Reina Isabel II: la historia de la monarca que guió al Reino Unido por el Siglo XX

Reina Isabel II: la historia de la monarca que guió al Reino Unido por el Siglo XX

Así fueron los primeros pasos en la historia de quien, sin esperarlo, se convirtió en la reina Isabel II, la monarca más famosa del mundo.

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Ni Isabel, ni su padre estaban predestinados a reinar, pero ambos aceptaron el trono por el bien de Gran Bretaña. Estos fueron los primeros pasos en la historia de una joven que, sin esperarlo, se convirtió en la reina Isabel II, la más alta representante del mayor Imperio del mundo y faro que iluminó al Reino Unido hasta su muerte el 8 de septiembre de 2022.

Por Laura Manzanera

Cuando la futura Isabel II nació en 1926, aún ocupaba el trono su abuelo, Jorge V, y el primero en la línea de sucesión era su primogénito Eduardo, príncipe de Gales. A este le seguía Alberto, duque de York (futuro Jorge VI), quien era 18 meses menor y con quien el rey se mostró estricto en particular.

La infancia del futuro rey

El príncipe Alberto debió soportar que le ataran la mano izquierda por ser zurdo y que le entablillaran las piernas por ser patizambo. Tímido en extremo, enmudecía a menudo a causa de su tartamudez, que en aquel tiempo se relacionaba con una inteligencia escasa.

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Eduardo era distinto por completo y, a medida que se hacían mayores, la diferencia entre ambos resultaba todavía más evidente. Era un joven encantador de vida disipada, seguidor de la moda y amante de la ostentación y la adulación del pueblo. Delgado, rubio, de ojos azules y bonita sonrisa, simpático y galante, encarnaba para muchas jóvenes el ideal del príncipe azul. Pese a todo, los hermanos estaban muy unidos entre sí, aunque eso pronto cambiaría.

Eduardo durante una visita de estado en Argentina, 1925. Wikimedia Commons

Eduardo durante una visita de estado en Argentina, 1925. Wikimedia Commons

Por su parte, lejos de las formalidades de sus padres y de la sofisticación de su hermano mayor, Alberto llevaba una vida modélica, tranquila y comedida. Su boda con lady Elizabeth Bowes-Lyon, una joven de la aristocracia escocesa de la que estaba profundamente enamorado, fue una inyección de moral para su baja autoestima, además de un gran apoyo emocional.

Jorge VI del Reino Unido.Imagen: Matson Photo Service-Wikimedia Commons

reina isabel II Inglaterra

Jorge VI del Reino Unido.Imagen: Matson Photo Service-Wikimedia Commonsreina isabel II Inglaterra

Ella tenía buen humor y buenos amigos, y sabía disfrutar de la vida. Se casaron en 1923 y su primera hija, Isabel (la futura reina Isabel II), nació tres años después. La segunda, Margarita, llegaría en 1930. La monarquía británica crecía.

Hermano “bueno”; hermano “malo”

Los días de Eduardo como soltero de oro terminaron en 1934, cuando conoció al único amor de su vida. Se llamaba Wallis Simpson, era estadounidense y estaba casada por segunda ocasión. Empezaron a verse sin que su marido lo supiera, e incluso se iban juntos de vacaciones.

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El escándalo explotó entre la alta sociedad inglesa. El heredero al trono difícilmente podía haber elegido una candidata a reina más inadecuada que esa osada y prepotente mujer.

Desde el principio ella llevó la voz cantante en la relación, sin ocultar que los duques de York no eran de su agrado, un sentimiento mutuo. Si a Alberto y Elizabeth se les veía respetables, a Eduardo y Wallis se les consideraba poco recomendables y una amenaza para los Windsor.

La crisis de la abdicación

Pese a tratársele como el heredero, Eduardo no cumplía con sus obligaciones. Solo quería estar con Wallis, con quien tenía una dependencia absoluta.

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Se intentó mantener la relación en secreto pero, cuando la gente se enteró, Simpson recibió críticas durísimas y no pocos insultos. Pese a todo y contra todos, Eduardo tenía algo clarísimo: se casaría con ella y, si fuera preciso, abdicaría. Así se lo comunicó a la familia.

Mientras Eduardo solo pensaba en su amada y apartaba sus responsabilidades, Alberto mantenía reuniones secretas con miembros del gobierno. El 10 de diciembre pasó lo que muchos temían: el monarca firmó el acta de abdicación.

“Me ha sido imposible llevar la pesada carga de la responsabilidad, cumplir con mis obligaciones como rey del modo en que habría deseado y sin la ayuda y apoyo de la mujer a la que amo”, se justificó.

También declaró que aquella decisión había sido menos difícil para él “sabiendo que mi hermano, con su largo entrenamiento en los asuntos públicos de este país y con sus finas cualidades, será capaz de ocupar mi lugar de aquí en adelante”.

El rey que se convirtió en uno a la fuerza

De esta manera, a los 40 años Alberto se convertía, a la fuerza, en rey de Gran Bretaña. El 12 de mayo de 1937 fue coronado y escogió el nombre de Jorge VI por respeto a su padre.

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Aquella carga le venía grande, pero contaba con el inestimable apoyo de su esposa. Gracias al esfuerzo de ambos, la monarquía sobreviviría a la peor crisis desde el derrocamiento de Jacobo II en 1688.

A los pocos días de la coronación de Jorge VI, Eduardo y Wallis contrajeron matrimonio; ningún representante de la familia real asistió a la ceremonia. Por entonces, Hitler gobernaba en Alemania y muchos acusaron a Eduardo de simpatizar con él.

En octubre de 1937 visitó Berlín con su esposa y fueron recibidos por Goebbels, Hess, Himmler y Von Ribbentrop, el ministro de Asuntos Exteriores. Eduardo incluso visitó a Hitler, con el cual mantuvo una conversación bastante larga, y hasta se le vio haciendo el saludo nazi.

En 1940, en plena guerra, él y Wallis escaparon a Lisboa cruzando España. La idea de Churchill, el primer ministro británico, era que embarcaran hacia las Bahamas, donde Eduardo sería nombrado gobernador con el fin de alejarlo lo más posible de Europa.

Sin embargo, Von Ribbentrop envió telegramas a sus embajadores en Lisboa y Madrid ordenándoles aproximarse al duque de Windsor para tentarlo con la oferta de ser repuesto en el trono en caso de que los nazis conquistasen Inglaterra.

En 1953 Churchill pediría a Eisenhower y al Gobierno francés que dichos telegramas no se hicieran públicos. El presidente estadounidense respondió que estaba por demás probado que “no tenían ningún valor”, “estaban conectados con propaganda alemana para debilitar la resistencia occidental” y que “eran injustos con el duque”.

Terminarían por ver la luz. Aunque la conspiración no pudo probarse, el fantasma de su coqueteo con el nazismo persiguió a Eduardo, quien reconocería haber admirado a Hitler en un momento dado, pero siempre negó haber sido nazi.

Para 1952 los duques de Windsor se refugiaron en definitiva en Francia y estuvieron juntos hasta la muerte de Eduardo, ocurrida el 28 de mayo de 1972.

Su sobrina Isabel dio permiso para que se le enterrara en el cementerio real de Frogmore, junto al Castillo de Windsor. Wallis empezó a perder sus facultades en 1976 y falleció en 1986.

Churchill en un encuentro con mujeres trabajadoras cerca de Glasgow, en octubre de 1918. Imagen: Imperial War Museums-Wikimedia Commons

reina isabel II Ingaletrra

Churchill en un encuentro con mujeres trabajadoras cerca de Glasgow, en octubre de 1918. Imagen: Imperial War Museums-Wikimedia Commonsreina isabel II Ingaletrra

De la pequeña Lilibeth a la reina Isabel

Como su padre, Isabel tampoco creció esperando sentarse en el trono. No lo imaginaban ni ella ni quienes la rodeaban desde que vino al mundo el 21 de abril de 1926.

De pequeña, a Isabel le costaba pronunciar Elizabeth, así que se llamaba a sí misma Lilibeth, mote que mantendría. Aunque era apenas una niña cuando su tío escandalizó a propios y extraños.

Estuvo presente en la coronación de su padre, en mayo de 1937, como el resto de la familia. Con 11 años, sabía que era la primera en la línea de sucesión y que aquello cambiaría radicalmente su existencia.

Viviría en el Palacio de Buckingham, separada del resto de la sociedad, y la educarían para cumplir con el papel que le esperaba. Se decía que rezaba con la ferviente esperanza de tener un hermano que la librara de tan gran responsabilidad que se avecinaba.

En 1939 Isabel encontró el amor en el príncipe Felipe de Grecia, un cadete de la Marina Real británica nacido en Corfú. Él tenía 18 años, ella nada más 13, pero ya nunca tendría ojos para otro hombre.

Pese a su rancio abolengo (su padre era el principe Andrés de Grecia y Dinamarca y su madre Alicia de Battenberg, descendiente de una gran dinastía europea), los progenitores de Felipe eran pobres; al nacer él, un golpe había destronado a la monarquía griega.

Al padre, acusado de traición, le esperaba una ejecución de la cual se salvó gracias a la intervención de un pariente lejano: el rey de Gran Bretaña.

A los pocos meses de que los jóvenes se conocieran estalló la Segunda Guerra Mundial, y Felipe tuvo que prestar servicio. Desde su refugio en el Castillo de Windsor, Isabel le escribiría con regularidad.

El 3 de septiembre de 1939, Gran Bretaña declaraba la guerra a Alemania y Jorge VI llamaba a sus súbditos, a través de la radio, al patriotismo y la resistencia. A pesar de no sentirse preparado, Jorge VI había afrontado su destino, y su esfuerzo suponía un doble mérito porque le tocó gobernar en tiempos revueltos.

La reina Isabel II como subalterna segunda honoraria en el Servicio Territorial Auxiliar de Mujeres, 1945.

La reina Isabel II como subalterna segunda honoraria en el Servicio Territorial Auxiliar de Mujeres, 1945.

Entereza bajo las bombas

Un día de 1940, en el Palacio de Buckingham, un grito alertó a la pareja real. Llegaba un avión de la Luftwaffe.

El resultado: tres operarios heridos y bastantes daños materiales. Ese mismo día, Jorge e Isabel se desplazaron hasta el East End, un barrio marginal, para solidarizarse con los más desafortunados.

Gracias a sus visitas a las zonas de Londres más castigadas por las bombas y a haber sobrevivido de milagro al ataque en Buckingham, el rey se ganó el cariño de la gente y su popularidad creció.

Con apenas 14 años de edad, se dirigió por primera vez al país a través de las ondas de la BBC:

“Estamos haciendo todo lo posible para ayudar a nuestros valientes marineros, pilotos y soldados, por compartir el peligro y la tristeza. Son tiempos difíciles, pero sé que acabarán bien”. Quedaban probados su entereza, su profesionalidad y su sentido del deber.

Reina Isabel II y el duque de Edimburgo. Retrato oficial de la coronación, junio de 1953. Imagen: Library and Archives Canada -Wikimedia Commons

Reina Isabel II y el duque de Edimburgo. Retrato oficial de la coronación, junio de 1953. Imagen: Library and Archives Canada -Wikimedia Commons

Mientras sus padres recorrían los sitios de Inglaterra arrasados por los alemanes, Isabel ansiaba sentirse útil, así que para los últimos años del conflicto, ya con 18 años cumplidos, pidió permiso para unirse al Servicio Territorial Auxiliar de Mujeres. Tras ser entrenada como chofer militar y mecánica de camiones, condujo ambulancias y visitó a los heridos en los bombardeos.

Convencida ya de que nadie la libraría de la corona, anunció su compromiso con el futuro papel que debería desempeñar. La entristecía renunciar a una vida normal, pero su gran consuelo era Felipe, con el que se casó en 1947. Eran felices y no sospechaban lo poco que iba a durar su libertad.

Reina Isabel II: una joven monarca

En 1948 nació su primer hijo, Carlos, y se mudaron a Clarence House, una residencia real cercana a Buckingham. La segunda hija, Ana, llegaría al mundo en 1950, y más tarde vendrían Andrés (1960) y Eduardo (1964).

Cuando a Jorge VI le diagnosticaron cáncer, Isabel y Felipe debieron encargarse cada vez más de las funciones de Estado.

Se enteraron de su muerte, el 6 de febrero de 1952, mientras estaban de viaje oficial en Kenia. Para Isabel, al gran dolor del momento se unía la certeza de que, en cuanto aterrizaran, su vida y la de su familia nunca volverían a ser iguales. Tenía 25 años y llevaba poco más de cuatro junto a su esposo.

El 2 de junio de 1953 fue coronada en la Abadía de Westminster como la reina Isabel II. Lucía la Corona Imperial, elaborada para Victoria I, su tatarabuela, y remodelada para su padre.

Aquel fue un momento crucial para Isabel y para el resto de los británicos. El país todavía se recuperaba de los estragos de la guerra y Estados Unidos intentaba arrebatarle el puesto de primera potencia.

Con 26 años, Isabel II se convertía en la cabeza de una de las más antiguas e influyentes monarquías del planeta.

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