A mediados de los ochentas, quizá la mayoría de las personas en Occidente no conocían muchas palabras en ruso, pero la llegada de Mijaíl Gorbachov en 1985 a El Kremlin pronto impuso dos vocablos eslavos: perestroika y glásnost.
Perestroika (Перестро́йка, “reestructuración” en ruso) fue la gran reforma ícono de su paso por el gobierno de la entonces URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) para modificar las viejas estructuras de la economía comunista.
El propósito de la perestroika era cambiar la economía de planificación centralizada de la Unión Soviética -es decir, bajo el mando del Estado-, para dirigirla a una economía de mercado, más acorde con el mundo occidental y así, alentar a la economía del país que entraba en plena criis sin grandes salidas a la vista.
La idea inicial era que la apertura económica estuviera bajo el control del socialismo.
Lo que la perestroika buscaba, y consiguió, fue normalizar el mercado de consumo, el surgimiento de pequeños y medianos comerciantes y fabricantes sin tantas trabas burocráticas y mayor apertura a las importancias e inversiones occidentales.
¿Y glásnost?
La otra gran reforma de Gorbachov, unida a la perestroika por sus intenciones de renovación fue la conocida bajo la palabra “glásnost” (гласность, “apertura”, “transparencia”, en ruso) enfocada a desmantelar la censura e iniciar los primeros pasos para la democratización de la URSS.
Así, la apertura económica corrió en paralelo con la liberalización política, social y cultural con un cambio de visión que permitió la libertad de expresión, de culto y la libertad de muchos presos políticos. Se levantó la prohibición para viajar al extranjero, en concreto a países occidentales.
La gente podía publicar libros antes prohibidos, diarios, revistas y reunirse; la disidencia ya no se reprimió y se permitieron las elecciones y la legalización de los partidos políticos.
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