La historia recuerda a Paul von Hindenburg, el segundo presidente de la República de Weimar, como el hombre que propició el ascenso de los nazis al poder. Aun siendo un monárquico convencido había aceptado la presidencia presionado por los partidos conservadores, cuando su estado de salud debía estar ya ciertamente mermado.

Militar de carrera, en 1911 se había retirado ya del ejército a la edad de 63. Pero entonces llegó la Primera Guerra Mundial y Hindenburg se reenganchó, siendo destinado al VIII Ejército como su comandante.

Se convirtió en un héroe nacional al vencer a los rusos en la batalla de Tannenberg en 1914, y luego dimitió tras el Tratado de Versalles.

Funeral de Hindenburg en el Monumento de Tannenberg / foto Bundesarchiv, Bild 183-2006-0429-502 en Wikimedia Commons

Cuando se presentó a las elecciones para la presidencia de la república tenía ya 77 años. Derrotó fácilmente a su oponente, Adolf Hitler, pero como los nazis eran mayoría en el Reichstag, le nombró canciller, aconsejado por Franz von Papen. El resto es historia.

Hindenburg murió el 2 de agosto de 1934, y aquí es donde empieza otra historia, la de sus seis entierros. El propio Hitler ordenó que fuera enterrado en el monumento conmemorativo de la batalla de Tannenberg situado cerca de la entonces ciudad alemana de Hohenstein (actualmente la ciudad polaca de Olsztynek). Contra sus últimos deseos, que eran reposar en la tumba familiar de Hanover con su esposa.

Entrada de la cripta de Tannenberg / foto Repat en Wikimedia Commons

Pero como todavía no se había construído una cripta en el monumento, cinco días después de su muerte se le inhumó en los jardines adyacentes. Al año siguiente fue desenterrado junto con los cuerpos de 20 soldados alemanes que yacían en los mismos jardines, para dar comienzo a las obras de construcción de la nueva cripta, cuyos trabajos incluían rebajar la plaza unos dos metros y medio.

El 2 de octubre de 1935 sus restos fueron colocados en la terminada cripta junto con los de su esposa, que habían sido trasladados desde Hanover. Pero en enero de 1945 con el avance de las tropas soviéticas sobre Prusia, Hitler temió que la cripta fuera violada y ordenó trasladar los restos a un bunker de Berlín, donde permanecieron temporalmente.

Luego fueron trasladados a una mina de sal en la localidad de Bernterode, junto con los restos de Federico Guillermo I y Federico II el Grande de Prusia, donde fueron enterrados a 550 metros de profundidad.

Ruinas del monumento de Tannenberg en la actualidad / foto ProhibitOnions en Wikimedia Commons

Tres semanas después, el 27 de abril de 1945, los cuatro ataúdes fueron descubiertos por las tropas estadounidenses, que habían excavado un tunel en la mina, probablemente buscando otra cosa. Los cuatro fueron trasladados al sótano del castillo de Marburgo, donde estuvieron prácticamente un año entero, sin que nadie quisiera hacerse cargo del asunto.

Finalmente el gobierno estadounidense decidió que había que hacer algo con ellos, y los encargados fueron nada menos que los Monuments Men, quienes le pusieron a la operación el nombre de Operación Bodysnatch.

La operación secreta consistió en enterrarlos en la cercana iglesia de Santa Isabel de Marburgo, previa consulta a los descendientes de ambas familias, lo cual se llevó a cabo el 19 de agosto de 1946.

Las tumbas de los Hindenburg en la Iglesia de Santa Isabel, en la actualidad / foto Allie_Caulfield en Flickr

Por temor a que los cuerpos pudieran ser robados las tumbas se cubrieron con gruesas placas de acero y grandes bloques de piedra con hormigón, de unas dos toneladas. Los Hindenburg siguen allí hoy en día, mientras que los monarcas reposan finalmente en Postdam. Así terminó una odisea que llevó a Hindenburg a ser enterrado hasta seis veces en solo doce años.


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