Diamantes, zafiros, espinelas y la 'piedra del destino': la importancia de las joyas en la coronación del rey Carlos III

Diamantes, zafiros, espinelas y la 'piedra del destino': la importancia de las joyas en la coronación del rey Carlos III

El rey Carlos III de Inglaterra en una imagen de archivo.
El rey Carlos III de Inglaterra.
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El rey Carlos III de Inglaterra en una imagen de archivo.

El magnífico conjunto de valiosas piezas que compone las joyas de la corona británica, custodiadas en la torre de Londres, cumple una función simbólica fundamental en las coronaciones británicas. Entre ellas numerosas piezas de rango mayor, como las dos coronas que el rey Carlos III portará en la Abadía de Westminster el próximo sábado día 6, o la tercera con la que será coronada la reina Camila, que en su delicada orfebrería incorporan piedras de notable valor.

La más antigua, la Corona de San Eduardo con la que el rey será coronado, es la más antigua por datar de tiempos de Eduardo el Confesor, en el siglo XIII, que durante la guerra civil del siglo XVII fue desmontada y fundida hasta que, años después, en 1660, y con los Estuardo restaurados en el trono, fue vuelta a recomponer en su forma actual. Una pieza pesada por ser de oro sólido con 444 piedras preciosas y semipreciosas entre rubíes, amatistas, zafiros, granates, topacios y turmalinas. Pero más importante aún es la Corona Imperial del Estado, con la que Carlos III abandonará la abadía después de la ceremonia, algunas de cuyas piedras con de un valor difícil de calcular.

En primer lugar, el denominado 'zafiro de San Eduardo' que se extrajo del anillo en el que estaba incrustado en el dedo de Eduardo el Confesor, uno de los últimos reyes anglo-sajones, cuando en 1163 fue re-enterrado en la abadía de Westminster. Le sigue otro importante zafiro de 104 quilates, el 'Estuardo', de origen legendario en Asia, que el rey Jacobo II se llevó consigo tras ser destronado, pasando después a sus descendientes, uno de los cuales, el cardenal de York, lo cedió en 1807 al rey Jorge III.

Pero no cabe olvidar el denominado 'rubí del Príncipe Negro', que es en realidad una gran espinela cabochon de 170 quilates con una curiosa leyenda según la cual allá por el siglo XIV habría sido propiedad de Abú Said, un miembro de la dinastía nazarí de Granada. Un príncipe musulmán que fue muerto alanceado por el rey Pedro 'el cruel' de Castilla que, habiéndose hecho con esa y otras valiosas piedras, acabaría entregando la espinela al Príncipe Negro, un hijo de Eduardo III de Inglaterra, que como mercenario le había ayudado con sus huestes en su guerra contra su medio hermano Enrique de Trastamara, luego Enrique II de Castilla. Tenida por joya importante, años más tarde Enrique V de Inglaterra la insertaría en su casco durante la famosa batalla de Agincourt en la que su ejército se enfrentó a Juana de Arco y a las tropas francesas.

Otro importante rubí se inserta en el denominado 'anillo de la reina consorte', que será entregado a la reina Camilla y que, guarnecido de 14 diamantes y otros tantos rubíes menores, data de la coronación de Guillermo IV en 1831. Al igual que un zafiro de las mismas fechas, con cruz de rubíes y orlado de diamantes, que se coloca en el dedo de cada nuevo rey tras su coronación. Pero estas piedras no pueden llevarnos a obviar la importancia de los diamantes, en particular el 'Estrella de África', el más grande encontrado nunca, que se encontró en 1905 en las minas de Cullinan, en Sudáfrica.

Una gran pieza de 3.106 quilates que el gobierno de la entonces colonia del Transvaal decidió regalar en 1907 al rey Eduardo VII, y que por su tamaño excesivo fue finamente cortada y dividida en los denominados “Cullinan I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX”. Uno de ellos, el Cullinan I, se insertó en el Cetro del Soberano con la Cruz que el rey Carlos recibirá en su coronación, mientras que el Cullinan II, de 317 quilates, se inserta en la mencionada Corona Imperial del Estado. Y el III, el IV y el V serán, en esta ocasión, insertados en la corona de la reina Mary con la que será coronada Camila Parker-Bowles, viniendo a sustituir a otro diamante legendario, el "Koh-i-Noor".

Un enorme diamante de 108 quilates cuyo nombre en persa significa "Montaña de Luz", que fue propiedad de los antiguos reyes hindúes de Delhi, pasando después a los sultanes del imperio Mogol, el constructor del Taj Mahal y, finalmente, del marajá Rangit Singh del Punjab. Un pequeño soberano a quien los británicos se la arrebataron con malas artes cuando aquella región fue incorporada a su gran imperio, obligando a su hijo, el atractivo y torturado príncipe adolescente Duleep Singh, a entregársela a la reina Victoria. Una joya muy controvertida que los gobiernos de la India y Pakistan has reclamado sin éxito en numerosas ocasiones.

Piedras de enorme fulgor que, sin embargo, no opacan el valor simbólico de otro elemento presente en las coronaciones británicas que es la denominada 'piedra de Scone' o 'piedra del Destino'. Un bloque compacto de piedra arenisca de origen misterioso y desconocido, utilizado durante la Edad Media para las coronaciones de los viejos reyes de Escocia. Conservada en la abadía de Scone, en el siglo XIII fue arrebatada de allí por el rey Eduardo I de Inglaterra que, queriendo despojar a Escocia de sus signos de identidad, la envió a la abadía de Westminster. Allí mandó construir una silla especial bajo la cual quedó ubicada, siendo desde entonces empleada para la coronación de los monarcas británicos.

En 1914 unas sufragistas atentaron contra la abadía de Westminster quedando la piedra partida en dos y, finalmente, en 1996 el gobierno británico decidió devolverla a Escocia conservada ahora en el palacio de Edimburgo junto a las joyas de la corona escocesa. No obstante, días atrás fue llevada con el mayor cuidado a la Abadía de Westminster donde el nuevo rey se sentará sobre ella durante uno de los ritos del ceremonial de coronación.

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