La complicada vida amorosa de Jorge VI de Inglaterra: de su aventura con una mujer casada al doble rechazo de Isabel Bowes-Lyon

Una carta de hace un siglo destapa un amor de juventud del padre de Isabel II y nos recuerda que el solícito monarca tuvo una breve fase de rebeldía.
Jorge VI de Inglaterra. Lisa Sheridan/Getty Images. 

70 años después de su muerte, seguimos pensando en Jorge VI, el padre de Isabel II, como aquella presencia tranquilizadora que ayudó a estabilizar Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial con sus discursos radiofónicos y su diplomacia de rostro impasible. Esta imagen contrasta mucho con la de su hermano, Eduardo VIII, conocido como “el soltero de oro” mucho antes de su ascenso al trono y posteriormente percibido como una auténtica desgracia para su familia, tras abdicar para poder casarse con Wallis Simpson. No obstante, hace poco ha salido a la luz una carta que nos recuerda que los dos estuvieron muy unidos durante algún tiempo y que Jorge VI, conocido como príncipe Alberto o Bertie antes de asumir la corona, también tuvo su propio período de rebeldía.

En la carta, que se remonta un siglo y saldrá a subasta el próximo 10 de febrero, Eduardo habla sobre una escapada con su amante, Freda Dudley Ward. En ella, Eduardo y Alberto se dirigieron a Lankhills house, una mansión gótica cerca de Winchester, para visitar a sus habitantes, Sheila (Lady Loughborough) y su marido, St. Clair-Erskine (Lord Loughborough). Alberto por aquel entonces tenía una relación con Sheila, y su marido, conocido por todos como Loughie, al parecer no tenía ni idea.

“Después de tomar el té conseguí arreglármelas para llevarme a Loughie, con el pretexto de querer jugar unos cuantos hoyos más de golf en el campo más cercano, para darle a Sheilie la oportunidad de estar a solas con Bertie; los dos dijeron estar cansados y se quedaron en casa. Así que cariño, ¡Imagina mi horror al comprobar que cerraban los domingos! No obstante, me mantuve firme y conseguí llevarme a Loughie a dar una vuelta”, confesó Eduardo en su carta.

Simon Luterbacher, asesor de libros y manuscritos de la empresa de subastas Forum Auctions, ha hablado sobre la importancia de esta carta en una entrevista para el Times. “Existía cierta solidaridad entre hermanos a la hora de intentar que Alberto se quedara a solas con Lady Loughborough. Hubo confabulación por su parte, y resulta inusual que una carta profundice tanto en detalles así de personales. Claramente, los dos hermanos tenían un vínculo muy fuerte en aquella época, pero esa circunstancia cambiaría unos años después con la abdicación”.

Cabría sentirse mal por Loughie un principio, pero todo parece indicar que su matrimonio con Sheila, una rica australiana que irrumpió en la alta sociedad londinense tras la Primera Guerra Mundial, no fue un camino de rosas. Según su biógrafo Robert Wainwright, Loughie tenía problemas con el juego y “bebía demasiado”. De acuerdo a un reportaje de 1924 sobre su declaración de bancarrota, su padre, el 5º conde de Rosslyn, tuvo que hacer frente a sus deudas de juego (que llegaron a superar los 23.000 euros) y Sheila tuvo que mantenerlo a él y a sus dos hijos con sus propios ingresos.

Sheila y Loughie se casaron en 1915 tras conocerse en el Cairo mientras él se recuperaba de sus heridas de guerra. Una vez el ejército le dio de baja se mudaron a Londres, donde Sheila se hizo muy popular entre la clase aristocrática. Loughie, por su parte, se convirtió en un habitual de los locales de apuestas del Soho y Sheila estaba convencida de que tenía amoríos con otras mujeres.

Sheila trabó amistad con Freda y su estrecha relación de Freda con Eduardo dio pie a que le presentaran a Alberto en un baile celebrado en la primavera de 1918. Según una carta de Sheila que narraba el encuentro, se despidió de los príncipes bromeando sobre su nacionalidad: “Fue una velada muy agradable y les conté que mi abuela era un canguro”. Eduardo escribía cartas a Freda prácticamente a diario y su correspondencia nos permite ser testigos de cómo se fue desarrollando su relación. Wainwright cuenta que las dos parejas se pusieron un apodo, The Four Do’s (“Los cuatro quehaceres o do’s”), acuñado por Eduardo a modo de referencia jocosa al tartamudeo de Albert (y quizás al hecho de que todos ellos estaban haciendo algo que no les estaba permitido). En mayo de 1919, Eduardo se refirió así al cuarteto en una carta: “Nos lo pasamos de maravilla los 4 Do’s, ¿no es cierto, cielo? Y que le den al resto del mundo”.

© Forum Auctions

En su biografía de Sheila, Wainwright procura algo más de contexto y amplía lo que sucedió aquel día en el que Eduardo engatusó a Loughie para conseguir que Alberto y Sheila pasaran un tiempo a solas. El día anterior, Eduardo le explicó a Freda en una carta que tenían pensado ir a Lankhills (eso sí, Eduardo bromeó rabautizándola como Rankhills o Monte Fétido) después de jugar al golf. “Supongo que debería tratar de entretener a Loughie para que los dos puedan hablar. Haría cualquier cosa por ellos, pobrecitos míos”. En una carta posterior, Eduardo comenta que detesta a Loughie por todo lo que le ha hecho a Sheila, que a su vez contó en una carta que Loughie le sacó un revólver sumido en la desesperación por sus deudas de juego.

Según el biógrafo William Shawcross, en una carta dirigida a Eduardo, Alberto explicó que Sheila era “la única persona en este mundo que significa algo para mí”, pero su relación duró poco. Cuando Jorge V, el padre de Alberto, se enteró de que su tenía una relación con una mujer casada aquello no le hizo ninguna gracia, hasta el punto de que Alberto le confió a Eduardo en una carta que su padre únicamente accedería a nombrarlo duque de York a cambio de que le pusiera fin. Shawcross señala que Alberto le explicó la situación a Sheila y los dos acordaron seguir siendo amigos. Siguieron carteándose durante años y, pese a su temor a estar siendo espiado, bailó con ella públicamente en una fiesta veraniega.

Sheila regresó a Australia en un intento por salvar su matrimonio, pero él siguió acumulando deudas de juego astronómicas. “Nos quedamos en Australia durante dos años y medio y Loughie no cambió en absoluto”, contó la socialite en sus memorias inéditas. En 1924 dejó a Loughie, se divorció en 1926 y volvió a casarse en 1928 con Sir John Milbanke. Después del divorcio Loughie se quedó sin un céntimo y siguió viviendo en Londres. Lo encontraron en el jardín de un amigo suyo tras caerse desde la ventana del cuarto piso en agosto de 1929, y según Wainwright, a pesar de haber vuelto a casarse Sheila se quedó muy afectada. Posteriormente, su muerte fue declarada suicidio, algo que Sheila nunca aceptó.

Pero parece ser que a Alberto no le duró demasiado la tristeza por haber tenido que poner fin a su aventura con Sheila. En un baile de la Real Fuerza Aérea británica celebrado en 1920, el futuro rey bailó por primera vez con Lady Isabel Bowes-Lyon, la hija de un noble escocés que acababa de ser presentada en sociedad. Más adelante, Alberto confesó que esa misma noche se enamoró de ella, pero parece ser que Elizabeth no sentía lo mismo. Elizabeth tenía una corte de admiradores, y en su biografía The Queen Mother (“La Reina Madre”), Shawcross sostiene que ya había rechazado múltiples propuestas de matrimonio. Se la tenía por francamente guapa, llevaba un corte de pelo a la última, sus cartas estaban repletas de comentarios ingeniosos y, según su biógrafo Denis Judd, era conocida por organizar fines de semana de caza “mágicos" en Glamis, su finca familiar. Cuando Alberto le propuso matrimonio por primera vez en febrero de 1921, le respondió amablemente que prefería que siguieran siendo amigos.

Debido en parte a contar con la aprobación de su madre, la reina María, Alberto siguió insistiendo durante los años siguientes y le propuso matrimonio en otras dos ocasiones hasta que al fin aceptó en 1923. Según su madre, Lady Strathmore, ella dudó porque se “sentía dividida entre sus ganas de hacer feliz a Bertie y su reticencia a asumir las enormes responsabilidades que conllevaría aquel matrimonio”. Le daba miedo pasar formar parte de la vida pública siendo parte de la familia real británica; y desde luego, nadie pudo prever que acabaría siendo la Reina Madre, el símbolo por antonomasia de la estabilidad y la longevidad en Gran Bretaña.

La reina ha pasado las últimas semanas en Sandringham, donde está enterrado su padre, para conmemorar el 70º aniversario de su muerte y el comienzo de su reinado. En los años transcurridos desde su muerte y la de su hermano, Eduardo VIII, sus cartas y diarios han empezado a revelar algunas de las facetas más indecorosas de la realeza que no aparecieron en los periódicos de la época. No obstante, desde una perspectiva actual, la historia de su relación con Lady Loughborough se nos antoja más una historia fascinante de la época de la posguerra, momento en que la clase aristocrática experimentó tantos cambios, que un motivo de escándalo. Si bien es poco probable que los documentos que la reina acaba de enviar a los Archivos Reales incluyan detalles así de jugosos, todavía nos queda mucho por saber sobre la monarca más longeva de Inglaterra (y que durante más tiempo ha reinado).

Artículo original publicado por Vanity Fair US y traducido y adaptado por Darío Gael Blanco. Acceda al original aquí.