El brutal asesinato del zar Nicolás II y sus cinco hijos: el primer gran crimen del «terror rojo»

El brutal asesinato del zar Nicolás II y sus cinco hijos: el primer gran crimen del «terror rojo»

En la madrugada del 16 al 17 de julio de 1918, la familia Romanov fue trasladada al sótano de la casa Ipátiev con el pretexto de tomarles una fotografía. Cuando los niños se habían colocado, los soldados entraron, les comunicaron que habían sido condenados a muerte y comenzó la carnicería

La familia Romanov. De izquierda a derecha: Olga, María, Nicolás II, Alejandra, Anastasia, Alekséi y Tatiana.

Israel Viana

La ejecución del zar Nicolás II y de sus cinco hijos fue tan traumática en 1918 como polémica sigue siendo un siglo después. A veces las noticias sobre la familia Romanov son de los más pintorescas, como la aparecida hace una semana, cuando se informó de que los empleados del Hermitage de San Petersburgo, el museo más importante de Rusia, habían encontrado un bombón de 118 años en la manga de uno de los vestidos de la hermana de este, la gran duquesa Ksenia Aleksándrovna, una de las pocas que consiguió escapar de la escabechina.

Según explicó la restauradora Galina Fiodorova, el dulce estaba escondido en la manga y cayó cuando la especialista se proponía a revisar el estado de la prenda imperial. «Era de color rosa y una forma irregular», declaró. Contó después que se dejó llevar por el instinto y lo lamió, momento en el que se dio cuenta de que era un bombón y de que había sido mordido por la gran duquesa.

Otras veces, las noticias son mucho más importantes, como la que adelantamos en julio de 2020, al confirmarse el hallazgo de los cadáveres de dos de los hijos del zar Nicolás II. Se acababa así con uno de los grandes misterios de aquel asesinato que cambió la historia y que el Ejército ruso ni el mismo Alfonso XIII pudieron evitar. «Fue un crimen vergonzoso», aseguró Boris Yeltsin en 1998.

El Rey de España trató por todos los medios de repatriarlos hasta Madrid cuando supo que la familia real rusa estaba en peligro. Estuvo semanas presionando al nuevo Gobierno bolchevique para que la dejaran salir sana y salva. Llegó, incluso, a escribir al Rey Jorge V de Inglaterra , al káiser Guillermo II de Alemania y al Papa Benedicto XV para que le ayudaran a traérselos a España como refugiados, pero el nuevo gobierno comunista ya había declarado a Nicolás II «culpable, ante el pueblo, de innumerables crímenes sangrientos» y no lo consiguió.

El crimen

Cuando el Ejército ruso llegó a la ciudad de Ekaterimburgo, el 30 de julio de 1918, para intentar salvar al Zar y su familia, retenidos en la casa Ipátiev por los bolcheviques tras el triunfo de la revolución, hacía ya dos semanas que hijos habían sido brutalmente ajusticiados. Desde entonces, el mundo se ha preguntado dónde fueron a parar sus cuerpos.

En la madrugada del 16 al 17 de julio de 1918, Nicolás II, su esposa y sus hijos – Olga , Tatiana , María , Anastasia y Alexei – fueron trasladados al sótano de la mencionada casa con el pretexto de tomarles una fotografía. Cuando todos se habían colocado, confiados de que solo sería eso, un retrato, el responsable del escuadrón llegado desde Moscú para ejercer de verdugo, Yákov Yurovski, entró con un revólver y con varios soldados armados con fusiles y bayonetas y les comunicó que habían sido condenados a muerte… y comenzó la carnicería.

En primer lugar fueron fusilados durante varios minutos junto a varios sirvientes, su doctor y el perro. En vista de que alguno de ellos no terminaba de morir, tuvieron que ser rematados con el cuchillo y con las bayonetas. La revolución se aseguraba así el futuro del régimen, que tomaría cuerpo poco después en las URSS. Un año después, en 1919, el investigador monárquico Nikolai Sokolov aseguró que los asesinos habían «desnudado los cadáveres y los habían subido a un camión para trasladarlos a una mina de sal. En el camino, sin embargo, el vehículo se averió y los bolcheviques decidieron cavar, precipitadamente, una zanja poco profunda a orillas de la carretera. A continuación, para dificultar el reconocimiento de los cuerpos, los rociaron con ácido sulfúrico antes de rellenar la fosa».

Un siglo de investigación

El último episodio de este misterio con más de un siglo de historia tuvo lugar en el verano de 2020, cuando el Gobierno ruso anunció por sorpresa que los restos humanos hallados en el verano de 2007 cerca de Ekaterimburgo pertenecían a los dos hijos del último zar de Rusia que quedaban sin identificar: la princesa María y el príncipe heredero Alexei, 19 y 13 años en el momento de su muerte. Una identificación que se ha produjo «mediante exámenes genéticos moleculares realizados a los restos de dos personas descubiertos cerca del lugar donde yacen otros nueve muertos», anunció la experta del Comité de Investigación de Rusia, Marina Molodtsova, en una entrevista con el periódico «Izvestia».

Molodtsova confirmó el parentesco biológico entre Alexei y María con sus padres y advirtió que el pequeño número de fragmentos óseos encontrados hacía pensar que cerca del lugar del hallazgo podrían encontrarse uno o más sitios de sepultura de otros de los miembros de la Familia Real. Asimismo, el Comité de Investigación desmintió, como se había defendido en las últimas décadas, que los cadáveres fueran «eliminados mediante la aplicación de ácido sulfúrico y fuego», según informó EP.

Desde la investigación realizada por Sokolov pasaron seis décadas de silencio. En 1979, por fin, un grupo de investigadores disidentes hallaron los posibles restos del zar, su esposa y tres de sus hijas. Por temor a las represalias que pudieran llegar por parte de las autoridades de la URSS, estos guardaron en secreto su descubrimiento durante 10 años. Lo hicieron público en 1989, durante la Perestroika, el periodo de deshielo que dio paso a la desmembración del bloque comunista dos años después. En 1994, otro equipo liderado por el doctor Peter Gill confirmó que los cadáveres habían sufrido violencia y tenían heridas de bala y bayoneta, tal y como decía el relato principal. Los rostros habían sido aplastados a golpes y su identificación resultó difícil, por lo que hubo que recurrir a los análisis de ADN.

La Iglesia Ortodoxa

Todos estos fragmentos óseos fueron sepultados igualmente en la catedral de San Pablo y San Pedro de San Petersburgo en 1998, aunque la Iglesia Ortodoxa rusa no los reconoció por falta de pruebas, argumentaban. En septiembre de 2015, esta pidió a un equipo de investigadores rusos que exhumara los restos para confirmar los lazos de los Romanov con otros familiares enterrados en otros puntos del país mediante otras pruebas de ADN. Al mismo tiempo, la discutida y autoproclamada heredera al trono imperial, María Vladimirovna, solicitaba a los fiscales que reabrieran la investigación sobre los asesinatos.

En julio de 2018, el Comité de Investigación ruso confirmó que los restos de las personas hallados cerca de Ekaterimburgo pertenecían a la familia Romanov y a su séquito, y que el hombre que los investigadores identificaban como Nicolás II tenía un parentesco cercano con el padre del último emperador, Alejandro III. Con el hallazgo de 2020, Rusia cerraba una de las páginas más vergonzosas de su historia, y lo hacía con una procesión de 10.000 personas que veneran al zar como un santo.

«Por voluntad del pueblo revolucionario, ha fallecido felizmente en Ekaterimburgo el sangriento Zar. ¡Viva el terror rojo!», podía leerse en el diario ruso ‘Biednata’ en 1918.

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