Del trono al exilio: hace 100 años caía el último káiser de Alemania

Egoista, arrogante, mentiroso, lento y un poco atraído por su propia madre: así era la personalidad de Guillermo II, el último emperador de Alemania que perdió su trono en noviembre de 1918, hace 100 años.

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Egoista, arrogante, mentiroso, manipulador, pomposo, presumido, tullido, lento y un poco atraído por su propia madre: así era la personalidad de Guillermo II, el último emperador de Alemania que perdió su trono y su corona en noviembre de 1918, hace 100 años. Su caída, propiciada por la vergonzosa derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, significaría el final de una monarquía que había durado siglos. Su dinastía, Hohenzollern, jamás volvería a reinar.

Noviembre de 1918, mes de la firma del armisticio, comenzó con el "káiser" (emperador, en alemán) recluido en la ciudad belga de Spa, adonde había establecido su cuartel general con la esperanza de que el gobierno apaciguara los ánimos para luego regresar a Berlín. Pero el Imperio ya estaba destruido: las masas, alentadas por los incipientes movimientos socialistas, vociferaban contra la monarquía, y especialmente por aquel monarca cuyas ambiciones bélicas los habían conducido al desastre.

Las tropas, protestaban por la falta de ropa, de alimentos, de armas... pero la escasez de alimentos golpeaba no solo a los trabajadores, sino también a los empleados y los funcionarios.

En los edificios del gobierno de la capital del Imperio Alemán, por su parte, las cosas tampoco iban bien. Los ministros murmuraban sobre la necesidad de la abdicación del káiser y la creación de un Consejo de Regencia, que sería la antesala de una República.

Entre las élites dirigentes predominaba la opinión de que el emperador debería "sacrificarse" para conservar la dinastía, a pesar de que la revolución se propagaba por todo el país y Alemania ya se veía completamente vencida.

¡El káiser debe morir!

Fuera del Imperio, los líderes europeos estaban seguros de que un inmediato derrocamiento de Guillermo II facilitaría las gestiones de paz, ya que el pueblo, ostensiblemente, ya le había retirado su respaldo.

Pero cuando el ministro del Interior viajó a Spa para proponer al emperador su abdicació, la respuesta de Su Majestad no dejó lugar a dudas: “¿Cómo puede ser que usted, como oficial prusiano, haga compatible esta misión con el juramento prestado a su rey?”

Cuando el ministro volvió a Berlín, el general Groener le sugirió otra solución: "El káiser debería marchar al frente, pero no para pasar revista a las tropas u otorgar condecoraciones, sino para buscar la muerte. Debería ir a una trinchera que esté bajo la plena furia del combate. Si muere allí, sería la mejor muerte imaginable. Si resultase herido, los sentimientos del pueblo alemán hacia él cambiarían totalmente".

La mano de Dios

Por supuesto, el emperador no quiso morir por su imperio. El 9 de noviembre el mariscal alemán Von Hindenburg le aconsejó que abdicara a la corona y se exiliara en Holanda: la guerra se había hecho insostenible, las tropas se negaban a seguir peleando por el imperio y el pueblo protestaba violentamente.

"Mi padre se enfrentaba con el fin de una monarquía gloriosa, el fin del dominio de la casa de Hohenzollern, que había durado 500 años, y se veía cargado con el peso del derrumbamiento de Alemania", escribió la princesa Victoria Luisa.

"Lo viejo, podrido se ha derrumbado, el militarismo está eliminado, los Hohenzollern han abdicado", sostuvo el líder socialdemócrata Philipp Scheidemann desde el balcón del Reichstag, la sede del Parlamento.

Antes de que terminara el día, el káiser escribió a su esposa: "¡La mano de Dios ha caído pesadamente sobre nosotros! ¡Hágase Su voluntad! Por consejo de Hindenburg, dejo el Ejército, tras terribles luchas mentales. Tal como Dios quiere, auf wiedersehen. Mi eterna gratitud por tu fiel amor, tu profundamente mortificado esposo".

Un día después, la emperatriz le escribió a su hermana desde Berlín: "Todavía estoy físicamente en forma pero no puedo expresar el sufrimiento y la pena en mi corazón. Mi pobre Wilhelm, si solo pudiera estar con él, sería más fácil de soportar". La soberana estaba ansiosa por unirse a Guillermo II en su exilio holandés, pero hubo demoras en obtener el consentimiento necesario del gobierno holandés.

Un lujoso exilio holandés

Antes de partir hacia Bélgica, Guillermo II había ordenado a su guardia defender el Palacio Nuevo de Berlín con ametralladoras y alambre de púas contra los ataques, pero los temores por la seguridad de la emperatriz aumentaron a medida que los guardias que protegían el palacio se fugaron. "El Señor nos guía por caminos difíciles, y es difícil orar 'hágase tu voluntad'", escribió la emperatriz. "Ruega por nosotros, lo necesitamos más que nunca".

Unos días más tarde, el 28 de noviembre, Guillermo II firmó su abdicación al trono imperial de Alemania y al trono real de Prusia, al tiempo que caían como bajo el efecto dominó las monarquías de Austria-Hungría, Rusia y otros reinos que conformaban el Reich alemán. El mapa europeo había cambiado para siempre y solo unas pocas monarquías sobrevivieron a la hecatombe.

Durante algún tiempo, el káiser permaneció como invitado del conde Bentinck en su Castillo de Amerongen hasta que, en mayo de 1920, finalmente se instaló cerca de Huis Doorn, en un pequeño castillo que había comprado a la Baronesa Ella von Heemstra, abuela de la actriz Audrey Hepburn.

Guillermo contaba con la generosidad de la reina Guillermina de Holanda, que se negó a extraditarlo a los gobiernos que lo reclamaban para un juicio. En el plano privado, el último káiser era lo suficientemente rico como para mantener una familia de cortesanos alemanes y, para irritación de la nobleza local, el personal holandés era generosamente remunerado.

De hecho, entre septiembre de 1919 y febrero de 1922, cinco trenes que arrastraban 59 vagones llegaron a la estación de Zeist, cerca de Huis Doorn, con las posesiones del emperador traídas desde Alemania, con lo que el antiguo soberano fue capaz de mantener un cierto nivel de "grandeza" en su corte del exilio.

Hoy esas posesiones permanecen en gran parte intactas. En la cama donde el káiser murió, en 1941, se exhibe un pequeño montón de gotas de nieve y una nota luctuosa de su hijo, el príncipe Adalberto, que estaba sirviendo en la "Wehrmacht" de Hitler cuando murió su padre. La ropa de dormir de Guillermo II hoy cuelga en su habitación, sobre sus zapatillas con adornos de piel, mientras una postal enmarcada de su abuela, la reina Victoria de Inglaterra, ocupa un lugar destacado. Sus cigarros se exhiben junto a un cenicero.

El castillito fue tomado como botín de guerra por Holanda en 1946, tras la Segunda Guerra Mundial, y fue abierta al público como un museo en la década de 1970. Justo antes de la guerra, en 1939, un numeroso grupo de familiares y amigos se reunió en Huis Doorn para celebrar el cumpleaños 80 del último káiser y entre todos ellos figuraba una bebé, de apenas unos pocos meses de vida, bisnieta del gobernante. Se llamaba Sofía, era princesa de Grecia y futura reina de España.