes durante la batalla San Quintín.

Wikimedia Commons

Corría el año 1556. La guerra entre España y Francia, que había dominado los reinados de Carlos V y Francisco I, se había reanudado bajo sus sucesores, Felipe II y Enrique II. Este último seguía negándose a que su país estuviese rodeado por posesiones y perdiera influencia en Italia. Enseguida el conflicto se extendió por todos los escenarios posibles, desde Italia hasta los Pirineos, pasando por el norte de Francia y las provincias de los Países Bajos. Los combates decisivos se libraron en este último territorio. El plan del rey de España era invadir la Champaña desde Flandes y ocupar alguna plaza fuerte. En julio de 1557, cuarenta y dos mil hombres, bajo el mando de uno de sus más jóvenes generales, el duque de Saboya, penetraron en suelo francés. Era un ejército internacional compuesto de españoles, italianos, alemanes, borgoñones, saboyanos, húngaros y flamencos. A tres días de distancia le seguía el propio Felipe II con otro ejército de unos veinte mil hombres, en el cual había cinco mil ingleses que su esposa, la reina María Tudor de Inglaterra, le había cedido. 

El duque de Saboya marchó con su ejército hacia la ciudad de Rocroi, pero sus poderosas fortificaciones le hicieron desistir de asaltarla. Por ello concluyó que era imprescindible proceder por sorpresa, antes de que la plaza elegida pudiese reforzar sus defensas. Así, tras un amago sobre Guisa, el 3 de agosto se lanzó, de madrugada y con suma rapidez, sobre otro objetivo: el estratégico enclave de Saint-Quentin (San Quintín), a orillas del río Somme. Comenzaba el asedio que daría lugar a una de las batallas más célebres de la historia militar española. 

iStock 112139753

iStock 112139753

San Lorenzo de El Escorial. Felipe II logro´ la victoria de San Quinti´n el di´a de san lorenzo de 1557. Para conmemorarla, el rey construyó este monasterio.

iStock

Los franceses, por su parte, no habían permanecido inactivos. Un ejército de veintiséis mil hombres, al mando del condestable Anne de Montmorency, había seguido las evoluciones de las fuerzas españolas. Montmorency esperaba atacar cuando aquéllas asediaran alguna ciudad, confiando en la victoria al coger a las fuerzas sitiadoras entre dos fuegos. Por de pronto, y antes de que el cerco sobre San Quintín fuese lo suficientemente estrecho, logró hacer llegar unos quinientos soldados de refuerzo, lo que dio ánimo a la guarnición de la ciudad. Sin embargo, al día siguiente el asedio era total y empezaron los bombardeos por parte de los atacantes. 

Artículo recomendado

San Lorenzo

El Escorial, una jornada de Felipe II en su palacio-monasterio

Leer artículo

Desde ese momento fue casi imposible introducir nuevos refuerzos en la plaza, la cual, dada la desfavorable correlación de fuerzas, parecía condenada. A Montmorency no le quedaba otra opción que marchar al encuentro del ejército del duque de Saboya y plantar batalla. Su plan consistía en cruzar el Somme al oeste de San Quintín, atravesar una zona pantanosa y avanzar sobre las líneas enemigas. Si lograba romper el sitio y reforzar la ciudad, los atacantes se verían en la obligación de retirarse o presentar combate en circunstancias adversas. Era una maniobra arriesgada, pero el general francés se sentía seguro de la victoria; era veterano de mil batallas y su oponente, un jovenzuelo inexperto. 

Ataque por sorpresa 

El grueso del ejército francés se puso en marcha la noche del 9 al 10 de agosto y, tras una agotadora marcha, llegó a las puertas de San Quintín al amanecer. Aparentemente, el ejército enemigo no había advertido su presencia y seguía imperturbable en sus ataques a la ciudad. Montmorency se sentía seguro: creía que la caballería flamenca del conde de Egmont había partido hacia el norte para recibir y escoltar a Felipe II, y que el único puente sobre el Somme no permitiría que el ejército del duque cruzase, con la rapidez necesaria, a la ribera por la que él avanzaba. 

Ritratto di Emanuele Filiberto   Google Art Project

Ritratto di Emanuele Filiberto Google Art Project

El duque de Saboya. Retrato por l’Argenta. siglo XVI. Galería Sabauda, Turín.

Wikimedia Commons

Pero la realidad era muy distinta. El astuto duque de Saboya había adivinado las intenciones de Montmorency y esa madrugada había enviado sigilosamente a la caballería de Egmont a la ribera por donde avanzaba el ejército galo. Además, había levantado otro puente lejos de los observadores franceses y había descubierto un vado. Todo ello permitiría que su ejército cruzase el río en muy poco tiempo. 

Léonard Limosin   Portrait of Anne the Montmorency   WGA13039

Léonard Limosin Portrait of Anne the Montmorency WGA13039

El duque de Montmorency. El líder del ejército francés cometió el terrible error de subestimar al joven duque de saboya. Arriba, retrato de 1556. Museo del Louvre, París.

Wikimedia Commons

A las diez de la mañana, varios miles de franceses comenzaron a cruzar el río en barcas para atacar a los asaltantes de San Quintín. Su avance era lento y trabajoso, y los arcabuceros españoles que les esperaban en la otra orilla del río les infligieron muchas bajas. En ese momento, la infantería del ejército del duque de Saboya empezó a vadear el río lejos de la vista del general francés, por lo que éste no se percató de ello hasta que vio al enemigo avanzar hacia sus posiciones. 

Cuando Montmorency ordenó a su caballería a ir al encuentro del enemigo, los jinetes franceses se vieron sorprendidos de espalda y de flanco por la caballería de Egmont, que estaba agazapada tras unas lomas desde hacía horas. La violencia que se desató sobre los galos sólo se vio superada por la sorpresa de ver que era casi todo el ejército enemigo el que cruzaba el río y se cernía a sobre ellos. Salvo las fuerzas necesarias para mantener el cerco San Quintín, el resto de efectivos había pasado a la otra orilla. 

BAL

BAL

Captura de un grupo de franceses durante la batalla. Grabado siglo XIX, colección privada.

Bridgeman

Lo más grave para Montmorency era que, en ese momento, parte de su infantería se encontraba atrapada combatiendo en la otra ribera pantanosa o en medio de la operación de vadeo, por lo que no podía disponer de ella para frenar la ofensiva del duque de Saboya. Ahora, al general francés sólo le quedaba la opción de tratar de retirarse ordenadamente, por lo que mandó que, con toda rapidez, sus hombres reembarcasen y volviesen a cruzar el río hasta el punto de partida. 

Hacia el desastre francés 

Tras agotadores esfuerzos, Montmorency pudo reagrupar a la mayoría de sus hombres e inició la retirada bajo la protección de su caballería, acosada a su vez por los jinetes de Egmont. Pero la marcha pronto se convirtió en una pesadilla.Tras la artillería, que avanzaba con lentitud, iban los carros con los víveres y la impedimenta, y luego la infantería tratando de apretar el paso. Estaban haciendo, en sentido inverso, el camino que tan agotadoramente habían recorrido la madrugada anterior, sólo que ahora estaban mucho más cansados pues no habían dormido ni apenas probado bocado, y además eran perseguidos. 

El objetivo era alcanzar los bosques de Montescourt para protegerse y reorganizarse. Por su parte, el duque de Saboya sabía que no podía dejar escapar la presa y que debía obligar a Montmorency a presentar batalla. Para impedir el repliegue francés, el duque ordenó que parte de la caballería de Egmont avanzase por los flancos al ejército enemigo y le bloquease el camino ante los bosques. Unos dos mil jinetes se lanzaron a galope con ese objetivo, sin que la exhausta y desgastada caballería gala pudiese impedírselo. Media hora después, tras desbordar al ejército francés, ya estaban en su lugar formando una barrera entre el bosque y el ejército de Montmorency. De esta manera, a media tarde y tras tres horas de marcha, las fuerzas galas se encontraron con la desagradable sorpresa de que la retirada era imposible. No había otra opción que combatir. 

BAL

BAL

Grabado de la batalla a las afueras de San Quintín por Carlos Mendoza. 1880, colección privada.

Bridgeman

El general francés trató de convertir su caravana en un ejército formado en orden de batalla. Pero el cansancio de sus hombres, el estorbo que suponía desplazar carros y cañones, y el hostigamiento del enemigo, que venía pisándoles los talones, no lo permitían. Aun así, Montmorency despejó en lo posible el terreno, ubicó a lo que quedaba de su caballería en las alas, puso a sus cinco mil mercenarios alemanes al frente, y él se situó en el centro junto a sus veteranos gascones, que también formaron en la retaguardia. Para entonces sus efectivos ya se habían reducido a unos escasos y exhaustos veinte mil hombres. 

La caballería de Egmont atacó de inmediato para no dar tiempo a que los franceses se organizasen mientras llegaba la infantería del duque. Los escasos jinetes galos fueron barridos, los carros y cañones capturados, y la infantería empezó a sufrir las acometidas de los reiters, jinetes alemanes que portaban varias armas de fuego y contra los que las picas no resultaban efectivas. Pronto las líneas francesas comenzaron a quebrarse y aparecer huecos. Por ellos se lanzaron los jinetes flamencos, que atacaron por la espalda a los defensores. En ese momento, los mercenarios alemanes de Montmorency, viendo que la resistencia era inútil, optaron por rendirse casi en bloque. Al comandante francés sólo le quedaban sus fieles gascones, con los que trató de abrirse paso. 

King PhilipII of Spain

King PhilipII of Spain

Felipe II con la armadura que llevó en San Quintín. Antonio Moro, 1557, Real Monasterio de el Escorial Madrid

Wikimedia Commons

Sin embargo, entonces llegó la infantería, que comprendía el grueso del ejército de Felipe II. El duque de Saboya ordenó atacar con ella, mientras la caballería de Egmont descansaba. Primero bombardeó con metralla a las formaciones defensivas francesas, en cuadro, y seguidamente lanzó contra ellas a sus hombres, encabezados por los dos experimentados tercios españoles de Alonso de Navarrete y de Alonso de Cáceres, que con sus descargas de arcabuces comenzaron a desbaratar los cuadros adversarios. Estas formaciones defensivas se rompieron pronto, y por los huecos irrumpió una oleada de infantes que comenzaron a matar a diestro y siniestro, mientras los gascones huían en desbandada.

El resultado fue una terrible carnicería, pues sólo se perdonaba a quien se presumía que, por su vestimenta, era un noble por el que se podía pedir rescate. Un médico francés, llegado para atender a los heridos unos días después, escribió: «Vimos más de media legua [más de dos kilómetros] de terreno cubierto por la muerte; y prácticamente ni nos detuvimos debido al hedor que despedían los hombres muertos y sus caballos». Murieron seis mil franceses, entre ellos unos trescientos miembros de lo más granado de la nobleza, como el duque de Enghien. 

La toma de San Quintín 

Montmorency fue apresado, junto con unos siete mil hombres entre los que se encontraban numerosos nobles. Sólo unos cinco mil soldados pudieron escapar dispersándose en la confusión de la batalla. Los mercenarios alemanes presos fueron liberados, sin armas, y enviados a su casa con medio ducado cada uno, bajo la promesa de no coger las armas contra el rey de España en al menos seis meses. Unos cuantos españoles e ingleses que militaban entre los vencidos fueron ejecutados por traidores. En el bando del duque de Saboya, las bajas no llegaron a los mil hombres entre muertos y heridos

La Victoria de San Quintin

La Victoria de San Quintin

La victoria de San Quintín, pintura al óleo de Augusto Ferrer Dalmau, 2022.

Wikimedia Commons

Esa noche partió un mensajero a Cambrai para informar a Felipe II de la rotunda victoria que había obtenido su ejército. A las pocas horas el rey partió eufórico con su ejército, y el día 13 por la mañana llegaba a San Quintín. Allí contempló el enorme botín capturado, felicitó efusivamente a los generales que habían logrado la victoria y envió a numerosos emisarios con las buenas nuevas, entre otros a su esposa, la reina María de Inglaterra, al duque de Alba –que estaba a punto de saquear Roma, pero que recibió la orden de pactar la paz con el papa– y a su padre, Carlos V, que estaba retirado en Yuste

Ya sólo quedaba esperar la toma de San Quintín, que se produjo el 27 de agosto, tras un duro asalto. No hubo piedad para los defensores, que en su mayoría fueron pasados a cuchillo, y la ciudad sufrió un concienzudo saqueo en castigo por su resistencia. Un testigo comentaba que los mercenarios alemanes al servicio de Felipe «demostraron una crueldad nunca vista [...] las mujeres y los niños gritaban con tanto lamento que a cualquier cristiano se le hubiese partido el corazón». Esta vez el rey estuvo presente; de hecho, se puso por primera y única vez en su vida su lujosa armadura de batalla, con la que lo retrató Antonio Moro. Pero al ver la sangre derramada exclamó, a pesar de la rotunda victoria: «¿Es posible que de esto gustase mi padre?». Tres días después, Felipe II hizo su entrada solemne en San Quintín, dirigiéndose a la iglesia –totalmente expoliada– para dar gracias a Dios por la victoria. 

The Martyrdom of Saint Lawrence, Francesco Trevisani

The Martyrdom of Saint Lawrence, Francesco Trevisani

Una victoria en el día de San Lorenzo. Martirio del santo por Francesco Trevisani, 1730, Iglesia de San Felipe Neri, Turín.

Wikimedia Commons

La prudencia del monarca, quizás excesiva, enseguida se dejó ver. En contra de la opinión de su padre renunció a marchar sobre París y decidió volver al refugio seguro de Flandes, tras dejar bien guarnecida la ciudad y sus aledaños. La guerra prosiguió durante 1558, y aunque Francia conquistó Calais –el último reducto inglés en el continente–, en verano sufrió otra apabullante derrota en Gravelinas. Meses después, en abril de 1559, se firmó la paz de Cateau-Cambrésis, que supuso la entrega a España y sus aliados de 198 enclaves. Entre las cláusulas de este tratado figuraba el matrimonio entre Felipe II, que acababa de enviudar de María Tudor, y la hija de Enrique II, Isabel de Valois. El Imperio español vivía sus años más gloriosos, que quedarían indisolublemente unidos al nombre de San Quintín.