ALEMANIA: LA REPÚBLICA DE WEIMAR
Cuando en septiembre de 1918 el Alto Mando del Ejército alemán, comprendió que una
victoria militar era imposible, decidió que para solicitar un armisticio lo más conveniente era
la formación de un gobierno al que un amplio respaldo parlamentario diera representatividad.
El 28 de septiembre se formó tal gobierno, presidido por un aristócrata liberal, el
príncipe Max de Baden, con participación de todos los principales partidos, incluido el
socialdemócrata.
Este gobierno tomó la iniciativa de reformar en un sentido democrático la Constitución,
aumentando considerablemente las prerrogativas del Reichstag (parlamento). Bajo la presión
del Alto Mando, único en conocer verdaderamente la imposibilidad de continuar la guerra, el
príncipe de Baden solicitó el armisticio. Se puede decir pues que tanto el fin de la guerra
como la democratización de Alemania tuvieron su origen en decisiones del propio mando
militar.
La convicción repentinamente adquirida por los soldados y la población civil, al solicitarse el
armisticio, de que, en contra de toda la propaganda anterior, la guerra estaba perdida y de que
por tanto eran innecesarios ulteriores sacrificios, estuvo en la base de estallidos de protesta de
obreros y soldados, en los que el ejemplo de la revolución rusa jugó también un
importante papel. El 30 de octubre de 1918 comenzó una revuelta de los marinos de Kiel, y
pocos días después se creó en esta gran ciudad portuaria un Consejo de Obreros y Soldados,
que guardaban un estrecho parecido con los soviets rusos. En su mayor parte estaban
dirigidos por el Partido Socialdemócrata. Los independientes dominaban el Consejo de
Soldados, Obreros y Campesinos de Munich, que el 8 de noviembre proclamó la República
Democrática y Social de Baviera.
En tanto, el 6 de noviembre, el partido socialdemócrata presentaba al príncipe de Baden un
ultimátum, exigiendo nuevas medidas democratizadoras y la abdicación de Guillermo II. En
realidad la mayoría de los socialdemócratas era partidaria de una monarquía constitucional,
pero consideraban imprescindible la abdicación del desacreditado kaiser. Ante la negativa de
éste los ministros socialistas dimitieron y convocaron una huelga general y una
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manifestación masiva en Berlín. Cuando las tropas estacionadas er la capital se unieron a los
obreros, el príncipe de Baden no tuvo más remedio que entregar el poder al socialista Federico
Ebert.Sin embargo la proclamación de la República en Baviera y la agitación revolucionaria
en muchas partes de Alemania, les forzaron a la inmediata proclamación de la República
alemana.
Lo mismo que en Rusia, en Alemania se planteó el problema de la dualidad de poder:
gobierno y consejos obreros. Pero el hecho de que el partido socialdemócrata dominara tanto
en aquél como en éstos facilitó la solución del problema en un sentido muy distinto al ruso. El
Primer Congreso de los Consejos Obreros, reunido en diciembre en Berlín, y en el que había
300 delegados pertenecientes al partido socialista mayoritario frente a 100 del independiente,
acordó delegar su poder en el Gobierno provisional, hasta que fuera elegida una Asamblea
nacional. Las elecciones para esta asamblea se celebraron, por sufragio universal, en
enero de 1919.
Para los elementos más izquierdistas del socialismo alemán, los consejos obreros eran un
instrumento revolucionario mucho más valioso que un parlamento de corte liberal elegido por
sufragio universal, en el que difícilmente iba a haber una mayoría socialista. En enero de
1919 los miembros más radicales del partido socialista independiente, los llamados
espartaquistas (que tomaron esta denominación en recuerdo del jefe de la gran revuelta
de los esclavos romanos), dirigidos por Carlos Liebcknecht y Rosa Luxemburgo fundaron el
Partido Comunista Alemán. Para ellos el modelo a seguir era el ruso y desencadenaron
una vigorosa campaña de agitación basada en huelgas, motines, luchas callejeras e
insurrecciones.
Para hacer frente a la situación el ministro socialdemócrata de defensa, de acuerdo con el resto
del gobierno, decidió recurrir a la ayuda de oficiales del antiguo ejército; reunió a toda prisa a
unos miles de oficiales y soldados que tras tres días de lucha acabaron con las insurrecciónes. A
ello siguió una represión sangrienta e indiscriminada, durante la cual Liebcknecht y
Luxemburgo fueron asesinados.
Los militares monárquicos que colaboraron con el gobierno en la represión de estas
insurrecciones actuaban movidos por el deseo de mantener un núcleo de organización militar
para el futuro, no evidentemente por el de salvar la república democrática. Las implicaciones
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de esta colaboración no auguraban nada bueno para el futuro de la democracia alemana.
El gobierno consintió, por ejemplo, que los oficiales que asesinaron a Liebcknecht y
Luxemburgo fueran juzgados por un tribunal militar que les impuso penas leves. Pronto se les
ayudó a escapar. Si los orígenes de la Ill República francesa estuvieron marcados por la
sangrienta represión contra la Comuna de París, la República alemana nacía con la sangrienta
represión contra los espartaquistas.
Las elecciones para la Asamblea nacional dieron casi cuatro millones de votos a los partidos
de extrema derecha, casi seis millones al católico partido de centro, más de cinco millones y
medio a los demócratas burgueses, once millones y medio al partido socialdemócrata, y algo
más de dos millones a los socialistas independientes (que en 1922 se reunificarían con los
socialdemócratas). Los comunistas boicotearon las elecciones.
La Asamblea se reunió en la ciudad de Weimar, de donde procede el término República
de Weimar con que se conoce a la primera república alemana. Ebert fue nombrado
presidente de la República, y los socialdemócratas formaron un gobierno de coalición con
centristas y demócratas. Las principales realizaciones de la Asamblea nacional fueron la
firma, en junio de 1919, del tratado de Versalles, considerado injusto por todos los partidos
alemanes, y la elaboración de una Constitución. Esta, una de las más democráticas del
mundo, fue aprobada en julio. Preveía la posibilidad de que Austria se incorporara a la
República alemana, ya que una vez desaparecido ese estado multinacional que era el Imperio
austro-húngaro, no había razón para que los austríacos, que siempre se habían sentido
alemanes, no se unieran a la patria común. Sin embargo la oposición de los vencedores hizo
imposible esta unión, lo que contribuyó a aumentar la indignación general de los alemanes
contra el tratado de Versalles.
El hecho de que a los ojos de muchos alemanes la República quedara asociada a la aceptación
del odiado tratado, proporcionaría a sus enemigos un buen tema de propaganda. Pero el futuro
de la República era incierto sobre todo porque las bases del anterior régimen se mantenían
firmes. Se había establecido una democracia política, se había conseguido la jornada
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aboral de ocho horas, la Constitución reconocía los derechos de los trabajadores, incluido
el de negociar convenios colectivos con los patronos, pero el poder de los grandes
monopolios industriales y el de los grandes terratenientes prusianos permanecía
intacto. No se pensó en emprender una reforma agraria similar a las del este de Europa.
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El viejo ejército, aunque reducido a 100.000 hombres por las disposiciones del Tratado de
Versalles, seguía siendo un estado dentro del estado. La enseñanza y el poder judicial
seguían en manos de elementos antidemocráticos.
Pasado el peligro de una insurrección comunista, la nueva República hubo de hacer
frente a los ataques de la extrema derecha. En marzo de 1920 hubo un intento de golpe
de estado promovido por militares derechistas, que fue derrotado tanto por la indecisión
de sus líderes como por la huelga general llevada a cabo por los obreros berlineses. Lo más
grave fue que en esta ocasión la mayor parte del ejército se mantuvo neutral, negándose a
combatir contra sus compañeros de armas en defensa del gobierno legítimo.
Las sucesivas elecciones mostraron por otra parte un avance de los partidos nacionalistas
de derechas, y también del partido comunista, que se atrajo a los sectores obreros
descontentos con la moderación del partido socialdemócrata. La actitud comunista era
considerar a los socialdemócratas como su peor enemigo, y negarse a hacer diferencias entre
los partidos democráticos y la extrema derecha.
En 1924 el plan Dawes dio una solución aceptable al problema de las reparaciones. En
1925, por los tratados de Locarno, Alemania, Francia y Bélgica acordaron respetar sus
respectivas fronteras, mientras que Polonia y Checoslovaquia se comprometieron a que no
emprenderían la revisión de las suyas más que por negociaciones, no por la guerra. En 1926
Alemania era aceptada como miembro de la Sociedad de Naciones. En 1928 finalmente,
Alemania fue una de las 65 naciones que se adhirieron al pacto Briand-Kellog, que
afirmaba la renuncia a la guerra.
A la altura de 1929 tanto la democracia alemana como la paz internacional, dos cuestiones
íntimamente relacionadas, parecían firmes.
EL NAZISMO ALEMÁN
De los muchos imitadores que en distintos países tuvo Mussolini, ninguno dejó una huella
tan profunda en la historia como Adolfo Hitler . El que un hombre como él, caracterizado a
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la vez por la mediocridad intelectual y la perversidad moral, pudiera llegar a convertirse en el
idolatrado líder de la culta y desarrollada Alemania constituye, por otra parte, un enigma que
desafía la capacidad de comprensión histórica.
Sus inicios fueron bien poco prometedores. En 1923 el fracaso de un intento de golpe de
estado le condujo por una temporada a la cárcel y le convenció de que era preferible
intentar alcanzar el poder por medios legales. En las elecciones de 1924, su Partido
Nacional Socialista Obrero Alemán, más conocido por la abreviatura nazi, obtuvo un
modesto 6,5% del voto popular, reducido en las de 1928 al 2,6 %. Pero al año siguiente
comenzó la gran depresión que iba a dar a Hitler su gran oportunidad.
La próspera economía alemana de fines de los veinte presentaba una serie de puntos débiles.
El desempleo alcanzaba al 10 % de los trabajadores, la agricultura se veía afectada por el
descenso mundial de los precios, y, sobre todo, tanto el pago de reparaciones como la
expansión económica se basaban en un creciente endeudamiento exterior. Bastaría que
el flujo de capital extranjero que sostenía la economía desapareciera, para que ésta se viniera
abajo. Eso fue exactamente lo que ocurrió cuando la crisis de 1929 acabó con la exportación
de capital norteamericano. En 1932 la renta nacional alemana equivalía al 58 % de la de
1928, mientras que el 30 % de los trabajadores estaba en paro.
En las primeras elecciones celebradas tras el comienzo de la depresión, en septiembre de
1930, los nazis obtuvieron el 18 % de los votos populares, aumentando el número de sus
diputados de 12 a 107. Un considerable sector de la clase media, nacionalista y gravemente
afectada por la crisis, había prestado oídos a la propaganda nazi que culpaba de todos los
males a las potencias extranjeras que habían impuesto a Alemania el tratado de Versalles,
a los políticos alemanes que habían aceptado tal tratado y a la democracia que dividía y
debilitaba al país.
La negativa de los partidos conservadores, orientados cada vez más a la derecha a colaborar con
los socialistas, y el importante número de diputados nazis y comunistas, hacía imposible un
gobierno con mayoría parlamentaria. Por ello el partido católico del centro, recurrió a
gobernar mediante decretos de emergencia. Su política económica, severamente deflacionaria,
se basaba en la esperanza de que un marcado descenso en los precios alemanes estimularía las
exportaciones, y el auge de éstas permitiría la recuperación industrial. Tambien se logró un
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éxito, al convencer a Francia y Gran Bretaña de la imposibilidad de que Alemania continuara
efectuando pagos de reparaciones, que finalmente serían anulados en la conferencia
internacional de Lausana en julio de 1932.
Pero el coste económico y social de su política deflacionista fue muy elevado, ya que su plan
de recuperación a través del aumento de las exportaciones fracasó, al descender los precios
mundiales más rápidamente que los de las exportaciones alemanas. En los dos años el número
de desempleados se elevó de dos a seis millones
En las elecciones presidenciales de marzo de 1932 el ex-monárquico Hindenburg, apoyado
por todas las fuerzas democráticas, obtuvo en la segunda vuelta 19,3 millones de votos
frente a los 13,4 de Hitler. Después de varios gobiernos de von Papen en enero de 1933, de
manera absolutamente legal, Hitler fue encargado de formar gobierno por el presidente
Hindenburg.
Las cualidades que habían llevado a Hitler al poder eran, una irrefrenable voluntad, una
inquebrantable fe en sí mismo, una total carencia de sentido moral y un talento
extraordinario para la demagogia. Sus discursos, que nunca apelaban a la razón sino a los
sentimientos y en los que simplificaba al máximo las cuestiones, electrizaban a sus
seguidores.
⇒ El nazismo se inspiraba en el fascismo italiano, del que tomó incluso símbolos como
el saludo romano, o la designación de Caudillo (en italiano Duce, alemán Führer) para
su jefe. Su doctrina era como la de Mussolini, lo suficientemente vaga como para
poder atraer a sectores diversos por motivos contradictorios, pero tenía un carácter
más sistemático que la de aquél.
⇒ En la base de la doctrina nazi se encuentra un culto de la acción por la acción y un
desprecio del intelecto, que constituye una forma extrema de la rebelión contra la
razón característica de la primera mitad del siglo XX. Se ha señalado su carácter
paranoico: el nazismo se siente dominado por deseos insaciables, como resulta
patente en su lema, "Hoy Alemania, mañana el mundo".
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⇒ Un carácter aparentemente contradictorio del nazismo es que, a la vez que se
basaba en el masivo apoyo de millones de personas, en las que era capaz de desarrollar
un notable espíritu de sacrificio, nutría un abierto desdén hacia las masas, a las que
sólo consideraba dignas de ser guiadas por una élite dirigida por el supremo
führer. El control de las masas se realizaba a través de una propaganda
intoxicadora, elemento básico de la cual era la utilización de una serie de chivos
expiatorios a los que se culpaba de todos los males.
⇒ El chivo expiatorio por excelencia era el judío. El antisemitismo, que tiene hondas
raíces en la historia europea, remontándose como mínimo a la época de las Cruzadas,
era un elemento clave del nazismo. Aquellos que nunca habían comprendido gran cosa
de los problemas políticos y económicos, sintieron la íntima satisfacción de
comprenderlos al fin, ahora que Hitler les había dado la clave: todo era culpa de los
judíos. Estos a su vez eran lo suficientemente minoritarios, 600.000 en toda Alemania,
para poder ser atacados impunemente.
⇒ La actitud del nazismo frente al cristianismo era ambivalente. La doctrina oficial
expresaba su apoyo a un ""cristianismo positivo" y entre los más entusiastas
seguidores de Hitler había fervientes católicos y protestantes. Sin embargo, la moral
cristiana, era ajena totalmente al nazismo, que no tenía la menor comprensión
hacia valores como la humildad, la caridad o la misericordia.
⇒ El mito ario es elemento clave del nazismo. La doctrina proclamaba la existencia de
una raza "aria" superior esencialmente a todas las demás, y que en la práctica se
identificaba con todos aquellos alemanes que no tuvieran un abuelo judío. La lógica
interna de la doctrina sufrió por otra parte mucho cuando las necesidades políticas
obligaron a hacer un sitio entre las razas privilegiadas a los italianos mediterráneos y
a los amarillos japoneses.
⇒ El nacionalismo, era básico en la ideología nazi, pero ¿qué significado real tenía el
término ""socialista" incluido asimismo en la denominación del partido?
Respondía, en realidad, a un vago anticapitalismo que resultaba atractivo para los
pequeños industriales y comerciantes que sufrían por la competencia de los monopolios
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y los grandes almacenes, para los arruinados y los desempleados y todos aquellos cuyos
ingresos habían descendido a nivel de los del proletariado fabril. Incluso muchos
obreros, sobre todo aquellos a los que los sindicatos socialistas no habían podido salvar
del paro, se sintieron atraídos por este "genuino socialismo alemán". Los grandes
industriales, por su parte, sin preocuparse por tal "socialismo", subvencionaron
generosamente al partido, en el que veían un útil medio para librarse de socialistas y
comunistas.
⇒ ¿Por qué esta peculiar doctrina tuvo tan extraordinario éxito? La violenta depresión
económica y el desempleo masivo proporcionaron un ambiente adecuado, pero
dicha depresión fue también aguda en Gran Bretaña, lo que no evitó el completo
fracaso del fascismo inglés, y lo mismo se puede decir de Estados Unidos y otros
países desarrollados. Alemania, como Italia había logrado tardíamente su unidad
nacional, lo que implicaba un nacionalismo mucho más vivo, que por otra parte se
había sentido profundamente herido por la derrota de 1918. La democracia, sistema
de gobierno basado en la capacidad de diálogo y de compromiso y, por tanto, difícil de
mantener en situaciones de crisis, tenía, por otra parte, raíces poco profundas en
Alemania. Por último, el nazismo tomó suficientes elementos de los más grandes
pensadores alemanes, tales como Fichte, Hegel, Goethe y Nietzsche, para poder
entroncar con aspectos profundos de la cultura nacional, aunque en realidad
significaba una corrupción del pensamiento de todos ellos.
⇒ La concreción práctica de tal doctrina no podía ser sino la más completa dictadura
y Hitler, una vez en el poder, procedió a establecerla con toda rapidez. En febrero de
1933 los nazis prendieron secretamente fuego al edificio del Parlamento y,
acusando de ello a los comunistas, lo tomaron como pretexto para suspender las
garantías constitucionales. Al mes siguiente unas elecciones, en las que las milicias
nazis, las SA, cumplieron debidamente con su papel de intimidadores, dieron el 43,9 %
de los votos al partido nazi que, unidos al 8 % de sus aliados nacionalistas, le daban
mayoría parlamentaria. Pocos días después de las elecciones el Parlamento
institucionalizaba la dictadura, aprobando el traspaso de su poder legislativo al
gobierno, y dando a éste capacidad para vulnerar la Constitución.
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⇒ Uno tras otro todos partidos fueron puestos fuera de la ley, lo mismo que los
sindicatos, cuyos bienes pasaron al sindicato obligatorio nazi. Luego, en junio de
1934, en una noche, todos los posibles enemigos de Hitler entre sus propios camaradas
y aliados fueron asesinados, incluidos Ernst Róhm, íntimo colaborador del Führer desde
los primeros tiempos y jefe de las SA. Poco después, la muerte de Hindenburg
permitía al Führer concentrar todos los poderes en su persona. Tras la purga de 1
934, las SA perdieron toda importancia y el elemento clave del Estado lo
constituirían otras milicias nazis, las SS, dirigidas por el siniestro Heinrich
Himmler, que, como jefe también de la nueva policía secreta estatal, la Gestapo, se
convirtió en dirigente principal del aparato represivo. Como tal, fue el máximo
responsable de los campos de concentración, a los que fueron enviados miles de
oponentes al régimen.
⇒ A diferencia de la Italia fascista, las relaciones con la Iglesia católica eran difíciles
y muchos religiosos fueron procesados por falsos cargos. En 1937, el papa Pío XI
condenó en la encíclica "Mit Brennender Sorge" la doctrina racista de los nazis.
Para aquel entonces a los judíos se les había privado de todos los derechos políticos
y civiles, y el 10 de noviembre de1 938 la Gestapo organizó motines
"espontáneos" en que 36 judíos fueron asesinados, muchos apaleados y
arrestados, 191 sinagogas incendiadas e innumerables establecimientos destruidos.
A pesar de que en adelante los emigrantes no pudieron llevar nada consigo, unos
400.000 judíos de Alemania y de la anexionada Austria huyeron al extranjero.
⇒ La política económica seguida por el gobierno nazi fue extraordinariamente eficaz.
El triunfo de Hitler llenó de confianza a los empresarios alemanes, con beneficiosas
consecuencias para el aumento de la inversión. A fines de 1933 el número de
desempleados se había reducido de seis millones a cuatro y para 1936 el paro había
desaparecido por completo.
En esta recuperación jugó un papel clave la política de rearme, ya que los gastos
militares, que se multiplicaron por nueve entre 1933 y 1938, supusieron un gran
aumento de la demanda. El gasto público se elevó sin preocupación por el incremento
del déficit presupuestario, lo que permitió poner en marcha a pleno rendimiento los
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factores productivos hasta entonces paralizados.
El hecho de que después de conseguido el pleno empleo se pudiera mantener un
masivo programa de rearme, sin que esto se tradujera en la reducción del nivel
de vida ni en el alza de precios fue un éxito notable. La clave del mismo estaba en
la hábil combinación de los postulados de la
economía planificada y de la
economía de mercado. Los empresarios conservaron la propiedad, la dirección y los
beneficios de sus empresas, pero el gobierno controlaba los salarios, los precios, el
empleo de las materias primas, el mercado de trabajo y el comercio exterior,
todo ello gracias a la eficacia del funcionariado, la cooperación de las asociaciones
empresariales y, en último término, en el caso de empresarios recalcitrantes, gracias a
la Gestapo. La bienn engrasada máquina económica y militar de Alemania iba a
ser bien pronto utilizada y destruida, en un loco frenesí bélico desencadenado
por Hitler.
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