Si naciste a partir de los años noventa, es muy probable que la imagen que te venga a la cabeza al pensar en Tarzán sea distinta a la de tus padres y abuelos. No será otra que la del clásico largometraje animado que Disney realizó sobre el legendario personaje de las novelas de Edgar Rice Burroughs hace ya 20 años. Pensándolo bien, ¿cómo no iba a ser un dibujo un hombre que se mueve entre lianas, se desliza por los árboles y lucha mano a mano contra leones, gorilas y panteras? Quizás Johnny Weissmüller era un dibujo animado.

Era 1932 y la Metro Goldwyn Mayer estrenaba ‘Tarzán de los monos’. Tras ella empezaría una saga de gran éxito que marcó a generaciones a base de secuelas y continuas proyecciones en matinales y televisiones. Es verdad, el personaje ha dado lugar a varias decenas de películas con diferentes intérpretes en el papel del héroe de la selva. Él fue nada menos que el sexto (de hecho la primera adaptación es de 1918), y detrás vinieron muchos más. Pero, para el mundo, el único Tarzán de carne y hueso es y será siempre Johnny Weissmüller. Un hombre real (no como su mítico grito), aunque su historia, como la de estos clásicos del cine de aventuras, cada año que pasa resulta más increíble.

El falso héroe americano

Nuestro protagonista nació en 1904 en la zona del Imperio Austrohúngaro que en la actualidad se denomina Timișoara, Rumanía. Aunque sus padres de raíces germanas siempre le llamaron Johann, fue bautizado como János y no duró mucho en el viejo continente. Con menos de un año emigró a Estados Unidos. En Windber, un pequeño pueblo minero de Pensilvania, la familia se asentó y el 3 de septiembre de 1905, poco más de un año después del nacimiento de Johann, nacía su hermano Peter. Qué me importa a mí su hermano Peter, pensaréis. Sin él, probablemente no conoceríamos de nada el apellido Weissmüller.

Johnny weissmuller, tarzan, jane, chita y su hijo
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Prodigio de las piscinas desde pequeño, con 12 años ya figuraba en el equipo de natación de la Young Men's Christian Association y con 17 comenzó a ganar un campeonato tras otro en la Amateur Athletic Union. Nunca perdió una competición amateur, las más habituales por entonces. Su pasaporte a la fama estaba cada día más cerca, las olimpiadas. Aquí es donde entra en juego su hermano Peter y ese nacimiento en 1905 en Windber, Pensilvania. Con la partida de nacimiento de su hermano, y “Peter Johann” como nombre en el pasaporte estadounidense, sería la estrella del equipo olímpico de Estados Unidos en 1924 y 1928. Ganador de 52 campeonatos nacionales, 5 medallas de oro y una de bronce, junta a la consecución de 67 récords mundiales, todo hacía pensar que la figura de este superdeportista ya no podía crecer más. Le faltaba tocar el cielo, y por aquel entonces, el cielo era el cine. La fama mundial, la eternidad, la daba el séptimo arte. Así, sin saber actuar, este austrohúngaro con pasaporte americano y un cuerpo de 1 metro y 94 centímetros de alto (y casi de ancho) capaz de bajar, por primera vez en la historia, del minuto en los 100 metros libres, firmaba un contrato con la Metro Goldwyn Mayer. ¿Le habrá llegado alguna oferta de Marvel a Michael Phelps?

Tarzán no habla, grita

Elmo Lincoln, Gene Pollar, P. Dempsey Tabler, James Pierce y Frank Merrill no son Tarzán, todos lo interpretaron en su momento, sí, pero sin grito no hay héroe en taparrabos que valga. Un grito, algo tan tonto como eso, convirtió en 1932, en pleno hervor del cine sonoro, a Johnny Weissmüller en famoso. En el cine, como diría Ford, se imprime la leyenda, no el hecho. Pero lo cierto es que la “A” chillada a lo tirolés, durante más segundos de los que el aire de unos pulmones medios posibilita, no fue obra del primerizo actor. El especialista en sonido Douglas Shearer lo creó basándose en los yodel austriácos, más conocidos como cantos tiroleses. Desde Fotogramas, Shearer, genio en el anonimato, gracias por la frase (si se le puede llamar así) más icónica del cine de los años treinta.

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Dirigida por W. S. Van Dyke y producida por el mítico, tan precoz como efímero, Irving Thalberg, la película narra la historia más conocida del héroe de la selva. James Parker, su hija Jane y el pretendiente de esta, Harry Holt, se adentran en la selva de Tarzán en busca del marfil que les hará ricos. Spoiler Alert, Tarzán los rescata de manos de una peligrosa tribu y la joven Jane ve en el musculoso héroe de pocas palabras al hombre de sus sueños. Sería la primera de 12 películas de Weissmüller en el papel del personaje de Burroughs, a todo esto, fan declarado de esta adaptación.

Tú Tarzán, yo Jane

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Podríamos pensar en el personaje de Jane de forma romántica y valiente. Al fin y al cabo es una señorita acomodada de Nueva York que cambia su vida burguesa para adentrarse en una peligrosa selva con su amor verdadero. El personaje tiene todo ese potencial y más pero hablamos de los años treinta… Maureen O'Sullivan era una actriz irlandesa de piel blanca, melena negra y rostro de inocente rebeldía nacida en 1911, descubierta en Europa por Frankz Borzage para Fox a los 19, y que solo un año después firmaría con la Metro. Como en el caso de su compañero de reparto, no era la primera ni tampoco sería la última en dar vida al personaje. De hecho, ella lo dejó a las seis películas buscando darle un giro a su carrera que nunca llegó a conseguir del todo. Entre tanto, conoció al guionista y director John Farrow, con el que tuvo siete hijos. La volvimos a ver en ‘Hannah y sus hermanas’ (Woody Allen, 1986), como madre de su tercera hija, Mia Farrow.

Además de recaer en ella la mayor parte del diálogo de las películas, así como el hoy caduco papel de dama en apuros rescatada por el protagonista, que suponía el habitual cierra de la trama, fue su sexualidad el otro gran secreto a voces tras el éxito de las películas. Si en ‘Tarzán de los monos’ la irlandesa se desvestía hasta quedar en camisón, poniendo bastante incómodo a su padre en la ficción, no fue hasta la segunda y más reivindicada entrega de las aventuras cinematográficas del hombre mono, ‘Tarzán y su compañera’, cuando llegó el gran escándalo. Al contrario que en la primera entrega, ya nos encontrábamos en 1934 y el férreo Código de censura Hays empezaba a funcionar.

Junto con el de Hedy Lamarr en ‘Éxtasis’ (1933), cuyo éxito y popularidad provocó en gran medida el establecimiento del código, no hay desnudo en el cine clásico más polémico y mítico que el de Maureen O’Sullivan en su segunda película como Jane Parker. La escena en cuestión no tiene desperdicio. Cuando la pareja se dispone a darse un baño Tarzán empuja a Jane, quedando su vestido suspendido en la rama de un árbol. Lejos de asustarse, la joven bucea y se hace carantoñas con su compañero durante un buen rato en unas imágenes submarinas que, pese a filmarse en la piscina de un estudio, hay que reconocer que tienen mucho de idílicas. Recordemos que ‘El lago azul’ y Brooke Shields llegarían 46 años después. El tiempo se suspende y el erotismo se toma una pausa, callada y paciente, que no vuelve a encontrarse en la película. Una vez fuera, la joven es tapada por las ramas hasta encontrar su vestido y, también, a un león del que, cómo no, la salva Tarzán. La típica cita de pareja estable.

Dicen que “hombre prevenido vale por dos”. En este caso fue por tres, ya que a los productores no se les escapaba que con el código en marcha ya tenían bastante con que les dejasen seguir manteniendo a Jane vestida con una especie de bikini taparrabos bastante inestable. Se rodaron tres versiones con Jane bañándose en traje dos piezas, en topless y completamente desnuda. Cada uno se utilizó dependiendo del lugar de proyección. Lógicamente, salvo en los cines de más alta alcurnia, todo el mundo quería hacerse con la copia que incluía el desnudo. Una búsqueda que propulsó la celebridad de la escena y con ella la de la película. Quizás no hubiese sido para tanto si los espectadores de la época hubiesen sabido que se utilizó una doble de desnudo. Ella era Josephine McKim, cosas de la vida, nadadora olímpica en 1928 como su compañero de danza subacuática.

Más allá de la bella secuencia de desnudo, los espectadores recordarían las escenas de acción más destacas de la saga. De nuevo con el marfil de por medio, Tarzán consigue expulsar a los furtivos mediante una estampida de elefantes que él mismo dirige a lomos de uno de ellos. Tras quedar Tarzán gravemente herido, Jane decide volver a la civilización creyéndolo muerto. Atendido por sus amigos los monos enfermeros, el protagonista llega a tiempo (y recuperado) a lomos de un rinoceronte para salvar a su amada de una tribu de salvajes y feroces leones. ¿Suena absurdo? Imaginad ser un niño o una niña en los años treinta, en plena crisis económica y sin tener ni idea de que es un safari o será el CGI y ver, una tarde después del colegio por un par de nickels, una lucha de rinocerontes y elefantes contra leones y exóticos salvajes. Algo de color, un poco de CGI y tenemos ‘Vengadores: Endgame’. Eso sí, los del Código Hays eran gente fría que no se dejaba impresionar fácilmente. A partir de entonces, Jane llevaría un vestido mucho más recatado.

Nosotros Tarzán y Jane, tú Boy

Johnny weissmuller, tarzan, jane, chita y su hijo
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En 1939 y tras siete años de relación ya era hora de que la pareja más glamurosa de la selva africana tuviese un hijo, adoptado. No fuéramos a pensar que ese hombre y esa mujer tenían sexo en la selva sin estar casados. Huérfano tras un accidente de avión en plena selva que lo dejó sin sus padres biológicos, el actor infantil Johnny Sheffield se sumaba a Tarzán y su hijo para ser Boy. Aunque en castellano la broma de simpleza idiomática de Tarzán al poner a su hijo Boy, como quien llama a su perro Perro, se perdía un poco, lo cierto es que Tarzán continuaba encontrando aventuras variadas. Si en La fuga de Tarzán (1936) era el protagonista el que tenía que escapar de la jaula de un listillo, que quería exhibirlo cual King Kong depilado, y en esta adoptaba a su particular Mini Yo, a pocos espectadores se les ha podido borrar de la retina el argumento de la sexta y última película con O’Sullivan como Jane.

En 1942, diez años después del comienzo de su andadura en taparrabos y 37 más tarde de hacer puerto allí con su familia, Weissmüller y su Tarzán llegaban a la Gran Manzana. En ‘Tarzán en Nueva York’ la pareja no dudaba en regresar a la civilización para rescatar a Boy, secuestrado como una atracción de feria. Tras ver a Tarzán cambiando las lianas de la selva por los cables del Puente de Brooklyn, las ideas no podían sino acabarse. Tras ‘Tarzán el temerario’ y ‘El Triunfo de Tarzán’ (1943), entregas en las que Jane había estado ausente como enfermera ayudando a las tropas aliadas (cosas de la época), el personaje regresaría en la piel de la rubia Brenda Joyce en ‘Tarzán y las amazonas’. ‘Tarzán y la mujer leopardo’ (1946), ‘Tarzán y la cazadora’ (1947) y ‘Tarzán y las sirenas’ (1948) fueron las últimas y olvidables apariciones de Weissmüller en la piel del mítico personaje de Burroughs. Un camino de 12 películas adorado por el público de generaciones que hoy se encuentra, no sin razón, de camino al olvido.

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Racismo y maltrato animal

Cumbres del cine de aventuras en su época y de un enorme calado popular a nivel mundial, incluido España, lo cierto es que las películas del Tarzán de Weissmüller han envejecido muy mal. Su espíritu aventurero y sus entretenidas tramas siguen intactos, especialmente si nos referimos a las primeras entregas. Sin embargo, tanto el trato animal como la representación de los nativos africanos están lejos de ser tolerables en los estándares del siglo XXI.

Junto a ‘El nacimiento de una nación’ y ‘Lo que el viento se llevó’, las películas de Weissmüller como Tarzán han sido el ejemplo más sangrante, por populares y globales, del racismo en el cine de Hollywood tan criticado por la sociedad afroamericana desde los años setenta. Y es que, en cada una de las películas, hay una enorme violencia de Tarzán y demás protagonistas hacia las tribus africanas que pueblan la selva. Representados como salvajes y habitualmente caníbales, su manía de secuestrar o atacar a Jane solía derivar en una buena tunda del hombre blanco de raíces germánicas Weissmüller-Tarzán al hombre negro. Un retrato de blanco bueno salva a chica blanca de negros malos a golpes con el que crecieron varias generaciones. Que el protagonista luchase con la misma fiereza contra los furtivos y buscadores de marfil caucásicos no exime a las películas de esa imagen de supremacía racial, como su relación de ficticia camaradería con los animales tampoco las libra de un uso cinematográfico poco ético de los mismos.

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Casi más famoso que sus compañeros de reparto humanos, Chita era un Chimpancé masculino que servía como leal amigo y servidor de Tarzán. Apodado en España erróneamente por el femenino “la mona Chita”, se dijo siempre que dicho animal había envejecido en un lujoso santuario, llegando a convertirse en el espécimen más longevo de su raza. Tal y como demostró una investigación del Washington Post en 2008, ni el mono del santuario era Chita, ni Chita era un único Chimpancé. De hecho, se cree que fueron más de 10, la mayoría de temprana muerte, los simios utilizados para dar vida al personaje. Del mismo modo, los elefantes que montaba y dirigía Weissmüller, pese a ser asiáticos, llevaban pegadas unas falsas orejas de mayor tamaño así como unos colmillos para simular ser africanos.

Por los platós de la Metro pasaron rinocerontes, leones, pumas y toda clase de simios cautivos amaestrados para obedecer y cuyas tristes condiciones no cuesta imaginar. Pese a ello, algunos de los animales que aparecen en las películas sí eran salvajes. Aquellos que salían en planos recurso, entre escenas y sin relación con los actores, procedían de filmaciones documentales reales, que se insertaban en la película.

Más allá de la selva

Cuentan que el hecho de que su fama durante dos décadas nunca le valiese para conseguir otro papel más allá del taparrabos pesó siempre en la autoestima de Weissmüller. Tras abandonar al personaje, el ex olímpico firmó un contrato con la Columbia Pictures que le permitió continuar su carrera, ya en ocaso, dentro de la serie B como Jim de la selva. Primero en forma de trece películas y después de 26 capítulos de televisión realizados en poco más de 6 años, Weissmüller pasó de ser Tarzán a encarnar a un cazador en la selva asiática. A esto hay que sumar que, tras la pérdida de los derechos sobre las historietas de Don Moore, el actor siguió interpretando al personaje en tres películas más poniendo su propio nombre al protagonista. En 1956, sin haber conseguido salir de la selva, dejó el cine y, entre otros negocios de escaso éxito, fundó una compañía de piscinas.

Durante los años que interpretó a Tarzán, el nadador aprendió a imitar el grito creado por Shearer casi a la perfección, para no defraudar a los fans que se lo solicitaban. Casado en 6 ocasiones, el nadador olímpico que inmortalizó el cine murió en Acapulco en 1984, donde rodó su última película como Tarzán. Dicen las habladurías que sus últimos y enfermos años le hicieron insoportable porque no paraba de realizar, una y otra vez, el grito que le dio la inmortalidad.

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Rafael Sánchez Casademont

Rafael es experto en cine, series y videojuegos. Lo suyo es el cine clásico y de autor, aunque no se pierda una de Marvel o el éxito del momento en Netflix por deformación profesional. También tiene su lado friki, como prueba su especialización en el anime, el k-pop y todo lo relacionado con la cultura asiática.

Por generación, a veces le toca escribir de éxitos musicales del momento, desde Bizarrap hasta Blackpink. Incluso tiene su lado erótico, pero limitado, lamentablemente, a seleccionarnos lo mejor de series y películas eróticas. Pero no se limita ahí, ya que también le gusta escribir de gastronomía, viajes, humor y memes.

Tras 5 años escribiendo en Fotogramas y Esquire lo cierto es que ya ha hecho un poco de todo, desde entrevistas a estrellas internacionales hasta presentaciones de móviles o catas de aceite, insectos y, sí, con suerte, vino. 

Se formó en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Murcia. Después siguió en la Universidad Carlos III de Madrid con un Máster en Investigación en Medios de Comunicación. Además de comenzar un doctorado sobre la representación sexual en el cine de autor (que nunca acabó), también estudió un Master en crítica de cine, tanto en la ECAM como en la Escuela de Escritores. Antes, se curtió escribiendo en el blog Cinealacarbonara, siguió en medios como Amanecemetropolis, Culturamas o Revista Magnolia, y le dedicó todos sus esfuerzos a Revista Mutaciones desde su fundación. 

Llegó a Hearst en 2018 años y logró hacerse un hueco en las redacciones de Fotogramas y Esquire, con las que sigue escribiendo de todo lo que le gusta y le mandan (a menudo coincide). Su buen o mal gusto (según se mire) le llevó también a meterse en el mundo de la gastronomía y los videojuegos. Vamos, que le gusta entretenerse.