En las últimas décadas, hemos visto a más de un maestro de la posmodernidad dar el salto desde las mansas aguas del ejercicio cinéfilo a las arremolinadas corrientes del cine de raigambre histórica y política. Paul Thomas Anderson se lanzó a la piscina en el año 2007 cuando, en la magistral ‘Pozos de ambición (There Will Be Blood)’, inmortalizó la avaricia sangrante del espíritu yanqui, mientras que, dos años después, Quentin Tarantino saltó al ruedo del cine histórico con ‘Malditos bastardos’, donde el amor por el cine de serie B se hermanaba con una mirada vengativa a las fechorías del nazismo. Algo de ese salto mortal encontramos en la magnífica ‘Última noche en el Soho’, donde ese chef de la alta cocina cinéfila llamado Edgar Wright compone una inspirada relectura, en clave crítica y feminista, de una pasado supuestamente glorioso, el del Londres de la década de 1960, que oculta una trágica Historia de cosificación femenina.

Wright pone pie y medio en la arena política, pero en ningún momento renuncia a su talento para la hibridación posmoderna de referentes de diferentes eras. De hecho, ese gusto por el pastiche fílmico, esa tendencia a traer al presente imágenes del ayer, se convierte justamente en la pulsión central de la trama de ‘Última noche en el Soho’, en la que Eloise, una joven aprendiz de modista obsesionada con el Swinging London (una versátil Thomasin McKenzie, que juega a placer con su ingenuidad aniñada), se ve transportada al Londres de los 60 para luego descubrir que su sueño amaga en realidad una pesadilla. En un principio, el ingreso a ese paraíso pretérito tiene algo de viaje mágico, como si Eloise fuese una reencarnación de la Mia Farrow de ‘La rosa púrpura del Cairo’ o del Owen Wilson de ‘Midnight in Paris’, ambas de Woody Allen, aunque la colorista y centelleante recreación del antiguo Soho londinense remite más claramente a la evocación del Hollywood de finales de los 60 que compuso Tarantino en ‘Érase una vez en Hollywood’. Quizá no es casualidad que el imaginario del director de ‘Kill Bill’ palpite con fuerza en una magistral escena de baile que recuerda al mítico dueto descalzo de John Travolta y Uma Thurman en ‘Pulp Fiction’, aunque aquí Wright apuesta por el más difícil todavía y va intercambiando, en el rol de la mujer, a dos personajes, el de Eloise y el de Sandy, una joven que aspira a conquistar el estrellato en los clubes nocturnos del Soho de los 60.

El personaje de Sandy, una Anya Taylor-Joy entregada al más puro divismo, se nos presenta como la doble imaginaria de Eloise: un reflejo idealizado que surge del interior de un espejo y que, en un principio, permite al apocado personaje de McKenzie cumplir su sueño de conquistar un pasado legendario a través de este avatar prodigioso. El desdoblamiento entre Eloise y Sandy parece conducir la película hacia el festival de nostalgia; sin embargo, en cuanto un aura siniestra empieza a manifestarse en el relato, el vínculo entre la morena Eloise y la rubia Sandy abre en canal la cara pesadillesca y descaradamente lynchiana del film. Entregada a un onirismo pop, ‘Última noche en el Soho’ podría verse como una relectura de ‘Mulholland Drive’ que sustituye la disección de la siniestra trastienda de Hollywood por la de las catacumbas del Londres de ayer y hoy. Un submundo marcado por el violento intercambio comercial del cuerpo femenino que Wright va destapando mientras, en la película, la frontera entre sueño y vigilia, entre pasado y presente, se desmorona terroríficamente (en el presente, Wright no deja pasar la oportunidad de mostrar las pegatinas que aún convierten las cabinas telefónicas de Londres en un velado escaparate para la prostitución). Además, Wright apuesta por enriquecer la reflexión en curso sobre la trágica persistencia de la violencia sexual proponiendo un juego de ambivalencias acerca de la condición de víctimas o verdugos no solo de los personajes femeninos sino también de los masculinos.

Más allá del abordaje a una realidad social candente, Wright vuelve a demostrar en ‘Última noche en el Soho’ su apego por las diferentes escuelas del cine de terror, desde al abigarramiento estético del giallo italiano al referente totémico de ‘El fotógrafo del pánico’ de Michael Powel, llegando hasta las relecturas pop del horror clásico que podemos encontrar en la saga de ‘Pesadilla en Elm Street’ o en la obra de Sam Raimi. Aunque a este crítico le parece espacialmente interesante invocar aquí el recuerdo del maestro Alfred Hitchcock, que en el inicio y final de su carrera ofreció algunas de las más siniestras radiografías de la ciudad de Londres. Tocado por un ángel de la cinefilia, el director de ‘Zombies Party (Una noche... de muerte)’ integra en las imágenes llenas de espejismos de ‘Última noche en el Soho’ el recuerdo de dos de las más grandes obras de Hitchcock, las seminales ‘Vértigo (De entre los muertos)’ –con su feminidad dual, sus fantasmas y su pulsión tanática– y ‘Psicosis’, con su fértil iconografía de acuchillamientos, escaleras al infierno y sibilinos psicópatas. Así es como el autor de ‘Scott Pilgrim contra el mundo’ lleva su interés por el entrecruzamiento de referentes fílmicos hacia un nuevo tipo de imbricación, la del cine de genero y el político, en la que Wright entra por la puerta grande, pidiendo un lugar cerca de maestros como George A. Romero o Joe Dante.

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Manu Yáñez

Manu Yáñez es periodista y crítico de cine y está especializado en cine de autor, en su acepción más amplia. De chaval, tenía las paredes de su habitación engalanadas con pósteres de ‘Star Wars: Una nueva esperanza’ de George Lucas y ‘Regreso a Howards End’ de James Ivory, mientras que hoy decora su apartamento con afiches de los festivales de Cannes y Venecia, a los que acude desde 2003. De hecho, su pasión por la crónica de festivales le cambió la vida cuando, en 2005, recibió el encargo de cubrir la Mostra italiana para la revista Fotogramas. Desde entonces, ha podido entrevistar, siempre para “La primera revista de cine”, a mitos como Clint Eastwood, Martin Scorsese, Angelina Jolie, Quentin Tarantino y Timotheé Chalamet, entre otros.

Manu es Ingeniero Industrial por la Universitat Politécnica de Catalunya, además de Máster en Estudios de Cine y doctorando en Comunicación por la Universitat Pompeu Fabra. Además de sus críticas, crónicas y entrevistas para Fotogramas, publica en El Cultural, el Diari Ara, Otros Cines Europa (escribiendo y conduciendo el podcast de la web), la revista neoyorkina Film Comment y la colombiana Kinetoscopio, entre otros medios. En 2012, publicó la antología crítica ‘La mirada americana: 50 años de Film Comment’ y ha participado en monografías sobre Claire Denis, Paul Schrader o R.W. Fassbinder, entre otros. Además de escribir, comparte su pasión cinéfila con los alumnos y alumnas de las asignaturas de Análisis Fílmico de la ESCAC, la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Es miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y la Escritura Cinematográfica) y de FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), y ha sido jurado en los festivales de Mar del Plata, Linz, Gijón, Sitges y el DocsBarcelona, entre otros. 

En el ámbito de la crítica, sus dioses son Manny Farber, Jonathan Rosenbaum y Kent Jones. Sus directores favoritos, de entre los vivos, son Richard Linklater, Terence Davies y Apichatpong Weerasethakul, y su pudiera revivir a otros tres serían Yasujirō Ozu, John Cassavetes y Pier Paolo Pasolini. Es un culé empedernido, está enamorado de Laura desde los seis años, y es el padre de Gala y Pau.