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María Antonieta fue reina consorte de Francia entre 1774 y 1793, y pasó a la historia como símbolo de la decadencia de la monarquía francesa y culpable, en gran parte, de su caída.

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La decapitación de María Antonieta, la "enemiga" de Francia

Así fue ejecutada la reina más icónica de la historia de Francia; una figura admirada, odiada, controvertida y fascinante.

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María Antonieta fue reina consorte de Francia entre 1774 y 1793, y pasó a la historia como símbolo de la decadencia de la monarquía francesa y culpable, en gran parte, de su caída.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

María Antonieta fue, en muchos sentidos, víctima de las circunstancias que la rodearon. Siendo apenas una niña, fue utilizada como una pieza más en el tablero de alianzas políticas de Europa. Una vez asentada en Francia, nunca se quitó de encima la etiqueta de extranjera, y su estilo de vida extravagante alimentó al enemigo que acabaría destruyéndola. En el mito de María Antonieta, realidad y ficción se entremezclan para dibujar una imagen de frivolidad y decadencia que pervive a día de hoy. Pero su historia también es la de una mujer hostigada por la propaganda -que difundió incontables rumores falsos sobre ella-, y la de una madre que siguió su instinto e intentó salvar a su familia de un destino trágico.

En la noche del 20 al 21 de junio de 1791, María Antonieta se preparaba para escapar de París con su marido, el rey Luís XVI, y sus hijos, María Teresa y Luís Carlos. Hacía dos años de la toma de la Bastilla, el acontecimiento que marcó el inicio de la Revolución francesa. Inspirados por las ideas de la Ilustración y por la Revolución americana, los representantes del llamado Tercer Estado -el pueblo llano- habían conseguido formar la Asamblea Nacional Constituyente y tomar medidas para cambiar Francia de arriba a abajo.

La Asamblea había aprobado la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, había suprimido el feudalismo, se había apropiado de los bienes de la Iglesia, y había redactado una constitución. La idea era crear un régimen monárquico en el que el rey y la Asamblea compartiesen los poderes legislativo y judicial. Pero había un problema: el propio rey.

Luís XVI era un monarca débil e inseguro, prisionero de sus consejeros, e incapaz de tomar decisiones. Los cambios que se estaba viendo obligado a aceptar no le gustaban, entre otras cosas, porque atentaban contra su fe: según la constitución, su poder no emanaba de su derecho divino a reinar, sino del pueblo y la ley. Luís XVI y María Antonieta creían que el rey recibía su título “por la gracia de Dios”, y deseaban preservar el trono de Francia para sus hijos.

A estas alturas, el movimiento revolucionario parecía imparable, y la posición de la monarquía corría peligro. Entonces, al verse acorralada en su propio reino, María Antonieta convenció a su marido para huir de París con su familia y buscar ayuda extranjera para enfrentarse a las fuerzas revolucionarias. No era la primera vez que trazaban un plan de huida, pero esta sí sería la primera vez que conseguían ponerlo en práctica. La situación era crítica, y la decisión, inaplazable: era ahora o nunca.

¿Quién fue María Antonieta?

María Antonieta fue reina consorte de Francia entre 1774 y 1793, y pasó a la historia como símbolo de la decadencia de la monarquía francesa y culpable, en gran parte, de su caída. Pero lo cierto es que ni siquiera era francesa. María Antonia de Habsburgo-Lorena nació en Viena, y era la decimoquinta hija de Francisco I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y de su esposa María Teresa. La princesa se crió en la corte imperial austríaca. Desde niña demostró talento para la música y la danza, pero no era buena estudiante.

Se dice que uno de sus tutores se alarmó de lo mal que escribía a los trece años, y la describió como una niña perezosa y frívola; pero también alabó su buen carácter y corazón, y aseguró que era más inteligente de lo que la gente pensaba.

A los catorce años, María Antonia se casó con el hijo del rey de Francia, el delfín Luís, que tenía un año más que ella. O, mejor dicho, la casaron. En un período de gran inestabilidad entre monarquías europeas, este matrimonio había sido planeado para reconciliar Austria y Francia, y fortalecer la nueva alianza entre las casas reales de los dos países: los Habsburgo y los Borbones.

En una época en la era habitual que los herederos de los tronos se casasen sin conocerse antes, María Antonia y Luís no solo no se conocían antes de la boda: se casaron por poderes, es decir, a distancia, y se conocieron un mes más tarde. Entonces, el 16 de mayo de 1770, se celebró una segunda boda en París con cinco mil invitados.

Las celebraciones se alargaron quince días más, hasta el 30 de mayo. Ese día, los fuegos artificiales lanzados en honor de los recién casados causaron un incendio que se saldó con ciento treinta y dos muertos; un mal presagio, quizá, de lo que estaba por venir.

La reacción de los franceses a la llegada de su futura reina fue agridulce: por un lado, María Antonia era una chica indudablemente bonita y carismática; de hecho, en su primera aparición pública, causó sensación. Pero, por otro lado, María Antonia era austríaca, y Austria había sido enemiga de Francia durante trescientos años.

Esta conexión hizo que parte de sus súbditos franceses nunca confiasen del todo en ella. Así, la sombra de la duda acompañó por el resto de su vida a María Antonia, que tras casarse adoptó la forma francesa de su nombre, y la que pasaría a la historia: Marie-Antoinette, María Antonieta. Cuatro años después de la boda, el delfín Luís fue proclamado rey de Francia, y María Antonieta, reina consorte. Aún no había cumplido los veinte años.

Poco amante de la vida pública

En el momento en que puso un pie en Versalles, la vida privada de María Antonieta se convirtió un asunto de interés público. Acostumbrada a la corte austríaca, que era menos rígida que la francesa, le costó adaptarse al protocolo de Versalles. Las ceremonias, audiencias reales, recepciones públicas y demás eventos que llenaban la agenda de María Antonieta eran demasiado formales para su gusto. Por eso prefería pasar el tiempo en sus estancias privadas, donde tenía más intimidad para hacer lo que quisiera.

Eso no significa que fuese muy discreta. María Antonieta no tenía demasiado en común con su marido, así que formó su propio círculo de amistades y se entregó a la vida ociosa. Le encantaba la música -ella misma tocaba el arpa y el clavicémbalo, y cantaba-, así que organizaba bailes y conciertos para sus amistades. También le gustaba jugar al billar y a las cartas, y apostar grandísimas cantidades de dinero; tanto, que el propio rey terminó prohibiendo algunos de estos juegos por miedo a la capacidad de derroche de su esposa.

Otra de las aficiones caras de María Antonieta era la moda. En lugar de dejar que sus damas de honor se encargasen de su ropa y peinados, la reina interfería constantemente en su trabajo, e insistía en tratar con los modistos ella misma. Su amistad con la modista Rose Bertin hizo que algunos la apodasen la “ministra de Moda”. Pero no todo el dinero que María Antonieta gastó en sus intereses artísticos fue derrochado: su gusto refinado la llevó a hacer de mecenas de compositores y de artistas cuyas carreras despegaron gracias a su apoyo. Una de ellas fue la pintora Élisabeth Vigée Le Brun, que pintó cerca de treinta retratos de la reina.

Las noticias sobre el estilo de vida excesivo de María Antonieta no tardaron en llegar a todos los rincones del reino. En una época de profundacrisis económica, el pueblo veía ofensivo el despilfarro de la reina. Al mismo tiempo, y ante el desinterés de su marido por gobernar, ella intentó involucrarse en los asuntos de estado, cosa que le hizo ganarse enemigos.

Su intervención en la política

Madame Adélaide, la tía de Luís XVI, no toleraba que María Antonieta se metiera donde no la llamaban, y empezó a referirse a ella despectivamente como “la austríaca”, que en francés se pronuncia l’Autrichienne, y que suena como l’autre chienne, “la otra perra”. María Antonieta arrastraría este apodo hasta su muerte. Los rumores sobre su comportamiento derrochador se intensificaron y exageraron, y poco a poco la reina se convirtió en el blanco de las burlas de multitud de panfletos y publicaciones.

Por si fuera poco, Luís XVI era incapaz de consumar el matrimonio, y María Antonieta tardó siete años en quedarse embarazada. Esto incitó a los rivales del rey -incluidos sus propios hermanos- a difundir rumores pornográficos sobre el presunto apetito sexual voraz de su esposa, y sus supuestas infidelidades. Poco a poco, culpar a María Antonieta de todos los males de Francia se convirtió en el pan de cada día. Esta campaña de difamación culminó con “el asunto del collar”, una estafa en la que María Antonieta se vio implicada injustamente y que contribuyó a hundir su imagen todavía más.

Es cierto que María Antonieta llevaba una vida de lujo y excesos, completamente ajena a las penurias que sufrían sus propios súbditos. Pero los historiadores coinciden en que sus extravagancias cortesanas no fueron el motivo de los problemas económicos de Francia.

acusada de ser culpable de los problemas de Francia

Las causas de la bancarrota del estado francés eran, sobre todo, las guerras coloniales del siglo XVIII -especialmente la Revolución americana-, y el sistema de tasación. Los colectivos que concentraban la mayor parte de las propiedades en Francia eran la Iglesia católica (o “Primer Estado”) y la nobleza (el “Segundo Estado”). En general, estos propietarios no tenían que pagar tributos sobre su riqueza. Por el contrario, el pueblo llano (el “Tercer Estado”, formado por campesinos y burgueses) vivía asfixiado por los impuestos y los abusos del feudalismo. Esta situación de desigualdad causó un malestar creciente, y el resentimiento de la gente común hacia la aristocracia se disparó. En este contexto, la figura de una María Antonieta exagerada hasta el ridículo sirvió como blanco de un odio que, en realidad, era fruto de un sistema social injusto.

Para apaciguar la situación, Luís XVI y sus consejeros intentaron imponer un sistema de impuestos más equitativo, pero los nobles se resistieron. En 1789, representantes de los tres estados se reunieron en Versalles para trazar un plan de reforma del estado francés. Pero el clero y la nobleza se resistían a hacer concesiones. Fue entonces cuando los delegados del Tercer Estado formaron la Asamblea Nacional y pusieron el gobierno del país en manos de los ciudadanos por primera vez.

Aunque María Antonieta no era partidaria de estas reformas, sí aceptó algunos cambios; pero la prensa popular la culpaba de obstaculizar las negociaciones, y empezó a llamarla Madame Veto. María Antonieta no era la única aristócrata que defendía mantener los privilegios de los nobles, pero poco importaba: para los franceses de a pie, la reina personificaba todo aquello con lo que querían acabar.

A medida que las tensiones crecían y las condiciones de vida empeoraban para el pueblo, los rumores y las conspiraciones se extendían cada vez más. El apodo que la tía del rey había puesto a María Antonieta, “la perra austríaca”, era uno de los preferidos de la prensa, que presentaba a la reina como una enemiga interna cuyo único objetivo era debilitar a la nación francesa. Fue esa misma prensa la que creó la leyenda según la cual María Antonieta, al saber que la gente no tenía pan para comer, contestó:

“¡Que coman pasteles!”.

No hay pruebas de que María Antonieta pronunciase estas palabras. Lo que sí tiene de cierto esta frase es que reflejaba lo alejada que estaba la reina de la realidad cotidiana del pueblo llano. En octubre de 1789, una multitud que protestaba por la subida del precio del pan marchó hasta Versalles, capturó a la familia real, y la puso bajo arresto domiciliario en el Palacio de las Tullerías, en París. El rey Luís XVI y su familia eran ahora rehenes del movimiento revolucionario.

Las cosas no pintaban bien para la familia real. Al estallar la revolución, muchos aristócratas huyeron de Francia, y los reyes se fueron quedando solos ante el peligro. Fue en este momento crítico cuando María Antonieta demostró que bajo su aspecto superficial había una mente despierta.

Al ver que su marido era incapaz de trazar un plan de salida, María Antonieta empezó a involucrarse cada vez más en las intrigas secretas para liberar a su familia de las autoridades revolucionarias. La reina contactó al conde de Mirabeau, un miembro importante de la Asamblea Nacional, para intentar restaurar la autoridad del rey; pero Mirabeau murió, y el plan quedó en suspenso. Después, María Antonieta pidió ayuda a amigos que habían huido de Francia. Varios de ellos le tendieron la mano, y fue entonces cuando idearon el plan dehuida que llevarían a cabo aquella noche de junio de 1791.

La clave para el éxito del plan era que nadie reconociese a María Antonieta y a Luís XVI. Así que, para pasar desapercibidos, elaboraron una pantomima: la institutriz de los hijos de los reyes se hizo pasar por una baronesa rusa, y María Antonieta, Luís y sus hijos fingieron ser sus sirvientes.

Su destino era Montmédy, cerca de la frontera francesa con el territorio de los Habsburgo. Se dice que allí les esperaba el hermano de la reina, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, preparado para invadir Francia con sus tropas, derrocar al movimiento revolucionario y restaurar la monarquía. Inicialmente, el plan funcionó, y María Antonieta y su familia consiguieron salir de París.

Pero la alegría no duró mucho

Al día siguiente de la escapada, alguien reconoció al rey en el séquito de la falsa baronesa rusa, y dio la señal de alarma. Poco después, fuerzas revolucionarias detuvieron la comitiva en Varennes, identificaron a la familia real, y la enviaron de vuelta a París. Era elprincipio del fin para los reyes de Francia.

El intento de huida de María Antonieta y Luís XVI, y su captura posterior, marcaron un antes y un después en su relación con los líderes revolucionarios. Los reyes habían demostrado que no eran de fiar, que no creían en la nueva constitución, y que eran, en definitiva, unos traidores. Aun así, los perdonaron. De nuevo en París, y ante la inacción del rey, María Antonieta intentó salvar la posición de la corona negociando en secreto con algunos líderes monárquicos de la Asamblea Constituyente.

También contactó con aliados austríacos, cosa que enfureció a sus súbditos franceses. En 1792, el gobierno revolucionario declaró la guerra a Austria, en parte para poner a prueba la lealtad de los reyes. Pero el ejército francés estaba debilitado; la guerra no fue bien, y muchos culparon de ello a María Antonieta. Este fracaso militar manchado por la sombra de la duda fue la gota que colmó el vaso. El 10 agosto, una multitud enfurecida asaltó el Palacio de las Tullerías, y, finalmente, la monarquía francesa fue derrocada.

La caída de los reyes desató el terror entre los colectivos que los habían apoyado. Los revolucionarios empezaron a masacrar a los prisioneros monárquicos capturados, que se contaron por miles. María Antonieta fue encarcelada junto a una de sus mejores amigas, la princesa de Lamballe. Lamballe fue interrogada, y se le pidió que prestase juramento contra la monarquía. Pero ella, fiel a su reina, se negó. Entonces, fue entregada a una turba violenta que, en plena calle, la desmembró. Después, le cortaron la cabeza y la clavaron en una lanza, que exhibieron junto a la cárcel donde estaba recluida María Antonieta.

Se dice que no llegó a ver aquella imagen tan terrorífica, pero que se desmayó cuando le contaron lo ocurrido. En enero de 1793, Luís XVI fue juzgado, declarado culpable de haber cometido traición, condenado a muerte, y guillotinado en la Plaza de la Revolución de París, ahora llamada Plaza de la Concordia. El juicio de María Antonieta se programó para octubre de ese año. Según algunos historiadores, la sentencia estaba decidida de antemano.

El final de la reina

Débil, enferma y prematuramente envejecida, María Antonieta, de treinta y siete años, asistió a su juicio tan estoicamente como pudo. El tribunal revolucionario la declaró culpable de varios cargos, entre ellos alta traición, vaciado de las arcas del estado, promiscuidad sexual, e incesto con su hijo Luís Carlos, que fue obligado a testificar falsamente contra su madre. Según los testigos, esta acusación fue la más dolorosa para ella. Tras una farsa judicial que duró dos días, los hombres que formaban el tribunal condenaron a su antigua reina a muerte.

El 16 de octubre de 1793, María Antonieta fue trasladada a la misma plaza donde su marido había sido ejecutado nueve meses antes. La llevaron en un carro abierto, a la vista de la multitud que esperaba para verla morir, y que la insultaba a su paso. Según las crónicas, un sacerdote la acompañó en el carro para oír su última confesión; pero el hombre había jurado lealtad a la república, así que ella lo consideró un enemigo y lo ignoró por completo. Hacia las doce y cuarto del mediodía, María Antonieta subió al cadalso, vestida de blanco, como correspondía a las reinas viudas de Francia. Según las crónicas, estas fueron sus últimas palabras:

“Perdóneme, señor. No ha sido aposta”.

Se lo dijo al verdugo, al que acababa de pisar sin querer. Momentos después, María Antonieta, la mujer más odiada de la Francia revolucionaria, era decapitada ante una muchedumbre eufórica.

La campaña de desprestigio contra María Antonieta no terminó con su muerte. Tras su ejecución, surgieron multitud de canciones que hablaban de sus supuestos crímenes, su orgullo desmedido y su ambición enfermiza. Las letras eran despiadadas, y la definían como una “criatura maldita”, una mujer diabólica, maquinadora y sexualmente perversa que quería “nadar en la sangre de los franceses”. Pero lo cierto es que ninguna de las maldades de las que era acusada se pudo demostrar nunca.

María Antonieta recibió ataques venenosos durante toda su vida, y fue víctima de la misoginia que todas las mujeres poderosas de la historia han sufrido. Su imagen fue deformada hasta la caricatura y utilizada por sus enemigos para justificar sus acciones. Y es que, para el movimiento revolucionario, María Antonieta era, sobre todo, un símbolo.

Ella y los suyos representaban todo lo que odiaban de la aristocracia, eran profundamente egocéntricos, y estaban totalmente desconectados de la realidad que los rodeaba. Si María Antonieta era o no era tal y como la propaganda la pintaba, no importaba demasiado: el personaje creado en parte por ella misma y en parte por sus enemigos acabó siendo mucho más influyente que la María Antonieta real, y marcó su destino.