Un reinado turbulento

Isabel II de España, entre amantes y revoluciones

Sus torpezas políticas y sus escándalos amorosos causaron la revolución de 1868, que la expulsó del trono de España

F  de Madrazo   1850, Isabel II (Palazzo di Spagna, Roma, 223 x 146 cm)

F de Madrazo 1850, Isabel II (Palazzo di Spagna, Roma, 223 x 146 cm)

La reina Isabel II retratada por Federico Madrazo, poco después de su matrimonio, celebrado en el año 1846. Colección del Ministerio de Hacienda, Madrid

Foto: Wikimedia Commons

Cuando nació María Isabel Luisa, como se llamó a la primogénita del rey Fernando VII y su cuarta esposa, María Cristina, la situación política de España no podía estar más revuelta. Corría el año 1830 y, con el real alumbramiento, la sucesión al trono español quedaba asegurada. Por una mujer, no obstante. Un nuevo embarazo de la reina tranquilizó a los que consideraban que la estabilidad política del país estaría garantizada si llegaba el deseado heredero varón. Pero a otro feliz parto le siguió una nueva decepción: era una niña. 

La situación era grave, ya que hacía más de un siglo, en 1713, Felipe V había hecho proclamar la ley Sálica, que negaba la corona a las mujeres. Y aunque Carlos III había revocado esta ley, no se había publicado la pragmática necesaria. De hacerlo se ocupó el propio Fernando VII, al ser consciente de los problemas que podía provocar el asunto de la sucesión a su muerte. 

Carlos Mari´a Isidro de Borbo´n (Museo del Prado) cropped

Carlos Mari´a Isidro de Borbo´n (Museo del Prado) cropped

Carlos María isidro, Tío de Isabel II. Óleo por Vicent López Portaña, Museo del Prado.

Foto: Wikimedia Commons

Pero el hermano del rey, Carlos María Isidro, no reconoció la legitimidad de esta acción e insistió en considerarse heredero de la corona en lugar de cualquiera de las dos princesas. En septiembre de 1832, él y sus partidarios aprovecharon que el rey estaba gravemente enfermo en el palacio segoviano de La Granja para hacerle firmar un documento que restablecía la ley Sálica. 

El poder de la reina madre 

María Cristina, la madre de Isabel, no cejó en su defensa de los derechos de su hija a la corona, y cuando el rey se recuperó logró que volviese a anular la ley Sálica. Así, en junio de 1833, mientras don Carlos se hallaba en Portugal, Isabel fue jurada como princesa de Asturias (esto es, como heredera del trono), y el 29 de septiembre, a la muerte del rey, era proclamada reina de España. 

Durante los años siguientes, el gobierno estuvo en manos de María Cristina. La reina regente no tardó en volver a casarse. El afortunado fue Fernando Muñoz, un apuesto guardia de Corps de la reina, al que hizo duque de Riánsares. De su nuevo matrimonio, María Cristina tuvo nada menos que ocho hijos, de los cuales cinco fueron varones. De ahí una coplilla popular que decía: «Lloraban los liberales que la reina no paría y parió más muñoces que liberales había». Pero María Cristina, acusada de excesivo conservadurismo por los liberales progresistas, fue empujada a renunciar a la regencia en 1840 y marchar a Francia con los hijos habidos con Fernando Muñoz. En España se quedaron Isabel y su hermana menor, la infanta Luisa Fernanda, mientras asumía la regencia el general Baldomero Espartero, quien, a causa de sus ideas liberales, era el santo político del momento. 

José María Casado del Alisal   General Espartero   Google Art Project

José María Casado del Alisal General Espartero Google Art Project

El general Espartero. Acuarela de José Casado del Alisal, Museo del Romanticismo, Madrid.

Foto: Wikimedia Commons

En ese tiempo, la vida de Isabel estuvo llena de sobresaltos. En 1841 estalló un levantamiento militar contra Espartero encabezado por los generales Manuel de la Concha y Diego de León, que pretendían restaurar la regencia de María Cristina. Al frente del regimiento de Infantería de la Princesa asaltaron el palacio Real para raptar a Isabel, de once años. Las tropas alcanzaron la escalera interior, pero allí se encontraron con la resistencia de diecisiete alabarderos, capitaneados por el general Dulce. Diego de León ordenó el alto el fuego al considerar que no debían sonar disparos donde se hallaba la reina. Dulce, por su parte, ordenó a sus hombres que trajeran de la cocina todos los sacos de garbanzos que pudiesen cargar y los tirasen por la escalera. El efecto no se hizo esperar: los asaltantes no pudieron seguir avanzando y se vieron vencidos por unas sencillas legumbres. El acto tuvo consecuencias funestas para Diego de León, que murió fusilado.

Espartero, tachado de inflexible por este y otros actos, perdió el favor popular y un golpe del ejército lo obligó a exiliarse. Tras la marcha del regente las Cortes declararon la mayoría de edad de la reina, el 8 de noviembre de 1843, cuando Isabel acababa de cumplir 13 años. 

La reina niña 

La declaración de mayoría de edad puso freno durante un tiempo a la lucha política, pero al mismo tiempo planteó un problema urgente: el de casar a la joven soberana. Las potencias extranjeras, deseosas de garantizarse una alianza, postularon candidatos que resultaran manejables. El elegido fue Francisco de Asís, primo de Isabel. Al comunicar a la joven la decisión, ésta se opuso horrorizada, exclamando: «¡Antes de casarme con Paquita abdicaré o me pegaré un tiro!». Hacía referencia al afeminamiento de que hacía gala el que sería su esposo, hecho que era de dominio público y al que aludían numerosas coplas, como ésta: «Paquito natillas es de pasta flora y orina en cuclillas como una señora» (en realidad, esta última circunstancia se debía a la hipospadia, enfermedad que padecía Francisco). 

El rey Don Francisco de Asís (Museo del Romanticismo, Madrid)

El rey Don Francisco de Asís (Museo del Romanticismo, Madrid)

El rey Don Francisco de Asís. Óleo por Ángel María Cortellini, Museo del Romanticismo, Madrid.

Foto: Wikimedia Commons

El caso es que el matrimonio, al que la reina llegó con 16 años, no fue feliz e Isabel llegó a decir que odiaba a su marido. La soberana tuvo diez hijos, fruto de su relación con una larga serie de amantes, entre los que figuraban aristócratas, políticos, intelectuales y militares (entre éstos se contaba Francisco Serrano, al parecer su primer amante, apodado por la propia reina «el general bonito»), aunque quizás alguno sea del mismo rey consorte. Una anécdota relata que un día, enfadada, la madre de Isabel II dijo a su yerno: «No mereces compartir el lecho ni el amor de mi hija»,a lo que él respondió: «Quédate tranquila, mamá; no comparto ni lo uno ni lo otro». 

Un reinado convulso 

La verdad es que Isabel II no tuvo un reinado fácil. La inestabilidad política fue una constante, al igual que la corrupción. Fue un período de transición en el que la monarquía cedía poder político al parlamento y en el que los pocos cambios que se daban en la escena política llegaban de la mano de pronunciamientos militares. La personalidad de la reina, poco apta para las tareas de gobierno, no contribuyó tampoco a serenar el ambiente. Pérez Galdós la describía como una mujer de alma ingenua e inmensa ternura, indolente, proclive a la piedad y al perdón, a la caridad, pero también incapaz de tomar ninguna resolución tenaz y vigorosa. Se dejó influir por un pequeño círculo de allegados –la llamada «camarilla»– de ideas reaccionarias y que la indujeron a tomar decisiones a menudo intempestivas, incluso ridículas. 

iStock

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Palacio de Aranjuez. Los sucesivos monarcas de la casa de Borbón embellecieron esta residencia real; Isabel II ordenó construir un magnífico jardín.

Foto: iStock

Un ejemplo fue la destitución repentina del general Narváez, liberal moderado y el ministro más capacitado del período, en 1849, por haber hablado despectivamente de ella. Isabel nombró en su lugar a un reaccionario sin ninguna experiencia de gobierno, el conde de Clonard, pero la hostilidad de la opinión pública y el boicot de las autoridades civiles hizo que sólo se mantuviera en el poder un día; fue el «ministerio relámpago», el más corto de la historia de España. La reina tuvo que tragarse su orgullo y llamar de nuevo a Narváez. 

Isabel hubo de enfrentarse también a revoluciones propiamente dichas, como la Vicalvarada de 1854, un pronunciamiento dirigido por el general O’Donnell, un liberal progresista que quebró la hegemonía de los moderados. Los vaivenes políticos desprestigiaron cada vez más a la monarquía ante la opinión pública, como se pudo comprobar en 1865. 

Jura de Isabel II

Jura de Isabel II

ISABEL II jura la Constitucio´n de 1837 ante las Cortes el 10 de noviembre de 1843. O´leo por Jose´ Castelaro. Museo de Historia, Madrid.

Foto: Wikimedia Commons

Para hacer frente al déficit del Estado, ese año se decidió poner a la venta una serie de bienes del Patrimonio Real; el 75 por ciento de los ingresos sería para el Estado, mientras que la soberana se quedaría con el 25 por ciento restante. Isabel estaba convencida de que era un gesto de generosidad por su parte, pero Emilio Castelar, un joven profesor universitario, publicó un artículo en el que recordaba que los bienes vendidos no eran de la reina, sino del Estado, y que el 25 por ciento suponía un beneficio personal injustificado. El gobierno presionó para que Castelar fuera expulsado de su cátedra y la consiguiente manifestación de estudiantes en protesta fue reprimida con sangre, en la llamada Noche de San Daniel. 

Las muertes de O’Donnell (1867) y de Narváez (en abril de 1868) dejaron a Isabel totalmente en manos de los políticos reaccionarios. Su suerte personal quedó ligada a la política de represión de su ministro González Bravo. Por fin, en septiembre de 1868 estalló una revolución diferente a otras que la reina había visto: la «Gloriosa». Los diversos grupos liberales, dirigidos por generales que habían sufrido persecución y destierro, organizaron una conspiración que tenía como objetivo no ya un cambio de gobierno, sino la expulsión de la dinastía borbónica de España. 

La gloria, para los niños 

Isabel estaba en San Sebastián cuando le llegaron las noticias de la insurrección, y enseguida comprendió que su reinado había terminado. Su amigo el marqués de Alcañices intentó convencerla para que no huyese, diciendo:«Señora: ¿va a renunciar al laurel de la gloria?». La reina, sin dudarlo, le respondió: «Mira, Alcañices, la gloria para los niños y el laurel para la pepitoria».

Alfonso XII 5 pesetas silver

Alfonso XII 5 pesetas silver

Alfonso XII, hijo y sucesor de Isabel II, en una moneda acuñada en 1875.

Foto: Wikimedia Commons

Exiliada en París, la soberana fue testigo del reinado de Amadeo I (el príncipe saboyano al que los revolucionarios de 1868 ofrecieron la corona), de la Primera República y del retorno de su hijo Alfonso, en quien abdicó y a quien sobrevivió (Alfonso XII murió en 1885). También asistió al comienzo del reinado de su nieto, Alfonso XIII, y de la regencia ejercida por su nuera, María Cristina de Habsburgo, con la que mantuvo frecuentes altercados. Un día, ésta le advirtió: «Aquí yo soy la reina; lo que tú fuiste una vez». Isabel contestó: «Estás equivocada. Mi nombre en la historia irá acompañado por un número mientras tú no eres más que la viuda del rey». La reina falleció en el exilio el 9 de marzo de 1904, a consecuencia de una gripe, olvidada incluso por quienes más la habían atacado. 

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