La Profecía de Simeón - Hogar de la Madre
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Virgen MaríaEnseñanzas de la Iglesia sobre la Virgen.

La Profecía de Simeón

 

presentacion

P. Félix López, S.H.M.

La profecía de Simeón: “una espada te traspasará el alma” (Lc 2, 34-35)

La profecía se encuadra en el contexto de la purificación de la Virgen y de la presentación de Jesús en el templo. Algunos autores han pretendido encontrar en el hecho de la purificación de María un argumento para negar su parto virginal. María no tendría necesidad de purificación, dicen estos autores, si hubiera dado a luz virginalmente. A esta afirmación puede responderse que el texto de S. Lucas no dice que se cumplieron los días de la purificación “de ella”, sino “de ellos” (dies purgationis eorum). Es claro, por tanto, que se trata de la purificación de Jesús y de María. Puede entonces comprenderse que ni Jesús ni María necesitaban esa purificación, pero quisieron someterse humildemente a ella, como un gesto de fidelidad a la ley del Señor. Jesús, el santo de Dios, se sometió al bautismo de Juan, no porque necesitara ser purificado, sino como un gesto simbólico de que era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Siguiendo con este argumento, el relato evangélico se centra más en el tema de la presentación del Niño en el templo. Se trata de una ofrenda de Cristo al Padre a la que se une su Madre, María. Jesús es presentado como una oblación litúrgica al Padre, un verdadero sacrificio por el que se reconoce el derecho de propiedad total del Señor sobre él. El verbo utilizado es parístemi, que aparece en otros textos del Nuevo Testamento con este sentido de ofrenda sacrificial (cfr Rom 6, 13-19; 1 Cor 8,8; Ef 5, 27).

El canto de Simeón está dividido en dos estrofas. En la primera, el anciano dirige a Dios un himno de alabanza: el Nunc dimittis. Ya pueden terminar sus días porque la luz ha llegado a Israel. La segunda estrofa se refiere al futuro del Niño, y en ella María es asociada al destino de su Hijo. Simeón representa al antiguo pueblo de Israel que ha cumplido ya su misión: ser promesa y esperanza. Ahora va a morir para que surja el nuevo Israel. Muchos judíos rechazarán el cumplimiento de esa promesa, por eso el Niño será signo de contradicción.

A la Madre se le anuncia que su alma será traspasada por una espada. María sufrirá con Jesús, acompañándole con un gesto de compasión corredentora. Existe una vinculación entre el pasaje que estamos comentando y el texto del Evangelio de S. Juan que presenta a María al pie de la cruz (Jn 19, 25-27). El tema de la “transfixión” del Mesías había sido profetizado varias veces en el Antiguo Testamento. En los cantos del Siervo de Yahvé se anuncia: “fue traspasado a causa de nuestros delitos” (Is 53, 5); el salmo 22 une el tema de la transfixión con el tema de la espada: “han traspasado mis manos y mis pies” (v. 17), “libra mi alma de la espada” (v. 21); en Zac 12, 10, la transfixión se anuncia juntamente con la conversión de quienes lo habían traspasado: “me mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán por él como se llora al primogénito”. Este texto es citado por S. Juan en el momento de la lanzada al costado de Cristo. En estos anuncios, el tema de la transfixión se refiere a los sufrimientos futuros del Mesías en su pasión. Las palabras de Simeón, usando la misma terminología y aplicándola a María, profetiza la participación de ésta en la pasión de Jesús. Ya el libro del Génesis 3, 15 habla de una asociación de María al Mesías en su lucha contra el demonio. Por la Anunciación sabemos que María se asocia a la obra salvadora de su Hijo dando su “sí” sin condiciones. La profecía de Simeón nos descubre una prolongación de esa asociación hasta una comunión en el dolor de la pasión y el Calvario. María no es sólo la Madre de Jesús, sino la Madre dolorosa que acompaña a su Hijo participando de sus sufrimientos, de pie junto a la cruz (Jn 19, 25).

Terminamos con unas palabras de Juan Pablo II comentando este pasaje: “El anuncio de Simeón aparece como un segundo anuncio a María, dado que le indica la concreta dimensión histórica en la que el Hijo cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor. Si por un lado este anuncio confirma su fe en el cumplimiento de las promesas divinas de salvación, por otro le revela también que deberá vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del Salvador que sufre, y que su maternidad será oscura y dolorosa” (RM, 16).

Pidamos a María, la Madre dolorosa, que nos conceda tener un amor grande para saber vivir nuestra participación en los sufrimientos de Cristo. Cuanto más nos acerquemos a Cristo, tanto más tendremos que compartir su dolor por la salvación del mundo, como lo hizo su Madre.

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