La relación entre los reyes de España y su ‘tía Lilibeth’: Isabel II más allá del conflicto gibraltareño

La reina de Inglaterra y los reyes de España mantuvieron una relación familiar más fuerte que los desencuentros políticos. 

La amistad, al menos política, entre los reyes de España y la soberana de Reino Unido siempre tuvo un talón de Aquiles: Gibraltar. Peñón desde el que iniciaron los príncipes Carlos y Diana su luna de miel en 1981 y razón por la que no asistieron Juan Carlos y Sofía al enlace del heredero. Sin embargo, a las dos familias reales las une una madeja de lazos sanguíneos. Tanto el rey Felipe VI –por vía paterna y materna– como Isabel II y el duque de Edimburgo descienden de la reina Victoria, apodada la Abuela de Europa. 

En el pésame emitido a su graciosa majestad tras la muerte de su esposo en 2021 por los reyes Felipe y Letizia  se hacía mención a las veces que se encontraron. “Querida tía Lilibeth: Hemos sentido una profunda tristeza al recibir la noticia del fallecimiento de nuestro querido tío Philip (…) Nunca olvidaremos las ocasiones que pudimos compartir con él”, rezaba la nota. Hoy, con motivo de la muerte de Isabel II, repasamos algunas de esas veces en las que los parientes departieron en armonía. 

Los reyes eméritos, entonces en ejercicio, fueron los primeros en visitar a sus colegas británicos. Sucedió en 1986. El último monarca hispano en acudir oficialmente al feudo de los Windsor había sido el abuelo de don Juan Carlos, Alfonso XIII, en 1905. De Londres se volvió prendado de la que sería su única esposa oficial, Victoria Eugenia de Battenberg, sobrina de Eduardo VII, anfitrión del Borbón durante el viaje. La reina Victoria Eugenia, acompañada de su hijo don Juan y su nuera doña María de las Mercedes, asistió a la coronación de su sobrina Isabel en 1953 en representación de la casa real española en el exilio. El rey Alfonso había muerto en Roma una década antes. 

Don Juan Carlos y doña Sofía aterrizaron la mañana del 22 de abril en el aeropuerto de Londres-Heathrow, donde fueron recibidos a pie de escalera por los príncipes de Gales. Las dos parejas se saludaron con reverencias y besos en las mejillas. Ellos vistieron uniformes militares de gala; don Juan Carlos el de la Armada española y el príncipe Carlos el de la Marina Real británica, el mismo con el que se casó cinco años antes. La princesa Diana lució un conjunto bicolor en blanco y negro y la reina Sofía un abrigo verde sobre un vestido oscuro estampado con margaritas –a juego con el broche de jade que llevaba en la solapa– y un sombrero, complemento que no es de su agrado.

La reina inglesa dispuso que sus homólogos se alojasen en el castillo de Windsor, su propiedad favorita, a donde llegaron ambas parejas de reyes en coches de caballos techados, los titulares en uno y los consortes en otro, al ritmo de los aplausos de numerosos alumnos de los colegios próximos a la fortaleza. Los príncipes de Gales los alcanzaron en un carruaje abierto. 

Tras pasar revista a las tropas, los seis disfrutaron de un almuerzo acompañados del arzobispo de Canterbury, las princesas Ana y Margarita de Reino Unido e Isabel Bowes-Lyon, conocida como la reina madre, que confiando en lo escrito por Adrian Tinniswood en el libro Behind the Trone: A Domestic History of Royal Household ya habría disfrutado de su combinado favorito diario de ginebra y Dobonnet para lo que se conoce como abrir el apetito.

Ese mismo martes por la noche en el hall de San Jorge de Windsor, donde todas las Navidades se coloca el árbol más ostentoso del castillo, la reina Isabel y el príncipe Felipe ofrecieron una cena de gala en honor de sus reales primos. La anfitriona vestía de blanco, como acostumbra en las ceremonias de este tipo desde esa época, y se adornó con la tiara Kokoshnik de la reina Victoria e inspiración rusa. Doña Sofía eligió un diseño de Valentino también níveo con bordados en paisley de pedrería azul y la diadema Flor de Lis (emblema de la familia Borbón de su marido), conocida dentro de la familia como la Buena por el tamaño de sus diamantes y que Alfonso XIII regaló a su prometida, Eugenia de Battenberg, en 1906.

Los reyes de España junto a la reina Isabel II y el príncipe Felipe en Windsor en 1986.

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Dos días después, el jueves 24, los soberanos hispanos recibieron a sus homólogos británicos en la Embajada de España en Londres, gobernada entonces por un buen amigo de don Juan Carlos, José Puig de la Bellacasa. Hasta el Salón de España trasladaron, con una semana de previsión, la vajilla y la cristalería que se utilizan en el Palacio Real de Madrid para los banquetes más importantes. Los 65 invitados disfrutaron de un menú compuesto por consomé madrileño, lenguado de Dover en hojaldre, pularda con trufas de Soria y sorbete de frutas tropicales. Las viandas estuvieron regadas por vinos españoles; Viña Sol y Cune del 70. Al final brindaron con cava.

El rey vistió el uniforme de Gran Etiqueta del Ejército de Tierra y lució sobre su pecho el Toisón de Oro, máxima distinción de la casa real española. Isabel volvió a recurrir al albo y se tocó con la tiara Vladimir. La reina Sofía eligió uno de sus conjuntos favoritos de Valentino Garavani, formado por un cuerpo plata y una falda abullonada en rosa Schiaparelli de la colección de primavera de alta costura 1984, y se coronó de nuevo con la diadema de la abuela de su esposo.

El príncipe Felipe, las reina Sofía e Isabel y el rey Juan Carlos en la embajada española en Londres.

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A esta merienda, amenizada con música española interpretada por la banda del regimiento de alabarderos de la Guardia Real, se unieron por sorpresa las infantas Elena y Cristina y la princesa Irene de Grecia, hermana de doña Sofía. Diana de Gales se mostró especialmente entretenida y llegó a confiar que conocía la revista ¡HOLA! Mientras tanto, el heredero Carlos se lamentaba de no saber castellano para poder relatar en el idioma de Cervantes cómo se había lastimado el dedo con un martillo. Al día siguiente los soberanos españoles volaron de vuelta a casa.

La reina Isabel y el duque se despiden de los reyes tras su visita a Londres, 1986.© Getty Images

Hubo que esperar un par de años para que la reina Isabel II de Gran Bretaña devolviese la cortesía a sus parientes. El lunes 17 de octubre de 1988 voló hasta Madrid a bordo de un avión especial de la British Aerospace, acompañada de su esposo, Felipe de Edimburgo. En el aeropuerto de Barajas les esperaba el entonces príncipe de Asturias, hoy Felipe VI. En el Palacio de El Pardo, junto a los soberanos de España, recibieron honores de ordenanza antes de almorzar en el Palacio de la Zarzuela, la casa oficiosa del jefe del Estado español. Las dos reinas vistieron de azul: la extranjera con abrigo Borbón y la nacional con traje de chaqueta capri. La primera con sombrero y la segunda sin él. El protocolo patrio no lo exige. Los tres varones coincidieron trajeados en azul marino. 

El príncipe de Asturias, el duque de Edimburgo, la reina de Reino Unido y los reyes de España en El Pardo en 1988. 

SFGP/ Gtres

Al atardecer, los hispanos rindieron honores a sus visitantes con una cena de gala en el Palacio Real de Madrid. Doña Sofía –vestida de Valentino Alta Costura Primavera/Verano 1988 en blanco y negro– se tocó otra vez con la diadema de las flores de lis, la más ostentosa del cofre español, que combinó con los pendientes de brillantes gruesos, también obsequio del rey Alfonso XIII a la reina Victoria Eugenia, y un collar elaborado en las mismas gemas que probablemente recibió como regalo de su invitada real. Esta, vestida de blanco inmaculado, se adornó con la tiara de las damas de Gran Bretaña e Irlanda y se cubrió el escote con el collar conocido como Cambridge, de esmeraldas y diamantes. Ambas joyas las había heredado de su abuela paterna, la impermeable reina consorte María de Teck. 

La infanta Cristina lució el tocado con el que se casó su madre en 1962, de origen berlinés e inspiración griega, y la infanta Elena tomó prestada la diadema floral que doña Sofía recibió como regalo de bodas del Gobierno franquista en nombre del pueblo español. La duquesa de Badajoz, hermana mayor de don Juan Carlos, eligió la tiara rusa de la regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, entonces propiedad de su madre doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans, de  brillantes y perlas. La duquesa de Soria, hermana menor del emérito, utilizó la de diamantes y zafiros, también de evocación kokoshnik, que su antecesora recibió de su progenitora, la infanta Luisa de Orleans, quien a su vez la heredó de su madre, María Isabel de Orleans, infanta de España y condesa de París. A la velada también asistió el conde de Barcelona, don Juan de Borbón, quien previó un encuentro privado con su prima, la reina Isabel. En su discurso,  la monarca británica se refirió al conflicto gibraltareño como “el único problema que queda entre nosotros”.  

La soberana de Reino Unido y el príncipe de Asturias se intercambian sonrisas ante la mirada de los entonces reyes de España.

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Al día siguiente, la reina más fotografiada de la historia organizó una recepción en el Palacio de El Pardo para un centenar y medio de invitados, entre ellos, la duquesa de Alba y su marido, Jesús Aguirre. Cayetana e Isabel compartieron juegos de niñas durante la estancia de la noble española en Londres tras el estallido de la Guerra Civil española en 1936. Juan Carlos y Felipe vistieron esmóquines gemelos con solapa de raso en negro, la esposa del primero un conjunto en plata y la del segundo en oro. 

La turné isabelina por la capital se dio por concluida el miércoles 19 con un festín junto a los eméritos en el Palacio Real de El Escorial; ordenado construir en el siglo XVI por Felipe II de España (quien estuvo casado con la reina inglesa María I) como muestra del poderío de la Iglesia católica apostólica y romana frente al de la anglicana, capitaneada por Isabel I de Inglaterra, máxima rival del español. 

Para escenificar, cuatro siglos después, la comunión entre ambos reinos, los monarcas viajaron en el mismo auto hasta el municipio de San Lorenzo de El Escorial. Don Juan Carlos condujo el vehículo con Lilibeth de copiloto mientras que en los asientos traseros se acomodaron los parientes helenos (el duque de Edimburgo y doña Sofía descienden de Jorge I de Grecia). Los cronistas de la época narraron que fue en este edificio de estilo herreriano donde la reina inglesa se mostró más disoluta pese a que el espacio fue concebido para el estudio y la oración.  

Al día siguiente, Isabel II, ataviada con un conjunto de cuadros vichy y abrigo de tono albaricoque, se llevó una gran decepción al enterarse de que la exhibición de caballos andaluces programada en la plaza de España durante su expedición a Sevilla había sido cancelada. En los Reales Alcázares demostró poco interés por el flamenco y todo el protagonismo recayó sobre su consorte, quien se arrancó a tocar las castañuelas mientras su repollo, como llamaba cariñosamente a su esposa, sonreía como una adolescente. 

La reina Isabel y Felipe de Edimburgo, acompañados por los reyes eméritos, en Sevilla.

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La última jornada, la del 21 de octubre, Juan Carlos y Sofía recibieron a los británicos en la plaza de Sant Jaume de Barcelona, donde confundieron los petardos encendidos por miembros del movimiento catalanista Crida a la Solidaritat en Defensa de la Llengua, la Cultura i la Nació Catalanes (en un intento de boicotear la presencia de los ingleses en la ciudad) con salvas de bienvenida. 

Por expreso deseo de su majestad, la comitiva se dirigió al Museo Picasso, donde la reina Isabel destacó la capacidad del pintor malagueño para reinterpretar Las Meninas de Velázquez. Con leve retraso, el grupo visitó las obras del estadio olímpico de Montjuïc, donde la monarca británica le pidió al alcalde Pasqual Maragall unas camisetas para sus nietos con el dibujo de Cobi, la mascota de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 diseñada por Javier Mariscal. Tras un tentempié celebrado en el palacio de Pedralbes con la flor y nata catalana, una agrupación de sardanistas demostró sus habilidades danzantes acompañados del alcalde y de la mujer del president, Mara Ferrusola

Este viaje de Estado, el único que ha hecho un monarca inglés a España, llegó a su fin con una recepción para 100 invitados a bordo del Britannia, el yate de la familia real inglesa, en el que Isabel y Felipe pusieron rumbo, aquella misma noche, a Mallorca, donde pasaron los dos siguientes atardeceres en la más estricta intimidad. 

El rey Juan Carlos I aprovechó este viaje oficial para concederle a Isabel II el Toisón de Oro. El collar del que cuelga un carnero, en referencia a la leyenda de Jasón en busca del vellocino de oro, y que reciben, por decisión del monarca, los miembros de la Orden de caballería del mismo nombre fundada por Felipe III de Borgoña en 1429. A la casa real española llegó a través de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. La prima Isabel correspondió al rey emérito con la Orden de la Jarretera

Un año después, en 1989, tuvo lugar la ceremonia de investidura en la capilla de San Jorge del Castillo de Windsor, por lo que los parientes volvieron a encontrarse. La Orden de la Jarretera fue creada en 1348 por Eduardo III de Inglaterra. Como el Toisón de Oro, la Orden de la Jarretera es la distinción real más prestigiosa del país. Ambas son vitalicias. En 2002, su graciosa majestad celebró sus 50 años en el trono con, entre otros festejos, una cena para los royals europeos y una reunión, también en Windsor, de los miembros de la Orden. Don Juan Carlos y doña Sofía no faltaron a ninguna de las dos citas. 

Juan Carlos I junto a la reina madre en 1989, para recibir la Muy Notable Orden de la Jarretera.

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Muchos años después, en 2017, Felipe VI, rey de España desde la abdicación de su padre en 2014, fue convidado por su tía Lilibeth a su reino de forma oficial. La excursión, programada entre el 6 y el 8 de junio, fue pospuesta por la celebración de elecciones generales en el país. 

El miércoles 12 de julio, el príncipe Carlos y su esposa, Camilla Parker-Bowles, recogieron a don Felipe y doña Letizia en su hotel, los españoles habían llegado la tarde anterior. Después, la reina Isabel y el duque de Edimburgo recibieron a su familia lejana en la Horse Guards Parade, en el centro de Londres. En presencia de la primera ministra Theresa May, a la que se le voló el sombrero, y la del resto de ministros de Gobierno, los Borbón Ortiz fueron homenajeados con todos los honores en plena crisis diplomática tras el Brexit. Letizia llevaba un abrigo de lana en amarillo limón  de su diseñador de cabecera, Felipe Varela, con tocado a juego siguiendo la regla. La soberana de Reino Unido se vistió con un cubretodo en berenjena que adornó con el broche de concha, elaborado por de Courtauld-Thomson con diamantes y  una gran perla en 1919, que había pertenecido a la reina madre. Los Felipes coincidieron de azul.

Los reyes, Felipe y Letizia, saludan a la reina Isabel II y al duque de Edimburgo, en su viaje oficial a Londres en julio de 2017.

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Tras pasar revista a las tropas, los soberanos en una carroza abierta y los consortes en otra similar completaron el recorrido por el Mall hasta llegar al palacio de Buckingham, donde se hospedaron don Felipe y doña Letizia durante su periplo. Un detalle que no tuvo con don Juan Carlos y doña Sofía tres décadas antes, a los que albergó en el Castillo de Windsor. 

Antes de almorzar en privado, los parientes visitaron una muestra de objetos españoles de la colección real expuestos en la Picture Gallery, entre los que se encuentran retratos de Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, así como medallas conmemorativas del enlace matrimonial que unió a las dos familias reales en 1906.

Los soberanos hispanos regalaron a la tía Lilibeth una colección de cartas de los citados Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg y al príncipe Felipe una capa castellana. Isabel II correspondió a Felipe VI con el ingreso en la Orden de la Jarretera. Por la tarde, los españoles acudieron a tomar el té junto a Carlos y Camilla en Clarence House, su residencia oficial y que también lo fue de la abuela materna del heredero al trono. Más tarde, en el Palacio de Westminster, sede del Parlamento, el jefe del Estado español expresó su confianza en la resolución del conflicto de Gibraltar, cuya sombra es más alargada que la roca. 

Por la noche, su graciosa majestad ofreció una cena de gala a sus reales iguales vestida, como acostumbra, de largo y blanco con concesiones al azul, haciendo juego con el color de las aguamarinas de Brasil con las que se adornó. Letizia volvió a confiar en la aguja de Felipe Varela que la tiñó de rojo con un modelo de escote recto, enseñando los hombros, y cola bordada de cristales. Como tiara, eligió la misma que su suegra 30 años antes, la buena, los pendientes de diamantes gruesos y las pulseras gemelas de Bulgari de las joyas de pasar. A la celebración que tuvo lugar en la sala más grande del palacio, la Ballroom construida en 1855, acudieron 150 invitados, incluidos todos los miembros de la familia real británica por deseo de la capitana. Como servicio de mesa se utilizó el de plata dorada que encargó Jorge IV en 1911. La noche posterior el London Eye fue iluminado con los colores de la bandera rojigualda. 

Los reyes Felipe y Letizia junto a la reina Isabel II y el duque de Edimburgo en Londres.

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Los reyes españoles no volvieron a coincidir con la reina Isabel hasta el viernes 14, cuando salió a despedirlos a primera hora en Buckingham. Estaba acompañada del único amor de su vida, el duque de Edimburgo, para quien fue el último viaje como anfitrión antes de jubilarse. Después, los reyes continuaron con su agenda en la Universidad de Oxford antes de volver a Madrid, donde don Felipe resaltó que "no olvidaremos estos días, en los que hemos percibido la calidez del pueblo británico y sus instituciones hacia España. Como tampoco podremos olvidar que han sido posibles gracias a la generosidad de su majestad la Reina Isabel y su familia".

Hubo que esperar al 17 de junio de 2019 para que los parientes se volvieran a encontrar. En medio de un clima hostil entre el Reino Unido y la Unión Europea, don Felipe fue investido por Isabel II, con la pompa y el boato intrínsecos a la corona británica, con la Orden de la Jarretera, concedida dos años antes. El rey de España compartió ceremonia con el rey Guillermo de los Países Bajos. Cada Orden tiene su liturgia y la de la Jarretera está inspirada en la leyenda del rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda; por esta razón la iniciación se celebra en una ceremonia privada el lunes de las carreras reales de Ascot. 

Felipe VI y las reinas Isabel II y Letizia en Windsor en 2019.

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Los miembros, tanto novatos como veteranos, de tan selecto club visten capa de terciopelo azul bordada con la cruz del Santo rodeada de la liga que da nombre a la organización, sombrero estilo Tudor con pluma blanca de avestruz y el collar de la orden, del que cuelga una recreación de San Jorge matando un dragón con su lanza. Según la tradición, Eduardo III, fundador de la Jarretera, estaba bailando con la futura primera princesa de Gales, Juana de Kent, cuando a esta se le cayó una liga azul de la pierna. Para evitar el sonrojo de la dama, el rey recogió la liga, la anudó a su propia pierna y exclamó la frase que se convirtió en el lema de la orden: “Que se avergüence aquel que de esto piense mal”.

La última vez que don Felipe y doña Letizia visitaron a su longeva tía fue el pasado 29 de marzo para honrar la memoria del desaparecido duque de Edimburgo, fallecido el 9 de abril de 2021, con una misa en la abadía de Westminster. Los cuatro monarcas españoles y la reina Isabel II también coincidieron, a lo largo de sus reinados, en ceremonias familiares como la boda del príncipe Pablo de Grecia y Marie-Chantal Miller en 1995, en la de Alexia de Grecia y Carlos Morales en 1999 o en la de los duques de Cambridge en 2011.

Artículo publicado originalmente el 2 de junio de 2022 y actualizado.

Doña Letizia y don Felipe en el funeral del duque de Edimburgo.

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