La olvidada entrevista a la Reina de España más difamada: «Sé que lo he hecho muy mal»

La olvidada entrevista a la Reina de España más difamada: «Sé que lo he hecho muy mal»

Benito Pérez Galdós, que destacó lo agradable que fue la conversación, realizó un perfil muy elogioso sobre Isabel II que había hallado en el palacio de la Avenida Kleber

Isabel II de España en un retrato fechado hacia 1900 Vídeo: Isabel II, la Reina de España que acabó en el exilio
César Cervera

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Isabel II de España fue la reina más difamada de su tiempo, tanto dentro como fuera del país, debido a sus numerosas relaciones extramatrimoniales y a su concepción de la política como un cortijo adaptado a sus fobias y filias personales. Solo el paso de los años permitió calibrar cuántos errores de su caótico reinado y de su abrupta salida del país durante la Revolución Gloriosa (1868) pueden achacársele directamente a ella y cuántos a la irresponsabilidad de unos cortesanos y unos líderes políticos que, en palabras de la reina, iban apagándole la luz en el laberinto de su vida.

Fotografía de 1905 a Benito Pérez Galdós.

Heredera con tres años, mayor de edad con trece, sin educación formal desde entonces, casada a los dieciséis y en el exilio con solo treinta y ocho años... Todo en la vida de la Reina Isabel fue demasiado rápido, a excepción de su larguísima estancia en el exilio parisino. Allí, con las aguas más calmadas, recibió la visita de uno de los mejores cronistas en la historia de España, Benito Pérez Galdós , que celebró con la Reina depuesta una entrevista en 1902 por mediación del embajador español en Francia. Galdós utilizó este valioso material para la construcción de «Narváez» y «Bodas reales» de sus Episodios Nacionales, así como para un reportaje, publicado en el diario «El Liberal» el 12 de abril de 1904, a modo de necrológica de una reina que a su muerte seguía siendo una desconocida para los españoles, a pesar de todas las leyendas y calumnias que se contaban sobre ella.

El escritor, que destacó lo agradable que fue la conversación, realizó un perfil muy elogioso sobre la Isabel que había hallado en el palacio de la Avenida Kleber : «Fue generosa, olvidó las injurias, hizo todo el bien que pudo en la concesión de mercedes y beneficios materiales, se reveló por un altruismo desenfrenado, y llevaba en el fondo de su espíritu un germen de compasión impulsiva en cierto modo relacionado con la idea socialista, porque de él procedía su afán de repartir todos los bienes de que podía disponer y de acudir a donde quiera que una necesidad grande o pequeña la llamaba...».

En ABC Historia recuperamos de ese diario las principales declaraciones efectuadas por la Reina Borbón durante esa serie de entrevistas parisinas poco divulgadas que comenzaron con una amenaza de misterio por parte de Isabel:

«Te contaré muchas cosas, muchas, unas para que las escribas…, otras para que las sepas».

Autocrítica

«Yo tengo todos los defectos de mi raza, lo reconozco; pero también alguna de sus virtudes».

«Sé que lo he hecho muy mal; no quiero ni debo rebelarme contra las críticas acerbas de mi reinado… Pero no ha sido mía toda la culpa; no ha sido mía…».

Laberinto político

«Pónganse ustedes en mi caso. Metida en un laberinto, por el cual tenía que andar palpando las paredes, pues no había luz que me guiara. Si alguno me encendía una luz, venía otro y me la apagaba...».

Los éxitos olvidados

El reinado de Isabel fue el de las guerras carlistas, las revoluciones, la corrupción y los pronunciamientos, pero también el del aumento de la riqueza, la difusión de la cultura y el desarrollo industrial. La Reina lamentó en su conversación con Pérez Galdós que su obra permaneciera incompleta:

«Pero hay más, mucho más que pudo hacerse y no se hizo; ha faltado tiempo, ha faltado espacio… Yo quiero, he querido siempre, el bien del pueblo español. El querer lo tiene una en el corazón; pero ¿el poder, dónde está?... Solo Dios manda el poder cuando más conviene… Yo he querido… ¿El no poder, ha consistido en mí o en los demás. Esa es mi duda?».

Sobre la monja Sor Patrocinio

Una de las principales críticas a Isabel era que, aprovechando sus pecados y escándalos públicos, un tropa de clérigos acudió al Palacio Real a mercadear con su sentimiento de culpa. Uno de los más conocidos religiosos que intrigaron en su corte fue Sor Patrocinio , de filiación carlista e ideas reaccionarias, a la que la Reina protegió frente a las peticiones, incluso desde Roma, de que fuera desterrada a muchos kilómetros de Madrid. Aún en su exilio, la Monarca Borbón seguía defendiendo las bondades de la religiosa:

«Era una mujer muy buena; era una santa y no se metía en política ni en cosas del Gobierno. Intervino, sí, en asuntos de familia, para que mi marido y yo hiciéramos las paces, pero nada más. La gente desocupada inventó mil catálogos, que han corrido por toda España y por todo el mundo.

Retrato fotográfico de Sor Patrocinio, de Jean Laurent.

Sobre el Ministerio Relámpago

En 1849, Isabel, su marido, la camarilla de clérigos, entre ellos Sor Patrocinio, y el amante de turno de la reina, el Marqués de Bedmar , lograron destituir mediante trampas y subterfugios a Ramón María Narváez , presidente del Consejo de Ministros y cabeza del Partido Moderado. El nuevo Gobierno duró menos de veintisiete horas, lo que el fogoso Narváez tardó en recuperar el poder, pero en las filas liberales nunca se olvidó lo permeable que era la Reina a las influencias del ala más casposa de la Corte. Ante Pérez Galdós , Isabel se justificó por su papel en ese Ministerio Relámpago:

«Cierto que aquel cambio de ministerio fue una equivocación; pero al siguiente día quedó todo arreglado… Yo tenía entonces diecinueve años… Este me aconsejaba, aquel otra, y luego venía un tercero que me decía: ni aquello ni esto debes hacer, sino lo de más allá».

Rodeada de malas compañías

Retrato de la Reina Isabel II hacia 1860, por Luis de Madrazo

La infancia de Isabel II fue una lucha entre moderados, progresistas, absolutistas y los hombres de su madre, la regente María Cristina , por moldear en su beneficio a la futuro Reina de España. Lo que entre todos consiguieron, al final, es aturdir a la niña y provocarle graves carencias afectivas. Aquella joven no estaba preparada para lidiar con las tensiones entre liberales y monárquicos que se estaban viviendo en toda Europa para delimitar el papel de los reyes en los sistemas constitucionales:

«Los que podían hacerlo [guiarla] no sabían una palabra de Gobierno constitucional; eran cortesanos que solo entendían de etiqueta, y como se tratara de política, no había quien los sacara del absolutismo. Los que eran ilustrados y sabían de constituciones y de todas estas cosas, no me aleccionaban sino en los casos que pudieran serles favorables., dejándome a oscuras si se trataba de algo en que mi buen conocimiento pudiera favorecer al contrario.

¿Qué había de hacer yo, tan jovencilla, reina a los catorce años, sin ningún freno en mi voluntad, con todo el dinero a mano para mis antojos y para darme al gusto de favorecer a los necesitados; no viendo a mi lado más que personas que se doblaban como cañas, ni oyendo más que voces de adulación que me aturdían? ¿Qué debía hacer yo?... Póngase en mi caso».

La despedida de Galdós

«Llegó el momento de la despedida. La Reina, que deseaba moverse y andar, salió al salón, apoyada en un báculo. Fue aquella mi postrera visita y la última vez que la ví. Vestía un traje holgado de terciopelo azul; su paso era lento y trabajoso. En el salón nos despidió repitiendo las fórmulas tiernas de amistad que prodigaba con singular encanto. Su rostro venerable, su mirada dulce y afectuosa persistieron largo tiempo en mi memoria», narró Pérez Galdós sobre la última vez que vio a Isabel II, que murió dos años después en París.

[Entrevista completa en El Liberal del martes 12 de abril de 1904]

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