No mires arriba (2021), de Adam McKay

Dos astrónomos de la Universidad de Michigan –Randall Mindy y la doctoranda Kate Dibiasky– descubren que un enorme cometa de 10 kilómetros de longitud va a impactar sobre la Tierra al cabo de seis meses. Aunque sus cálculos son exactos y los efectos supondrán la destrucción de nuestro planeta, ambos comprueban con estupor que su noticia es recibida con pasotismo y frivolidad por la presidenta de los Estados Unidos Janie Orlean, una reacción que no será distinta por parte de los medios de comunicación.

No mires arriba es una desmadrada sátira sobre la sociedad actual, un mundo donde las personas hacen oídos sordos a los grandes problemas de la humanidad y prefieren centrar su atención a las tonterías banales, al rédito inmediato y a la percepción todopoderosa de la opinión pública, en una especie de ejercicio vacuo de escapismo que elude conceptos relacionados con la verdad, la muerte o cualquier cosa importante. Aquí la situación catastrófica que se avecina es la excusa de Adam McKay para verter su crítica sobre la sociedad que hemos creado, en donde un “like” parece ser el colmo de la felicidad.

No es la primera vez que Adam Mckay ofrece su visión vitriólica sobre la sociedad, un enfoque que él procura embadurnar con mucho humor aunque no por eso pierda su carácter crítico y políticamente incorrecto. Enorme repercusión obtuvo con su mirada al mercado hipotecario (La gran apuesta) o a los tejemanejes de la corrupción política (El vicio del poder) y ahora centra su objetivo en la cuestión catastrofista y en la dificultad en hacer entrar en razón al mundo de los desastres que se vienen encima. Puede que haya aquí una referencia velada a la crisis del Covid o a las advertencias ecológicas y climáticas que de cuando en cuando alarman a la opinión publica. En cualquier caso McKay pone a caer de un burro la parafernalia que impera en el gobierno de los Estados Unidos y en los medios de comunicación, expertos en anestesiar a la sociedad con absolutas memeces y frivolidades para que las personas no centren su mirada en lo que verdaderamente importa.

Las casi dos horas y media de metraje se antojan bastante excesivas, puesto que la mayor parte de la historia elaborada por el propio McKay es una reiteración de los ímprobos e ineficaces esfuerzos que emplean los dos protagonistas para intentar que el gobierno de Estados Unidos y los medios de comunicación se impliquen e intenten evitar la inminente destrucción del planeta. Y aquí es donde el humor disparatado, surrealista, muchas veces deliciosamente absurdo, campea continuamente a sus anchas y ofrece aquí y allá destellos de genialidad, algunos de ellos capaces de arrancar sonoras carcajadas. Si la cosa se sostiene es por ese toque humorístico que nunca se deja de lado. Habría que destacar esa recepción en la Casa Blanca, la cuestión del cobro de alimentos por parte del alto militar, la risitas de los presentadores de televisión, el tema de los ansiolíticos, la risa profidén del gurú de la tecnología, la canción del concierto… y un largo, largo etcétera.

Aunque la película no acabe de funcionar del todo –reiterativa, desconcertante en su tono cómico-serio, demasiado metraje–, el conjunto es desde luego estimable y no hay duda de que No mires arriba es una de las producciones del año. Por supuesto, cuenta con una producción de calidad y hay que destacar el reparto eminente, lleno de estrellas. Leonardo DiCaprio está tan bien como siempre, aunque hay que decir que quizá la comedia no es su medio natural y algo parecido podría afirmarse de Jennifer Lawrence (por lo demás, su obsesión con el tacaño militar es despiporrante). Meryl Streep es una todoterreno y aquí lo vuelve a demostrar (qué mala leche tiene lo del final) y están magníficos el gurú Mark Rylance (qué repelente personaje) y la australiana Cate Blanchett. Y aviso para navegantes: al termino de la historia quedan dos escenas pos créditos que no conviene perderse, aunque la primera de ellas no sea precisamente un dechado de pudor.