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El retrato kafkiano de la paranoia que se transformó en film de culto - El Litoral
El retrato kafkiano de la paranoia que se transformó en film de culto
“El inquilino” (1976) es la obra más perturbadora que generó el cineasta Roman Polanski, tras las también oscuras “El bebé de Rosemary” y “Barrio chino”. Narra el progresivo descenso a la locura de un hombre que alquila en París un apartamento signado por la tragedia. Se proyectará en el Cine América.
El propio Roman Polanski interpreta al protagonista de “El inquilino”, que se sumerge en las sombras de su propia mente en una París que se torna siniestra bajo su punto de vista. Foto: Marianne Productions
A su manera, el cineasta polaco Roman Polanski se valió de los códigos de distintos géneros a lo largo de su carrera. Inclusive, en un gesto inesperado para un director tan preocupado por el ángulo más sombrío del ser humano (algo comprensible si se analiza su infortunada vida), se introdujo en la aventura en “Piratas” (1986). De modo que su rasgo autoral hay que buscarlo en el carácter trágico, siniestro y hasta nihilista de sus criaturas. Aún en sus trabajos más esperanzadores (como “El pianista”, de 2002) es mucho más el tiempo que dedica a describir el sufrimiento que a mencionar que, pese a todo, existe una salida.
A diferencia de otras categorías del cine de terror, en este caso el peligro no proviene del exterior.
Tanto Jack Gittes (Jack Nicholson) en “Barrio chino”, como Rosemary Woodhouse (Mia Farrow) en “El bebé de Rosemary” y Richard Walker (Harrison Ford) en “Búsqueda frenética”, por referenciar solamente tres, tienen que afrontar circunstancias dramáticas en entornos que, por diferentes motivos, se les tornan inescrutables y extraños. Esto mismo le pasa a Trelkovsky (Roman Polanski). Si en la letra de una famosa canción argentina “lo cotidiano se vuelve mágico”, en el universo de Polanski, lo cotidiano se vuelve angustiante.
“El inquilino”, que Polanski rodó en 1976, es donde su marca de autor se percibe con más fuerza. Integrado por la crítica dentro de la “la trilogía de apartamentos” junto a “Repulsión” y “El bebé de Rosemary” este film se proyectará en el Cine América de Santa Fe el martes a las 21.30, en el marco del tour de clásicos que esa sala santafesina ofrece cada semana. Por el modo en que está trabajado en lo formal y por la temática que aborda, “El inquilino” podría colocarse dentro de la categoría de suspenso o terror, en su vertiente psicológica. Describe como el nuevo habitante de un pequeño apartamento parisino donde una mujer ha tratado de suicidarse, se va sumiendo de a poco en una pesadilla en la cual deja de distinguir con claridad la realidad y la ficción.
Describe como el nuevo habitante de un pequeño apartamento se va sumiendo de a poco en una pesadilla.
Peligro interior
A diferencia de otras categorías del cine de terror, en este caso el peligro no proviene del exterior, bajo la forma de un fantasma, un vampiro o un asesino serial. Está, en cambio, en los vericuetos internos del protagonista, encarnado por el propio Polanski. En este sentido, al igual que en “Repulsión” el espectador lo acompaña en su descenso a los infiernos en la medida que asume su punto de vista. En tanto se vuelve más paranoico y se profundiza su miedo y desconfianza hacia sus vecinos, el propio clima de la película se distorsiona. El departamento es una metáfora de su propia mente, recurso que años más tarde utilizarían los hermanos Coen para “Barton Fink”, donde la habitación de un hotel se convierte en la corporización del bloqueo creativo que sufre el protagonista, un escritor que es reclutado, en el Hollywood de los ‘40 para intentar trasladar su talento de un formato a otro.
“El inquilino”, que Polanski rodó en 1976, es donde su marca de autor se percibe con más fuerza.
En “Barrio chino”, Polanski posaba la mirada sobre el lado más oscuro de la aparentemente opulenta vida de Los Ángeles, para descubrir los conos de sombras detrás las soleadas mansiones de los ricos. En “El bebé de Rosemary”, ponía hincapié en que un ritual diabólico, lejos de situarse en un entorno gótico, bien podía tener como escenario un anodino edificio neoyorquino, en tanto unos vecinos amables podían esconder tras su fachada de normalidad una propensión hacia el satanismo. Y en “El inquilino” muestra una París que roza lo onírico y se aleja de la mirada edulcorada que plantean otras películas. Esa ciudad que recorre el inquilino del título es un escenario donde conviven lo terrorífico, lo inesperado, lo perturbador, pero donde también queda espacio para un despiadado sentido del humor.