Émile Meyerson

Nació el 12 de febrero de 1859 en Lublin, murió el 2 de diciembre de 1933 en París. De origen polaco, se estable­ció en Francia, que pasó a ser su segunda patria. En el laboratorio de Schutzenberger del Colegio de Francia continuó los estudios de química que había comenzado en el laboratorio de Bunsen de Heidelberg. Se dedicó, además, a la historia de la química, y a través de ésta se vio impulsado a la filosofía de la ciencia. Su vida transcurrió sosegada en medio de sus estudios, sin acontecimientos de notable importancia. Mu­rió después de una larga e inexorable enfermedad. Louis de Broglie, en un artículo conmemorativo, expresó el siguiente juicio sobre él: «E. Meyerson fue un gran filósofo y un gran erudito; pero fue también un hombre afable y benévolo, cuya acogida encantaba desde el primer momento».

Las obras prin­cipales de Meyerson son: Identidad y realidad (1908, v.); De l’explication dans les sciences (1921); La déduction relativiste (1925), Del caminar del pensamiento (1931, v.), Réel et détermination dans la physique quantique (1933), que inicia la serie de los impor­tantes fascículos dedicados a la filosofía de la ciencia, publicados en las Actualités scientifiques por iniciativa de Louis de Broglie, el cual, por deseo del autor, escribió el pró­logo de la obra de Meyerson; Essais (1936, con una advertencia de Lucien Lévy-Bruhl). Según Meyerson, la ciencia no tiende sólo al cono­cimiento de las leyes de la naturaleza, sino también a la comprensión y a la racionali­zación de la realidad exterior. Pero la com­prensión racional de la realidad exige la eliminación de toda diversidad para poner en evidencia lo que haya de idéntico en los más variados fenómenos. La explicación racional de los hechos consiste, pues, en una reducción de lo diverso a lo idéntico. Este proceso de identificación es incesante, siempre está en actividad.

Especiales mo­mentos de este fenómeno son el principio de inercia y el de la conservación de la energía, principios que en último análisis vienen a afirmar cómo, al variar los fenómenos, hay siempre algo que se mantiene idéntico e invariable. El resultado último de este pro­ceso de identificación, que se desarrolla en la historia de la ciencia, es la teoría general de la relatividad de Einstein, de la cual afir­ma que existe una cierta entidad, un cierto «quid» que permanece constante y del que la materia, la energía y el movimiento son aspectos particulares: este algo no puede expresarse mediante el lenguaje ordinario, sino mediante una compleja fórmula fisico­matemática de ecuaciones tensoriales.

F. Albérgamo