LA INSURRECCION DE JOSE LEONARDO CHIRINO (1795)
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LA INSURRECCION DE JOSE LEONARDO CHIRINO (1795)

GLADYS ORTEGA DÁVILA

garemos que el grupo blanco -dentro de él los propietarios de tierras, esclavos y dinero- representaba la minoría étnico-social, aproximada- mente diez por ciento del conjunto en total.

Como bien lo señala Marialena Ponce, a diferencia de la pobla- ción aborigen para la cual fue menester crear un nuevo derecho, la escla- vitud ya tenía un estatuto legal en Europa antes de crecer en Hispano- américa(2). Bajo las directrices del derecho castellano y los preceptos establecidos en la legislación de Indias, funcionó en Hispanoamérica la legislación para la esclavitud. Estas normas se hallan recogidas en la Nueva Recopilación de las Leyes de Castilla, publicada en 1567 bajo el reinado de Felipe II y en el Código de las Siete Partidas, elabo- rado por Alfonso X El Sabio entre los años 1250 y 1263(3). Esas leyes (que, a su vez, toman lo sustancial del derecho romano), son las que se aplican en Hispanoamérica hasta el fin del dominio español a comien- zos del siglo XIX. A medida que fue en aumento el número de esclavos, la realidad local impuso las características peculiares de cada esclavitud, con diferentes matices.

Es por ello que, además de estos ordenamientos, existía gran cantidad de disposiciones reales para la esclavitud, representadas en Reales Cédulas, Reales Ordenes, Reales Provisiones, Pragmáticas, etc, dirigidas a resolver pro- blemas concretos del esclavo hispanoamericano. De éstas, la última disposi- ción real sobre la esclavitud que llega a América antes del amotinamiento de José Leonardo Chirino y que pareciera haber creado gran expectativa entre los esclavos, fue la Real Cédula del 31 de mayo de 1789(4).

Orígenes de la Insurrección

Distintas causas -de diferentes órdenes- dieron origen a este movimiento. La variable condición social en que se encontraban los

(2) Marianela Ponce. El ordenamiento jurídico y el ejercicio del derecho de libertad de los esclavos en la Provincia de Venezuela, p. 12.

(3) Ibídem, p.15.

(4) Este documento se encuentra reproducido por Miguel Acosta Saignes en su obra Vida de los esclavos negros en Venezuela, 1984, pp. 380 - 388.

negros y los aborígenes, representa un motivo de importancia, pues todos los negros aspiraban a ser libres y todos los indígenas a ser exentos. Así estaban las situaciones cuando llegó la noticia, en la cual el Rey de España había acordado la libertad de los esclavos. La cédula que esto ordenaba habría llegado a Venezuela, pero las auto- ridades reales y especialmente el Cabildo de Caracas se oponían a darle cumplimiento, por ser atentatoria a los derechos de los propie- tarios. Para 1790 ésta era una verdad, aceptada por los negros de la serranía, pues un hechicero llamado Cocofió se había encargado de propagarla por todas las haciendas. Se decía incluso que José Cari- dad González, un negro que tuvo la oportunidad de ir a la Península y logró conseguir con el Monarca títulos de propiedad para los ne- gros loangos de las tierras de Macuquita, había visto en España la referida cédula. Dentro de este esquema, el Rey aparecía como un “Santo” dispensador de bondades, y las autoridades y los amos, como unos seres despreciables. Así se fue encendiendo el rencor, sembrándose el germen de la rebeldía.

Esta vez tenían cierta razón los negros por sus sospechas. Se trataba en verdad del llamado Código Negro, el que, si bien no tenía el alcance que le daban los esclavos, pues en lo absoluto se refería a la concesión de libertad, si establecía un régimen de mejor conside- ración para ellos.

Para el tiempo en que se propagaban estos rumores, llegó a Coro como recaudador de los Derechos Reales, Juan Manuel Iturbe, quien puso todo su empeño en cobrar formalmente las contribuciones. Los aborígenes demorados debían pagar sus tri- butos -según el recaudador Iturbe- en dinero efectivo; el derecho de alcabala debía extenderse a todas las transacciones, por pe- queñas que ellas fueran. A las mujeres -afirma Arcaya(5)- les em- bargaban en garantía de los impuestos sus rosarios, zarcillos y hasta los pañuelos con que se cubrían la cabeza. Estos hechos

(5) Ver discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Historia del Dr. Pedro Manuel Arcaya, 1966.

perjudicaban principalmente a los esclavos y labradores libres de la Sierra, los cuales no disimulaban su descontento.

Otra causa fue el inicio de la Revolución Francesa, de la cual llega- ba noticias. A Coro llegaban a través de La Guaira y Curazao. Durante el transcurso de la guerra franco-española aparecerían con frecuencia los corsarios franceses en las cercanías del puerto de La Vela. Los terrate- nientes corianos, quienes vivían gran parte del año en sus haciendas, comentaban los sucesos de dicha Revolución.

Uno de ellos, Don José Tellería, tenía como huésped en su ha- cienda de Curimagua al mejicano José Nicolás Martínez, que había llega- do a Coro en 1794. Este Martínez era un hombre ilustrado, como tam- bién Tellería, y en sus tertulias, entre otras cosas, hablaban de los acon- tecimientos de Francia, del derrumbamiento del antiguo orden social, de la proclamación de la República y la igualdad para todos, del ajusticia- miento del Rey y de la guerra con España; además preveían que el triun- fo de los franceses podría traer como consecuencia un desembarco de los corsarios de esta nacionalidad para apoderarse de Coro.

Estas conversaciones las escuchaban los criados y los esclavos quienes las comentaban entre los suyos. Todas estas cosas llegaban a conocimiento de un negro libre de nombre José Leonardo Chirino, quien además las escuchaba directamente pues vivía en la casa de Don José de Tellería, señor a quien servía. Él era hijo de un esclavo de Don Cristóbal Chirino -de donde venía su apellido- y de una india libre - caquetía- llamada Cándida Rosa.

José Leonardo Chirino había acompañado a Don José Tellería en sus viajes de negocios a Curazao y Haití, donde había observado cómo vivían los negros de esta última isla, los cuales se habían sublevado, para hacer valer sus derechos y abolir la esclavitud. ¿Por qué no hacer lo mismo con los negros de la Sierra?. Los viajes, las conversaciones y la inteligencia de este zambo le permitieron cultivarse y adquirir cierto prestigio entre los trabajadores de la Sierra coriana, pues además, era un

negro que había vivido experiencias distintas y enriquecedoras, que el resto de sus iguales. La agitación en que se encontraban los esclavos en esos momentos hacía la ocasión propicia.

Los acontecimientos

A fines de marzo de 1795, José Leonardo Chirino empezó a tra- mar la conspiración con otros dos negros llamados Cristóbal Acosta y Juan Bernardo Chiquito. En el mes de abril, de regreso de un viaje a Coro, informó a sus compañeros que se había puesto de acuerdo con José Caridad González(6), quien acababa de llegar de Caracas, y le había ofrecido su apoyo, el de sus amigos, extranjeros que andaban por la costa y de los negros loangos que él comandaba. Según informaba Chirino, el plan de José Caridad era tomar a Coro, invadir a Puerto Cabello y luego atacar a Maracaibo, contando con la ayuda de los corsarios franceses. Luego, quedó demostrado que nada de esto era cierto, pero Chirino supo utilizar el nombre de José Caridad González -negro de gran prestigio entre la gente de su raza- levantándolo como bandera.

Ciertamente, en meses anteriores a la insurrección, se escucha- ban rumores que parecen haber llegado desde la Sierra hacia la pobla- ción negra de Coro, tal como lo cita Lucas Guillermo Castillo Lara:

“las especies que más le llamaron la atención, decía Jacot, fue lo que le refirió el Cura Párroco, Pbro. Pedro Pérez: antes del levantamiento se hacían unos bailes o zambas en las que se cantaban unos versitos muy deshonestos y se bailaba mil obscenidades; me acuerdo de una que dice: mas vale negro con placa, que caveza de blanco: candela arriba, candela abajo saca la muchacha, corta la cabeza, come los zamuros, beva la aguardiente”(7)

(6) José Caridad González, era un negro “loango”, que llegó a convertirse en un líder de gran parte de su grupo, gracias a su inteligencia y habilidad intelectual. Hablaba el francés y además el patúa, dialecto propio de Curazao. Viajó a Caracas y otras partes de Venezuela, así como Haití y otras islas del Caribe y también a España, Donde fue como “Procurador” o represen- tante de los negros loangos para defender unas tierras. José Caridad González no se quiso involucrar en el movimiento de José Leonardo Chirino no obstante los comprometidos enca- bezados por Chirino afirmaban durante la revuelta que contaban con su apoyo.

Y otro vecino llamado Nicolás Coronado le mencionó a Jacot otros versos, que también se cantaban en los expresados bailes “Can- dela abajo, candela arriba, muera lo blanco, lo negro viva...”. De ser cierto estos dos testimonios, nos conduce a pensar que los negros corianos se burlaban de las autoridades y de la aristocracia de Coro, al bailar y al cantar al son de los tambores y en sus propias narices pronos- ticar el alzamiento, aparentemente de acuerdo con los futuros alzados. Esto se expresa en todo el contenido de las coplas, además planeaban con anticipación la insurrección y la expansión de las ideas de libertad, desde la Sierra hasta Coro “candela arriba, candela abajo”.

Así llegó el domingo 10 de mayo de 1795, con el objeto de no despertar sospechas los conjurados, bajo la jefatura de José Leonardo Chirino organizaron un baile en el trapiche de la ha- cienda de Macanillas, Sierra de Coro; y el mismo día en la noche se trasladaron a la Hacienda “El Socorro”, donde dieron el grito de rebelión. Con los ánimos exaltados, empezaron a poner en práctica sus planes en la propia hacienda. Asaltaron la casa y mataron al mejicano José Nicolás Martínez, quien fue la primera víctima; también resulto gravemente herido el joven Ildefonso Tellería. Después de saquear la casa, pasaron a la Hacienda Va- rón, Donde mataron a José María Manzanos e hirieron a machetazos a Doña Nicolasa Acosta. Luego incendiaron las ca- sas de las Haciendas La Magdalena y Sabana Redonda. De aquí, ya en la madrugada, regresaron a El Socorro, donde habían esta- blecido su cuartel general.

Los blancos huían temerosos a esconderse en los montes; uno de ellos, el joven Manuel Urbina, logró escapar y llevó la noticia a la ciudad.

En la mañana del once, José Leonardo Chirino designó comi- siones y una de ellas salió a levantar a los negros de Canire y el Naranjal. La que fue a la cumbre de Curimagua dio muerte en este sitio a Don José Tellería y a Pedro Francisco Rosillo. Con algo más de doscientos hombres -negros en su mayoría-, Juan Cristóbal, uno

de los jefes subalternos de José Leonardo, fue enviado a Coro, con la firme creencia de que esta ciudad caería fácilmente pues le habían dicho que además de no existir fuerza armada, los loangos con José Caridad González a la cabeza se les unirían. A media noche llegaron a la aldea de Caujarao y ultimaron a los guardias de la aduana; amane- cieron allí esperando al zambo Chirino.

Mientras tanto, en la ciudad se enteraron de la proximidad de los insurrectos, la mala organización y calidad de sus armas. Los habitantes de Coro, encabezados por los principales ciudadanos blan- cos: el Doctor Pedro Chirino, Don Diego de Castro y Don Pedro García de Quevedo, organizaron y armaron junto con las autorida- des, una milicia que traía, además de otras armas, dos cañones pe- dreros. Bajo el mando del Justicia Mayor Don Mariano Ramírez Valderraín, se prepararon para el ataque; en enfrentamiento con Juan Cristóbal Acosta, murieron veinticinco negros y quedaron heridos veinticuatro. Ramírez Valderraín, alegre por el triunfo fácilmente lo- grado, mandó a decapitar a los heridos y prisioneros.

Entre el 12 y 13 de mayo se completó la derrota de los insurrectos, pues a la pequeña pero bien armada milicia blanca, se le agregaron las milicias de Indias, que contribuyeron a perse- guir y capturar a los fugitivos de la Sierra. Cuando José Leonardo Chirino iba a reunirse con los suyos, supo de la trágica derrota; pretendió entonces reorganizar sus fuerzas con los negros que huían pero ya no era posible. Ante la proximidad de las comisiones que subían en su búsqueda, optó por internarse en las serranías.

Es necesario mencionar que, una vez ocurridos los suce- sos, la reacción inmediata del Teniente de Justicia Mayor de Coro, Don Mariano Ramírez Valderraín, fue sofocar el motín por los medios más rápidos y expeditos -obviamente violentos-, matan- do de inmediato y sin procedimiento judicial a los primeros par- ticipantes apresados. Precisamente, por esto fue criticado, alegándose que sin conocimiento de causa, sin audiencia ni consul-

ta, sin aplicación del derecho ni la justicia, procediera a eliminar y encarcelar a un conjunto de personas que supuso estaban involucradas en el tumulto.

La persecución que desató Ramírez Valderraín fue atroz (8). José Caridad González y dos negros más, apresados al presentarse a ofrecer sus servicios, fueron muertos el mismo día cuando trataban de fugarse. En los días siguientes, todos los que cayeron prisioneros fueron ajusticiados. Treinta y cinco, apresados en San Luis, Pecaya y Pedregal, perecieron a golpe de pistola. Igual muerte corrieron otros cinco que cayeron en Paraguaná. Veinticuatro detenidos en la Sierra murieron degollados; a otros los decapitaron. Hasta tres mujeres (Polonia y Trinidad, esclavas de Doña Nicolasa Acosta y Juana Antonia, morena esclava de Don Francisco Manzanos), fueron con- denadas al castigo de azotes. Sus dueños debían deshacerse de ellas, en el término de dos meses, vendiéndolas fuera de jurisdicción.

José Leonardo Chirino y los que le acompañaban, fueron atrapados hacia el mes de agosto, tres meses después de la insurrec- ción, por Juan Manuel de Aguero en el pueblo de Baragua y llevados a Coro. Como el juicio de allí se vio complicado por múltiples acusa- ciones que involucraban a personalidades como el Dr. Chirino y al finado José Caridad González en la insurrección, la Real Audiencia de Caracas tomó cartas en el asunto y José Leonardo fue trasladado a Caracas para ser juzgado.

El 10 de diciembre de 1796 la Real Audiencia de Caracas lo condenó “a muerte de horca que se ejecutará en la plaza principal de esta capital a donde será arrastrado desde la Cárcel Real y verifica- da su muerte, se le cortará la cabeza y las manos y se pondrá aquella en una jaula de fierro sobre un palo de veinte pies de largo en el camino que sale de esta misma ciudad para Coro y para los Valles de Aragua, y las manos serán remitidas a esa misma ciudad de Coro,

donde una de ellas se clave en un palo de la propia altura, y se fige en la inmediación de la Aduana llamado Caujarao, y la otra en los propio términos en la altura de la Sierra donde fue muerto Don José Tellería”(9).

En la misma sentencia donde se decreta la muerte de Chirino, se toman decisiones contra otros personajes presos, fugitivos o fa- miliaresde los mismos. La sentencia ordenaba la libertad y el perdón de todos los negros “loangos” que habían sido apresados; fue en cierta forma una tardía absolución a José Caridad González, asesina- do sin derecho a juicio; por esto no quedó suficientemente clara su participación o no en estos sucesos.

Otro decreto importante de esta misma sentencia fue el desti- no de la familia de José Leonardo Chirino, siendo sus miembros sometidos a un status particular, puesto que no se trata sólo de esclavos sujetos a un inventario, sino de la familia del jefe de la insu- rrección, a la cual había que vender fuera de la jurisdicción.

Crítica Historiográfica

El hombre no podía ir en contra del orden natural de la socie- dad y la debida obediencia del Rey legítimo, ya que al hacerlo come- tía el pecado de la impiedad, es decir, estaba alterando el orden que Dios había impuesto en la sociedad, y por lo tanto, separando a Dios de su propia obra. Cuando un vasallo subvertía el orden y substraía la debida obediencia, no solamente iba en contra del buen orden, sino que también se estaba rebelando contra su legítimo Rey y por consiguiente contra Dios.

Se trataba, pues, y como constantemente se dice a lo largo del proceso judicial, de un delito de “lessa majestad”. De allí la anorma- lidad del pecado cometido por José Leonardo y sus cómplices según

(9) Pedro Manuel Arcaya. La insurrección de los negros en la serranía de Coro en 1795, Discurso de Incorporación, 1966.

las versiones de las autoridades. Las implicaciones políticas y reli- giosas son inmensas, como era lógico en un reino en el cual la cabe- za gobernante era el “Rey, nuestro señor”.

Ahora bien, siempre se ha estudiado el motín de Chirino a partir de la versión oficial dada por las autoridades de la época, siendo la fuente fundamental para hacerlo, ya que no han sido encontradas otras. En consecuencia, resta esclarecer si, en reali- dad, Chirino llegó a cuestionar la autoridad del Rey legítimo, cosa que ponemos en duda. Evidentemente, se trata de un motín que expresa la lucha de los esclavos por su libertad y la protesta por el pago de los impuestos, lo cual no equivale a cuestionar la autori- dad del Rey legítimo ni mucho menos a plantear la independen- cia política de su provincia.

Por supuesto que, dada su violencia y la evidente influencia de las ideas de la Revolución Francesa, vía Haití; su insurrección si llevó a una alteración del orden. La presencia de influencias exógenas conllevó a la politización de los hechos y a la magnificación de este aspecto de la sublevación por parte de las autoridades locales, en un momento en el cual España era particularmente sensible a las consecuencias políticas de la Revolución Francesa y se preocupaba constantemente por evitar una posible influencia de este proceso en sus reinos del Nuevo Mundo.

Este es un elemento constantemente en la versión oficial de los sucesos y que influyó en la tipificación del delito cometido por José Leonardo Chirino, dado que pareciera ser fatalmente definitiva la pérdida del interrogatorio hecho a Chirino. Es muy difícil para el historiador interesado en el tema, acceder a la versión de los amoti- nados y buscar allí nuevas evidencias susceptibles de ser confronta- das con las versiones oficiales.

Estas versiones pasaron a la historiografía venezolana, como expresión de las primeras manifestaciones de los procesos pre- independentistas venezolanos. No obstante, es necesario señalar que,

si bien no podemos contrastar la versión de las autoridades (según la cual José Leonardo pretendió alterar el orden y substraerse a la debida obediencia al Rey, proclamar la “ley de los franceses” y “for- mar República” con la de los amotinados), no es menos cierto que las consecuencias de los sucesos desbordaron por completo a los mismos, y que la historiografía venezolana ha encontrado en ellos una de las primeras manifestaciones importantes de la crisis de la