5. LA PROFEC�A DE SIME�N.

5. LA PROFEC�A DE SIME�N.

Cuando Jos� y Mar�a presentaron al ni�o en el templo de Jerusal�n, Sime�n les bendijo y luego, bajo el impulso del esp�ritu prof�tico, se dirigi� a la Virgen con estas breves palabras: "Este ni�o est� destinado para ser ca�da y resurgimiento de muchos en Israel; ser� signo de contradicci�n, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones. Y una espada traspasar� tu alma" (Lc 2,34-35). La realidad es que Jes�s no fue un conformista dispuesto a darles la raz�n a todos; sus palabras y sus gestos obligaban a opciones concretas, en favor o en contra de �l: "Quien no est� conmigo est� contra m�, y el que no recoge conmigo desparrama" (Lc 11,23).

a) Otras voces del NT sobre Jes�s como signo de divisi�n. Antes de entrar en un examen inmediato de la profec�a de Sime�n, escuchemos algunos otros ecos de la tradici�n neotestamentaria acordes con Lc 2,3435 a la hora de presentar a Jes�s como uno que provoca la disensi�n, que suscita la adhesi�n o la repulsa.

Pedro advierte que a Cristo se le pod�a aplicar lo que dec�a Is 8,14: "�l (el Se�or de los ej�rcitos) ser� una piedra de tropiezo, una roca de esc�ndalo para las dos casas de Israel, un lazo y una trampa para los habitantes de Jerusal�n" (cf 1 Pe 2,68; cf tambi�n 1Cor 1,23-24).

Mateo pone estas palabras en labios de Jes�s: "No pens�is que vine a traer paz sobre la tierra; no vine a traer paz, sino espada. Porque vine a separar al hombre de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra. Enemigos del hombre, los de su casa" (Mt 10,34-36).

La predicaci�n de Cristo -se�ala Juan en tres ocasiones (Jn 7,43; 9,16; 10,19)- era motivo de cisma entre la gente, ya que daba lugar a pareceres discordes sobre su persona. El mismo Jes�s (seg�n Jn 9,39) lo reconoce sin medias tintas, cuando afirma: "Yo vine a este mundo para un juicio: para que los que no ven vean, y los que ven se queden ciegos". El elemento discriminante de este juicio es Cristo-luz, es su palabra que revela al Padre (Jn 12,44-50). Esa palabra escudri�a los corazones: "En efecto, quien obra mal odia la luz y no va a la luz, para que no se descubran sus obras. Pero el que obra la verdad va a la luz, para que se vean sus obras, que est�n hechas en Dios" (Jn 3,20-21).

El autor de la carta a los Hebreos (12,3) define la muerte de Jes�s como una contradicci�n que los pecadores arrojaron contra �l. Israel -comenta Pablo citando a Is 65,2- fue "un pueblo desobediente y rebelde" (Rom 10,21: antil�gonta).

Del conjunto de estas citas se deduce que la tradici�n evang�lica, junto con la petrina y la paulina, aun con la diferencia de los t�rminos empleados, est� sustancialmente de acuerdo. El evangelio de Jes�s, como soplo acariciador e impetuoso al mismo tiempo, sacude al hombre desde dentro, lo provoca a una actitud. �S�, la fe es una inquietud saludable! Lc 2,34-35 recoge el tema que hemos esbozado en esta r�pida panor�mica sobre el NT. Lo acoge, anticip�ndolo en la infancia de Jes�s, como si se tratara de un presagio que tendr� la contrapartida en su ministerio p�blico y en el de la iglesia apost�lica.

El or�culo de Sime�n, el santo anciano del templo, tiene dos aspectos: uno se refiere al pueblo de Israel y el otro a Mar�a. Ve�moslo m�s en concreto.

b) Israel frente a Cristo. Respecto a todos los miembros del pueblo elegido (tal es el sentido de muchos en el v. 34, seg�n las normas de la filolog�a), Jes�s est� destinado a ser causa de "ca�da y resurgimiento". Con este binomio antit�tico, Sime�n profetiza cu�l ser� el �xito en conjunto de la misi�n de Jes�s. Para quienes lo rechacen, es decir, para los que crean que est�n en pie fi�ndose de sus propias seguridades (cf Lc 14,9), �l ser� piedra de tropiezo; pensemos, por ejemplo, en los escribas y fariseos, orgullosos de su ciencia (Lc 11,52-54); en el fariseo de la par�bola (Lc 14,9-13.14b), en los invitados a la boda que declinan la invitaci�n por tener otros intereses (Lc 14,16-21 ab.24)... Por el contrario, Cristo ser� ocasi�n de salvaci�n para cuantos se encuentran en un estado de miseria, de pecado, pero acogen su palabra; pensemos en el publicano (Lc 14,13-14), en Zaqueo (Lc 19,2-10), en los pobres, los cojos, los ciegos y los lisiados que sustituyen a los que fueron invitados primero a la boda (Lc 14,21-23)... As� pues, adem�s de la acogida, Jes�s conocer� la amargura y la tragedia del rechazo; ser� un "signo de contradicci�n", dice el anciano profeta.

Signo, en primer lugar: en efecto, en su persona Dios se hace manifiesto y cercano a su pueblo (cf Lc 1,68; 7,16), especialmente en la gran revelaci�n pascual: "Como Jon�s fue un signo para los ninivitas, as� el Hijo del hombre lo ser� para esta generaci�n" (Lc 11,30).

Pero de contradicci�n; es decir, objeto de repulsa por parte de Jerusal�n y del juda�smo oficial, que no reconoci� los tiempos de la visita de Dios (cf Lc 19,44b-47; 29,9-18...). Se trata, por consiguiente, de un sendero lleno de espinas el que se perfila para Jes�s.

"Para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones", a�ade Sime�n (v. 35). La presencia de Cristo tendr� este efecto: revelar cu�les son las esperanzas de todos respecto a �l: qui�n lo acoge y qui�n lo rechaza. El t�rmino pensamientos (gr. dialoguism�i) es todav�a gen�rico, sin ninguna cualificaci�n positiva ni negativa. Se necesita un adjetivo, o bien el contexto, para determinar si se trata de intenciones rectas o condenables (cf Lc 1,29 [dielogu�zeto]; 5,22; 6,8; 9,46.47; 24,38; adem�s, Mc 7,21; Mt 15,19; Sant 2,4...).

En Lc 2,35 el sustantivo mencionado parece tener una funci�n bivalente; es decir, designa las diversas actitudes, favorables u hostiles, frente a Cristo. Nos relacionamos entonces con el v. 34, en donde se dice que Jes�s es motivo tanto de ca�da como de resurgimiento.

En versi�n eclesial, Lucas elabora adem�s los mismos enunciados en el libro de los Hechos, donde entra en escena una iglesia que experimenta la contradicci�n que hab�a padecido antes su Se�or. En Iconio, por ejemplo, despu�s de la predicaci�n de Pablo y de Bernab� apoyada en signos y en prodigios (He 14,1-13), "la poblaci�n de la ciudad se dividi�: unos estaban con los jud�os y otros con los ap�stoles" (v. 4). Y hacia el final del libro Lucas hace decir a los jud�os convocados por Pablo: "Sabemos que esta secta (= cristianismo) encuentra oposici�n en todas partes" (28,22: pantajo� antil�guetai).

e) El alma de Mar�a traspasada por una espada. La persona y el mensaje de Jes�s lleva a cabo un discernimiento dentro de Israel. Pero todo lo que ocurre en Israel como pueblo tiene una repercusi�n en Mar�a como persona: "... Tambi�n a ti una espada te atravesar� el alma" (Lc 2,35a).

Lo mismo que en el Magnificat se observaba un paso de lo individual (Mar�a: Lc 1,46-49) a lo colectivo (Israel: Lc 1,54), as� aqu� se da una alternancia entre una comunidad (Israel) y una persona individual (Mar�a). Esto basta para concluir que tambi�n en este paso Lucas asocia a Mar�a a su pueblo; ella es hija de Si�n.

Nos queda por preguntarnos ahora cu�l es el significado m�s pertinente del t�rmino espada. Recorriendo la literatura judeo-b�blica, se ve que la espada es uno de los s�mbolos m�s frecuentes para designar la palabra de Dios. En el AT tenemos dos casos (Is 49,2 y Sab 18,15). Este mismo tipo de simbolismo aparece con frecuencia en los comentarios jud�os a los textos b�blicos 49. Tambi�n el NT, en siete ocasiones, recurre a este lenguaje: la palabra de Dios, que se identifica ahora con la palabra de Jes�s, es comparada con una espada cortante, de doble filo. Las referencias m�s abundantes nos las ofrece el Apocalipsis (1,16: "De su boca sal�a una espada aguda de dos filos": 2,12.16; 19,15.21). Est� asimismo la carta a los Efesios (6,17: "Tomad tambi�n... la espada del Esp�ritu, que es la palabra de Dios"). Hay que dedicar una especial atenci�n a la carta a los Hebreos (4,12): "La palabra de Dios es viva y eficaz; ella penetra hasta la divisi�n del alma y del esp�ritu, de las articulaciones y de la m�dula, y es capaz de distinguir los sentimientos y pensamientos del coraz�n".

Se notar� f�cilmente la gran analog�a que hay entre Lc 2,35 y Heb 4,12. En ambos trozos se habla de espada que "penetra en el alma" y "revela-escudri�a los pensamientos del coraz�n". Esta relaci�n no se le escap�, por ejemplo, a san Ambrosio 50.

Una vez asentada esta ecuaci�n simb�lica espada = palabra de Dios, se asoma la hip�tesis de que la espada a la que alude Sime�n es figura de la palabra de Dios, tal como se expresa en la ense�anza de Jes�s.

Efectivamente, esta descodificaci�n del s�mbolo espada se armoniza muy bien con el contexto anterior. Poco antes, Sime�n hab�a celebrado a Jes�s como luz de las gentes y gloria de Israel (v. 32). Sus palabras hacen eco a los poemas del Siervo de Yav� (Is 42,6; 49,6). Pues bien, precisamente uno de esos poemas (49,2) presenta al Siervo de Yav� como un profeta de cuya boca Dios ha hecho una espada afilada. La imagen, como hemos visto, fue recogida varias veces en relaci�n con Cristo en el Apocalipsis (1,16; 2,12.16; 19, 15.21). Pero tambi�n Sime�n, al preconizar en Jes�s al Siervo de Yav� por excelencia, parece decir que su palabra es semejante a una espada.

Escogiendo esta orientaci�n exeg�tica (que, lejos de excluir a las dem�s, puede perfectamente integrarlas), la imagen de Mar�a ser�a la de una /creyente que, lo mismo que todo Israel, su pueblo, tendr� que enfrentarse con la palabra del Hijo, simbolizada m�sticamente en la espada. Su alma se ver� profundamente penetrada por ella. Efectivamente, siempre en el tercer evangelio vemos que ella acog�a y guardaba los acontecimientos y las palabras de Jes�s (Lc 2,19.51b; -cf 8,19-21 y 11,27-28). Con una actitud sapiencial se esforzaba en sondear su alcance, incluso cuando le procuraban sufrimientos y no llegaba a comprender todo su sentido (Lc 2,48-5lb; -> Sabia III).

As� pues, Mar�a hizo que sus pensamientos se aclarasen y se juzgasen a la luz de aquella palabra y se conform� a ella con un crecimiento constante. Esto supon�a para ella gozo y dolor. Gozo, al ver los frutos copiosos que la semilla de la palabra evang�lica produc�a en ella misma y en cuantos la acog�an con un coraz�n "bueno y perfecto" (cf Lc 8,15). Dolor, cuando buscaba angustiada a Jes�s en Jerusal�n y no comprendi� su respuesta: ",Por qu� me buscabais? �No sab�ais que tengo que estar en la casa de mi Padre? Y ellos no comprendieron sus palabras" (Lc 2,49-50). Conservando en su coraz�n el enigma de esa frase, ella "avanz� en la peregrinaci�n de la fe" (LG 58), no sin pruebas ni oscuridades. Pero el colmo de la aflicci�n inund� su esp�ritu cuando vio a su Hijo rechazado y crucificado. Obedecer a la voluntad del Padre (�ella, la madre del ajusticiado!), permanecer fiel a las palabras del Hijo sobre todo en aquel momento de tiniebla (cf / Redemptoris Mater 18): he aqu� el punto crucial de la transfixi�n que esta palabra produjo en las fibras de Mar�a.

Seg�n esta ex�gesis, no ser�a l�gico restringir solamente a la compasi�n de la Virgen al pie de la cruz la profec�a de Sime�n. Abarca m�s bien todo el arco de su misi�n de madre del Redentor y especialmente el drama del Calvario. �No dec�a acaso Jes�s: "Si alguno quiere venir en pos de m�, ni�guese a s� mismo, tome su cruz de cada d�a y s�game" (Lc 9,23)? [/ Dolorosa].

CONCLUSI�N. Abrah�n, nuestro padre en la fe, "obedeciendo la llamada divina, parti� para un pa�s que recibir�a en posesi�n., y parti� sin saber a d�nde iba" (Heb 11,8). Mar�a, madre de los creyentes (cf Jn 19,2627a), acept� que su vida se plantease seg�n la palabra del Se�or que le hab�a sido revelada por el �ngel (Lc 1,38). Con su fiat se dispuso a salir de s� misma para seguir los caminos de Dios, que "es m�s grande que nuestra conciencia y lo sabe todo" (IJn 3,20). La Virgen llevaba a su Hijo en los brazos, pero no se negaba a dejarse conducir por el Hijo por un camino incierto y dif�cil; tambi�n para ella se hizo realmente ejemplar la frase de Jes�s: "El que pierda su propia vida por m�, la salvar�" (Lc 9,24; cf Mc 8,35; Mt 16,25; Jn 12,25). Contemplada en esta dimensi�n, Mar�a, adem�s de / madre, es / hermana nuestra a la hora de compartir la gozosa fatiga de creer.

A. Serra
DicMa 335-339