Esta Historia del Antiguo Egipto, publicada
originalmente por Oxford, es el clásico actual más
importante sobre este apasionante tema y la primera
obra que ofrece una visión completa de la civilización
egipcia, desde los primeros momentos de la Edad de
Piedra hasta su incorporación al Imperio Romano. Los
extraordinarios textos y las bellas ilustraciones que
componen esta obra nos descubren el nacimiento y
desarrollo de esta cultura en un recorrido que
comienza en el año 700000 a. C. y termina en el 311
d. C.
Los autores nos revelan los aspectos políticos,
sociales y culturales más relevantes, como los
secretos de las pirámides, las creencias en los dioses
y en el más allá, los ritos funerarios, la vida
doméstica… a la vez que nos acercan a personajes
tan célebres como Tutankhamon, Nefertiti,
Cleopatra… en un intento afortunado de describir el
cambiante rostro del Antiguo Egipto.
La única historia de la civilización faraónica que en un
solo volumen describe los 700.000 años transcurridos
entre el nacimiento y el ocaso del Antiguo Egipto.
Escrita por un equipo de reconocidos arqueólogos y
especialistas, situados en la vanguardia de la
egiptología actual.
Ilustrada con más de 100 fotografías, mapas, planos e
imágenes que dan vida a esta fascinante etapa de la
historia.
Edición de Ian Shaw
Historia del Antiguo Egipto
ePub r1.1
Dermus 04.04.15
EDICIÓN DIGITAL
3
Título original: The Oxford History of Ancient Egypt
Ian Shaw, 2000
Traducción: José Miguel Parra Ortiz
Ilustraciones: Museum of Fine Arts, Boston (A. M. Lythgoe); The
Metropolitan Museum of Art, Nueva York (Rogers Fund); The British
Museum; Brooklyn Museum of Art; Musée du Louvre; Museo de El
Cairo; The Griffith Institute (Ashmolean Museum, Oxford); The Trastees
of the National Museums of Scotland; Universidad de Lovaina (R. M.
Vermeersch, E. Paulissen, P. van Peer y M. van Meenen); University
College London Library (T. Quibell, B. Creen y W. B. Emery); Instituto
Alemán de Arqueología, El Cairo (W. Kaiser, C. Vandersleyen y G.
Dreyer); Oriental Institute of the University of Chicago; Egypt
Exploration Society (G. Davies); Committee of the Egypt Exploration
Society; Institut Francais d’Archéologie Oriéntale (El Cairo); Committee
of the Egypt Exploration Society (W. B. Emery); Canal Capital
Corporation; Werner Forman Archive/Museo de El Cairo; Guido Rossi
(Image Bank); Jurgen Uepe Photo Archive; A. Lecler/IFAO; James
Morrison/Axiom; Roger Wood/Corbis; CNRS Edirion/jean-Claude
Golvin; Chomon-Perino (Turín); The Sindics of the Cambridge
University Library (David Roberts); Sarah Stone/Tony Stone Images; Ian
Shaw; Béatrix Midant-Reynes; Graham Harrison; Gordon Pearson;
Barbara Ibronyi; Nancy Brill; F. Wendorf; R. Schild; A. E. Close; David
O’Connor; W. M. F. Petrie; J. Dorner; Manfred Bietak; Louise C.
Maguíre; Charles Bonnet; Barry J. Kemp; A. Lezine; V. Fritz; A.
Bowman; David Peacock y dibujos de William Schenk (cortesía de
Stephen Harvey). Búsqueda de la documentación fotográfica realizada
por Sandra Assersohn y Kathy Lockley.
Editor digital: Dermus
Primer editor: Dermus (r1.0 a 1.1)
ePub base r1.2
Edición digital: epublibre (EPL), 2015
Conversión a pdf: FS, 2018
4
PREFACIO
Esta obra describe el nacimiento y desarrollo de la
inconfundible civilización de los antiguos egipcios desde
sus orígenes en la Prehistoria hasta su incorporación al
Imperio Romano. En 1961, basándose en los datos textuales
y arqueológicos disponibles entonces, sir Alan Gardiner
ofreció una imagen fresca y detallada de la historia de
Egipto en su Egypt of the Pharaohs [edición española: El
Egipto de los faraones, 1994]. La obra de Gardiner se
centraba sobre todo en la actividad de los reyes, los
gobiernos y los grandes funcionarios a lo largo de los
siglos, desde el comienzo del Período Faraónico hasta la
llegada de los ptolomeos. En cambio, la Historia del Antiguo
Egipto no sólo se ocupa de los cambios políticos, sino
también del desarrollo social y económico, de los procesos
de cambio religioso e ideológico y de las tendencias de la
cultura material, ya se trate de los estilos arquitectónicos,
de las técnicas de momificación o de la fabricación de
cerámica. El mayor alcance de esta imagen histórica se
basa en la nueva documentación disponible, que ha
comenzado a aparecer cuando los arqueólogos han
empezado a estudiar y excavar ciertos tipos de yacimientos
despreciados anteriormente.
Cada capítulo describe y analiza una fase concreta de la
historia del Antiguo Egipto. Los autores destacan la
secuencia principal de los acontecimientos políticos, cuyos
5
restos han sobrevivido en diverso grado en los textos. No
obstante, utilizando de telón de fondo el auge y caída de la
dinastía reinante, también estudian los patrones culturales
y sociales del período, incluidos los cambios estilísticos
acaecidos en el arte y la literatura. Esto les permite
comparar y contrastar fases puramente políticas con restos
arqueológicos y antropológicos que engloban desde los
cambios de estilo de la cerámica hasta las tasas de
mortalidad humana. Cada autor intenta profundizar no
sólo en cuáles son los factores del cambio cultural en los
distintos momentos de la historia egipcia, sino también en
por qué algunos cambian con más rapidez que otros y
permanecen sorprendentemente estables en momentos de
malestar político. No obstante, todos los capítulos están
marcados por la irregularidad de los datos arqueológicos
existentes, lo cual implica que algunos yacimientos y
períodos pueden ser estudiados recurriendo a una inmensa
variedad de fuentes, mientras otros sólo pueden ser
reconstruidos de forma provisional debido a la carencia de
ciertos datos (originada por una mala conservación, una
mala técnica de excavación o una mezcla de ambas). Dado
que cada período de la historia de Egipto es el resultado de
la suma de la arqueología y los textos, cada capítulo de esta
obra refleja de forma directa esa abundancia o escasez de
documentación. Por esta misma razón, las diferencias de
estilo, énfasis y contenido que se aprecian entre los
distintos autores encuentran su origen principalmente en
la naturaleza de las pruebas con las que están tratando.
Si bien la secuencia de los capítulos adopta la forma de
una progresión histórica relativamente lineal, desde el
Paleolítico hasta la época romana, cada sección contiene
puntos de vista críticos sobre cada fase, que en ocasiones
ponen en entredicho su consideración como unidades
6
cronológicas independientes o estudian si existen en la
cultura material tendencias más amplias que trascienden (e
incluso se enfrentan) al marco político observado. Por
ejemplo, en uno de ellos se menciona que el inconfundible
descenso en el tamaño de las pirámides a partir de la IV
Dinastía no necesariamente significa un descenso del
poder real, como la mayoría de los historiadores asumen,
sino que por el contrario puede ser un indicio de un uso
más eficaz de los recursos a finales del Reino Antiguo y
durante el Primer Período Intermedio.
El ritmo de los cambios en aspectos de la cultura
egipcia como la arquitectura monumental, las creencias
funerarias y la etnicidad no estuvo ligado necesariamente
al ritmo de los cambios políticos. Cada autor de este
volumen ha intentado dilucidar los factores subyacentes a
los cambios sociales y políticos y describir, sin olvidarse
del peligro que supone la distorsión y parcialidad de la
arqueología y los textos, el aspecto versátil de la cultura
egipcia, desde los detalles biográficos de los individuos
hasta los factores sociales y económicos que influyeron en
la vida de toda la población.
Ian Shaw
School of Archaeology, Classics and Oriental Studies
University of Liverpool, 31 de enero de 2000
7
AGRADECIMIENTOS
Quisiera expresar mi profunda gratitud a Hilary O’Shea
(editora sénior de Historia Antigua de Oxford University
Press) y a Georga Godwin (editora júnior) por su ayuda en
la elaboración de este libro. También quisiera agradecerle a
Catbie Bryan su traducción del capítulo 3 y a Meg Davies
la realización del índice.
Janine Bourriau quiere agradecer a Manfred Bietak,
Irmgard Hein y David Aston su generoso permiso para
utilizar información inédita de las excavaciones que se
están llevando a cabo en el yacimiento de Avaris (Tell el
Daba).
Alan Lloyd quisiera dejar constancia de su
agradecimiento al doctor M. A. Leahy, a la doctora
Dorothy Thompson y al profesor E. W. Walbank, que
leyeron versiones preliminares de sus capítulos y le
ofrecieron muchos y valiosos comentarios sobre los
mismos.
8
LISTA DE AUTORES
IAN SHAW University of Liverpool
STAN
Provinciale Hogeschool, Limburgo
HENDRICKX
PlERRE
Katholieke Universiteit, Lovaina
VERMEERSCH
BEATRIX
Centre National de Recherches
MIDANT-
Scientifiques, París
REYNES
KATHRYN BARD University of Boston
JAROMIR
Griffith Institute, Oxford
MALEK
STEPHEN Berlín-Brandenburgische Akademie der
SEIDLMAYER Wissenschaften, Berlín
GAE
Macquarie University, Sydney
CALLENDER
JANINE
McDonald Institute, Cambridge
BOURRIAU
BETSY BRIAN Johns Hopkins University, Baltimore
JACOBUS VAN
Rijksuniversitat, Groningen
DIJK
JOHN TAYLOR British Museum, Londres
ALAN LLOYD University of Wales, Swansea
DAVID
University of Southampton
PEACOCK
9
1. INTRODUCCIÓN
Cronologías y cambio cultural en el Antiguo Egipto
IAN SHAW
Como resulta evidente, cualquier historia depende de
algún tipo de marco cronológico; en el caso del Antiguo
Egipto, conseguir ese sistema de datación ha supuesto
mucho tiempo y esfuerzos. Desde el momento mismo en
que un sacerdote egipcio del siglo III a. C. llamado Manetón
escribió la primera historia de Egipto al modo occidental, el
«Período Faraónico» —desde c. 3000 hasta 332 a. C.— se ha
dividido en varios períodos conocidos como «dinastías»,
cada una de las cuales consiste en una secuencia de
soberanos, por lo general relacionados entre sí por factores
como el parentesco o el emplazamiento de la principal de
sus residencias reales. A lo largo de los años, este tipo de
aproximación al tema ha sido muy útil para dividir la
cronología egipcia en una serie de bloques, cada uno de los
cuales con sus propias características diferenciadoras. No
obstante, cada vez es más difícil reconciliar esta cronología,
basada en los acontecimientos políticos, con los cambios
sociales y culturales que desde la década de 1960 están
revelando las excavaciones arqueológicas.
10
Cronología
Según han ido aumentando y diversificándose los datos
históricos y arqueológicos sobre el Antiguo Egipto, se ha
ido haciendo evidente que a menudo el sistema de
Manetón —pese a ser simple, duradero y conveniente—
impide incluir en él muchas de las nuevas tendencias
cronológicas que se pueden percibir más allá del mero
traspaso del trono de un grupo de personas a otro. Algunos
trabajos recientes muestran que en muchos momentos de
su historia, Egipto estuvo bastante menos centralizado y
unido culturalmente hablando de lo que se asumía con
anterioridad, apreciándose cambios culturales y políticos a
diferentes velocidades en las distintas regiones. Otros
análisis muestran que los acontecimientos políticos a corto
plazo, considerados a menudo como los factores
primordiales de la Historia, pueden ser menos
significativos desde un punto de vista histórico que los
graduales procesos de cambio socioeconómico, los cuales
pueden transformar el paisaje cultural de forma
abrumadora a largo plazo. Del mismo modo que los largos
Períodos «Predinásticos» de la Prehistoria egipcia han
comenzado a comprenderse en términos de desarrollo
cultural antes que político, el Período Dinástico (como
sucede con los Períodos Ptolemaico y Romano) ha
comenzado a comprenderse no sólo en términos de la
tradicional secuencia de reyes y familias reinantes
11
concretos, sino también en términos de factores como
pueden ser los tipos de pasta utilizados en la cerámica o la
decoración pintada de los ataúdes de madera.
Las cronologías del Antiguo Egipto compiladas por los
egiptólogos contemporáneos combinan tres sistemas
diferentes. Primero se encuentran los sistemas de datación
«relativa», como las estratigrafías de las excavaciones o la
sequence dating de los artefactos, inventada por Petrie en
1899. Desde finales del siglo XX, a medida que los
arqueólogos han desarrollado una percepción más sutil de
los modos en que cambiaban con el tiempo los materiales y
diseños de los distintos objetos egipcios (sobre todo la
cerámica), ha sido posible aplicar formas de seriación a
muchos tipos diferentes de objetos. Así, por ejemplo, la
seriación de Harco Willems de los sarcófagos del Reino
Medio ha proporcionado una mejor comprensión de los
cambios producidos en las distintas provincias de Egipto de
la XI a la XIII Dinastías, completando la información ya
disponible respecto a los cambios políticos nacionales
ocurridos durante este mismo período.
En segundo lugar están las llamadas cronologías
absolutas, basadas en registros de calendarios y
astronómicos obtenidos de los textos antiguos. En tercer
lugar tenemos los métodos «radiocarbónicos» (de los
cuales los sistemas más utilizados son la datación por
Carbono 14 y la termoluminiscencia), por medio de los
cuales se pueden asignar fechas a tipos concretos de
objetos o restos orgánicos en términos de medidas de
descomposición o acumulación radiactiva.
12
Las fechas de radiocarbono y la
cronología egipcia
La relación entre los sistemas cronológicos calendáricos
y radiométricos ha sido relativamente ambivalente a lo
largo de los años. Desde finales de la década de 1940,
cuando una serie de objetos egipcios fueron utilizados
como punto de referencia para calcular la fiabilidad de una
técnica recién inventada de fechado por radiocarbono, se
ha generado un consenso que considera que a grandes
rasgos los dos sistemas coinciden. No obstante, el principal
problema es que el sistema de datación calendárica
tradicional, cualesquiera que sean sus fallos, prácticamente
siempre posee un margen de error más pequeño que las
fechas de radiocarbono, las cuales han de citarse
necesariamente en términos de una amplia variación de
fechas (es decir, una o dos desviaciones estándar) y nunca
son capaces de ubicar en un año concreto (ni siquiera en
una década específica) la construcción o fabricación de un
edificio u objeto. Ciertamente, la llegada de las curvas de
calibración dendrocronológica —que permiten convertir los
lapsos de años radiocarbónicos en años calendáricos
concretos— han supuesto una mejora significativa en
términos de precisión. Pese a todo, los caprichos de la
curva y la continua necesidad de tener en cuenta los
errores asociados significan que las fechas todavía han de
citarse como una gama de posibilidades más que como un
13
año concreto.
Por otra parte, la Prehistoria de Egipto se ha
beneficiado enormemente de la aplicación de las fechas
radiométricas, puesto que con anterioridad dependía de
métodos de datación relativos (véanse los capítulos 2 y 3).
Las técnicas radiométricas han hecho posible no sólo situar
la sequence dates de Petrie dentro de un marco de
referencia de fechas absolutas (por impreciso que sea), sino
también llevar la cronología egipcia hasta los Períodos
Neolítico y Paleolítico.
14
Desde la Prehistoria hasta la
Historia: los artefactos de finales del
Predinástico y la Piedra de Palermo
Sólo un pequeño número de objetos de finales del
Período Predinástico se pueden utilizar como fuentes
históricas que documentan la transición hacia un Estado
plenamente unificado. Se trata de las estelas funerarias, las
paletas votivas, las cabezas de maza ceremoniales y las
pequeñas etiquetas (de madera, marfil o hueso) que en
origen se ataron a objetos del ajuar funerario de la élite. En
el caso de las estelas, paletas y cabezas de maza, su
intención evidente era conmemorar muchos tipos distintos
de actos de la realeza, ya fuera la propia muerte y
enterramiento del rey, ya un acto de devoción suyo hacia
una deidad. Algunas de las etiquetas más pequeñas y
antiguas (en especial las recientemente encontradas en la
«tumba real» U-j en Abydos, de finales del Predinástico,
véase el capítulo 4) son meros registros de la naturaleza u
origen del ajuar funerario al que estaban unidas; pero
algunas de las etiquetas posteriores, procedentes de las
tumbas reales de Abydos, utilizan un repertorio similar de
representaciones de actos de la realeza para asignar a los
objetos en cuestión una fecha particular del reinado de un
rey concreto.
Si el propósito de este arte mueble de finales del cuarto
milenio y comienzos del tercero era etiquetar, conmemorar
15
y fechar, entonces su decoración ha de ser considerada en
términos del deseo de comunicar el «contexto» del objeto
atendiendo al acontecimiento y al ritual. Nick Millet ha
demostrado lo anterior en su análisis de la Cabeza de Maza
de Narmer, que formaba parte de un grupo de objetos
votivos de finales del Predinástico y comienzos de la época
faraónica (entre los cuales se encontraban la Paleta de
Narmer y la Cabeza de Maza del rey Escorpión), excavados
por Quibell y Green en el recinto del templo de
Hieracómpoüs. El análisis de las escenas y textos de estos
objetos se ve dificultado por nuestra moderna necesidad de
distinguir entre acontecimiento y ritual. Sin embargo, los
antiguos egipcios mostraron escasa inclinación por
distinguir de forma consistente entre ambos y, de hecho, se
puede decir que la ideología egipcia durante el Período
Faraónico —sobre todo por cuanto está relacionada con la
realeza— dependía del mantenimiento de un cierto grado
de confusión entre los acontecimientos reales y los actos
puramente rituales o mágicos.
En cuanto a las paletas y cabezas de maza, el egiptólogo
canadiense Donald Redford sugiere que tal vez existió la
necesidad de recordar ese acontecimiento único que fue la
unificación a finales del tercer milenio a. C., pero que esos
acontecimientos se «conmemoran» más que se «narran».
La distinción es crucial: no podemos esperar desentrañar
acontecimientos «históricos» a partir de unas escenas que
son más conmemorativas que descriptivas y, en caso de
hacerlo, a menudo podemos vernos inducidos al error.
16
Una de las fuentes históricas más importantes para el
comienzo del Período Dinástico Temprano (3000-2686
a. C.) y del Reino Antiguo (2686-2125 a. C.) es la Piedra de
Palermo, parte de una estela de basalto de la V Dinastía (c.
2400 a. C.) inscrita por ambos lados con unos anales reales
que se remontan hasta los míticos gobernantes
prehistóricos. El fragmento principal se conoce desde 1866
y en la actualidad se conserva en la colección del Museo
Arqueológico de Palermo (Sicilia), si bien hay otros
pedazos en el Museo Egipcio (El Cairo) y en el Museo
Petrie (Londres). La estela original debió de tener unos 2,1
metros de altura y 0,6 metros de anchura, pero en la
actualidad la mayor parte está perdida y no se conserva
información sobre su lugar de origen. Este objeto —junto a
los «diarios», anales y «listas reales» inscritas en las
paredes de los templos y los papiros conservados en los
archivos templarios y palaciegos— fue sin duda el tipo de
documento que consultó Manetón cuando estaba
compilando su historia o Aegyptiaca.
El texto de la Piedra de Palermo enumera los anales de
17
los reyes del Bajo Egipto, comenzando con los muchos
miles de años que se pensaba que habían reinado los
soberanos mitológicos, hasta llegar a la época del rey
Horus, que se dice que entregó el trono al rey humano
Menes. Seguidamente se enumeran los soberanos humanos
hasta la V Dinastía. El texto está dividido en una serie de
líneas verticales que se curvan en su extremo superior,
aparentemente para imitar el jeroglífico que significa año
de reinado (renpet), indicando de este modo los
acontecimientos memorables de cada uno de los años de
reinado de cada rey. La situación se vuelve ligeramente
confusa por el hecho de que las fechas citadas en la Piedra
de Palermo parecen referirse a una serie de censos
bianuales de ganado (hesbet) en vez de a los años que el
soberano reinó; por lo tanto, el número de «años» de las
fechas puede muy bien tener que multiplicarse por dos
para encontrar el número real de años de reinado.
Los tipos de acontecimientos que se recogen en la
Piedra de Palermo son las ceremonias de culto, el pago de
impuestos, la realización de esculturas, la construcción de
edificios y las guerras, precisamente el tipo de fenómenos
que se grababa en las etiquetas predinásticas de marfil y
ébano procedentes de Abydos, Sakkara y otros lugares de
comienzos de la era histórica. La introducción del signo
renpet en las etiquetas, producida durante el reinado de
Djet, facilita esta comparación. No obstante, existen dos
diferencias: la primera es que las etiquetas incluyen
información administrativa, cosa que no hace la Piedra de
Palermo; y la segunda que la Piedra de Palermo incluye la
altura de la crecida del Nilo, cosa que no hacen las
etiquetas. Estos dos tipos de información parecen haber
ocupado el mismo espacio físico en los documentos, es
decir, la parte inferior. Redford sugiere que los genut del
18
Reino Antiguo (los anales reales que se asume existieron,
pero a excepción de la Piedra de Palermo no han llegado
hasta nosotros) se preocupaban por los cambios
hidráulicos/climáticos que, debido a sus cruciales
consecuencias agrícolas y económicas, eran en potencia el
más importante aspecto de cambio por lo que respecta a la
reputación individual de cada rey. No obstante, este tipo de
información hidráulica puede haber sido considerada como
irrelevante para la función desempeñada por las etiquetas
atadas al ajuar funerario.
19
Listas reales, títulos reales y realeza
divina
Además de la Piedra de Palermo, las fuentes básicas
con las que cuentan los egiptólogos para construir la
cronología tradicional del cambio político en Egipto son la
historia de Manetón (por desgracia conservada sólo en
forma de pasajes compilados por autores posteriores, como
Flavio Josefo, Julio Africano, Eusebio y Jorge Sincello), las
llamadas listas reales, los registros fechados de
observaciones astronómicas, los documentos textuales y
artísticos (como relieves y estelas) con descripciones
aparentemente relativas a acontecimientos históricos, la
información genealógica y las sincronías con fuentes no
egipcias, como las listas reales de los reyes asirios. Para las
Dinastías XXVIII a XXX, la Crónica Demótica es una
fuente única fechada a comienzos de la época ptolemaica
referida a los acontecimientos políticos del último período
de la Baja Época, que hasta cierto punto compensa la
escasez de información proporcionada por los papiros y
monumentos de la época (así como el hecho de que
Manetón se limita a dar los nombres y la duración de los
reinados de los soberanos). Wilhelm Spiegelberg y Ja11net
Johnson han demostrado que una cuidadosa traducción e
interpretación de las «declaraciones oraculares» de este
documento pseudoprofético puede arrojar nueva luz no
sólo sobre los acontecimientos del período (como la
20
sospechada corregencia entre Nectanebo I y su hijo Teo),
sino también sobre el contexto ideológico y político del
siglo IV a. C.
Como otros muchos pueblos de la Antigüedad, los
antiguos egipcios fechaban los acontecimientos políticos y
religiosos importantes no según el número de años
transcurridos desde un punto fijo en la Historia (como es el
caso del nacimiento de Cristo en el moderno calendario
occidental), sino de los años pasados desde el ascenso al
trono del rey actual (años de reinado). Por lo tanto, las
fechas aparecen recogidas según el formato siguiente: «Día
2 del primer mes de la estación de peret del quinto año de
Nebmaatra (Amenhotep III)». Es importante recordar que
para los egipcios, al expresar las fechas en el modo en que
lo hacían, el reinado de cada rey representaba un nuevo
comienzo, no de forma filosófica, sino práctica. Esto
significa que probablemente hubiera una tendencia
psicológica a considerar cada nuevo reinado como un
nuevo punto de origen, es decir, que esencialmente lo que
cada rey hacía era recrear los mismos mitos universales de
la realeza dentro de los acontecimientos de su propia
época.
Un aspecto importante de la realeza egipcia durante
todo el Período Faraónico fue la existencia de varios
nombres diferentes para cada soberano. En el Reino Medio
cada rey ya tenía cinco nombres (la llamada «titulatura
quíntuple»), cada uno de los cuales se refería a un aspecto
concreto de la realeza: tres de ellos hacían hincapié en el
papel del rey como dios, mientras que los otros dos
enfatizaban la supuesta división de Egipto en dos tierras
unificadas. El nombre de nacimiento (o nomen), como
Ramsés o Mentuhotep, iba precedido por el título «hijo de
21
Ra» y era el único que se le daba al faraón nada más nacer.
Por lo general suele ser el último en aparecer en las
inscripciones que identifican al rey con la secuencia
completa de sus nombres y títulos. Los otros cuatro
nombres —Horas, nebty («el de las dos señoras»), (Horas
de) oro y nesu-bit («el del junco y la abeja»)— se le
otorgaban en el momento de su ascenso al trono y en
ocasiones sus componentes pueden expresar parte de la
ideología o intenciones político-religiosas del rey en
cuestión. En cuanto a los soberanos de la Dinastía 0 y
comienzos del Dinástico Temprano, sólo conocemos
«nombres de Horas», por lo general escritos dentro de un
serekh (una especie de representación esquemática de la
puerta de acceso al palacio), sobre el cual aparece posado
un Horas halcón. Fue uno de los últimos reyes de la I
Dinastía, Anedjib (c. 2900 a. C.), el primero en poseer un
nombre de nesu-bit (Merpabia); pero no sería hasta el
reinado de Esnefru (2613-2589 a. C.), en la IV Dinastía,
cuando este nombre se rodeó por primera vez por la
familiar forma del cartucho (un lazo que lo rodea y quizá
signifique la extensión infinita de los dominios reales).
El título nesu-bit se ha traducido a menudo como «rey
del Alto y del Bajo Egipto», pero en realidad posee un
sentido mucho más complejo y significativo. Nesu parece
hacer referencia al inalterable rey divino (casi a la propia
realeza), mientras que la palabra bit describe al actual y
efímero poseedor de la realeza, es decir, al rey que ejerce el
poder en un momento concreto del tiempo. Por lo tanto,
cada rey era una combinación de lo divino y lo mortal, el
nesu y el bit, del mismo modo que el rey vivo estaba
relacionado con Horus y los reyes difuntos (los
antepasados regios) asociados con Osiris, el padre de
Horus. La tradición del culto a los antepasados reales
22
difuntos nació de la creencia de los egipcios en que sus
reyes eran encarnaciones de Horus y Osiris. Esta
convención, mediante la cual el soberano actual rendía
homenaje a sus predecesores, fue el motivo de la creación
de las llamadas listas reales, que no son sino listados de
nombres de soberanos escritos en los muros de tumbas y
templos (las más importantes se encuentran en los templos
de Seti I y Ramsés II en Abydos, de la XIX Dinastía); pero
también sobre papiros (de los cuales sólo se conserva un
ejemplo, el llamado Canon deliran) o en remotos grafitos
en las rocas del desierto, como la lista de la mina de
limolita de Wadi Hammamat en el Desierto Oriental. La
continuidad y estabilidad de la realeza se preservaban
realizando ofrendas a todos los reyes del pasado
considerados como soberanos legítimos, como vemos que
realiza Seti I en su templo de culto en Abydos. Se suele
considerar que las listas reales formaron parte de las
fuentes utilizadas por Manetón para compilar su historia.
El Canon de Turín, un papiro ramésida fechado en el
siglo XIII a. C., es la lista real egipcia que más información
proporciona. Comienza en el Segundo Período Intermedio
(1650-1550 a. C.) y se remonta con razonable exactitud
hasta el reinado de Menes, soberano de la I Dinastía (c.
3000 a. C.), e incluso más allá, hasta alcanzar una
prehistoria mítica durante la cual los dioses gobernaron
Egipto. La duración del reinado de cada rey aparece
recogida en años, meses y días. También proporciona
cierta base para el sistema de dinastías de Manetón, pues a
finales de la V Dinastía sitúa una cesura (véase el capítulo
5).
Las listas reales no tienen que ver tanto con la historia
como con el culto a los antepasados: el pasado se presenta
23
como una combinación de lo general y lo individual, siendo
celebradas la constancia y universalidad de la realeza
mediante el listado de los diferentes poseedores de la
titularidad regia. En su comentario del Libro II de
Heródoto, Alan Lloyd escribe: «Como en su intento por
situar acontecimientos concretos en el marco de una ley o
principio generales todos los estudios históricos incluyen
lo general y lo particular, entre ambos siempre se produce
tensión, que en el caso de Egipto se resolvió
abrumadoramente a favor de lo particular». El conflicto
entre lo general y lo particular es, indudablemente, un
factor importante en la cronología y la historia del Antiguo
Egipto. Por lo general, los textos y objetos que forman la
base de la historia egipcia transmiten una información que
es o bien general (mitológica o ritual) o bien particular
(histórica), por lo cual el quid para realizar una
reconstrucción histórica consiste en diferenciar tan
claramente como sea posible entre ambos tipos de
información, teniendo en cuenta la tendencia egipcia a
difuminar los límites entre ambas.
El egiptólogo suizo Erik Hornung describe la historia
de Egipto como una especie de «conmemoración», tanto de
la continuidad como del cambio. Del mismo modo que el
rey vivo puede ser considerado como sinónimo del dios
halcón Horus, sus súbditos (a partir como mínimo del
Primer Período Intermedio) terminaron por identificarse al
morir con el dios Osiris. En otras palabras, los egipcios
estaban acostumbrados a la idea de representar a los seres
humanos como una combinación de lo general y lo
particular. Por lo tanto, su sentido de la Historia
comprendía en la misma proporción lo específico y lo
universal.
24
El papel de la astronomía en la
cronología egipcia tradicional
En general, la tarea del historiador contemporáneo que
estudia el Antiguo Egipto consiste en intentar combinar en
un conjunto todos los fragmentos de información
disponibles, que proceden de las biografías de particulares
en las paredes de sus tumbas, las listas reales en los muros
de los templos, las estratigrafías de las excavaciones
arqueológicas y un amplio etcétera de otras fuentes de
información. Durante la época faraónica, ptolemaica y
romana, las cronologías «absolutas» tradicionales tienden
a basarse en complejas redes de referencias textuales,
donde se combinan elementos como nombres, fechas e
información genealógica en un marco histórico general que
es más fiable para unos períodos que para otros. Los
llamados Períodos Intermedios han demostrado ser unas
fases especialmente delicadas, en parte porque solía haber
más de un soberano o dinastía reinando simultáneamente
en diferentes regiones del país. Los registros conservados
de observaciones del orto helíaco de la estrella Sirio (el
Can) sirven tanto de eje para la reconstrucción del
calendario egipcio como de vínculo esencial de éste con la
cronología en general.
La diosa Sopdet, conocida como Sothis en el Período
Grecorromano (332 a. C.-395 d. C.), era la personificación
de la «estrella del Can», que los griegos llamaban Seirios
25
(Sirio). Suele ser representada como una mujer con una
estrella sobre la cabeza, si bien su representación más
antigua —en una tablilla de marfil del rey Djer de la I
Dinastía (c. 3000 a. C.) encontrada en Abydos— la muestra
como una vaca sedente con una planta entre los cuernos.
Como en el sistema de escritura faraónico se utiliza una
planta como ideograma con el significado de «año», es
posible que los egipcios ya hubieran establecido la relación
entre la aparición de la estrella del Can y el comienzo del
año solar incluso a comienzos del tercer milenio a. C.
Sopdet, junto a su esposo Sah (Osiris) y su hijo Soped,
formaba parte de una tríada que era un paralelo de la
familia compuesta por Osiris, Isis y Horus. Por lo tanto,
aparece descrita en los Textos de las pirámides como unida
a Osiris para dar a luz a la estrella de la mañana.
Por lo que respecta al calendario egipcio, Sopdet era la
más importante de las estrellas o constelaciones conocidas
como decanos, y la «aparición sothíaca» coincidía con el
comienzo del año solar una vez cada 1.460 años (más
exactamente cada 1.456 años). Sabemos que una de estas
raras coincidencias del orto helíaco de Sopdet con el
comienzo del año civil egipcio (o «año errante», como es
descrito en ocasiones, puesto que se va retrasando con
respecto al año solar aproximadamente un día cada cuatro
años) tuvo lugar en 139 a. C., durante el reinado del
emperador romano Antonino Pío, gracias a que el
acontecimiento fue conmemorado con la acuñación de una
moneda especial en Alejandría. Con anterioridad se
produjeron ortos helíacos en 1321-1317 a. C. y 2781-2777
a. C.; el período transcurrido entre cada uno de ellos se
conoce como ciclo sotíaco.
La base de la cronología convencional de Egipto, que a
26
su vez influye en la de toda la región mediterránea, la
forman dos menciones en textos egipcios de apariciones de
Sothis (fechados en los reinados de Senusret III y
Amenhotep I). Estos dos documentos son: una carta
procedente de Lahun, escrita el día 16, mes 4, de la segunda
estación del año 7 del reinado de Senusret III; y un papiro
médico tebano de la XVIII Dinastía (el Papiro Ebers),
escrito el día 9, mes 3, de la tercera estación del año 9 del
reinado de Amenhotep I. Asignando fechas absolutas a
cada uno de estos documentos (1872 a. C. para el año 7 de
Senusret III —Lahun— y 1541 a. C. para el año 9 del reinado
de Amenhotep I —Ebers—), los egiptólogos han conseguido
extrapolar un grupo de fechas absolutas para todo el
Período Faraónico basándose en los registros de la
duración de los reinados de los demás reyes del Reino
Medio y del Reino Nuevo.
Pese a todo, no es posible tener plena confianza en las
fechas absolutas mencionadas arriba, puesto que las fechas
concretas dependen del lugar donde se realizaran las
observaciones astronómicas. Se suele asumir —sin ninguna
prueba real— que la observación tuvo lugar en Menfis o
quizá en Tebas; pero tanto Detlef Franke como Rolf Krauss
han sostenido que todas se realizaron en Elefantina. Por su
parte, William Ward ha sugerido que es más probable que
en todos los casos se trate de observaciones locales, lo que
habría supuesto un retraso temporal en términos de las
fiestas religiosas «nacionales» (es decir, que tanto las
observaciones como las propias fiestas pueden haber
tenido lugar en momentos y lugares diferentes del país).
Esta constante falta de certeza significa que nuestros
puntos de referencia astronómicos son un tanto vagos, si
bien hay que mencionar que la diferencia entre las
cronologías «alta» y «baja» (basadas en gran parte en el
27
emplazamiento de los distintos puntos de observación) no
suele ser mayor que unas pocas décadas en el peor de los
casos.
28
Corregencias
Una de las particularidades de la cronología egipcia,
origen tanto de confusión como de debate, es el concepto
de «corregencia», una expresión moderna con la que se
hace referencia a períodos en los cuales había dos reyes
gobernando de forma simultánea, consistentes por lo
general en un solapamiento de varios años entre el final
del reinado de un faraón y el comienzo del siguiente. Este
sistema puede haber sido utilizado, desde al menos el Reino
Medio, para asegurar que la transmisión del poder tuviera
lugar con los menores trastornos e inestabilidad posibles.
También habría permitido que el sucesor elegido
consiguiera experiencia de gobierno antes del fallecimiento
de su predecesor.
No obstante, da la impresión de que el sistema de
datación de las corregencias varió de un período a otro.
Así, los corregentes de la XII Dinastía pueden haber
utilizado fechas de reinado individuales, de tal modo que se
produjeron solapamientos entre los reinados de los dos
soberanos, produciendo lo que se conoce como fechas
dobles cuando ambos sistemas se utilizaron para fechar un
mismo monumento (véase el capítulo 7). Como en el Reino
Nuevo no hay casos seguros de dataciones dobles, parece
haberse utilizado un sistema diferente. Por ejemplo,
durante los reinados de Tutmosis III (1479-1425 a. C.) y
Hatshepsut (1473-1458 a. C.), las fechas parecen haberse
29
contado con respecto a la subida al trono de Hatshepsut,
como si ésta se hubiera convertido en soberana al mismo
tiempo que Tutmosis III. Sigue siendo elemento de
discusión si cada rey utilizó fechas separadas durante las
posibles corregencias de Tutmosis III-Amenhotep II y
Amenhotep III-Amenhotep IV. Los argumentos a favor y
en contra de la corregencia de estos dos últimos reyes han
sido revisados cuidadosamente por Donald Redford y
después por William Murnane. Sin embargo, sigue
habiendo una considerable controversia respecto a qué
corregencias se produjeron realmente y cuánto tiempo
duraron. Hay otros egiptólogos (entre los que se incluye
Gae Callender, en el capítulo 7 de este volumen) que
sostienen que nunca se produjeron corregencias de ningún
tipo.
30
Las «épocas oscuras» y otros
problemas cronológicos
Ya hemos mencionado algunos de los problemas que
encontramos en la cronología egipcia, como la posible
confusión que puede producir la conexión entre las
observaciones astronómicas y fechas concretas, la falta de
certeza respecto a qué corregencias ocurrieron realmente
(en caso de que se produjera alguna) y la asunción de que
los egipcios del Período Faraónico y posteriores databan
los acontecimientos respecto a un año civil «errante»
artificial de 365 días, el cual raras veces marchaba
sincronizado con el año solar real.
Evidentemente no son éstos los únicos problemas
históricos egipcios, que van desde la falta de fiabilidad de
las fuentes (como por ejemplo la historia de Manetón, pues
no conocemos ni sus fuentes ni poseemos el texto original)
a la constante falta de certeza respecto a la duración de los
reinados de los soberanos (por ejemplo, el Canon de Turín
dice que Senusret II y Senusret III reinaron diecinueve y
treinta y nueve años respectivamente, mientras que las
fechas de reinado más altas encontradas en los documentos
contemporáneos son, respectivamente, de sólo seis y
diecinueve años).
Al igual que sucede en otras culturas, existen períodos
de la historia de Egipto mejor o peor documentados que
otros. Esta irregularidad en la documentación arqueológica
31
y textual de las diferentes épocas es la principal causante
de que se considere que existen «períodos intermedios»,
durante los cuales la estabilidad política y social del
Período Faraónico parece haber estado temporalmente
dañada. Así, se piensa que los períodos de continuidad
política y cultural conocidos como los Reinos Antiguo,
Medio y Nuevo vinieron seguidos cada uno de «épocas
oscuras», durante las cuales el país se disgregó y debilitó
como resultado de diferentes conflictos (ya fuera una
guerra civil entre las distintas provincias o la invasión de
pueblos extranjeros). Esta imagen fue a la vez negada y
reforzada por la historia de Manetón. En primer lugar,
Manetón presentó un equívoco aire de continuidad en la
sucesión de reyes y dinastías al asumir que sólo un rey
podía ocupar el trono de Egipto en un momento dado. En
segundo lugar, sus descripciones de algunas de las
dinastías correspondientes a los períodos intermedios
sugieren que la realeza cambiaba de manos con una
alarmante rapidez.
El estudio del Tercer Período Intermedio se ha
convertido en una de las zonas más controvertidas de la
historia de Egipto, sobre todo en la década de 1990, cuando
varios especialistas lo estudiaron de forma intensiva.
Florecieron así tres áreas de investigación. En primer lugar,
varios aspectos de la cultura de la época (como la cerámica
y los ajuares funerarios) se analizaron en términos de
cambio de elementos como el estilo y los materiales. En
segundo lugar se llevaron a cabo estudios antropológicos,
iconográficos y lingüísticos respecto a la identidad étnica
«libia» de muchos de los soberanos de la XXI a la XXIV
Dinastías. En tercer lugar, crucial desde el punto de vista
de la historia del Período Faraónico como un todo, un
pequeño grupo de especialistas afirmó que los
32
cuatrocientos años ocupados por el Tercer Período
Intermedio (así como otras muchas «épocas oscuras»
aproximadamente contemporáneas de otros lugares de
Oriente Próximo y el Mediterráneo) pueden haber sido
artificialmente incrementados por los historiadores.
Sugieren que el Reino Nuevo puede haber terminado no en
el siglo XI a. C., sino en el siglo VIII a. C., lo que deja un
lapso mucho más pequeño, de ciento cincuenta años, entre
el final de la XX Dinastía y el comienzo de la Baja Época.
No obstante, este punto de vista ha sido ampliamente
descartado, no sólo porque los egiptólogos, asiriólogos y
expertos en el Egeo han sido capaces de refutar muchos de
los argumentos textuales y arqueológicos en los que se
basaba este cambio en la cronología, sino, lo cual es más
importante, porque los sistemas de datación científicos (es
decir, el radiocarbono y la dendrocronología) casi siempre
proporcionan bases sólidas e independientes para la
cronología convencional. De hecho, la irrelevancia de estos
pequeños ajustes del marco cronológico tradicional, dada la
abrumadora y cada vez mayor importancia de las fechas
científicas, ha sido memorablemente descrita por el
arqueólogo clásico Anthony Snodgrass como «parecida a
un esquema para reorganizar la economía de Alemania
Oriental que se hubiera realizado en 1989 o comienzos de
1990».
En un nivel más cultural que cronológico, el significado
de las divisiones históricas básicas (es decir, la diferencia
entre los Períodos Predinástico, Faraónico, Ptolemaico y
Romano) también ha comenzado a discutirse. Por una
parte, los resultados de las excavaciones realizadas durante
las décadas de 1980 y 1990 en los cementerios de Umm el
Qaab (en Abydos) sugieren que antes de la I Dinastía hubo
una Dinastía 0, que se remontaría hasta un momento sin
33
precisar del cuarto milenio a. C. Esto significa que, como
mínimo, uno o dos siglos del Predinástico probablemente
fueran «dinásticos» en muchos aspectos políticos y
sociales. Del mismo modo, las cada vez más abundantes
pruebas de que los tipos cerámicos de Nagada II siguieron
siendo ampliamente utilizados durante el Dinástico
Temprano demuestran que ciertos aspectos del
Predinástico continuaron existiendo durante la época
faraónica (véase el capítulo 4).
Si bien existen rupturas políticas definidas entre la
época faraónica y la ptolemaica, así como entre la época
ptolemaica y la romana, los cada vez más abundantes datos
arqueológicos para estos dos últimos períodos han
comenzado a sentar las bases que permitirán ver el proceso
del cambio cultural de una forma menos repentina de lo
que sugieren los documentos puramente políticos. Así,
resulta evidente que hay aspectos de la ideología y la
cultura material del Período Ptolemaico que permanecieron
virtualmente intactos pese a las turbulencias políticas. En
vez de considerar la llegada de Alejandro Magno y su
general Ptolomeo como una gran línea divisoria en la
historia de Egipto, muy bien se puede afirmar que aunque
ciertamente hubo varios cambios políticos significativos
entre la primera mitad del primer milenio a. C. y la primera
mitad del primer rnileno d. C., éstos tuvieron lugar en
medio de pausados procesos de cambio social y económico.
Elementos significativos de la cultura faraónica pueden
haber sobrevivido relativamente intactos durante milenios,
sufriendo sólo una conjunta y completa transformación
cultural y política a comienzos del Período Islámico, en el
año 641 d. C.
34
El cambio histórico y la cultura
material
Hacia finales del siglo XX se incrementó
ostensiblemente el estudio de la cerámica egipcia, tanto en
la cantidad de fragmentos de cerámica analizados
(procedentes de una amplia variedad de yacimientos de
distintos tipos) como en términos de la panoplia de
técnicas científicas utilizadas para extraer información de
los fragmentos. Como era de esperar, semejante mejora en
nuestra comprensión de este prolífico aspecto de la cultura
material tuvo un gran impacto en el marco cronológico. La
excavación de parte de la ciudad de Menfis (el yacimiento
de Kom Rabia) en la década de 1980 es un buen ejemplo del
modo en que sistemas más sofisticados de abordar el
estudio de la cerámica han permitido comprender mejor el
proceso general del cambio cultural.
Los recipientes cerámicos pueden ordenarse atendiendo
a su fecha relativa recurriendo a técnicas tradicionales,
como la seriación del material de un cementerio y el
análisis de grandes cantidades de material estratificado en
yacimientos domésticos o religiosos; pero también se les
puede atribuir una fecha absoluta bastante precisa, ya sea
mediante el sistema tradicional de su asociación con
material inscrito o artístico (sobre todo en tumbas) o
mediante el uso de técnicas científicas como la datación
por termoluminiscencia. Algunos especialistas han
35
comenzado a estudiar el modo en que se modificaron con
el paso del tiempo la forma y la pasta de las cerámicas. Así,
por ejemplo, la forma de los moldes de pan sufrió un
cambio dramático a finales del Reino Antiguo, pero todavía
no está claro si la fuente de este cambio se encuentra en la
esfera social, económica o técnica de la vida o si se trató
sencillamente de un cambio de «moda». Este tipo de
estudios demuestran que los procesos de cambio en la
cultura material tienen lugar como resultado de una amplia
variedad de razones, de las cuales sólo algunas están
relacionadas con los cambios políticos, que son los que
tienden a dominar la visión tradicional de la historia
egipcia. Esto tampoco significa negar las muchas
conexiones existentes entre los cambios políticos y los
culturales, como puede ser la relación existente entre la
producción centralizada de cerámica durante el Reino
Antiguo y el resurgir de los tipos locales de cerámica
durante el más fragmentado políticamente Primer Período
Intermedio (seguido por la renovada homogeneización de
la cerámica durante la más unificada XII Dinastía).
Al estudiar ciertas fases de la historia egipcia, como la
aparición del Estado unificado a comienzos del Período
Faraónico o el declive y desaparición del Reino Antiguo,
para poder explicar repentinos cambios políticos
importantes, los especialistas han examinado en ocasiones
numerosos factores medioambientales y culturales. Sin
embargo, uno de los problemas que presenta esta atención
selectiva a las tendencias históricas no políticas, es el hecho
de que como seguimos sabiendo muy poco sobre los
cambios medioambientales y culturales producidos durante
los períodos de estabilidad y prosperidad, como los Reinos
Antiguo y Medio, es mucho más difícil interpretar estos
factores cuando se trata de una época de crisis política. Los
36
cada vez más abundantes estudios sobre recipientes de
cerámica y otros objetos comunes (además de factores
medioambientales como el clima y la agricultura) están
comenzando a sentar las bases para unas versiones más
generales de la historia egipcia, en las cuales la narración
política se considera dentro del contexto de los procesos de
cambio cultural a largo plazo.
37
La «Historia» egipcia
Durante el Período Faraónico, el arte y los textos
continuaron manteniendo la tensión ya presente durante el
Predinástico y el Dinástico Temprano entre documentar y
conmemorar, que puede definirse como la diferencia
existente entre, por un lado, las utilitarias etiquetas atadas
al ajuar funerario y, por el otro, los objetos votivos
ceremoniales como las paletas y cabezas de mazas, de las
cuales ya hemos hablado. Sabemos que el propósito de las
primeras etiquetas funerarias era utilizar la historia como
sistema para fechar cosas concretas y que el propósito de
objetos de arte mobiliario como las paletas y las cabezas de
maza —así como de las estelas y relieves de los templos del
Período Faraónico— no era documentar acontecimientos
históricos, sino sobre todo utilizarlos como medio para
conmemorar actos universales realizados por soberanos o
funcionarios reales concretos.
En el templo mortuorio de Ramsés III en Medinet Habu
hay una escena en la cual el jefe libio Meshesher es llevado
ante la presencia del rey. Es evidente que pretende ser un
registro de la rendición de un extranjero de especial
importancia, cuya humillación personal contiene la derrota
de su pueblo; pero al mismo tiempo, a la izquierda,
podemos ver cómo se amontona y se cuenta con cuidado
una pila de manos libias, uno de los detalles que nos
permiten ver cómo la imagen se diferencia de un cuadro
38
histórico occidental moderno. Es parte de un relieve de un
templo mortuorio y, como tal, cumple con la obligación del
rey de demostrar su devoción hacia los dioses.
Exactamente del mismo modo en que los particulares del
Reino Nuevo escribían textos «autobiográficos» en los
muros de las capillas de sus tumbas para recordarles a los
dioses su devoción y beneficencia, los relieves de los
templos mortuorios reales simbolizaban una especie de
procedimiento de recuento, una cuantificación visual del
éxito alcanzado por el rey, tanto para los dioses como
merced a ellos.
Según el sentido egipcio de la historia, los
acontecimientos rituales y reales son inseparables —el
vocabulario del arte y los textos egipcios no suele realizar
ninguna distinción entre lo real y lo ideal—. De este modo,
tanto los acontecimientos de la historia como los mitos se
consideran parte de un proceso de valoración mediante el
cual el rey demuestra que está conservando la maat, o
armonía, en nombre de los dioses. Incluso cuando un
monumento parece no estar conmemorando sino un
acontecimiento concreto de la historia, a menudo lo hace
considerándolo como un acto que es a la vez mitológico,
ritual y económico.
39
2. PREHISTORIA
Desde el Paleolítico hasta la cultura badariense (c.
700000-4000 a. C.)
STAN HENDRICKX Y PIERRE VERMEERSCH
Se ha convertido en un lugar común decir que Egipto
es un don del Nilo, porque cada año a finales de verano la
inundación del río traía nueva vida al valle. Por tanto,
Egipto era básicamente un rico oasis en medio de una zona
muy amplia del Sahara. Sin embargo, no siempre ha sido
así: los primeros habitantes de Egipto vivían en un entorno
distinto. En primer lugar, el clima no siempre ha sido tan
árido como lo es en la actualidad (el Alto Egipto moderno
es una de las regiones más secas del mundo), oscilando
entre la hiperaridez actual y un estado de sequedad
saheliana. En segundo lugar, el propio Nilo no ha sido
siempre un río de meandros en una amplia llanura, con
crecidas a finales de verano. Durante algunas épocas, el
Nilo se vio reducido bien a una serie de efímeras cuencas
independientes en wadis o bien tuvo un caudal
generalmente escaso, absorbido por sus propios e inmensos
depósitos aluviales. Sólo cuando su cabecera llegó hasta
Etiopía trajo sus ricos depósitos de aluvión hasta Egipto.
Por último, si bien es evidente que el río trajo la vida a
Egipto, con ella también vino la erosión de los depósitos
arqueológicos más antiguos. Lo cual quiere decir que no
debemos sorprendernos al descubrir que sólo se han
conservado escasos restos de la primera ocupación humana
40
en la zona.
Debido a su posición geográfica, Egipto fue un
importante punto de paso para los primeros humanos que
emigraban desde el este de África hacia el resto del Viejo
Mundo. Sabemos que los primeros Homo erectus
abandonaron África y llegaron a Israel hace 1,8 millones de
años. Por lo tanto, no hay motivos para dudar de que
pequeños grupos de Homo erectus visitaran y
probablemente habitaran en el valle del Nilo.
Desafortunadamente, sólo conservamos unas pocas
pruebas de este acontecimiento y, lo que es peor, no
podemos fecharlas, porque las pruebas circunstanciales
también son muy escasas. En algunos depósitos de
principios y mediados del Pleistoceno, como canteras de
grava en Abassiya y depósitos de grava tebanos, se han
encontrado ejemplares aislados de choppers, chopping tools
y lascas, similares a los asociados a los primeros homínidos
en el este de África. Sin embargo, es probable que la mayor
parte de estos objetos sean de origen no humano y todos
son depósitos secundarios.
41
El Paleolítico Inferior
Muchos artefactos del Paleolítico Inferior, incluidas
numerosas hachas de mano achelenses, han sido hallados
dentro y encima de depósitos de grava locales. En Egipto
no se han encontrado huesos humanos asociados a esta
fase achelense; pero se puede asumir que el fabricante de
estos objetos fije el Homo erectus. Una mala comprensión
de la geomorfología del desierto ha llevado a muchos
investigadores a creer que el Achelense puede relacionarse
con una cronología de terrazas del Nilo, aunque
desgraciadamente no es el caso. Sin embargo, podemos
suponer que el Homo erectus pasó por aquí con regularidad,
dejando sus hachas de mano en muchos lugares. La
pedimentación y la erosión fluviales produjeron la
dispersión de la mayoría de estas hachas de mano y objetos
relacionados. Por este motivo no resulta algo excepcional
encontrar hachas de mano achelenses en la superficie
actual de las zonas desérticas del valle del Nilo. A
comienzos del siglo XX las colinas sobre las cuales discurre
el camino que conduce desde Deir el Medina hasta el Valle
de los Reyes, desde el cual se divisa la zona occidental de
Luxor, eran especialmente populares para «recoger»
hachas de mano. Si bien muchos de esos hallazgos aislados
no pueden ser datados, probablemente son todo lo que se
conserva, tras una erosión intensiva, de unos amplios
yacimientos achelenses. En algunos lugares, como Nag
42
Ahmed el Khalifa, cerca de Abydos, ha sido posible
observar que los artefactos permanecían agrupados,
aunque no se encontraran ya en su contexto original. Aquí
y en otras partes de la región de Quena, semejantes
concentraciones de hachas de mano aparecen encima de
los primeros depósitos de arcilla que atestiguan el contacto
del río Nilo con su cabecera de Etiopía. Consideramos que
la edad de estos hallazgos ha de situarse en torno a 400000-
300000 B. P.[1], pero no es más que una suposición. Para
poder documentar adecuadamente la ocupación achelense
necesitaríamos más información sobre factores como la
distribución espacial original y los restos de fauna
asociados.
43
Como resultado de las excavaciones de urgencia
realizadas durante la década de 1960, antes de que la mayor
44
parte de la zona quedara inundada por el lago Nasser,
nuestro conocimiento de la Nubia prehistórica está
comparativamente bien documentado. Las concentraciones
de hachas de mano achelenses aparecieron sobre todo
encima de inselbergs (cimas erosionadas de colinas), donde
era posible conseguir materia prima de buena calidad:
arenisca ferruginosa. Como muchos de los yacimientos
estuvieron expuestos en la superficie durante muchos
cientos de miles de años, no es de esperar que hayan
sobrevivido otros restos que no sean Mucos. Incluso
cuando ése es el caso, sólo poseemos una información
limitada y carecemos de medios seguros para datarlos, a
excepción de las aproximaciones tipológicas. Según estas
tipologías, los yacimientos pueden asignarse al Achelense
Temprano, Medio y Tardío respectivamente. Es notable
que los hendedores, tan característicos del resto de África,
no aparezcan en estos conjuntos, lo cual sugiere que
durante el Achelense Nubia probablemente constituyera
una provincia particular en África, un enclave original.
En el Desierto Occidental se conocen varios
yacimientos del Achelense Final, sobre todo en los oasis de
Kharga y Dakhla, además de en Bir Sahara y Bir Tarfawi.
Estos yacimientos se encuentran situados en las
escarpaduras que rodean los oasis, pero los hallazgos más
importantes se encuentran asociados a arroyos fósiles en el
suelo de depresiones de oasis o en los depósitos de la playa.
Todos los yacimientos están claramente relacionados con
condiciones húmedas, cuando en la zona era posible una
vida de caza-recolección. La mayor parte de los
yacimientos conocidos se encuentran en mal estado de
conservación, pero se ha sugerido que los antiguos canales
del Desierto Occidental, descubiertos por radar desde el
transbordador espacial, son ricos en yacimientos
45
achelenses, ninguno de los cuales ha sido excavado
todavía.
46
El Paleolítico Medio
La imagen que se obtiene del Paleolítico Medio egipcio
es bastante compleja. Se origina en el Achelense Final,
cuando las hachas de mano pasan a estar asociadas a
foliáceas bifaciales y a técnicas de percusión típicas de
Nubia. Este tipo de conjuntos pueden datar de antes del
año 250000 B. P. El destino de los yacimientos con este tipo
de conjuntos es similar al de los achelenses: por todo el
desierto se pueden recoger artefactos dispersos que en
tiempos estuvieron juntos en el mismo yacimiento, en la
actualidad destruido. A juzgar por el elevado número de
este tipo de objetos, es tentador asumir que la densidad de
población era relativamente elevada.
47
Al igual que sucede en muchas zonas del Viejo Mundo,
el Paleolítico Medio egipcio se caracteriza por la
introducción del método «levallois», una técnica especial
diseñada para producir lascas y hojas de tamaño fijo a
partir de un nódulo de pedernal. Además del típico sistema
levallois, el método nubio de percusión fue introducido
para crear lascas puntiagudas. En el Paleolítico Medio
egipcio se pueden distinguir varias «entidades»
artefactuales. La cronología todavía no está clara, pero la
investigación, sobre todo en el Desierto Occidental y en la
zona de Quena, proporciona varias claves. A modo de
tentativa, podemos proponer el esquema que aparece en la
figura de abajo.
48
El Paleolítico Medio Nubio se caracteriza por la técnica
levallois nubia y por hojas bifaciales y pedunculadas. Se
conoce sobre todo por Nubia, donde se han descubiertos
varios yacimientos. Si bien es indudable que también
estaba presente en Egipto, allí no se han encontrado
todavía yacimientos bien conservados. Finalmente, se ha
conseguido información importante referida a mediados
del Paleolítico Medio. En Bir Tarfawi y Bir Sahara, en el
Desierto Occidental, se han excavado numerosos
yacimientos bien conservados del musteriense del Sahara.
Es evidente que los yacimientos en esta zona sólo fueron
accesibles durante las fases húmedas, que probablemente
hay que considerar como períodos cortos en un clima
principalmente seco.
Durante la mayoría de los períodos de ocupación, en el
Desierto Occidental hubo lagos permanentes o, durante
algunos intervalos, playas estacionales alimentadas por
lluvias locales de hasta 500 mm al año. En algunas fases,
los lagos podían alcanzar una profundidad superior a los
siete metros. La zona era abandonada durante los períodos
49
de hiperaridez, que separaban los episodios lacustres.
Raederas, puntas y denticulados son las herramientas
mejor representadas. Los entornos del lago y la playa
probablemente fueran ricos en recursos florales que era
fácil explotar, pero desgraciadamente no existen pruebas
arqueológicas de ello. La fauna que aparentemente
explotaban las gentes de esta época iba desde la liebre, el
puerco espín y el gato salvaje en un extremo del espectro
del tamaño, hasta el búfalo, el rinoceronte y la jirafa en el
otro extremo. Pequeñas gacelas, principalmente de la
especie dorcas, dominan el conjunto. La presencia de estos
animales sugiere que la caza selectiva —quizá estacional—
de pequeñas gacelas se combinaba con acopios de carne
más oportunistas de piezas mayores.
La aparente diferencia de contenido entre los
yacimientos encontrados en distintos emplazamientos
puede tratarse de un reflejo de la variación en las
actividades realizadas en ellos. Los yacimientos hallados en
terrenos hidromórficos fosilizados, caracterizados por una
baja densidad de artefactos, indican un uso limitado, que
probablemente combine varias fases breves de uso de los
mismos durante años muy secos. Los yacimientos hallados
en arenas de playa eran accesibles durante la mayor parte
del año, pero es probable que no durante la temporada de
aguas más altas, quizá durante el verano. Los yacimientos
asociados a los lechos secos de lagos reflejan episodios
inusualmente áridos, cuando los lagos se secaron dejando
sus lechos expuestos.
Las excavaciones en la cueva Sodmein, cerca de Quseir,
en las montañas del mar Rojo, revelan unas condiciones
húmedas similares durante parte de mediados del
Paleolítico Medio, con presencia de cocodrilos, elefantes,
50
búfalos, kudu y otros grandes mamíferos. Aparentemente,
la cueva fue visitada durante un amplio período de tiempo,
pero siempre se trató de estancias cortas. En ocasiones se
utilizaron hogares más grandes.
Un modo de vida comparable puede haber existido en
el valle del Nilo, pero todavía no se han encontrado
yacimientos en la llanura de inundación. Por otro lado, el
valle del Nilo nos ha proporcionado muchos yacimientos
que documentan la extracción de materias primas. Existen
yacimientos contemporáneos a la ocupación del Desierto
Occidental en Nazlet Khater y Taramsa, donde los grupos
de mediados del Paleolítico Medio iban a buscar materias
primas, principalmente nódulos de pedernal, a los
depósitos de las terrazas. Estos grupos se diferencian por
sus sistemas de percusión: el Grupo K egipcio utilizaba el
clásico método levallois, además de la producción de lascas
a partir de núcleos de uno y dos planos de percusión,
mientras que el Grupo N egipcio utilizaba frecuentemente
el método levallois nubio. Las herramientas siempre son
raras en estos yacimientos de extracción, porque los
artefactos producidos aquí estaban destinados a ser
transportados a los lugares de habitación, situados
probablemente en la llanura de inundación del Nilo. Por
desgracia, es probable que estos yacimientos hayan
quedado cubiertos por aluviones recientes y no se han
encontrado.
Material de finales del Paleolítico Medio, junto a
artefactos halfanienses y safahanienses (levallois de
Idfuan), ha sido encontrado en lugares de extracción, como
Nazlet Safaha, cerca de Quena, así como en lugares de
habitación cerca de Edfu. La industria halfaniense, sin
embargo, estaba restringida principalmente a Nubia. En
51
comparación con el Paleolítico Medio más temprano, la
técnica levallois nubia fue desapareciendo y, además de la
producción de lascas y hojas a partir de núcleos de
plataformas sencillas y dobles, sólo se utilizó un levallois
clásico evolucionado para la producción de delgadas hojas
levallois. En los lugares de habitación se utilizaban buriles,
muescas y denticulados. Mientras tanto, el clima se volvió
de nuevo árido o hiperárido y así permaneció. La evolución
del clima cambió las condiciones de vida por completo,
haciendo que las fuentes de alimentación quedaran casi por
completo restringidas a la llanura de inundación. Este
cambio climático obligó a la gente que vivía en el Sahara a
abandonar la zona, lo que tuvo como resultado una
concentración de población humana en el valle del Nilo.
Durante el período final del Paleolítico Medio
(Taramsaniense) hubo una clara tendencia hacia la
producción de hojas a partir de núcleos de gran tamaño;
gracias a un proceso virtualmente continuo de producción,
en vez de conseguir unas pocas hojas levallois, con un
único núcleo se podían conseguir muchas hojas. En
Taramsa-1, un impresionante yacimiento de extracción y
producción de esta época cercano a Quena, se puede
observar que existía un creciente interés por la producción
de hojas, un sistema que se generalizaría posteriormente
durante el Paleolítico Superior. Conjuntos similares han
sido identificados en el Neguev, donde la transición desde
las lascas levallois hasta la producción de hojas ha sido
documentado en Boker Tachtit, en torno al año 45000 B. P.
El enterramiento de un niño «anatómicamente moderno»
en Taramsa-1 está asociado al final de Paleolítico Medio. Es
probable que esta inhumación sea la tumba más antigua
que se ha descubierto en África.
52
53
Las técnicas utilizadas en los lugares de extracción eran
sencillas, pero estaban bien adaptadas a los afloramientos
naturales de pedernal. Los núcleos de este material eran
extraídos de los depósitos de la terraza mediante una
trinchera y un sistema de pozos, con una profundidad
máxima de 1,7 metros. Sólo la parte superior de la terraza
era minada y los pozos y trincheras se caracterizan por una
planimetría muy irregular, con muchas ramificaciones y
oscilaciones de altura. Poseen paredes verticales, con sólo
retoques menores y su anchura varía entre un metro y
cerca de dos metros. Como el depósito de nódulos de
pedernal no estaba consolidado, sólo se necesitaban
herramientas de extracción sencillas. Las depresiones de
las trincheras se utilizaban a menudo como talleres para la
fabricación de productos levallois. La extracción era muy
extensiva y, en la región de Quena, las zonas afectadas
ocupan varios kilómetros cuadrados. La búsqueda de
pedernal de buena calidad y la existencia de una
producción de herramientas especializada demuestran la
compleja organización de los habitantes del valle del Nilo
en esta época, así como el hecho de que los humanos del
Paleolítico Medio no sólo eran capaces de razonar en tres
dimensiones, sino que también desarrollaron
conocimientos geológicos y geomorfológicos.
Si la teoría «out of Africa» sobre el origen humano es
cierta (y sigue habiendo buenos antropólogos que todavía
la niegan), los Homo sapiens anatómicamente modernos
tendrían que haber pasado por el valle del Nilo en su
marcha desde el este de África hacia Asia. Sin embargo, no
está claro si los datos arqueológicos pueden confirmar la
existencia de similitudes entre el Paleolítico Medio de
Egipto y el del suroeste de Asia. Finalmente, hay que
54
señalar que la industria aterianense, que tan importante es
para el resto del norte de África, sólo está presente en
algunos oasis del Desierto Occidental.
55
El Paleolítico Superior
Los yacimientos del Paleolítico Superior son raros en
Egipto. El más antiguo de ellos es Nazlet Khater-4, en el
Egipto Medio, donde el pedernal se extraía no sólo
mediante trincheras y pozos de mina (con una profundidad
máxima de dos metros), sino también mediante galerías
subterráneas que comenzaban en las paredes de las
trincheras o en el fondo de los pozos. De este modo se
obtuvieron galerías de más de diez metros cuadrados. Los
hogares encontrados en el relleno de las trincheras, donde
tuvieron lugar actividades de percusión, sugieren que la
extracción minera se prolongó durante un amplio período
de tiempo, entre los años 35000 y 30000 B. P., lo que
convertiría a Nazlet Khater-4 en uno de los ejemplos más
antiguos de actividad minera subterránea de todo el
mundo. Los conjuntos líticos de este yacimiento ya no
presentan resto alguno de la técnica levallois. El objetivo
de la producción era conseguir hojas simples a partir de
núcleos de plataforma única. Entre las herramientas se
encuentran algunos raspadores, buriles y denticuladas,
pero también puntas foliáceas y hachas bifaciales. Como no
han aparecido otros yacimientos similares en Egipto, es
difícil establecer la importancia de éste en la evolución de
la Prehistoria egipcia. Junto a la mina, evidentemente
asociada a ella, los excavadores encontraron una tumba
donde el difunto estaba enterrado de espaldas, con un
56
hacha bifacial cerca de la cabeza.
La siguiente fase más antigua, tras Nazlet Khater-4, fue
la industria shuwikhatiense, que se encuentra en varios
yacimientos en la cercanía de Quena y Esna. El yacimiento
tipo, Shuwikhat-1, ha sido fechado en torno al año 25000
B. P. El estudio del entorno y de los restos de fauna
demuestra que el yacimiento, situado en la llanura de
inundación de aquellas fechas, funcionaba como
campamento de caza y pesca. Es posible que el
shuwikhatianense sea contemporáneo a un corto período
húmedo, pero este cambio climático no fue lo bastante
importante como para repoblar el Desierto Occidental, que
siguió sin ocupación humana. El shuwikhatiense se
caracteriza por unas hojas robustas, obtenidas a partir de
núcleos de plataformas opuestas. Las herramientas más
habituales son hojas denticuladas, raspadores y buriles.
En el marco del norte de África y el suroeste de Asia, el
Paleolítico Superior de Egipto parece bástate inusual, si
bien es posible que hubiera algunas conexiones con la
industria dabbaniense de Cirenaica y la ahmariense del sur
de Israel y Jordania.
57
El Paleolítico Final
Al contrario de lo que sucede con los del Paleolítico
Superior, en Egipto se han encontrado muchos yacimientos
del Paleolítico Final, fechados entre los años 21000 y 12000
B. P. El clima siguió siendo hiperárido, como lo fue durante
el Paleolítico Superior; pero el río había comenzado a
contener menos agua y más arcillas, debido a la aridez
presente en su cabecera y a la importante actividad erosiva
producida por el frío glacial final que afectaba a las tierras
altas de Etiopía. Las arcillas se depositaron en el valle del
Nilo, rellenando el Alto Egipto con un grueso estrato de
aluvión y creando una llanura de inundación que, en
Nubia, tenía entre veinticinco y treinta metros más de
altura que la moderna. En el Bajo Egipto y en el Egipto
Medio no se han encontrado yacimientos del Paleolítico
Final, aparentemente porque esta parte del valle del Nilo
estaba excavada a mayor profundidad merced a un bajo
nivel de agua en el Mediterráneo, algo más de cien metros
por debajo de su nivel actual. El resultado fue una erosión
agresiva en el Nilo, lo cual creó una superficie que quedó
cubierta por aluviones más recientes que ocultan los
yacimientos a los arqueólogos.
58
59
En los yacimientos del Paleolítico Final existe una gran
variedad tipológica y, dado nuestro limitado conocimiento
del Paleolítico Superior, es difícil determinar los orígenes
de aquél. Entre los distintos grupos, el fakhurianense
(21000-19500 B. P.) y el kubbaniyanense (19000-17000 B. P.)
60
son los más antiguos. Si bien el kubbaniyanense fue
definido en Wadi Kubbaniya, cerca de Asuán, también se
han encontrado yacimientos cerca de Esna y Edfu. En
Wadi Kubbaniya, los yacimientos fakhurianenses y
kubbaniyanenses aparecen en tres disposiciones
fisiográficas distintas, estando relacionados con un lago
temporal que todos los años, tras la inundación, quedaba
taponado por una duna en la boca del wadi. Después de
que la duna creciera tanto como para bloquear todo el
wadi, el lago se alimentó de la capa freática, creando así un
entorno extremadamente favorable para los cazadores-
recolectores. Algunos de los yacimientos están situados en
un campo de dunas que ocasionalmente quedaba inundado
por el Nilo; otros están localizados en una lisa llanura
limosa del suelo del wadi delante de las dunas, mientras
que algunos otros yacimientos se encuentran en las lomas
de dunas fósiles, en la zona plana cercana a la boca del
wadi, y quedaban rodeados de agua durante la época de la
inundación.
La mayor parte de los yacimientos de Wadi Kubbaniya
son el resultado de un uso repetido por parte de pequeños
grupos humanos, quizá varias veces al año, durante un
largo período de tiempo. Los restos de flora reflejan
claramente la estacionalidad del mismo. Se cree que
muchas plantas comestibles como juncos, camomilas y
chufas formaban parte de la dieta. La presencia de
tubérculos de chufa es especialmente notable, porque
tuvieron que ser concienzudamente molidos para quitarles
las toxinas y romperles las fibras. Quizá esto explique el
elevado número de piedras de moler encontradas en Wadi
Kubbaniya. En yacimientos del Paleolítico Final, tanto
kubbaniyanenses como otros, los peces se capturaban en
grandes cantidades de forma estacional, siendo una fuente
61
importante de proteínas animales. La abrumadora
presencia de siluros es un claro indicio de una de las
estaciones de pesca y una prueba de las masivas capturas
de siluros en la temporada de desove, que parece haber
coincidido con la subida de las aguas en julio y agosto. Una
segunda estación de pesca se caracteriza por la elevada
frecuencia de restos de Tilapia primal y adulta y
numerosos siluros. Los restos sugieren que los peces se
capturaban en octubre o noviembre, en los charcos poco
profundos que quedaban tras la inundación. Además de
pescar, la caza de alcélafos del cabo, bóvidos silvestres y
gacelas dorcas era un aspecto importante del patrón de
subsistencia. La industria lítica consistía en hojas retocadas
obtenidas a partir de núcleos de planos de percusión
opuestos.
En el fakhurianense están bien representadas cuatro
clases principales de herramientas. Las hojitas de dorso, en
ocasiones con retoque ouchtata, son las más frecuentes,
seguidas por las piezas retocadas, perforadores, muescas y
denticuladas. Los raspadores también están presentes, pero
62
con menor frecuencia, mientras que los buriles y los
raspadores son raros y están fabricados por lo general de
forma pobre. El inventario de herramientas
kubbaniyanenses se caracteriza por el predominio de
hojitas de dorso, a menudo con un retoque dentado no
invasivo, que representa el 80 por ciento de todas las
herramientas.
El campamento de matanza E71K12 cercano a Esna
pertenece al fakhurianense o está estrechamente
relacionado con él. Este yacimiento, que consiste en una
duna hueca con una fuente estacional alimentada por la
subida de la capa freática durante la crecida del verano,
atraía a los animales que se alejaban de la llanura de
inundación debido a la crecida de las aguas. El resultado
eran unas condiciones perfectas para la caza. Había tres
presas principales: alcélafos del cabo, bóvidos silvestres y
gacelas. El yacimiento es un ejemplo del que
probablemente fuera el modo básico de subsistencia
durante el período final de la crecida y el comienzo del
descenso de las aguas.
Una característica propia de la industria ballananense-
silsilianense (16000-15000 B. P.) es el corte a partir de
núcleos de plataformas sencillas y opuestas. Entre las
herramientas encontramos hojitas de dorso y hojas
truncadas. Se hacía uso frecuente de la técnica de los
microburiles, una innovación que también encontramos en
el Neguev y en el sur de Israel y Jordania. Si bien los
buriles de buena fabricación son comunes, el retoque
ouchtata y los microlitos geométricos son raros y los
raspadores nunca fueron habituales.
Los cambios climáticos de finales de la última Edad del
Hielo tuvieron como resultado unas lluvias inusualmente
63
abundantes en la cabecera del Nilo, que produjeron unas
crecidas excepcionalmente altas en torno a los años 13000-
12000 B. P. Este estadio del «Nilo salvaje» fue originado
por las condiciones climáticas del África subsahariana,
pero en el propio Egipto no se produjeron lluvias. U n
yacimiento que quedó fuera del alcance de las catastróficas
inundaciones del Nilo salvaje fue Makhadma-4, un ejemplo
de industria afianense (12900-12300 B. P), situado a más de
seis metros por encima de la actual llanura inundable,
ligeramente al norte de Quena. Se encuentra al borde del
desierto, en una bahía llana resultado de la unión del
extremo de varios wadis, y su rico catálogo de peces
incluye un 68 por ciento de Tilapia y un 30 por ciento de
Claria; el resto son Barbus, Synodontis y Lates. El gran
porcentaje de Tilapia y las escasas dimensiones tanto de
éstas como de las Claria indican que la pesca debió de
tener lugar bastante avanzada la temporada posterior a la
crecida. Los peces quedarían atrapados en pequeñas
bañeras que los pescadores podían vadear. Asimismo, su
pequeño tamaño sugiere que se utilizaba un aparejo
sofisticado, como cestas, redes y nasas. No todos los peces
que se capturaban en grandes cantidades estaban
destinados al consumo inmediato y el hecho de que los
yacimientos contengan pozos con grandes cantidades de
carbón sugieren que los peces se conservaban
ahumándolos. El crecimiento del yacimiento demuestra
que fue utilizado de forma repetida durante un largo
período de tiempo.
La industria isnanense se ha encontrado en varios
yacimientos situados entre Wadi Kubbaniya y la llanura de
Dishna. El conjunto se caracteriza por unas técnicas de
percusión groseras, que producían lascas gruesas y anchas;
el inventario de herramientas está dominado por los
64
rascadores sobre las hojas. En el yacimiento de Mokhadma-
2, la pesca de la Claria parece haber tenido un motivo
económico. La fecha de ocupación es el año 12300 B. P, por
lo que coincide con las crecidas del Nilo salvaje.
La industria qadanense, situada entre la segunda
catarata y el sur de Egipto, es un conjunto de lascas
microlíticas cuyo interés radica principalmente en el hecho
de estar asociada a tres cementerios. El más importante es
el de Gebel Sahaba, donde se excavaron cincuenta y nueve
esqueletos. Todos estaban en posición semifetal, sobre el
costado izquierdo, con la cabeza mirando al este y
apuntando al sur. Las tumbas son meros agujeros cubiertos
con losas de arenisca y el material lítico asociado puede
atribuirse a la fase final del qadanense, en torno al año
12000 B. P. De las cincuenta y nueve personas, veinticuatro
mostraban signos de muerte violenta, ya fuera por las
puntas de flecha de pedernal incrustadas en sus huesos
(incluso dentro del cráneo) o por la presencia de marcas de
cortes severos sobre los huesos. La existencia de
enterramientos múltiples (incluido un grupo de ocho
cuerpos en una tumba) confirma esta imagen de violencia.
Como las mujeres y niños suponen el 50 por ciento de la
población, lo más probable es que el cementerio de Gebel
Sahaba sea el resultado de un acontecimiento
excepcionalmente dramático. Se ha sugerido que pudo ser
consecuencia de las cada vez más difíciles condiciones de
vida originadas por el Nilo salvaje y el subsiguiente
retorno del río a su antigua llanura de inundación. Un
cementerio más pequeño, situado casi enfrente de Gebel
Sahaba, en la otra orilla del Nilo, donde los «proyectiles»
estaban por completo ausentes de los cuerpos, demuestra
que en esta época la muerte no siempre era consecuencia
de la violencia.
65
La posición cronológica de la industria sebilianense no
está clara, a pesar de ser la más difundida del Paleolítico
Final, pues la encontramos desde la segunda catarata hasta
el norte de la curva de Quena. La técnica lítica sebilianense
se caracteriza por la manufactura de lascas grandes y una
preferencia por las areniscas cuarcíticas o las rocas
volcánicas como materia prima. Se trata de algo
completamente incompatible con la tradición lítica de otras
industrias del Paleolítico Final; por lo tanto, el sebilianense
puede ser resultado de la presencia de grupos intrusos
procedentes del sur que se trasladaron hacia el norte
siguiendo el Nilo.
Antes de abandonar el Paleolítico Final es necesario
mencionar la posibilidad de que ya en esta fecha tan
remota existiera arte rupestre en el valle del Nilo. En Abka,
cerca de la segunda catarata, en la Nubia sudanesa, se ha
identificado un posible ejemplo de arte rupestre paleolítico
en el «yacimiento XXXII». En Egipto propiamente dicho
también hay algunos yacimientos de arte rupestre que
parecen ser preneolíticos. Entre los dibujos más notables se
encuentran las trampas para peces representadas en El
Hosh, al sur de Edfu. La planta de estas laberínticas vallas
para peces consisten en una complicada disposición de
formas curvilíneas que conducen a extremos en forma de
champiñón, que eran las trampas propiamente dichas. Este
tipo de pesca en aguas poco profundas puede encajar bien
con la pesca masiva observada en los yacimientos del
Paleolítico Final, como Makhadama-4.
Tras el Paleolítico Final hubo una interrupción en la
ocupación del valle del Nilo. Entre los años 11000 y 8000
B. P. no hay atestiguada presencia humana en Egipto, a
excepción de un grupo muy pequeño de yacimientos
66
arkinianenses (en torno a 9400 B. P.) en la región de la
segunda catarata. Se ha sugerido que la fuerte erosión del
lecho del Nilo observada en esta época, a consecuencia de
la cual se produjeron crecidas menores, tuvo un efecto
negativo en las condiciones medioambientales. Si bien es
indudable que tuvo lugar este cambio medioambiental,
parece muy poco probable que el valle del Nilo al completo
estuviera despoblado en esta época. Si tenemos en cuenta
el estrechamiento de la llanura inundable y el normal
emplazamiento de los yacimientos en el extremo del bajo
desierto, es más probable que los asentamientos estén
cubiertos por depósitos aluviales modernos.
67
El Neolítico y su cerámica en el
Sahara
El Desierto Occidental fue abandonado hacia el final
del Paleolítico Medio y la gente sólo regresó allí en torno a
9300 a. C., como resultado de la fase húmeda del Holoceno.
Debido a la ausencia de poblamiento justo antes del
comienzo del Neolítico y a la ausencia de presencia
humana después del mismo, las condiciones de
conservación arqueológica son muy buenas. Como la
precipitación anual era sólo de entre 100-200 mm (y caía
probablemente durante una breve temporada estival), sólo
animales adaptados al desierto como la liebre y la gacela
podían vivir en él. Sin embargo, en comparación con las
condiciones del Paleolítico Superior y Final, supuso una
enorme mejora en las condiciones de vida. La cantidad de
lluvia no fue constante y los intervalos áridos son de la
mayor importancia para la diferenciación cronológica. La
lluvia era resultado del traslado hacia el norte de la zona
del monzón; por lo tanto, la ocupación humana del
Desierto Occidental comenzó a partir del sur. Es más que
probable que los grupos humanos que allí se asentaron
procedieran del valle del Nilo, una idea que se basa sobre
todo en la ausencia de otras posibilidades para explicarla,
pero que parece confirmarse gracias a las similitudes de la
técnica lítica con la de los yacimientos del valle del Nilo
nubio.
68
En Egipto, las más antiguas culturas «neolíticas»
surgieron en el Desierto Occidental. No obstante, hay que
dejar claro desde el principio que todavía no se ha
documentado agricultura del Sahara en el Neolítico. Esta
cultura ha sido identificada como neolítica basándose
únicamente en las pruebas de la existencia de cría de
ganado. Por lo tanto, el Neolítico del Sahara es por
completo diferente de la cultura neolítica que apareció
aproximadamente por esas mismas fechas en Israel, donde
el término «economía neolítica» es sinónimo de un
proceso durante el cual surgió la agricultura, a la cual se
unió posteriormente la cría de ganado. Lo más probable es
que el proceso de neolitización acontecido en Egipto sea
por completo independiente del de Israel. Debido a la
ausencia de agricultura y a la presencia de algunas
cerámicas se ha sugerido que a esta cultura del Sahara se le
aplique el término «cerámico», opuesto a «neolítico».
Se pueden distinguir dos períodos principales: el
Neolítico Temprano (8800-6800 a. C.) y un período más
reciente que comprende el Neolítico Medio (6500-5100
a. C.) y Neolítico Final (5100-4700 a. C.). La información
más completa del Neolítico Temprano procede de los
yacimientos cercanos a Nabta Playa y Bir Kiseiba. La
mayoría de ellos son pequeños yacimientos temporales de
cazadores-recolectores. Los yacimientos de mayor tamaño
siempre se encuentran localizados en las partes bajas de las
cuencas de playa. Si bien aparentemente estos yacimientos
se utilizaban durante períodos más largos, también eran
abandonados de forma periódica, puesto que las cuencas de
playa se inundaban de forma estacional. El sedentarismo
todavía no se conocía.
La industria lítica se caracteriza por numerosas hojitas
69
de dorso (a menudo puntiagudas) y algunas geométricas,
muy escasas, así como herramientas con la técnica del
microburil. Cualquier muestreo faunístico, no importa el
tamaño que tenga, cuenta con unos pocos huesos de reses
que, según sus excavadores, estaban domesticadas (si bien
no se trata de una interpretación generalmente aceptada),
puesto que parece poco probable que las reses pudieran
sobrevivir sin ayuda humana en entornos áridos, en los
cuales sólo pueden vivir sin ese apoyo los animales
adaptados al desierto. Destaca que la fauna no incluya
restos de alcélafo del cabo, un animal que a menudo
comparte el mismo nicho ecológico que las reses salvajes.
Por lo tanto, lo más probable es que los pastores criaran
ganado salvaje, pues se trata de un entorno en el cual las
reses domésticas no hubieran sido capaces de sobrevivir
por sí mismas. Es posible que antes de 7500 a. C. los
humanos y el ganado sólo acudieran al desierto durante y
después de las lluvias estivales, que coincidían con el
período de crecida del valle de Nilo, durante el cual hubiera
sido difícil encontrar zonas de pasto. Con posterioridad a
7500 a. C. está atestiguada la excavación de pozos de agua
en Bir Kiseiba y otros yacimientos. Algunos de ellos
poseen un pequeño pilón lateral poco profundo para
abrevar animales. La escasez de huesos de res indica que
los animales no se utilizaban como fuente de carne, sino
principalmente como fuente de proteínas en forma de leche
y sangre. Así, del mismo modo que los humanos ayudaban
a las reses a sobrevivir en el Desierto Occidental, los
animales permitían a los humanos vivir en este difícil
entorno. Al mismo tiempo que criaban ganado, cazaban
animales salvajes locales, principalmente liebres y gacelas.
Se supone que las piedras de moler encontradas en casi
todos los yacimientos desde comienzos del Neolítico
70
Temprano se utilizaban para procesar las plantas silvestres
recolectadas, pero las plantas en sí mismas sólo se han
encontrado en el yacimiento E-75-6 de Nabta Playa. Entre
ellas figuran hierbas silvestres, frutos de Ziziphus y sorgo
silvestre.
Todos los yacimientos del Neolítico Temprano han
producido fragmentos de cerámica, si bien en cantidades
muy pequeñas. Los recipientes son de formas muy
sencillas, pero están cuidadosamente elaborados y cocidos,
así como decorados. Por lo general toda la superficie del
recipiente está repleta de líneas y puntos incisos, a menudo
creados con peines o cuerdas, probablemente con la
intención de imitar cestas. Los huevos de avestruz,
utilizados como recipientes para agua, son mucho más
habituales que los recipientes de cerámica. La escasez de
fragmentos de cerámica sugiere que ésta no se utilizaba de
forma regular en la vida diaria. No es posible determinar la
función exacta de la cerámica; pero resulta evidente que
poseyó un gran significado social y —debido a su
decoración— es probable que también simbólico. Parece
incuestionable que esta cerámica es un invento africano
independiente.
El yacimiento E-75-6 (en torno a 7000 a. C.) es uno de
los más interesantes del Neolítico Temprano de Nabta
Playa. Esta cuenca de desagüe recibía suficiente agua como
para almacenar grandes cantidades de agua superficial, a la
cual podía accederse mediante pozos durante la temporada
seca. El yacimiento consiste en tres o cuatro filas de
chozas, cada una de las cuales probablemente represente
una variación en la orilla del lago, acompañadas de
excavaciones acampanadas en forma de fosos de
almacenamiento y pozos para la extracción de agua. No
71
resulta posible calcular el número de chozas que se estaban
utilizando al mismo tiempo. A pesar de su tamaño, no se
trata de un asentamiento permanente.
Fue durante el Neolítico Medio y el Neolítico Tardío
(6600-5100 y 5100-4700 a. C. respectivamente) cuando la
ocupación humana del Desierto Occidental alcanzó su
apogeo. Los yacimientos de esta época son muy numerosos
y, si bien la mayoría son de escaso tamaño, también hay
algunos muy grandes. Las estructuras artificiales son más
habituales que anteriormente, incluidos pozos, casas
revestidas con losas y restos de construcciones de adobe y
cañas. Es probable que los grandes yacimientos cercanos a
los lagos con playa fueran asentamientos permanentes,
mientras que los más pequeños serían resultado de la
presencia de pastores, que se alejaban de los asentamientos
principales para apacentar al ganado en las praderas
formadas tras las lluvias estivales. La presencia de conchas
demuestra la existencia de contactos tanto con el valle del
Nilo como con el mar Rojo; pero es probable que estos
grupos humanos permanecieran en el desierto durante
todo el año. Al igual que en el Neolítico Temprano, las
reses domésticas eran criadas como fuentes vivientes de
proteínas. A pesar de que la cabra y la oveja también
aparecen ahora por primera vez (en torno a 5600 a. C.), la
mayor parte de la carne se obtenía de los animales salvajes.
De nuevo se asume que por estas fechas se consumía ya
una gran variedad de plantas silvestres.
En el Neolítico Medio hubo un cambio dramático en la
técnica lítica. La producción de hojas dejó de ser tan
frecuente y como sustituto comenzaron a introducirse de
forma gradual las bifaciales para foliáceas y puntas de
flechas de base cóncava. Las geométricas, excepto las
72
lunáceas, eran raras. En los yacimientos del Neolítico Final
son habituales las piedras de moler de forma cóncava. En
los ajuares de esta época también son habituales las piedras
celtas pulidas y sin pulir, las paletas y los adornos; junto a
hojas de golpe lateral, están considerados característicos de
este período. Las cerámicas anteriores a 5100 a. C. entran
dentro de la tradición «saharo-sudanesa» o «Jartún»,
similar a la de la cerámica del Neolítico Temprano, si bien
la decoración tiende a consistir en diseños más complejos.
Este tipo de cerámica desapareció de un modo algo abrupto
poco antes de 4900 a. C., siendo reemplazada en Nabta
Playa y Bir Kiseiba por cerámica bruñida y pulida
(ocasionalmente con bordes negros). Los motivos para este
repentino cambio en modo alguno son evidentes, pero su
presencia en el Desierto Occidental es de gran importancia
para nuestra comprensión de los orígenes de las culturas
predinásticas en el valle del Nilo.
En Nabta Playa se ha descubierto un notable complejo
megalítico junto a un yacimiento del Neolítico Final
excepcionalmente grande. Consiste en tres partes: un
alineamiento de diez grandes piedras (de 2x3 metros), un
círculo de pequeñas losas erguidas (de casi 4 metros de
diámetro) y dos túmulos cubiertos de losas, uno de los
cuales posee una cámara subterránea que contenía los
restos de un toro de cuernos largos. En otros lugares de la
cuenca de Nabta se han encontrado otros alineamientos de
megalitos. Si bien su función no está del todo clara, estas
construcciones megalíticas son una expresión de
«arquitectura pública» y, por lo tanto, hacen referencia a
una sociedad cada vez más compleja.
En el oasis de Dakhla se han diferenciado varias
unidades arqueológicas cuyas fases principales se conocen
73
como Masara, Bashendi y Sheikh Muftah. La fase Masara
es contemporánea (y similar) al Neolítico Temprano de
Nabta Playa y Bir Kiseiba. Las culturas Bashendi y Sheikh
Muftah son Neolítico Medio y Tardío y continúan hasta la
época dinástica. Estas dos culturas neolíticas se
caracterizan por dos tipos diferentes de asentamiento: los
del tipo Sheikh Muftah están en estrecha relación con
sedimentos lacustres, mientras que los yacimientos
Bashendi se encuentran situados justo fuera del propio
oasis. Se ha sugerido que puede tratarse de dos tipos
diferentes de ocupación. Los yacimientos Sheihk Muftah
podrían ser el resultado de una habitación a tiempo
completo de los oasis, mientras que los yacimientos
Bashendi lo serían de la llegada de visitantes periódicos,
probablemente pastores nómadas. A partir de
aproximadamente 5400 a. C., la gente comenzó a depender
más de sus rebaños de animales domésticos (importados
desde el Levante, principalmente cabras), al tiempo que
seguían cazando de forma esporádica.
La técnica lítica de la cultura Bashendi es similar a la
del Neolítico Medio y Tardío, con el añadido de varios
tipos de puntas de flecha, a menudo retocadas de forma
bifacial. Desde poco antes de 4900 a. C. se produce en los
yacimientos Bashendi cerámica bruñida y pulida,
ligeramente similar a los fragmentos de cerámica
encontrados en Nabta Playa y Bir Kiseiba, mientras que en
los yacimientos del oasis de Dakhla se encuentran
ocasionales fragmentos de cerámica de borde superior
negro. En la zona sureste de Dakhla existen varias
estructuras de piedra. No está claro hasta qué punto este
oasis es representativo de los oasis del Desierto Occidental;
pero es evidente que cuenta con fortísimos paralelos
culturales con el valle del Nilo.
74
A partir de 4900 a. C. el desierto se va volviendo cada
vez más inhabitable como resultado de la llegada del clima
árido que todavía encontramos en la actualidad. No
obstante, unas pocas zonas escogidas siguieron ocupadas
durante la época histórica.
75
El Epipaleolítico del valle del Nilo
A partir del 7000 a. C. vuelve a haber en el valle del
Nilo presencia de grupos humanos; pero el número de
yacimientos epipaleolíticos es muy limitado y sólo han sido
descubiertos en circunstancias excepcionales, puesto que
por lo general están cubiertos por depósitos de aluvión
traídos por la crecida. Así, sólo se distinguen dos culturas:
la elkabiense y la qaruniense. Durante el Epipaleolítico se
produjo una continuación del estilo neolítico de
subsistencia, basado en la caza, la pesca y la recolección.
En Elkab se han encontrado algunos pequeños
yacimientos epipaleolíticos (fechados en torno a 7000-6700
a. C.) en un estado de conservación excepcionalmente
bueno, puesto que se encuentran localizados en el interior
del muro del recinto de la ciudad, que es mucho más
reciente, del Dinástico Temprano. Los yacimientos
aparecen en la playa de una rama del Nilo que estaba
colmatándose y su ocupación tenía lugar tras la inundación
de la llanura. Las prácticas pesqueras del Epipaleolítico
estaban mucho más desarrolladas que las del Paleolítico
Final. De hecho, la pesca tenía lugar no sólo cuando las
aguas se estaban retirando, sino también en los canales
principales del Nilo, lo cual sugiere que en esta época ya se
estaban utilizando barcas dotadas de un grado razonable de
estabilidad. Como el clima era más húmedo, era posible
cazar uros, gacelas dorcas y ovejas silvestres en la zona de
76
los wadis. La industria epipaleolítica es microlítica e
incluye gran cantidad de microburiles. Es fácilmente
comparable al Neolítico Temprano del Desierto Occidental.
La presencia de numerosas piedras de moler no puede
utilizarse como prueba del procesamiento de vegetales,
puesto que en varias de ellas todavía es visible un
pigmento rojo. La presencia de una ocupación elkabiense
en el yacimiento Tree Shelter (abrigo del árbol), cerca de
Quseir, en el Desierto Oriental, sugiere que los elkabianos
han de ser considerados como cazadores nómadas que
seguían rutas este-oeste, pescando y cazando en el valle del
Nilo en invierno y explotando el desierto durante el
húmedo verano.
El qaruniense es un nuevo nombre para la cultura
Fayum B (atribuida por Caton-Thompson al Mesolítico).
Yacimientos qarunienses, situados originalmente en
terrenos elevados junto al lago Proto-Moeris (fechado
aproximadamente en 7050 a. C.), han sido identificados en
la zona al norte y al oeste del actual lago Fayum. La
historia holocena del lago se caracteriza por sus
fluctuaciones, que son de la mayor importancia para la
comprensión de la historia de la ocupación en torno al
mismo. En la fase qaruniense, las condiciones de pesca
fueron excepcionalmente buenas en las aguas poco
profundas del lago y no es ninguna sorpresa que los peces
fueran la base de la subsistencia de los grupos que vivían
en esta región. También se practicaban la caza y la
recolección de comida. La industria qaruniense es
microlítica y encaja con el contexto tecnológico general del
elkabaniense y el Neolítico Temprano del Desierto
Occidental. Sólo se conoce una inhumación del qaruniense.
El cuerpo de una mujer de unos cuarenta años de edad se
encontró enterrado en posición ligeramente fetal, sobre su
77
costado izquierdo, mirando al este y con la cabeza hacia el
sur. Sus características físicas son mucho más modernas
que los mectoides del Paleolítico Final de Gebel Sahaba.
La presencia de industria microlítica en las cercanías de
Helwan se conoce desde el siglo XIX y, si bien presenta
similitudes con el Neolítico precerámico del Levante, su
verdadera importancia no puede determinarse debido a la
escasa información disponible. En el Desierto Oriental, en
las montañas del mar Rojo, también hay yacimientos
neolíticos. Según las pruebas encontradas en la cueva
Sodmein, cercana a Quseir, estos grupos humanos habrían
introducido la cabra/oveja domesticada durante la primera
mitad del sexto milenio a. C.
78
El Neolítico del valle del Nilo
En el valle del Nilo no se han encontrado restos de los
habitantes de los Desiertos Occidental y Oriental que no
pertenezcan a las culturas elkabiense y qaruniense. No hay
pruebas de transición hacia la agricultura, que ya estaba
bien asentada en el Levante desde 8500 a. C. La población
egipcia parece haber continuado con su modo tradicional
de vida, basado en la pesca, la caza y la recolección.
Desafortunadamente, no poseemos información sobre la
población humana del valle del Nilo entre los años 7000 y
5400 a. C.
La cultura tarifiense se conoce gracias a un pequeño
yacimiento en El Tarifi en la necrópolis de Tebas, y a otro
situado en las cercanías de Armant. Es una fase cerámica
de una cultura epipaleolítica local, la cual, pese a todo,
sigue siendo desconocida. No muestra ningún tipo de
relación con la posterior cultura de Nagada y su relación
con la cultura badariense tampoco está clara, si bien
aparentemente su industria lítica no posee ninguna
relación cercana. El tarifiense se caracteriza por una
industria de lascas que, por un lado, posee un pequeño
componente microlítico referido al Epipaleolítico y, por el
otro, algunas piezas bifaciales que anuncian la cultura
neolítica. La cerámica, desgrasada principalmente con
componentes orgánicos, se limita a varios fragmentos
pequeños. No se conocen restos de agricultura o cría de
79
animales. Tampoco se han encontrado restos de
estructuras y se piensa que el asentamiento de El Tarif era
similar a los campamentos del Paleolítico Final.
La cultura fayumiense, idéntica al Fayum A de Caton-
Thompson, comienza en torno a 5450 a. C. y desaparece en
torno a 4000 a. C. Las diferencias tecnológicas y tipológicas
entre el qaruniense y el fayumiense son tan importantes
que no es imposible pensar que la segunda se desarrollara
de forma independiente con respecto a la primera. La
tecnología lítica fayumiense está claramente relacionada
con la del Neolítico Final del Desierto Occidental. La gente
vivía a lo largo de la antigua playa del lago Fayum y los
restos más importantes encontrados hasta el momento son
grupos de pozos para almacenamiento de grano, a menudo
revestidos con esteras. Por primera vez en Egipto, la
agricultura, muy probablemente introducida desde el
Levante, es con claridad la base de la subsistencia. Se
cultivaban el trigo y la cebada de seis carreras y
probablemente también el lino. Como los pozos-almacén
están agrupados, se supone que la agricultura se practicaba
de forma comunitaria. Una zona de almacén está
compuesta por 109 silos, con diámetros que van desde los
30 hasta los 150 centímetros y una profundidad que oscila
entre los 30 y los 90 centímetros, lo que supone una gran
capacidad de almacenamiento. Además de la agricultura, la
cría de ganado también era importante, existiendo pruebas
de la presencia de ovejas/cabras, reses y cerdos. Los peces
siguieron siendo básicos para la economía.
La cerámica fayumiense está fabricada de manera tosca
y es de formas sencillas. Un limitado número de piezas
tienen engobe rojo y están bruñidas, pero no se ha
encontrado ninguna decorada. La industria lítica es de
80
lascas, con un componente menor bifacial. A partir de la
presencia de conchas de especies tanto del Mediterráneo
como del mar Rojo, de paletas nubias para cosméticos y de
cuentas de feldespato verde, se ha inferido la existencia de
relaciones a larga distancia, probablemente indirectas; no
se ha encontrado cobre.
El gran yacimiento de Merimda Beni Salama se
encuentra situado en una terraza baja en el límite del delta
occidental del Nilo. Los escombros del yacimiento poseen
una potencia de 2,5 metros y consisten en cinco niveles,
tres de los cuales corresponden a tres fases culturales
principales. Ocupan un largo período de tiempo, entre los
años 5000 y 4100 a. C. El Nivel I, llamado Urschicht, es
claramente distinto de las fases más recientes y se
caracteriza por una cerámica sin desgrasar, tanto pulida
como sin pulir; la decoración en espiguilla es típica de esta
fase cerámica (y pese a todo no muy habitual). La industria
lítica del Nivel I se caracteriza por una tecnología de lascas
y la presencia de numerosos raspadores y herramientas
retocadas bifaciales. Los restos del asentamiento de este
nivel se limitan a los hogares y vestigios de refugios poco
sólidos. La economía probablemente fuera una mezcla de
agricultura, cría de ganado (ovejas, reses y cerdos)
relacionada con el Levante, pero también de caza y pesca.
Los análisis de radiocarbono sugieren una fecha situada en
torno a 4800 a. C., si bien el excavador considera esta
estimación demasiado moderna. En las recientes
excavaciones en la cueva Sodmein, cerca de Quseir,
también se ha encontrado cerámica con decoración de
espiguilla.
Es probable que entre la ocupación de los Niveles I y II
de Merimda se produjera una interrupción. El Nivel II,
81
conocido como Mittleren Merimdekultur y cuyo excavador
considera relacionado con las culturas saharo-sudanesas, se
caracteriza por una ocupación más densa del yacimiento,
con sencillas viviendas ovaladas de madera y cestería,
hogares bien desarrollados, jarras de almacenamiento
enterradas en suelos de arcilla y grandes cestas forradas de
arcilla situadas en pozos auxiliares y que hacían las veces
de granero. Entre las viviendas también se encontraron
enterramientos en posición fetal. La cerámica es por
completo diferente a la del período final, porque está
desgrasada con paja, pero las formas siguen siendo muy
simples. Casi la mitad de la cerámica es pulida y ninguna
parece haber estado decorada. La industria lítica es
predominantemente bifacial. En Merimda aparecen por
primera vez las puntas de flecha de base cóncava. Se han
encontrado grandes cantidades de objetos de hueso, marfil
y concha; son típicos los arpones de tres dientes. La
agricultura continúa siendo la base de la actividad
económica, pero a juzgar por el número de huesos el
ganado creció en importancia; la pesca y la caza siguen
estando bien atestiguadas. No se dispone de fechas de
radiocarbono, si bien el excavador del yacimiento ha
propuesto una fecha entre los años 5500 y 4500 a. C.
Los Niveles III-V se llaman Jüngeren Merimdekutur y
se corresponden con la fase identificada a comienzos del
siglo XX por el primer excavador del yacimiento como
cultura merimda «clásica». En esta etapa, Merimda
consistía en un gran poblado de chozas de barro y zonas de
trabajo. A lo largo de calles estrechas se alineaban,
apretadas, casas ovaladas bien construidas. Los edificios
tienen entre 1,5 y 3 metros de anchura, con los suelos
excavados a una profundidad de 40 centímetros y muros de
barro desgrasado con paja; las cubiertas son de materiales
82
ligeros, como ramas y cañas. En el interior de las casas se
descubrieron hogares, piedras de moler, jarras de agua
enterradas y agujeros que en tiempos contuvieron
recipientes de cerámica, lo que indica que en el interior se
desarrollaban actividades domésticas diversas. Los
graneros están asociados a viviendas individuales, lo cual
demuestra que las unidades familiares se habían vuelto
más o menos independientes económicamente. En líneas
generales se puede decir que, en lo que respecta a la vida
del poblado, en el asentamiento de Merimda la
organización es formal. Entre las casas se encontraron
enterramientos en posición fetal situados en agujeros
ovalados de escasa profundidad. Es notable que en ellos
apenas se incluyera ningún ajuar funerario. Tanto la
ausencia de éste como la localización de las tumbas en el
interior del asentamiento son aspectos del protocolo
funerario que parecen contrastar ampliamente con las
costumbres funerarias del Alto Egipto. Sin embargo, dado
el limitado número de tumbas (menos de doscientas), la
restringida presencia de adultos varones y la presencia de
cierta confusión estratigráfica, parece probable que dentro
del asentamiento sólo se enterraran niños y adolescentes,
lo cual también sucedía en el Alto Egipto, mientras los
adultos eran inhumados en áreas que sólo con
posterioridad resultaban ocupadas por viviendas. Por lo
tanto, hemos de suponer que la mayoría de cementerios
están todavía por descubrir.
La evolución de la cerámica muestra una tendencia
hacia formas cerradas, con la mitad del repertorio
constituido por grandes recipientes de factura grosera. El
pulido se utiliza para decorar y durante este período la
cerámica pulida se convierte en roja/negra. Comparada con
la de la fase previa de ocupación de Merimda, la tecnología
83
bifacial del sílex mejora. Siguen siendo frecuentes las
herramientas hechas de hueso, marfil y conchas. Con todo,
lo más destacado es un pequeño número de figurillas. Una
de ellas es una cabeza aproximadamente cilíndrica de una
figura humana, cubierta de pequeños agujeros destinados
evidentemente a la aplicación de pelo y barba. La forma de
los agujeros parece indicar que el pelo fue imitado con
plumas. En un principio la cabeza podría haber estado
unida a un cuerpo de madera, lo cual la convierte en la más
antigua representación humana encontrada en Egipto.
Según su excavador, el período más reciente de Merimda
sería equivalente al fayumiense. Sin embargo, las fechas de
radicarbono sólo confirman en parte esta teoría, pues
según ellas la Jüngeren Merimdekultur ha de asignarse al
período entre 4600 y 4100 a. C. y, por lo tanto, sólo sería
contemporánea con la segunda mitad del fayumiense.
En el Bajo Egipto, varios yacimientos cercanos a Wadi
Hof-Helwan consisten en asentamientos y cementerios
separados. Conforman una cultura neolítica que se bautizó
cultura El Omari, según el nombre de su descubridor, Amin
el Omari. Data de entre 4600-4350 a. C. y, por lo tanto, es
contemporánea la Jüngeren Merimdekultur. En los
asentamientos se han encontrado sobre todo pozos,
destinados tanto a verter los desechos como a servir de
almacén. No es posible describir con exactitud las
construcciones asociadas a ellos, pero no cabe duda de que
eran ligeras. Los cementerios se situaban en zonas del
asentamiento que se habían dejado de utilizar. Todas las
tumbas están excavadas en el suelo y contienen cuerpos en
posición fetal, preferentemente orientados hacia el sur y
depositados sobre el costado izquierdo.
Las formas de la cerámica El Omari, que siempre posee
84
desgrasantes orgánicos, son muy simples y muchos
recipientes están pulidos y a menudo tienen engobe rojo.
La industria lítica muestra la misma mejora en la técnica
bifacial que en Merimda II-V. La agricultura y la cría de
ganado (ovejas/cabras, reses y cerdos) son la base de la
subsistencia en El Omari, pero la pesca era particularmente
importante. La caza en el desierto, por el contrario, apenas
se practicaba.
La presencia de cabras domésticas desde
aproximadamente 5900 a. C., tanto en el Desierto
Occidental como en el Oriental, resulta asombrosa cuando
se compara con el momento de su aparición en el valle del
Nilo, que se produjo unos cinco siglos después.
85
La cultura badariense
La cultura badariense, la primera atestación de
agricultura en el Alto Egipto, fue identificada por primera
vez en la región de El Badari, cerca de Sohag. Un gran
número de, principalmente, pequeños yacimientos
cercanos a los poblados de Qau el Kebir, Hammamiya,
Mostagedda y Matmar ha proporcionado un total de unas
seiscientas tumbas y cuarenta asentamientos pobremente
documentados.
La posición cronológica de la cultura badariense
todavía es objeto de cierto debate. Su posición cronológica
relativa respecto a la más moderna cultura Nagada fue
establecida hace algún tiempo gracias a la excavación del
yacimiento estratificado del norte de Hammamiya,
mientras que según varias fechas de termoluminiscencia la
cultura puede haber existido ya en torno a 5000 a. C. Sin
embargo, sólo se puede confirmar de forma definitiva que
se desarrolló en el período situado entre 4400 y 4000 a. C.
Se ha sugerido que existió una cultura aún más antigua
llamada tasiense. Esta se habría caracterizado por la
presencia de vasos caliciformes de base redonda con
diseños incisos rellenos de pigmento blanco, conocidos
también en otros contextos de fecha similar en el Sudán
neolítico. Sin embargo, la existencia del tasiense como
unidad cronológica o culturalmente independiente nunca
se ha demostrado de forma fehaciente. Si bien la mayoría
86
de los especialistas consideran que el Tasiense es sólo una
parte de la cultura badariense, también se ha propuesto que
en realidad es la continuación de una tradición cultural del
Bajo Egipto, que habría sido la antecesora directa de la
cultura Nagada I. No obstante, esto parece bastante
improbable, en primer lugar porque las supuestas
similitudes con las culturas neolíticas del Bajo Egipto no
son convincentes y, en segundo, por la evidente relación
cerámica del Tasiense con Sudán. Si la cultura tasiense ha
de ser considerada como una entidad cultural
independiente, se trataría de una cultura nómada con
antecedentes sudaneses que interactuó con la cultura
badariense.
A pesar de la existencia de algunos asentamientos
excavados, la cultura badariense se conoce sobre todo por
sus cementerios en el desierto. Todas las tumbas son
simples agujeros en el suelo, que a menudo contienen una
estera sobre la que se deposita el cuerpo. Por lo general, los
cadáveres se encuentran en una posición fetal no
demasiado encogida, reposando sobre el costado izquierdo,
con la cabeza dirigida hacia el sur y mirando hacia el oeste.
No se conocen tumbas de niños de muy corta edad y hay
pruebas suficientes para demostrar que en realidad eran
enterrados dentro del asentamiento o, más bien, en las
zonas de los asentamientos que ya no estaban en uso. El
análisis de los ajuares funerarios de las tumbas badarienses
demuestra una distribución desigual de la riqueza. Además,
las tumbas más ricas tienden a situarse separadas de las
demás en una parte concreta del cementerio. Es una
indicación evidente de estratificación social, que en este
punto de la Prehistoria egipcia todavía parece limitada,
pero que se fue volviendo cada vez más importante a lo
largo del Período Nagada I, que vino inmediatamente a
87
continuación.
El elemento más característico de la cultura badariense
es la cerámica que acompaña a los muertos en sus tumbas.
Está fabricada a mano con barro del Nilo y, excepto en el
caso de los recipientes más delicados, siempre tiene un
muy fino desgrasante orgánico. Este desgrasante es muy
característico y siempre es más fino que el utilizado para la
llamada cerámica grosera del Período Nagada. Los
alfareros badarienses no escatimaban esfuerzos a la hora de
refinar la arcilla de sus mejores productos y conseguir
paredes muy finas, nunca igualadas en ninguno de los
períodos subsiguientes de la historia egipcia. Las formas
cerámica son sencillas, principalmente copas y cuencos con
bordes directos y base redondeada. Una proporción
importante de estos recipientes tienen la parte superior
negra, pero por lo general poseen una superficie más
amarronada que la de la cerámica de borde superior negro
de Nagada I. El engobe rojo que cubre la cerámica de borde
superior negro de Nagada I es más raro en el Badariense. El
elemento más característico de la cerámica badariense es la
«superficie ondulada», presente en sus mejores recipientes
y que consiste en que la superficie está arañada con un
peine y después pulida, consiguiéndose así un efecto muy
decorativo. Los recipientes carenados también se
consideran muy característicos de esta cultura, pero la
cerámica decorada es rara: en ocasiones se encuentran
motivos incisos rellenos de blanco, imitando quizá a la
cestería.
La industria lítica se conoce sobre todo a partir de los
yacimientos de habitación, si bien los ejemplares más
perfectos han sido encontrados en las tumbas. Se trata
sobre todo de una industria de lascas y hojas, a los que hay
88
que añadir varias notables herramientas bifaciales. Las más
habituales son los raspadores, perforadores y las piezas
retocadas. Las herramientas bifaciales consisten sobre todo
en hachas, hoces bifaciales y puntas de flecha de base
cóncava. También conviene mencionar la presencia en el
Desierto Occidental de las características lascas de
percusión lateral.
Entre otros objetos de la cultura badariense figuran
horquillas para el pelo, peines, brazaletes y cuentas de
hueso y marfil. El repertorio de paletas de grauvaca para
maquillaje se limita en esta época a formas rectangulares
alargadas u ovaladas; pero posteriormente se convertirán
en un aspecto muy característico de la cultura Nagada,
cuando pasen a fabricarse en una gran variedad de formas.
Se han encontrado algunas figurillas femeninas de arcilla y
de marfil, que varían enormemente de estilo y van desde
ejemplares bastante realistas a otros muy estilizados.
También conviene mencionar que se encuentra cobre
batido en cantidades limitadas.
Durante mucho tiempo se pensó que la cultura
badariense se limitó a la región de El Badari. Sin embargo,
se han encontrado objetos muy característicos de ella
mucho más al sur: en Mahgar, Dendera, Armant, Elkab y
Hieracómpolis, así como hacia el este, en Wadi
Hammamat.
En principio la cultura badariense se consideró una
unidad cronológicamente separada, a partir de la cual se
desarrolló la cultura de Nagada. No obstante, la situación
es mucho más compleja. Por ejemplo, el Período Nagada I
parece estar pobremente representado en la región de El
Badari; por lo tanto, se ha sugerido que el Badariense fue
en gran parte contemporáneo a la cultura Nagada I en la
89
zona al sur de la región de El Badari. Sin embargo, como al
sur de El Badari también se ha encontrado un limitado
número de objetos badarienses o de influencia badariense,
es posible sugerir en cambio que la cultura badariense
estaba presente entre, como mínimo, la región de El Badari
y Hieracómpolis. Por desgracia, la mayoría de estos
hallazgos son muy escasos y resulta imposible realizar una
comparación con la industria lítica o la cerámica de los
asentamientos de la zona de El Badari o bien se ha
realizado, pero no se ha publicado todavía. Por lo tanto,
una característica de la cultura de El Badari es la presencia
de diferencias regionales, siendo la unidad de la región de
El Badari la única que ha sido hasta el momento
adecuadamente investigada o atestiguada. Por otra parte,
puede haber estado representada una cultura badariense
más o menos «uniforme» en toda la zona entre El Badari y
Hieracómpolis; pero, dado que el desarrollo de la cultura
Nagada tuvo lugar más al sur, parece bastante posible que
el Badariense sobreviviera durante más tiempo en la propia
región de El Badari.
Los orígenes del Badariense son igual de problemáticos
y se han investigado en múltiples direcciones. Durante
mucho tiempo se pensó que el Badariense se originó en el
sur, pues se consideraba que los badarienses poseían un
«conocimiento pobre» del sílex, lo cual demostraría que
procedían de la región no caliza de Egipto, situada en el
sur. Por otra parte, se asume que el origen de la agricultura
y la cría de ganado se sitúan en Oriente. La teoría de los
orígenes meridionales del Badariense ya no se acepta. La
selección de sílex es perfectamente lógica para la industria
lítica badariense, que parece poseer lazos con el Neolítico
Tardío del Desierto Occidental. La cerámica ondulada, uno
de los rasgos más característicos del Badariense,
90
probablemente se originara a partir de la cerámica bruñida
y manchada, presente tanto en el norte, en yacimientos del
Neolítico Final del Sahara y de Merimda, como en el sur, en
yacimientos del Neolítico de Jartún. Por lo tanto, la
cerámica ondulada puede haber aparecido como resultado
de una evolución local de tradición sahariana.
Parece indudable que la cultura badariense no se
originó a partir de una única fuente, si bien la
predominante fue la del Desierto Occidental. Por otra
parte, el origen de las plantas cultivadas sigue siendo
controvertido y es posible que procedan del Levante y
llegaran a través de las culturas de Fayum y Merimda del
Bajo Egipto.
Los hallazgos realizados en los asentamientos
badarienses demuestran que la economía de esta cultura se
basaba principalmente en la agricultura y la cría de
ganado. En sus almacenes se han encontrado trigo, cebada,
lentejas y tubérculos. Es muy probable que varias
construcciones circulares de Hammamiya, identificadas
hasta ahora como casas, sean en realidad pequeños
recintos para animales. En algunos de ellos se han
encontrado estratos de 20-30 centímetros de potencia
formados por deyecciones de cabra u oveja. Es indudable
que la pesca era muy importante y durante ciertos períodos
del año puede haber sido la principal actividad económica.
La caza, en cambio, parece haber poseído sólo una
importancia marginal.
Los lugares de asentamiento de la región de El Badari
muestran un patrón a base de pequeños poblados o aldeas,
que parecen haber sido trasladados horizontalmente tras
un período de ocupación bastante corto. Los rasgos más
evidentes de estos asentamientos son los pozos y
91
recipientes de almacenamiento. Se trata, por supuesto, de
un rasgo que existe debido en parte a su mayor facilidad de
conservación. Las construcciones son todas muy ligeras y
en la mayoría de los casos parecen haber sido temporales.
De hecho, es bastante posible que los asentamientos
encontrados en los ramales del desierto en la región de El
Badari sean residencias marginales o campamentos
estacionales. De ser así, los asentamientos permanentes
habrían estado más cerca de la llanura de inundación y
hace ya mucho tiempo que habrían sido arrastrados por el
Nilo o cubiertos de aluvión y, por lo tanto, nos son
desconocidos.
El carácter temporal de los asentamientos badarienses
queda confirmado en Mahgar Dendera, a unos 150
kilómetros al sur de El Badari. El asentamiento era
utilizado estacionalmente, comenzando con el final de la
estación de aguas bajas, en el momento en que había
terminado la cosecha y la zona adecuada para pastorear los
rebaños se encontraba a lo largo de la orilla del Nilo, en la
llanura inundable. Junto a la cría de ganado, la segunda
actividad económica en Mahgar Dendera era la pesca, que
se practicaba en los canales principales del Nilo cuando
éste se encontraba en su nivel más bajo. En Mahgar
Dendera la llanura aluvial es muy pequeña, lo cual
significa que se encuentra a la vez cerca del Nilo y fuera
del alcance de la crecida, lo que permitía a la gente
permanecer en el mismo lugar cuando comenzaba la
crecida e incluso cuando ésta alcanzaba su nivel más alto.
Durante este período, cuando las condiciones de vida
alcanzaban su mínimo anual, parece que se sacrificaba una
parte del ganado, sobre todo machos jóvenes. La gente
abandonaba Mahgar Dendera antes de que la llanura
aluvial resultara vadeable, porque por esas fechas tenían
92
que comenzar a trabajar los campos, los cuales no podían
encontrarse en esta región debido a lo limitado de la
llanura inundable.
Respecto a los contactos externos de la cultura
badariense sólo se dispone de una información limitada.
Las relaciones con el mar Rojo están atestiguadas gracias a
la presencia de conchas en las tumbas, mientras que el
cobre puede haber procedido del Desierto Oriental o, con
mayor probabilidad, del Sinaí. Esta región también se
consideraba como la fuente de la turquesa, si bien la
reciente identificación de este material en contextos
badarienses puede ser errónea. Si hubo contactos
ocasionales entre la región de El Badari y el Sinaí,
probablemente se produjeran a través del Desierto Oriental
y del Bajo Egipto, donde no parece haber indicios de
cultura badariense. La posibilidad de relaciones El Badari-
Sinaí a través del Desierto Oriental puede haber quedado
finalmente confirmada merced a una serie de hallazgos
procedentes de Wadi Hammamat que, por desgracia,
todavía permanecen inéditos.
93
3. EL PERÍODO NAGADA
(c. 4000-3200 a. C.)
BÉATRIX MIDANT-REYNES
La segunda gran fase del Período Predinástico —la
cultura Nagada— recibe su nombre del yacimiento de
Nagada, en el Alto Egipto, donde en 1892 Flinders Petrie
descubrió un vasto cementerio de más de tres mil tumbas.
Petrie, sorprendido al principio por la inusual naturaleza
de estas inhumaciones comparadas con las que se conocían
con anterioridad en Egipto, las adscribió erróneamente a
un grupo de invasores extranjeros. Se suponía que este
grupo había seguido existiendo hasta el final del Reino
Antiguo y se sugirió incluso que podía haber sido el
responsable de su declive.
Los arqueólogos dedicados al Antiguo Egipto se han
criado acostumbrados a la arquitectura funeraria
monumental; pero los humildes enterramientos de Nagada
consisten en poco más que el cuerpo del difunto en
posición fetal, envuelto en una piel de animal, en ocasiones
cubierto también por una estera y la mayoría de las veces
depositado en un sencillo agujero excavado en la arena.
Ninguna de las ofrendas funerarias que acompañaban al
difunto se correspondían con los rasgos característicos de
la cultura faraónica, tal cual se conocía en época de Petrie.
Los recipientes de cerámica roja pulida de borde superior
negro, paletas zoomorfas de esquisto, peines y horquillas
de hueso o marfil, cuchillos de sílex y otros objetos
94
constituían un tipo peculiar de conjunto arqueológico.
Jacques de Morgan fue el primero en sugerir que podía
tratarse de los restos de una población prehistórica.
Entonces Petrie se dispuso a comprobar de forma científica
la hipótesis de De Morgan. Al final, tras excavar millares
de otras tumbas de yacimientos comparables pudo
establecer la primera cronología del Egipto Predinástico.
Por lo tanto, Petrie debe ser considerado sin lugar a dudas
como el padre de la Prehistoria egipcia.
95
96
Cronología y geografía
Tras establecer que las tumbas eran predinásticas, su
siguiente tarea consistió en organizar la considerable
cantidad de material excavado y situar la recién definida
cultura predinástica dentro de un marco cronológico.
Utilizando la cerámica de novecientas tumbas de los
cementerios de Hiw y Abadiya, Petrie inventó un sistema
de seriación que formó la base de un sistema de sequence
dates («fechas secuenciales»), en el cual las nuevas
categorías cerámicas eran definidas atendiendo a la forma
y decoración de los recipientes. Petrie llegó a la hipótesis
intuitiva de que los vasos de asas onduladas (wavy-handled
vases) evolucionaron de forma gradual a partir de
recipientes globulares con asas funcionales claramente
moldeadas hasta formas cilindricas en las cuales las asas
eran meramente decorativas. La cronología de las sequence
dates se organizó en principio en torno a este concepto de
la evolución del diseño de las asas onduladas.
El resultado fue una tabla con cincuenta fechas
secuenciales, numeradas desde la treinta en adelante para
permitir incorporar las culturas más antiguas que todavía
no se hubieran descubierto. Esto terminó resultando una
sabia decisión, puesto que las excavaciones de Brunton en
El Badari tendrían como resultado la posterior
identificación del Período Badariense, la primera etapa del
Predinástico del Alto Egipto (véase el capítulo 2). La
97
duración de cada una de las fases individuales de estas
sequence dates era incierta y la única conexión con una
fecha absoluta era la existente entre la SD 79-80 y el
ascenso al trono del rey Menes al comienzo de la I
Dinastía, que se situaba en c. 3000 a. C.
Las sequence dates se agruparon en tres períodos.
Primero estaba el Amraciense (o Nagada I), nombre que
recibió del yacimiento tipo de El Amra, que incorporaba los
estilos SD 30-38; esta fase se corresponde con el desarrollo
máximo de la cerámica roja de borde superior negro y de
los recipientes rojos pulidos con motivos decorativos
blancos pintados. En segundo lugar se encontraba el
Gerzense (o Nagada II), a partir del yacimiento El Gerza,
que incluía los estilos SD 39-60 y se caracteriza por la
aparición de la cerámica de asas onduladas, la cerámica
tosca de uso diario y unos motivos decorativos realizados
con pintura marrón sobre un fondo color crema. Por
último se encontraba Nagada III, que incluía las SD 61-80 y
era la fase final, señalada por la aparición de un estilo
llamado tardío, cuyas formas comienzan a evocar las de la
cerámica dinástica. Según Petrie, fue durante la fase
Nagada III cuando llegó a Egipto una «raza nueva»
asiática, que trajo consigo la semilla de la civilización
faraónica.
Los especialistas han alabado con frecuencia el sistema
de sequence dates de Petrie y, si bien varios análisis han
corregido y mejorado su precisión, las tres fases básicas del
final del Predinástico nunca han sido puestas en duda en lo
básico y en la actualidad siguen siendo la urdimbre sobre la
cual se teje la Prehistoria de Egipto.
La fiabilidad del corpus de cerámica es vital para la
validez del sistema. En 1942,Walter Federn, un exiliado
98
vienes en Estados Unidos, expuso algunas imperfecciones
en el corpus de Petrie. Para poder clasificar los recipientes
de la colección de De Morgan en el Museo de Brooklyn se
vio obligado a revisar los grupos de Petrie, quitando dos de
ellos de la secuencia. Fue Federn quien introdujo un factor
que había ignorado Petrie, la pasta de los recipientes.
También se hizo aparente entonces que un sistema basado
en material procedente de los cementerios del Alto Egipto
no era necesariamente aplicable ni a las necrópolis del
norte de Egipto ni a las de Nubia.
A pesar de sus reconocidas insuficiencias, el trabajo de
Petrie siguió siendo el único medio de organizar el
Predinástico en fases culturales hasta la llegada del sistema
creado por Werner Kaiser en la década de 1960, pero ni
siquiera entonces pudo ser reemplazado. Kaiser serió la
cerámica de ciento setenta tumbas de los Cementerios
14001500 de Armant utilizando la publicación del
yacimiento, realizada por Robert Mond y Oliver Myers en
la década de 1930. Su trabajo reveló que en el cementerio
existía también una cronología «horizontal». La cerámica
roja de borde superior negro abundaba en la parte sur de la
necrópolis, mientras que las formas «tardías» se
concentraban en la zona septentrional del mismo. Un
análisis realmente detallado de la clasificación, basado aún
en el corpus de Petrie, permitió a Kaiser corregir y afinar el
sistema de sequence dates. De este modo los tres grandes
períodos de Petrie quedaron confirmados, pero refinados
con el añadido de once subdivisiones (o Stufen) desde la Ia
hasta la IIIb. En 1989, la tesis doctoral de Stan Hendrickx
permitió aplicar el sistema de Kaiser a todos los
yacimientos Nagada de Egipto. El resultado fueron unas
ligeras modificaciones, sobre todo en las fases de transición
entre Nagada I y Nagada II.
99
Otras mejoras importantes en la cronología
predinástica han tenido que ver con los avances en la
cronología absoluta. Tanto las sequence dates de Petrie
como las Stufen de Kaiser son sistemas de datación relativa,
poseen como terminus ante quem c. 3000 a. C. (la supuesta
fecha de la unificación de Egipto); pero en sí mismas no
proporcionan ninguna fecha absoluta para el comienzo y el
final de cada una de las fases y subdivisiones del Período
Nagada. Los necesarios puntos de contacto con una
cronología absoluta se hicieron posibles en la segunda
mitad del siglo XX, gracias a la invención de los sistemas de
datación basados en el análisis de fenómenos físicos y
químicos. Por lo que respecta al Predinástico egipcio, la
termoluminiscencia (TL) y el radiocarbono (Carbono 14)
son los más importantes de estos métodos científicos.
Libby probó la exactitud del sistema de datación por
radiocarbono en materiales de la región de Fayum y, desde
entonces, el análisis de muestras para datación ha sido lo
suficientemente sistemático como para permitir construir
un marco cronológico bastante preciso, en el que las tres
fases de Petrie encontraron su sitio. La primera fase de
Nagada (Amraciense) se sitúa entre 4000 y 3500 a. C.,
seguida por una segunda fase (Gerzense), que va desde
3500 hasta 3200 a. C., para concluir con la fase final del
Predinástico, situada entre 3200 y 3000 a. C.
En todos los casos, la localización geográfica de los
yacimientos Nagada I es el Alto Egipto, desde Matmar, en
el norte, hasta Kubbaniya y Bahan, en el sur. Esta situación
cambia, sin embargo, con la cultura Nagada II, que se
caracteriza sobre todo por un proceso de expansión:
partiendo desde su núcleo meridional se difunde hacia el
norte hasta alcanzar el extremo oriental del delta y también
100
hacia el sur, donde entra en contacto directo con el «Grupo
A» nubio.
101
Nagada I (Amraciense)
Entre Petrie y Quibell descubrieron varios miles de
tumbas predinásticas (quince mil para todo el Período
Predinástico). Como resultado de ello, durante más de un
siglo nuestro conocimiento del período se basó casi por
completo en restos funerarios.
En términos generales, el Amraciense no es distinto de
la más antigua cultura badariense. Los rituales y los tipos
de ofrendas funerarios son tan similares que cabe
preguntarse si la segunda no es una versión más antigua y
regional de la primera.
En general, los muertos amracienses se enterraban en
sencillos agujeros ovalados en posición fetal sobre el
costado izquierdo, con la cabeza apuntando al sur y
mirando hacia el oeste. Debajo del difunto se colocaba una
estera y, en ocasiones, la cabeza sobre un almohada de paja
o cuero. Otra estera o la piel de un animal, por lo general
una cabra o una gacela, cubría o envolvía al difunto y en la
mayor parte de las ocasiones también la mayoría de las
ofrendas. Los restos de tela que se han conservado sugieren
que la vestimenta típica del difunto era una especie de
sudario de tela o taparrabos de cuero entretejido con tela.
Si bien la mayoría de los enterramientos más sencillos son
de personas en solitario, los enterramientos múltiples
también son bastante frecuentes, sobre todo los formados
por una mujer (posiblemente la madre) y un niño recién
102
nacido. Comparado con el período anterior se aprecia la
aparición de enterramientos más grandes, dotados de un
sarcófago de madera o arcilla y un ajuar más generoso.
Aunque saqueadas, las tumbas amracienses de
Hieracómpolis son notables por su forma rectangular y su
tamaño (la mayor mide 2,50 x 1,80 metros). En dos casos, la
inclusión de magníficas cabezas de maza discoidales de
pórfido probablemente indique que se trata del
enterramiento de personajes poderosos. La cultura
amraciense se diferencia sobre todo de la badariense en la
diversidad del ajuar funerario y los subsiguientes signos de
jerarquía; desde el punto de vista de esta diversificación, es
evidente que Hieracómpolis ya era un lugar relevante.
Las diferencias entre la cultura badariense y la
amraciense se pueden apreciar sobre todo en los cambios
producidos en la cultura material. La cerámica roja de
borde superior negro se va volviendo lentamente menos
habitual; una tendencia que terminará llevando a su total
desaparición a finales del Predinástico. El efecto ondulado
de la superficie de la cerámica se hizo más raro, al igual
que la cerámica pulida negra. Sin embargo, al mismo
tiempo, la cerámica roja pulida siguió floreciendo con
formas variadas, a menudo con distintos estilos de
decoración en la superficie. Los ejemplos mejor decorados
presentan esculturas en el borde y dibujos geométricos,
animales y vegetales. Se trata de los comienzos de una
iconografía que terminará incorporada al núcleo de la
civilización faraónica.
La fauna representada en los recipientes es
fundamentalmente ribereña, como hipopótamos,
cocodrilos, lagartijas y flamencos; pero también
escorpiones, gacelas, jirafas, icneumones y bóvidos. Estos
103
últimos aparecen dibujados de forma esquemática, lo cual
dificulta su identificación precisa. En ocasiones también
puede aparecer representado un barco, como avance de lo
que será el leitmotiv de la fase Nagada II. Las figuras
humanas, si bien en esta época son discretas, ya estaban
presentes en la versión amraciense del universo. Este tipo
de figuras aparecen representadas esquemáticamente, con
una pequeña cabeza redonda sobre un torso triangular que
termina en unas caderas estrechas con unas piernas
delgadas como palos, a menudo sin pies. Los brazos
aparecen representados sólo cuando las figuras se
encuentran realizando alguna actividad.
Las imágenes que incorporan figuras humanas se
pueden dividir en dos tipos: el primero —y más frecuente—
es la caza y el segundo el guerrero victorioso. Un buen
ejemplo de escena de caza aparece en un recipiente
Nagada I conservado en el Museo Pushkin de Bellas Artes
de Moscú (el Cuenco de Moscú). La escena incluye a una
persona que sujeta un cuenco en la mano izquierda,
mientras que con la derecha controla a cuatro galgos con
las correas. Es la imagen misma del cazador, con el rey
llevando la cola de un animal colgada del cinturón, algo
que varios siglos después todavía se podía ver en la
llamada Paleta del Cazador o en el mango del cuchillo de
Gebel el Arak (el primero actualmente en el Museo
Británico y el segundo en el Louvre) y que, de hecho,
siguió siendo una imagen poderosa hasta el final del
Período Faraónico.
El tema del guerrero victorioso aparece en el alargado
cuerpo de un recipiente Nagada I de la colección del Petrie
Museum, en la University College de Londres. La imagen
consta de dos figuras humanas situadas entre motivos de
104
plantas; la figura de mayor tamaño, con tallos vegetales o
plumas adornando su cabello, alza los brazos por encima de
la cabeza, mientras su virilidad queda marcada de forma
inequívoca por un pene o una funda de pene. Unas cintas
entrelazadas que caen por entre sus piernas pueden
representar una tela decorada. Una línea blanca emerge del
pecho de esta misma figura y se enrolla en torno al cuello
de una segunda figura, una persona de mucho menor
tamaño y con pelo largo. Un abultamiento en la espalda de
esta figura más pequeña puede representar sus brazos
atados. A pesar de una clara protuberancia pélvica, el sexo
de esta segunda persona es ambiguo; si es femenino, su
pequeño tamaño quedaría justificado. Una escena similar
decora un recipiente idéntico del Museo de Bruselas, así
como uno del mismo material hallado en la década de 1990
por arqueólogos alemanes en Abydos. La preponderancia
de la figura atada y la ausencia de brazos o su presencia
atados en figuras de escaso tamaño sugiere con fuerza la
imaginería del conquistador y el derrotado. Este temprano
tema de dominación parece ser el prototipo de las
tradicionales escenas de victoria del Período Faraónico.
Resulta interesante destacar que, en fechas tan tempranas
como la fase Nagada I, ya existe el tema dual de la caza y la
guerra —entendida siempre como victoriosa—, lo cual
implica la existencia de un grupo de cazadores-guerreros
investidos ya con un aura de poder.
Las tumbas y ofrendas funerarias en la cultura Nagada I
no indican tanto una creciente jerarquización como una
tendencia hacia la diversidad social. Parece que, en un
principio, las ofrendas de esta fase pretenden sólo señalar
la identidad del difunto. No será hasta la fase Nagada II (y
más aún en Nagada III) cuando se hagan evidentes las
grandes acumulaciones de bienes funerarios.
105
Las estatuillas funerarias son particularmente
significativas. Hombres y mujeres aparecen representados
de pie (más raramente sentados), haciéndose énfasis en sus
rasgos sexuales primarios. Sólo unas pocas de los millares
de tumbas excavadas contienen estas figurillas, por lo
general de forma individual, siendo raros los grupos de dos
o tres en una única tumba. La cantidad máxima encontrada
en un enterramiento es un grupo de dieciséis. Basándose
en el análisis de las demás ofrendas, las tumbas que
contenían las estatuillas no eran especialmente ricas en
otros aspectos y, en ocasiones, estas pequeñas figuras
esculpidas son la única ofrenda de la inhumación. ¿Es
posible que se trate de las tumbas de escultores?
Cualquiera que sea su significado, la presencia de estos
objetos indica más bien exclusividad y no riqueza
expresada mediante una gran cantidad de bienes
funerarios. El uso del cobre y los cuchillos de sílex como
ofrendas funerarias plantea la misma cuestión durante la
fase Nagada II.
106
En Nagada I la cabeza más o menos esquemática de
hombres barbudos parece constituir un nuevo tipo de
categoría de representación humana, la cual se desarrollará
más en Nagada II. Tallados en bastones arrojadizos de
marfil o en la punta de defensas de elefantes o
hipopótamos, el rasgo que comparten todas estas figurillas
es la presencia de una barba triangular, a menudo
equilibrada con un pequeño «gorro frigio» dotado de un
agujero para colgarlas. Al contrario que en el caso de las
mujeres, los hombres dejan de estar representados sólo por
sus rasgos sexuales primarios y pasan a estarlo por un
rasgo sexual secundario y la categoría social que éste les
confiere. Resulta evidente que la barba era un símbolo de
poder y, en forma de «falsa barba» ceremonial, quedó
posteriormente reservada en exclusiva a las barbillas de
reyes y dioses.
Otro símbolo de poder que caracteriza la fase Nagada I
es la cabeza de maza discoidal, por lo general tallada en
una piedra dura, pero en ocasiones en otros materiales más
blandos, como la caliza, la terracota e incluso el barro sin
cocer; hay veces en que la maza viene acompañada de un
mango. Fue durante esta fase cuando comenzaron a
desarrollarse las técnicas para trabajar tanto las piedras
duras como las blandas (incluidas la grauvaca, el granito, el
pórfido, la diorita, la brecha, la caliza y el alabastro
egipcio), una destreza que terminará por lograr que la
egipcia sea la «civilización de la piedra» par excellence. Las
paletas de grauvaca para cosméticos son un objeto selecto
del ajuar funerario del Amraciense. Sus formas se
diversificaron cada vez más, variando desde sencillas
paletas ovaladas, en ocasiones con figuras incisas, hasta
formas zoomorfas completas, entre las que figuran peces,
tortugas, hipopótamos, gacelas, elefantes y pájaros (si bien
107
el número de animales representados en los recipientes
cerámicos pintados nunca fue mucho mayor).
La producción de objetos de hueso y marfil, incluidos
sacabocados, agujas, punzones y cucharas amplió —y
mejoró— el repertorio de la cultura badariense. En las
tumbas de Nagada I no se han encontrado demasiados
objetos trabajados en piedra, pero su escasez viene
compensada por su calidad. Las delicadas y largas hojas de
retoque bifacial, algunas de hasta 40 centímetros de largo,
estaban serradas de forma regular. Su rasgo más peculiar
es que fueron pulidas antes del retoque. Este proceso
también fue utilizado en bellos puñales de hoja bifurcada,
que parecen ser el antecedente de una herramienta del
Reino Antiguo conocida como pesheskef, utilizada durante
la ceremonia funeraria de la «apertura de la boca».
La esteatita vidriada, ya conocida en el Período
Badariense, continuó utilizándose. Los primeros intentos
por crear fayenza egipcia parecen datar de la fase Nagada I,
cuando un núcleo de cuarzo pulverizado era modelado
convenientemente y luego recubierto con un vidriado a
base de natrón coloreado con óxidos metálicos.
La metalurgia presenta escasas diferencias con la del
Período Badariense, excepto alguna ampliación del
repertorio, que pasa a contar con objetos como alfileres,
arpones, cuentas, alfileres curvos y brazaletes, realizados a
menudo batiendo el cobre nativo. El extremo de las puntas
de lanza bifurcadas encontradas en una tumba de El
Mahasna, que imitan modelos en piedra, permite
compararlas con las técnicas de producción de metal
utilizado por sus vecinos norteños de Maadi.
La imagen obtenida al analizar las tumbas y su
contenido es la de una sociedad estructurada y
108
diversificada, con una cierta tendencia hacia una
organización jerárquica, en la cual ya se pueden ver de
forma embrionaria los principales rasgos de la civilización
faraónica.
Comparados con los importantes restos del mundo de
los muertos, los restos conservados de los asentamientos de
Nagada I son pobres, no sólo porque se han conservado
muy pocos de ellos, sino también por la naturaleza de las
prácticas de uso de la tierra durante el Predinástico. Como
los edificios que formaban los asentamientos estaban
construidos sobre todo mediante una mezcla de barro y
materiales orgánicos (como madera, cañas y palmera), no
se han conservado bien y los arqueólogos tendrían que
invertir un esfuerzo considerable para obtener una
cantidad mínima de datos. Entre los restos de chozas
subdivididas hechas de tierra batida (de las cuales no se
sabe aún con certeza si se trata de lugares de habitación) se
encuentran hogares y agujeros de poste. Las zonas de
habitación están señaladas por depósitos de materia
orgánica con una potencia de docenas de centímetros. El
único edificio que se conserva se ha excavado en
Hieracómpolis, donde un equipo norteamericano descubrió
una estructura artificial quemada formada por un horno y
una casa rectangular (4 x 3,5 metros) parcialmente rodeada
por un muro. Si bien es posible que este tipo de casas
existiera en los asentamientos del valle del Nilo durante
esta época, hemos de tener en cuenta que Hieracómpolis
bien puede haber sido un poblado inusual: desde muy
temprano fue un enclave importante y, si hemos de juzgar
por sus tumbas a gran escala, a partir de esta época se
convirtió en el centro de un grupo de élite.
Una de las consecuencias de la falta de asentamientos
109
excavados es un conocimiento impreciso de la economía de
Nagada I. Entre los animales domésticos presentes en el
ajuar funerario figuran la cabra, la oveja, los bóvidos y los
cerdos, que han sobrevivido en forma de ofrendas de
alimento o de pequeñas estatuillas modeladas con arcilla.
En cuanto a la fauna salvaje se refiere, parece haber
existido muchas gacelas y peces. Respecto a las plantas, se
cultivaban la cebada y el trigo, así como guisantes, cizañas,
el fruto del azufaifo y un posible antepasado de la sandía.
110
Nagada II (Gerzense)
Durante la segunda fase de la cultura Nagada tuvieron
lugar cambios fundamentales, producidos no en las zonas
marginales, sino en el corazón mismo del Amraciense; en
esencia se trató más de una evolución que de un cambio
brusco. La fase Nagada II se caracteriza sobre todo por la
expansión, pues la cultura gerzense se difundió desde su
punto de origen en Nagada hacia el norte (Minshat Abu
Ornar, en el delta) y hacia el sur (Nubia).
Hubo una evidente aceleración de la tendencia
funeraria apreciada por primera vez en el Amraciense, con
unos pocos individuos enterrados en tumbas más grandes
y elaboradas, con unos ajuares funerarios más ricos y
abundantes. El Cementerio T de Nagada y la Tumba 100 de
Hieracómpolis (llamada la «tumba pintada») son buenos
ejemplos de esta generalizada tendencia.
Los cementerios gerzenses incluyen un amplio
repertorio de tipos de tumba, que van desde las pequeñas
tumbas ovaladas o redondas, con pocas ofrendas, hasta
enterramientos en recipientes de cerámica, pasando por la
excavación de recintos rectangulares divididos por muretes
de adobe, con compartimientos específicos para las
ofrendas. Había ataúdes de madera y barro sin cocer,
además de producirse los primeros intentos por envolver
los cuerpos en tiras de lino. Este tipo de «momificación»
temprana se puede ver en un tumba doble de Adaima, un
111
yacimiento del Alto Egipto que desde 1990 está excavando
el Instituto Arqueológico Francés de El Cairo. Por lo
general, los enterramientos de Nagada II siguen siendo
individuales; pero los múltiples, con hasta cinco individuos,
se hacen más abundantes. Los rituales funerarios parecen
más complejos, en algunos casos con desmembramiento
del cadáver, una práctica no atestiguada en la fase
precedente. En la T5 de Nagada, una serie de huesos largos
y cinco cráneos se dispusieron siguiendo los muros y en
Adaima hay algunos ejemplos de cráneos separados de sus
torsos. La posible existencia de sacrificios humanos fue
planteada por Petrie para Nagada y en Adaima se han
identificado dos casos de gargantas cortadas seguidas de
decapitación. Si bien son escasas y dispersas, estas posibles
pruebas de autosacrificio pueden haber sido un temprano
preludio a los sacrificios humanos en masa enterrados en
torno a las tumbas reales del Dinástico Temprano en
Abydos, que supusieron un punto de inflexión en la
aparición de la realeza egipcia del Período Dinástico.
Surgieron dos nuevos tipos de cerámica: el primero es
una «cerámica basta» que apareció en tumbas fechadas en
esta fase, pero que posteriormente se encuentra en
contextos domésticos; el segundo es una «cerámica
margosa», fabricada en parte con una arcilla calcárea
procedente más de los wadis del desierto que del valle del
Nilo. La cerámica margosa, en ocasiones decorada con
dibujos de color ocre sobre fondo crema, reemplaza a la
cerámica roja con dibujos blancos de la fase Nagada I. Se
dibujan dos tipos de motivos: geométricos (triángulos,
espiguillas, espirales, ajedrezados y líneas onduladas) y
figurativos. El repertorio se limita a unos diez elementos,
combinados según un sistema de representación simbólica
que todavía no se comprende del todo.
112
El motivo predominante en el arte figurativo de esta
fase es el barco; su omnipresencia refleja la importancia del
río, no sólo como fuente de peces y aves silvestres, sino
también como principal vía de comunicación,
imprescindible para la expansión tanto hacia el norte como
hacia el sur de la cultura Nagada. Gracias al barco se
obtenían materias primas como marfil, oro, ébano, incienso
y pieles de gatos salvajes, del sur, y cobre, aceites, piedra y
conchas venidas del norte y del este, destinadas sobre todo
a una élite social cuya posición se diferenciaba cada vez
más del resto de la población. En estas imágenes el barco
representa tanto un medio de transporte como un símbolo
de categoría social. No obstante, resulta evidente que a
partir de esta época el Nilo, que fluye de sur a norte, se
había transformado también en un río mítico por el que
navegaban los primeros dioses. La relación entre el orden
humano y el orden cósmico ya se estaba estableciendo.
Durante la fase Nagada II se produjo un considerable
desarrollo de las técnicas del trabajo de la piedra. Se
descubrieron y explotaron a lo largo de todo el Nilo, así
como en el desierto, especialmente en Wadi Hammamat,
varios tipos de caliza, alabastro, mármol, serpentina,
113
basalto, brecha, gneis, diorita y gabro. La cada vez mayor
habilidad en el trabajo de la piedra dejó el camino expedito
para los grandes logros de la arquitectura faraónica en este
material. Los cuchillos ripple-flakled de esta época figuran
entre los mejores ejemplos de trabajo en sílex de cualquier
lugar del mundo.
Las paletas para cosméticos reducen su número,
evolucionando hacia formas simples rectangulares y
romboidales, al mismo tiempo que empiezan a decorarse
con relieves, comenzando una práctica que irá
evolucionando hacia las paletas decoradas de estilo
narrativo de la fase Nagada III. Las cabezas de maza
discoidales del Período Amraciense son reemplazadas por
las piriformes, dos ejemplares de las cuales ya se conocen
de época anterior en el asentamiento neolítico de Merimda
Beni Salama. En la fase Nagada II la cabeza de maza ya se
había transformado misteriosamente en un símbolo de
poder y durante la época faraónica fue el arma que blandía
el rey victorioso.
El trabajo del cobre se intensificó, dejando de estar
limitado a pequeños objetos y comenzando a producirse de
forma progresiva objetos que reemplazaron a otros de
piedra, como hachas, hojas, brazaletes y anillos. Junto a los
progresos en la metalurgia del cobre se aprecian otros
similares en el uso del oro y la plata; de hecho, las pruebas
encontradas en yacimientos como Adaima sugieren que el
creciente atractivo del metal puede muy bien ser la
explicación de gran parte de los robos de tumbas
producidos durante el Período Predinástico.
La imagen de la sociedad Nagada II que obtenemos es
la de la una base perfecta para el desarrollo de una clase de
artesanos especializados al servicio de la élite. Las
114
consecuencias de ello son dobles: la primera es que tenía
que existir una economía capaz de mantener grupos de
artistas no productores, al menos durante una parte del
año; la segunda, que hubo centros urbanos que reunían a
clientes, talleres, aprendices de artesano y servicios
necesarios para el intercambio comercial.
Este proceso de desarrollo cultural estuvo siempre
estrechamente ligado al Nilo. Tal y como mostró Michael
Hoffman en su interpretación de los restos predinásticos de
Hieracómpolis, los asentamientos se agrupaban cerca del
río, donde se encontraba la tierra cultivada y unas sencillas
técnicas de irrigación artificial permitían aprovechar la
crecida anual. Todo el valle del Nilo estaba ocupado por
varios poblados, que a menudo sólo conocemos por sus
cementerios. Tenemos pruebas de la existencia de
diferentes clases de cebada, trigo, lino, frutos (como la
sandía y los dátiles) y verduras. Al igual que en la fase
anterior, las reses, cabras, ovejas y cerdos formaban el
grupo de animales de cría. Entre los animales domésticos, y
a juzgar por sus enterramientos en el interior del
asentamiento de Adaima, el perro disfrutaba de una
categoría especial. Los peces también desempeñaron un
papel importante en la dieta, pero la caza de grandes
mamíferos de río y de desierto (como el hipopótamo, la
gacela y el león) fue poco a poco quedando restringida
socialmente, hasta que terminó convertida en una
prerrogativa de los grupos de la élite social.
En el Alto Egipto surgieron tres grandes centros
urbanos: Nagada, la «ciudad del oro», en la boca de Wadi
Hammamat; Hieracómpolis, más hacia el sur; y Abydos,
donde terminaría estando la necrópolis de los primeros
faraones. En Nagada, Petrie y Quibell descubrieron en 1895
115
dos grandes zonas residenciales: la «ciudad sur» (en la
parte central del yacimiento) y la «ciudad norte». La
«ciudad sur» cuenta con una gran estructura rectangular
de 50 x 30 metros, que posiblemente sean los restos de un
templo o una residencia real. Al sur de esta gran estructura
se pueden distinguir un grupo de casas rectangulares y un
recinto. Estos dos elementos, la casa rectangular y el muro
del recinto, son típicos de las nacientes ciudades de
Nagada II. Si bien existe escasez de restos arqueológicos
primarios para los asentamientos de esta época, dos objetos
encontrados en un contexto funerario ayudan a compensar
esta deficiencia. El primero es un modelo en terracota de
una casa, hallada en una tumba gerzense en El Amra
(Museo Británico). En una tumba amraciense de Abadiya
apareció un segundo modelo de casa (Oxford, Ashmolean
Museum) con un muro almenado, detrás del cual aparecen
dos personas de pie; la fecha amraciense del segundo
modelo sugiere que las casas de este tipo comenzaron a
utilizarse en época relativamente temprana.
116
Las culturas septentrionales
(incluido el complejo maadiense)
El complejo cultural maadiense, compuesto por una
docena de yacimientos, sólo ha salido a la luz
recientemente. Entre los yacimientos se encuentran el
cementerio y el asentamiento del propio Maadi, un
suburbio de El Cairo. La cultura Maadi aparece durante la
segunda mitad de Nagada I y continúa hasta Nagada líe/d,
cuando fue eclipsada por la expansión de la cultura
Nagada II, ejemplificada en los cementerios de El Gerza,
Haraga, Abusir el Melek y Minshat Abu Ornar.
En esta zona del valle del Nilo se han descubierto los
yacimientos neolíticos más antiguos, en Merimda Beni
Salama, El Omari y la región de Fayum (véase el capítulo 2)
y es en ellos donde se encuentra la tradición a partir de la
cual surgió la cultura material Maadi. La cultura Maadi
difiere en todos sus aspectos de los yacimientos de fecha
similar del Alto Egipto. Justo al contrario de lo que sucede
en los yacimientos de la cultura Nagada, los cementerios de
Maadi son mucho menos importantes en cuanto al registro
arqueológico, por lo que la mayoría de nuestro
conocimiento de esta cultura procede de sus
asentamientos.
En Maadi, los restos predinásticos ocupan cerca de 18
hectáreas, incluido el cementerio. Durante la primera
mitad del siglo XX se había excavado una superficie de
117
40.000 metros cuadrados. La potencia del registro
arqueológico es de casi dos metros, incluidos montones de
desechos conservados in sítu y con una estratigrafía
compleja. Las estructuras excavadas muestran la existencia
de tres tipos de restos de asentamiento, uno de los cuales
es único en un contexto egipcio y recuerda mucho a los
asentamientos de Beersheba, en el sur de Palestina.
Alberga casas excavadas en la roca madre con plantas
ovaladas de 3 x 5 metros de superficie y hasta tres metros
de profundidad, a cada una de las cuales se accede a través
de un pasaje excavado; los muros de una de estas casas
estaban revestidos con piedra y ladrillos de barro del Nilo
sin cocer, pero es el único ejemplo que se conoce en Maadi
del uso de adobe. La presencia de hogares, jarras
semienterradas y restos domésticos sugiere que se trata de
lugares de habitación permanentes. Los demás tipos de
estructuras domésticas de Maadi están bien atestiguados en
todo Egipto: en primer lugar, una choza ovalada
acompañada por hogares externos y jarras de
almacenamiento semienterradas y, en segundo, una casa de
estilo rectangular de la que sólo quedan las trincheras de
cimentación de unos muros que se cree que estaban
construidos con materiales vegetales.
Por lo general, la cerámica de Maadi es globular, con
una base ancha y plana, un cuello más o menos estrecho y
una boca que se ensancha, parcialmente fabricada con
arcilla aluvial. En raras ocasiones están decoradas y las
excepciones consisten en marcas incisas realizadas tras la
cocción. Es interesante destacar que los estratos más
antiguos de los yacimientos de finales del Predinástico en
Buto (Tell el Farain), Tell el Iswid y Tell Ibrahim Awad,
poseen restos cerámicos decorados con impresiones que
recuerdan a la cerámica saharo-sudanesa. Los lazos con el
118
Alto Egipto, anteriores al período de la cultura Maadi,
quedan señalados por la presencia de restos importados de
cerámica roja de borde superior negro, que se mezclan con
sus burdas imitaciones de fabricación local. En cambio, los
lazos comerciales con Palestina en la Edad del Bronce
Temprano quedan señalados por la presencia de una
cerámica con pies muy característicos, con el cuello, la
boca y las asas decoradas en mamelons y manufacturada
con una arcilla calcárea; se trata de recipientes que
contenían productos importados (aceites, vinos y resinas).
Por lo tanto, la cultura de Maadi era una especie de cruce
de caminos cultural sometido a la influencia del Desierto
Occidental (en lo que quizá sea una asociación
extremadamente antigua), Oriente Próximo y los recién
aparecidos pequeños reinos de Nagada en el sur.
La influencia palestina también se aprecia claramente
en el sílex trabajado de la cultura Maadi. Pese a que la
industria local utiliza esencialmente una técnica de presión,
los conjuntos de Maadi también incluyen raspadores
circulares realizados a partir de grandes nódulos de
superficie lisa, bien conocidos en todo Oriente Próximo. En
los yacimientos de Maadi también aparecen «hojas
cananeas», de bellos bordes y nervaduras rectilíneas;
durante el Período Faraónico se transformarían en las
«hojas de afeitar» (en realidad raspadores dobles) que
formarían parte del ajuar funerario regio hasta finales del
Reino Antiguo, en ocasiones pulidas y en otras
reproducidas en cobre e incluso en oro. Las piezas
bifaciales, escasas en número, incluyen puntas de proyectil,
puñales y hojas de hoz. Estas últimas eran productos de
tradición local (hojas de hoz bifaciales de Fayum) y fueron
reemplazadas lentamente por el estilo de hoja de hoz de
Oriente Próximo, montada en una hoja.
119
Es probable que la relativa escasez de las paletas de
grauvaca para cosméticos importadas del Alto Egipto se
trate de un indicio de su limitada disponibilidad y, por lo
tanto, del carácter lujoso del objeto. En cambio, las paletas
de caliza, más numerosas, presentan restos de uso que nos
indican su empleo en la vida diaria. Las cabezas de maza en
piedras duras presentan la forma discoidal característica de
la cultura amraciense y gerzense.
Dejando aparte varios peines importados del Alto
Egipto, entre los objetos de hueso y marfil pulido figura el
repertorio tradicional de agujas, arpones, sacabocados y
punzones. Los dardos de siluro, consistentes en la primera
espina de las aletas pectoral y dorsal, aparecen en grandes
cantidades, sobre todo enjarras que probablemente fueran
almacenadas con vistas a la exportación.
Existen muchos indicios de la participación de Maadi
en el comercio y los contactos interculturales. A este
respecto, el papel del cobre es particularmente
significativo. Los objetos metálicos parecen haber sido
especialmente habituales en Maadi. No sólo se encuentran
piezas sencillas como agujas o arpones, sino también
barras, espátulas y hachas. Estos objetos se fabricaban de
piedra en las culturas de Fayum y Merimda, pero en Maadi
se elaboraban en metal. Lo mismo sucede en Palestina
durante el mismo período, cuando las hachas de piedra
pulida desaparecen para ser reemplazadas por versiones en
metal, si bien con técnicas diferentes a las de Maadi. Esta
sustitución de la piedra por el metal no puede tratarse de
una mera coincidencia, por lo que se cree que es el
resultado de un proceso de avance técnico que es indicio (y
resultado directo) de una genuina simbiosis entre las dos
regiones. En Maadi también se han encontrado grandes
120
cantidades de mena de cobre, que al ser analizadas
revelaron una posible procedencia en la región de Timna o
Fenan, dos minas de cobre localizadas en Wadi Arabah, en
la esquina suroriental de la península del Sinaí. No
obstante, parece que la mena no era procesada en el mismo
Maadi, sino que quizá fuera importada principalmente para
convertirla en cosméticos, teniendo lugar el primer
tratamiento cerca de las propias minas.
A pesar de la participación de las gentes de Maadi en la
red de contactos con Oriente Próximo, su cultura era sobre
todo pastoral-agrícola y sedentaria. Existen pocos restos de
fauna salvaje que equilibren la enorme cantidad de restos
de animales domésticos (cerdos, bueyes, cabras y ovejas)
que, sin contar con el perro, conformaban la dieta básica de
la comunidad. Es indudable que el burro servía para
transportar mercancías. Los kilos de grano encontrados en
jarras y pozos de almacenamiento incluyen trigo y cebada
(Triticum monoccum, Triticum dicoccum, Triticum aestivum,
Triticum spelta y Hordeum volgare), además de legumbres
como las lentejas y los guisantes.
Comparado con las pruebas de actividad agrícola en
Maadi, el enterramiento de sus difuntos fue relativamente
discreto, lo que quizá nos hable de una sociedad que había
sufrido escasos cambios sociales desde el Neolítico y que
evidentemente carecía de estratificación o jerarquía social.
Se han descubierto un total de seiscientas tumbas en
Maadi, pocas en comparación con las quince mil tumbas
predinásticas del sur del país. Hay factores geográficos y
geológicos que contribuyen al desequilibrio: los
cementerios septentrionales, situados en zonas propensas a
fuertes inundaciones, pueden muy bien encontrarse
enterrados bajo gruesas capas de limo del Nilo. No
121
obstante, esto no lo explica todo, porque también existe
una diferencia entre la cantidad y la calidad de los ajuares
funerarios del norte comparados con los del Alto Egipto.
Las tumbas del Bajo Egipto se caracterizan por una
sencillez extrema, a base de agujeros ovalados con el
difunto situado en posición fetal, envuelto en una estera o
tela y acompañados sólo por uno o dos recipientes de
cerámica y, en ocasiones, por nada en absoluto.
No obstante, según revisamos el desarrollo de las
culturas del norte (consistente en tres fases que
corresponden grosso modo a los cementerios de Maadi,
Wadi Digla y Heliópolis), algunas tumbas aparecen mejor
equipadas que otras, pero sin mostrar nunca la llamativa
riqueza que encontramos en el Alto Egipto. A pesar de
todo, se puede apreciar una gradual tendencia hacia la
estratificación social, siendo posible que la mezcla de
tumbas de perros y gacelas con las de humanos forme
parte de este proceso de cambio social. La fase final de la
cultura de Maadi, representada por los estratos más
modernos de Buto, equivale a mediados de la fase
Nagada II (Niveles IIc-d).
En el excepcional yacimiento de Buto existen siete
estratos arqueológicos sucesivos, en los cuales se puede
observar la transición entre las fases de Maadi y el
protodinástico. Durante esta transición se produce un
perceptible incremento en los estilos de la cerámica de
Nagada, al tiempo que la cerámica de Maadi desaparece
progresivamente. De este modo, el final de la cultura Maadi
no fue un fenómeno brusco, como puede sugerir el
yacimiento de Maadi, sino un proceso de asimilación
cultural. Es probable que con su localización fluvial y
marítima Buto estuviera bien situada para el gran comercio
122
y quizá contara también con un palacio para los
gobernantes locales. Si bien los datos arqueológicos
procedentes de Buto son menos llamativos que los de
Nagada, hubo allí un proceso de desarrollo cultural
comparable que también condujo hacia una creciente
complejidad cultural, la cual terminó produciendo una
sociedad caracterizada por sus propias creencias, ritos,
mitos e ideología. Era la condición necesaria para el
siguiente gran paso adelante en la Historia de Egipto, que
tuvo lugar durante los Períodos Nagada III y el Dinástico
Temprano.
123
4. LA APARICIÓN DEL ESTADO
EGIPCIO
(c. 3200-2686 a. C.)
KATHRYN A. BARD
Según la revisión de Kaiser de las sequence dates de
Petrie, la fase Nagada III, c. 3200-3000 a. C., es la última del
Período Predinástico. Fue durante esta época cuando
Egipto se unificó por primera vez en un gran Estado
territorial y también cuando se produjo la consolidación
política que sentó las bases del Estado del Dinástico
Temprano de la I y la II Dinastías. En la parte final de esta
fase hay pruebas de la existencia de reyes que precedieron
a los de la I Dinastía, lo que se conoce como Dinastía 0.
Fueron enterrados en Abydos, cerca del cementerio real de
la I Dinastía. La parte superior de la Piedra de Palermo, una
lista real de finales de la V Dinastía (véase el capítulo 1),
está rota, pero en ella se puede ver una lista de nombres e
imágenes de reyes sentados dispuestos en registros, lo cual
sugiere que los egipcios creían que hubo gobernantes que
precedieron a los de la I Dinastía. No obstante, existe un
considerable debate respecto a factores como la naturaleza
exacta del proceso de unificación, la fecha en que ésta tuvo
lugar y la cuestión de los orígenes de la Dinastía 0.
124
Formación y unificación del Estado
A partir de la fase Nagada II, en los cementerios del
Alto Egipto se encuentran enterramientos muy
diferenciados (pero no así en el Bajo Egipto). En estos
cementerios, las inhumaciones de la élite albergan grandes
cantidades de bienes funerarios, en ocasiones de materiales
exóticos como el oro y el lapislázuli. Estas tumbas son el
símbolo de una sociedad cada vez más jerarquizada, que
probablemente represente los primeros procesos de
competencia y engrandecimiento de las entidades políticas
del Alto Egipto, según fueron desarrollándose la
interacción económica y el comercio a larga distancia.
Como el control de la distribución de las materias primas
exóticas y la producción de bienes de prestigio reforzaría el
poder de los jefes de los centros predinásticos, estos bienes
eran importantes símbolos de posición social. A pesar de la
falta de restos arqueológicos, parece probable que las más
grandes ciudades predinásticas del Alto Egipto se fueran
convirtiendo en centros de producción artesanal, como la
ciudad sur de Nagada documentada por Petrie.
La zona central de la cultura Nagada se encuentra en el
Alto Egipto, pero en la fase Nagada II comenzaron a
aparecer asentamientos nagadienses en el norte de Egipto.
El término gerzense (Nagada II) para esta fase de mediados
del Predinástico deriva de un cementerio Nagada II
excavado por Petrie en El Gerza, en la región de Fayum.
125
Algo después encontramos enterramientos de la cultura
Nagada mucho más hacia el norte, en el yacimiento de
Minshat Abu Ornar, en el delta. Estas pruebas sugieren que
durante la época Nagada II se produjo un movimiento
gradual hacia el norte de gentes del Alto Egipto.
Los principales yacimientos del Alto Egipto se
encuentran situados cerca del Desierto Oriental, del cual se
obtenían oro y diversos tipos de piedras para fabricar
cuentas, recipientes y otros bienes manufacturados, por lo
cual eran mucho más ricos en recursos naturales que los
del Bajo Egipto: el nombre antiguo de Nagada es Nubt,
«ciudad de oro», y no es casualidad que el mayor de los
cementerios predinásticos se encuentre situado allí. Según
fue incrementándose el éxito con el que se practicaba la
agricultura del cereal en la llanura inundable del Alto
Egipto, los excedentes aumentaron y pudieron ser
intercambiados por bienes manufacturados, cuya
producción se fue haciendo cada vez más especializada. Es
posible que los primeros meridionales en dirigirse al norte
fueran mercaderes y, al ir aumentado la interacción
económica, les siguieran después colonos. No hay pruebas
arqueológicas que demuestren el traslado de personas
hacia el norte (al contrario de lo que sucede para los
objetos); pero si semejante migración tuvo lugar, parece
más probable que fuera una expansión pacífica y no una
invasión militar, al menos en sus primeras etapas.
Un factor que pudo haber motivado la expansión de la
cultura Nagada hacia el Egipto septentrional fue el deseo
de conseguir un control directo sobre el lucrativo comercio
con otras regiones del Mediterráneo oriental, aparecidas
durante el cuarto milenio a. C. El desarrollo de la técnica
de construcción de barcos de gran tamaño también fue
126
clave para controlar el Nilo y con él las comunicaciones y
el intercambio comercial a gran escala. La madera (cedro)
para la construcción de este tipo de barcos no crecía en
Egipto, pero llegaba de la zona de Levante hoy conocida
como Líbano.
Tal y como se vio en la descripción de la cultura Maadi
en el capítulo 3, durante el cuarto milenio a. C. el Bajo
Egipto no fue un vacío cultural y es probable que la
expansión de Nagada terminara por tropezar con cierta
resistencia. No obstante, los restos arqueológicos del norte
sólo nos hablan de que al final la cultura Maadi fue
sustituida. La ocupación de Maadi terminó en la fase
Nagada II c/d, mientras que las pruebas estratigráficas de
yacimientos del norte del delta, como Buto, Tell Ibrahim
Awad, Tell el Ruba y Tell el Farkha, demuestran que los
estratos más antiguos sólo albergan cerámica Maadi y
local, pero que sobre ellos los estratos sólo contienen
cerámica de la cultura Nagada III y las primeras formas de
la I Dinastía. En Tell el Farkha, una capa de transición de
arena eóHca situada entre estos estratos sugiere el
abandono del asentamiento por parte de la población local
debido a causas desconocidas (¿intimidación?) y una
posterior reocupación del mismo durante la Dinastía 0 a
manos de gentes de cultura Nagada, que para entonces se
había extendido por todo Egipto.
A finales de la fase Nagada II (c. 3200 a. C.) o principios
de Nagada III, la cultura material autóctona del Bajo Egipto
ya había desaparecido, siendo reemplazada por objetos
(sobre todo cerámica) derivados del Alto Egipto y de la
cultura Nagada. En ocasiones estas pruebas arqueológicas
se han interpretado como un indicio de que la unificación
política de Egipto tuvo lugar en esta época; pero las
127
pruebas materiales no necesariamente implican una
organización política (unificada) y se pueden proponer
varios factores socioeconómicos alternativos para explicar
el cambio. Dado que las pruebas procedentes de los
enterramientos de la élite de los tres principales centros
predinásticos del Alto Egipto (Nagada, Abydos y
Hieracómpolis) sugieren la existencia de centros o
unidades políticas diferenciados (y posiblemente
competidores) durante la fase Nagada II, la primera
unificación de las primeras entidades políticas del Alto
Egipto probablemente tuviera lugar a comienzos de
Nagada III, bien como resultado de una serie de alianzas o
mediante la guerra (quizá terciando una combinación de
ambas), seguida por la unificación política tanto del norte
como del sur y la aparición de la Dinastía 0 hacia finales de
Nagada III.
Los enterramientos de cronología Nagada III en el
mayor de los cementerios predinásticos, el de Nagada
(incluida la necrópolis de la élite, el Cementerio T), son
más pobres que los enterramientos anteriores de
cronología Nagada II de este mismo yacimiento. A finales
del siglo XIX, Jacques de Morgan excavó dos grandes
tumbas de ladrillo con nichos situadas a más de seis
kilómetros al sur de estos cementerios. El emplazamiento
de esta nueva necrópolis y la repentina aparición a finales
de Nagada III de un nuevo tipo de enterramiento «real»,
unidos a la menor riqueza de los enterramientos anteriores
en los cementerios situados lejos hacia el norte, sugiere
una ruptura con el sistema de gobierno centrado en la
ciudad sur (localizada sólo a 150 metros hacia el noreste del
gran cementerio predinástico), probablemente
coincidiendo con la incorporación de la entidad política de
Nagada a una más grande.
128
En cambio, en la zona de Umm el Qaab (Abydos) las
tumbas de los Cementerios U y B y del «cementerio real»
pasaron de contar con enterramientos bastante
indiferenciados (a comienzos de Nagada) a convertirse
primero en el cementerio de la élite (a finales de Nagada II)
y después en el lugar de enterramiento de los reyes de la
Dinastía 0 y de la I Dinastía. Una tumba de Nagada III, la
U-j, fechada en c. 3200 a. C., consiste en doce habitaciones
que cubren una superficie de 66,4 metros cuadrados.
Aunque saqueada, contenía muchos objetos de hueso y
marfil, una gran cantidad de cerámica egipcia y unas 400
jarras importadas desde Palestina, que posiblemente
contuvieran vino. Las 150 pequeñas etiquetas encontradas
en la tumba están inscritas con lo que parecen ser los
primeros jeroglíficos conocidos. Según su excavador,
Günter Dreyer, los restos de un altar de madera en la
cámara funeraria y el modelo en marfil de un cetro
129
demuestran que se trata de la tumba de un soberano,
posiblemente el rey Escorpión, cuyas heredades pueden
aparecer mencionadas en varias tablillas. Es probable que
este soberano gobernara en el siglo XXXI a. C.
La excavaciones en la «Locality 6» de Hieracómpolis, a
2,5 kilómetros en el interior del Gran Wadi, permitieron
descubrir varias tumbas de gran tamaño, todas con hasta
22,75 metros cuadrados de superficie y cerámica Nagada III
. Si bien saqueada, la Tumba 11 todavía conservaba cuentas
de cornalina, granate, turquesa, fayenza, oro y plata;
fragmentos de objetos de lapislázuli y marfil; hojas de
obsidiana y cristal, y una cama de madera con patas en
forma de patas de toro. Un enterramiento de semejante
riqueza sugiere que en Hieracómpolis se enterraron
individuos de la élite dotados de una capacidad económica
considerable, pero que todavía no alcanzaban la categoría
que tenían los soberanos de Abydos.
Mientras que durante el Dinástico Temprano Nagada
fue políticamente insignificante, Abydos fue el principal
centro del culto al rey difunto y Hieracómpolis siguió
siendo un importante centro de culto asociado al dios
Horus, símbolo del rey vivo. Es posible que la entidad
política de Nagada resultara derrotada en una postrera
lucha predinástica por el poder acontecida en el Alto
Egipto, al tiempo que los soberanos cuya base de poder se
encontraba originalmente en Abydos terminaron por
conseguir el control de todo el país, quizá aliados a grupos
de élite menos poderosos (los llamados Seguidores de
Horus) de Hieracómpolis, que pese a todo se encontraban
en una posición estratégica favorable debido a las valiosas
materias primas venidas del sur.
La unificación final del Alto y el Bajo Egipto puede
130
haberse conseguido mediante una o varias conquistas
militares del norte; pero no existen muchas pruebas de ello,
a excepción de las escenas de contenido militar simbólico
grabadas en varias paletas ceremoniales datadas
estilísticamente a finales del Predinástico (Nagada
III/Dinastía 0), como son las fragmentadas PaletaTjehenu
(libia), la Paleta del Campo de Batalla y la Paleta del Toro.
La interpretación de semejantes escenas es problemática,
porque estos objetos son de procedencia desconocida y las
fragmentadas escenas simbolizan conflictos, pero sin
especificar acontecimientos históricos reales.
Afortunadamente, en Hieracómpolis se encontraron
tres importantes objetos con escenas talladas que son
relevantes para este período: la Cabeza de Maza del rey
Escopión y la Paleta y la Cabeza de Maza del rey Narmer.
Estos tres objetos ceremoniales fueron hallados por J. E.
Quibell y F. W. Green cuando excavaron el templo de
Horus en Hieracómpolis, cerca o en una zona bautizada
por ellos como «depósito principal». Es posible que sean
donaciones reales para el templo y sugieren que a finales
de la fase Nagada III la ciudad seguía siendo un centro
importante. Si bien considerar que las escenas de la Paleta
de Narmer representan la unificación del Alto y el Bajo
Egipto es una interpretación demasiado determinante, en
ellas vemos a enemigos muertos y pueblos y/o
asentamientos derrotados. Las escenas y signos de la
Cabeza de Maza de Narmer muestran cautivos y botín de
guerra, mientras que la Cabeza de Maza del rey Escorpión
también contiene enemigos derrotados. Semejantes escenas
sugieren que la guerra tuvo algo que ver en algún
momento de la forja del primer Estado en Egipto. Incluso si
no existen estratos de destrucción con fecha Nagada III en
los asentamientos del delta, la guerra sigue habiendo
131
podido ser el instrumento de consolidación de este primer
Estado y de su expansión hacia la Baja Nubia y el sur de
Palestina, que tuvo lugar a comienzos de la I Dinastía.
Desde que Petrie lo sugiriera, se ha repetido con
frecuencia que, pese a la prueba de las culturas
predinásticas, la civilización egipcia de la I Dinastía
apareció de forma repentina y, por lo tanto, fue introducida
por una «raza» extranjera. No obstante, desde la década de
1970 las excavaciones en Abydos y Hieracómpolis han
demostrado claramente las raíces indígenas que tiene en el
Alto Egipto la primera civilización egipcia. Si bien existen
pruebas de un evidente contacto externo durante el cuarto
milenio a. C., éste no tuvo forma de invasión militar.
La cerámica de los estratos excavados en los
yacimientos del norte de Egipto y el sur de Palestina hacen
posible coordinar períodos culturales específicos de ambas
regiones y demostrar así que el contacto no se interrumpió
mientras la cultura Maadi iba siendo reemplazada por la
cultura Nagada. La fase Nagada Ilb corresponde a la Edad
del Bronce Temprano (EBA) la de Palestina, mientras que
Nagada IIc-d y Nagada III/Dinastía 0 son evidentemente
contemporáneas de la cultura EBA Ib. En esta época, el
contacto entre el norte de Egipto y Palestina se realizaba
por vía terrestre, como demuestran las pruebas
encontradas en el norte del Sinaí. Entre Qantar y Rafia, la
North Sinai Expedition de la Universidad Ben Gurion
encontró doscientos cincuenta asentamientos tempranos,
en los cuales el 80 por ciento de las cerámicas egipcias
estaban fechadas en Nagada II—III y la Dinastía 0. El
patrón de asentamiento consistía en algunos centros de
mayor tamaño intercalados con campamentos estacionales
y lugares de paso.
132
Los arqueólogos israelíes sugieren que estas pruebas
son el resultado de una red comercial establecida y
controlada por los egipcios en fechas tan tempranas como
la EBA la y que esta red fue un factor principal en la
aparición de los asentamientos urbanos encontrados
posteriormente en Palestina durante la EBA II. El estudio
de las técnicas cerámicas realizado por Naomi Porat en los
yacimientos EBA de Palestina demuestra que muchos de
los recipientes de cerámica utilizados para la preparación
de comida encontrados en los estratos EBA Ib
probablemente fueran fabricados por ceramistas egipcios
con tecnología egipcia, pero con arcillas palestinas locales.
En los estratos EBA Ib también hay muchas jarras de
almacenamiento fabricadas con barro del Nilo, además de
cerámicas margosas, que podrían haber sido importadas
desde Egipto. Los egipcios no sólo crearon campamentos y
estaciones de paso en el norte del Sinaí, sino que las
pruebas cerámicas sugieren que hicieron lo propio en el
sur de Palestina, con una red muy organizada de
asentamientos donde residía población egipcia.
La importancia del delta para el contacto egipcio con el
suroeste de Asia también la sugieren unas enigmáticas
pruebas procedentes de Buto. En este yacimiento, en
estratos de cultura predinástica del Bajo Egipto, Thomas
von der Way encontró a finales de la década de 1980 dos
insospechados tipos de cerámica: «clavos» de arcilla y un
Grubenkopfnagel (un cono con extremo cóncavo bruñido)
que se asemejan a objetos utilizados en la cultura
mesopotámica de Uruk para decorar la fachada de los
templos. Von der Way sugiere que el contacto con la red de
la cultura Uruk pudo haber tenido lugar a través del norte
de Siria, pues el más temprano estrato predinástico de Buto
contenía restos cerámicos decorados con las típicas franjas
133
blanquecinas de la cerámica siria Amuq E Los clavos de
arcilla y el Grubenkopfnagel no están asociados a ninguna
arquitectura (de ladrillo) en los niveles predinásticos, que
es lo que sería de esperar si la interpretación de Von der
Way es correcta; pero las excavaciones en curso en Buto
todavía pueden proporcionar más datos sobre las
relaciones entre el delta y el suroeste de Asia en el cuarto
milenio a. C.
Han aparecido en algunas tumbas de élite de las fases
Nagada II y III cilindro-sellos tanto importados como
egipcios, un tipo de objeto indudablemente inventado en
Mesopotamia. Por primera vez se encuentran en tumbas
predinásticas del Alto Egipto cuentas y pequeños objetos
de lapislázuli, que sólo pueden proceder de Afganistán.
Motivos mesopotámicos aparecen también en el Alto
Egipto (y la Baja Nubia), incluida la figura del héros
dompteur (una figura humana victoriosa entre dos
leones/bestias), pintada en los muros de la Tumba 100 de
Hieracómpolis, que data de Nagada II. Otros motivos
típicamente mesopotámicos, como la fachada de palacio
con nichos y barcos de proa elevada, aparecen también en
objetos y en el arte de Nagada II y III. El estilo de estos
motivos, que es más característico del arte glíptico de Susa
(sureste de Irán) que de la cultura de Uruk, y el hecho de
que este tipo de objetos no aparezca en el Bajo Egipto, ha
permitido considerar la existencia de una ruta meridional
de contacto entre Susa y el Alto Egipto cuya naturaleza se
desconoce hasta el momento.
En la Baja Nubia se conocen innumerables
enterramientos de la cultura del Grupo A
(aproximadamente contemporánea de la cultura Nagada)
que contienen muchos bienes manufacturados
134
nagadienses. La cerámica del Grupo A es muy diferente de
la de Nagada y es probable que los productos egipcios se
obtuvieran mediante mercadeo e intercambio. Bruce
Williams ha sugerido que el cementerio de la élite del
Grupo A en Qustul, en la Baja Nubia, pertenecería a los
soberanos nubios que conquistaron y unificaron Egipto,
fundando así el primer Estado faraónico, pero la mayoría
de los especialistas no está de acuerdo con su hipótesis. El
modelo que quizá explique mejor las pruebas arqueológicas
es uno que incluye contactos acelerados entre las culturas
del Alto Egipto y la Baja Nubia a finales del Predinástico.
Materias primas de lujo, como el marfil, el ébano, el
incienso y pieles de animales exóticos, todas ellas muy
deseadas en Egipto en la época dinástica, procedían en
gran parte del sur de África y llegaban tras atravesar
Nubia. Esto hizo que algunos jefes del Grupo A se
beneficiaran económicamente del comercio con las
materias primas, como demuestran con claridad los ricos
enterramientos excavados en Qustul y Sayala; pero es poco
probable que en Nubia se diera el tipo de complejidad
sociopolítica atestiguada en el Alto Egipto por estas fechas.
La llanura inundable del Nilo es mucho más estrecha en la
Baja Nubia que en el Alto Egipto, por lo que aquélla
sencillamente no poseía el potencial agrícola necesario
para mantener grandes concentraciones de población y
especialistas a tiempo completo, como artesanos y
administradores del gobierno. El hecho de que la cultura
material de Nagada aparezca después en el Bajo Egipto sin
elementos nubios también parece ir en contra de un origen
nubio para el Estado egipcio unificado.
135
El Estado de comienzos de la I
Dinastía
En c. 3000 a. C. el Estado del Dinástico Temprano ya
había aparecido en Egipto y controlaba gran parte del valle
del Nilo, desde el delta hasta la primera catarata en Asuán,
una distancia de más de mil kilómetros a lo largo del río. Si
bien la presencia de la cultura Nagada es evidente en el
delta durante Nagada II y III, el alcance del control político
egipcio hacia el sur durante la I Dinastía queda demostrado
por los restos de una fortaleza en el punto más elevado de
la orilla de la isla de Elefantina, una región que en época
predinástica había estado ocupada por gentes del Grupo A.
Con la llegada de la I Dinastía, el centro del desarrollo se
trasladó desde el sur hacia el norte, siendo el temprano
Estado egipcio una unidad política controlada por un
dios-rey desde la región de Menfis.
Un rasgo que resulta ciertamente único del primer
Estado egipcio es la unificación del gobierno a lo largo de
una extensa región geográfica, al contrario que las
unidades políticas contemporáneas de Nubia, Mesopotamia
y Siria-Palestina. Si bien hay indudables pruebas de
contactos extranjeros en el cuarto milenio a. C., el Estado
Dinástico Temprano aparecido en Egipto era único y de
carácter autóctono. Es probable que una lengua común, o
dialectos de la misma, facilitara la unificación política; pero
nada se sabe realmente de la lengua hablada, pues en este
136
momento de su desarrollo cultural, los primeros textos
contienen información especializada de una naturaleza
muy superficial.
Uno de los resultados de la expansión de la cultura
Nagada por todo el norte de Egipto habría sido una
administración (estatal) mucho más elaborada, que a
comienzos de la I Dinastía se dirigía en parte mediante el
uso de la primera escritura, utilizada en sellos y etiquetas
fijados a los bienes estatales. Las pruebas arqueológicas del
control del Estado consisten en los nombres de los reyes de
la I Dinastía (serekhs) en vasijas, sellos, etiquetas (en
origen atadas a recipientes) y otros objetos hallados en los
principales yacimientos dinásticos de Egipto. Semejantes
pruebas sugieren la existencia de un sistema impositivo
estatal ya desde las primeras dinastías.
Los estratos arqueológicos más antiguos de Menfis
excavados hasta el momento datan del Primer Período
Intermedio, si bien los estratos de la ciudad del Dinástico
Temprano pueden estar enterrados bajo grandes
cantidades de depósitos fluviales. Hacia el oeste, las
muestras obtenidas por David Jeffreys mediante
perforación han revelado cerámica tanto del Reino Antiguo
como del Dinástico Temprano. Sin embargo, en la región
se conocen tumbas desde la I Dinastía, por lo que es posible
que la ciudad fuera fundada en torno a ellas. En la cercana
Sakkara Norte se han encontrado tumbas de altos
funcionarios, mientras que funcionarios de todos los
niveles fueron enterrados en otros lugares de la región
menfita. Semejante prueba funeraria sugiere que la región
de Menfis era el centro administrativo del Estado y que
éste ya estaba altamente estratificado en su organización
social.
137
En el sur, Abydos siguió siendo el principal centro de
culto y se ha sugerido que fue durante la I Dinastía cuando
los pequeños asentamientos predinásticos, que han dejado
unas pruebas arqueológicas más efímeras, fueron
reemplazados por una ciudad construida con ladrillo. Los
reyes de la I Dinastía fueron enterrados en esta ciudad,
otro indicio de los orígenes altoegipcios del Estado. Desde
el comienzo mismo del Período Dinástico la institución de
la realeza fue fuerte y poderosa, permaneciendo así
durante la mayor parte de los períodos históricos. En
ningún otro lugar de Oriente Próximo tuvo la realeza
semejante importancia en fechas tan tempranas, ni fue tan
vital para el control del Estado.
Por todo Egipto se desarrollaron y se fundaron otras
ciudades como centros administrativos del Estado, pero la
organización espacial de las comunidades no era como la
de la coetánea Mesopotamia meridional, donde inmensas
ciudades se organizaban en torno a grandes centros de
culto. Por otra parte, tampoco fue Egipto una «civilización
sin ciudades», como se sugirió en su momento. Las
ciudades y pueblos egipcios pueden haber estado
organizados espacialmente de una forma menos rígida que
los mesopotámicos y se sabe que la residencia real cambió
de emplazamiento. Debido a diferentes factores, las
ciudades y pueblos del Antiguo Egipto no se han
conservado bien, o están profundamente enterrados bajo
capas de aluvión o asentamientos modernos, por lo que no
pueden ser excavados. No obstante, se ha conservado
alguna que otra prueba arqueológica de estas primeras
ciudades. En Hieracómpolis, una fachada de ladrillo
decorada profusamente con nichos y situada dentro de la
ciudad (Kom el Ahmar) se ha interpretado como la entrada
a un «palacio», quizá un centro administrativo del primer
138
Estado. En Buto, en el delta, es posible que un edificio
rectangular de ladrillo fechado a comienzos de la I
Dinastía, construido sobre niveles anteriores datados en
Nagada II, Nagada III y Dinastía 0, sean los restos de un
templo en el interior de la ciudad.
Con todo, la mayor parte de los egipcios del Dinástico
Temprano (y de los períodos posteriores) eran granjeros
que vivían en pequeños poblados. La base económica del
antiguo Estado egipcio era la agricultura del cereal. En el
transcurso del cuarto milenio a. C. los poblados egipcios se
fueron volviendo cada vez más dependientes del cultivo del
trigo y la cebada, extremadamente fructífero en el entorno
de la llanura aluvial egipcia.
Es posible que a finales del Dinástico Temprano se
practicara una sencilla irrigación mediante estanques que
permitió ampliar la cantidad de tierra cultivada y producir
cosechas más abundantes. Al contrario que prácticamente
cualquier otro sistema de irrigación del mundo, éste no
salinizaba el suelo, puesto que la inundación anual del Nilo
lavaba todas las sales. Dado que en esta época la lluvia
caída era insignificante, era la inundación anual la que
proporcionaba la humedad necesaria en el momento
preciso del año —julio y agosto—, de modo que el trigo
pudiera plantarse en septiembre después de la retirada de
las aguas. Las especies de trigo introducidas en Egipto
maduraban durante los meses de invierno y se cosechaban
antes de la primavera, cuando el retorno de las altas
temperaturas y la sequía podían echar a perder la cosecha.
En este entorno era posible conseguir enormes excedentes
agrícolas y en el momento en el que éstos fueron
controlados por el Estado pudieron sostener la floreciente
civilización egipcia que vemos en la I Dinastía.
139
El cementerio real de Abydos
La naturaleza de la temprana civilización egipcia se
expresó sobre todo por medio de la arquitectura
monumental, en especial en las tumbas reales y los recintos
funerarios de Abydos, así como en las grandes tumbas de
los altos funcionarios en Sakkara Norte. Durante Nagada
III/Dinastía 0 y el Dinástico Temprano también
aparecieron estilos artísticos formales que eran
característicamente egipcios. En la arquitectura
monumental y el arte conmemorativo (como la Paleta de
Narmer), lo inequívocamente faraónico es un reflejo de la
existencia de artesanos a tiempo completo mantenidos por
la Corona. En las tumbas de la élite del período aparecen
objetos de la mayor calidad artesanal. Entre los ejemplos
figuran discos de esteatita con incrustaciones de alabastro
egipcio donde dos perros dan caza a dos gacelas
(procedentes de la Tumba 3035 de Sakkara) o brazaletes
con cuentas de oro, turquesa, amatista y lapislázuli
(procedentes de la tumba del rey Djer en Abydos). Un nivel
similar de calidad artesanal se puede ver en los objetos de
ébano y marfil y en las herramientas y recipientes de cobre
encontrados en las tumbas de la élite, los cuales reflejan el
patrocinio de la corte. La presencia de objetos de cobre en
las tumbas probablemente sea resultado de las
expediciones reales a las regiones ricas en este mineral en
el Desierto Oriental y/o al cada vez mayor comercio con las
140
zonas mineras del Neguev/Sinaí, así como la expansión del
trabajo del cobre en Egipto.
Si bien con anterioridad se pensaba que los soberanos
de la I Dinastía se habían enterrado en Sakkara Norte,
donde Bryan Emery excavó unas grandes superestructuras
de adobe con elaboradas fachadas de palacio, en la
actualidad la mayor parte de los especialistas considera que
estas tumbas pertenecen a altos funcionarios de la I y II
Dinastías, habiendo sido enterrados sus reyes en el
cementerio real de la zona de Umm el Qaab, en Abydos.
Sólo aquí se conserva un pequeño número de grandes
tumbas que se corresponden a los reyes (y una reina) de
esta dinastía y sólo en Abydos se encuentran los restos de
los recintos funerarios de todos los soberanos de la dinastía
excepto uno, como demostraron las excavaciones de David
O’Connor en las décadas de 1980 y 1990.
Lo que es claramente visible en el cementerio de
Abydos es la ideología de la realeza, tal cual está
representada en el culto mortuorio. El desarrollo de la
arquitectura monumental simbolizó un orden político a
una escala desconocida hasta entonces, con una religión
estatal encabezada por un dios-rey mediante la cual se
legitimaba el nuevo orden político. Gracias a la ideología y
su forma simbólica material, manifestada en las tumbas,
unas creencias relativas a la muerte ampliamente
difundidas pasaron a reflejar la organización social
jerárquica de los vivos y del Estado controlado por el rey:
una transformación del sistema de creencias motivada
políticamente y que tuvo consecuencias directas en el
sistema socioeconómico. Al rey se le concede el
enterramiento más elaborado, símbolo de su papel como
mediador entre los poderes del más allá y sus súbditos
141
difuntos, mientras que la creencia en un orden terrenal y
cósmico proporcionaría al Estado del Dinástico Temprano
una cierta cohesión social.
En la década de 1890, siete complejos tumbales de la I
Dinastía fueron excavados por Émile Amélineau y luego
reexcavados de forma más concienzuda por Petrie.
Pertenecen a los siguientes reyes: Djer, Djet, Den, Anedjib,
Semerkhet y Qaa, además de a la reina Merneith, que
puede haber sido la madre de Den y quizá la regente
durante la primera parte del reinado de éste. Las tumbas no
sólo habían sido saqueadas, además hay pruebas de que
fueron quemadas a propósito. En el Reino Medio las
tumbas fueron excavadas y reconstruidas para el culto a
Osiris y la tumba de Djer se convirtió en un cenotafio para
este dios. Con semejante historia a sus espaldas, resulta
notable que el trabajo de Petrie en 1899-1901 y la
reexcavación emprendida por el Instituto Arqueológico
Alemán a partir de 1970 hayan permitido reconstruir el
aspecto de las primeras tumbas. Si bien sólo se conservan
las cámaras subterráneas de adobe, las tumbas habrían
estado originalmente techadas y quizá cubiertas por un
montículo de arena delante del cual es probable que se
colocaran estelas de piedra grabadas con el nombre real
(varias de las cuales han sobrevivido).
En la zona noreste del cementerio real, llamada
Cementerio B, se encuentra el complejo tumbal de Aha, al
que hoy se considera convencionalmente como el primer
rey de la I Dinastía. En este mismo Cementerio B, Werner
Kaiser ha identificado varias tumbas como pertenecientes a
los últimos tres reyes de la Dinastía 0: Irihor, Ka y Narmer.
Consisten en cámaras dobles, mientras que el complejo de
Aha está formado por varias cámaras separadas
142
construidas en tres etapas, con diversas tumbas
subsidiarias al noreste. Pese a haber sido saqueado, en el
complejo tumbal de Aha se puede apreciar claramente una
nueva dimensión en los enterramientos: en tres de las
cámaras se encontraron restos de grandes santuarios de
madera, mientras que treinta y tres tumbas subsidiarias
contenían los restos de varones jóvenes, de entre veinte y
veinticinco años de edad, que probablemente fueran
asesinados en el momento de la muerte del rey. Cerca de
estas tumbas subsidiarias se encontraron restos de los
enterramientos de al menos siete leones jóvenes.
Todas las tumbas reales de la I Dinastía en Abydos
cuentan con tumbas subsidiarias con ataúdes de madera. Es
el único período del Antiguo Egipto en el que se
sacrificaron personas para los enterramientos reales.
Nancy Lowell, que ha estudiado los esqueletos de algunas
de esas tumbas subsidiarias, sugiere que sus dientes
presentan pruebas de muerte por estrangulación. Es
posible que funcionarios, sacerdotes, criados y mujeres de
la casa real fueran sacrificados para servir al rey en la otra
vida. Crudas estelas talladas con los nombres del difunto
143
acompañan a muchos de estos enterramientos, en los
cuales se encontraron bienes funerarios como cuencos,
recipientes de piedra, herramientas de cobre y artefactos de
marfil. En estas tumbas también se hallaron enanos
(encargados quizá de divertir al rey) y perros, bien
mascotas o bien de caza. La tumba de Djer es la que cuenta
con mayor número de tumbas subsidiarias (338) y en
general las tumbas más tardías tienen menos. Por motivos
que se desconocen, la práctica parece haber desaparecido
tras la I Dinastía y en épocas posteriores las pequeñas
estatuas de sirvientes y después los shabtis (figurillas
funerarias) pueden haberse convertido en sustitutos más
aceptables.
Todas las tumbas de la I Dinastía en Abydos cuentan
con sepulcros de madera donde se situó el enterramiento.
El complejo de Djer es el mayor de todos, con una
superficie de 70 x 40 metros (incluidas las tumbas
subsidiarias dispuestas en hileras). El enterramiento real
estaba situado en el centro de una cámara de 18 x 17
metros (con una superficie de 306 metros cuadrados) y 2,6
metros de profundidad forrada con adobe; muros cortos
perpendiculares en tres de los lados de esta habitación
formaban almacenes independientes. Si bien la cámara
central sería convertida después en el santuario del dios
Osiris, Petrie encontró en ella un brazo envuelto en lino y
adornado con brazaletes que aparentemente procedía del
enterramiento original; el brazo no se conserva, pero las
joyas se pueden ver en el Museo Egipcio de El Cairo.
Durante el reinado de Den, a mediados de la I Dinastía,
se produjo una gran innovación en el diseño de las tumbas
reales: se añadió una escalera. Esto permitió que toda la
tumba, incluida su cubierta, se fuera construyendo durante
144
la vida del rey y facilitaría los trabajos de construcción en
un pozo muy profundo. En medio de la escalera había una
puerta de madera y tras ella, a la entrada a la cámara
funeraria, un rastrillo de piedra para impedir el acceso de
los ladrones de tumbas. La tumba y sus 136 tumbas
subsidiarias cubren una superficie de unos 53 x 40 metros,
mientras que la propia cámara funeraria tiene 15x9 metros
de superficie y una profundidad de 6 metros. El diseño y la
decoración de la tumba son los más elaborados de Abydos:
el suelo de la cámara funeraria estaba pavimentado con
losas de granito rojo y negro de Asuán, en lo que es el
primer ejemplo conocido de uso a gran escala de esta
piedra dura. Una pequeña habitación en el suroeste, con su
pequeña escalera de acceso, puede haber sido uno de los
primeros serdab (una cámara donde se colocaban estatuas
del difunto). El estudio del Instituto Arqueológico Alemán
de los escombros de las primeras excavaciones indica que
entre las ofrendas funerarias figurarían muchos cacharros
de cerámica con sellos impresos, recipientes de piedra,
etiquetas inscritas y otros objetos tallados en marfil y
ébano, así como cajas o muebles taraceados. Al sur de la
cámara de la tumba se encuentran las inusualmente
grandes cámaras subsidiarias, donde se encontraron
muchas jarras, que probablemente contuvieran vino en
origen.
En una tumba real posterior perteneciente a Semerkhet,
Petrie encontró una rampa de entrada (no una escalera,
como en el caso de la tumba de Den) saturada hasta una
altura de «tres píes» con aceite aromático. Casi cinco mil
años después del enterramiento, el olor seguía siendo tan
penetrante que impregnaba toda la tumba. En la sepultura
perteneciente al último rey de la I Dinastía, Qaa, la
reexcavación del Instituto Alemán encontró treinta tabulas
145
inscritas que describían la entrega de aceite. Lo más
probable es que estos aceites fueran importados desde
Siria-Palestina y fueran de bayas o árboles de aquella
región. La presencia de cantidades tan inmensas de aceite
en la tumba de Semerkhet (quizá en el transcurso de su
funeral) sugiere un comercio a gran escala con el
extranjero controlado por la Corona e indica la
importancia de semejantes bienes de lujo para los
enterramientos reales.
Las tumbas reales de Abydos están localizadas en el
comienzo del desierto (Umin el Qaab). Al noreste de las
mismas, cerca de la zona cultivada, se encuentran los
recintos funerarios, llamados «fortalezas» por los primeros
excavadores, donde es posible que tras el enterramiento en
la tumba real los sacerdotes y otro personal perpetuaran el
culto de cada rey, como sería costumbre en los complejos
funerarios reales de épocas posteriores. El mejor
conservado de estos recintos funerarios, conocido como
Shunet el Zebib, pertenece a Khasekhemuy, de la II
Dinastía[2]. Sus muros interiores, con nichos, todavía se
conservan hasta una altura de 10-11 metros, rodeando una
superficie de 124 x 56 metros. Dentro del recinto,
O’Connor descubrió en 1988 un gran montículo de arena y
gravilla de planta aproximadamente cuadrada recubierto
de adobe. Estaba situado más o menos en la misma zona
donde se encuentra la Pirámide Escalonada del rey Djoser
dentro de su complejo funerario de Sakkara de la III
Dinastía (pirámide que comenzó como una estructura en
forma de mastaba y que sólo durante su cuarta
modificación se amplió hasta convertirse en una estructura
escalonada). Tanto el complejo de Khasekhemuy como el
de Djoser están rodeados por inmensos muros con nichos,
con una única entrada en el sureste.
146
El complejo de Djoser fue construido entre cuarenta y
cincuenta años después del de Khasekhemuy y el
montículo de Shunet el Zebib posiblemente sea un resto de
una estructura o montículo «protopiramidal» [3]. No se sabe
si se construyeron montículos en los recintos funerarios de
la I Dinastía, pero parece probable. De este modo, en
Abydos es posible seguir la evolución del culto funerario
real y su forma monumental. En la III Dinastía el culto
funerario real pasó a reflejar el nuevo orden del poder real,
empleándose grandes recursos y horas de trabajo en la
construcción del primer monumento del mundo construido
completamente de piedra.
A comienzos de la década de 1990, O’Connor descubrió
doce «enterramientos de barcos» al sureste del recinto
funerario de Djer y justo al noreste del muro exterior de
Khasekhemuy. Consistían en zanjas que contenían las
quillas de madera de barcos de entre 18 y 21 metros de
largo con sólo 50 centímetros de altura. Las quillas se
rellenaron de adobe y se revistieron del mismo material
por el exterior, formándose así unas estructuras de 27,4
metros de longitud. Toda la cerámica asociada a los barcos
es del Dinástico Temprano, pero hasta el momento no se
sabe si las naves datan de la I o de la II Dinastía. Todos
parecen haber sido creados al mismo tiempo y es posible
que se encuentren más enterramientos similares cuando se
amplíe la zona de excavación.
147
Se han encontrado barcos más pequeños asociados a las
tumbas de los grandes funcionarios del Dinástico
Temprano de Sakkara y Helwan. Los ejemplos más
conocidos del Reino Antiguo son los dos barcos intactos
asociados a la pirámide de Khufu en Guiza. El propósito de
estos enterramientos de barcos es desconocido;
posiblemente se trate de naves utilizadas durante una
ceremonia funeraria o pueden haber sido enterrados
simbólicamente para viajar en la otra vida. Los ejemplos de
Abydos son la prueba más antigua de una asociación entre
los barcos y el culto mortuorio real.
Los hallazgos de Abydos demuestran los inmensos
gastos del Estado en los complejos mortuorios —tanto
tumbas como recintos funerarios— de los reyes de la I
Dinastía. Estos soberanos controlaban grandes activos,
incluidos productos manufacturados en los talleres reales,
bienes exóticos, materias primas importadas en cantidades
inmensas desde el extranjero y trabajo obligatorio (amén
de personas para ser sacrificadas en el enterramiento del
rey). El papel primordial del soberano queda expresado sin
duda en estos monumentos y los símbolos del culto
funerario real aparecidos en Abydos se elaborarán aún más
en los complejos con pirámide del Reino Antiguo y del
Reino Medio.
148
Las tumbas de los altos funcionarios
en Sakkara Norte y otros lugares
En Sakkara Norte se encuentran algunas tumbas
impresionantes de altos funcionarios de la I Dinastía, si
bien ninguna posee la escala de los monumentos
combinados (tumba y recinto funerario) que los reyes de la
I Dinastía se construyeron en Abydos. Algunas de las
tumbas de Sakkara Norte son muy importantes y las
elaboradas superestructuras de adobe con nichos (de las
cuales carecen las tumbas reales de Abydos) son realmente
extraordinarias. Las tumbas de Sakkara Norte están mucho
mejor conservadas que las tumbas reales de Abydos;
cuando fueron excavadas algunas de sus fachadas con
nichos, éstas todavía conservaban restos de los dibujos
geométricos que las decoraban y las cámaras funerarias
poseían suelos de madera. Varias de las tumbas de Sakkara
Norte estaban acompañadas también por hileras de tumbas
subsidiarias; pero su número es menor que en el
cementerio real de Abydos.
Es posible que las tumbas de Sakkara Norte
combinaran en una estructura los dos símbolos
monumentales de categoría social de Abydos: una tumba
subterránea y una estructura con nichos situada sobre la
superficie. Por ejemplo, la Tumba 3357, fechada en el
reinado de Aha, a principios de la I Dinastía, consiste en
una elaborada superestructura con nichos rodeada por dos
149
muros de adobe con una superficie de 48,2 x 22 metros. La
subestructura está dividida mediante muros de adobe en
cinco grandes cámaras techadas con madera, mientras que
la superestructura contiene veintisiete cámaras adicionales
para el ajuar funerario. Al norte se encuentra la maqueta
de una propiedad agropecuaria, con habitaciones, tres
estructuras en forma de granero, la tumba de un barco de
adobe y restos de un jardín a pequeña escala. Los cientos
de recipientes de cerámica encontrados en esta tumba
están inscritos con el nombre del rey e información sobre
su contenido. Si bien el dueño de la tumba es desconocido,
se cree que pudo haber sido uno de los funcionarios más
importantes del reinado, como nos indican no sólo el
tamaño y el contenido de la superestructura, sino también
las estructuras adicionales y la tumba del barco.
Con el paso del tiempo, el diseño de las tumbas de
Sakkara se volvió más elaborado todavía, con una
disposición más compleja para las habitaciones, tanto
subterráneas como en la superestructura y los muros del
recinto. Al igual que en Abydos, en Sakkara Norte también
se incorporaron escaleras de acceso a la tumba. Dos
tumbas construidas avanzada la I Dinastía contaron con
superestructuras rectangulares escalonadas de adobe y
escasa altura, que posteriormente fueron rodeadas por
muros con nichos. Emery pensó que la Pirámide
Escalonada de Djoser evolucionó a partir de estas dos
estructuras; pero es más probable que los elementos del
primer complejo piramidal deriven de los recintos
funerarios y de las tumbas reales de Abydos.
Si bien se han encontrado grandes tumbas con fachadas
con nichos en otros lugares de Egipto (Tarkhan, Guiza y
Nagada), son mucho más abundantes y de mayor tamaño
150
en Sakkara Norte, donde nos sirven como pruebas de la
existencia durante la I Dinastía de una clase de
funcionarios típica de un gran Estado. Al mismo tiempo,
estas tumbas fueron los principales monumentos del
Estado en el norte y, por lo tanto, simbolizaban al Estado
centralizado gobernado de forma efectiva por el rey y sus
administradores. La inmensa cantidad de bienes
manufacturados que salían de la circulación económica
para ir a parar a las tumbas indica la riqueza de este Estado
que comenzaba, riqueza compartida por diversos
funcionarios.
Resulta evidente que el culto mortuorio también era de
gran importancia para quienes no eran miembros de la
realeza, y en el exclusivo cementerio de Sakkara Norte los
elementos de los enterramientos reales fueron emulados de
una forma más modesta. Con excepción de las tumbas
subsidiarias (¿de criados, de siervos?) en este cementerio
no se han encontrado restos de enterramientos de
funcionarios medios o bajos de la I Dinastía, que fueron
enterrados en otro lugar, como por ejemplo el cementerio
cercano al poblado de Abusir. La necrópolis de Sakkara
Norte se encuentra en un destacado promontorio de caliza
que se asoma al valle del Nilo y la presencia allí de estas
elaboradas superestructuras con nichos era un destacado
símbolo de categoría social, destinado a ser visto por las
clases inferiores de funcionarios de Menfis.
Por todo Egipto se encuentran tumbas pozo más
pequeñas y sencillas tumbas pozo de la I Dinastía, lo que
no sólo demuestra la estratificación social existente, sino
también la importancia del culto mortuorio para todas las
clases sociales. Los enterramientos más sencillos de este
período consisten en meros agujeros excavados al
151
comienzo de la zona desértica, como los del Fort Cemetery
de Hieracómpolis. Se trata de enterramientos sin ataúdes y
cuyo único ajuar funerario consiste en unos pocos
recipientes de cerámica. Los enterramientos de categoría
superior son más grandes y poseen una mayor calidad y
variedad de ajuar funerario. En ocasiones tienen las
paredes revestidas con madera o adobe y están techadas,
como las excavadas por Petrie en Tarkhan. Una tumba de
este tipo, pero más elaborada, se encontró en Minshat Abu
Ornar, en el delta; la cámara funeraria estaba dividida en
dos o tres habitaciones mediante muros de adobe y el ajuar
funerario constaba de 125 objetos; la mayor de estas
tumbas mide 4,9 x 3,25 metros. Tumbas con
superestructuras de adobe, como las excavadas por George
Reisner en el Cementerio 1500 de Nag el Deir, se
encuentran tanto en el Alto como en el Bajo Egipto. Las
superestructuras de este tipo, que en ocasiones tienen
nichos, cubren un sencillo agujero funerario o estructuras
más elaboradas con hasta cinco habitaciones. En estas
tumbas, el cuerpo en posición fetal aparece dentro de un
ataúd de madera o cerámica y el enterramiento va
acompañado de una gran variedad de objetos funerarios.
Lo que se puede deducir sobre la organización
sociopolítica y económica del período se obtiene de los
datos que nos proporciona la principal documentación
arqueológica de la I Dinastía, que es funeraria. No obstante,
como se siguen excavando tells en el delta, no tardarán en
estar disponibles datos sobre los asentamientos de la época.
A partir de los que ya poseemos se puede discernir un
patrón que apunta hacia la creación en la región de Menfis
de muchos asentamientos nuevos en ambas orillas del Nilo,
junto a sus cementerios asociados, relacionado con el
traslado hacia el norte del centro económico del país. En el
152
delta oriental también aparecieron nuevos asentamientos,
indudablemente conectados con un comercio y unas
relaciones cada vez más amplias con el extranjero.
153
La expansión del primer Estado por
Nubia y el sur de Palestina
Existen pruebas de que durante la Dinastía 0 y el
comienzo de la I Dinastía Egipto se expandió por Nubia y
mantuvo una presencia constante en el norte del Sinaí y el
sur de Palestina. La presencia egipcia en el sur de Palestina
no duró hasta finales del Dinástico Temprano, pero con la
penetración egipcia en Nubia la cultura autóctona del
Grupo A terminó desapareciendo avanzada la I Dinastía.
La fuente de la riqueza del Grupo A era el comercio con
las materias primas exóticas procedentes de las regiones
meridionales, que a través de Nubia llegaban hasta el Alto
Egipto. Con la unificación de Egipto en un gran Estado
territorial, es muy probable que la Corona deseara
controlar este comercio de forma más directa, lo que
supuso el comienzo de las incursiones egipcias en la Baja
Nubia. Una escena grabada en una roca en Gebel Sheikh
Suliman, cercana a Wadi Halfa y fechada al comienzo de la
I Dinastía (posiblemente durante el reinado de Djer),
sugiere algún tipo de victoria militar egipcia, mientras que
en una tabula de ébano de Abydos puede que aparezca
representada una campaña nubia. Debido a las
demostraciones de fuerza egipcia, es posible que las gentes
del Grupo A sencillamente abandonaran Nubia y se
instalaran en otro lugar (en las regiones meridionales o
desérticas); en cualquier caso, en la Baja Nubia no vuelve a
154
haber restos de habitantes indígenas hasta la cultura del
Grupo C, que comenzó a finales del Reino Antiguo. En
Buhen Norte se han encontrado restos de una instalación
egipcia, con estratos que posiblemente daten de comienzos
de la II Dinastía. No obstante, una datación más segura en
Buhen nos la proporcionan los sellos de los reyes de la IV y
la V Dinastías, pero no se sabe a ciencia cierta si durante el
Dinástico Temprano hubo en Nubia fuertes o centros
administrativos/comerciales egipcios.
Las ciudades fortificadas encontradas en el norte y el
sur de Palestina han sido fechadas en el Período EBA II,
que se corresponde con la I Dinastía, una relación que
depende de las pruebas encontradas por Petrie en dos
tumbas reales de Abydos (las de Den y Semerkhet). Petrie
encontró una cerámica extranjera con dibujos pintados que
interpretó como egea. Conocida como «cerámica tipo
Abydos», actualmente se sabe que deriva de la cultura EBA
II del sur de Palestina. En el estrato III de Ain Besor, en la
Palestina meridional, se han encontrado noventa
fragmentos de impresiones de sellos de reyes egipcios
asociados a un pequeño edificio de ladrillo, así como a
cerámicas principalmente egipcias, entre ellas muchos
fragmentos de moldes de pan. Los sellos están hechos con
arcilla local y evidentemente pertenecieron a funcionarios
reales de la I Dinastía. Los cuatro nombres reales que se
han leído (Djer, Den, Anedjib y probablemente Semerkhet),
amén de la cerámica y los sellos, sugieren un comercio de
organización estatal dirigido por funcionarios egipcios, que
vivieron en este asentamiento durante la mayor parte de la
I Dinastía. Adam Shulman, que identificó los sellos, piensa
que el yacimiento operaba como punto egipcio de control
fronterizo; un prototipo primitivo de aquellos que luego se
describirán en dos papiros de Época Ramésida. No
155
obstante, estos restos desaparecen del sur de Palestina
durante la II Dinastía, quizá al interrumpirse el contacto
terrestre activo como resultado de la intensificación del
contacto marítimo con el Líbano. Al ser cada vez mayor la
cantidad que se importaba de materias primas de la región
(madera, aceites y resinas de conífera), es posible que sólo
cupiera trasladarlas por barco y por ello se abandonara
poco a poco la ruta terrestre palestina. Probablemente sea
significativo que las primeras pruebas de un rey egipcio en
Biblos (Líbano) pertenezcan al reinado de Khasekhemuy, el
último soberano de la II Dinastía.
156
La invención y uso de la escritura
Dependiendo de la fecha de aparición del primer Estado
egipcio, el uso más antiguo que se conoce de la escritura
(en la Tumba U-j de Abydos) puede ser anterior a la
unificación del norte y el sur. Es indudable que en la
Dinastía 0 escribas y artesanos del Estado ya utilizaban la
escritura. Si bien algunos especialistas consideran que el
sistema de escritura egipcia se inventó a finales del cuarto
milenio a. C. debido a los estímulos llegados desde
Mesopotamia, donde se han encontrado las muestras más
antiguas de escritura, ambos sistemas de escritura son tan
distintos que parece más probable que sean resultado de
una invención independiente.
La codificación de signos más temprana probablemente
tuviera lugar durante Nagada III/Dinastía 0. Al igual que la
escritura egipcia del Penodo Dinástico, estos primeros
jeroglíficos consistían en signos ideográficos y fonéticos.
No obstante, el desciframiento concreto de muchas de las
inscripciones del Dinástico Temprano es incierto. El uso de
la escritura por parte del primer Estado egipcio posee un
contexto regio y fue una innovación de gran importancia
para aquél. La escritura se desarrolló del mismo modo que
lo hizo un estilo artístico real, como una institución
centrada en la corte. El Estado utilizó la escritura por
primera vez en dos contextos: con propósitos económicos y
administrativos y en el arte regio.
157
La función económica de la escritura parece haberse
desarrollado en el momento en el que el control real
asumió cada vez más recursos. Los jeroglíficos aparecen en
sellos, etiquetas y marcas de alfarero para identificar
bienes y materiales reunidos por y para el Estado, así como
en los sellos de los funcionarios estatales. En ocasiones
también se mencionan los títulos de los dueños de estos
bienes y el lugar de origen de éstos.
Los primeros serekhs reales aparecen a comienzos de la
Dinastía 0. El serekh es la primera manifestación del
nombre del rey escrito en jeroglíficos, a base de signos
fonéticos y situado dentro de un dibujo en forma de
«fachada de palacio» coronado por la imagen de un halcón.
Los serekhs se encuentran inscritos o pintados enjarras y
etiquetas, amén de impresos en los precintos de las jarras.
Este tipo de contenedores probablemente fueran jarras de
almacén para los productos agrícolas recogidos por el
Estado (quizá como impuesto), algunos de los cuales fueron
intercambiados o exportados a través del norte del Sinaí
hasta el sur de Palestina.
A partir de este uso económico de la escritura se puede
inferir que ya en la Dinastía 0 funcionaba un sistema
administrativo. A comienzos de la I Dinastía se desarrolló
un mensaje de identificación más complejo, de modo que
en las etiquetas pasamos a encontrar una combinación de
jeroglíficos y arte gráfico. En ausencia de textos
compuestos de signos estructurados por una gramática,
que no se conocerán hasta después, es posible leer la
información contenida en las etiquetas, sobre todo la
dispuesta en registros, como un texto (un nombre de año)
que contiene información histórica. Donald Redford ha
sugerido que el contexto de la información de las etiquetas
158
reales es un sistema de anales. El añadido del signo del año
a mediados de la I Dinastía, introducido durante el reinado
de Den, nos indica la existencia de un sistema más
específico para señalar los años de reinado que el presente
en las etiquetas más antiguas.
El segundo uso de esta primera escritura fue en el arte
regio conmemorativo, como la Paleta de Narmer. Los
jeroglíficos identifican a personas y lugares concretos en
escenas figurativas que simbolizan la legitimidad del rey
para gobernar. En estas escenas, el rey aparece
representado interpretando diversos papeles, tanto reales
como simbólicos, basados en una nueva ideología: la
institución de la realeza egipcia. Los signos numéricos,
como los de la Cabeza de Maza de Narmer, representan el
botín y los prisioneros capturados y probablemente sean
muy exagerados, como sucede en muchas ocasiones en los
textos históricos egipcios.
La iconografía del poder es claramente visible en el
contexto de este arte regio e incluye el uso de varias
convenciones importantes. El rey y sus funcionarios
aparecen con trajes propios de su cargo, mientras que los
enemigos conquistados están casi desnudos. También es
evidente una jerarquía social, que comienza con el rey a
gran tamaño, seguido por su portasandalias, con una altura
menor, tras el cual vienen funcionarios más pequeños
todavía y termina con las figuras de menor tamaño: los
enemigos conquistados, los agricultores y los sirvientes. El
rey aparece representado con frecuencia en juegos de
palabras visuales mientras pisotea a sus enemigos. Los
primeros signos egipcios no duplican la información
contenida en las escenas, sino que sirven como etiquetas
para lugares y personas.
159
Parte del problema de comprender cómo se desarrolló
la escritura en el Egipto del Dinástico Temprano está
relacionado tanto con el tipo de objetos sobre los cuales
aparece por primera vez como con sus contextos
arqueológicos. La mayor parte de los ejemplos de escritura
primitiva están asociados al culto funerario, no son
registros de las actividades económicas de los poblados.
Por lo tanto, las primeras etiquetas escritas con jeroglíficos
han sido encontradas en tumbas de la realeza y de la élite.
Del cementerio real de Abydos proceden estelas con los
nombres de los reyes en serekhs y estelas inscritas más
pequeñas asociadas a los enterramientos subsidiarios. La
única estela que posee un texto más largo, encontrada en la
tumba de Merka en Sakkara, de finales de la I Dinastía, no
es más que una lista de sus títulos. Es probable que este
Estado primitivo conservara registros económicos de algún
tipo para facilitar el control económico y administrativo,
pero de ello sólo nos queda la prueba indirecta de las
etiquetas inscritas.
160
Los centros de culto del Dinástico
Temprano
Algunas de las etiquetas inscritas de la I Dinastía
contienen escenas con imágenes de estructuras que son
templos o santuarios, como el complejo amurallado de la
diosa Neith del registro superior de una etiqueta de madera
de la tumba de Aha, en Abydos. La escritura primitiva
también aparece en algunos objetos votivos de pequeño
tamaño, que probablemente sean ofrendas o donativos a
los centros de culto. En ocasiones, los recipientes de piedra
del Dinástico Temprano también están inscritos y los
signos de algunos de ellos sugieren que proceden de
centros de culto. Varios de estos recipientes de piedra
pueden haber sido tomados de centros de culto de diversos
dioses y enterrados en la Pirámide Escalonada de Djoser en
Sakkara. Ello sugiere que, a comienzos del Dinástico
Temprano, existían templos de culto que no estaban
destinados al culto real, pero existen muy pocos restos
arqueológicos de este tipo de arquitectura.
Quizá el ejemplo más impresionante del arte visible en
estos templos primitivos sean las tres estatuas colosales de
caliza de un dios de la fertilidad (¿Min?) que excavara
Petrie en Koptos. Una de ellas, restaurada en el Ashmolean
Museum, tiene más de cuatro metros de altura.
Estilísticamente, los colosos parecen datar o bien de la
Dinastía 0 o bien de comienzos de la I Dinastía. Enterradas
161
en un profundo depósito debajo del posterior templo de
Isis y Min había figuritas (posiblemente objetos votivos)
que hoy día se piensa que son del Reino Antiguo, aunque
también se encontraron fragmentos de cerámica que son
claramente de finales del Predinástico (Nagada). Este tipo
de pruebas sugiere, sin duda, la presencia en este
emplazamiento de un templo o santuario ya desde la época
predinástica. Dado el inmenso tamaño de los colosos,
probablemente estuvieran colocados en el patio del templo,
si bien no se han encontrado restos de ninguna estructura
primitiva. La extracción, transporte, tallado y erección de
piezas de piedra de semejantes dimensiones implica una
organización a gran escala (comunitaria) para renovar y
dotar al centro de culto. Dado que semejante gasto de
energía es mucho más evidente en el culto mortuorio real
de la I Dinastía, la asociación de los colosos de Koptos con
un centro de culto es notable.
Durante las décadas de 1980 y 1990, las excavaciones
del Instituto Arqueológico Alemán en la isla de Elefantina,
en la primera catarata, sacaron a la luz los restos de un
santuario fechado a comienzos del Dinástico Temprano, los
de una fortaleza construida durante la I Dinastía y los de
un gran muro fortificado que rodeaba la ciudad de la II
Dinastía. No ha sido posible identificar el culto que se
desarrollaba en el santuario, pero éste apareció debajo de
un templo de piedra de la XVIII Dinastía dedicado a la
diosa Satet. El santuario primitivo es muy sencillo, consiste
en unas estructuras de adobe de menos de ocho metros de
anchura encajadas en un nicho natural formado por rocas
de granito. Debajo del templo de la XVIII Dinastía se
encontraron cientos de pequeños objetos votivos, en su
mayoría figuritas de fayenza con forma humana y animal.
Muchas de ellas datan del Reino Antiguo, pero algunas son
162
del Dinástico Temprano, incluido un fragmento de una
pequeña estatua de un rey sedente con un signo que ha
sido identificado como el nombre de Djer. Semejante
concentración de figuritas votivas fabricadas a lo largo de
seis dinastías (c. 800 años) sugiere la presencia de un taller
asociado al templo, donde los fieles y peticionarios podían
obtenerlas para luego dejarlas en el templo durante su
visita.
Figuritas similares se han encontrado en depósitos de
Abydos, debajo de una estructura del Reino Antiguo que
ha sido identificada o bien como un templo del dios
Khenti-amentiu o como una capilla ka de Pepi II, soberano
de la VI Dinastía. Es probable que varias de estas figuritas
procedan de un templo del Dinástico Temprano. En el
Main Deposit de Hieracómpolis, localizado bajo un templo
posterior, Quibel y Green encontraron más figuritas de
animales en fayenza, barro cocido y piedra, datadas por su
estilo a finales del Predinástico y al Dinástico Temprano.
En el mismo contexto arqueológico (cerca del Main
Deposit) se hallaron la Cabeza de Maza de Escorpión, la
Paleta de Narmer y la Cabeza de Maza de Narmer, así como
otra paleta ceremonial (la Paleta de los dos Perros), que
estilísticamente parece anterior a la de Narmer, además de
varios marfiles pequeños inscritos con los nombres de
Narmer y Den, dos estatuas del rey Khasekhemuy de la II
Dinastía y recipientes de piedra inscritos fabricados
durante su reinado. Se encontraron pruebas estructurales
de la existencia de un templo primitivo en la misma zona,
pues un revestimiento ovalado de baja altura a base de
bloques de arenisca y de 42 x 48 metros rodeaba un
montículo de arena estéril que había sido llevada al lugar
desde el desierto. La estructura, que se erigió en algún
momento entre finales del Período Predinástico y la III
163
Dinastía, estaba situada dentro de un recinto amurallado
que O’Connor ha sugerido que era un complejo de templos
de diseño similar al recinto funerario y el montículo de
Khasekhemuy en Abydos.
Si O’Connor tiene razón, los templos de culto del
Dinástico Temprano de Abydos, Hieracómpolis y
Elefantina todavía no han sido localizados ni excavados;
pero los datos apuntan a la existencia de complejos de
templos de culto en el interior de las ciudades. Estos
templos tendrían una función distinta a la de los asociados
a los complejos funerarios, que estaban situados fuera de
las ciudades. Los restos arquitectónicos de los cultos
egipcios del Dinástico Temprano (de deidades
desconocidas) son mucho menos impresionantes que los
restos contemporáneos del sur de Mesopotamia. A pesar de
ello, los centros de culto de las ciudades del Egipto del
Dinástico Temprano pueden haber servido para integrar a
la sociedad de las ciudades y los nomos en un sistema de
creencias compartidas que quizá tuviera más significado
inmediato para la vida de las gentes del lugar que los cultos
mortuorios de los cementerios reales o de la élite.
164
El Estado de la II Dinastía
Existe mucha menos información sobre los reyes de la
II Dinastía, a excepción de los dos últimos reinados
(Peribsen y Khasekhemuy), que sobre los de la I Dinastía.
Por lo que sabemos del comienzo del Reino Antiguo en la
III Dinastía, la II Dinastía pudo haber sido un momento en
el cual se estaban sentando los cimientos económicos y
sociales de un Estado fuertemente centralizado que se
desarrolló con unos recursos realmente vastos. Sin
embargo, esta gran transición no puede demostrarse a
partir de los restos arqueológicos de la II Dinastía.
En 1991-1992 el Instituto Arqueológico Alemán en El
Cairo reexcavó en Abydos la tumba del último rey de la I
Dinastía, Qaa, y en ella se encontraron unas impresiones
de sellos de Hetepsekhemuy, el primer rey de la II Dinastía.
Los arqueólogos alemanes han interpretado este
documento como la prueba de que Hetepsekhemuy
terminó la tumba de su predecesor y de que no se produjo
ninguna ruptura en la sucesión dinástica. No obstante, no
se sabe a ciencia cierta dónde fueron enterrados los reyes
de la II Dinastía, pues no hay restos de sus tumbas en
Abydos. Los únicos monumentos de la II Dinastía que hay
en Abydos son dos tumbas y dos recintos funerarios que
pertenecieron a Peribsen y Khasekhemuy. En
Hieracómpolis tenemos también el gran recinto con nichos
conocido como el Fuerte, cerca de la entrada al Gran Wadi,
165
datado en el reinado de Khasekhemuy gracias a una jamba
de piedra inscrita. No se explica la existencia en
Hieracómpolis de esta única estructura y tampoco está
claro que se trate de un segundo recinto funerario para
Khasekhemuy.
Al sur del complejo de la Pirámide Escalonada de
Djoser en Sakkara se encontraron dos enormes series de
galerías subterráneas, cada una con más de cien metros de
longitud. Asociadas a ellas aparecieron impresiones de
sellos de los tres primeros reyes de la II Dinastía
(Hetepsekhemuy, Raneb y Nynetjer), cuyos nombres
también se leen en el hombro de una estatua de granito de
un sacerdote de la II Dinastía llamado Hetepdief
(encontrada en la cercana Mitrahina y en la actualidad en
el Museo Egipcio de El Cairo). Las superestructuras de
estas tumbas de Sakkara han desaparecido por completo,
pero es posible que en ellas se enterraran dos reyes de la II
Dinastía. El tercer rey pudo haber sido enterrado en una
tumba formada por galerías que en la actualidad se
encuentra enterrada bajo el complejo de Djoser. La
superestructura de esta tumba se habría desmontado
durante la III Dinastía, cuando se construyó el monumento
de este rey, momento en que también se restauraron sus
galerías. Esta reconstrucción de los acontecimientos no es
imposible, dada la inmensa cantidad de recipientes de
piedra de la I y II Dinastías, probablemente usurpados de
complejos mortuorios y/o centros de culto anteriores,
encontrados bajo el complejo de Djoser.
La tumba de Peribsen (quizá conocido también como
Horus Sekhemib) en el cementerio real de Abydos es
bastante pequeña (16,1 x 12,8 metros). La cámara funeraria
central es de adobe, al contrario que sus homologas de la I
166
Dinastía, que estaban revestidas de madera. Cuando el
nombre de Peribsen se escribe en un serekh aparece
coronado no por el habitual halcón Horus (como sucede
con el nombre de Sekhemib), sino por el animal de Seth,
una criatura en forma de sabueso o chacal con una ancha
cola erguida. Este dramático cambio en el formato del
nombre real se ha interpretado como la manifestación de
algún tipo de rebelión, que fue aplastada o solucionada por
el último rey de la dinastía, Khasekhemuy, cuyo nombre
aparece en los serekhs coronado tanto por el halcón Horus
como por el animal de Seth. Este conflicto puede haber
quedado simbolizado en la mitología egipcia, como en El
enfrentamiento entre Horus y Seth. No está claro que este
relato mitológico, conocido por textos mucho más tardíos,
y los símbolos de los serekhs de los dos reyes de finales de
la II Dinastía representen una realidad histórica. No
obstante, un epíteto de Khasekhemuy procedente de las
impresiones de sellos, «los dos señores están en paz con
él», parece apoyar la teoría de que resolvió algún tipo de
conflicto interno, siempre que «los dos señores» se tome
como una referencia a Horus y Seth (y sus seguidores).
La última tumba construida en el cementerio real de
Abydos fue la de Khasekhemuy, conocido como
Khasekhem al comienzo de su reinado. Es mucho más
grande que la de Peribsen y su diseño es diferente, pues
está formada por una larga galería (68 metros de longitud y
39,4 metros de anchura en su punto más ancho) dividida en
cincuenta y ocho habitaciones con una cámara central
construida con bloques de caliza. La cámara funeraria, que
mide 8,6 x 3 metros y se conserva hasta una altura de 1,8
metros, es el ejemplo más antiguo conocido de
construcción con piedra a gran escala. Si bien la mayor
parte de su contenido se lo llevó Amélineau, se documentó
167
bien y Petrie lo trata en su publicación de 1901. El ajuar
funerario cuenta con inmensas cantidades de herramientas
y recipientes de cobre, vasos de piedra (algunos con tapas
de oro), herramientas de pedernal y recipientes de
cerámica rellenos de grano y fruta. Petrie también describe
pequeños objetos vidriados, cuentas de cornalina,
herramientas en miniatura, cestas y una gran cantidad de
sellos. Resulta evidente que, atendiendo al elevado número
de habitaciones de la tumba, ésta, habría podido albergar
más ajuar funerario que todas las tumbas de la I Dinastía
del cementerio juntas.
Durante la II Dinastía, los altos funcionarios del Estado
siguieron enterrándose en Sakkara Norte. Cerca de la
pirámide de Unas, soberano de la V Dinastía, Quibell
excavó cinco grandes tumbas-galería subterráneas
excavadas en el lecho de caliza, sugiriendo que se trataba
de un tipo de casa para la otra vida, pues cuentan con
zonas para los hombres y para las mujeres, un «dormitorio
principal» para el enterramiento e incluso cuartos de baño
con letrinas. La más grande de las cinco, la Tumba 2302,
consiste en veintisiete habitaciones bajo una
superestructura de adobe y ocupa una superficie de
58 x 32,6 metros. Las superestructuras de estas tumbas de
la II Dinastía ya no tienen los cuatro lados profusamente
decorados con nichos, como en la I Dinastía, sino que
pasan a tener sólo dos nichos en el lado este, quizá para
señalar el lugar donde los sacerdotes o la familia podían
dejar las ofrendas tras el funeral (un diseño que luego
encontraremos en las tumbas privadas durante todo el
Reino Antiguo).
Es evidente que los planos de las tumbas de la élite de
la II Dinastía evolucionaron a partir de los de las tumbas de
168
los altos funcionarios de la I Dinastía en Sakkara Norte.
Como la meseta de Sakkara está formada por caliza de
buena calidad, estas tumbas de la II Dinastía se diseñaron
con habitaciones para el ajuar funerario excavadas
profundamente en el lecho de roca, donde las habitaciones-
almacén quedaban más protegidas de los ladrones que en la
superestructura. Las tumbas de Sakkara de finales de la II
Dinastía, que probablemente pertenecen a funcionarios de
rango medio, son de diseño similar a las mastabas estándar
del Reino Antiguo, formadas por un pozo vertical excavado
en el lecho de roca que conduce a una cámara funeraria
definida con muros. Por encima del pozo y la cámara había
una superestructura de adobe con dos nichos en el lado
este.
En Helwan, en la orilla este del Nilo, las excavaciones
arqueológicas han sacado a la luz más de diez mil tumbas,
fechadas desde Nagada III hasta la II Dinastía y
probablemente también de comienzos del Reino Antiguo.
Se trata de enterramientos de un tamaño más bien
modesto, que pertenecieron a funcionarios de rango medio.
Una característica de varias de las tumbas de la II Dinastía
en Helwan es la presencia de una estela situada en el techo
de la tumba, tallada con una representación sedente del
dueño de la misma, así como su nombre, títulos y la
llamada fórmula de ofrendas.
Los ataúdes de madera de poca longitud, destinados a
los enterramientos en posición fetal y que en la I Dinastía
sólo se encontraban en las tumbas de la élite, se hicieron
mucho más habituales en tumbas de la II Dinastía, como
las de Helwan. En Sakkara, Emery y Quibell encontraron
cadáveres de la II Dinastía envueltos en vendas de lino
empapadas en resina, prueba temprana de algunos intentos
169
de conservar el cuerpo antes de que se crearan las técnicas
de momificación[4]. Este tipo de medidas eran necesarias
para las inhumaciones en ataúdes, pues, al contrario que
los enterramientos predinásticos, el cuerpo se deshidrataba
de forma natural debido al calor de la arena al depositarse
éste en un agujero en el desierto. El creciente uso de la
madera y la resina en los enterramientos de categoría
media de la II Dinastía probablemente sugiera que por
estas fechas el contacto y el comercio con la región
libanesa habían aumentado mucho.
170
Conclusiones
Como resulta evidente, la arquitectura, el arte y las
creencias asociadas de comienzos del Reino Antiguo
evolucionaron a partir de las del Dinástico Temprano. Lo
que vemos en el complejo de la Pirámide Escalonada de
Djoser es una transformación de las tumbas del Dinástico
Temprano, convertidas en el primer monumento del
mundo construido con piedra a una escala realmente
gigantesca. El monumento también es un símbolo del
enorme control ejercido por la Corona; un poder que se
desarrolló a lo largo de la I y la II Dinastías, tras la
unificación del gran Estado territorial ocurrida en
Nagada II y la Dinastía 0.
El Dinástico Temprano fue el período en el cual se
consolidaron las enormes ventajas de la unificación, que
muy bien podían haber fracasado; fue la época durante la
cual se organizó y amplió con éxito la burocracia estatal,
destinada a poner a todo el país bajo control regio. Esto se
consiguió mediante los impuestos, destinados a mantener
la Corona y sus proyectos a gran escala, incluidas las
expediciones en busca de bienes y materias primas al Sinaí,
Palestina, Líbano, Baja Nubia y el Desierto Oriental. Es
probable que para poder construir los grandes
monumentos funerarios y dotar de soldados a las
expediciones al extranjero se practicara la azofra. El uso de
la primera escritura sin duda facilitó esta organización
171
estatal.
Para los burócratas del Estado había evidentes
recompensas, como atestiguan con claridad los
cementerios a ambos lados del río en la región de Menfis.
La creencia en los beneficios del culto funerario, para el
cual se sacaban continuamente de la circulación económica
inmensas cantidades de bienes, era un factor cohesivo que
ayudó a integrar a esta sociedad tanto en el norte como en
el sur. Durante las primeras dinastías, cuando la Corona
comenzó a ejercer un control enorme sobre la tierra, los
recursos y el trabajo, fue la ideología del dios-rey la que
legitimó ese control, haciéndose cada vez más poderosa
como sistema de creencias unificador.
El florecimiento de la civilización en Egipto fue
resultado de una importante transformación, tanto en la
organización sociopolítica y económica como en la
ideología. Resulta muy notable que esta transformación
tuviera éxito ya en el Dinástico Temprano, pues las
unidades políticas contemporáneas de Oriente Medio y
Próximo eran mucho más pequeñas tanto en territorio
como en población. Que este Estado funcionara con éxito
durante mucho tiempo —un total cercano a los ochocientos
años hasta finales del Reino Antiguo— se debe en parte al
enorme potencial de la agricultura cerealística de la llanura
inundable del Nilo; pero también fue resultado de la
habilidad organizadora egipcia y la fuertemente
desarrollada institución de la realeza.
172
5. EL REINO ANTIGUO
(c. 2686-2125 a. C.)
JAROMIR MALEK
La expresión Reino Antiguo fue impuesta para la
cronología egipcia por los historiadores del siglo XIX y sus
connotaciones pueden resultar engañosas. Refleja un modo
de entender la periodicidad de la historia respecto al cual
actualmente podemos tener serias dudas. Los antiguos
egipcios nunca lo utilizaron y habrían encontrado bastante
difícil discernir la diferencia entre el Dinástico Temprano
(3000-2686 a. C.) y el Reino Antiguo (2686-2125 a. C.). Por
lo que parece, el último rey del Dinástico Temprano y los
primeros soberanos del Reino Antiguo estuvieron todos
relacionados con la reina Nimaathap, quien fuera descrita
como «madre de los hijos del rey» durante el reinado de
Kiiasekhemuy y como «madre del rey del Alto y el Bajo
Egipto» durante el reinado de Djoser (2667-2648 a. C.).
Para los egipcios tenía más importancia que el
emplazamiento de la residencia real no cambiara y siguiera
siendo el Muro Blanco (Ineb-hedj), situado en la orilla
occidental del Nilo, al sur de la moderna El Cairo.
No obstante, los egipcios reconocían y eran conscientes
de la revolucionaria contribución realizada por los
constructores del rey Djoser a la arquitectura funeraria
real. Los grandes proyectos constructivos organizados por
el Estado ejercieron un efecto inmediato y profundo en la
economía y la sociedad egipcias. Esta es la principal
173
justificación con la que contamos para diferenciar entre el
Dinástico Temprano y el Reino Antiguo, aunque quede
señalada por el progreso en la arquitectura más que en
cambios regios personales.
174
Consideraciones cronológicas y
principales características del
período
Gracias a la información que nos proporciona la lista
real ramésida escrita en un papiro conservado en el Museo
Egipcio de Turín, el llamado Canon de Turín, hay muy
pocos eslabones débiles a la hora de colocar en orden y
datar a los soberanos del Reino Antiguo. Entre los reyes
significativos desde el punto de vista cronológico, sólo los
reinados de Menkaura (2532-2503 a. C., aunque quizá reinó
menos años) y Neferirkara (2475-2455 a. C., aunque casi
con seguridad es un cálculo demasiado largo) ofrecen
dificultades más serias. No poseemos fechas seguras
basadas en observaciones astronómicas contemporáneas y
los cálculos realizados para otros periodos pueden cambiar
la posición relativa del Reino Antiguo en el esquema
cronológico general de la historia del Antiguo Egipto. El
grado de Habilidad que concedemos a las fuentes antiguas
y nuestra comprensión del sistema de datación egipcio
también son importantes. No obstante, en general parece
que el año 2686 a. C. como fecha de comienzo del reinado
de Nebka (el primer soberano de la III Dinastía de
Manetón, si bien su posición en la dinastía acaba de
ponerse en duda) es seguro con un error de unos
veinticinco años.
El final del período, unos cinco siglos y medio después,
175
es más oscuro; pero los antiguos egipcios y los
historiadores modernos coinciden a grandes rasgos en sus
características. Para los egipcios, el traslado de la
residencia real fuera de Menfis quedó señalado con una
clara división en sus listas reales. Como ello coincidió
aproximadamente con profundos cambios políticos,
económicos y culturales en la sociedad egipcia, es
conveniente seguir su ejemplo. Al mismo tiempo, la
ausencia de indicadores cronológicos precisos es
desalentadora y el grado de incertidumbre es tal que gran
parte de la a menudo viva polémica existente es, en el
estado actual de nuestros conocimientos, puramente
académica.
Si bien la división de los reyes egipcios en dinastías
(casas reales gobernantes) introducida por el historiador
ptolemaico Manetón en el siglo III a. C. se acepta
generalmente, sus puntos flacos son especialmente visibles
en el caso del Reino Antiguo. Podemos establecer causas
contemporáneas para casi todas las rupturas dinásticas;
pero lo más frecuente es que resulte difícil defenderlas
como un criterio histórico fundado o como una
discontinuidad en el linaje de reyes y no al contrario. Pese
a todo, en ausencia de una alternativa radical, el sistema de
Manetón proporciona un conveniente esquema
cronológico que evita las más fluidas fechas absolutas (en
años a. C.).
Durante el Reino Antiguo, Egipto experimentó un largo
e ininterrumpido período de prosperidad económica y
estabilidad política, como continuación del Dinástico
Temprano. Rápidamente se convirtió en un Estado
organizado de forma centralizada, gobernado por un rey
que se creía dotado de poderes sobrenaturales cualificados.
176
Estaba administrado por una élite alfabetizada
seleccionada, al menos en parte, por sus méritos. Egipto
gozaba de una casi completa autosuficiencia y seguridad
dentro de sus fronteras naturales; no tenía rivales externos
que amenazaran su dominio sobre la zona noreste de
África y las regiones inmediatamente adyacentes de Asia
occidental. Los avances en las ideas religiosas quedaron
reflejados en los impresionantes logros de su arte y
arquitectura.
177
178
Los proyectos constructivos a gran
escala como catalizadores del
cambio
El rey Djoser, mencionado en sus monumentos como
Netjerikhet (su nombre de Horus y nebty), es uno de los
más conocidos monarcas de la historia de Egipto. En el
Canon de Turín su nombre viene precedido por una
rúbrica en tinta roja. En fecha tan tardía como el reinado
de Ptolomeo V Epífanes (205-180 a. C.), cerca de dos mil
quinientos años después, la Estela del Hambre en la isla de
Sehel, en la región de la primera catarata, todavía nos
ofrece testimonio de su imagen como parangón del
soberano sabio y piadoso (djoser significa «sagrado»,
«santo»). Si bien la estela es un texto histórico tendencioso
y espurio inventado por los sacerdotes del dios local,
Khnum, su importancia radica más en la tardía mención a
Djoser que en la historicidad de los acontecimientos que
recoge.
Los anales preservados en la Piedra de Palermo recogen
la construcción de un edificio de piedra llamado
Mennetjeret, que tuvo lugar bien en el reinado de
Khasekhemuy, último rey de la II Dinastía, o en el de
Nebka (2686-2667 a. C.), el predecesor de Djoser. No
sabemos nada más de este edificio, aunque hay muchas
posibilidades de que se trate de la estructura conocida
como Gisr el Mudir en Sakkara Norte, al suroeste de la
179
pirámide de Djoser. No obstante, difícilmente llegó más
allá de sus estadios iniciales, de modo que el crédito de
haber terminado con éxito el primer gran edificio del
mundo construido con piedra, la Pirámide Escalonada, le
pertenece a Djoser.
La superestructura de la tumba de Djoser es el
resultado de seis modificaciones en el plano original,
producidas según se fue conociendo todo el potencial del
nuevo material de construcción. Antes de Nebka y Djoser,
la piedra sólo se había utilizado en un limitado número de
elementos de las tumbas de adobe. La estructura final fue
una pirámide de seis escalones con una planta de 140 x 118
metros y una altura de 60 metros. Se alza dentro de un
recinto de 545 x 277 metros, cuyos muros probablemente
imiten la fachada del palacio real. El cuerpo del rey fue
depositado en una cámara construida debajo de la
pirámide, bajo el nivel del suelo. Si bien para nosotros la
nueva forma arquitectónica señala el paso a un nuevo
período histórico, también guarda una clara conexión con
el pasado. En su diseño inicial era una mastaba de planta
rectangular, es decir, una típica tumba real del Dinástico
Temprano.
Un rasgo notable del recinto es un gran patio abierto y
un complejo de santuarios y otros edificios, réplicas en
piedra de las estructuras que durante la vida del rey se
habrían construido con materiales perecederos para las
fiestas Sed (jubileos reales). Djoser esperaba continuar
celebrando con ellos —durante su otra vida— estos rituales
periódicos, en los que se renovaban su energía, su poder y
su capacidad para gobernar de forma efectiva. En la parte
sur del recinto hay un edificio (la llamada Tumba Sur) que
imita las partes subterráneas de la pirámide. Su función no
180
está clara, pero se puede comparar con la pirámide satélite
de los complejos piramidales posteriores.
La tradición sostiene que el arquitecto de la pirámide
de Djoser e inventor de la construcción en piedra fue
Imhotep (forma griega: Imouthes). Posteriormente sería
deificado y considerado hijo del dios Ptah, así como patrón
de escribas y médicos, identificado con el dios griego
Esculapio. Su existencia histórica quedó confirmada gracias
al descubrimiento de una base de estatua de Djoser que
contiene el nombre del arquitecto. La tumba de Imhotep
probablemente estuviera localizada en Sakkara, quizá en el
borde de la meseta desértica al este de la pirámide de su
soberano, pero todavía no ha sido localizada y sigue siendo
una de las más emocionantes perspectivas para los futuros
trabajos de campo en la zona.
El hecho de que Imhotep fuera gran sacerdote de
Heüópolis indica claramente la importancia que desde
antiguo tuvo el dios sol Ra (o Ra-Atum). La residencia real
y el centro administrativo de Egipto estaban situados en
una zona cuyo dios principal era Ptah; pero es probable
que a comienzos del Reino Antiguo la capital religiosa del
país fuera Heliópolis (la Iunu egipcia y la bíblica On),
situada al noreste de la capital del Reino Antiguo, en la
orilla oriental del Nilo (en la actualidad un suburbio de El
Cairo). Djoser fue el primer soberano en dedicar allí un
pequeño santuario.
Ya a comienzos del reinado de Djoser se pueden
detectar intentos por conseguir la grandeza monumental
adecuada para una tumba regia; son un reflejo de la idea
predominante en esta época respecto a la posición del rey
en la sociedad egipcia. Esta imagen pudo haberse
fortalecido al encontrar en la arquitectura funeraria el
181
medio ideal de expresión. En el transcurso de los siguientes
dos siglos este punto de vista se llevó a su extremo,
convirtiéndose de este modo en un poderoso catalizador
del desarrollo de la sociedad egipcia. La pirámide
escalonada fue adoptada como norma para las tumbas
reales, pero ninguna de las que planearon los sucesores de
Djoser llegó a terminarse. La pirámide de Sekhemkhet
(2648-2640 a. C.) fue comenzada al suroeste de la de Djoser
y su diseño era aún más ambicioso. Un grafito en el muro
del recinto menciona a Imhotep, que quizá siguiera en
activo por entonces. El dueño de la pirámide se dedujo a
partir de la presencia del nombre de Seldiemkhet en las
impresiones de los sellos de arcilla encontrados en sus
cámaras subterráneas. Si bien la cámara funeraria de la
pirámide contenía un sarcófago sellado tallado en alabastro
egipcio, resultó estar vacío; es evidente que la
superestructura fue abandonada cuando alcanzó una altura
de unos siete metros.
Una estructura similar y sin terminar localizada en
Zawiyet el Aryan, al norte de Sakkara, se atribuye con
alguna probabilidad, pero sin certeza, a Khaba (2640-2637
a. C.). La corta duración de los reinados de estos dos
soberanos (sólo seis años cada uno) fue casi con certeza la
responsable de que fueran incapaces de terminar sus
pirámides. Poco es lo que se puede decir con seguridad
sobre las relaciones familiares existentes entre los reyes de
la III Dinastía, pero los dos primeros, Nebka y Djoser,
pueden haber sido hermanos[5].
182
La IV Dinastía (2613-2494 a. C.)
Durante el reinado del rey Esnefru (Hora Nebmaat,
2613-2589 a. C.), la forma externa de la tumba real se
transformó en pirámide verdadera. Esta modificación
podría considerarse una sencilla evolución arquitectónica
si no fuera por otros profundos cambios que tuvieron lugar
al mismo tiempo. Al plano general se le añadieron nuevos
elementos y juntos pasaron a formar un complejo
piramidal. Al conjunto de edificios se le aplicó una nueva
orientación (el eje principal era ahora de este a oeste,
mientras que anteriormente predominaba la dirección
norte-sur). El templo de la pirámide, que servía como
centro del culto funerario, se construyó contra la cara este
de la pirámide (el de Djoser se sitúa en la cara norte). Está
conectado mediante una calzada de acceso con un templo
del valle, próximo al límite de la zona cultivada hacia el
este, que proporcionaba una entrada monumental a todo el
complejo. Cerca de la cara sur de la propia pirámide se
situó una pequeña pirámide satélite. Estas innovaciones
arqueológicas podrían ser el resultado directo de cambios
en la doctrina relativa a la otra vida del rey. Parece que las
antiguas creencias estelares de tendencias astronómicas se
fueron modificando con la incorporación de ideas
centradas en torno al dios sol Ra. Si bien faltan pruebas
textuales, es probable que ya por estas fechas las creencias
relativas a Osiris estuvieran comenzando a influir en los
183
conceptos egipcios sobre la otra vida.
Esnefru, probablemente como resultado de unos planes
fallidos más que por elección, se construyó dos pirámides
en Dashur, al sur de Sakkara. La primera es la Pirámide
Romboidal (al sur), cuyo ángulo fue modificado a dos
tercios de la altura total del edificio tras descubrirse
defectos estructurales durante su construcción. La otra es
la Pirámide Roja (que recibe su nombre de los bloques de
caliza utilizados en su núcleo), donde fue enterrado
Esnefru. Es posible que también se comenzara y se
completara hacia el final de su reinado una tercera
estructura en Meidum, todavía más al sur. Unos mil
doscientos años después, los visitantes de la XVIII Dinastía
que fueron a verla dejaron muy claro en sus grafitos que
pensaban que pertenecía a Esnefru. Es posible que en
principio fuera concebida como pirámide escalonada para
Huni (conocido más correctamente como Nysuteh y al que
quizá también haya que identificar con el Horus Qahedjet,
2637-2613 a. C.); pero una contribución tan sustancial a la
pirámide de su antecesor sería algo único en la historia de
Egipto. La posterior reputación de Esnefru como un
soberano benigno puede que se deba a la etimología de su
nombre, pues esnefer puede traducirse como «hacer bello».
El volumen de los materiales implicados en las
actividades constructoras de Esnefru es mayor que el de
cualquier otro soberano del Reino Antiguo. El Canon de
Turín sitúa la duración de su reinado en veinticuatro años,
si bien los grafitos de los canteros encontrados en el
interior de su pirámide septentrional (la última) en Dashur
parecen sugerir un reinado más largo. El problema se
podría resolver con facilidad si se pudiera demostrar que
las ocasiones epónimas del censo utilizadas para fechar (el
184
año era el del «enésimo censo» o el año «posterior al
enésimo censo»), que durante el Dinástico Temprano se
sabe que tenían lugar bianualmente de forma regular, se
habían vuelto más frecuentes (menos regulares). El sistema
de datación contemporáneo probablemente requiriera la
existencia de anales o registros similares, a los que uno
podía recurrir para poder calcular las fechas con exactitud.
Manetón comienza una nueva dinastía, la IV, con
Esnefru. Parece que de nuevo los cambios arquitectónicos
proporcionan un criterio para la división dinástica. La
perfección en el diseño y construcción de pirámides
alcanzó su cénit durante el reinado del hijo y sucesor de
Esnefru, Khufu (el Keops de Heródoto, Horus Medjedu,
2589-2566 a. C.), cuyo nombre completo era Khnumkhufu,
que significa «el dios Khnum me protege». Khnum era el
dios local de Elefantina, cerca de la primera catarata del
Nilo, pero el motivo del nombre del rey se desconoce. La
información sobre el reinado y el propio rey es
notablemente exigua. Cuando subió al trono debía de ser
un hombre de mediana edad, pero esto no afectó a los
planes de su grandioso monumento funerario. La Gran
Pirámide de Guiza, con una planta cuadrada de 230 metros
de lado y una altura de 146,5 metros, es la pirámide más
grande de Egipto. La cámara funeraria está situada, de
forma inusual, en el corazón del edificio y no a nivel del
suelo o bajo tierra. Antiguamente se pensaba que el plano
se modificó en el transcurso de la construcción, pero
actualmente se considera que el diseño de la
superestructura pudo haber sido previsto tal cual está
desde un principio. La cifra que se suele mencionar
siempre, de 2.300.000 bloques de piedra con un peso medio
de 2,5 toneladas utilizados en la construcción, es
aproximada, pero es posible que no se aleje mucho de la
185
realidad. Originalmente, los templos del valle y de la
pirámide, así como la calzada de acceso, estaban decorados
con escenas en bajorrelieve que transmitían las ideas de la
monarquía egipcia y recogían de forma anticipada ciertos
acontecimientos que el rey esperaba disfrutar en la otra
vida, como las fiestas Sed. Desafortunadamente, los relieves
se han perdido casi por completo.
En una zanja cerca de la cara sur de la pirámide se
descubrió un barco desmontado de casi 43,4 metros de
eslora construido principalmente con madera de cedro, que
fue excavado y montado con éxito. Otro barco semejante
reposa en una zanja similar cercana, pero no está tan bien
conservado. Parece probable que estuvieran pensados para
que el rey difunto los utilizara en su viaje por el cielo en
compañía de los dioses. Dos zanjas más grandes con forma
de barco se excavaron en la roca en la cara este de la
pirámide y una quinta cerca del extremo superior de la
calzada de acceso.
Tres pirámides que albergaron los enterramientos de
las reinas de Khufu se alinean al este de la pirámide[6].
También frente a la cara oriental del monumento se
encontró un caché con objetos pertenecientes a la madre de
Khufu, Hetepheres. Estaba intacto y contaba con ejemplos
notables de mobiliario, pero no guardaba con el cuerpo de
Hetepheres. Es probable que cerca de los templos del valle
de la mayoría de las pirámides se desarrollara un
asentamiento donde residieron los sacerdotes y artesanos
relacionados con el culto del rey. El templo del valle de
Khufu se encuentra situado bajo las casas del moderno y
densamente habitado poblado de Nazlet el Simman, bajo la
meseta desértica, pero las condiciones existentes hacen
muy complicada su excavación completa.
186
El responsable final de la conclusión del proyecto antes
del final de los veintitrés años de reinado de Khufu[7] fue el
visir Hemiunu, enterrado en una inmensa mastaba en el
cementerio situado al oeste de la pirámide de su señor. El
padre de Hemiunu, el príncipe Nefermaat, fue visir del rey
Esnefru y pudo haber organizado la construcción de las
pirámides de su soberano. Los dos linajes familiares, el de
los reyes y el de los visires, discurren paralelos durante al
menos dos generaciones. La datación de la pirámide y su
función como tumba es indudable, a pesar de que el cuerpo
del rey y todo su ajuar funerario fueran víctimas de los
ladrones de tumbas y hayan desaparecido sin dejar rastro.
No obstante, su enorme tamaño, las sorprendentes
propiedades matemáticas de su diseño y la perfección y
precisión de su construcción siguen generando
explicaciones acíentíficas. Es probable que fuera la escala
de la pirámide la que contribuyera a la posterior reputación
de Khufu como un déspota sin corazón, como se da a
entender en la literatura egipcia y recogió Heródoto.
Los largos reinados de Huni, Esnefru y Khufu y el
elevado número de hijos que tuvieron cada uno complicó
la sucesión. Uno de ellos, Hardjedef, hijo de Khufu, se
conoce por varias fuentes egipcias. Su tumba ha sido
localizada en Guiza, al este de la pirámide de su padre.
Hardjedef consiguió fama de hombre sabio y es el supuesto
autor de una obra literaria conocida como Las instrucciones
de Hardjedef, que continuó siendo leída y transmitida en
papiro durante el resto de la historia egipcia. Kawab, el hijo
mayor de Khufu y su reina principal, Meritites, murió
antes que su padre, de modo que el trono pasó a otro de los
hijos de Khufu, probablemente habido con una reina
secundaria.
187
La pirámide del sucesor inmediato de Khufu, Djedefra
(Horus Kheper, 2566-2558 a. C.), fue comenzada en Abu
Rowash, al noroeste de Guiza. Otra pirámide, en Zawiet el
Aryan, al sur de Guiza, pertenece a un rey cuyo nombre, si
bien aparece varias veces en los grafitos de los canteros,
sigue siendo incierto (se han sugerido lecturas como
Nebka, Baka, Khnumka, Wehemka y otras). Se discute
incluso su lugar en la IV Dinastía. Djedefra fue el primero
en utilizar el epíteto «hijo del dios Ra» e incorporar un
nombre de Ra al suyo. Ambas pirámides se abandonaron
en las primeras etapas de su construcción, si bien parece
que las dos se utilizaron para enterrar a sus propietarios[8].
El rey Khafra (el Kefren de Heródoto, HorusWeserib,
2558-2532 a. C.), cuyo nombre puede leerse también como
Rakhaef, era otro hijo de Khufu. Él y su hijo Menkaura (el
Micerinos de Heródoto, Horus Kakhet, 2532-2503 a. C.)
construyeron sus pirámides en Guiza. Su planta,
dimensiones y materiales difieren de las de Khufu y
muestran el desarrollo de las ideas asociadas a este tipo de
monumento. La planta (214,5 metros de lado) y la altura
(143,5 metros) de la pirámide de Khafra la convierten en la
segunda más grande de Egipto y gracias a una cuidadosa
selección de su emplazamiento, en un terreno ligeramente
más elevado que la de Khufu, parece del mismo tamaño
que ésta.
El complejo piramidal de Khafra cuenta con un rasgo
que no se repite en ningún otro, una inmensa estatua
guardiana situada al norte del templo del valle, cerca de la
calzada de acceso que conduce hasta el templo funerario y
la pirámide. Se trata de un león tendido y con cabeza
humana que hoy conocemos como la Gran Esfinge (un
término griego que puede derivar de la frase egipcia
188
shesep-ankh, «imagen viva»). Sus dimensiones, unos 72
metros de largo y 20 metros de altura, la convierten en la
estatua de mayor tamaño del mundo antiguo. La Gran
Esfinge no fue adorada por derecho propio hasta
comienzos de la XVIII Dinastía, cuando pasó a ser
considerada una forma local del dios Horus (Horemakhet,
en griego Harmakis, Horus del Horizonte). Delante de ella,
si bien sin conexión aparente entre ambos, había un
edificio construido con una planta inusual y un patio
abierto que se ha interpretado como un templo solar. La
denominación «hijo de Ra» se convirtió en esta época en
una parte estándar del título real y tanto Khafra como
Menkaura siguieron el ejemplo de Djedefra de incorporar
el nombre del dios sol al suyo propio.
La pirámide de Menkaura muestra un amplio uso del
granito, un material de construcción más prestigioso que la
caliza, pero fue construida a una escala menor (105 metros
de lado y 65,5 metros de altura), lo que sugiere que para
entonces había desaparecido el ansia por las grandes
alturas. Es una precursora de las pirámides de la V y la VI
Dinastías, más pequeñas y construidas de forma menos
concienzuda. Las pirámides de Guiza presentan una clara
relación con respecto a la distribución del espacio en la
meseta, pero se trata más del resultado de las técnicas
utilizadas al topografiar el lugar por primera vez que de un
plan general concebido desde un principio. Es poco
probable que la teoría según la cual la posición de las
pirámides de Guiza refleja la de las estrellas de la
constelación de Orion sea correcta.
Aparentemente, el complejo piramidal de Menkaura
fue completado de forma apresurada por su hijo y sucesor,
Shepseskaf (Horus Shepseskhet, 2503-2498 a. C.). Fue el
189
único soberano del Reino Antiguo en abandonar la forma
piramidal, construyéndose en cambio en Sakkara Sur una
inmensa mastaba en forma de sarcófago, cuya base medía
100 x 72 metros. El monumento se conoce como Mastabat
el Faraun. Khentkawes, probablemente reina de Menkaura,
posee una tumba similar en Guiza, pero en Abusir también
se construyó un complejo piramidal para ella[9]. El
significado del abandono por parte de Shepseskaf de la
forma piramidal en favor de una tumba con forma de
mastaba se nos escapa, pero resulta tentador considerarlo
como un signo de duda religiosa, cuando no de crisis. El
Canon de Turín incluye un reinado de dos años después de
Shepseskaf; pero el nombre del rey se ha perdido (quizá sea
el Tamftis de Manetón) y todavía no ha sido posible
confirmarlo. Parece, por lo tanto, que todos los reyes de la
IV Dinastía fueron descendientes de Esnefru. La idea de
que el hijo enterraba a su padre y lo sucedía era ubicua en
Egipto, pero no era una condición imprescindible para la
sucesión real y no confería automáticamente el derecho a
ella.
La localización concreta del Muro Blanco (Ineb-hedj), la
capital de Egipto, que la tradición afirma que fue fundada
por el rey Menes al comienzo de la historia egipcia, todavía
no se ha encontrado. Pudo haber estado cerca del moderno
poblado de Abusir, en el valle del Nilo, aproximadamente
al noreste de la pirámide de Djoser. Las razones para la
elección de Zawiet el Aryan, Meidum, Dashur, Sakkara,
Guiza y Abu Rowash como emplazamiento de las
pirámides de la III y la IV Dinastía no están claras. La
localización de los palacios reales y la disponibilidad de un
sitio adecuado para la construcción cerca de la pirámide de
su predecesor pueden haber tenido algo que ver en la
decisión.
190
La realeza y la otra vida
Para una mente moderna, sobre todo si carece de una
profunda experiencia religiosa y una fe arraigadas, no
resulta fácil comprender la necesidad de llevar a cabo unos
proyectos tan inmensos y aparentemente despilfarradores
como la construcción de las pirámides. Esta falta de
comprensión se refleja en el gran número de teorías
esotéricas sobre el propósito y origen de estos edificios. La
profusión de interpretaciones de este calibre se ve ayudada
por la casi completa reticencia de los textos egipcios a
tratar la cuestión.
En el Antiguo Egipto, el rey disfrutaba de una posición
especial como mediador entre los dioses y la gente, como
punto de contacto entre lo divino y lo humano, siendo
responsable de ambos. Su nombre de Horus lo identificaba
con el dios halcón (del cual era la manifestación) y su
nombre nebty («dos señoras») lo relacionaba con las dos
diosas tutelares de Egipto, Nekhbet y Wadjet. Compartía la
designación de netjer con los dioses, pero por lo general era
calificado de netjer nefer, «dios menor» (si bien la
expresión también puede entenderse como «dios
perfecto»). A partir del reinado de Khafra, uno de sus
nombres vino precedido por el título «hijo de Ra». El rey
había sido elegido y aprobado por los dioses y tras su
muerte pasaba a acompañarlos. El contacto con los dioses,
conseguido mediante el ritual, era su prerrogativa; si bien
191
por razones prácticas los elementos más mundanos del
mismo eran delegados en sacerdotes. Para las gentes de
Egipto, su rey era el garante del continuo orden que
reinaba en su mundo: el cambio regular de las estaciones,
el retorno de la inundación anual del Nilo y los predecibles
movimientos de los cuerpos celestes; pero también de la
protección contra las fuerzas amenazadoras de la
naturaleza y contra los enemigos situados fuera de las
fronteras de Egipto. La eficacia del rey a la hora de cumplir
con estas obligaciones era, por lo tanto, de primordial
importancia para el bienestar de todos y cada uno de los
egipcios. Las disensiones internas eran mínimas y el apoyo
al sistema era genuino y estaba muy difundido. Los
mecanismos coercitivos del Estado, como la policía,
destacan por su ausencia; la gente estaba unida a la tierra y
el control sobre cada uno de ellos era ejercido por las
comunidades locales, que estaban cerradas a los recién
llegados.
El papel del rey no terminaba con su muerte: tanto para
sus contemporáneos enterrados en las cercanías de su
pirámide como para aquellos implicados en su culto
funerario, la relación con el rey continuaba para siempre.
Por lo tanto, todos estaban interesados en salvaguardar la
posición y categoría del rey tras su muerte tanto como lo
habían hecho en vida. En este período de la historia
egipcia, la monumentalidad era un modo importante de
expresar este concepto. Dado el grado de prosperidad
económica disfrutado por el país, la disponibilidad de mano
de obra y la elevada calidad de la gestión, no hay por qué
dudar de que fueron perfectamente capaces de completar
con éxito los proyectos de las pirámides. Buscar fuerzas y
motivos externos para explicarlas es fútil e innecesario.
192
Las tumbas de los miembros de la familia real, los
sacerdotes y los funcionarios de la III Dinastía están
separadas de las zonas exclusivas donde se encuentran las
pirámides. Casi todas estas tumbas siguieron
construyéndose con adobe, si bien es posible que en
Sakkara existan ejemplos tempranos de mastabas de
piedra. No obstante, en la IV Dinastía estas tumbas, ahora
edificadas con piedra, rodean las pirámides, como si las
propias tumbas formaran parte de los complejos (en
realidad quizá fuera así como eran percibidas). Como
muchas de ellas eran regalos del rey y fueron edificadas
por los artesanos y artistas reales, el volumen de la
actividad constructiva de la realeza es aún mayor de lo que
sugieren las pirámides por sí solas. Los amplios campos de
mastabas, erigidas según un plan predeterminado y
separadas por calles en ángulo recto, son únicos de la IV
Dinastía y se conocen sobre todo en Meidum, la pirámide
norte de Esnefru y la pirámide de Khufu en Guiza. No hay
que olvidar que la mayor parte de las pruebas utilizadas en
nuestra reconstrucción de la historia del Reino Antiguo
proceden de contextos funerarios, por lo que es posible que
estén sesgadas; los asentamientos del Reino Antiguo raras
veces se han conservado o han sido excavados (las
ciudades de Elefantina y Ayn Asil son casos inusuales). El
estado de la técnica puede deducirse a partir de los
proyectos en los que fue utilizada, pero se carece de
información detallada sobre la misma. Por ejemplo, sólo las
fuentes posteriores al Reino Antiguo dejan claro que los
constructores de las pirámides no utilizaron vehículos con
ruedas (si bien la rueda se conocía).
193
Economía y administración del
Reino Antiguo
El enorme volumen de los trabajos de construcción
realizados en los dos siglos durante los cuales los reyes de
la III y la IV Dinastía de Manetón ejercieron su dominio
tuvieron un profundo efecto en la economía y la sociedad
del país. Sería un error subestimar el considerable esfuerzo
y pericia necesarios para construir las grandes mastabas de
adobe del Dinástico Temprano; pero la edificación de
pirámides de piedra elevó estas empresas a un plano por
completo diferente. El número de constructores
profesionales necesario tuvo que ser grande, sobre todo si
se tiene en cuenta a todos aquellos implicados en la
extracción y transporte de los bloques de piedra, la
edificación de las rampas de acceso que necesitaban los
constructores y toda la logística implicada en el proceso,
como el suministro de alimento, agua y otros bienes
necesarios, además del mantenimiento de las herramientas
y otras muchas tareas relacionadas.
La economía egipcia no estaba basada en el trabajo
esclavo. Incluso si se admite que la mayoría del trabajo se
realizó en la época en la cual la inundación anual hacía
imposible el trabajo en los campos, una gran parte de la
fuerza laboral necesaria para construir pirámides hubo de
ser sustraída de las tareas agrícolas y de la producción de
comida. Esto ejercería una considerable presión sobre los
194
recursos existentes y proporcionó un poderoso estímulo
para realizar esfuerzos destinados a incrementar la
producción agrícola, mejorar la administración del país,
desarrollar un medio eficaz de recaudar impuestos y buscar
nuevas fuentes de ingresos y mano de obra en el
extranjero.
Con el comienzo de la construcción de pirámides las
exigencias sobre la producción agrícola egipcia cambiaron
drásticamente, puesto que había que mantener a aquéllos
que habían dejado de colaborar en la producción de
alimentos. El consumo y las expectativas de aquéllos que se
unieron a la élite directiva se incrementaron en
consonancia con su nueva categoría. No obstante, las
técnicas agrícolas siguieron siendo iguales. La principal
contribución del Estado fue organizativa, incluidos actos
como la prevención de hambrunas locales al hacer llegar
recursos excedentes de otras zonas, la reducción de los
efectos de las grandes calamidades (como una inundación
baja), la eliminación de los dañinos conflictos locales al
ofrecer arbitrajes y la mejora de la seguridad. Los trabajos
de irrigación eran responsabilidad de los administradores
locales y los intentos por incrementar la producción
agrícola se centraron en ampliar los terrenos cultivados,
para lo cual el Estado podía proporcionar fuerza laboral y
otros recursos.
Todo lo anterior vino acompañado de la necesidad de
una mejor organización administrativa del país y de un
modo más eficaz de recaudar los impuestos. Los grandes
centros de población existentes, a menudo heredades
reales, se convirtieron en las capitales de los distritos
administrativos (nomos), mientras que la estratégicamente
situada capital del país, en el vértice del delta,
195
proporcionaba el equilibrio entre el Alto Egipto (ta
shemau) en el sur y el Bajo Egipto (ta mehu) en el norte.
Desgraciadamente, las ciudades del Reino Antiguo están
enterradas bajo los asentamientos posteriores y, sobre
todo, en el delta, a menudo bajo la capa freática actual. Por
lo tanto, estos primeros asentamientos son prácticamente
desconocidos a nivel arqueológico; ni siquiera la capital de
Egipto ha sido excavada todavía y los casos de ciudades
como Elefantina o Ayn Asil en el oasis de Dakhla son
excepcionales. Las primitivas comunidades semiautónomas
perdieron su independencia y la posesión privada de la
tierra prácticamente desapareció, siendo reemplazadas
todas por heredades reales. El antiguo y rudimentario
censo se convirtió en un sistema fiscal que lo abarcaba
todo.
Durante gran parte del Reino Antiguo, Egipto fue un
Estado planificado y administrado de forma centralizada,
encabezado por un rey que era el dueño teórico de todos
sus recursos y cuyos poderes eran prácticamente absolutos.
Era capaz de apropiarse de las personas, imponer trabajos
obligatorios, recaudar impuestos y reclamar a voluntad
cualquier recurso de la tierra, si bien en la práctica se veía
refrenado por una serie de restricciones. Durante la III y la
IV Dinastías, muchos de los principales funcionarios del
Estado fueron miembros de la familia real, continuando de
forma directa el sistema de gobierno del Dinástico
Temprano. Su autoridad derivaba de su estrecha relación
con el soberano. El cargo más importante era el de visir (la
palabra que se utiliza de forma convencional para traducir
la expresión egipcia tjaty), que era el responsable de
supervisar el funcionamiento de todos los departamentos
del Estado, excluidos los asuntos religiosos. Fue durante los
reinados de los soberanos de la IV Dinastía cuando una
196
serie de príncipes reales ejercieron el visirazgo con éxitos
espectaculares.
Los títulos de los diferentes funcionarios son una de las
grandes fuentes de información sobre la administración
egipcia. Los textos explícitos y detallados como los de
Metjen, funcionario de principios de la IV Dinastía, son
algo excepcional. La intensidad del control estatal sobre
cada persona se incrementó de forma drástica, lo que vino
acompañado de un aumento similar en el número de
funcionarios en todos los niveles de la administración. La
consecuencia fue que la carrera administrativa quedó
abierta a recién llegados competentemente alfabetizados no
relacionados con la familia real. Estos funcionarios eran
remunerados por sus servicios de diversos modos, pero el
más importante era el usufructo ex officio de tierra estatal
(real), por lo general heredades habitadas por sus
cultivadores. Este tipo de propiedades producían
prácticamente todo lo que su personal necesitaba —en este
nivel económico, el comercio interior se limitaba al trueque
oportunista— y su remuneración ex officio consistía en el
excedente producido. Al menos en teoría, esta tierra
revertía al rey después de que el funcionario cesara en el
cargo y así podía ser asignada a otro como remuneración.
En un sistema económico que no conocía la moneda, era
un modo muy efectivo de pagar el salario de los
funcionarios, pero también representaba una importante
merma de los recursos del rey.
197
Los cultos funerarios reales
El efecto de la construcción de una pirámide no se
detenía con la compleción del propio edificio. Cada
complejo piramidal era el centro del culto de un rey
fallecido, que se suponía que debía continuar
indefinidamente. Su intención era la de satisfacer las
necesidades del rey y de una forma menos directa la de sus
dependientes, es decir, los miembros de su familia y los
funcionarios y sacerdotes enterrados en las tumbas
cercanas. El principal beneficiario era el propio soberano,
que durante su vida dotaba a su pirámide con tierras o
hacía los arreglos necesarios para que recibiera
contribuciones del Tesoro. Las disposiciones del culto
implicaban la presentación de ofrendas, si bien es probable
que sólo una pequeña parte de los productos disponibles en
esas fundaciones terminaran en los altares y mesas de
ofrendas (además, posiblemente no se desperdiciarían, sino
que serían reciclados, ya fuera consumidos por el personal
del templo o distribuidos de una forma más amplia). La
mayor parte de esta producción se destinaba a mantener a
los sacerdotes y funcionarios implicados en el culto
funerario, así como a los artesanos que vivían en la ciudad
de la pirámide o bien era redirigida para mantener los
cultos funerarios de tumbas no reales. Se trata de un modo
característicamente egipcio de redistribuir el producto
nacional y hacer que sus beneficios recorrieran todos los
198
estratos de la sociedad egipcia. No obstante, como las
donaciones de tierras realizadas a las fundaciones de las
pirámides estaban protegidas para siempre por decretos
reales que las hacían permanentes e inalienables, esto
supuso una reducción del poder económico del rey.
Las disposiciones para el culto funerario real afectaban
incluso a las provincias. El culto de Esnefru pudo haberse
centrado en un número de pequeñas pirámides
escalonadas, cada una de las cuales tenía una planta de
aproximadamente veinte metros de lado, de las que se
conocen al menos siete (en Elefantina, Edfu, El Kula,
Ombos, Abydos, El Seila y Zawiet el Mayitin). Sólo una de
ellas, la de El Seila, puede datarse con precisión en el
reinado de Esnefru, gracias a una estela y una estatua.
Los grandes proyectos constructivos también
proporcionaron estímulos para las expediciones que se
enviaban al extranjero con la intención de conseguir
minerales y otros recursos no disponibles en el propio
Egipto. Estaban organizadas por el Estado: antes de la VI
Dinastía no se conoció otra forma de comercio a larga
distancia. Los nombres de Djoser, Sekhemkhet, Esnefru y
Khufu aparecen en inscripciones rupestres en las minas de
cobre y turquesa de Wadi Maghara, en la península del
Sinaí. Es posible que Djoser fuera precedido allí por Nebka,
si es que éste es el mismo rey que el Horus Sanakht. La
Piedra de Palermo contiene un registro donde se menciona
que durante el reinado de Esnefru se trajeron de una
región extranjera sin especificar cuarenta barcos cargados
de madera. Los nombres de Khufu y Djedefra aparecen
escritos en las canteras de gneis situadas en lo profundo
del Desierto Occidental nubio, a 65 kilómetros al noroeste
de Abu Simbel. La grauvaca y la limolita para la fabricación
199
de estatuas procedían de Wadi Hammamat, situado entre
Koptos (la moderna Qift) y el mar Rojo. La presencia de
objetos egipcios de los reinados de Khufu, Khafra y
Menkaura en Biblos, al norte de Beirut, así como de época
de Khafra en Tell Mardik (Ebla), en Siria, probablemente se
expliquen por el comercio o la diplomacia.
Durante la III y la IV Dinastías no existieron amenazas
serias para Egipto procedentes del extranjero. Las
campañas militares en las regiones limítrofes, sobre todo
Nubia y Libia, deben entenderse como un medio de
explotación de las zonas vecinas en busca de los recursos
disponibles. Subyugar a los enemigos externos de Egipto
era una de las principales obligaciones del rey egipcio y en
este caso la doctrina de la realeza y la realpolitik coincidían
del modo más conveniente. La mayor parte de las pruebas
proceden del reinado de Esnefru, pero probablemente no se
trató de un caso único, sólo del mejor documentado. Este
tipo de cruda política exterior parece haber sido
particularmente habitual durante la IV Dinastía, cuando la
economía del país posiblemente se llevaba hasta sus
límites. Nubia fue el destino de una gran expedición
enviada por Esnefru en busca de recursos, como cautivos y
rebaños de ganado además de materias primas, incluida la
madera. La Piedra de Palermo registra un botín de 7.000
cautivos y 200.000 cabezas de ganado. Estas campañas
destruyeron los asentamientos locales y despoblaron la
Baja Nubia (situada entre la primera y la segunda catarata
del Nilo), con el aparente resultado de la desaparición de la
cultura local conocida como Grupo A (véase el capítulo 4).
Durante la IV Dinastía se creó un asentamiento en Buhen,
en la zona de la segunda catarata.
La construcción monumental proporcionó
200
oportunidades sin precedentes a los artistas, sobre todo a
los que fabricaban estatuas y tallaban relieves. La
experiencia en el trabajo de la piedra a pequeña escala
conseguida durante los períodos anteriores se convirtió en
escultura a gran escala, con resultados brillantes. Los
complejos piramidales regios estaban dotados de estatuas,
sobre todo del rey, en ocasiones acompañado por deidades.
Si bien para nosotros sus cualidades estéticas son
sorprendentes, estas obras de arte eran ante todo
funcionales. Así, la primera estatua de gran tamaño que se
ha conservado, la de Djoser, se encontró en el templo de su
pirámide, en Sakkara. Estaba situada dentro del serdab
(«habitación para estatuas», a partir de la palabra árabe
que significa «sótano»), en la cara norte de la pirámide, y
su intención era la de ser una manifestación secundaria del
ka («espíritu») del rey, tras el propio cuerpo. Un motivo
similar se asigna a las estatuas de las tumbas de los
particulares.
El número de estatuas reales colocadas en los templos
se incrementó a lo largo de la IV Dinastía. La estatua de
gneis de Khafra, protegida por un halcón (posado en la
parte posterior de su trono como manifestación del dios
Horus, con el cual el rey era identificado), es una obra
maestra que se imitó a menudo en épocas posteriores, pero
que nunca se igualó. En los templos de las deidades locales
también había estatuas de dioses, pero no se ha conservado
casi ninguna de ellas.
A partir de mediados de la IV Dinastía, los templos y
calzadas asociados a las pirámides estaban decorados con
soberbios altorrelieves y lo mismo ocurrió en las capillas de
muchas tumbas. Los relieves no eran mera decoración, sino
que expresaban conceptos como la realeza en los
201
monumentos del soberano o, en el caso de los muertos no
pertenecientes a la realeza, satisfacían sus necesidades en
la otra vida; su inclusión en templos y tumbas garantizaba
su perpetuidad. Las estelas de madera de los nichos de la
tumba en Sakkara de Hesira, funcionario de Djoser (en la
actualidad en el Museo Egipcio de El Cairo), presentan un
alto nivel de calidad en la decoración en relieve en un
período notablemente temprano. Estos relieves los creaban
los mismos artistas que trabajaban en los monumentos
reales y, al igual que las tumbas y sus estatuas, se trataba
de regalos del soberano.
En esta época la escritura jeroglífica se convirtió en un
sistema plenamente desarrollado, empleado con propósitos
monumentales. Su homóloga cursiva, llamada hierática por
los egiptólogos, se utilizaba para escribir sobre papiro, pero
el hallazgo de este tipo de documentos anteriores a la V
Dinastía es extremadamente raro.
202
Los templos solares y el ascenso del
dios Ra
Hasta hace relativamente poco tiempo, la aparición de
la V Dinastía de Manetón se describía según aparece en un
texto literario encontrado en el Papiro Westcar, una
colección incompleta de historias que probablemente se
compilara durante el Reino Medio y puesta por escrito algo
después. El escenario donde transcurre es la corte del rey
Khufu, donde los príncipes reales entretienen a su quejoso
padre con historias. La narración del príncipe Hardjedef
predice el nacimiento de unos trillizos, los futuros reyes
Userkaf, Sahura y Neferirkara, paridos por Radjedet,
esposa de un sacerdote del dios Ra en Sakhbu (en el delta),
como resultado de su unión carnal con el dios sol. Con
pesar para Khufu, estos niños estaban destinados a
reemplazar a sus propios descendientes en el trono de
Egipto. El comienzo de la nueva V Dinastía de Manetón
parece estar relacionado con un cambio importante en la
religión egipcia y, como muestra el Papiro Westcar, la
división puede ser el reflejo de una tradición egipcia.
El primer rey de la nueva dinastía fue Userkaf (Horus
Irmaet, 2494-2487 a. C.), cuyo nombre sigue el mismo
patrón que el del último (o quizá penúltimo) rey de la IV
Dinastía, Shepseskaf. Se ha sugerido que Userkaf era nieto
de Djedefra; pero, si bien es indudable la existencia de
alguna relación familiar entre aquél y los soberanos de la
203
IV Dinastía, su naturaleza concreta es incierta. No sabemos
nada de la historia del reinado de Userkaf y no existen
pruebas contemporáneas que apoyen la versión de los
acontecimientos proporcionada por el Papiro Westcar.
El más importante logro arquitectónico que
conservamos de Userkaf es la construcción de un templo
dedicado específicamente al dios sol Ra. Fue el comienzo de
una moda, pues en los siguientes ochenta años seis de los
siete primeros reyes de la V Dinastía de Manetón (Userkaf,
Sahura, Neferirkara, Raneferef Nyuserra y Menkauhor)
construyeron templos de este tipo. Conocemos los nombres
de los templos gracias a los títulos de los sacerdotes que
sirvieron en ellos, pero hasta ahora sólo se han encontrado
y excavado dos, los de Userkaf y Nyuserra. El templo solar
construido por Userkaf se encuentra en Abusir, al norte de
Sakkara (si bien las excavaciones que se están llevando a
cabo en la zona parecen confirmar que la división entre
Sakkara y Abusir se debe a los arqueólogos modernos y
que en la Antigüedad no se consideraba que existiera
ninguna división entre ellas).
La pirámide de Userkaf se encuentra en Sakkara Norte,
cerca de la esquina noreste del recinto de Djoser. A juzgar
por su pequeño tamaño (73,5 metros de lado y 49 metros de
altura) y el método de construcción, mucho menos
meticuloso, además de por su tendencia a la improvisación
(el templo principal de la pirámide se encuentra, de forma
inusual, dispuesto contra la cara meridional de la pirámide,
quizá para no interferir con una estructura ya existente) en
esta época tuvo lugar una importante reevaluacíón de la
rígida monumentalidad anterior. Userkaf, cuyo reinado
duró sólo siete años, pudo haber subido al trono cuando ya
era un hombre mayor.
204
La construcción de los templos solares fue el resultado
del aumento gradual de la importancia del dios sol. Ra se
convirtió en lo más cercano que había en Egipto a un dios
estatal. Cada rey construyó un nuevo templo solar y su
cercanía a los complejos piramidales, además de su
parecido en cuanto a sus elementos con los monumentos
funerarios reales, sugieren que se construyeron para la otra
vida más que para la presente. Un templo solar consistía en
un templo del valle unido mediante una calzada de acceso a
un templo superior. El rasgo principal del templo superior
era un pedestal gigantesco con un obelisco, un símbolo del
dios sol. En un patio abierto al sol había un altar. En el de
Userkaf, el primero de los templos solares construidos, no
había relieves, pero en el de Nyuserra eran muy
abundantes. Por un lado enfatizaban el papel del dios sol
como dador definitivo de vida y fuerza impulsora de la
naturaleza y, por el otro, definían el papel del rey en el
eterno ciclo de acontecimientos al mostrar su periódica
celebración de las fiestas Sed. Cerca se construyó con adobe
una gran réplica de una barca del dios sol. Por lo tanto, los
templos eran monumentos personales a la relación
continua de cada rey con el dios sol en la otra vida. Al
igual que los complejos piramidales, los templos solares
fueron dotados de tierras, recibieron donaciones en especie
en los días de fiesta y contaban con su propio personal.
205
La V Dinastía
La explicación de los orígenes de la V Dinastía dada en
el Papiro Westcar se puede contrastar con las pruebas
contemporáneas de los reinados de Sahure y Neferirkara.
En su mastaba de Guiza, la reina Khentkawes se identifica
con un título único: «madre de dos reyes del Alto y el Bajo
Egipto». Este mismo título aparece en su pirámide
(recientemente descubierta por arqueólogos checos),
situada cerca de la pirámide de Neferirkara en Abusir. Si la
Khentkawes de Guiza y la de Abusir son la misma persona,
los dos hijos mencionados en su título serían Sahura
(Horus Nebkhau, 2487-2475 a. C.) y Neferirkara (Kakai,
Horus Userkhau, 2475-2455 a. C.) y el Papiro Westcar
tendría razón en parte. Las pirámides de estos dos reyes se
encuentran en Abusir, como todas las de los reyes que
construyeron templos solares (y probablemente también la
de Shepseskara, 2455-2448 a. C.). La calzada de acceso que
comunicaba el templo del valle y el templo de la pirámide
del complejo funerario de Sahura estaba decorada con
relieves muy conseguidos que anticipan los más conocidos
de la calzada del rey Unas (2375-2345 a. C.). Los reyes de
Abusir forman un grupo estrechamente unido y sus
monumentos presentan muchas similitudes.
El templo de la pirámide de Neferirkara ha
proporcionado el más importante grupo de papiros
administrativos del Reino Antiguo. Estos documentos
206
arrojan luz sobre el día a día del funcionamiento de un
complejo piramidal e incluyen registros detallados de los
productos entregados, listas de los sacerdotes de servicio,
inventarios del equipamiento del templo y cartas. No
obstante, el complejo piramidal quedó sin terminar y su
templo del valle y la calzada de acceso fueron
posteriormente incorporados por Nyuserra a su propio
complejo funerario.
El rey Shepseskara (Horus Sekhemkhau, 2455-2448
a. C.) fue el más efímero del grupo de Abusir y todavía no
se ha encontrado ninguna referencia ni textual ni
arqueológica a su templo solar. Esto probablemente se deba
a la brevedad de su reinado. La del rey Raneferef (Isi,
Horus Neferkhau, 2448-2445 a. C.) fue incluso menor. Si
bien su pirámide no llegó más allá de sus hiladas inferiores,
el templo alto ha proporcionado recientemente papiros
comparables a los encontrados en el templo de Neferirkara.
El templo solar del rey Nyuserra (Iny, Horus Setibtawy,
2445-2421 a. C.) se encuentra en Abu Ghurab, al norte de
Abusir. El último rey en construir un templo solar fue
Menkauhor (Ikauhor, Hous Menkhau, 2421-2414 a. C.). Su
pirámide no se ha focalizado todavía, pero las tumbas de
sus sacerdotes y otros indicios sugieren que puede estar
escondida bajo la arena en algún lugar en el sureste de
Abusir o en Sakkara Norte.
La innovación más sorprendente de la administración
egipcia durante este período fue la desaparición de los
miembros de la familia real de los cargos más importantes.
Otro rasgo notable fue el habilidoso modo en que los
templos solares se incorporaron al sistema económico del
país. Algunos de los nombramientos de sacerdotes en los
templos solares eran puramente nominales, para permitir
207
que el titular del mismo disfrutara de los beneficios
derivados del cargo, entre los cuales puede encontrarse el
usufructo ex officio de terrenos del templo. Lo mismo
sucedía con los cargos del personal de las fundaciones
piramidales. No existían grandes contradicciones entre las
necesidades del mundo de los dioses y los muertos y las
necesidades de los vivos. Es posible imaginar sin problemas
un sistema en el que la mayor parte del producto nacional
estaba destinado, en teoría, a cubrir las necesidades de los
soberanos difuntos, sus templos solares y los santuarios de
los dioses locales; pero que, en realidad, se destinaba a
mantener a la mayor parte de la población egipcia.
Las prácticas religiosas de los antiguos egipcios diferían
de forma local y estaban estratificadas socialmente. Casi
cada zona de Egipto poseía su dios local, que para sus
habitantes era la deidad más importante, algo sobre lo que
influyó poco la elevación de Ra a la categoría de dios del
Estado. En realidad, los anales muestran que en ese
momento los reyes comenzaron a prestar más atención sí
cabe a los dioses locales de todas las zonas del país al hacer
donaciones, a menudo de tierras, a sus santuarios o
eximiéndoles del pago de impuestos o del trabajo
obligatorio.
Continuaron enviándose expediciones a los lugares
tradicionales fuera de Egipto, sobre todo para traer
turquesa y cobre de Wadi Maghara (Sahura, Nyuserra y
Menkauhor) y Wadi Kharit (Sahura) en el Sinaí, además de
gneis de las canteras al noroeste de Abu Simbel (Sahura y
Nyuserra). Durante el reinado de Sahura y Nyuserra hay
una referencia a una expedición destinada a conseguir
bienes exóticos (malaquita, mirra y electro, una aleación de
oro y plata) del Punt, un país africano situado en algún
208
lugar entre la cabecera del Nilo y la costa de Somalia.
Continuaron los contactos con Bíblos (Sahura, Nyuserra y
Neferirkara). El descubrimiento de objetos con los nombres
de varios reyes de la V Dinastía en Dorak, cerca del mar de
Mármara, es ambiguo.
Durante la V Dinastía hubo un incremento en el
número de sacerdotes y funcionarios que pudieron
construirse tumbas gracias a sus propios esfuerzos.
Algunas de estas mastabas se encuentran entre las más
grandes y mejor decoradas del Reino Antiguo, como
sucede en el caso de las tumbas de Ti (Sakkara) y
Ptahshepses (Abusir), ambas probablemente del reinado de
Nyuserra. Muchas de ellas se encuentran en cementerios
provinciales más que en la cercanía de las pirámides reales.
Inevitablemente, esta relajación de la dependencia respecto
al favor real vino acompañada de la correspondiente
variedad en la forma y calidad artística de las estatuas y
relieves. Los textos «autobiográficos» que aparecen en
estas tumbas proporcionan nuevos datos sobre la sociedad
contemporánea. La mayoría de ellos consisten en frases
convencionales y temas menos habituales relativos a
menudo a la relación del dueño de la tumba con el rey. Esta
tendencia continuaría durante el resto del Reino Antiguo.
209
Los reyes de los Textos de las
pirámides
A la muerte de Menkauhor se respiraban en el
ambiente vientos de cambio, pero los detalles del proceso
se nos escapan. Un cierto grado de estandarización y
racionalización domina las actividades constructivas regias.
Los sucesores de Menkauhor no construyeron templos
solares, si bien la posición del dios sol permaneció intacta.
El largo reinado del rey Djedkara (Isesi, Horus Djedkau,
2414-2375 a. C.) conecta al grupo de soberanos de Abusir
con aquéllos que los siguieron. Algunos de sus
funcionarios fueron enterrados en la necrópolis de Abusir,
lo que nos indica continuidad en vez de ruptura, pero la
pirámide del rey se encuentra en Sakkara Sur. Sus
modestas dimensiones (78,5 metros de lado y 52,5 metros
de altura) fueron, con la excepción de su sucesor
inmediato, Unas, adoptadas por el resto de reyes
importantes del Reino Antiguo (Teti, Pepi I, Merenra y
Pepi II). Las máximas de Ptahhotep, una importante obra
literaria del Reino Antiguo, donde se sintetizan las normas
de conducta que debe seguir un funcionario con éxito, se
adscriben al visir de Djekara.
El reinado de Unas (Horus Wadjtawy, 2375-2345 a. C.)
también fue largo. Su pirámide se encuentra junto a la
esquina suroeste del recinto de Djoser, pero es incluso más
pequeña que la de su predecesor. Su larga calzada, que se
210
extiende a lo largo de casi setecientos metros, estaba
decorada en su momento con escenas notables (en la
actualidad muy fragmentadas), que superan los
estereotipados medios de expresar la realeza egipcia o al
menos la expresan de un modo nuevo. Incluyen el registro
de acontecimientos sucedidos durante el reinado de Unas,
como el transporte de columnas desde las canteras de
granito de Asuán hasta el complejo piramidal del rey. Sin
embargo, la mayor innovación de la pirámide de Unas, que
sería característica de las restantes pirámides del Reino
Antiguo (incluidas las de algunas reinas), fue que por
primera vez encontramos los Textos de las pirámides
inscritos en las paredes de la cámara funeraria y otras
zonas del interior del edificio. Los Textos de las pirámides
son la más antigua composición religiosa que se conoce del
Egipto faraónico; algunos de sus elementos se crearon
mucho antes del reinado de Unas y trazan el desarrollo de
la religión egipcia desde la época predinástica. El difunto
rey Unas se identifica con los dioses Ra y Osiris y se
menciona como el Osiris Unas. La doctrina religiosa
osiriana es, con mucho, la más importante de los Textos de
las pirámides; pero las ideas asociadas al dios sol también
son relevantes, así como los restos de conceptos
relacionados con las estrellas y otros que probablemente
sean incluso más antiguos. No obstante, la complejidad de
los Textos de las pirámides hace que la interpretación de
cada fórmula sea difícil y la comprensión de sus relaciones
mutuas especialmente complicada. La razón para incluirlos
en el interior de la pirámide era proporcionar al rey difunto
unos textos que se consideraban esenciales para su
supervivencia y bienestar en la otra vida. Es probable que
su mera presencia bastara para hacerlos efectivos. Si la
distribución de los Textos de las pirámides en el interior de
211
la pirámide no es accidental, es poco probable que estén
relacionados con un acontecimiento pasajero como el
funeral.
La creencia de que tras la muerte el difunto entraba en
el reino del dios Osiris se generalizó. Osiris, en un
principio una deidad local del delta oriental, era un dios
local crónico (relacionado con la tierra) asociado a la
agricultura y a los acontecimientos anuales cíclicos de la
naturaleza. Probablemente fuera la elección ideal para
convertirse en dios universal de los muertos, puesto que
los mitos relativos a su resurrección reflejaban la
revitalización del suelo egipcio tras la retirada de la
inundación anual (la cual estuvo sucediéndose hasta la
construcción de una presa en Asuán y de la Gran Presa en
la década de 1960). Las primeras etapas del desarrollo del
culto a Osiris no están nada claras. Era un homólogo
adecuado para el dios Ra y su prominencia pudo deberse a
consideraciones de este tipo. No obstante, nuestras fuentes
escritas son inadecuadas para establecer con exactitud
cuándo sucedió. En las tumbas, los difuntos son descritos
como imakhu («honrados») por Osiris; en otras palabras,
que sus necesidades en la otra vida quedaban satisfechas
gracias a su asociación con él. El concepto de imakhu (que
también puede traducirse como «ser provisto por») era una
expresión de un notable dictum moral que recorría todos
los niveles de la sociedad egipcia y que corregía los casos
extremos de desigualdad social: las personas más ricas e
influyentes tenían la obligación de cuidar de los pobres y
socialmente desfavorecidos, del mismo modo en que el
cabeza de familia era responsable de todos los miembros de
la misma.
212
La VI Dinastía
Según Manetón, con el reinado de Unas terminó la V
Dinastía, pues el siguiente rey, Teti (Horus Seheteptawy,
2345-2323 a. C.), lo sitúa ya en la VI Dinastía. No poseemos
información segura sobre la relación personal existente
entre Teti y sus predecesores; pero es probable que su
esposa principal, Iput, fuera hija de Unas. Kagemni, visir de
Teti, comenzó su carrera durante los reinados de Djedkara
Isesi y Unas. El Canon de Turín también sitúa una división
en este punto, seguida de una suma del total de reyes
habidos entre Menes (el primer soberano de la I Dinastía) y
Unas (la cantidad se ha perdido). Esto da mucho que
pensar, porque el criterio para este tipo de divisiones en el
Canon de Turín es invariablemente el cambio de
emplazamiento de la capital y la residencia real.
La primera capital, el Muro Blanco, se fundó a
comienzos de la I Dinastía y es probable que hubiera ido
perdiendo importancia en favor de los suburbios situados
al sur, mucho más poblados y localizados
aproximadamente al este de la pirámide de Teti. El nombre
de esta parte de la ciudad, Djedisut, procedía del nombre
del complejo funerario y la ciudad de la pirámide de Teti.
No obstante, es probable que los palacios reales de
Djedkara y Pepi I (posiblemente también el de Unas) ya
hubieran sido construidos más al sur, en puntos situados
en el valle que hay al este de la actual Sakkara Sur,
213
separados de Djedisut por un lago, alejados así de la
miseria, los ruidos y la pestilencia de una ciudad
abarrotada. Esto podría explicar la elección de Sakkara Sur
como emplazamiento de las pirámides de Djdkara y Pepi I.
Al igual que sucediera en las cercanías de la pirámide
de Teti, el asentamiento cercano al complejo funerario y la
ciudad de la pirámide de Pepi I recibió su nombre del de
éstos: Mennefer (en griego Menfis). A finales del Reino
Antiguo, aquél pudo haber quedado unido físicamente a los
asentamientos localizados en torno al templo del dios Ptah,
situado más al este, pasando a ser conocida toda la ciudad
como Mennefer. Por lo tanto, es posible que el
emplazamiento de la residencia real y de la propia ciudad
cambiaran a finales de la V o comienzos de la VI Dinastía,
lo que explicaría la división visible en el Canon de Turín,
reflejada posteriormente en la narración de Manetón (Teti,
el padre de Pepi I, se incluyó en el nuevo linaje de
soberanos). Pero aquí nos adentramos en el reino de las
especulaciones y sólo futuras excavaciones arqueológicas
nos dirán qué parte de la misma está justificada.
Es posible que a Teti le siguiera el rey Userakara
(2323-2321 a. C.), si bien su existencia se puede poner en
duda. Parte de la confusión se debe a que Pepi I (Horus
Merytawy, 2321-2287 a. C.), hijo de Teti y la reina Iput, fue
llamado Nefersahor durante la primera parte de su reinado.
Éste era su «prenomen», que recibía durante su coronación
e iba precedido del título nesu-bit («el del junco y la
abeja»), en el interior de un cartucho ovalado.
Posteriormente lo cambiaría por el de Meryra. El «nomen»
o «nombre de nacimiento» Pepi (el número que lo suele
acompañar es algo moderno, los antiguos egipcios no lo
utilizaron nunca) es anterior a su ascenso al trono; va
214
precedido del título sa Ra («hijo del dios Ra») y también
estaba escrito en un cartucho.
La situación interna de Egipto comenzó a cambiar.
Teóricamente, la posición del rey permaneció intacta, pero
resulta indudable que aparecieron dificultades. Esta
impresión sólo en parte puede achacarse al incremento en
el volumen y calidad de la información conservada, la cual
nos permite conocer con mayor profundidad la sociedad
egipcia y llegar más allá de la fachada monolíticamente
monumental y terriblemente formal de los períodos
anteriores. La persona del rey dejó de ser intocable: la
biografía de Weni, un alto funcionario de la corte,
menciona una conjura sin éxito contra Pepi I instigada a
finales de su reinado por una de sus reinas. El nombre de
ésta no se menciona, pero se sabe que se celebraron
matrimonios políticos: en sus años de decadencia el rey se
casó con dos hermanas, ambas llamadas Ankhnes-meryra
(«El rey Meryra [Pepi I] vive para ella»). Su padre, Khui,
era un influyente funcionario de Abydos. Se trata de
acontecimientos importantes, pero el crecimiento del poder
y la influencia de los administradores locales (sobre todo
en el Alto Egipto, alejado de la capital) y el
correspondiente debilitamiento de la autoridad regia
pudieron haber tenido unas consecuencias menos
dramáticas, pero potencialmente mucho más serias. A
finales de la V Dinastía se creó un nuevo cargo, el de
«supervisor del Alto Egipto».
Los reyes de la VI Dinastía construyeron mucho,
edificando santuarios para los dioses locales en todo Egipto
que, o bien se destruyeron posteriormente, o todavía no se
han excavado. Los templos del Alto Egipto, como los de
Khenti-amentiu en Abydos, Min en Koptos, Hathor en
215
Dendera, Horus en Hieracómpolis y Satet en Elefantina, se
vieron especialmente favorecidos: se multiplicaron las
donaciones y exenciones de impuestos y trabajos
obligatorios.
Los templos de las pirámides de la V y la VI Dinastías
incluyen escenas que parecen tan convincentes que uno se
siente tentado a aceptarlas como reflejos de
acontecimientos reales; sin embargo, una escena que
muestra la sumisión de los jefes libios durante el reinado
de Pepi II es una copia de una imagen idéntica que
encontramos en los templos de Sahura, Nyuserra y Pepi II
(repetida mil quinientos años después en el templo de
Taharqo en Kawa, en Sudán). Estas escenas eran
expresiones estandarizadas de los logros del rey ideal y,
como tales, tienen poco que ver con la realidad. Su
inclusión en el templo garantizaba su continuidad. La
misma explicación puede darse de las escenas de barcos
regresando de una expedición a Asia y de una incursión
contra los nómadas en Palestina presentes en la calzada de
Unas. No obstante, otras fuentes nos muestran que en
realidad sí tuvieron lugar acontecimientos semejantes. El
ya mencionado Weni describe repetidas acciones a gran
escala contra los aamu de la región de Siria-Palestina. A
pesar del modo en que aparecen presentadas en el texto, se
trata más bien de acciones preventivas o punitivas que de
campañas defensivas.
La explotación de los recursos minerales de los
desiertos fuera de Egipto continuó. La turquesa y el cobre
siguieron extrayéndose en Wadi Maghara, en el Sinaí
(Djedkara, Pepi I y Pepi II), el alabastro egipcio en Hatnub
(Teti, Merenra, Pepi I y Pepi II), grauvaca y limolita en
Wadi Hammamat (Pepi I, Merenra), en el Desierto
216
Oriental, y gneis en las canteras situadas al noroeste de
Abu Simbel (Djedkara). El Punt recibió una expedición
enviada por Djedkara y se mantuvieron relaciones
comerciales y contactos diplomáticos con Biblos (Djedkara,
Unas, Teti, Pepi I, Merenra y Pepi II) además de con Ebla
(Pepi I).
Durante el final de la VI Dinastía Nubia se volvió
particularmente importante y en época de Merenra se
hicieron intentos por mejorar la navegación en la región de
la primera catarata. La zona comenzó a recibir la llegada de
nuevos colonos procedentes del sur (el llamado Grupo C
nubio), de un punto situado entre la tercera y la cuarta
cataratas y con centro en Kerma. Al intentar Egipto
prevenir una potencial amenaza contra su seguridad y sus
intereses económicos, se produjeron ocasionales conflictos
con ellos. Gente como Harkhuf, Pepynakht Heqaib y Sabni,
administradores del más meridional de los nomos egipcios,
el de Elefantina, organizaron caravanas que cruzaron el
territorio nubio (las tierras de Wawat, Irtjet, Satju e Iam).
Entre los bienes de lujo africanos que alcanzaron Egipto
por este medio figuran incienso, madera dura (ébano),
pieles de animales y marfil, pero también enanos bailarines
y animales exóticos. Por estas fechas es cuando
comenzaron a utilizarse grupos de nubios, sobre todo en
unidades de policía fronteriza y mercenarios en
expediciones militares.
En el Desierto Occidental existe toda una serie de rutas
de caravanas. Una de ellas dejaba el Nilo en la zona de
Abydos hacia el oasis de Kharga y luego seguía hacia el
sur, a lo largo del camino que hoy se conoce como Darb el
Arbain (en árabe: «El camino de los cuarenta días»), hasta
el oasis de Selima. Otra salía hacia el oeste desde Kharga
217
hasta el oasis de Dakhla, donde prosperó un importante
asentamiento en Ayn Asil, cerca de la moderna Balat, sobre
todo durante el reinado de Pepi II.
218
El declive del Reino Antiguo
Pepi I fue sucedido por dos de sus hijos, primero
Merenra (nombre completo: Merenranemtyemsaf, Horus
Ankhkhau, 2287-2278 a. C.) y luego Pepi II (Horus
Netjerkhau, 2278-2184 a. C.). Ambos subieron al trono muy
jóvenes y ambos construyeron sus pirámides en Sakkara
Sur. El reinado de casi noventa y cuatro años de Pepi II
(heredó el trono a la edad de seis años) fue el más largo del
Antiguo Egipto; pero su segunda mitad fue seguramente
bastante ineficaz, pues fue entonces cuando las fuerzas que
insidiosamente habían ido minando los fundamentos
teóricos del Estado egipcio se hicieron patentes. La
subsiguiente crisis era inevitable, porque era el propio
sistema el que contenía las semillas de la misma. En primer
lugar se trató de una crisis ideológica, porque el rey, cuyo
poder económico se había debilitado mucho, ya no podía
llevar a cabo el papel que le tenía asignado la doctrina de la
realeza egipcia. Las consecuencias para la sociedad egipcia
fueron serias: el sistema de remuneración ex officio dejó de
funcionar de forma satisfactoria y el sistema fiscal
posiblemente estuviera al borde del colapso.
Algunos cargos se volvieron hereditarios y se
mantuvieron en la misma familia durante varias
generaciones. En el Alto y el Medio Egipto, tumbas
excavadas en la roca en lugares como Sedment, Dishasha,
Kom el Ahmar Sawaris, Sheihk Said, Meir Deir el Gebrawi,
219
Akhmin (El Hawawish), El Hagarsa, El Qasr wa el Saiyad,
Elkab y Asuán (Qubbet el Hawa) nos indican las
aspiraciones de los administradores locales, que en ese
momento serían gobernantes locales semiindependientes.
Sabemos menos de los correspondientes cementerios en el
delta, si bien yacimientos como los de Heliópolis, Kom el
Hish y Mendes demuestran que existieron. La cercanía de
la capital pudo haber dificultado los intentos de conseguir
una mayor autonomía; pero la principal razón para la
carencia de documentación son la geografía y la geología.
Los niveles del Reino Antiguo se encuentran cercanos o
por debajo de la capa freática actual y esto hace que sea
muy difícil excavar. Sabemos mucho más sobre los
administradores locales del oasis de Dakhla, que vivían en
el asentamiento de Ayn Asil y fueron enterrados en
grandes mastabas en el cementerio local (Qilat el Dabba).
El gobierno centralizado prácticamente dejó de existir y
desaparecieron las ventajas de un Estado unificado. La
situación se vio agravada además por factores climáticos,
sobre todo por una serie de crecidas escasas y una
disminución en las precipitaciones que afectó a las zonas
adyacentes al valle del Nilo, lo cual incrementó la presión
de los nómadas sobre las zonas fronterizas de Egipto. El
hecho de que, tras el excepcionalmente largo reinado de
Pepi II, hubiera muchos potenciales sucesores reales
esperando en la sombra es posible que contribuyera al caos
subsiguiente.
Pepi II fue sucedido por Merenra II (Nemtyemsaf), la
reina Nitiqret (2184-2181 a. C.) y unos diecisiete o más
reyes efímeros, que forman la VII y la VIII Dinastías de
Manetón. Las divisiones dinásticas del historiador
ptolemaico son difíciles de explicar, a no ser como
220
divisiones accidentales en las listas. La mayoría de estos
soberanos son poco más que nombres para nosotros, pero
algunos de ellos se conocen por los decretos protectores
promulgados para el templo de Min en Koptos. Qakara Iby
es el único cuya pequeña pirámide (31,5 metros de lado) ha
sido encontrada en Sakkara Sur. De modo que sólo la
residencia menfita y una teórica afirmación de control
sobre todo Egipto conectaban a estos reyezuelos con los
grandiosos monarcas del Reino Antiguo. Con los 955 años
que según el Canon de Turín separan Menes, a comienzos
de la I Dinastía, del último de estos reyes efímeros, termina
el linaje de los reyes menfitas y el período que describimos
como el Reino Antiguo.
221
6. EL PRIMER PERÍODO
INTERMEDIO
(c. 2160-2055 a. C.)
STEPHAN SEIDLMAYER
Tradicionalmente, los egiptólogos diferencian los
grandes períodos de la historia faraónica basándose en el
estado político del país. Los «Reinos» —definidos como
épocas de unidad política y gobierno fuerte y centralizado
— se alternan con los «Períodos Intermedios», que se
caracterizan en cambio por las rivalidades de los
gobernantes locales en sus esfuerzos por hacerse con el
poder. En el caso del Primer Período Intermedio, el largo
linaje de reyes que había gobernado el país desde Menfis
terminó con los últimos faraones de la VIII Dinastía. Tras
ella, el poder fue ostentado por una sucesión de soberanos
originarios de Heracleópolis Magna, que se encontraba en
la zona norte del Egipto Medio, cerca de la entrada a
Fayum. Estos reyes aparecen como la IX y la X Dinastías
en la historia de Manetón, tras haber sido subdivididos por
error en el transcurso de la transmisión de la lista real
original (véase el capítulo 1 para una discusión sobre la
Aegyptiaca de Manetón).
El traslado de la residencia real desde Menfis hasta
Heracleópolis fue considerado por los antiguos egipcios
como un punto de ruptura importante. Esto lo sugiere el
hecho de que los compiladores del Canon de Turín (XIX
222
Dinastía) incluyeron un gran subtotal de la parte más
antigua de la historia egipcia tras el último de los
soberanos de la VIII Dinastía. Además, la lista real del
templo de Seti I en Abydos no contiene nombres reales
para el período comprendido entre la VIII Dinastía y el
comienzo del Reino Medio.
De hecho, los heracleopolitanos nunca llegaron a
controlar el Alto Egipto meridional. Allí, en el transcurso
de prolongadas luchas con los potentados locales, una
familia de nomarcas tebanos se convirtió en la fuerza
principal de la región, asumiendo los títulos de la realeza y
apareciendo debidamente en los anales de la realeza
faraónica como la XI Dinastía. A partir de este momento
dos Estados se enfrentaron en el interior de Egipto, hasta
que, poniendo punto final a una era de guerra intermitente,
el rey tebano Nebhepetra Mentuhotep II se las arregló para
derrotar a su contrario heracleopolitano y reunificar el país
bajo control tebano, inaugurando así el Reino Medio. Este
capítulo trata del período comprendido entre el final de la
VIII Dinastía y el reinado de Nebhepetra Mentuhotep II.
223
Los problemas cronológicos
Estamos relativamente bien informados respecto a la
segunda parte del Primer Período Intermedio —la fase de
enfrentamiento entre los heracleopolitanos y los tebanos,
que duró entre noventa y ciento diez años—. No obstante,
la parte más antigua del período —la de gobierno
heracleopolitano antes de la llegada de la XI Dinastía— es
bastante más oscura. Como resultado de la pérdida en el
Canon de Turín de la mayor parte de los nombres de los
soberanos heracleopolitanos y de la información relativa a
la duración de sus reinados, así como por el insatisfactorio
estado de la investigación arqueológica en el Egipto Medio
septentrional y el delta, el núcleo del reino
heracleopolitano, poseemos escasa información de valor
cronológico inmediato. Debido a la escasez de datos
directamente relacionados con los heracleopolitanos, en
algún momento se llegó a proponer incluso que en realidad
no existió nunca un período durante el cual éstos hubieran
sido (al menos nominalmente) los únicos soberanos del
país, por lo que debieron ser por completo contemporáneos
a la XI Dinastía. Sin embargo, esto no es posible, puesto
que actualmente sabemos de destacadas personalidades e
importantes acontecimientos políticos que sólo pueden ser
situados en el período comprendido entre la VIII y la XI
Dinastía.
Detallados estudios sobre la sucesión de los titulares de
224
importantes cargos administrativos y sacerdotales en
varias ciudades del Alto Egipto, así como estudios de los
cambios visibles en el material arqueológico, sugieren que
este intervalo entre la VIII y la XI Dinastía ocupó un
período de tiempo bastante largo, que probablemente sea
posible calcular en tres o cuatro generaciones. Además, la
cifra que menciona Manetón como duración de la X
Dinastía puede utilizarse como apoyo del cálculo de una
duración de casi dos siglos para todo el Primer Período
Intermedio, una cifra que estaría en perfecta consonancia
con las pruebas prosopográficas y arqueológicas.
225
La naturaleza del Primer Período
Intermedio
El Primer Período Intermedio no sólo fue un período de
desorden en términos de sucesión en el trono de Egipto,
también fue un período de crisis y novedades que afectaron
a toda la sociedad y la cultura egipcias. Se trata de algo que
se puede apreciar en cuanto nos fijamos en los
monumentos. Los complejos mortuorios de los reyes y
altos funcionarios del Reino Antiguo situados en los
cementerios de la capital, Menfis, son en buena medida los
responsables de haber dado forma a nuestras ideas sobre el
Estado egipcio. Esta serie de espectaculares edificios se
interrumpió tras el reinado de Pepi II y sólo revivió con
Mentuhotep II y su templo funerario en Deir el Bahari, en
la Tebas occidental.
Para ajustarse a estas circunstancias, en ocasiones el
límite inferior del Primer Período Intermedio se retrasa
para incluir en él las tres décadas durante las cuales los
reyes del linaje menfita que siguió a Pepi II mantuvieron el
poder. Aunque se toman algunas libertades con el esquema
de la división en dinastías de la historia egipcia, este punto
de vista no es por completo injustificado. De hecho, la
construcción a gran escala puede ser comprendida como
prueba válida, no sólo de la naturaleza de las instituciones
centrales del Estado, sino también del hecho de que todavía
estaban funcionando. El gran vacío existente en el registro
226
monumental durante el Primer Período Intermedio sugiere,
por lo tanto, que el sistema social se había fragmentado,
tanto en su organización política como en sus pautas
culturales.
Igual de evidente resulta que los datos arqueológicos y
epigráficos del Primer Período Intermedio señalan la
existencia de una próspera cultura en los niveles más
pobres de la sociedad, así como un vigoroso desarrollo
social en las ciudades provinciales del Alto Egipto. Más que
el colapso total de la sociedad y la cultura egipcias en
general, el Primer Período Intermedio se caracterizó por un
importante, si bien temporal, cambio en el emplazamiento
de sus centros de actividad y dinamismo.
Para poder comprender tanto la crisis del Estado
faraónico como los procesos que terminaron llevando al
restablecimiento de una organización política unificada
sobre una nueva base es crucial investigar los modos en
que las instituciones políticas están enraizadas en la
sociedad. Gran parte de la historia de Egipto tiende a
concentrarse en la residencia real, los reyes y la «cultura
cortesana»; pero al escribir la historia del Primer Período
Intermedio es necesario concentrarse en las ciudades
provinciales y en las propias personas que forman los
elementos más básicos de la sociedad.
227
La capital y las provincias
El Estado faraónico apareció originalmente como un
sistema centralizado. Desde el primer momento sus
instituciones clave —el rey y su corte— estuvieron
firmemente asentadas en la capital. Allí se concentraba
también la élite social, así como el control de las
tradiciones de la alta cultura y los expertos de la
administración. Además, las instalaciones de la religión
estatal y el culto del rey y sus antepasados divinos estaban
localizados en las inmediaciones de la capital. La
administración del país estaba controlada por emisarios
reales, a quienes se encomendaban amplias secciones del
valle del Nilo. Si bien estos administradores se encargaban
de las provincias, seguían manteniendo su relación con la
residencia real y continuaban considerándose a sí mismos
como miembros de la élite social de la capital. Hasta bien
avanzada la V Dinastía no es posible ver fuera de la región
menfita ninguno de los logros culturales que representan la
grandeza de Egipto. Existía un gran abismo de desigualdad
social y cultural entre el país y sus gobernantes.
No obstante, en la V Dinastía comenzó a producirse un
profundo cambio en el sistema, que para finales de la VI
Dinastía ya estaba completamente terminado. A partir de
este período los administradores provinciales fueron
nombrados para cada nomo concreto y pasaron a residir de
forma permanente en sus distritos. Al igual que en otras
228
ramas de la administración, con frecuencia los miembros
de una misma familia se sucedían unos a otros en el cargo.
Si bien este cambio político probablemente estuviera
destinado a mejorar la eficacia de la administración
provincial, terminó teniendo insospechadas consecuencias
de gran alcance. En primer lugar, supuso un cambio en los
patrones socioeconómicos presentes en el corazón del
sistema. Al principio, los recursos económicos se
concentraron en la residencia real y la administración
central se encargaba de redistribuirlos a sus beneficiarios.
A partir de ahora, sin embargo, los nobles que residían en
las provincias consiguieron acceso directo a los productos
del país. La oposición entre el centro y las provincias
comenzó a actuar como factor diferenciador en lo que
anteriormente había sido un homogéneo grupo de
funcionarios pertenecientes a la élite.
La aristocracia provincial estaba ansiosa por asegurarse
de que este modo de vida iba parejo al de la corte real. Esto
resulta evidente en las tumbas monumentales decoradas
que comenzaron a aparecer por todo el país en los
cementerios de los centros regionales. Patrones
iconográficos, modelos textuales y el conocimiento
religioso y ritual fluyeron desde su reserva central de la
cultura cortesana hacia la periferia. Por otra parte, como
medio de mantener y fortalecer los lazos de lealtad entre
los aristócratas provinciales y la corte, fue el propio rey
quien, además de costosos bienes, les proporcionó
artesanos especializados y expertos en los rituales
formados en la Residencia. No obstante, estas tumbas no
son sino la punta del iceberg; de hecho, las diferentes élites
provinciales y su personal actuaban como centros
autónomos dentro de la organización política,
manteniendo profesionales especializados y destinando
229
una parte cada vez mayor de la producción local para ser
utilizada dentro de la propia provincia (en vez de permitir
que fuera explotada por la corte real), generando así un
cambio en los patrones sociales y económicos de las
provincias. El Egipto rural se volvió más rico
económicamente hablando y más complejo en el aspecto
cultural.
230
El entorno provincial
La transformación de la cultura y la economía de las
provincias afectó a toda la sociedad egipcia. El proceso
puede seguirse a través de los profundos cambios que se
observan en el registro arqueológico, que hunden sus
raíces en la VI Dinastía y alcanzaron su clímax en la
primera mitad del Primer Período Intermedio. De nuevo
hemos de recurrir a los cementerios en busca de los datos
esenciales; en parte por la desafortunada ausencia de
asentamientos excavados de este período, pero sobre todo
debido al inherente significado de los restos de la cultura
funeraria.
Si comparamos la situación de principios del Reino
Antiguo con la del final de esta misma época y la del
comienzo del Primer Período Intermedio, de inmediato
resulta evidente un cambio en la cantidad de tumbas. De
este último período se conocen muchos más cementerios y,
cuando una región concreta ha sido explorada de forma
sistemática, se aprecia un marcado incremento en el
número de tumbas. Para explicar este fenómeno hay que
tener en cuenta dos factores. El primero es que el
incremento de tumbas indica un claro aumento
demográfico durante el Reino Antiguo; además, es
probable que los factores más influyentes del cambio estén
enraizados en las propias realidades locales, donde el
crecimiento de población posiblemente viniera
231
acompañado y se viera acentuado por el desarrollo de usos
más intensivos y eficientes de los recursos agrarios
disponibles. El segundo factor es que, durante el Reino
Antiguo y el Primer Período Intermedio, las tumbas
ordinarias se volvieron considerablemente más grandes y
los enterramientos comenzaron a proveerse de un ajuar
funerario mucho mejor. Debido a su mayor tamaño y
contenido más variado, estas tumbas no sólo se han
identificado y fechado con mayor facilidad, sino que
también han atraído a más excavadores. De hecho, entre
los primeros arqueólogos los cementerios provinciales de
la primera parte del Reino Antiguo tenían la reputación de
no merecer el esfuerzo de excavarlos.
Al igual que la aparición de tumbas monumentales
decoradas en el Alto Egipto, el creciente número de tumbas
en los cementerios provinciales refleja, por lo tanto, un
importante cambio en los patrones sociales de consumo.
Este fenómeno parece ser especialmente evidente en el
registro funerario, pero no se limitó a esta esfera. De
hecho, los objetos más valiosos que se volvieron más
abundantes y ampliamente representados en las tumbas de
comienzos del Primer Período Intermedio —recipientes de
piedra para cosméticos, adornos y amuletos de piedras
semipreciosas e incluso oro— eran objetos cotidianos, más
que fabricados especialmente para su uso funerario. Por lo
tanto, parece evidente que a finales del Reino Antiguo y el
Primer Período Intermedio las provincias disfrutaron de
unas favorables condiciones económicas.
La distribución de los cementerios también nos puede
proporcionar algunos indicios sobre los patrones de
asentamiento. El paisaje estaba salpicado de poblados,
mientras que los emplazamientos de las capitales de nomo
232
no sólo queda señalado por los grupos de hipogeos y
mastabas pertenecientes a la aristocracia provincial, sino
también por los muy extensos cementerios de los vecinos
de la ciudad. Las tambas de la población urbana no
difieren, en principio, de las de los aldeanos; no obstante, a
menudo son más grandes y están mejor equipadas. Por lo
tanto, el patrón de asentamiento provincial estaba
dominado por una estructura urbanizada, no sólo política y
socialmente, sino también por cuanto respecta a la
demografía y la economía.
233
Los cambios de estilo y forma como
signos de desarrollo cultural y social
El período que siguió al Reino Antiguo trajo consigo
cambios fundamentales en la cultura material. De hecho,
durante el Primer Período Intermedio casi todos los objetos
adquirieron una forma diferente a la que hasta entonces
habían tenido. Ahora veremos algunos los aspectos más
significativos del proceso.
Desde un punto de vista arqueológico, la cerámica es
con mucho el objeto más importante. Desde el Dinástico
Temprano y durante todo el Reino Antiguo, el repertorio
de recipientes estuvo dominado, morfológicamente, por las
formas ovoides, en las cuales el punto de máxima
extensión se encuentra siempre ligeramente por encima del
punto medio del recipiente. Durante el Primer Período
Intermedio, este estilo fue rápidamente abandonado y
comenzaron a fabricarse formas redondeadas en forma de
bolsa o gota. No es complicado identificar la fuerza
impulsora del proceso. Es evidente que el objetivo era
adaptar las formas de los recipientes de tal modo que se
sacara el máximo provecho del torno de alfarero. En el caso
de los contenedores ovoides, una gran parte de su
superficie tenía que ser raspada a mano después de ser
torneada. En el caso de los recipientes con forma de bolsa,
la cantidad de trabajo necesario se reducía de forma
considerable. No obstante, es significativo que este proceso
234
sólo tuviera lugar unos doscientos años después de la
introducción del torno de alfarero en los talleres egipcios,
ocurrida durante la V Dinastía. Aparentemente, sólo con la
llegada del Primer Período Intermedio estuvo la gente
dispuesta a deshacerse de los modelos tradicionales y dar
preferencia a modos de producción más eficientes.
235
236
En el Primer Período Intermedio, todo un nuevo
catálogo de tipos de objetos se volvió popular en los
enterramientos provinciales. Durante el Reino Antiguo, el
ajuar funerario de los enterramientos más pobres se elegía
por completo de entre los objetos utilizados en la vida
diaria; pero en el Primer Período Intermedio los objetos
comenzaron a ser fabricados exclusivamente para uso
funerario. Un claro ejemplo de esta tendencia son las
burdas figurillas de madera que representaban portadores
de ofrendas, barcos e incluso escenas completas de talleres.
Otro ejemplo es la aparición y el uso cada vez más
difundido de máscaras coloreadas fabricadas con yeso y
lino (cartonaje) para cubrir la cabeza de los cuerpos
momificados. También se fue haciendo cada vez más
habitual el uso de estelas sencillas como medio para
señalar el lugar de las ofrendas en la superestructura de las
mastabas o en las capillas de los hipogeos sencillos.
La aparición de estos objetos indica que tanto la
demanda como los medios disponibles en las ciudades
provinciales eran suficientes como para sostener un
artesanado destinado a la manufactura de productos «no
funcionales». Más importante aún es el hecho de que los
prototipos de estos objetos tengan su origen en la cultura
de élite del Reino Antiguo. Las figuras funerarias de
personas realizando tareas básicas se pueden remontar
directamente hasta el repertorio de escenas de la vida
diaria presentes en la decoración de las mastabas del Reino
Antiguo. Parece que, durante el Primer Período Intermedio,
los factores que con anterioridad habían inhibido la
comunicación cultural entre los distintos estratos sociales
había dejado de funcionar.
El acceso de un grupo más amplio de usuarios a la
237
tradición de la cultura de élite vino acompañado de una
marcada pérdida de calidad artística. Con frecuencia,
incluso los patrones iconográficos se malinterpretaban y
las inscripciones de las fórmulas de ofrendas se construían
equivocadamente. Si bien el arte provincial del Primer
Período Intermedio muestra a menudo un sorprendente
grado de originalidad y creatividad (como se verá
claramente avanzado el capítulo), es imposible negar que
muchas piezas de la época son feas y están hechas de
forma incompetente. Este aspecto concreto es el que más
ha llamado la atención de los historiadores, siendo
considerado como una prueba del generalizado declive
cultural del Primer Período Intermedio. No obstante, por
evidente que pueda parecer esta interpretación, asumir que
aquél no fue sino un período de decadencia cultural
significaría pasar por alto dos procesos importantes:
primero, la asimilación a nivel nacional de los modelos
culturales desarrollados en la cultura cortesana del Reino
Antiguo y, segundo, la aparición del consumo de masas.
238
Las ideas religiosas
Algunos de los cambios en la cultura material son
indicativos de modificaciones en las creencias religiosas y
las prácticas rituales, como es el caso de la introducción de
las máscaras de momia. No obstante, el grupo de pruebas
más importante sobre las creencias funerarias en la
sociedad provincial del Primer Período Intermedio y el
Reino Medio es el vasto corpus de los Textos de los
sarcófagos, que son fórmulas mágicas y litúrgicas inscritas
sobre todo en los laterales de los ataúdes de madera[10]. Si
bien es evidente que la mayor parte de estos textos data del
Reino Medio, en algunos casos se puede ver que ya estaban
presentes durante el Primer Período Intermedio. Los
orígenes textuales de los Textos de los sarcófagos todavía
son objeto de muchos debates, tanto en lo relativo a su
fecha como a su origen geográfico. Es indudable que el
corpus de los Textos de las pirámides del Reino Antiguo,
que en ocasiones aparece escrito junto a los Textos de los
sarcófagos en los ataúdes, fue un modelo importante, pero
estos últimos albergan material y conceptos nuevos de
importancia crucial.
Sólo se han conservado algunos Textos de los sarcófagos
del Primer Período Intermedio y la posesión de los ataúdes
inscritos quedó limitada al nivel superior de la sociedad
provincial. No obstante, en ocasiones parece posible
relacionar ideas mencionadas expresamente en los Textos
239
de los sarcófagos con aspectos del registro arqueológico.
Sólo entonces se hace aparente la gran antigüedad y
popularidad de algunos de estos conceptos. Esta
observación apoya la noción de que fue el escenario
provincial del Primer Período Intermedio el que tuvo un
papel significativo en el origen de los Textos de los
sarcófagos y contribuyó a su contenido conceptual.
Una serie de fórmulas de los Textos de los sarcófagos se
concibieron para «reunir a la familia de un hombre en el
reino de los muertos». El grupo de gentes incluidas es
amplio; los textos mencionan no sólo a la familia
inmediata, sino también a los sirvientes, seguidores y
amigos. Este mismo deseo se deja sentir en el desarrollo de
los distintos tipos de tumbas en fechas tan tempranas como
la VI Dinastía. Originalmente, las tumbas egipcias fueron
construidas para contener un único enterramiento, pero a
finales del Reino Antiguo ya se construían mastabas con
múltiples habitaciones, con espacio para una familia entera
o incluso una familia extensa en el sentido ya definido. La
arquitectura de las tumbas nos proporciona pruebas de las
distintas categorías existentes dentro de estos grupos, pues
algunos pozos son más profundos y algunas habitaciones
de mayor tamaño que otras, destinados por lo tanto a
enterramientos más suntuosos. De hecho, allí donde los
enterramientos se han conservado, ambos aspectos de esta
nueva situación —el tamaño de los grupos familiares
implicados y las desigualdades existentes en su interior—
son especialmente visibles, puesto que a menudo las
habitaciones se utilizan de forma repetida y habitual para
sucesivos enterramientos múltiples.
Las costumbres funerarias del Primer Período
Intermedio enfatizan, por lo tanto, la importancia crucial
240
de las relaciones interpersonales en un nivel primario de
organización social. Esta tendencia del pensamiento
religioso refleja estrechamente el papel que la familia
extensa representaba como unidad básica de organización
social. Las fórmulas funerarias en cuestión enfatizan la
autoridad ejercida por el cabeza de familia sobre sus
miembros; pero también el hecho de que era capaz de
protegerlos de las exigencias externas. De este modo, la
familia, como unidad de responsabilidad solidaria y
colectiva, actuaba como punto de contacto entre los niveles
superiores de la organización social y política. Gracias a
este papel, la familia extensa aparece también como una
institución reconocida en los textos jurídicos de la VI a la
VIII Dinastías.
241
El estilo y la identidad regionales
Unos de los aspectos más intrigantes de la arqueología
del Primer Período Intermedio es la variación estilística
existente entre las distintas regiones. Mientras las
diferencias entre los estilos cerámicos del Egipto
septentrional y meridional son claras, la cuestión no es tan
evidente cuando se trata de las diferencias entre las
distintas regiones del Alto Egipto o las variaciones
regionales apreciables en otro tipo de objetos. De hecho,
algunos objetos parecen haberse visto más afectados que
otros en cuando a variación regional se refiere, por lo que
parece que en general la cultura material no se disgregó en
una serie de variantes locales estancas.
No obstante, existe un aspecto de la variación regional
que parece tener una importancia particular. Durante todo
el Reino Antiguo la arquitectura de las mastabas del Alto
Egipto siguió unos patrones uniformes y un eje de
desarrollo continuo; pero durante la VI Dinastía y el
Primer Período Intermedio aparecieron tradiciones locales
en la construcción de tumbas. Como ejemplos de estos
estilos arquitectónicos figuran las tumbas saff tebanas (de
las cuales se habla más adelante) y las mastabas de fachada
con nichos y largos corredores de acceso en pendiente que
conducen a cámaras subterráneas, encontradas en
Dendera.
Estos tipos locales son tan diferentes de los estilos
242
arquitectónicos principales de épocas anteriores que el
cambio no puede explicarse sólo en términos de desarrollo
de tradiciones de los talleres locales. Parece más bien que
estas innovaciones arquitectónicas fueron introducidas de
forma deliberada por las élites locales para expresar su
propia identidad regional.
243
Sociedad y gobierno
Incluso una limitada visión de conjunto del material
arqueológico, como la ofrecida en los párrafos anteriores,
proporciona numerosos ejemplos del cambio en
profundidad ocurrido en las provincias durante el final del
Reino Antiguo y el Primer Período Intermedio. En el estado
actual de la investigación, el significado de muchos de los
fenómenos arqueológicos de los que hemos hablado (y de
los mecanismos que los produjeron) todavía se comprende
mal. No obstante, por poco que sea, lo que sabemos
actualmente sugiere que las fuerzas de cambio internas y
unas poderosas influencias externas (sobre todo el impacto
de la política provincial del Reino Antiguo) se unieron para
producir una mayor complejidad cultural, económica y
social en todo el país.
Esta circunstancia inevitablemente afectó al sistema
político: las tensiones entre el centro y las provincias
ganaron importancia y la nobleza provincial en concreto —
la cual ocupaba una posición crucial entre la corte y los
grupos locales— consiguió nuevas posibilidades de
actuación independiente, al tiempo que hubo de mediar
entre los distintos intereses enfrentados. Este estado de
cosas plantea la cuestión de cómo la organización y la
ideología del gobierno se adaptaron a las condiciones
sociales y culturales generales del país. Durante el Reino
Antiguo los distritos provinciales solían estar gobernados
244
(aunque no siempre) por una administración de dos
niveles. Los «supervisores de sacerdotes» de los cultos
locales eran importantes por el papel que desempeñaban
en sus templos, entendidos como nodos de la
administración económica; pero el cargo principal era el de
«gran señor del nomo» (traducido a menudo como
«nomarca»).
Con todo, es importante darse cuenta de que el final del
Reino Antiguo no se produjo por el incremento de poder
de las grandes familias de nomarcas. De hecho, durante el
Primer Período Intermedio aparecieron nuevos linajes de
magnates locales. Por lo tanto, es posible que la
aristocracia del Reino Antiguo —a pesar de la influencia
que tuviera, como grupo social, en el proceso de cambio de
la estructura política del país— siguiera dependiendo pese a
todo de sus relaciones con la Corona. Al estudiar estos
cambios podemos comprender mejor las relaciones entre
las condiciones sociales y los cambios políticos ocurridos
durante el Primer Período Intermedio.
245
El caso de Ankhtifi: crisis, cuidados
y poder
Ankhtifi, nomarca del tercer y segundo nomos del Alto
Egipto durante la primera parte del Período
Heracleopolitano, es la encarnación del nuevo tipo de
gobernante local aparecido durante el Primer Período
Intermedio. Su texto autobiográfico, inscrito en los pilares
de su hipogeo en las cercanías de Moalla (a unos 30
kilómetros al sur de Tebas), es uno de los ejemplos más
espectaculares de este género que se ha conservado del
Antiguo Egipto. Proporciona una guía ideal sobre las
grandes cuestiones de la época y evoca de forma
convincente la atmósfera política del Alto Egipto
meridional durante el Primer Período Intermedio.
Como «gran señor de los nomos de Edfu y
Hieracómpolis» y «supervisor de los sacerdotes», Ankhtifi
ocupaba al mismo tiempo posiciones clave en las ramas
religiosa y secular de la administración provincial del
Reino Antiguo. De hecho, esta combinación de cargos fue
típica de los en gran parte independientes gobernadores
locales del Primer Período Intermedio. Los dos
acontecimientos clave de la carrera política de Ankhtifi
fueron su intervención para pacificar y reorganizar el
nomo de Edfu y su expedición militar contra el nomo
tebano, durante la cual sus oponentes, una coalición
formada por los nomos de Tebas y Koptos, se negaron a
246
presentar batalla. En realidad se trata sobre todo de política
a pequeña escala y, si leemos entre líneas, es probable que
ni siquiera tuviera demasiado éxito en ella. Destaca, por
ejemplo, que no se conozca ningún sucesor de Ankhtifi
como gobernante semiindependiente de los nomos más
meridionales. Con todo, su inscripción proclama sus
glorias sin falsa modestia alguna:
Su Excelencia, el supervisor de sacerdotes,
supervisor de los países del desierto, supervisor de
mercenarios, gran señor de los nomos de Edfu y
Hieracómpolis, Ankhtifi el Bravo, dice: «Fui el
comienzo y el final (es decir, el climax) de la
humanidad, puesto que nadie como yo existió antes
ni existirá; nadie como yo mismo ha nacido nunca
ni nacerá. He sobrepasado los logros de mis
antepasados y las generaciones venideras no
podrán igualar ninguno de mis logros en un millón
de años.
»Di pan al hambriento y vestidos al desnudo;
ungí a quienes no tenían aceites cosméticos; di
sandalias al descalzo; le di una esposa al que no
tenía esposa. Me hice cargo de las ciudades de Hefat
[es decir, Moalla] y Hormer en cualquier [situación
de crisis, cuando] el cielo estaba cubierto de nubes
y la tierra [estaba agostada (?) y cuando todos se
morían] de hambre en este banco de arena de
Apofis. El sur vino con su gente y el norte con sus
hijos; trajeron el más fino aceite a cambio de la
cebada que les fue dada. Mi cebada subió corriente
arriba hasta que llegó a la Baja Nubia y corriente
abajo hasta que alcanzó el nomo de Abydos. Todo
247
el Alto Egipto estaba muriendo de hambre y la
gente se comía a sus hijos; pero yo no permití que
nadie muriera de hambre en este nomo. […] Me
ocupé de la casa de Elefantina y de la ciudad de
Iatnegen en estos años después de que Hefat y
Hormer hubieran sido satisfechas. […] Yo era como
una montaña (protectora) para Hefay y como una
sombra fresca para Hormer». Ankhtifi dice: «Todo
el país se ha vuelto una langosta que va corriente
arriba y corriente abajo (en busca de comida); pero
yo nunca permití que nadie tuviera necesidad de ir
de un nomo a otro. Soy el héroe sin igual».
La crisis económica es uno de los grandes temas de los
textos de la época. Los magnates locales se acostumbraron
a alardear de habérselas arreglado para aumentar a sus
ciudades mientras el resto del país estaba hambriento.
Estas narraciones suelen causar gran impresión en sus
lectores modernos, con el resultado de que a menudo las
hambrunas y la crisis económica se consideran la
característica del período. Se ha sugerido que las nefastas
consecuencias de una serie de repetidas crecidas
insuficientes, originadas por el cambio climático, fueron la
causa del final del Reino Antiguo. Es indudable que estos
textos narran, de hecho, acontecimientos reales, como
resulta evidente cuando nos encontramos referencias a
hambrunas en contextos menos grandiosos. Por ejemplo,
un empleado de un «supervisor de sacerdotes» de Koptos
cuenta: «Estuve en la entrada de su excelencia el
supervisor de sacerdotes Djefy entregando grano a (los
habitantes de) toda esta ciudad para ayudarlos en los
dolorosos años de hambruna».
248
No obstante, hay que considerar cuidadosamente hasta
qué punto esta situación fue realmente específica del
Primer Período Intermedio. De hecho, se carece de pruebas
independientes que confirmen el cambio climático durante
esta época. En realidad, los datos disponibles parecen
sugerir que la «fase húmeda neolítica» terminó durante el
Reino Antiguo, trayendo sobre todo unas condiciones
climáticas más secas a las zonas desérticas adyacentes y
fomentando un proceso general de adaptación a una
crecida anual del Nilo de menor altura. Estos cambios
medioambientales no muestran signos de haber afectado a
la civilización egipcia de la época, lo cual pone en cuestión
cualquier supuesta conexión con el Primer Período
Intermedio. Recientes observaciones arqueológicas
realizadas en Elefantina parecen indicar incluso que
durante el Primer Período Intermedio Egipto experimentó
crecidas ligeramente superiores a la media.
Si consideramos la variación y la regularidad a largo
plazo de la crecida del río, parece evidente que el miedo a
una hambruna originada por un Nilo insuficiente en años
concretos debió de perseguir a los egipcios, en mayor o
menor grado, durante todos los períodos de su historia. Por
lo tanto, para comprender la importancia de esta cuestión
en los textos del Primer Período Intermedio es necesario
situarla en un contexto literario más amplio.
La frase introductoria que forma la base de la narración
de Ankhtifi es muy tradicional. En realidad es una de las
frases estándar de las autobiografías de los funcionarios del
Reino Antiguo, con la cual se afirma su integridad moral.
Durante el Primer Período Intermedio se elaboró mucho el
principio de ocuparse del débil. En esta época, los grandes
hombres estaban preparados para hacer frente a cualquier
249
necesidad que se presentara en la sociedad, ya fueran
problemas económicos, crisis políticas o desgracias
personales. Los gobernantes provinciales no sólo daban
cobijo y mantenían a unas cuantas personas (como un
padre haría con los miembros de su familia), sino que se
hacían cargo de toda la sociedad, ya fuera de la población
de su ciudad natal o de la del nomo o nomos que
gobernaban. El mensaje está claro: sin sus gobernantes la
gente estaría perdida. Abandonada a sus propios recursos,
sencillamente no sería capaz de hacer frente a los peligros
de la vida. Ni que decir tiene que este papel benéfico del
gobernante era indisociable tanto de su derecho a la
obediencia como de su autoridad. Así, Ankhtifi dice:
«Sobre cualquiera que haya depositado mi mano, ningún
mal sufrirá, porque mi razonamiento era muy experto y
mis planes muy excelentes. Pero toda persona ignorante,
todo desdichado que se me oponga, me vengaré de él por
sus hechos».
Durante el Primer Período Intermedio, las crisis se
convirtieron en algo socialmente significativo como
contextos donde el poder personal y la dependencia social
podían legitimarse; una observación que probablemente
sea de mucha ayuda a la hora de explicar por qué la
cuestión de las hambrunas y el sustento eran tan
importantes para los potentados locales de esa época.
250
Competencia y conflictos armados
Durante el Reino Antiguo, los administradores locales
se vieron obligados a organizar el servicio militar de las
personas de su jurisdicción y a conducir a estos grupos en
misiones agresivas y de paz contra las regiones vecinas al
valle del Nilo. Ya en la VI Dinastía, mercenarios
extranjeros —sobre todo nubios— fueron reclutados para el
ejército egipcio. Durante el Primer Período Intermedio, el
uso de las tropas locales y la experiencia militar de los
gobernadores de la región se convirtieron en fuerzas
decisivas en su lucha por la supremacía. Así, Ankhtifi
afirma:
Yo fui uno que encontró la solución cuando ésta
faltaba, gracias a mis vigorosos planes; uno con
palabras de autoridad y mente clara el día en que
los nomos se aliaron (para hacer la guerra). Soy el
héroe sin igual; uno que habló libremente mientras
la gente estaba callada el día en que se difundió el
miedo y el Alto Egipto no se atrevió a hablar. […]
Mientras el ejército de Hefat está en calma, toda la
tierra está en calma; pero si uno (le) pisa la cola
como (la de) un cocodrilo, entonces el norte y el sur
de toda esta tierra tiemblan (de miedo). […]
Navegué corriente abajo con mi fuerte y fiable
tropa y amarré en la orilla occidental del nomo
251
tebano […] y mi fiable tropa buscó batalla en el
oeste del nomo tebano, pero nadie se atrevió a salir
por miedo a ellos. Entonces navegué corriente abajo
de nuevo y amarré en la orilla este del nomo tebano
[…] y sus [probablemente del oponente de
Ankhtifi] murallas fueron asediadas, puesto que
había cerrado las puertas por miedo a esta fuerte y
fiable tropa. Se convirtieron en una partida en
busca de batalla por el oeste y el este del nomo
tebano, pero nadie se atrevió a salir por miedo a
ellos.
No resulta nada nuevo que un funcionario afirmara su
autoridad sobre más de un nomo. A finales de la V
Dinastía, por ejemplo, los reyes habían creado el cargo de
«supervisor del Alto Egipto» para que controlara a los
administradores de cada uno de los nomos meridionales.
Durante el Primer Período Intermedio también se tiene
constancia de funcionarios responsables de un territorio
grande, como Abihu, que gobernó los nomos de Abydos,
Dióspolis Parva y Dendera a comienzos del Período
Heracleopolitano. Por lo tanto, la doble nomarquía de
Ankhtifi e incluso su afirmación de supremacía militar
hasta tan al sur como Elefantina no es algo nuevo.
No obstante, la descripción de las guerras de Ankhtifi
deja bien claro que para entonces el rey no era
mencionado, ni siquiera nominalmente, como autoridad
que pudiera controlar la distribución de poder entre los
gobernantes locales. Es importante darse cuenta de que
esta situación implica un cambio radical de mentalidad. En
el cerrado sistema político del Reino Antiguo, el rey era la
única fuente de autoridad legítima. Todas las acciones de
252
los funcionarios se basaban en sus órdenes y era él quien
juzgaba y recompensaba sus méritos. Sin embargo, cuando
el poder de la realeza se desvaneció, se creó una situación
más abierta. Ahora los gobernantes locales podían actuar
según sus propios objetivos, apoyarse en sus propias bases
de poder y defender su posición en competencia con otros,
además de conseguir una nueva conciencia de sus propios
logros, lo que es un rasgo destacado de las inscripciones de
Ankhtifi.
253
Dioses, política y la retórica del
poder
En los muros de la tumba de Ankhtifi, el rey (uno de los
soberanos heracleopolitanos de la IX-X Dinastías) sólo
aparece mencionado una vez, en una corta filacteria en una
de las pinturas de la tumba: «Que Horus pueda garantizar
una (buena) crecida del Nilo a su hijo Neferkara». Resulta
muy significativo que se haga mención al rey en su
sagrado papel como mediador entre la sociedad humana y
las fuerzas de la naturaleza. Su papel político, sin embargo,
había sido absorbido por otras autoridades:
El dios Horus me concedió este nomo de Edfu
por vida, prosperidad y salud para restablecerlo.
[…] De hecho, Horus deseaba restablecerlo y por lo
tanto me lo concedió para que lo restableciera.
Encontré la heredad del (administrador) Khuu como
una heredad pantanosa desatendida por su
cuidador, con conflictos civiles y dirigida por un
desdichado. Ahora he hecho que un hombre abrace
(incluso) a los que mataron a su padre o hermano
para restablecer este nomo de Edfu.
En los textos de Ankhtifi no es el rey, sino Horus, el
dios de Edfu, quien aparece como autoridad suprema que
guía la acción política. Este concepto no es único de las
254
inscripciones del Primer Período Intermedio. Incluso la
reunificación de Egipto durante el reinado de
Mentuhotep II (2055-2004 a. C.) aparece descrita en
términos similares, como resultado de la intervención de
Montu, el gran dios del nomo tebano: «Un buen comienzo
tuvo lugar cuando Montu le entregó ambas tierras al rey
Nebhepetra (Mentuhotep II)» (en la estela de Abydos de un
supervisor del tesoro, Meru, de época de Mentuhotep II).
Esta ideología descansaba sobre cimientos sólidos,
puesto que los gobernantes locales actuaban por lo general
como «supervisores de sacerdotes», lo cual les aseguraba
un papel de privilegio en el culto a los dioses. El propio
Ankhtifi aparece representado en una escena de su tumba
supervisando una de las grandes fiestas del dios local,
Hemen, y la primera mención al templo de Amón en
Karnak la encontramos en la estela de un «supervisor de
sacerdotes» tebano, que afirma haberse ocupado de él
durante los años de hambruna.
Desde las fechas más tempranas, los templos
provinciales eran tanto centros administrativos como
centros de la lealtad personal de la población local y parece
probable que el sacerdocio adscrito a ellos formara el
núcleo de una primitiva élite provincial. En cierto modo,
los cultos provinciales pueden entenderse como
representaciones simbólicas de la identidad colectiva. Por
lo tanto, durante el Primer Período Intermedio, el dios y la
ciudad a menudo aparecen juntos en frases referidas al
arraigo social. La gente dice: «Soy uno amado por su
ciudad y alabado por su dios», mientras que las
maldiciones dirigidas contra los transgresores los
amenazan así: «Su dios local lo despreciará a él y sus
conciudadanos (en ocasiones “grupo familiar”) lo
255
despreciarán». Al integrar su autoridad personal con la
ejercida por los cultos locales, los potentados provinciales
consiguieron relacionar su poder con uno de los cimientos
morales de la sociedad local.
La fascinante cuestión de las inscripciones de Ankhtifi
no debe eclipsar, pese a todo, sus méritos literarios. Se trata
de una composición de inusual brillantez, plena de
expresiones originales y sorprendentes. Cualidades
semejantes podemos encontrar en la decoración pintada de
la tumba y, de hecho, en general en el arte del Alto Egipto
durante el Primer Período Intermedio. Los pintores del
Alto Egipto en esta época habían dejado de ajustarse a las
convenciones cortesanas del Reino Antiguo. Su estilo es
angular, extraño en ocasiones, pero descaradamente
expresivo. Al haberse liberado de unos modelos desfasados,
crearon toda una serie de escenas nuevas: filas de soldados
y cazadores, mercenarios en plena batalla y fiestas
religiosas. También introdujeron nuevas imágenes de las
ocupaciones diarias, como el hilado y el tejido; además de
modernizar escenas antiguas con los últimos cambios
culturales y tecnológicos. Lejos de ser un período de
declive cultural, estos turbulentos años fueron testigo del
aumento de una extraordinaria creatividad, que adaptó y
desarrolló los medios existentes de expresión literaria y
pictórica para adecuarlos a todo un nuevo grupo de
experiencias sociales.
Este proceso de cambio también indica que la élite del
Primer Período Intermedio sintió la necesidad de
comunicar los cambios sociales producidos; cuando el
gobierno dejó de poder confiar en la mera imposición del
poder, la base del mismo tuvo que hacerse explícita. Por lo
tanto, el texto de Ankhtifi puede leerse como un discurso
256
relativo a la necesidad del gobierno y a los beneficios de
una autoridad fuerte. También es sorprendente lo mucho
que estos ideales —a los cuales Ankhtifi tan
persuasivamente recurre— se relacionan con el sustrato de
la organización social local y las tradiciones provinciales.
257
La «supremacía tebana» y la
necrópolis de El Tarif
Durante el Reino Antiguo, Tebas, la capital del cuarto
nomo del Alto Egipto, había sido una ciudad provincial de
tercera categoría. Sin embargo, gracias a las estelas
funerarias encontradas en el amplio cementerio de El Tarif
(situado justo enfrente del templo de Karnak, pero en la
orilla occidental) a principios del Período Heracleopolitano
conocemos a una serie de supervisores de sacerdotes a
cargo de los asuntos locales. Esta serie de funcionarios fue
sucedida por un nomarca llamado Intef, que combinó (igual
que había hecho Ankhtifi) el puesto de «gran señor del
nomo tebano» con el de «supervisor de sacerdotes». No
obstante, además de éstos reclamó los títulos de
«confidente del rey en la estrecha puerta del sur [es decir,
Elefantina]» y «gran señor del Alto Egipto». Dado que en
el cementerio de Dendera (la capital del sexto nomo del
Alto Egipto) se encontró una inscripción referida a este
Intef, parece evidente que podemos asumir que su
autoridad era reconocida mucho más allá de los límites de
su provincia natal.
Con toda probabilidad, este nomarca Intef es el mismo
«Intef el Grande, nacido de Iku» que aparece mencionado
en inscripciones contemporáneas y al cual incluso uno de
los primeros soberanos del Reino Medio, Senusret I
(1956-1911 a. C.), dedicó una estatua en el templo de
258
Karnak. Además, este hombre es descrito como el «conde
Intef», antepasado de la XI Dinastía tebana, en la lista real
inscrita en los muros de la «capilla de los antepasados» de
Tutmosis III en Karnak. Sin embargo, sólo su sucesor
inmediato, Mentuhotep I, fue designado como rey en la
tradición posterior; si bien el nombre de Horus que se le
asigna, Tepy-a (literalmente «el Antepasado»), revela
claramente que se trata de una ficción postuma. Faltan
fuentes epigráficas contemporáneas para Mentuhotep I y
su hijo, Sehertawy Intef I (2125-2112 a. C.), pero la tumba
de este último sigue siendo el punto más visible de la
necrópolis de El Tarif, y es el único monumento
superviviente del poder y la grandeza de los primeros reyes
tebanos.
Durante el Primer Período Intermedio en la necrópolis
de El Tarif se desarrolló un tipo especial de tumba,
aparentemente como adaptación a la topografía local. Para
las tumbas de los particulares, de menores dimensiones, se
excavó un amplio patio en los estratos de grava y marga de
la terraza inferior del desierto. En el extremo posterior del
patio, un pórtico de macizos pilares cuadrados formaba la
fachada de la tumba, al tiempo que fue el origen del
nombre moderno de este tipo arquitectónico, tumba saff
(saff es la palabra árabe para «fila»). Un corto y estrecho
corredor en el centro de la fachada conduce a la capilla de
la tumba, que también contiene el pozo funerario que
conduce hasta la misma.
El rey Intef I eligió construirse una tumba saff de
dimensiones colosales. El patio de Saff Dawaba, como se
conoce hoy día, fue excavado en el terreno como un
inmenso rectángulo de 300 metros de largo y 54 de
anchura; del mismo se extrajeron cuatrocientos mil metros
259
cúbicos de grava y roca blanda, que fueron apilados
formando dos montones largos y bajos junto a los laterales
del patio. Desgraciadamente, la parte frontal del patio
(donde se habría construido algún tipo de capilla de
entrada) se ha perdido, pero la parte posterior del mismo,
con la amplia fachada con una fila doble de pilares tallados
en la roca y tres capillas (una para el propio rey y las otras
dos probablemente para sus esposas), todavía está
relativamente bien conservada. Como toda la superficie de
los muros ha saltado, no se sabe si en algún momento
estuvieron pintados. No obstante, Saff Dawaba es una
impresionante obra de arquitectura que revela algunos de
los principios básicos de la recién instituida realeza. Por
encima de todo no se aprecia el menor intento de emular la
arquitectura funeraria del Reino Antiguo. Más bien, los
reyes tebanos crearon un tipo de tumba regia
explícitamente tebana a partir de la tradición local.
Además, al contrario que muchos soberanos del Reino
Antiguo, no buscaron un lugar exclusivo. Las tumbas
reales continuaron estando situadas en el cementerio
principal de Tebas, justo frente a la ciudad y sus templos, al
otro lado del río. El lugar de enterramiento del rey no
estaba rodeado sólo por las tumbas de un estrecho círculo
de cortesanos, sino por el cementerio de la población local,
a lo cual hay que añadirle las pequeñas tumbas-capilla
situadas en los laterales del patio, destinadas al
enterramiento de algunos de sus seguidores. El mensaje
transmitido por esta arquitectura, por lo tanto, se centraba
no sólo en la elevada posición del rey, sino también en el
hecho de que estos soberanos estaban enraizados en Tebas
y la sociedad local.
Los sucesores inmediatos de Intef I (Wahankh Intef II y
Nakht-Nebtepnefer Intef III) se construyeron tumbas saff
260
muy similares en la necrópolis de El Tarif, paralelas a Saff
Dawaba. Cuando Mentuhotep II se trasladó a Deir el
Bahari, quizá lo hizo sólo obligado porque en El Tarif se
había ocupado todo el terreno adecuado para la
arquitectura monumental.
261
El rey Wahankh Intef II (2112-2063
a. C.)
Como Mentuhotep I e Intef I, los dos primeros reyes de
la XI Dinastía, reinaron sólo quince años, los cincuenta
años del hermano y sucesor de Intef I, Wahankh Intef II,
destacan como la fase más decisiva en el desarrollo de la
nueva monarquía. De este reinado se conserva una gran
cantidad de restos arqueológicos, epigráficos y artísticos, lo
que nos proporciona datos cruciales sobre la naturaleza de
la realeza tebana.
Intef II reivindicó el título tradicional de la monarquía
dual (nesu-bit), así como el de «hijo de Ra», que se refiere
al dogma de la ascendencia divina. No obstante, no asumió
el protocolo regio al completo con sus cinco «grandes
nombres», la llamada titulatura quíntuple (véase el capítulo
1 para una discusión sobre estos apelativos). De hecho, sólo
añadió el «nombre de Horus» Wahankh («duradero de
vida») a su «nombre de nacimiento», Intef, y no tiene
«nombre de coronación» (el cual tradicionalmente incluiría
el nombre del dios sol Ra). Por desgracia, sólo se han
conservado unas pocas representaciones del rey, de modo
que resulta imposible saber si utilizó el conjunto completo
de coronas y otros símbolos reales, si bien la
documentación actual sugiere que es improbable. Los
primitivos reyes tebanos eran muy conscientes del carácter
hmitado de su gobierno.
262
Fiel a sus orígenes sociales entre los magnates
provinciales, Intef II creó una estela biográfica que se
erguía delante de la capilla de entrada a su tumba saff en El
Tarif. Este monumento, que contiene una representación
del rey acompañado por sus perros favoritos, resume de
forma retrospectiva los logros de su reinado y las
afirmaciones realizadas en el texto quedan confirmadas
ampliamente por las inscripciones de sus seguidores.
Como ya hemos mencionado, existen buenos motivos
para creer que el último nomarca tebano sin carácter de
rey controlaba una gran parte del sur del Alto Egipto. No
obstante, Intef II lanzó una ofensiva decisiva hacia el norte.
Capturó el nomo de Abydos, que desde el Reino Antiguo
había sido el principal centro administrativo del Alto
Egipto, y luego continuó su ataque todavía más al norte, al
territorio del décimo nomo meridional. Se trataba de una
política de abierta hostilidad contra los reyes
heracleopolitanos y durante varias décadas hubo guerra de
forma intermitente en la franja de tierra que separa
Abydos de Asyut.
263
Los hombres del rey
Conocemos a algunos de los hombres que sirvieron
durante el reinado de Intef II. El militar tebano Djary, por
ejemplo, luchó contra el ejército heracleopolitano en el
nomo de Abydos y luego penetró en el nomo décimo;
Hetepy, de Elkab, se encargó de la administración de los
tres nomos más meridionales del rey; y Tjetjy, tesorero de
Intef, cuya magnífica estela se encuentra actualmente en la
colección del Museo Británico. Si bien las inscripciones
biográficas de estos hombres estaban destinadas sobre todo
a alabar los logros de sus dueños, no cabe la más mínima
duda respecto al hombre que ostentaba toda la autoridad:
Así dice Hetepy: «Era uno amado por mi señor
y alabado por el señor de esta tierra y su majestad
realmente hizo feliz a este sirviente [es decir,
Hetepy]». De hecho, su majestad dijo: «¡No hay
nadie quien […] dé (mis) buenas órdenes, sino
Hetepy!» y este sirviente lo hizo extremadamente
bien y su majestad alabó a este sirviente por ello. Y
sus nobles dijeron: «¡Que este rostro los alabe!».
Resulta extremadamente significativo que ya no
hubiera nomarcas en el territorio controlado por los
soberanos tebanos y que a ninguno de los funcionarios que
realizó misiones importantes para estos reyes se les
264
concediera la posibilidad de establecerse como gobernante
local mediando entre los intereses de su territorio y las
exigencias del rey. El Estado recién fundado no se organizó
como una red de magnates semiindependientes apenas en
contacto, como sucedió hacia el final del Reino Antiguo,
sino como un sistema poderoso basado en unos estrechos
lazos de lealtad personal y control estricto.
265
Monumentos y arte
Aparte de sus éxitos militares, Intef II enfatiza en su
inscripción biográfica que ha construido muchos templos a
los dioses y, de hecho, el fragmento de construcción regia
más antiguo que se conserva en Karnak es una columna de
Wahankh Intef II. En Elefantina, las excavaciones en el
templo de la diosa Satet han sacado a la luz una serie de
estadios constructivos ininterrumpidos que se remontan al
Dinástico Temprano. Mientras que en Elefantina los
soberanos del Reino Antiguo sólo le dedicaron unas
cuantas ofrendas votivas a Satet, Intef II fue el primer rey
en erigir capillas tanto para la diosa como para Khnum y
conmemorar este acontecimiento en inscripciones en los
quicios de las puertas. Durante la XI Dinastía, todos sus
sucesores siguieron su ejemplo.
La secuencia de acontecimientos que la excavación de
Elefantina ha revelado de forma tan clara es aplicable a los
templos de otros muchos lugares. De hecho, dejando aparte
algunas excepciones concretas, la actividad constructiva
regia en los templos provinciales de Egipto sólo se aprecia
a partir de la XI Dinastía. Por lo tanto, se puede decir que
Intef II inauguró una nueva política de presencia y
actividad regia en los santuarios de todo el país; una
política que continuará a una escala todavía mayor por
Senusret I y muchos otros reyes posteriores.
Los monumentos, tanto de la realeza como de
266
particulares, de la época de Intef II también incluyen
espléndidos ejemplos del arte de la XI Dinastía. Algunos de
los monumentos menores, como la estela de Djary, todavía
muestran el enérgico estilo artístico del Primer Período
Intermedio en el Alto Egipto; pero al mismo tiempo los
talleres reales estaban comenzando a producir trabajos
bellamente equilibrados, caracterizados por un modelado
grueso y redondo, que a menudo conseguía un efecto
estético especial mediante el contraste entre amplias
superficies lisas y zonas rellenas con detalles
delicadamente tallados, como pueden ser elaborados
faldellines plisados o peinados de diseño complejo. En estas
obras se aprecia un claro deseo de crear un medio que
transmitiera las aspiraciones de la nueva dinastía.
Si nos concentramos en los acontecimientos del Alto
Egipto, es posible observar cómo surgió una nueva
estructura política que conduciría, sin interrupciones, a la
formación del Estado del Reino Medio. Es probable que
este proceso, que tendría un efecto importantísimo en el
267
futuro de Egipto, haya de ser considerado como el
fenómeno más importante de la historia del Primer Período
Intermedio. Con todo, no podemos olvidar que el reino
tebano sólo ocupaba una parte pequeña, remota y
relativamente carente de importancia de todo Egipto. Los
períodos de guerra y conflicto que tanto llaman la atención
en las narraciones biográficas fueron, sin duda, episodios
localizados y cortos. En la mayor parte de las poblaciones,
durante la mayor parte del tiempo y para la mayor parte de
las personas, el Primer Período Intermedio probablemente
fuera una experiencia bastante menos emocionante.
Durante el Primer Período Intermedio casi todo país
estuvo en manos de los sucesores heracleopolitanos de la
antigua monarquía menfita. Así, para tener una idea
equilibrada del período es crucial concentrarse en la
situación del reino heracleopolitano tanto como en la del
reino meridional.
268
El reino heracleopolitano
Sabemos muy poco de los dieciocho o diecinueve reyes
que componen la Dinastía Heracleopolitana de Manetón y
que quizá ocuparan el trono de Egipto durante un período
de ciento ochenta y cinco años. Incluso sus nombres nos
son en gran parte desconocidos y, excepto en uno o dos
casos, es imposible situar a los pocos reyes cuyos nombres
conocemos en un lugar concreto de la secuencia dinástica.
Además, no se conoce la duración del reinado de ninguno
de ellos. Según Manetón, la Dinastía Heracleopolitana fue
fundada por un rey llamado Khety y esta información se ve
confirmada por las pruebas epigráficas contemporáneas,
que se refieren al reino septentrional como la «casa de
Khety». No obstante, desconocemos por completo sus
orígenes sociales y las circunstancias de su ascenso al
trono.
Las fuentes contemporáneas corroboran de forma
inequívoca la afirmación de Manetón de la existencia de
una relación entre esta dinastía y la ciudad de
Heracleópolis Magna. Lo más probable es que los reyes
residieran en ella, si bien el hecho de que Merykara (c. 2025
a. C.), el último o penúltimo rey heracleopolitano, fuera
enterrado en una tumba en la antigua necrópolis real de
Sakkara es un claro indicio de que los reyes
heracleopolitanos se consideraron a sí mismos como parte
de la tradición de la realeza menfita. El hecho de que el
269
nombre de coronación de Neferkara Pepi II —el último
gran soberano del Reino Antiguo— fuera adoptado por al
menos uno de los reyes heracleopolitanos (al igual que por
varios monarcas de la VIII Dinastía) apunta en la misma
dirección.
Ninguno de los reyes heracleopolitanos ha dejado
monumentos, o al menos no se han encontrado todavía; si
bien esto se debe en parte a que la exploración
arqueológica del yacimiento de Heracleópolis Magna (la
moderna Ihnasya el Medina) sólo comenzó en 1966[11]. El
hecho de que hasta el momento ninguna de las pirámides
heracleopolitanas haya sido identificada con seguridad en
la necrópolis de Sakkara puede considerarse como una
prueba de que éstas fueron edificios nada llamativos,
parecidos quizá a la pequeña pirámide del rey de la VIII
Dinastía Qakara Iby (véase el último epígrafe del capítulo
5). Es evidente que los heracleopolitanos no consiguieron
establecer un sistema centralizado fuerte, en la línea del
Estado del Reino Antiguo, ni siquiera en el centro de sus
propios dominios.
La mayor parte de las referencias contemporáneas a la
Dinastía Heracleopolitana derivan de los monumentos de
particulares, consistentes sobre todo en inscripciones
biográficas procedentes del Alto y del Medio Egipto, y
tienden a concentrarse en la guerra heracleopolitano-
tebana, una cuestión de la que trataremos más adelante.
Heracleopolitano es también el trasfondo histórico de dos
de los más importantes textos literarios y filosóficos que se
han conservado del Antiguo Egipto: las Enseñanzas para el
rey Merykara y el Cuento del campesino elocuente. En la
actualidad existe un generalizado consenso respecto a que
estos «textos sapienciales» fueron en realidad compuestos
270
durante el Reino Medio, si bien las circunstancias concretas
de sus orígenes y las vicisitudes de su transmisión textual
siguen siendo objeto de debate. Por lo tanto, es aconsejable
la mayor de las cautelas cuando se haga cualquier intento
de utilizarlos como fuentes históricas. Las Enseñanzas para
el rey Merykara, por ejemplo, incorporan un telón de fondo
narrativo en el cual el padre monarca del destinatario del
texto está enfrascado en rechazar la infiltración asiática en
el delta oriental. Considerando la situación en general,
semejante escenario no parece improbable; pero todavía no
se conoce ninguna prueba que demuestre que la
inmigración asiática fuera un problema durante el Primer
Período Intermedio (si bien sí está comprobada para el final
del Reino Medio).
271
La era heracleopolitana en la
historia social y cultural
Considerando la ausencia de datos relativos a la
historia dinástica de los soberanos heracleopolitanos,
resulta de la mayor importancia investigar si su reino
puede ser considerado como una unidad social y cultural
en sí misma. Al estudiar las pruebas arqueológicas
debemos concentrar nuestra atención en las zonas
centrales del reino heracleopolitano: las regiones de Menfis
y la del Fayum. Desde el punto de vista arqueológico, el
Egipto Medio meridional formaba parte de la región del
Alto Egipto.
En el norte nos enfrentamos a un doble problema. Las
fuentes disponibles no forman un marco rico y coherente,
como sucede en el Alto Egipto, por lo que es
extremadamente difícil establecer una secuencia
arqueológica firme. Además, no existen fósiles
arqueológicos que puedan ser datados con seguridad en
términos dinásticos. Por lo tanto, a menudo resulta dudoso
qué monumentos han de ser atribuidos al Período
Heracleopolitano propiamente dicho y cuáles son del
período que siguió a la reunificación del país y el comienzo
del Reino Medio.
En muchas aspectos, el desarrollo del material
arqueológico en el norte sigue el mismo camino que en el
Alto Egipto. Por ejemplo, en ambas regiones encontramos
272
modelos en madera de sirvientes y talleres, máscaras de
cartonaje y amplias tumbas familiares, siendo las
costumbres funerarias en gran parte las mismas. Por lo que
respecta a algunos tipos de artefacto, como los recipientes
de piedra y los amuletos de concha de molusco, es evidente
que el norte y el sur bebieron de los mismos modelos. A
juzgar por el material arqueológico, las comunidades que
formaban la sociedad heracleopolitana parecen haber
sufrido un patrón de desarrollo social y cultural similar al
del resto del país.
No obstante, no hay que pasar por alto importantes
diferencias. En el norte la evolución de las formas
cerámicas, por ejemplo, sigue un camino completamente
diferente. Aquí la antigua forma ovoide no fue
abandonada, como en el sur. De hecho, incluso aparecieron
una serie de jarras ovoides delgadas de un tipo muy
especial, a menudo con bases apuntadas y unos cuellos
cilíndricos o en embudo bastante peculiares. Los patrones
morfológicos desarrollados en el norte durante el Primer
Período Intermedio siguieron de forma mucho más cercana
la tradición del Reino Antiguo.
No obstante, ni siquiera en el reino heracleopolitano
sobrevivió la cultura de élite al estilo de la aristocracia del
Reino Antiguo. Por lo tanto, el perfil social de los
ocupantes de los antiguos cementerios cortesanos de la
región menfita cambió de forma radical. Para los primeros
egiptólogos, que solían basar por completo sus patrones de
juicio en las comparaciones con la cultura cortesana del
Reino Antiguo, esto parecía ser la prueba de unos
acontecimientos dramáticos. Sin embargo, desde una
perspectiva más amplia, es evidente que no estamos sino
viendo la transformación desde unas condiciones
273
extraordinarias hasta otras de comparativa normalidad,
cuando las necrópolis menfitas se volvieron similares a los
cementerios de las ciudades de provincia. Ciertamente, la
pérdida por parte de Menfis de su categoría al final del
Reino Antiguo debió de provocar una serie de importantes
cambios en las condiciones de vida de sus habitantes. No
obstante, el registro arqueológico de los cementerios
menfitas no puede ser utilizado como prueba de una
revolución social o de una guerra civil tras la desaparición
del Reino Antiguo.
En varios yacimientos importantes —Sakkara,
Heliópolis y Heracleópolis Magna— se encuentran
pequeñas mastabas que incorporan falsas puertas y capillas
decoradas para ofrendas, lo que permite evaluar el estilo
del arte heracleopolitano. Predomina la tradición del Reino
Antiguo. Las escenas rituales y de la vida cotidiana, la
disposición de la decoración y el estilo del relieve siguen de
cerca los patrones del Reino Antiguo, pero todo en
miniatura. En la región menfita y sus alrededores, donde
los monumentos del glorioso pasado egipcio estaban a
mano para ser investigados y donde las tradiciones de los
talleres llevaban asentadas siglos, el legado del Reino
Antiguo no sería olvidado.
Es probable que, debido al estado de la investigación
arqueológica a finales del siglo XX, no seamos capaces de
ver todas las situaciones en las que estas tradiciones se
utilizaron durante el Primer Período Intermedio.
Inmediatamente después de la reunificación del país, el rey
de la XI Dinastía Nebhepetra Mentuhotep II pudo recurrir
a los conocimientos de los artistas y canteros menfitas para
construir y embellecer su templo funerario en Deir el
Bahari. Fue durante su reinado cuando reapareció un nivel
274
de pericia que no se había visto desde las pirámides del
Reino Antiguo.
275
La organización interna del reino
heracleopolitano
El Egipto meridional escapó al control regio a
comienzos del Período Heracleopolitano, pero ¿qué sucedió
con esas partes del país que continuaron bajo gobierno de
la IX-X Dinastía hasta el final del mismo? Las fuentes
relevantes incluyen registros prosopográficos e
inscripciones biográficas del Egipto Medio meridional.
Entre ellas ocupan un lugar especial las tumbas de los
«supervisores de sacerdotes» de Asyut. Durante la parte
final del Período Heracleopolitano, Asyut se convirtió en la
principal fortaleza militar del Alto Egipto, que permaneció
fiel a los reyes septentrionales en su lucha contra los
rebeldes tebanos. Las inscripciones biográficas de tres
personas que ocuparon el cargo de forma consecutiva nos
proporcionan una información crucial, tanto sobre el
transcurso de los acontecimientos políticos como sobre la
ideología del gobierno vigente entonces.
Información complementaria puede obtenerse de un
grupo de grafitos inscritos en los muros de la cantera de
travertino de Hatnub, dejados por los emisarios de un
nomarca del nomo de El Ashmunein llamado Neheri, cuyo
hipogeo se encuentra en El Bersha. La fecha más probable
para estos textos es inmediatamente después del final del
Período Heracleopolitano (si bien no todos estarán de
acuerdo). Es indudable, no obstante, que su punto de vista
276
intelectual se encuentra firmemente enraizado en la
tradición heracleopolitana.
Los temas mencionados en los textos de Asyut y
Hatnub son similares, en muchos aspectos, a los que
encontramos en textos más meridionales. La afirmación de
los gobernantes locales de que se han ocupado de sus
ciudades en situaciones críticas ocupa un lugar destacado.
La inscripción biográfica del más antiguo de los
«supervisores de sacerdotes» de Asyut nos proporciona
incluso una descripción detallada de las medidas que
adoptó para mejorar el sistema de irrigación y asegurar
cosechas suficientes en los años malos. También se
enfatizan los éxitos militares del nomarca, destacándose su
éxito en la lucha contra los enemigos extranjeros (el
soberano tebano) y el restablecimiento de la seguridad
pública dentro de sus propios nomos. Por último, tampoco
se olvida la atención prestada por los magnates locales a
los templos de su ciudad: se mencionan tanto trabajos
constructivos en los templos como el suministro de bienes
para el sostén de las necesidades de los cultos asociados a
ellos.
Sin embargo, justo al contrario de lo que sucede con el
texto de Arikhtifi, en los textos de los magnates de Asyut
los estrechos lazos con el rey ocupan un lugar destacado.
Afirman descender de una venerable estirpe aristocrática y
una serie de estrechos lazos personales parece haberlos
relacionado con la casa de soberanos heracleopolitanos.
Uno de ellos, por ejemplo, menciona que durante su
infancia recibió lecciones de natación junto a los hijos del
rey. Se menciona, además, la intervención del ejército
heracleopolitano en el Alto Egipto. Por lo tanto, para los
gobernantes locales del Egipto Medio meridional, el
277
gobierno heracleopolitano era algo muy real.
Nuestras fuentes sobre la estructura interna del reino
heracleopolitano siguen siendo muy superficiales. A pesar
de ello, el material disponible parece sugerir que los
monarcas septentrionales se apoyaban en una clase de
aristócratas provinciales que permanecieron fieles a la
Corona, sobre todo en aquellos casos en los que existían
fuertes lazos personales (quizá por amistad, matrimonio o
relaciones familiares). No obstante, al mismo tiempo los
aristócratas consideraban sus ciudades como algo muy
importante para ellos, convirtiéndolas quizá en el principal
centro de su lealtad. En este sentido, el reino
heracleopolitano parece haber heredado de nuevo una de
las características del Reino Antiguo, lo que quizá
conllevara compartir una de sus debilidades estructurales.
278
Kom Dara
En este contexto puede ser significativo un monumento
importante, aunque bastante enigmático. En el cementerio
de Dara, situado a unos veintisiete kilómetros corriente
abajo de Asyut, en el Egipto Medio, se alza una gigantesca
mastaba de adobe conocida como Kom Dara que ocupa una
posición prominente en el mismo. El edificio todavía no ha
sido estudiado adecuadamente. En su estado actual se trata
de una superficie de 138 x 144 metros (es decir, 19.872
metros cuadrados) delimitada por unos macizos muros
exteriores que originalmente se alzaban hasta los 20 metros
de altura. Todavía no se han encontrado los restos de la
capilla mortuoria que, en tiempos, seguramente formó
parte del complejo. El interior se alcanza mediante un
corredor descendente que penetra en el edificio desde el
punto medio de su cara norte y conduce hasta una única
cámara subterránea, construida con grandes losas de caliza.
279
El enorme tamaño de la tumba, junto a su planta
cuadrada y el emplazamiento de su cámara funeraria
recuerdan de inmediato a una pirámide. Sin embargo, un
análisis más detallado de la construcción revela que sin
duda el edificio nunca fue pensado como tal. En realidad, el
acceso a la cámara funeraria desde el norte es un rasgo
muy habitual de la arquitectura funeraria privada de
finales del Reino Antiguo, mientras que la planta cuadrada
mantiene paralelismos con tumbas del propio cementerio
de Dará. Por lo tanto, Kom Dara puede considerarse como
una tumba monumental derivada de un prototipo local; del
mismo modo que las tumbas saff de Tebas derivan de tipos
de tumbas saff más sencillos construidos para el culto
280
funerario de la gente común.
Atendiendo a la cerámica, Kom Dara puede datarse en
la primera mitad del Primer Período Intermedio. Su dueño
es desconocido y todavía no se tienen pruebas
concluyentes que permitan identificarlo, como se repite
con frecuencia, con un supuesto rey Khuy, cuyo nombre
aparece en un fragmento de relieve hallado reutilizado en
otro edificio del yacimiento y que no aparece mencionado
en ningún otro lugar. Con todo, la propia tumba atestigua
sin lugar a dudas las aspiraciones de su dueño a
representar un papel político que sobrepasa con creces el
de mero nomarca, sin importar si se atrevió o no a asumir
los títulos de la realeza.
No existen registros históricos que nos puedan decir
qué ocurrió realmente en este lugar; pero el contexto deja
claro que el dueño de la tumba de Kom Dara no consiguió
establecerse como un centro de poder independiente, algo
que sí lograron los tebanos no mucho después. Resulta
tentador, no obstante, especular un poco más. En las
anchas y fértiles llanuras del Egipto Medio, los dinastas
locales con ambiciones se veían de inmediato rodeados por
un grupo de poderosos competidores. Sin embargo, la
propia realidad geográfica puede haber ayudado a
mantener el equilibrio de poder entre varios gobernantes
locales del Egipto Medio, que a su vez pueden haber sido
importantes para mantener el dominio regio. Tampoco
parece demasiado especulativo asumir que aquí, una de las
zonas agrícolamente más productivas del país, la Corona
viera amenazados importantes intereses y, por
consiguiente, se sintiera menos inclinada a tolerar las
veleidades políticas de los gobernantes locales que en las
remotas franjas de tierra de la «cabeza del sur» (es decir,
281
de la región tebana).
282
La guerra final
Los problemas seguramente se precipitaron cuando
Wahankh Intef II atacó el nomo tinita y continuó hacia el
norte, hasta que su avance se vio detenido por los
nomarcas de Asyut. Hemos conservado la descripción de al
menos un contraataque heracleopolitano en una
inscripción muy fragmentaria de la tumba de Ity-yeb (el
segundo en la serie de «supervisores de sacerdotes» de
Asyut), que menciona unas exitosas operaciones militares
contra los «nomos del sur». Además, el texto de las
Enseñanzas para Merykara afirma que el padre del rey
Merykara había reconquistado Abydos. Sigue siendo
motivo de especulación si estos hechos están relacionados
con la «rebelión de Thinis», mencionada en una estela del
decimocuarto año de reinado de Mentuhotep II.
No obstante, sí está claro que el éxito militar
heracleopolitano no tuvo un efecto duradero en el
resultado final; puesto que la tumba del hijo de Ity-yeb,
Khety II, de época del rey Merykara, contiene una
descripción de nuevos conflictos con los agresores tebanos.
No se conserva ningún dato sobre la secuencia de
acontecimientos de la fase final de la guerra, pero resulta
indudable que Asyut fue tomada por la fuerza. En
cualquier caso, la familia gobernante de Asyut no
sobrevivió a la victoria tebana.
Carecemos de información sobre los avances hacia el
283
norte de Mentuhotep II, pero no parece probable que
tuviera que luchar a cada paso. Más bien es posible que la
red de control político heracleopolitano sobre el Egipto
Medio se viniera abajo tras la derrota de Asyut, estando los
gobernantes locales deseosos de pasarse del lado del
vencedor antes de que fuera demasiado tarde, con la
esperanza de salvarse a sí mismos y a su ciudad «del terror
que era difundido por la casa del rey [de Tebas]».
No conocemos la suerte sufrida por el último rey
heracleopolitano, ni los detalles de la conquista de su
capital; pero las recientes excavaciones en el cementerio de
Ihnasya el Medina muestran que sus monumentos
funerarios fueron, literalmente, reducidos a pedazos en
algún momento de comienzos del Reino Medio. Es tentador
considerar esta información arqueológica como una prueba
del saqueo final de la capital septentrional de Egipto.
284
El Primer Período Intermedio en
retrospectiva
Gran parte de los egiptólogos actuales sigue
presentando una imagen negativa del Primer Período
Intermedio. Este aparece caracterizado como una época de
caos, declive, miseria y desintegración social y política: una
«época oscura» que separa dos de gloria y poder. No
obstante, esta imagen se basa sólo parcialmente en el
estudio de las fuentes contemporáneas del período. En gran
parte reproduce —en ocasiones con una sorprendente
ingenuidad— el tema literario desarrollado por un grupo de
textos del Reino Medio. Las llamadas Admoniciones de un
sabio egipcio y la Profecía de Neferti son el núcleo de este
género; pero otro textos «pesimistas» como las Quejas de
Khakheperraseneb y el Diálogo entre un hombre cansado de
la vida y su «ba» también pueden ser incluidos en la lista.
En este tipo de textos se lamenta el estado de desorden
existente y se compara con el modo en que las cosas tienen
que ser. El orden social se invierte; los ricos son pobres y
los pobres ricos; el malestar y la inseguridad social
prevalecen en todo el país; los documentos administrativos
se rompen en pedazos; hay muchos gobernantes distintos
al mismo tiempo; el país es invadido por extranjeros; la
base moral de la vida social está destruida; la gente se
despreocupa y odia al resto de la gente; y las escrituras
sagradas son profanadas. Este estado de perturbación
285
general no se limita al mundo social, alcanza dimensiones
cósmicas, pues en ocasiones se dice que el río ya no fluía
como solía e incluso el sol ya no brillaba con la misma
intensidad que antes.
Conviene mencionar que en los textos no se dice que se
estén refiriendo al Primer Período Intermedio, como
tampoco se menciona ningún acontecimiento histórico
concreto. En la Profecía de Neferti se predice que el
advenimiento de Amenemhat I (1985-1956 a. C.) supondrá
el final de un estado de caos que debe situarse,
cronológicamente, a finales de la XI Dinastía y no durante
el Primer Período Intermedio. Se necesita un cuidadoso
estudio si se quiere determinar si estos textos poseen
alguna relación con la historia del Primer Período
Intermedio y, en caso de que la tengan, hay que analizar en
concreto cómo se relacionan con los acontecimientos
históricos concretos.
Los textos originarios del propio Primer Período
Intermedio carecen por completo de esa nota de
desesperación que es la característica de la literatura
«pesimista» del Reino Medio. Hablan de crisis, pero se
trata de una crisis que es derrotada con brillantez: el vigor,
la confianza en uno mismo y el orgullo por los propios
logros caracterizan el ambiente de la época. Es cierto que
existe una sorprendente serie de similitudes temáticas
entre las biografías del Primer Período Intermedio y los
textos pesimistas del Reino Medio (como las crecidas
insuficientes, el hambre, el malestar social, la guerra y la
crisis que afecta a los cimientos del Estado), pero estas
similitudes demuestran, sobre todo, las conexiones
literarias entre ambos.
Otro aspecto de la documentación textual parece ser
286
más importante todavía. En las inscripciones del Primer
Período Intermedio, las descripciones de la crisis sirven
para legitimar el poder de los gobernantes locales. Del
mismo modo, la muy elaborada imagen de período de
completo caos de la posterior literatura pesimista
proporciona el negro telón de fondo ante el cual se puede
justificar la estricta política de ley y orden llevada a cabo
por los reyes del Reino Medio e, incluso, conseguir que éste
parezca caritativa. Por lo tanto, las bases de la ideología de
gobierno de la monarquía del Reino Medio descansan
firmemente en lo que conocemos del pensamiento político
del Primer Período Intermedio.
Las comparaciones entre la literatura «pesimista» del
Reino Medio y los textos del Primer Período Intermedio
revelan lo mucho que el impacto del Primer Período
Intermedio afectó a la conciencia colectiva de los egipcios
del Reino Medio y sus puntos de vista sobre las relaciones
sociales y políticas. Por otra parte, sería un error intentar
utilizar los textos literarios del Reino Medio como fuentes
auténticas para la historia del Primer Período Intermedio.
El punto de vista sobre el Primer Período Intermedio
ofrecido en este capítulo se ha basado por completo en las
fuentes contemporáneas; este intento de evaluar la
documentación conservada en todos sus aspectos hace
mucho más difícil suscribir la tradicional imagen negativa
de la época. En cambio, uno no puede dejar de
sorprenderse ante el dinamismo y la creatividad del
período.
Cuando Senusret I donó una estatua del «conde» Intef,
el antepasado de la XI Dinastía, al templo de Karnak,
estaba reconociendo que los orígenes de la realeza del
Reino Medio se encontraban en la lucha por el poder y la
287
influencia en la que participaron los gobernantes locales
del Primer Período Intermedio. Dejando a un lado su
importancia política, es imposible negar el impacto del
Primer Período Intermedio en la historia cultural de Egipto.
En casi cada esfera de la cultura material se desarrolló un
juego completo de nuevos tipos morfológicos, incluidas
invenciones tan notablemente exitosas como el sello con
forma de escarabajo.
Pero, por encima de todo, destaca que la cultura
popular tuvo oportunidad de florecer en un momento en
que la abrumadora influencia de la cultura cortesana se
había desvanecido y el gobierno central era muy débil,
cuando anteriormente (durante el Reino Antiguo) había
impuesto pesadas exigencias a las comunidades
provinciales. Durante el Primer Período Intermedio, las
poblaciones locales de todo el país disfrutaron de una
riqueza manifiesta, si bien modesta. También consiguieron
varios medios nuevos de expresión y comunicación y
fueron capaces de organizar sus vidas dentro del limitado
horizonte de sus preocupaciones inmediatas.
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7. EL RENACIMIENTO DEL REINO
MEDIO
(c. 2055-1650 a. C.)
GAE CALLENDER
El Reino Medio (2055-1650 a. C.), al contrario que el
Primer y el Segundo Períodos Intermedios, sí constituyó
una unidad política, cuyo núcleo constó de dos fases: la XI
Dinastía, gobernada desde la ciudad de Tebas en el Alto
Egipto, y la XII Dinastía, centrada en la región de Lisht, en
Fayum. Algún tiempo atrás, los historiadores consideraban
que el Reino Medio estuvo formado únicamente por la XI y
la XII Dinastías; pero estudios recientes han demostrado
con claridad que al menos la primera mitad de la llamada
XIII Dinastía (a primera vista por completo diferente de lo
que entendemos por una dinastía al uso) forma parte
inequívoca del período: la capital o residencia real no se
trasladó, la actividad del gobierno apenas se redujo y la
producción artística no sufrió ningún declive —de hecho,
algunas de las obras más notables del arte y la literatura
del Reino Medio datan de la XIII Dinastía—. Sí hubo, no
obstante, una gran disminución en la construcción de
monumentos a gran escala, un indicio significativo de que
la XIII Dinastía no era tan fuerte ni estuvo tan inspirada
por las ideas de grandeza que caracterizaron los reinados
de los faraones de la XII Dinastía. Indudablemente, este
fenómeno se debió a la brevedad de los reinados de la
mayoría de los soberanos de la XIII Dinastía, si bien
319
todavía se desconocen los motivos de semejante cambio en
la escena política de la época.
El modo más sencillo de conseguir aprehender
someramente el tono general de la historia del Reino
Medio es estudiar uno por uno sus reyes y los
acontecimientos de sus reinados, pues fueron ellos quienes
sentaron las bases de las tendencias políticas y culturales
del período. No obstante, al seguir esta vía nos vemos
obligados a enfrentarnos a uno de los mayores problemas
que ofrece la comprensión de la historia del Reino Medio:
la cuestión de las «corregencias» de los reyes de la XII
Dinastía. En pocas palabras el problema es el siguiente:
¿hubo alguno de estos soberanos que compartiera el trono
con su sucesor? Los elementos cruciales del debate son las
llamadas estelas de doble datación, es decir, textos que
incluyen los nombres de dos reyes sucesivos y mencionan
una fecha diferente para cada uno de ellos. Estas estelas
han dividido a los especialistas en cuanto a qué
representan en realidad: ¿se trata de una mención a dos
faraones que comparten el poder?, o, por el contrario, ¿son
sólo las fechas durante las cuales el dueño de la estela
ocupó su cargo en cada reinado?
La cronología estándar de la XII Dinastía se ha ido
modificando con el paso de los años, siguiendo el ritmo de
los intensos análisis realizados sobre las fechas
mencionadas en los monumentos. Alguno de estos estudios
ha revelado unos reinados mucho más cortos de lo
sugerido por el fragmentario Canon de Turín y los
epítomes de Manetón. Los reinados más controvertidos son
los de Senusret II y Senusret III, pues las cronologías
propuestas por cada especialista presentan grandes
discrepancias entre ellas. El descubrimiento de ciertas
320
«marcas hieráticas de control» talladas en la manipostería
de los monumentos de Senusret III ha añadido más
confusión a estas cronologías, por lo que el problema de las
fechas de la XII Dinastía sigue en pleno debate. Josef
Wegner, por ejemplo, ha proporcionado argumentos muy
sólidos para considerar que Senusret III reinó durante
treinta y nueve años. Si a ello le sumamos que en Lisht se
han descubierto referencias a un «año 30» de este faraón,
así como pruebas de que llegó a celebrar su fiesta Sed (el
jubileo real), el resultado es que este rey habría tenido un
reinado mucho más largo de lo sugerido por las
cronologías más modernas. También existen indicios para
sospechar (como sugieren los papiros descubiertos en la
ciudad de Lahun) que en realidad Senusret II se mantuvo
en el trono egipcio durante diecinueve años, en vez de
tener ese reinado más corto que mencionan las cronologías
revisadas. Con todo, acomodar estas cronologías ampliadas
dentro de las fechas absolutas propuestas por algunos
historiadores ocasiona ciertos problemas. Las pruebas de
que los reinados de la XII Dinastía fueron más largos de lo
que se pensaba encajarían bien con la teoría de las
corregencias, basada en los monumentos con doble
datación; sin embargo, hay otros especialistas que también
han propuesto argumentos convincentes con los cuales
intentan refutar las corregencias individuales, como las de
Amenemhat I/Senusret I, Senusret I/Amenemhat II y
Senusret III/Amenemhat III.
Teniendo en cuenta que hasta el Reino Nuevo (como
muy pronto) no existen «fechas absolutas» reales para la
historia de Egipto (excepto las cronologías basadas en el
Carbono 14) y dado que continúa el debate sobre las
dataciones alta, media y baja, aún se puede revisar la
cronología de todos los períodos faraónicos. Es posible que
321
los nuevos hallazgos arqueológicos de Tell el Daba (véase
el capítulo 8) nos ayuden a resolver los problemas de la
cronología del Reino Medio; pero mientras tanto, en este
capítulo y a la espera de nuevas pruebas, obviaremos la
cuestión de las corregencias.
322
La XI Dinastía
El primer soberano de la XI Dinastía en conseguir
controlar todo Egipto fue Nebhepetra Mentuhotep II
(2055-2004 a. C.), quien probablemente fuera el sucesor de
Nakhtnebtepnefer Intef III (2063-2055 a. C.) en el trono
tebano. La importancia de la hazaña de Mentuhotep,
conseguir reunificar las Dos Tierras, fue reconocida por los
mismos egipcios. De hecho, en fechas tan tardías como la
XX Dinastía, muchas tumbas de particulares contienen
inscripciones que celebran su papel como fundador del
Reino Medio. El incremento en la documentación histórica
disponible y en el número de edificios construidos, así
como la evidente prosperidad del país durante la parte final
de su reinado, unidos al resurgir y desarrollo de todas las
formas artísticas, son claros indicios de su éxito a la hora
de restaurar la paz en el país. No deja de ser irónico que,
tras un comienzo tan prometedor, la XI Dinastía se
hundiera tan sólo diecinueve años después de la muerte de
su fundador.
Nebhepetra Mentuhotep II
Entre las muchas inscripciones rupestres de diversos
períodos que se conservan en los acantilados de Wadi Shatt
el Rigal, a ocho kilómetros al norte de Gebel el Silsila, hay
un relieve con una imagen colosal de Nebhepetra
Mentuhotep II, soberano de la XI Dinastía. Su tamaño
empequeñece a las tres figuras que lo acompañan: la de su
323
madre; la de su probable antecesor en el trono, Intef III; y
la del canciller que sirvió a ambos reyes, Khety. Durante
mucho tiempo se consideró el relieve como la prueba de
que Mentuhotep II era hijo de Intef III. En esa misma
dirección parece apuntar un sillar procedente de Tod,
donde Mentuhotep II se alza destacado ante un grupo de
tres reyes llamados Intef, que aparecen alineados tras él.
Ello parece sugerir de nuevo la existencia de conexiones
familiares con los Intef, así como un largo linaje regio. Sin
embargo, esta insistencia en el «linaje» parece más bien un
intento por obviar la cuestión del verdadero origen de
Mentuhotep. De hecho, no sería nada sorprendente
descubrir que Mentuhotep no fue hijo de rey, con lo cual
estos monumentos no serían sino un intento deliberado
por contrarrestar la afirmación de los soberanos de
Heracleópolis de que ellos sí eran miembros de la «Casa de
Khety» (véase el capítulo 6).
324
Parece como si durante los catorce años anteriores al
estallido de la última fase de la guerra civil entre
Heracleópolis y Tebas, Mentuhotep II hubiera gobernado
su reino tebano sin problemas. No sabemos prácticamente
nada de este conflicto, pero una gráfica imagen de su
violencia puede haberse conservado en la llamada Tumba
de los Guerreros de Deir el Bahari, cerca del complejo
funerario de Mentuhotep II. Allí aparecieron los cuerpos
sin momificar y envueltos en vendas de sesenta soldados,
fallecidos sin ninguna duda en el campo de batalla y luego
depositados juntos en una tumba excavada en la roca,
donde la deshidratación los conservó. A pesar de la
ausencia de embalsamamiento, estos cadáveres son los
cuerpos mejor conservados del Reino Medio. Dado que
fueron enterrados como un grupo y a la vista del
325
cementerio real, se ha supuesto que murieron en un
conflicto especialmente heroico, relacionado quizá con la
guerra contra Heracleópolis.
Merykara, el soberano del norte, falleció antes de que
Mentuhotep alcanzara su capital, Heracleópolis. Con él
murió la resistencia de su reino, puesto que su sucesor sólo
pudo gobernar el reino heracleopolitano durante unos
pocos meses. La victoria de Mentuhotep sobre este último
nomarca del norte le proporcionó la oportunidad de
reunificar Egipto, pero sólo poseemos un conocimiento
indirecto de la dureza de la campaña y del tiempo que
tardó en conseguirlo. El proceso bien pudo extenderse a lo
largo de muchos años, puesto que poseemos referencias
dispersas de otras luchas que tuvieron lugar en este
momento del reinado de Mentuhotep. Una de las claves
que nos hablan de la inseguridad existente en la época la
tenemos en la presencia de armas en el ajuar funerario de
hombres no relacionados con el ejército; otra es la imagen
del difunto en las estelas funerarias de algunos
funcionarios, que portan armas en vez de los símbolos
propios de su cargo. No obstante, según la paz y la
prosperidad material se fueron asentando en el país, este
hábito parece haber ido disminuyendo su frecuencia.
La reconquista de Mentuhotep incluyó también
incursiones en Nubia, que durante los últimos momentos
del Reino Antiguo había regresado a un gobierno nativo.
En la época en que los ejércitos de Mentuhotep cayeron
sobre ellos, existía al menos un linaje de soberanos nativos
que controlaba diversas partes de Nubia. Una inscripción
en un sillar de Deir el Bailas, que se piensa que pertenece a
su reinado, menciona campañas en Wawat (Baja Nubia);
también sabemos que Mentuhotep asentó una guarnición
326
en la fortaleza de Elefantina, desde donde las tropas podían
desplegarse con más rapidez hacia el sur.
Además del énfasis puesto en su linaje, parte de la
estrategia de Mentuhotep para aumentar su reputación
ante sus coetáneos y sus sucesores fue una política de
autodeificación. En dos fragmentos procedentes de
Gebelein se describe como «hijo de Hathor»; en Knosso,
cerca de Filé, adoptó la forma itifálica del dios Min;
mientras que en Dendera y Asuán usurpó el tocado de
Amón y Min, apareciendo en el resto de monumentos con
la corona roja con dos plumas. Esta iconografía y su
segundo nombre de Horus, Netjeryhedjet («El divino de la
corona blanca»), enfatizan su autodeificación. En su templo
de Deir el Bahari se han encontrado indicios de que intentó
ser adorado como un dios en su Casa de Millones de Años,
anticipándose en varios siglos a las ideas que se
convertirían en la principal preocupación religiosa del
Reino Nuevo. Resulta evidente que estaba reafirmando el
culto al soberano.
El autobombo de Mentuhotep vino acompañado por
sus cambios de nombre y por el proceso de autodeificación.
A lo largo de su reinado el soberano modificó varias veces
su nombre de Horus, señalando con cada cambio un hito
político del mismo. La fecha más tardía que conocemos del
último nombre que adoptó, Sematawy («Aquél que une las
Dos Tierras»), es el año 39 de su reinado; sin embargo, es
probable que en realidad lo adoptara años antes, durante la
celebración de su fiesta Sed.
El gobierno del reino
Mentuhotep gobernó desde Tebas, que hasta entonces
no había sido una ciudad especialmente importante del
Alto Egipto. Se encontraba bien situada para poder
327
controlar a los restantes nomarcas (gobernadores
regionales) y la mayoría de los funcionarios de Mentuhotep
eran de la zona. El alcance de sus funciones era amplio: el
visir Khety dirigió campañas en Nubia en nombre de su
señor, mientras que el canciller Mera controlaba el
Desierto Oriental y los oasis. Este último cargo poseía
entonces mucha más relevancia de la que tuvo durante el
Reino Antiguo. Para acompañar al cargo ya existente de
«gobernador del Alto Egipto», se creó el de «gobernador
del Bajo Egipto», que disfrutaba del mismo poder que el
primero. El fortalecimiento del poder central aumentó el
control del rey sobre sus funcionarios, al mismo tiempo
que restringía el poder de los nomarcas, quienes durante el
Primer Período Intermedio habían gozado de completa
independencia.
Es probable que Mentuhotep redujera el número de
nomarcas. No cabe duda, por ejemplo, de que el
gobernador de Asyut perdió el poder debido a su apoyo a
la causa heracleopolitana. En cambio, los nomarcas de Beni
Hasan y Hermópolis mantuvieron el mismo control que
hasta entonces, quizá como recompensa por ayudar a los
ejércitos de los nomarcas tebanos. Los gobernadores de
Nag el Deir, Akhmin y Deir el Gebrawi también
mantuvieron sus cargos. No obstante, la conducta de los
nomarcas era vigilada por los funcionarios de la corte real,
que recorrían el territorio con regularidad.
Otro indicio del regreso a un gobierno egipcio
centralizado y fuerte lo encontramos en las expediciones
realizadas fuera de las fronteras del país. Uno de los más
famosos jefes de expedición de la época fue Khety (el
funcionario representado en el relieve de Shatt el Rigal
descrito párrafos atrás), que patrulló la zona del Sinaí y
328
también llevó a cabo misiones en Asuán. Henenu, el
«supervisor del cuerno, pezuña, cuero y peso», era el
mayordomo del rey; entre sus numerosas obligaciones
estuvo la de viajar tan lejos como el Líbano en busca de
cedro para su señor. Estos viajes sugieren que Egipto
estaba comenzando a restaurar su influencia en el mundo
exterior.
La política constructiva de Mentuhotep II
Además de las numerosas campañas rnilitares
organizadas durante los cincuenta y un años de reinado,
este soberano también fue responsable de la construcción
de numerosos edificios, si bien la mayor parte de ellos ya
no existen. Muchos de los templos y capillas que erigió se
encuentran en el Alto Egipto: Dendera, Gebelein, Abydos,
Tod, Armant, Elkab, Karnak y Asuán. Cerca de Qantir, en
el delta oriental, un equipo holandés-ruso ha descubierto
un templo del Reino Medio. Su arquitectura es similar a la
del complejo funerario de Mentuhotep en Deir el Bahari,
pero todavía no se han publicado fechas definitivas para el
mismo.
Durante el Reino Medio, los cementerios reales
siguieron evolucionando, no sólo en cuanto a su
arquitectura, sino también estructural y espacialmente.
Este cambio constante parece reflejar la búsqueda de una
solución espiritual a la cuestión sobre cuál es el tipo de
tumba más efectivo, algo muy evidente en el monumento
funerario de Mentuhotep en Deir el Bahari, en la orilla
occidental de Tebas. Se trata, con mucho, del más
impresionante de los edificios conservados de este
soberano, si bien no es gran cosa lo que queda de él. El
diseño del templo es único, pues ninguno de sus sucesores
de la XI Dinastía (Sankhara Mentuhotep III y Nebtawyra
329
Mentuhotep IV) llegó a terminar sus tumbas y los reyes de
la XII Dinastía se inspiraron para las suyas en modelos del
Reino Antiguo. El tipo de tumba utilizado por los
anteriores soberanos tebanos fue la tumba saff (véase el
capítulo 6), que excavaron en la zona de El Tarif, en la
orilla occidental de Tebas; sin embargo, el monumento de
Mentuhotep terminó con esa tradición. Si bien da la
impresión de que alguno de los arquitectos del soberano
estuvo implicado en la construcción de tumbas saff, el
complejo funerario de Mentuhotep revela una visión que
anteriormente faltaba en los modelos de tumbas tebanas y
heracleopolitanas. No es de extrañar que el edificio sea
reconocido como el más importante del período que se
extiende entre el final del Reino Antiguo y el comienzo de
la XII Dinastía.
Este inspirador símbolo de la reunificación de Egipto
fue el epítome de un nuevo comienzo. Se trata, por
ejemplo, de la primera estructura regia que hizo hincapié
en las creencias osiriacas, en lo que es un reflejo de la
«equiparación» habida entre los cultos funerarios del rey y
de la gente del común durante el Primer Período
Intermedio. Significativas innovaciones de este templo
fueron los deambulatorios en forma de galerías abiertas
añadidos al edificio central y el uso de terrazas. El diseño
incorporaba una arboleda de sicómoros y tamariscos
situada frente al templo; cada árbol fue plantado dentro de
un hoyo de diez metros de profundidad excavado en la
roca y rellenado luego con tierra fértil. Una calzada larga y
descubierta llevaba desde este patio con árboles hasta la
terraza superior, sobre la cual se construyó el edificio
central. Este pudo haber tenido la forma de una mastaba
cuadrada (coronada quizá por una colina); detrás del
mismo había una sala hipóstila y luego el centro de culto.
330
Las tumbas de las esposas del rey, las reinas Neferu y
Tem, fueron incluidas en el complejo: la segunda fue
enterrada en una tumba dromos en la parte posterior del
templo y la primera en una tumba en la roca, excavada
dentro del muro norte del temenos del patio anterior.
Detrás del edificio central, a lo largo del corredor
occidental, se encontraron capillas y tumbas para otras seis
mujeres, cuatro de las cuales poseían el título de «esposa
real». Los enterramientos pertenecen a la primera fase del
templo de Mentuhotep. Cuando fueron excavadas, varias
de estas tumbas contenían aún los enterramientos
originales y con ellos las primeras pruebas del uso de
maquetas funerarias, que representaban tanto el sarcófago
como el cuerpo del difunto (los precursores de las figuras
shabti que tan populares se volvieron en fechas
posteriores). Las mujeres enterradas en el acceso occidental
parecen haber sido de categoría inferior a Neferu y Tem, y
todas eran jóvenes: la mayor, Ashaiyet, tenía veintidós
años y la más joven, Mayt (cuya capilla, muy destruida, no
contiene indicios del título de «esposa»), era una niña de
sólo cinco años de edad. El significado de estas esposas de
inferior categoría es incierto. Pueden haber sido hijas de
nobles a los cuales el rey deseaba tener controlados, pero la
mayoría aparecen mencionadas como sacerdotisas de
Hathor; por lo tanto, se ha sugerido que sus tumbas
pueden haber formado parte de un culto hathórico del rey
dentro de su complejo mortuorio. Otro enigma es que los
enterramientos parecen ser contemporáneos entre sí.
¿Acaso estas mujeres murieron juntas en algún tipo de
desastre?
Es evidente que las capillas de las tumbas de las seis
mujeres pertenecen a la misma etapa constructiva que la
tumba conocida como Bab el Hosan, que se encuentra bajo
331
el antepatio del templo. Dieter Arnold considera que esta
tumba real es un enterramiento anterior e incompleto
destinado al rey. Fue aquí donde se encontró una estatua
de piel negra con ropajes de fiesta. El inusual color de la
piel es otra de las muchas referencias a Osiris, que
simboliza la fertilidad y los poderes regeneradores de
Mentuhotep II.
Si bien el templo estaba totalmente decorado, no se han
conservado suficientes dibujos y relieves como para poder
reconstruir de forma fiable el diseño y la decoración
generales del mismo, aunque existen varios temas
definidos: se enfatizan los aspectos sobrenaturales y
osirianos del rey, pero también hay escenas de la vida
cortesana. La naturaleza regional del trabajo artístico es
evidente en muchos de los fragmentos de decoración
pintada, donde elementos característicos muy visibles son
los labios gruesos, los ojos grandes y unos cuerpos
exageradamente delgados y poco elegantes. No obstante,
también hay algunos relieves magistralmente tallados
(sobre todo en las capillas de las esposas jóvenes), más
típicos de la escuela menfita. La mezcla de técnicas refleja
la situación política indicada por la biografía de alguno de
los artesanos, las cuales muestran que también ellos
procedían de diversas regiones de Egipto, de donde
vinieron trayendo sus tradiciones locales. Con el tiempo, el
estilo menfita prevaleció, pero pasaron varias generaciones
antes de que reemplazara a los géneros artísticos
regionales en todo Egipto.
Si bien no es posible señalar ningún monumento de
Mentuhotep II en el templo de Amón en Karnak, sí hay una
referencia al dios en el templo del soberano, cuya
localización en la curva del acantilado en Deir el Bahari es
332
en sí misma significativa, pues se encuentra alineado
directamente frente a Karnak, situado en la otra orilla del
río. Este emplazamiento puede haber sido elegido para
permitir que el culto funerario del rey se beneficiara de la
visita anual del dios Amón a Deir el Bahari, durante la
celebración de un ritual conocido como la Bella Fiesta del
Valle. A partir de este momento, el culto de Amón
comenzó a crecer en Tebas.
Mentuhotep III y Mentuhotep IV
La madre de Senkhara Mentuhotep III (c. 2004-1992
a. C.), que fue un enérgico constructor, fue la reina Tem.
En 1997, un equipo húngaro dirigido por Gyóró Vórós no
sólo descubrió un hasta el momento desconocido santuario
copto bajo la cima de la colina de Thoth (Thoth Hill), en la
orilla occidental de Tebas, sino también una tumba de
comienzos del Reino Medio que seguramente perteneció a
Mentuhotep III. Esta construcción pudo haber sido la
inspiración para las tumbas bab de comienzos de la XVIII
Dinastía.
El reinado de Mentuhotep III se caracterizó por un
cierto número de innovaciones arquitectónicas, incluido un
santuario triple en Medinet Habu, que fue el antecedente
de los templos de la XVIII Dinastía para las tríadas
«familiares». Además, los restos del templo de ladrillo que
construyó en la colina de Thoth, la cima más alta del Valle
de los Reyes, no sólo contenía otro santuario triple, sino
que incorporaba los primeros ejemplos conservados de
pilonos de un templo. Cerca del templo se encuentran los
restos de otro edificio de Mentuhotep III.
El arte conservado de este breve reinado no es menos
innovador, se puede decir que la escultura en relieve
alcanzó en este momento su cénit en el Reino Medio. El
333
tallado de la piedra es extremadamente delicado, con el
altorrelieve transmitiendo una tremenda profundidad
espacial utilizando unas diferencias de grosor no mayores
que unos pocos milímetros. La sutileza de los retratos y los
detalles de los ropajes de sus relieves en Tod son muy
superiores a los de las esculturas de Mentuhotep II.
Mentuhotep III también fue el primer soberano del
Reino Medio en enviar una expedición a la tierra de Punt
(África oriental) para conseguir incienso, si bien las
expediciones al mar Rojo y Punt se hicieron más frecuentes
durante la XII Dinastía. La expedición de Mentuhotep,
dirigida por un funcionario llamado Henenu, fue enviada
por el Wadi Hammamat, por lo que aparentemente exigió
la construcción de barcos a la orilla del mar Rojo, para lo
cual utilizó los troncos que había llevado con ella. También
intentó proteger la frontera noreste mediante la
construcción de fortificaciones en el delta oriental.
Tras la muerte de Mentuhotep III, aproximadamente en
el año 1992 a. C., parece haber habido «siete años vacíos»,
correspondientes al reinado de Nebtawyra Mentuhotep IV
(quien quizá usurpara el trono, pues no aparece en las
listas reales). Su madre era una plebeya sin más títulos
regios que el de «madre del rey», de modo que
posiblemente ni siquiera fuera miembro de la familia real.
Se conoce poco del reinado de Mentuhotep IV, excepto
sus expediciones mineras. Las inscripciones de la mina de
travertino de Hatnub sugieren que por estas fechas algunos
nomarcas del Egipto Medio pueden haber comenzado a
crear problemas. El acontecimiento más importante del
reinado del que tenemos noticias es el envío de una
expedición minera a Wadi Hammamat. Amenemhat, el
visir que dirigió la expedición, ordenó tallar una
334
inscripción en la cantera para recordar dos buenos
presagios que se dice que fueron observados por los
miembros de la misma. El primero fue una gacela que parió
a su cría encima de la piedra que había sido elegida para la
tapa del sarcófago del rey y el segundo una furiosa lluvia
que, cuando amainó, reveló un pozo cuadrado de diez
codos de lado lleno de agua hasta el borde. En un terreno
tan yermo, se trataba de un descubrimiento espectacular,
milagroso incluso. Parece casi seguro que el hombre que se
convertiría en el primer rey de la XII Dinastía es este
mismo Amenemhat. Al igual que la mayoría de los altos
funcionarios de la XI Dinastía, habría ocupado varios
cargos relevantes; el trono pudo haber pasado al visir como
consecuencia de la debilidad del rey o de la ausencia de un
heredero varón adecuado.
335
La XII Dinastía
La mucha mayor sofisticación de la XII Dinastía
comparada con la XI Dinastía quizá sea el factor que ha
convencido a tantos especialistas de que el Reino Medio
propiamente dicho sólo comienza con aquélla.
Amenemhat I
Sehetepibra Amenemhat I (el Ammenemes de Manetón,
c. 1985-1956 a. C.) era hijo de un hombre llamado Senusret
y de una mujer llamada Nefret, ajenos a la familia real; los
nombres de Amenemhat, Senusret y Nefret fueron muy
populares después entre los reyes de la XII Dinastía y sus
esposas. Si realmente el visir Amenemhat es la misma
persona que Amenemhat I, entonces su informe de los dos
milagros estaría indicando que era alguien para quien se
hacían portentos. Sus coetáneos habrían comprendido que
se trataba de un hombre favorecido por los dioses.
La profecía de Neferti, un texto que pudo haberse
compuesto a comienzos del reinado de Amenemhat I,
comienza con una lista de los problemas que sufre la tierra,
para luego «predecir» la aparición de un rey fuerte:
Y Entonces un rey vendrá del Sur,
Ameny, el justificado, de nombre.
Hijo de una mujer de Ta-Seti, hijo del Alto Egipto.
Se pondrá la corona blanca,
Llevará la corona roja;
336
Unirá a Las Dos Poderosas [Las dos coronas]
[…]
Los asiáticos caerán ante su espada, Los libios caerán
ante su llama,
Los rebeldes ante su cólera, los traidores ante su
poder,
Como la serpiente de su frente somete a los rebeldes
para él.
Alguien construirá los «Muros del gobernante»,
Para impedir que los asiáticos entren en Egipto
[…]
Como esta «profecía» de comienzos de la XII Dinastía
(cuya fecha es muy cuestionable) se refiere claramente al
rey Amenemhat, volvemos a encontrarnos con la
descripción de una nueva intervención divina, que se
encarga de subrayar la categoría sobrenatural del rey. Si
bien hay otros textos que mencionan el caos anterior a la
llegada de nuevos reyes, las referencias a los asiáticos en
La profecía de Neferti son nuevas, así como la mención a los
«Muros del gobernante», una estructura construida por
Amenemhat para interceptar la vía de acceso a Egipto
desde Oriente. Fue durante su reinado cuando se realizaron
las primeras campañas militares del Reino Medio en
Oriente Próximo de las que tenemos pruebas.
Una de las decisiones más importantes de Amenemhat
fue el traslado de la capital de Egipto desde Tebas hasta
una ciudad nueva: Amenemhat-itj-tawy («Amenemhat el
que toma las dos tierras»), conocida en ocasiones sólo
como Itjtawy, que todavía está por localizar en la región de
Fayum, probablemente cerca de la necrópolis de Lisht. El
nombre de la ciudad implica un comienzo de reinado
bastante violento; pero la fecha exacta del traslado a
337
Itjtawy no se conoce. La mayor parte de los estudiosos
afirman que tuvo lugar a comienzos del reinado de
Amenemhat, si bien Dorotea Arnold defiende una fecha
mucho más tardía (en torno al vigésimo año de reinado).
Aunque es posible defender que Amenemhat pasó algunos
años en Tebas, los entre tres y cinco años que
posiblemente duraron los preparativos para la construcción
de la plataforma cercana a Deir el Bahari identificada como
una posible tumba de Amenemhat I, sugieren que quizá el
traslado no tuvo lugar en una fecha tan tardía como el año
vigésimo. En cambio, el mínimo número de monumentos
tebanos construidos por Amenemhat I y la sospechosa
ausencia de tumbas de funcionarios tras la época de
Meketra (un alto funcionario enterrado en las cercanías de
la susodicha plataforma) pueden sugerir que el cambio
tuvo lugar en los primeros años del reinado. Sin embargo,
las inscripciones en los bloques de los cimientos del templo
mortuorio de Amemenhat en Lisht demuestran, primero,
que Amenemhat ya había celebrado su jubileo real y,
segundo, que ya había transcurrido el año uno de un rey
anónimo (quien se piensa que es Senusret I, sucesor de
Amenemhat), lo cual sugiere una fecha extremadamente
tardía para el complejo piramidal de Lisht. Por todas estas
razonas, la fecha del traslado hasta Fayum sigue siendo
fuente de considerables debates.
Itjtawy pudo haber sido elegido porque estaba más
cerca del origen de las incursiones asiáticas que Tebas,
pero fundar una nueva capital también fue una inteligente
decisión política por parte de Amenemhat, pues mediante
la misma indicaba que se trataba de un nuevo comienzo.
También significó que los funcionarios que le sirvieron en
Itjtawy serían por completo dependientes del rey, dado que
carecían de bases de poder propias. Este nuevo comienzo
338
fue conmemorado en el segundo nombre de Horus elegido
por el faraón: Wehemmesu («El renacimiento» o, más
literalmente, «La repetición de nacimientos», quizá una
alusión al primero de los «milagros»). No se trataba de una
frase hueca: la XII Dinastía buscó sus modelos en el Reino
Antiguo (por ejemplo, la forma piramidal para la tumba del
rey y el uso de sus estilos de decoración artística), además
de promover el culto al soberano. Se produjo un lento pero
inexorable retorno hacia un gobierno más centralizado,
acompañado de un incremento de la burocracia. Al mismo
tiempo se observa un crecimiento exponencial de la
riqueza minera del rey, enfatizada por los escondrijos de
joyas hallados en varias tumbas reales de la XII Dinastía.
Estos cambios tuvieron como resultado el aumento del
nivel de vida de los egipcios de clase media, cuyo nivel de
riqueza era proporcional a sus cargos oficiales.
El primer uso que hizo Amenemhat de los ejércitos
feudales fue contra los asiáticos en el delta; la escala de
estas operaciones se desconoce. Seguidamente reforzó la
región con la construcción de los llamados «Muros del
soberano», que tienen un papel dramático en la Historia de
Sinuhé y también se mencionan en La profecía de Neferti.
Hasta el momento no se ha encontrado ninguna fortaleza
en la frontera noreste de Egipto, pero los restos de un gran
canal que hay en la zona pueden datar de esta época. Se
sabe que durante el reinado de Amenemhat se
construyeron fortalezas en otros lugres, entre ellas una en
Mendes llamada Rawatay, además de los puestos
avanzados de Semna y Quban en Nubia, cuyo propósito era
sobre todo proteger y explotar las minas de oro de Wadi
Allaqi.
Si bien el rey y su ejército de reclutas llegaron a
339
Elefantina muy al principio del reinado, no parece que
actuaran más al sur antes del año 29. Para entonces la
política respecto a Nubia había dejado de ser la flexible red
de operaciones comerciales y extracción de piedra que
caracterizó al Reino Antiguo para convertirse en una
nueva estrategia de conquista y colonización, con la
intención sobre todo de conseguir materias primas, en
especial oro. Una inscripción en Korosko, en la Baja Nubia,
a medio camino entre la primera y la segunda cataratas,
afirma que las gentes de Wawat (Baja Nubia) fueron
derrotadas en el vigésimo noveno año del reinado de
Amenemhat. Sólo se recoge una incursión militar contra
los libios; se dice que tuvo lugar en el año 30, siendo
dirigido el ejército por Senusret, hijo del rey. Para cuando
terminó la campaña libia, Amenemhat estaba muerto.
Senusret I
Según el Fragmento 34 de la historia de Manetón, a
finales del reinado de Amenemhat tuvo lugar una conjura.
Las enseñanzas de Amenemhat también sugieren una
disputa por la sucesión y fue mientras Senusret se
encontraba guerreando en Libia cuando se le informó de la
muerte de su padre. Casi con seguridad, Amenemhat fue
asesinado, y un texto de época de Senusret I contiene una
descripción del acontecimiento narrada por su propio
padre, supuestamente desde la tumba:
Era tras la cena, cuando la noche había caído y
había pasado una hora de felicidad. Estaba dormido
sobre mi cama, estando cansado y mi corazón
comenzó a quedarse dormido. Cuando las armas de
mi consejo fueron empuñadas me convertí en una
serpiente de la necrópolis. Cuando lo hice, me
340
desperté para luchar y me encontré con que era un
ataque de mis guardaespaldas. ¡Si hubiera cogido
las armas en mi mano con rapidez habría hecho
retroceder a los desgraciados con una carga! Pero
nadie es poderoso durante la noche, nadie puede
luchar solo; ningún éxito se consigue sin ayuda.
Mira, mi herida tuvo lugar cuando me encontraba
sin ti, cuando mi séquito todavía no había
escuchado que te lo entregaría, cuando todavía no
estaba sentado contigo, que te daría consejos;
porque yo no lo previ y mi corazón no pensó en la
negligencia de los sirvientes.
Se piensa que el manuscrito del cual procede este breve
extracto es una composición de principios de la XII
Dinastía, posiblemente creada en pro de Senusret I para
apoyar sus derechos al trono. La obra serviría como
«justificación» de cualquier medida punitiva que pudiera
haber tomado Senusret tras convertirse en soberano de
Egipto.
Las listas reales conceden a Kheperkara Senusret I (c.
1956-1911 a. C.) un reinado de cuarenta y cinco años, dato
confirmado por un texto de Amada (Nubia) que contiene
una fecha del año 44 de este soberano. Durante algún
tiempo se aceptó que el reinado de Senusret I estuvo
formado por treinta y cinco años de gobierno en solitario y
diez años de corregencia compartida con su padre; pero en
1995 Claude Obsomer puso en duda esta asunción. Si su
afirmación es correcta, el final de Las enseñanzas de
Amenemhat I, donde el rey pide que sea Senusret quien le
suceda, cobra sentido. Esta petición poética sólo se explica
si no hubo corregencia que asegurara una transmisión de
341
poderes tranquila.
Senusret envió una expedición a Nubia en su décimo
año de reinado. Ocho años después envió otra que llegó
hasta la segunda catarata. Su general, Mentuhotep, se
adentró incluso más al sur; pero fue Buhen la que se
convirtió en la nueva frontera meridional egipcia. Senusret
erigió aquí una estela de victoria y construyó un fuerte,
transformando así la Baja Nubia en una provincia de
Egipto. Si bien Kush (Alta Nubia) era explotada sobre todo
por su oro, los egipcios también conseguían en ella
amatista, turquesa, cobre y gneis para joyas y esculturas.
En el norte, las caravanas iban de Egipto a Siria,
intercambiando cedro y marfil por bienes egipcios. Estas
expediciones a Nubia y a Asia, más abundantes que antes,
demuestran todo lo que había cambiado la política exterior
egipcia entre la XI y la XII Dinastías.
Los numerosos monumentos del rey se extienden desde
la Baja Nubia, en el sur, hasta Heliópolis y Tanis, en el
norte; precisamente para conseguir las materias primas
necesarias para construir, decorar y equipar estas
construcciones se enviaron funcionarios a explotar las
minas de piedra de Wadi Hammamat, Sinaí, Hatnub y
Wadi el Hudi. Una sola de estas expediciones extrajo
suficiente piedra como para hacer 60 esfinges y 150
estatuas. El Museo Egipcio de El Cairo alberga una amplia
colección de estatuas de Senusret halladas en su templo
mortuorio, pero muchos de sus otros monumentos y
estatuas fueron remodelados, copiados y reemplazados por
reyes posteriores, de modo que se han conservado pocos
originales. Se piensa que en Tebas Senusret fundó el
templo de Ipet Sut (Karnak) y que, para conmemorar la
fiesta Sed de su trigésimo cuarto año de reinado, erigió un
342
santuario en alabastro para la barca. El relieve de esta
época es especialmente delicado, si hemos de juzgar por
fragmentos como una dañada imagen del rey procedente
de Koptos (en la actualidad en el Petrie Museum,
University College de Londres); pero sus estatuas carecen
de vivacidad y movimiento y los retratos son impersonales.
No obstante, esta gran cantidad de obras de arte tuvo
resultados importantes: debido al largo reinado de
Senusret, el «estilo regio» llegó a las distintas regiones con
la fuerza suficiente como para proyectar su sombra sobre
todo Egipto y hacer retroceder a los estilos regionales.
Senusret fue el primero en contar con un programa
constructivo, a partir del cual se edificaron monumentos en
cada uno de los lugares de culto del país. Esta decisión, que
era una extensión de la política de los faraones de finales
del Reino Antiguo, tuvo el efecto de minar las bases de
poder de los templos locales y sus sacerdotes. En la
actualidad sólo se conservan algunos restos de las
principales esculturas y trabajos temáticos realizados en
estas regiones, lo que reduce nuestra impresión sobre el
impacto del programa de Senusret. Entre sus principales
medidas se encuentra la remodelación del templo de
Khenti-amentiu-Osiris en Abydos. Siguiendo este impulso
real, los funcionarios del rey también erigieron numerosas
estelas conmemorativas (o cenotafios) en Abydos,
inaugurando así una costumbre que se convertiría en
estándar para los hombres devotos con posibles, tanto en el
Reino Medio como en el Reino Nuevo. Dada la atención
prestada por Senusret al culto de Osiris, se produjo en
Egipto un florecimiento de las creencias y prácticas
osirianas, además de igualarse de forma importante las
creencias del rey en la otra vida y las de sus súbditos. John
Wilson ha descrito este proceso como la «democratización
343
de la otra vida».
Los «papeles de Hekanakhte»
Por una afortunada casualidad contamos con una
colección de cartas del Reino Medio que nos proporciona
muchos detalles sobre la vida agrícola de esta época. Las
cartas se intercambiaron entre un anciano granjero
llamado Hekanakhte y su familia, durante todo el tiempo
en que el primero estuvo ausente por cuestiones de
negocios. Si bien hasta hace poco se pensaba que este
material databa del reinado de Mentuhotep III, el hecho de
que los papiros fueran encontrados asociados a cerámica
de comienzos de la XII Dinastía sugiere que, en realidad, se
escribieron durante los primeros años de Senusret I.
La personalidad de Hekanakhte impregna las cartas,
repletas de secas órdenes a sus hijos para que cumplieran
sus deseos, para que dejaran de quejarse sobre las magras
raciones que les había concedido y para que fueran
amables con su nueva esposa. Las misivas nos
proporcionan una visión muy íntima de la dinámica
familiar de la XII Dinastía, además de indicarnos algunos
de los modos en que los granjeros más ricos se las
arreglaban para cumplir con sus compromisos y cosechas.
Sugieren que en los últimos años de Hekanakhte hubo una
hambruna en Egipto, un fenómeno que también queda
implícito en las inscripciones de la aproximadamente
contemporánea tumba del nomarca Amenemhat en Beni
Hassan (Tumba BH 2).
Los papeles de Hekanakhte incluyen una de las pocas
cartas que se conservan de una hija a su madre; un
hallazgo que plantea la cuestión de hasta qué punto las
mujeres del Antiguo Egipto eran capaces de leer y escribir.
Desgraciadamente, no es una prueba definitiva, puesto que
344
la mujer en cuestión puede haber dictado la carta a un
escriba masculino (como de hecho habrían hecho muchos
corresponsales analfabetos) y el estilo de la caligrafía
tampoco proporciona ninguna pista. El resto de referencias
a escribas femeninas durante el Reino Medio sugieren, no
obstante, que fueron pocas las mujeres que estaban
alfabetizadas en esa época.
Los anales reales y el reinado de Amenemhat II
Una serie de registros oficiales (conocidos como genut o
«libros de días») conservados de forma parcial en el templo
de Tod nos proporcionan más información sobre los
acontecimientos históricos de la XII Dinastía. Las
dedicatorias del rey en los edificios también contienen
elementos de estos anales; el Papiro Berlín 3029, por
ejemplo, describe el proceso mediante el cual el rey
fundaba un nuevo edificio. Se trata de algunos de los textos
más útiles para comprender el mundo del día a día en el
palacio egipcio. Además, en 1974 la Organización de
Antigüedades Egipcias descubrió en Mit Rahina (la antigua
Menfis) una de las inscripciones genut más importantes. Si
bien la inscripción menciona a Senusret I, claramente
pertenece al reinado de su hijo, Nubkaura Amenemhat II
(c. 1911-1877 a. C.). Estos anales ofrecen información muy
detallada sobre las donaciones realizadas a varios templos,
listas de estatuas y edificios, informes sobre expediciones
comerciales y militares y de actividades reales como la
caza. Es indudable que se trata del texto más importante de
Amenemhat II, aunque también menciona a otros
monarcas de la XII Dinastía; pero más importante aún es
que nos informa de que la superficial «paz» que se dice que
existía entre Asia y Egipto en esta época era sólo selectiva,
pues existían varios tratados entre Egipto y ciudades
345
levantinas. Las referencias de Heródoto a guerras asiáticas
y a la actitud contemporizadora mantenida por Senusret
respecto a los asiáticos (Historias, 2, 106) están, por lo
tanto, más cercanas a la realidad política de lo que han
tendido a creer los lectores modernos.
Las pinturas murales de la tumba del nomarca
Khnumhotep en Beni Hassan (Bh2) muestran la visita de
un jefe beduino llamado Abisha, unos contactos asiáticos
que confirman numerosas estatuillas y escarabeos egipcios
encontrados en ciudades de Oriente Próximo. Desde hacía
mucho se mantenía un comercio constante con el puerto
sirio de Biblos, donde los gobernantes nativos escribían
cortas inscripciones en jeroglíficos, ostentaban los títulos
egipcios de conde y príncipe hereditario, mencionaban a
los dioses egipcios y adquirían estatuaria regia y privada
egipcia. Además, los ya mencionados anales de
Amenemhat II en Mit Rahina identifican la ciudad siria
meridional de Tunip como un socio comercial egipcio.
Otros contactos sirios parecen haber sido más bien bélicos.
Los anales mencionan un pequeño grupo de egipcios que
penetró en territorio beduino (probablemente una región
del Sinaí) para «despedazar la tierra» y hubo dos
operaciones más contra ciudades amuralladas anónimas.
Las víctimas son descritas como aamu (asiáticos) y se dice
que 1.554 de ellos fueron capturados como prisioneros.
Estas elevadas cifras de cautivos extranjeros pueden muy
bien explicar las extensas listas de esclavos asiáticos que
trabajaban en las casas de Tebas en épocas posteriores. En
esta época también hubo campañas en el sur; así, la
«autobiografía» de Amenemhat en Beni Hassan menciona
que participó en una expedición a Kush (Alta Nubia) y que
el reino africano de Punt fue visitado por
Khentykhetaywer, funcionario del rey, en el vigésimo
346
octavo año de Amenemhat II.
Al contrario que muchos soberanos de la XII Dinastía,
Amenemhat II no parece haber sido un constructor
prolífico, si bien esta impresión puede ser en parte
resultado de los saqueos posteriores. Su complejo
piramidal, la llamada Pirámide Blanca de Dashur
(pobremente conservada y todavía sin excavar en
profundidad), es único en el sentido de que está situado
sobre una plataforma. Sus hijas fueron enterradas en el
patio anterior y una reina llamada Keminebu también fue
inhumada en el interior del complejo. Durante mucho
tiempo se creyó que Kemunebu fue la esposa de
Amenemhat, pero hoy se sabe, gracias a su nombre y al
estilo de sus inscripciones, que en realidad se trata de una
reina de la XIII Dinastía.
Senusret III y la inauguración del sistema de
irrigación de Fayum
El reinado del sucesor de Amenemhat II, Khakheperra
Senusret II (1877-1870 a. C.), fue una época de paz y
prosperidad, durante la cual el comercio con Oriente
Próximo fue especialmente prolífico. No hay registros de
campañas militares durante este reinado; en cambio, su
principal logro parece ser la inauguración del sistema de
irrigación de Fayum. Se erigió un dique y se construyeron
canales para conectar Fayum con la corriente de agua que
hoy se conoce como Bahr Yussef. Estos canales desviaron
parte del agua que en circunstancias normales hubiera
penetrado en el lago Moeris, lo que produjo la evaporación
gradual de las aguas de las orillas del lago y supuso la
aparición de tierras nuevas que luego fueron cultivadas. Se
trató de un programa a largo plazo que podría ser
considerado algo único para la época si no fuera porque
347
por esas mismas fechas (Heládico Medio, c. 1900-1600 a. C.)
en la cuenca copaica de Beocia (Grecia central) se
consiguieron nuevas tierras creando un sistema similar de
presas y canales de drenaje.
348
En realidad no sabemos cuántos de estos trabajos de
irrigación se pueden adscribir específicamente al reinado
de Senusret II, pero su relación con el renacimiento general
de Fayum probablemente se manifieste por el hecho de que
erigió monumentos religiosos en los límites de la región.
La cerámica encontrada en el santuario para estatuas de
Qasr es Sagha, en el desierto situado junto al extremo
noreste de Fayum, permite fecharlo en torno a esta época.
Sin embargo, al igual que otros edificios del reinado, éste
quedó sin decorar y sin terminar, contribuyendo así a la
impresión de que Senusret II gobernó durante escaso
tiempo. El uso a partir de esta época de diversos lugares de
Fayum para construir complejos reales con pirámide quizá
nos indique la importancia del programa de irrigación,
puesto que en general se asume que el palacio real de cada
soberano se construyó cerca de su monumento funerario.
Se conoce un pequeño grupo de estatuas de Senusret II
y al menos dos de ellas fueron usurpadas por Ramsés II
(1279-1213 a. C.). Sus anchas y musculadas espaldas
recuerdan a las estatuas de Senusret I, si bien la influencia
de la estatuaria regia del Reino Antiguo también es
evidente. Los rasgos faciales de Senusret II son más
vigorosos y plásticos, careciendo de la insipidez propia de
la estatuaria de sus predecesores de la XII Dinastía: sus
amplios pómulos son muy característicos y probablemente
sean un indicio de que nos encontramos ante retratos que
anuncian los asombrosos estudios escultóricos de
Senusret III (1870-1831 a. C.). Posteriormente tuvo lugar la
acostumbrada copia de una tendencia regia por parte de los
miembros acomodados de la sociedad, con lo que a finales
de la XII Dinastía contamos con vividos ejemplos de
individualidad entre la estatuaria privada. El reinado de
349
Senusret II quizá merezca ser considerado como una de las
fases importantes del retrato humano en la historia del arte
egipcio.
Mejor conocidas incluso que las estatuas del rey son un
par de estatuas de granito negro muy pulidas
pertenecientes a la reina (?) Nefret, conservadas en el
Museo Egipcio de El Cairo. De tamaño mayor que el
natural, representan a una mujer de la realeza cuya
posición en la corte todavía no conocemos con seguridad.
Si bien Nefret no posee el título de «esposa real», sí posee
otros ostentados por reinas. ¿Se trata de la primera esposa
de Senusret II, fallecida quizá antes del bastante tardío
ascenso de su esposo al trono, o nos encontramos ante su
hermana? Como sucede con muchas reinas egipcias, los
datos relativos a Nefret son ambiguos e incompletos. Sin
embargo, una nueva mujer de la realeza apareció hace
poco. En 1995 se descubrieron los restos de su esposa
principal, Khnumetneferhedjetweret, en la pirámide de su
hijo (Senusret III) en Dashur, junto a unas pocas joyas.
Senusret II construyó su complejo funerario en Lahun.
La pirámide es una gigantesca estructura de ladrillos de
adobe con un núcleo de roca; grandes muros de caliza
entrecruzados proporcionan apoyo a los sectores de
ladrillo, que finalmente fueron revestidos con caliza. En el
extremo meridional del complejo se plantaron árboles; la
entrada a la pirámide también estaba en el sur. La
disposición de los corredores y cámaras en el interior de la
pirámide es única y quizá refleje creencias relacionadas
con Osiris y la otra vida. Se sospecha que otra tumba, muy
bien construida y situada en el lado norte del complejo
(Tumba 621), puede ser un cenotafio, como los de los
complejos funerarios reales del Reino Antiguo. Los
350
miembros femeninos de la familia del rey estarían
representados por ocho sólidas mastabas y una pirámide
satélite, todas ellas alineadas junto a la cara norte de la
tumba del rey; pero parece que más bien se trata de
estructuras simbólicas que de lugares de enterramiento. En
una tumba pozo situada en el extremo sur del recinto de la
pirámide del rey, Petrie y Brunton encontraron en 1914 las
joyas y otras posesiones de la princesa Sathathoriunet; la
factura de estas piezas figura entre lo mejor de todo el
repertorio de joyas egipcias.
La conquista de Nubia durante el reinado de
Senusret III
Si bien el Canon de Turín le concede a Khakaura
Senusret III (c. 1870-1831 a. C.) un reinado de más de una
treintena de años, el último año atestiguado por las fuentes
es el decimonoveno. Por otra parte, varios descubrimientos
realizados durante la década de 1990 pueden apoyar una
duración mayor (véase la discusión cronológica al
comienzo del capítulo). No existen pruebas reales para una
corregencia con Senusret II, pero si ésta pudiera
demostrarse, ayudaría a resolver varios problemas
originados por la inusual duración del reinado.
Senusret III quizá sea el monarca más «visible» del
Reino Medio. Sus hazañas le dieron renombre con el paso
del tiempo y contribuyeron de manera sustancial al
carácter de Senusret (una figura ficticia que conjuga la
imagen ideal del soberano heroico del Reino Medio)
descrito por Manetón y Heródoto. El rey guerreó en Nubia
en sus años de reinado sexto, octavo, décimo y
decimosexto y por lo que parece se trató de conflictos
brutales: mataron a los varones nubios, esclavizaron a sus
mujeres y niños, quemaron sus campos y envenenaron sus
351
pozos. Poco después, los egipcios habían comenzado de
nuevo a extraer piedras y a comerciar con los habitantes de
la zona, pero las condiciones habían cambiado. En el
octavo y decimosexto año de reinado se erigieron estelas
en los fuertes de Semna y Uronarti, en lo que parece haber
sido la frontera meridional; en estas inscripciones se
recuerda a todos la conquista y castigos infligidos por
Senusret. Esta región fronteriza quedó sellada al reforzarse
el inmenso fuerte y mediante la presencia de guardias las
veinticuatro horas del día atentos a cualquier
circunstancia. La estela del año octavo de Semna afirma
que no se permitía a ningún nubio llevar su ganado o sus
barcos más al norte de la frontera fijada.
Estas fortalezas enfatizan la naturaleza inestable del
control egipcio en Nubia. Los llamados «despachos de
Semna» —un grupo de cartas e informes militares enviados
desde Semna a Tebas en la XIII Dinastía— revelan el rigor
con que vigilaban los egipcios a los nativos. También nos
muestran el estrecho contacto que mantenían estas
fortalezas entre sí. Si bien los fuertes principales eran de
tamaño comparable, realizaban varias tareas distintas.
Algunos, como Mirgissa, estaban más implicados en el
comercio (se intercambiaba pan y cerveza a cambio de
productos locales), mientras que otros (como Askut)
parecen haber sido utilizados como almacén de suministros
para las campañas en la Alta Nubia. Entre el visir y los
fuertes se intercambiaban informes y de este modo el rey
permanecía en contacto con los límites de sus dominios. La
campaña final de Senusret en Nubia, en el año
decimonoveno, fue larga y a la postre no especialmente
exitosa: el rey tuvo que retirarse cuando el nivel del río
comenzó a decrecer de forma alarmante, haciendo
peligrosa la navegación.
352
Senusret III llevó a cabo al menos una campaña en
Palestina, aparentemente similar a la expedición enviada
por Amenemhat II contra los aamu (asiáticos). En estas
fechas parece haber habido un importante número de
asiáticos en Egipto; algunos eran prisioneros capturados
con anterioridad, pero la narración bíblica de los hermanos
de José vendiéndolo como esclavo a un amo egipcio (Gen.
37, 28-36) puede estar describiendo otro modo de llegada
de emigrantes. La intolerancia egipcia hacia los
«orientales» ya era visible durante el reinado de Senusret I,
que se describe a sí mismo como el «cortacuellos de Asia»;
una percepción general que se ve reforzada por los
llamados «textos de execración». Se trata de listas de
enemigos escritas en objetos o figurillas de cerámica,
muchos de los cuales son personajes asiáticos concretos o
de pueblos de Asia en general. La intención de este tipo de
texto parece haber sido asegurar la destrucción mágica de
los enemigos de Egipto, quemando o aplastando los
recipientes o figuritas en cuestión.
Senusret también siguió una dirección diferente en
cuanto a sus reformas políticas. Aunque a menudo se le ha
atribuido el desmantelamiento del sistema de nomarcas, no
existen pruebas reales que apoyen semejante afirmación
(véase más adelante la sección sobre el cambio político). No
obstante, sus intentos por conseguir que Egipto regresara a
una forma de gobierno más centralizada supusieron un
importante reajuste político y social (sobre todo para las
clases medias) y su reinado se considera con toda razón un
punto de inflexión crucial en la historia del Reino Medio.
La tumba de Senusret III, una pirámide de adobe de
sesenta metros de altura revestida con bloques de caliza, se
encuentra en Dashur, como la de Amenemhat II. Dentro
353
del recinto delimitado por el muro del temenos se
construyeron mastabas para su familia inmediata; pero los
verdaderos enterramientos se encuentran en galerías bajo
tierra, un nivel para las reinas y otro para las princesas.
Dieter Arnold ha demostrado que este complejo toma
algunas de sus ideas del de la Pirámide Escalonada de
Djoser en Sakkara (III Dinastía). La cámara funeraria posee
un techo abovedado y está construida con granito enlucido
con yeso blanco. Ni la cámara del rey ni su sarcófago
parecen haber sido utilizados. Sin embargo, en el extremo
sur de Abydos se construyó para Senusret un segundo
complejo funerario, consistente en una tumba subterránea
y un templo mortuorio, donde el culto al soberano
continuó durante dos siglos. Algunos estudiosos sospechan
que el complejo de Abydos puede haber sido el verdadero
lugar de enterramiento, pero tampoco en él se han
encontrado los restos del soberano.
Amenemhat III: el climax cultural del Reino Medio
El único hijo conocido de Senusret fue Nimaatra
Amenemhat III (c. 1831-1786 a. C.). Podría decirse que fue
durante este largo y pacífico reinado cuando el Reino
Medio alcanzó su cima cultural. La marca del gobierno de
Amenemhat parece haber sido la consolidación de lo que
se había conseguido hasta entonces. Reforzó la frontera de
Semna y amplió alguno de los fuertes. Entre otros trabajos
constructivos figuran numerosos santuarios y templos y la
inmensa estructura de Biahmu (en el noroeste de Fayum),
que contaba con dos colosales estatuas sedentes del rey en
cuarcita mirando hacia el lago y que posteriormente sería
descrita por Heródoto (2, 149). También construyó un gran
templo para Sobek en otro emplazamiento de Fayum,
Kiman Faras (Cocodrilópolis), y amplió el templo de Ptah
354
en Menfis. Las estatuas que se conservan de
Amenemhat III son sorprendentes y se caracterizan tanto
por su originalidad como por su factura, como ocurre con
una pequeña cabeza del soberano que hoy día forma parte
de la colección del Museo Fitzwilliam (Cambridge), uno de
los más sutiles y elegantes de sus muchos retratos. Las
llamadas esfinges hyksas y partes de sus santuarios se han
encontrado reutilizados en los templos del Tercer Período
Intermedio en Tanis, igual que dos estatuas gemelas de
granito negro del rey con forma de dios del Nilo portando
ofrendas de pescado, flores de loto y gansos, un diseño que
posteriormente imitarían soberanos del Reino Nuevo como
Amenhotep III (1390-1352 a. C.).
Muchas inscripciones recogen la actividad minera de
Amenemhat III. Sólo en la región del Sinaí, donde los
funcionarios del rey trabajaron de forma casi continua en
las minas de turquesa y cobre, se han identificado
cincuenta y nueve grafitos. También se explotaron las
canteras de Wadi Hammamat, Tura, Asuán y varios
lugares de Nubia. Todos estos edificios y la actividad
industrial son un símbolo de la prosperidad que disfrutó
Egipto durante este reinado, pero también pudieron haber
agotado la economía; si a esto unimos una serie de malas
crecidas del Nilo a finales del reinado, el resultado fue el
declive político y económico. Resulta irónico que la gran
cantidad de asiáticos traídos al país, al parecer para
trabajar en las numerosas construcciones del soberano,
pudiera haber animado el asentamiento de los llamados
hyksos en el delta, que terminará por originar el colapso
final del gobierno nativo egipcio.
Antes de la construcción de las presas modernas en
Asuán y de la creación del lago Nasser, la inundación anual
355
de Nilo era crítica para el suministro de alimentos de
Egipto. Los registros de Amenemhat de los niveles de la
inundación en Kumma y Semna, en Nubia, son numerosos,
y revelan unas crecidas extremadamente altas durante una
parte de su reinado; la mayor tuvo lugar en el año 30,
cuando alcanzó 5,1 metros. Sin embargo, esta tendencia se
invirtió de forma extrema, de modo que en el año 40 el
nivel era de sólo 0,5 metros. Semejantes fluctuaciones
tendrían un efecto desestabilizador en la economía. Como
Fayum es el único oasis de Egipto que depende del río, su
sistema de irrigación necesitaría de las aguas de la crecida,
lo que quizá explique el gran interés del rey en los niveles
de la inundación. También es probable que las crecidas del
Nilo fueran escrutadas de cerca para evitar posibles daños
en el norte. Amenemhat III mantuvo el programa
hidráulico de Fayum y posteriormente llegaría a ser
adorado allí como Lamares, el dios de la zona; pero como
sucede con Amenemhat II, no está claro qué parte de los
trabajos hidráulicos se realizaron durante su reinado. Su
deificación pudo haber tenido lugar en una fecha tan
temprana como el comienzo del reinado de su sucesor, la
reina Sobekneferu; pues ésta tenía mucho que ganar con la
deificación de un hombre que posiblemente fuera su padre.
Amenemhat construyó su primera pirámide en Dashur,
pero como sucediera con la Pirámide Romboidal de Esnefru
(IV Dinastía), parece que durante la construcción
aparecieron fracturas en el edificio. La pirámide terminada
constaba de un núcleo de ladrillos de adobe revestido por
una capa de caliza (en la actualidad desaparecida); su
piramidión de piedra se encuentra en el Museo Egipcio de
El Cairo. En la zona suroccidental de la pirámide, dentro de
dos corredores recientemente descubiertos, se encontraron
los restos de la reina Aat y de otro miembro femenino de la
356
realeza. Sus criptas contaban con entradas independientes
por fuera de la pirámide, un detalle que habría permitido
acceder a ellas una vez que se hubiera sellado aquélla. El
sarcófago de la reina Aat es idéntico al del rey.
Cada una de las cámaras funerarias de las reinas en
Dashur cuenta con su propia «cámara ka», donde se
colocaron los vasos canopos. Se trata de un tipo de
habitación funeraria que antaño fue privilegio de los reyes,
por lo que probablemente se trate de un aspecto bastante
especializado de la llamada democratización de la otra vida
(véase la sección sobre religión más adelante); es posible
que estas capillas representen nuevas creencias respecto a
la otra vida de las mujeres de la realeza. Sus corredores
estaban comunicados con el del rey y, de no haber sido por
los fallos estructurales aparecidos, hubieran compartido la
tumba con él.
El lugar definitivo de reposo del rey se encuentra en
Hawara, en el sureste de Fayum. Su monumento más
conocido es el templo mortuorio conectado a la pirámide,
que puede haberse parecido al patio de la fiesta Sed del
complejo piramidal de Djoser en Sakkara. Debido a sus
numerosos pasillos y habitaciones, el templo de Hawara
llegó a conocerse como «el Laberinto». A pesar de que seis
escritores clásicos lo describen, incluidos Heródoto
(2,148-149), Estrabón (17.1.3,37,42) y Plinio (Historia
natural, 36, 13), ningún detalle de su planta resulta
coherente, ni siquiera tras la prospección realizada por
Petrie en 1888; por lo tanto, los esfuerzos para reconstruir
su apariencia original han resultado infructuosos. La
cámara funeraria de Amenemhat en Hawara fue pensada
en un primer momento para ser compartida con la princesa
Neferuptah, quien probablemente fuera su hermana; pero
357
posteriormente ésta fue trasladada a una pequeña pirámide
separada, situada a unos cuantos kilómetros de distancia
(en la actualidad casi por completo destruida por los
saqueadores de piedra y las aguas subterráneas). La
importancia de Neferuptah, tanto durante su reinado como
tras su muerte, unida a los privilegios que le fueron
concedidos tanto a ella como a las dos reinas de Dashur,
sugiere que durante la XIII Dinastía las mujeres de la
realeza gozaron de una mayor categoría.
Amenemhat IV y Sobekneferu
Dado el largo reinado de Amenemhat III, cabe la
posibilidad de que Maakherura Amenemhat IV (1786-1777
a. C.) fuera su nieto; pero también es posible que el último
soberano varón de la XII Dinastía fuera un hijo de edad
avanzada, cuya vida estaba a punto de terminarse cuando
accedió al trono, pues sólo reinó durante nueve años. Es
probable que se casara con la reina Sobekkara Sobekneferu
(1777-1773 a. C.), de quien Manetón dice que era su
hermana. Se han conservado pocos de sus monumentos y
poco es lo que se conoce de los acontecimientos de su
reinado, que puede haber transcurrido sobre todo
completando varios templos comenzados por su
predecesor, como el santuario de caliza de la diosa de la
cosecha, Renenutet, en Medinet Maadi, en el suroeste de
Fayum. También hubo continuas expediciones a las minas
de turquesa del Sinaí y comercio con el Levante.
Sólo se conservan unos cuantos documentos del último
soberano de la XII Dinastía, la reina Sobekneferu, pero
algunos de ellos ofrecen pistas muy interesantes sobre su
reinado: aparece en el Canon de Turín; en la fortaleza
nubia de Kumna hay un grafito en el Nilo que informa de
que la crecida alcanzó 1,83 metros de altura en el tercer
358
año de su reinado; y también se conserva un cilindro-sello
con su nombre y titulatura, en la actualidad en el Museo
Británico. En general la reina utiliza títulos femeninos,
pero también algunos masculinos. En Fayum se
encontraron tres estatuas descabezadas de la reina y
algunos objetos más que conservan su nombre. Contribuyó
al «Laberinto» de Amenemhat III y también construyó en
Heracleópolis Magna.
Existe una interesante, aunque dañada, estatua de la
reina de procedencia desconocida; la vestimenta que lleva
es única, pues combina elementos del vestuario masculino
y del femenino, algo que recuerda su ocasional uso de los
títulos masculinos en sus registros. Esta ambigüedad pudo
haber sido un intento deliberado de calmar las críticas
contra un soberano femenino. Una intrigante estatuilla de
Sobekneferu en el Museo Metropolitano de Nueva York
muestra a la reina vestida con la capa de la fiesta Sed y
tocada con una corona de lo más inusual, que puede ser el
resultado de combinar los elementos iconográficos no
familiares de los soberanos masculinos y los femeninos. La
reina permaneció en el trono menos de cuatro años y su
tumba —al igual que la de Amenemhat IV— sigue sin ser
identificada.
359
La XIII Dinastía
Los soberanos de la XIII Dinastía continuaron la
política de los soberanos de la dinastía anterior y utilizando
Itjtawy como capital, pero la nueva dinastía estaba formada
por linajes diferentes y todavía queda por resolver cómo
fue elegido el nuevo rey. Stephen Quirke ha sugerido «una
sucesión circulante» entre las principales familias, lo que
ayudaría a resolver la cuestión de la brevedad de la mayor
parte de los reinados. No obstante, la burocracia continuó
funcionando del mismo modo que lo había hecho durante
la XII Dinastía. Los egipcios seguían controlando la zona
en torno a la segunda catarata, se medía la crecida del Nilo
y continuaron construyéndose monumentos regios (si bien
eran mucho menos impresionantes que los de los grandes
soberanos de la XII Dinastía). Por otra parte, la delicadeza o
estilo de las artes visuales no muestran síntomas de
decadencia con respecto a las mejores obras de la XII
Dinastía. Esta continuidad —interrumpida en ocasiones—
duró hasta el reinado de Neferhotep I.
Si bien el Canon de Turín recoge muchos nombres de la
XIII Dinastía, sabemos poco sobre los soberanos en sí.
Wegaf Khutawyra fue el primero de ellos, seguido de
Khutawy-Sekhemra Sobekhotep II. Tras el reinado del
tercer rey, Sankhtawy-Sekhemra Iykhernefert-Neferhotep,
se dejó de anotar la crecida del Nilo durante algún tiempo
y puede que se trate de un momento de inquietud política:
360
quizá sea significativo que durante este mismo período
haya pocos registros en las minas de turquesa del Sinaí. No
obstante, los contactos comerciales continuaron y el
soberano de Biblos se sigue describiendo a sí mismo como
«servidor de Egipto». Los sellos de los fuertes nubios
muestran que los asuntos meridionales seguían como
siempre. El rey Awibra Hor pertenece a esta época; su
enterramiento —una sencilla tumba-pozo— fue descubierto
por Jacques de Morgan en el complejo mortuorio de
Amenemhat III en Dashur. A pesar de la continuidad
cultural ya mencionada, nada expresa de forma tan clara
las limitadas posibilidades de los soberanos de esta época
como la pobreza de la tumba de Awibra Hor.
Tras este breve período de inestabilidad hubo varios
reyes efímeros, incluido Sekhemra-Khutawy Sobekhotep II,
de cuyo reinado data un papiro muy interesante que nos
revela detalles de la vida cortesana en Tebas durante un
período de doce días. El análisis realizado por Stephen
Quirke de este documento (Papiro Bulaq 18) ha revelado
muchos datos sobre la estructura jerárquica del palacio en
la XIII Dinastía y su modus operandi. Unos cuatro reyes
después, aproximadamente en 1744 a. C., Sekhemra-
Sewadjtawy Sobekhotep III se convirtió en rey y durante
algún tiempo pareció que la suerte de los soberanos
egipcios iba a cambiar. Un relieve grabado en el acantilado
situado sobre Nag Hammadi, en el Egipto Medio,
proporciona información muy específica sobre los
miembros de la familia del rey. La fecha más alta es el año
quinto de reinado, si bien el Canon de Turín le concede
sólo tres años y dos meses de gobierno; a pesar de su
brevedad, dejó inscripciones fechadas en monumentos
repartidos desde Bubastis, en el delta, hasta Elefantina, en
el sur.
361
Resulta evidente que el sucesor de Sobekhotep III,
Khasekhemra Neferhotep I (c. 1740-1729 a. C.), tampoco
pertenecía a la familia real; pero como también dejó
muchas inscripciones en monumentos, es posible que su
reinado fuera fuerte. Fue reconocido como señor por Inten,
soberano de Biblos, y se han encontrado inscripciones
suyas en lugares tan meridionales como Knosso,
inmediatamente al sur de la segunda catarata en Nubia. A
pesar de estas demostraciones de poder, no controlaba todo
el reino egipcio, a juzgar por las pruebas que existen de la
presencia de gobernantes independientes en Xois y Avaris,
en el delta.
El trono pasó a los dos hermanos de Neferhotep I,
Sahathor y Sobekhotep IV, seguidos por el breve reinado
del hijo de Sobekhotep IV Esta minidinastía terminó con
Sobekhotep V, en torno a 1723 a. C. No obstante, del
reinado de Sobekhotep IV se ha conservado información
suficiente como para pensar que tenía todas las hechuras
de un rey fuerte y que continuó teniendo cierto control
sobre Nubia, donde se encontraron dos estatuas suyas al
sur de la tercera catarata (otras han sobrevivido
reutilizadas en Tanis). No obstante, fue durante su reinado
cuando aparecieron los primeros síntomas de rebelión en
Nubia, que terminaría por escapar al control egipcio y
pasar a ser gobernada por un linaje de reyes nubios
asentados en Kerma (véase el capítulo 8). Para entonces, el
Egipto del Reino Medio se había roto en las esferas de
influencia que formaron la base de gobierno del Segundo
Período Intermedio.
362
Los procesos de cambio político
durante el Reino Medio
El gobierno del Reino Medio se basaba en términos
generales en la estructura creada durante el Reino Antiguo,
pero con cambios significativos. La burocracia de la Corona
se mantenía gracias a los impuestos, si bien se ha
conservado poca información directa sobre éstos en las
fuentes del Reino Medio. El sistema fiscal se basaba
esencialmente en cálculos sobre la producción de las tierras
y los canales y se pagaba en especie. A menudo, los
templos y otras fundaciones piadosas quedaban exentas en
parte de impuestos, cuando no por completo (véase más
abajo). Además había un sistema de trabajo obligatorio en
el que hombres y mujeres de la clase media y baja eran
enrolados para realizar tareas físicas concretas, incluido el
servicio militar. Este sistema de azofra se organizaba
mediante los funcionarios de la ciudad, pero existía un
control centralizado en la oficina de «organización del
trabajo». Si bien era posible librarse de forma legítima del
trabajo pagando a otra persona para que lo realizara, los
que lo evitaban huyendo eran castigados con severidad, al
igual que sus familias y cualquier otro que les hubiera
ayudado a conseguirlo. Documentos de la fortaleza de
Askut, en la Baja Nubia, revelan que era uno de los lugares
a donde podían ser enviados aquéllos que huían de la
azofra; es indudable que otros eran enviados a las regiones
363
mineras.
La práctica de la azofra continuó hasta la XVII Dinastía
y sólo las gentes de Nubia parecen haber estado exentas,
tanto de los impuestos como del trabajo obligatorio. Por su
parte, el gobierno mantenía la paz y patrullaba las
fronteras al norte de la segunda catarata y al oeste de las
«Murallas del gobernante». Mediante una serie de
incursiones en Palestina y campañas en Nubia, los
soberanos del Reino Medio fueron capaces de ampliar la
influencia y prosperidad de Egipto. El comercio era
monopolio del rey, supervisado por los funcionarios del
Estado, y en Nubia las recompensas eran extremadamente
sustanciales.
Muchos de los títulos ostentados por los funcionarios
del Reino Medio eran iguales a los del Reino Antiguo, pero
también se crearon cargos nuevos. Una de las
características más visibles del Reino Medio fue que los
títulos oficiales mejoraron y pasaron a definir cargos y
labores más específicos, lo cual se debe quizá a un
crecimiento generalizado de la burocracia, si bien el rango
de actividades de cada cargo se restringió. Una excepción a
esta disminución de tareas fue la del «portador del sello
real», al que se le concedieron amplias tareas de
supervisión, sobre todo durante el reinado de
Mentuhotep II. El visir, cuyas responsabilidades se
enumeran en un texto funerario de la XVIII Dinastía de la
tumba de Rekhmira (Las obligaciones del visir), seguía
siendo el principal ministro tras el rey, si bien a partir de la
XI Dinastía aparece de forma menos destacada en la
documentación. La práctica de mantener dos visires no está
confirmada en el Reino Medio, si bien durante el reinado
de Senusret I parece que sí hubo dos (Antefoker y
364
Mentuhotep) sirviendo al mismo tiempo.
Las escasas fuentes de finales del Reino Medio sugieren
que hubo otros cambios políticos entre el Reino Antiguo y
el Reino Medio: el gobierno central del Reino Medio era
mucho más visible en las diferentes regiones (de lo cual
hubo escasas muestras durante el Reino Antiguo). También
existió un mayor control sobre los individuos y de las
obligaciones que se consideraba que cada uno de ellos tenía
para con el gobierno. Esta mayor invasión de la vida
privada se puede atribuir a la costumbre del Reino Medio
de delegar gran parte del control local en los alcaldes de las
ciudades. También se produjo un marcado cambio a la hora
de llevar a las provincias los estilos y prácticas de la
capital. El arte es el mejor indicador de este fenómeno.
No obstante, fue el cargo de nomarca el que
experimentó las mayores fluctuaciones durante el Reino
Medio. Gracias a la distancia que los separaba de Menfis,
durante el Reino Antiguo los primeros nomarcas
disfrutaron siempre de una cierta independencia. Esta se
vio fortalecida por el colapso del Reino Antiguo y uno de
los principales objetivos de los soberanos del Reino Medio
fue minimizarla. Cada rey eligió una estrategia diferente
para imponer su política.
Durante el reinado de Mentuhotep II, los nomarcas
fueron mantenidos en sus cargos en muchas de las
regiones de las cuales poseemos documentación (si bien la
mayor parte de este tipo de pruebas no se ha conservado);
pero parece que los nomarcas considerados poco
serviciales perdieron sus puestos de forma automática.
Durante la XI Dinastía, los nomarcas siguieron
representando su papel tradicional, pero supervisados por
los funcionarios del rey. Muchos de los que conservaron el
365
poder seguían teniendo sueños de grandeza: por ejemplo,
durante el reinado de Mentuhotep IV, el conde Nehry, del
nomo de Hermópolis, data sus inscripciones en su propio
año de «reinado» y sus textos en la cantera de Natnub
sugieren sin duda desafíos al rey.
El plan básico adoptado por Amenemhat I fue hacer
que cada ciudad se convirtiera en el centro de la
administración. Cada población estaba controlada por un
alcalde y sólo el funcionario principal de las ciudades más
importantes heredó el cargo de monarca. Al concentrarse
en la ciudad como unidad básica de gobierno, el impacto
político del nomo, una región más amplia, comenzó a
declinar. Los nomarcas de Amenemhat I ostentaron los
títulos de «gran señor, alcalde y supervisor de sacerdotes»
y se concentraron sobre todo en las regiones centrales y
fronterizas de Egipto. El factor clave del control regio sobre
estos hombres parece haber sido el hecho de que, al menos
durante los dos primeros reinados de la XII Dinastía, todos
fueron nombrados personalmente por el rey (si bien en
época de Amenemhat II el cargo se había vuelto de nuevo
hereditario).
Estos nomarcas intentaron obtener el máximo beneficio
de sus cargos, algunos de ellos adoptando para su propio
personal títulos que imitaban los de la corte real: de vez en
cuando encontramos en estos séquitos un «tesorero», un
«canciller» e incluso un «capitán del ejército». A pesar de
estas pretensiones, a los grandes señores no se les permitió
olvidar a su benefactor, el rey, que los había organizado de
un modo casi feudal: sólo le debían lealtad a él y, a cambio
de los favores reales, estaban obligados a proteger las
fronteras de Egipto, encabezar expediciones para el rey y
probablemente actuar como representantes suyos en las
366
recepciones oficiales de los extranjeros, como la llegada de
mercaderes beduinos al nomo del Oryx que tuvo lugar
durante el reinado de Amenemhat II y aparece
representada en la tumba de Khnumhotep, en Beni Hassan
(Bh2).
El principal título del nomarca, «gran señor»,
desapareció en época de Senusret III y la explicación más
generalizada es que fue una imposición del rey. Es más
probable, sin embargo, que la razón real sea otra: en
tiempos de Senusret III, sólo los nomarcas de El Bersha y
Elefantina siguen siendo mencionados de forma inequívoca
como poseedores del título de «gran señor» (otras zonas
estaban controladas por alcaldes, pero la documentación de
muchas ciudades falta, de modo que no podemos estar
seguros al cien por cien). Detlef Franke ha demostrado que
durante el reinado de Senusret II la práctica era que el rey
educara a los hijos de los nomarcas en la capital y luego les
otorgara cargos, ya fuera en la capital o en otras zonas.
Con los vástagos de la familia dispersados de este modo, el
puesto de nomarca habría terminado siendo eclipsado por
el de alcalde, que inevitablemente no disfrutó del mismo
nivel de riqueza y poder que había tenido el gobernador
provincial. Esto explicaría por qué terminó la época de las
grandes tumbas provinciales decoradas. Por lo tanto, no es
probable que Senusret fuera el instrumento de la
desaparición de los nomarcas, puesto que los datos indican
que si bien fue durante su reinado cuando el cargo se
extinguió, llevaba en declive al menos la época de
Amenemhat II.
Pese a todo, Senusret III situó a otros funcionarios (con
base en la corte real) como gobernadores de grandes
secciones del país, lo que supuso una clara ruptura con las
367
prácticas del pasado. Se crearon dos oficinas (waret), una
para las zonas meridionales y otra para las zonas
septentrionales del país, controladas por una jerarquía de
funcionarios. También se inauguraron otros
departamentos, como el «tesoro», la «oficina de las
donaciones de la gente» y la de «organización del trabajo».
El sector multar fue organizado al mando de un general en
jefe y hubo una nueva «oficina del visir». Además de esos
departamentos, había una administración separada para el
palacio. Como resultado de esta nueva jerarquía,
aparecieron títulos nuevos, además de producirse el
correspondiente incremento en la burocracia de clase
media, lo que se refleja en el mayor número de estelas
funerarias de este período, una señal visible de la mayor
prosperidad de la clase media.
Fuera de los límites gubernamentales se encontraban
las heredades de los templos y sus dependencias. Como
revelan los contratos del alcalde Djefahapy de Asyut, se
trata de un mundo igual de burocrático. Los diez contratos
de Djefahapy —que han sobrevivido porque fueron
inscritos en un muro interior de su tumba— fueron
firmados para asegurar que su culto mortuorio se
mantendría tras su muerte. Aparte de las implicaciones
legales, el contrato revela también algunas otras
condiciones que se aplicaban al templo, como que cada
persona del distrito tenía obligación de entregar al mismo
cada año, con ocasión de la primera cosecha, un heqat (casi
cinco litros) de grano por cada campo de su propiedad. Los
contratos son muy específicos, lo cual nos indica que los
templos eran autosuficientes y también tenían que pagar
impuestos a la Corona, a menos que recibieran de manos
del rey un decreto de exención. La política de Senusret I de
construir templos provinciales por todo el país redujo de
368
forma efectiva las bases de poder de los templos locales.
369
La corte real
Del Reino Antiguo se han conservado muy pocos datos
sobre el papel del faraón, pero hay algunos textos del Reino
Medio que han arrojado algo de luz sobre la naturaleza de
la realeza, como Las enseñanzas para Merykara, Las
Enseñanzas de Amenemhat I y los Himnos para Senusret III.
Algunos documentos no procedentes de la corte también
nos proporcionan información, como es el caso de un largo
poema en la estela de Sehetepibra encontrada en Abydos
(Museo Egipcio de El Cairo), que describe la importancia
del rey para su pueblo.
Los episodios finales de La historia de Sinuhé (donde se
describe su regreso a la corte desde el exilio) proporcionan
detalles sobre la vida en la corte; pero es el Papiro Bulaq 18
(XIII Dinastía) el que nos proporciona los datos más
elocuentes sobre la jerarquía social de la familia real y las
cantidades de raciones diarias entregadas, indicando así la
importancia relativa de estos y otros dependientes del
palacio. El papiro también indica la fluidez de movimientos
de las distintas personas, incluidas sus estancias fuera del
palacio. Respecto al propio complejo palacial, el papiro
indica que existían tres divisiones internas dentro de sus
límites. En orden descendiente de importancia, son: el kap
o guardería, que era dominio de la familia real, sus
sirvientes personales y los hijos seleccionados para ser
educados a expensas del rey; el wahy o zona de audiencias
370
de la sala columnada, el lugar donde tenían lugar los
banquetes; y el khenty o palacio exterior, donde tenían
lugar los quehaceres de la corte. Estos tres grupos de
edificios se encontraban dentro de una zona menos digna
llamada shena, donde se entregaban provisiones a los
dependientes del palacio. El visir y los funcionarios
principales ocupaban el khenty, mientras que el equipo de
servidores quedaba restringido al shena. El supervisor
interior del kap parece haber sido el único funcionario que
podía actuar tanto en la zona exterior como en el interior
del palacio. Sin la información del Papiro Bulaq 18, nuestro
conocimiento de la organización palaciega del Reino Medio
apenas iría más allá de los planos arquitectónicos de un
palacio de la XII Dinastía en Tell Basta y un palacio de
comienzos de la XIII Dinastía en Tell el Daba, en el delta.
371
La vida urbana: la ciudad de la
pirámide de Lahun
La vida de las gentes del común nos llega a través de la
ciudad de Hetep-Senusret, junto al complejo piramidal de
Senusret II, en Lahun. Llamada equivocadamente Kahun
por Flinders Petrie, que la excavó en 1888-1889, estaba
estrechamente asociada al culto de Senusret II. Construida
siguiendo un único plano arquitectónico, como las mucho
más pequeñas ciudades amuralladas del Reino Nuevo en
Amarna y Deir el Medina (véanse los capítulos 9 y 10),
Hetep-Senusret se fundó para acomodar a los trabajadores
del rey y sus familias. No obstante, es posible que entre sus
habitantes se contaran muchos que no estaban
relacionados con el culto funerario. Basándose en la
capacidad de los silos de grano de toda la ciudad, se ha
calculado que ésta podía haber contado con una población
de hasta cinco mil personas. No obstante, en la actualidad
la ciudad apenas es distinguible del desierto que la rodea,
puesto que sus ladrillos han desaparecido casi por
completo, quedando sólo los cimientos y las hiladas
inferiores de los edificios.
El material procedente de Lahun es especialmente
precioso, porque deriva del mundo de los vivos más que de
una necrópolis (más recientemente se han excavado en
Abydos, Menfis y Elefantina asentamientos del Reino
Medio, lo que permite comenzar a considerar el material de
372
Lahun desde una perspectiva más amplia). Por desgracia,
gran parte del material dejado en Lahun cuando fue
abandonado durante la XIII Dinastía fue arrojado a
inmensos basureros por los habitantes posteriores de la
ciudad. De este modo, mucho antes de que fuera excavado
se destruyó gran parte del precioso contexto del mismo. No
obstante, algunas de las casas estaban comparativamente
intactas, conservando su potencial para proporcionarnos
unas imágenes de la vida de las personas que no suelen
aparecer en el material textual y funerario. Gracias a las
semillas recogidas por Percy Newberry durante la
expedición de Petrie, ha sido posible reconstruir la
vegetación de la zona (a pesar de cierta cantidad de
contaminación de material botánico grecorromano). Había
flores como amapolas, lupinos, miñoneras, jazmines y lirios
(además de hierbajos) y verduras como guisantes, judías,
rábanos y pepinos.
El material de Lahun también cuenta con hallazgos tan
fascinantes como ramitas para encender el fuego
(probablemente el único ejemplar conocido en Egipto), el
molde para ladrillos más antiguo conocido (idéntico a los
utilizados actualmente en Egipto), un juego de
instrumental médico y otras muchas herramientas
utilizadas por granjeros y artesanos profesionales. También
había una rica variedad de cerámica y grandes cantidades
de papiro (algunos todavía sin publicar), cuyo contenido ha
arrojado luz sobre muchos aspectos de la religión y la vida
diaria. Entre los textos más interesantes procedentes de
Lahun se encuentra el llamado «Papiro ginecológico», que,
como su nombre indica, ofrece la más antigua recopilación
de remedios para las enfermedades femeninas.
373
El comercio exterior
Unos cuantos fragmentos de cerámica minoica hallados
en la fase de la XII Dinastía de Lahun nos indican la
existencia de contactos comerciales entre el Egipto del
Reino Medio y el Egeo, además de la tapa de una píxide y
fragmentos de cerámica egipcia local que imitan tipos
minoicos. No obstante, como estas cerámicas aparecieron
en depósitos de desecho, es difícil estar seguros de su
contexto estratigráfico original. Curiosamente, parecen
haber sido recipientes comunes utilizados por los
trabajadores (más que productos importados de lujo), lo
que quizá sea un indicio de la presencia de trabajadores
extranjeros procedentes de Creta entre la población de la
ciudad. En la XII Dinastía hay algunos depósitos de
fragmentos de «cerámica Kamares» en yacimientos como
Lahun, El Haraga y Abydos y en una tumba de la misma
época situada tan al sur como Elefantina. Numerosos
hallazgos de este tipo revelan la existencia de una red
mediterránea de intercambio artístico e iconográfico: hay
objetos con motivos egipcios en lugares muy remotos,
como los escarabeos dedicatorios de arcilla ofrecidos en los
santuarios de las cimas de las montañas de varios lugares
de Creta. Los vasos de piedra egipcios también llegaron a la
isla, donde su estilo fue imitado por los artesanos minoicos.
Si bien estas imitaciones locales de estilos e iconografía
egipcia proceden a menudo de contextos sin datar, no por
374
ello dejan de ser importantes, puesto que sugieren un
contacto frecuente que llevó al intercambio de ideas tanto
como de materiales y productos.
En Lahun y Lisht también existen pruebas tempranas
de la característica cerámica de Tell el Yahudiya (véase el
capítulo 8), formada por jarras que quizá contuvieran en
tiempos aceite de Oriente Próximo. Los reyes egipcios
promovieron activamente las importaciones de madera,
aceite, vino, plata y quizá marfil desde Siria-Palestina. En el
resto de Egipto también se han producido hallazgos
ocasionales de cerámica, tanto chipriota como minoica.
Bienes egipcios, como escarabeos, estatuas, joyas e incluso
varias esfinges, se han encontrado en lugares tan lejanos
como Biblos, Ras Shamra y Creta. A través de Siria se
estableció contacto con Chipre y Babilonia, pero muy poco
de este material procede de contextos fechados
adecuadamente.
El aumento de los contactos con Oriente Próximo y
Medio viene sugerido por el hecho de que en Lahun las
pesas asiáticas sobrepasan en número a las egipcias.
Además, uno de los hallazgos más ricos del Reino Medio es
una colección de objetos de oro y plata asiáticos (quizá
minoicos), descubierta en cuatro joyeros de bronce debajo
del templo de Montu en Tod. Del mismo modo, Pierre
Montet encontró un tesoro formado por mil objetos
egipcios enterrado en una jarra en la ciudad siria de Biblos,
con joyas muy semejantes a las de los «tesoros» de las
tumbas de las princesas de la XII Dinastía en la necrópolis
de Lahun. Neferhotep y otros soberanos egipcios fueron
reconocidos como señores por los gobernantes de Biblos,
quienes no sólo copiaron las insignias y títulos egipcios,
sino que también imitaron las inscripciones jeroglíficas
375
faraónicas.
También hubo estrechos contactos con zonas al sur de
Egipto. Aparte de sus actividades en Nubia, muchos de los
soberanos del Reino Medio, sobre todo Mentuhotep III y
Senusret I, mantuvieron lazos comerciales con la región
africana del Punt (situada probablemente en algún lugar
próximo a la moderna Eritrea). En el extremo oriental de
Wadi Gawasis, en la costa del mar Rojo (a escasa distancia
de la moderna Quseir), se ha descubierto el puerto de
Sawaw, de la XII Dinastía; mientras que varias estelas
inscritas encontradas a lo largo del wadi y en el propio
puerto proporcionan documentación sobre los viajes al
Punt durante la XII Dinastía.
376
La religión y las prácticas funerarias
Las novedades más importantes de la religión del Reino
Medio tienen que ver con el culto a Osiris, que para
entonces se había convertido en el gran dios de todas las
necrópolis. Una de las razones del crecimiento de este culto
fue el generoso patronazgo de los soberanos del Reino
Medio, sobre todo en Abydos durante la XII Dinastía. El
climax se alcanzó durante el reinado de Senusret III, cuyo
«cenotafio» en Abydos fue el primer monumento real en
ser erigido allí durante el Reino Medio. Un decreto de la
época de Wegaf soberano de la XIII Dinastía, (usurpado
después por Neferhotep I), prohíbe que se construyan
tumbas en el camino procesional de Abydos.
Sobekhotep III también erigió aquí estelas para varios
miembros de su familia y Neferhotep I fue a Abydos para
tomar parte en los misterios de Osiris en el segundo año de
su reinado, erigiendo una estela para conmemorar el
acontecimiento. Dado el poder de Osiris y Abydos en
términos de legitimización del poder real, el interés de los
soberanos de la XIII Dinastía por la ciudad puede haberse
debido en especial a que sus orígenes eran sobre todo
ajenos a la familia real, pero no se puede decir lo mismo de
los monarcas de la XII Dinastía. La creciente influencia de
Osiris parece derivar hasta cierto punto de la promoción
activa de Abydos y de los llamados misterios de Osiris. En
una estela de la XII Dinastía (actualmente en el Museo de
377
Berlín) erigida en Abydos por Ikhernofret, organizador de
la fiesta anual durante el reinado de Senusret III, se
mencionan algunos detalles de estos ritos.
El crecimiento del culto osiriano vino acompañado de
un fenómeno cultural que en ocasiones se describe como la
«democratización de la otra vida»: el acceso de la gente del
común a privilegios funerarios que antaño lo fueron reales.
Las numerosas estelas de Abydos demuestran
concretamente que se estaba volviendo algo habitual para
los particulares tomar parte en los ritos de Osiris,
recibiendo con ello bendiciones antes restringidas a los
dioses. Como resultado de esta situación, las creencias y
ritos funerarios de toda la población egipcia comenzaron a
cambiar. Uno de estos primeros cambios fue la práctica de
decorar los ataúdes no regios con Textos de los sarcófagos,
una combinación de extractos de los Textos de las pirámides
con nuevas composiciones funerarias aparecidas durante el
Primer Período Intermedio (véase el capítulo 6). No
obstante, durante la XII Dinastía el uso de estos textos se
interrumpió de repente, sobre todo como resultado de
nuevos cambios funerarios, como la introducción del ataúd
momifornie, que debido a su forma más irregular no era
tan adecuado para una larga inscripción con un texto
religioso.
Otro cambio religioso del Reino Medio fue la idea de
que todas las personas (no sólo el rey) poseían ba, o fuerza
espiritual. La prueba más evocadora de esto es el texto
literario titulado Diálogo entre un hombre cansado de la
vida y su «ba», que quizá sea el más antiguo debate sobre la
cuestión del suicidio, un poderoso tratado filosófico.
También hubo un énfasis notable en la «piedad personal»
(es decir, el acceso directo y personal a las deidades en vez
378
de por intermediación del rey o los sacerdotes; un concepto
religioso que se haría aún más popular durante el Reino
Nuevo). Las estelas del Reino Medio hacen hincapié en la
piedad del difunto y de ahí nació el concepto de la
«confesión negativa» (una lista ritual de faltas que el
difunto afirmaba no haber cometido). Las propias estelas se
convirtieron en monumentos populares, sobre todo las
decoradas con ojos wedjat, el símbolo máximo de
protección; pero durante este período también aparecieron
otros símbolos (como por ejemplo el anillo shen y el disco
solar alado), iguales a los encontrados en las estelas reales.
Los complejos mortuorios reales de la XI y la XII
Dinastías sufrieron cambios considerables en su diseño,
resultado de la búsqueda de los reyes de la forma
arquitectónica más adecuada para reflejar sus creencias
religiosas. Ingenieros y arquitectos alcanzaron gran
maestría y los canteros superaron la notable habilidad de
sus homólogos del Reino Antiguo. Esta capacidad no sólo
se puso al servicio de los complejos reales, sino también de
la creación de templos más grandes y construidos con
mayor maestría. En esta época nos encontramos con una
compleja disposición interna en las pirámides reales y
experimentos estructurales en arquitectura, como los
caminos aterrazados de Mentuhotep II en Deir el Bahari,
los pilonos y el santuario triple de Mentuhotep III en la
colina de Thoth en Tebas y las galerías de Senusret II en su
pirámide de Lahun. Los relieves, que en el Reino Antiguo
sólo encontrábamos en los complejos mortuorios, ahora los
podemos ver en los muros de los templos del Reino Medio,
tanto los dedicados a los dioses como a los reyes. Fue
también durante este período cuando se inauguró el vasto
complejo de templos de Karnak y se construyeron los
importantes templos y sistemas de irrigación de Fayum.
379
A partir de la XI Dinastía encontramos también
innovaciones en las tumbas regionales de los nomarcas que
muestran la visión del mundo que tenían estos
funcionarios, con su interés en la caza, la pesca y los
combates de lucha, así como su fascinación por el exótico
mundo de los asiáticos. Los grandes y espléndidamente
decorados hipogeos contaban por lo general con fachadas
con pilares, estando las tumbas situadas por encima de las
de los miembros de sus «cortes», repartidos más abajo por
la ladera. Los ataúdes de los nomarcas —sobre todo los de
Deir el Bersha— albergan las mejores imágenes de todos
los que se han conservado. En varios casos están decorados
con las copias más antiguas del Libro de los dos caminos,
una serie de instrucciones para llegar sano y salvo al más
allá. No obstante, al ir disminuyendo la importancia del
cargo de nomarca, el carácter de las necrópolis provinciales
cambió: el tamaño y número de las tumbas menores
aumentó, existiendo una «graduación» menos evidente en
la disposición espacial de las mismas. En cambio, en la
capital las cosas eran muy diferentes: las tumbas de los
«funcionarios» se encuentran situadas en las necrópolis
reales más que en los cementerios familiares locales, la
mastaba se convirtió en el tipo preferido de tumba
particular y se volvió imperativo para todo el mundo
contar con un monumento en Abydos.
En el Reino Medio la momificación se había extendido
mucho, pero no era efectiva. Si bien la evisceración se
había vuelto más habitual, la momificación de los cuerpos
era de baja calidad, por lo que la carne residual apenas se
ha conservado, a pesar de que a menudo el vendado
exterior era generoso. Se dotaba a las momias de máscaras
de cartonaje, por lo general bellamente pintadas, y los
cuerpos se colocaban de lado en ataúdes rectangulares
380
orientados atendiendo tanto a los puntos cardinales como a
los textos escritos en las paredes de las tumbas.
Otro cambio significativo en las prácticas funerarias
fue la introducción del shabti, una palabra que en ocasiones
se escribe ushabti o shawabti y que puede significar
«bastón», «respondedor» o quizá ambas cosas a la vez. Los
shabtis eran estatuillas de diversos materiales (cera, arcilla,
cerámica, fayenza, madera o piedra) destinadas a actuar
como sustitutos mágicos del dueño de la tumba cuando a
éste se le pidiera realizar trabajos para Osiris. Los primeros
ejemplares, fechados en la época de Mentuhotep II, tienen
a menudo forma de figurillas desnudas sin fórmulas
funerarias escritas sobre ellas, mientras que otros son
momiformes. Esta figurillas eran recordatorios
tridimensionales de la fórmula 472 de los Textos de los
sarcófagos, que aparecen en el interior de unos pocos
ataúdes del Reino Medio. No obstante, a finales de la XII
Dinastía el texto había comenzado a escribirse en el propio
shabti. Se piensa que el papel del shabti puede estar
relacionado con el sistema de azofra, según el cual todas las
personas estaban obligadas a realizar trabajos para el rey, o
con el trabajo que las personas del común tenían que llevar
a cabo para mantener los canales locales. Al igual que los
trabajadores humanos, los shabtis posteriores llevan azadas
y cestas para realizar sus tareas.
381
Los logros culturales del Reino
Medio
El Reino Medio fue una época en la cual el arte, la
arquitectura y la religión alcanzaron nuevas cotas; pero,
sobre todo, fue un período de confianza en la escritura, sin
duda animada por el crecimiento de la «clase media» y el
sector escriba de la sociedad, que a su vez se debió en no
poca medida a la ampliación de la burocracia durante el
reinado de Senusret III. Florecieron muchas formas
literarias diferentes y los propios egipcios parecen haber
considerado ésta como la época «clásica» de su literatura.
Narraciones como La historia de Sinuhé (cuya popularidad
se refleja en el elevado número de copias que se han
conservado), El náufrago y los fantásticos episodios del
Papiro Westcar se escribieron durante el Reino Medio,
siendo también muy populares obras religiosas y filosóficas
como el Himno a Hapy, la Sátira de los oficios y el Diálogo
de un hombre cansado de la vida con su «ba». Además, se ha
conservado una amplia variedad de documentos oficiales,
como informes, cartas y estadillos de cuentas, que no sólo
nos ayudan a conseguir una imagen más precisa de la
época, sino que también nos indican que el alfabetismo
estaba más extendido que durante el Reino Antiguo.
Dirigido por los soberanos del Reino Medio, Egipto
abrió sus ojos al amplio mundo de Nubia, Asia y el Egeo,
beneficiándose del intercambio de materias, productos e
382
ideas. El Reino Medio fue una época de tremenda
inventiva, gran visión y proyectos colosales, al mismo
tiempo que se prestaba una cuidadosa y elegante atención
al detalle cuando se trataba de crear los más pequeños
objetos de uso cotidiano o de decoración. Esta escala más
humana se aprecia en el sentimiento predominante de que
los seres humanos se habían vuelto más significativos en
términos cósmicos, ya fuera respecto a sus obligaciones
para con el Estado (mediante los impuestos y la azofra), sus
disposiciones para el enterramiento o su mayor presencia
en la literatura de la época. Ni Sinuhé ni el náufrago
podrían haber sido protagonistas literarios durante el
Reino Antiguo, pero encajan perfectamente en la literatura
del Reino Medio, una época de mayor humanidad.
383
8. EL SEGUNDO PERÍODO
INTERMEDIO
(c. 1650-1550 a. C.)
JANINE BOURRIAU
El Segundo Período Intermedio está definido por la
división de Egipto: la fragmentación de las Dos Tierras.
«¿Por qué he de contemplar mi poder mientras hay un
Gran Hombre en Avaris y otro en Kush, sentados unidos
con un asiático y un nubio mientras cada hombre posee su
parte de Egipto?». Esta era la queja del rey egipcio Kamose
(1555-1550 a. C.) a finales de la XVII Dinastía.
El comienzo del Segundo Período Intermedio se
caracteriza por el abandono de la Residencia de Lisht, a 32
kilómetros al sur de Menfis, y el establecimiento de la corte
real y sede del gobierno en Tebas, la ciudad meridional. El
final del período llegó con la conquista de la capital de los
reyes hyksos, Avaris, en el delta oriental, a manos de
Ahmose, rey de Tebas. La reunificación de Egipto
conseguida por Ahmose perduró durante cuatrocientos
años. El tiempo transcurrido entre ambos acontecimientos
fue de aproximadamente un siglo y medio. El último faraón
de Lisht probablemente fuera Merneferra Ay (c. 1695-1685
a. C.), porque se trata del último soberano de la XIII
Dinastía (siguiendo la secuencia proporcionada por la lista
real del Canon de Turín) que aparece en inscripciones
tanto en monumentos del Alto Egipto como del Bajo
384
Egipto. La conquista de Avaris se puede fechar con mucha
mayor precisión, entre los años 18 y 22 de Ahmose,
1532-1528 a. C. en la cronología que utilizamos aquí.
En el transcurso de sólo seis generaciones (cada una
calculada en veinticinco años) tuvieron lugar profundos
cambios culturales y políticos; pero la desunión imperante
en Egipto significa que se produjeron de modos diferentes
y a distintas velocidades en cada región. En vez de
presentar la historia del período como una narración
continua, parece más adecuado describirla desde el punto
de vista de cada una de las regiones principales de Egipto,
de norte a sur. Estas regiones sólo pueden definirse
atendiendo a nuestras fuentes, pero dadas las lagunas
existentes en las pruebas, es probable que el país estuviera
todavía más fragmentado de lo que pensamos. Sólo tras el
comienzo de la guerra entre los reyes hyksos y tebanos,
que terminó implicando a todo Egipto, parece adecuado
recurrir a una única narración histórica.
Las fuentes escritas presentan problemas peculiares,
debido a su abundancia más que a su escasez; pero la
dificultad de integrar lo que nos dicen con la
documentación arqueológica sigue existiendo. Se pueden
dividir en seis categorías: listas reales, de las cuales la más
detallada es el papiro hierático conocido como el Canon de
Turín (compilado durante el reinado de Ramsés II a partir
de listas anteriores conservadas en Menfis); la Aegyptíaca
de Manetón, una historia escrita en el siglo III a. C. de la
que sólo se conservan fragmentos copiados por cronistas
posteriores; inscripciones regias contemporáneas y no
contemporáneas escritas como «propaganda», pero que
por esa misma razón nos ofrecen una mise en scène vivida y
dramática; inscripciones particulares contemporáneas, en
385
especial las «biografías funerarias»; los registros de la
administración, tanto públicos como privados; y, por
último, textos literarios y científicos como el Papiro
Sallier I y el Papiro matemático Rhind. Estos textos
siempre son valiosos, pero pueden aparecer ambigüedades,
porque los más significativos, las inscripciones reales, a
menudo han sido desplazados de sus contextos originales.
La mayor parte de las estelas tebanas reales se encontraron
rotas y reutilizadas en edificios posteriores, mientras que
en Avaris ninguno de los elementos de piedra inscritos de
los edificios monumentales de adobe de los reyes hyksos se
ha encontrado en el estrato al que pertenecía
originalmente.
Las fuentes arqueológicas poseen sus propios
problemas; el principal es la abundancia de lagunas
existentes en el registro, ya sea porque no se han
conservado o como resultado de una excavación
incompleta. No se han excavado yacimientos del período ni
en la región occidental del delta ni en el Egipto Medio,
entre Maiyana y Deir Rifa. Los fuertes de adobe de la
región de la segunda catarata, en Nubia, nos cuentan la
historia de las relaciones entre Egipto y Kush; pero tras su
excavación parcial en la década de 1960 durante la
campaña de salvamento de la Unesco se perdieron bajo las
aguas de lago Nasser. Lo que nos queda es un montón de
información, amplia, pero fragmentaria y esporádica. La
adopción de un estudio regional de la documentación sirve
para enfatizar una cuestión recurrente en la historia del
valle del Nilo: la rivalidad entre el Alto y el Bajo Egipto,
cuyo punto álgido fue la batalla entre Tebas y Avaris,
ocurrida a finales del período.
386
El territorio de Avaris
La cuestión que subyace en el meollo del Segundo
Período Intermedio es la naturaleza de los hyksos. La
mayor parte de las historias dependen de las fuentes
escritas y, con unas pocas excepciones (el Papiro Rhind es
una), éstas proceden del lado egipcio. No existe
contrapartida hyksa a los textos de Kamose. En cambio, lo
que tenemos es la documentación proporcionada por la
excavación sistemática de su capital, Avaris (Tell el Daba).
Sabemos qué aspecto tenían sus palacios, templos, casas y
tumbas y podemos observar cómo evolucionó su cultura
con el tiempo; pero los hyksos no fueron un fenómeno
único o sencillo.
El término contemporáneo que se utilizaba para
diferenciar a la gente de Avaris de los egipcios era aamu.
Se llevaba empleando desde mucho antes del Segundo
Período Intermedio y se siguió utilizando mucho tiempo
después (por ejemplo, Ramsés II lo usa para mencionar a
sus oponentes en Qadesh) para referirse, en sentido
amplio, a los habitantes de Siria-Palestina. Los egiptólogos
traducen de manera convencional aamu por «asiáticos» (es
decir, habitantes de Asia occidental). Por otro lado, el
término «hyksos» deriva, a través del griego, del epíteto
egipcio hekau khasut, «soberanos de países extranjeros
(literalmente “montañosos”)», y se aplicó sólo a los
gobernantes de los asiáticos. En sí mismo carece de
387
significado peyorativo, excepto porque denota una
categoría inferior a la del rey egipcio, siendo utilizado
tanto por los egipcios como por los propios reyes hyksos.
Cuando su etimología puede ser determinada, todos los
nombres de los asiáticos de este período, tanto de los reyes
como de los de particulares, derivan de lenguas semitas
occidentales. La antigua propuesta de que algunos eran
hurritas, o incluso hititas, no se ha confirmado. Durante el
Reino Medio, las referencias a los asiáticos son numerosas:
trabajaban en varias ocupaciones, en ocasiones adoptando
nombres egipcios al tiempo que mantenían la designación
de «asiáticos» (aamu). Se pensaba que se trataba de
emigrantes económicos, pero una inscripción del soberano
de la
Dinastía Amenemhat II menciona, con un lenguaje
inconfundible, una campaña por mar contra la costa
libanesa que supuso un botín de 1.554 asiáticos. Este tipo
de campañas encajan con las pruebas arqueológicas de Tell
el Habua, las cuales demuestran que la frontera oriental de
Egipto estaba tan fortificada como la meridional. Tell el
Habua es un amplio yacimiento situado al este de Tell el
Daba y fechado a partir del Reino Medio. Mohammed
Maksoud, su excavador, ha encontrado restos de un
edificio importante, probablemente una fortaleza a juzgar
por el grosor de los muros, bajo estratos del Segundo
Período Intermedio. Por analogía con los fuertes nubios de
la segunda catarata, es indudable que las patrullas
recorrerían el desierto de alrededor, recogiendo en
despachos (que después eran enviados a la capital) los
movimientos de las gentes que «querían entrar en Egipto».
En Tell el Daba se han encontrado pruebas de que a
comienzos de la XIII Dinastía ya existía allí una comunidad
388
de asiáticos, si bien muy egiptizados. Hasta el momento, es
la única prueba arqueológica convincente de la presencia
durante el Reino Medio de una población asiática en el
interior de Egipto (si bien viviendo de forma diferente a los
egipcios). En los textos contemporáneos también hay
referencias a «campamentos de trabajadores asiáticos».
Es posible que el asentamiento más antiguo de Tell el
Daba, que data del Primer Período Intermedio, se
construyera deliberadamente como una parte más del
sistema defensivo erigido para proteger la frontera
oriental. Durante el final de la XII Dinastía y el comienzo
de la XIII Dinastía el lugar creció enormemente, llegando
incluso a contar con un asentamiento poblado por
asiáticos. El carácter no egipcio de la comunidad es
evidente por la disposición de las casas (que sigue
aparentemente un modelo sirio) y por el hecho de que las
tumbas estaban integradas en la zona de los vivos más que
en un cementerio fuera del asentamiento. No sólo existen
diferencias en la cultura material, definida por los tipos de
cerámica y armas, sino porque la naturaleza de los
enterramientos indica una mezcla de rasgos egipcios y
palestinos. En un agujero de ladrones en la capilla de una
tumba se encontraron los fragmentos de una estatua de
caliza de tamaño mayor que el natural que representa a un
hombre sentado sujetando un bastón arrojadizo; el estilo
artístico y las ropas no son egipcios, pero el tamaño indica
que se trata de una persona de la mayor importancia.
Irónicamente, el mejor paralelo para esta estatua es una
diminuta figura de madera de una tumba del Reino Medio
en Beni Hassan que representa a una mujer asiática con su
hijo.
389
390
En el siguiente estrato (d/1), la cultura del Bronce
Medio se vuelve más pronunciada y las tumbas incluyen
enterramientos de burros, en ocasiones por parejas. Otros
hallazgos incluyen la impresión de un cilindro-sello de
estilo sirio septentrional, fragmentos de cerámica minoica
Kamares y un pectoral de oro con dos perros de caza
enfrentados, que también se piensa que es minoico. Estos
objetos, junto al testimonio de la «habitual» cerámica
importada del Bronce Medio y las imitaciones egipcias,
confirman el carácter mixto del asentamiento. El origen de
estos asiáticos —en el caso de que sea un origen único— no
es sencillo de determinar. Ciertamente, la cultura asiática
estaba muy adulterada por la egipcia, la mayoría de la
cerámica es egipcia (si bien en el estrato d/1 cae desde el 80
hasta el 60 por ciento del total) y, a juzgar por los títulos de
los funcionarios presentes en los escarabeos, la
administración se regía según el modelo egipcio. Se han
encontrado paralelos para los rasgos extranjeros en
yacimientos palestinos meridionales como Tell el Ajjul, el
yacimiento sirio de Ebla y Biblos (en el actual Líbano).
Como la riqueza de Tell el Daba a finales del Reino Medio
se centraba en el comercio marítimo a lo largo de la costa
levantina, la ruta caravanera que cruzaba el norte del Sinaí
para alcanzar Palestina (y quizá también utilizada por
expediciones a las minas de turquesa), la idiosincrásica
cultura de sus habitantes no debería sorprendernos.
391
La cultura de los habitantes de Tell el Daba no era
estática y no tardó en desarrollar características nuevas y
deshacerse de las antiguas. Esto hace que la caracterización
de cada estrato en términos de arquitectura, costumbres
funerarias, cerámica y objetos de metal y otros sea
relativamente clara; pero deja sin respuesta la cuestión de
por qué y cómo tuvo lugar esta mezcla cultural y su rápido
desarrollo. Una hipótesis es que la población básica de
egipcios recibió de tiempo en tiempo un nuevo influjo de
colonos, primero procedentes de la región del Líbano y
Siria y subsiguientemente de Palestina y Chipre. La élite de
entre ellos se casó con mujeres locales, una sugerencia
apoyada por el estudio preliminar de los restos humanos, si
bien la conservación de los huesos es pobre.
392
Tell el Daba ha proporcionado cientos de objetos que se
pueden adscribir como pertenecientes al bien conocido
Período del Bronce Medio II A-C de Siria-Palestina. Este
material se encuentra en nueve estratos (H-D/2), cuyos
extremos inferior y superior han sido relacionados por el
arqueólogo austríaco Manfred Bietak con el reinado de dos
soberanos egipcios, respectivamente Amenemhat IV
(1786-1777 a. C.) y Ahmose (1550-1525 a. C.). El período
resultante de 248-282 años lo divide entre nueve, lo que
supone aproximadamente treinta años por estrato,
consiguiendo así un marco de fechas absolutas para su
secuencia relativa. No obstante, cuando estas fechas se
llevan a yacimientos de Siria-Palestina donde se han
encontrado objetos similares a los de Tell el Daba, en
ocasiones se han producido conflictos con la cronología
existente. Cuando se resuelvan, los enconados debates
generados terminarán exigiendo una revisión radical no
393
sólo de la datación de los estratos de Tell el Daba, sino de
los métodos utilizados para fechar el Bronce Medio en toda
la región del Mediterráneo oriental.
La expansión inicial de Tell el Daba se vio frenada
temporalmente por una epidemia. En diversos lugares del
yacimiento, Bietak ha encontrado grandes fosas comunes
donde se enterraron muchos cuerpos sin ninguna
ceremonia discernible. A partir de entonces, desde el
estrato F en adelante, el patrón tanto de los asentamientos
como de los cementerios sugiere una sociedad menos
igualitaria que antes. Casas grandes con casas pequeñas
rodeándolas, los edificios más elaborados en el centro en
vez de en la periferia del asentamiento, sirvientes
enterrados delante de las tumbas de sus señores, todo ello
sugiere el predominio social de un grupo de élite
acaudalado.
En este momento de la historia de la ciudad, su
identificación con la textualmente documentada Avaris,
capital de los hyksos, se hace evidente. Se han encontrado
dos jambas de caliza donde se menciona al «buen dios,
señor de las Dos Tierras, hijo de Ra de su cuerpo, Nehesy».
Fragmentos inscritos procedentes de Tell el Habua, Tanis y
Tell el Muqdam proporcionan más títulos y epítetos de este
personaje: «Amado de Seth, señor de Avaris, hijo
primogénito del rey». El último epíteto es un título que
implica un elevado rango militar, no que su poseedor fuera
literalmente «hijo del rey». La referencia al dios Seth
demuestra que su culto ya estaba establecido y que era el
dios local de Avaris, del mismo modo que Amón era la
deidad titular de Tebas. El culto de Seth puede haber
evolucionado a partir del sincretismo de un culto
preexistente en Heliópolis con el culto del dios del cielo
394
Baal Zephon (del norte de Siria), introducido por los
asiáticos.
Nehesy aparece en el Canon de Turín en el grupo que
generalmente se identifica como la XIV Dinastía, cuya
capital —según Manetón— era Xois, en el delta occidental.
Nehesy fue un alto funcionario que durante escaso tiempo
(no se le conocen años de reinado) asumió categoría de rey
en Avaris. Es probable que Nehesy fuera egipcio, o quizá
nubio (que es lo que significa hteralmente Nehesy); nada
en sus inscripciones sugiere lo contrario. El rey al que
servía originalmente quizá siguiera reinando desde la
ciudad de Itjtawy, cerca de Lisht, que no sería abandonada
hasta después de 1685 a. C.; si bien Sobekhotep IV (c. 1725
a. C.) fue el último soberano realmente poderoso de la XIII
Dinastía. Tras el reinado de Sobekhotep, es probable que la
unidad del país comenzara a romperse y un evidente
candidato a convertirse en un reino independiente era la
rica y poderosa ciudad de Avaris.
¿Hasta dónde se extendió la autoridad del rey Nehesy?
Si juzgamos por los lugares donde aparece su nombre, su
territorio parece haber incluido el delta oriental desde Tell
el Muqdam hasta Tell el Habua; pero la habitual práctica de
la usurpación y explotación de monumentos anteriores
complica la cuestión. Dado que los únicos documentos que
nos consta que fueron hallados allí donde fueron situados
originalmente son los de Tell el Habua y Tell el Daba, es
probable que su reino fuera en realidad mucho más
pequeño.
Uno de los enterramientos del Segundo Período
Intermedio de Tell el Daba parece confirmar que en Avaris
todavía se conservaba la estructura de la burocracia
egipcia. Un escarabeo en el dedo del dueño de la tumba lo
395
identifica como el «tesorero ayudante, Aamu» («el
asiático»). Su enterramiento es extremadamente rico, pero
se caracteriza por varios rasgos no egipcios: el cuerpo en
posición fetal (no extendido, como es normal en los
enterramientos egipcios), armas y cerámicas de tipo sirio-
palestino y la presencia delante de la tumba de cinco o seis
burros enterrados. Un funcionario de este rango
normalmente estaría enterrado cerca de su rey, con la
esperanza de pasar su vida cerca de la residencia real, la
sede del gobierno, que para él era Avaris.
396
Si aceptamos la reconstrucción que hace el egiptólogo
danés S. B. Ryholt del Canon de Turín, en la columna
dedicada al grupo de reyes entre los cuales está Nehesy
aparecen 32 nombres, 17 nombres más que se han perdido
y dos lagunas, una que cubre a los cinco predecesores de
Nehesi y otra de longitud indefinida que, como indica el
escriba, ya existía en el manuscrito del cual está copiado el
Canon de Turín.
Excepto para cinco de los reyes con nombre, la longitud
de los reinados o bien falta o es menor de un año. Además
de Nehesy, sólo tres de ellos se encuentran en otras
partes.” los reyes Nebsenra y Sekheperenra en una jarra y
un escarabeo respectivamente, mientras que el rey
Merdjedefra es conocido gracias a una estela
contemporánea, en la que aparece acompañado del
«portador del sello del rey, el tesorero, Renisoneb». El
lugar del hallazgo se desconoce, pero se ha sugerido un
lugar en el delta oriental, más concretamente Saft el Hinna,
397
a unos treinta kilómetros al norte de Tell el Yahudiya. El
rey aparece realizando una ofrenda a Soped, Señor del Este,
un dios cuya esfera de influencia eran las rutas del desierto
hasta el mar Rojo y las minas de turquesa del Sinaí. Su
centro de culto durante la XXII Dinastía era Saft el Hinna.
La importancia de la estela de Merdjedefra va más allá de
la mera confirmación de la existencia de un rey menor,
pues ratifica que los nombres de los reyes de la XIV
Dinastía no son ficticios, si bien es poco probable que se
trate de un único linaje de reyes que gobernaron uno tras
otro desde el mismo lugar.
La descripción de Nehesy es la primera prueba
contemporánea de la fragmentación del reino egipcio.
Según Bietak, Nehesy encaja en la cronología relativa de
Tell el Daba en el estrato F (o b/3), correspondiente a
finales de la XIII Dinastía. A partir de entonces ningún rey
volvió a controlar todo Egipto hasta la conquista de Avaris.
Del período se conservan más de 105 nombres, la mayoría
de ellos en el Canon de Turín. Esto implica que en Menfis
se llevaba un registro con los nombres de todos estos reyes,
sin importar lo breves y localizados que fueran sus
reinados. La meticulosa reconstrucción realizada por
Ryholt del dañado papiro utiliza tanto concordancia de
fibras como análisis textual y, como resultado de ella,
poseemos un registro mucho más coherente. Ahora los
nombres reales se dividen en cuatro grupos, que se
corresponden con las Dinastías XIV a XVII de Manetón. La
XIV y XV Dinastías tenían su base en el delta oriental y su
capital era Avaris (si bien la XV Dinastía controló también
parte de Egipto al sur de Menfis, véase más abajo),
mientras que la XVI y la XVII Dinastías estuvieron
centradas en Tebas, en el Alto Egipto. La naturaleza
fragmentaria del papiro permite más de una interpretación,
398
incluso si se acepta la reconstrucción física del mismo
realizada por Ryholt. Una de sus ideas más debatidas y de
mayor alcance es la de asignar el grupo más antiguo de
reyes tebanos a la XVI Dinastía de Manetón. Africano, el
más exacto de sus copistas, describe la XVI Dinastía como
«reyes pastores (hyksos)», mientras que Eusebio los
cataloga como tebanos. Aquí seguimos la interpretación de
Ryholt.
Hay algunos reyes cuyos nombres encontramos en
monumentos, mas no pueden ser identificados en el Canon
de Turín (quizá porque aparecían en una de las partes
desaparecidas). Uno de ellos es Sekerher, que posee una
titulatura egipcia completa (se han conservado tres de sus
cinco nombres), pero se describe a sí mismo como heka
khasut («soberano de países extranjeros»); su inscripción
se conserva en una jamba encontrada reutilizada en un
edificio de comienzos de la XVIII Dinastía en Tell el Daba.
Bietak lo identifica con Salitis, cuyo nombre se conserva en
la versión de Josefo de la historia de Manetón, donde
aparece como el conquistador de Menfis.
No obstante, también existe un amplio grupo de quince
nombres de reyes que sólo aparecen en escarabeos. En
unas ocasiones son nombres egipcios y en otras son
semíticos occidentales; vienen precedidos por epítetos
como «el buen dios», «el hijo de Ra» y «el soberano de
países extranjeros». Los dos primeros epítetos los
ostentaron durante muchos siglos los reyes egipcios y se
refieren a la categoría de rey en los términos más
generales. Sin embargo, para describir a estos reyes nunca
se utiliza el término nesu («rey»), que sí se emplea en las
fuentes egipcias como el Canon de Turín. Estilísticamente,
los escarabeos son de dos tipos distintos, utilizados tanto
399
en Egipto como en Palestina. Sus contextos arqueológicos
demuestran que pertenecen al período que siguió a la XIII
Dinastía y su estilo los relaciona con los escarabeos que
llevan los nombres de los reyes de la XIV y XV Dinastías.
Es posible que en realidad se trate de nuevos casos de altos
funcionarios con autoridad puramente local, pero que se
conceden a sí mismos el derecho a los epítetos reales en
sus sellos en un momento y un lugar en los que los
normalmente rígidos protocolos ya no se podían hacer
cumplir.
Sin otras fuentes que lo confirmen, no parece muy
seguro utilizar la distribución de los escarabeos como
indicador del alcance de la autoridad de estos «reyes» o
utilizar los cambios en el diseño y la forma de los
escarabeos para situarlos en una secuencia cronológica.
Hasta el momento, los hallazgos de Tell el Daba no nos
permiten situar ninguno de ellos, si no es de forma
indirecta. Es probable, dado el modelo de la Palestina del
Bronce Medio IIB y una interpretación literal de los
nombres adoptados por Sekerher, que éste fuera un cacique
al que los reyes menores pagaban tributo. Si es así, se
explicaría el uso del título «soberano de países
extranjeros», tanto en los escarabeos de hombres
desconocidos por otras fuentes como en las inscripciones
de los soberanos de Avaris.
Bietak asocia el final de la fase hyksa en Tell el Daba
(estratos b/1-a/2;E/2-D/2;VI-V) a la XV Dinastía de
Manetón y en un fragmento del Canon de Turín se lee:
«Seis soberanos de países extranjeros que gobiernan
durante 108 años». Sólo se puede leer el nombre del último,
Khamudi. Sekerher, Apepi y Yanassi, hijo de Khyan,
aparecen en Tell el Daba y el primero y el último pueden
400
identificarse con los Salitis e Iannan de Manetón. Toda la
documentación, escrita y arqueológica, sugiere que la
autoridad de estos soberanos era mucho mayor que la de
sus predecesores. La sucesión de padre a hijo de dos de
ellos y el excepcionalmente largo reinado de Apepi (al
menos cuarenta años) nos indica que en Avaris estaba
gobernando una verdadera dinastía al estilo de, por
ejemplo, la XII Dinastía egipcia.
En su momento de mayor extensión, la ciudad ocupaba
un área de casi cuatro kilómetros cuadrados, con lo que
sería el doble de grande que durante la XIII Dinastía y tres
veces mayor que Hazor, la más grande de las ciudades
palestinas del Bronce Medio II A-C. En el último estrato
hykso, D/2, se construyó en el límite occidental de la
ciudad, sobre terreno virgen una ciudadela que controlaba
el río y, aproximadamente 200 metros hacia el sureste, una
torre de vigilancia que controlaba los accesos por tierra. En
torno a ellas se edificó un enorme muro de 6,2 metros de
anchura, ampliado después a 8,5 metros, con contrafuertes
a intervalos. La fortificación se construyó sobre unos
extensos jardines que originalmente habían formado parte
del complejo palacial.
El cénit del Período Hykso fue el reinado de Aauserra
Apepi (c. 1555 a. C.), a pesar de que dos reyes tebanos
lanzaron campañas contra él. Se aprecian signos de un
renacimiento consciente de las tradiciones egipcias
relativas a los escribas, indispensables para crear y
controlar la compleja burocracia necesaria para gobernar al
modo egipcio. En la paleta de un escriba llamado Atu,
Aauserra es descrito como «un escriba de Ra, enseñado por
el propio Thoth […] con numerosas escrituras [de éxito] en
el día en que lee fielmente todos los [pasajes] difíciles de
401
las escrituras, igual que fluye el Nilo». Fue en el trigésimo
tercer año de su reinado cuando se copió el Papiro
matemático Rhind, una tarea que sólo pudo llevar a cabo
un escriba que conociera a fondo su arte y con acceso a un
archivo especializado en textos matemáticos, que
difícilmente pudo haber existido fuera del templo de Ptah
en Menfis. Una estela posterior al Reino Nuevo encontrada
en esta ciudad recoge la genealogía de un linaje de
sacerdotes que se remonta hasta la XI Dinastía. También
conserva los nombres de los reyes que gobernaban y
menciona a Apepi y Sharek para el período anterior a
Ahmose. En Tell el Daba se encontraron los fragmentos de
un santuario que conmemoraba a Apepi y su hermana
Tany, dedicado por dos asiáticos cuyos escribas adaptaron
sus nombres semítico-occidentales a la escritura jeroglífica
egipcia. En la tumba del soberano egipcio de la XVIII
Dinastía Amenhotep I (1525-1504 a. C.) se encontró
también una placa inscrita con delicados jeroglíficos
dedicada a la hija de Apepi, Herit.
402
403
Como fenómeno cultural, los hyksos han sido descritos
como «peculiarmente egipcios». La mezcla de rasgos
culturales faraónicos y sirio-palestinos —como dejan ver
los objetos de los estratos D/3 y D/2 (reinado de Apepi) en
Tell el Daba— se pueden reconocer en una amplia zona del
delta, de oeste a este: Tell Fauziya y Tell Geziret al oeste de
la rama tanítica del Nilo, además de en Farasha, Tell el
Yahudiya, Tell el Maskhuta y Tell el Habua. Estos
yacimientos son mucho más pequeños que Tell el Daba y
su período principal de ocupación coincide en todos los
casos con los últimos estratos hyksos, pero dos de ellos,
Tell el Maskhuta y Tell el Yahudiya, desaparecieron antes
del período representado por el último estrato hyksos de
Tell el Daba (D/2).Tell el Maskhuta y sus poblados satélites
están situados en Wadi Tumilat, que conduce a una de las
rutas principales que cruzan el norte del Sinaí y llegan
hasta Palestina. Se trataba de un asentamiento pequeño,
quizá ocupado sólo de forma estacional. La riqueza de
Avaris procedía del comercio, no sólo con Palestina y el
Levante, sino, en su última fase, sobre todo con Chipre. La
estela de Kamose menciona todos los bienes importados
por los hyksos («carros y caballos, barcos, madera, oro,
lapislázuli, plata, turquesa, bronce, innumerables hachas,
aceite, grasa y miel»); pero sigue habiendo pocas pruebas
materiales referidas a los bienes que los hyksos
proporcionaban a cambio.
El soberano de Avaris afirmaba ser rey del Alto y el
Bajo Egipto, si bien por la estela de Kamose sabemos que
Hermópoks señalaba su teórico límite meridional y Cusae,
algo más al sur, su frontera específica. Esta región incluye
tanto a Menfis como a Itjtawy, la capital de los reyes de la
XII y XIII Dinastías. ¿Cómo era la autoridad ejercida por el
404
rey de Avaris en esta región? ¿Podemos reconocer en ella
la característica cultura del delta oriental?
405
Menfis: la mansión de Ptah
Josefo afirma que cita directamente a Manetón en esta
descripción de la conquista y ocupación de Egipto por
parte de los hyksos:
Por la fuerza se apoderaron fácilmente de ella
sin tener que descargar un solo golpe y al haber
dominado a los gobernantes de la tierra, entonces
quemaron sus ciudades sin piedad, arrasaron hasta
los cimientos los templos de los dioses […]
finalmente, nombraron como rey a uno de los suyos
cuyo nombre era Salitis. Tenía su sede en Menfis,
recaudando tributos del Alto y del Bajo Egipto y
siempre dejando tras él guarniciones en las
posiciones más ventajosas.
Esta imagen del gobierno hyksos se ve confirmada por
el hecho de que el soberano tebano Kamose rechazó ser
considerado su vasallo. En los textos de Kamose se
menciona el estricto control fronterizo en Cusae, los
impuestos, sobre todo el tráfico del Nilo y la existencia de
guarniciones de asiáticos dirigidas por comandantes
egipcios. Los reyes hyksos parecen seguir el modelo creado
por los reyes de la XII Dinastía para gobernar Nubia, para
el cual probablemente siguieran en pie las instituciones
burocráticas y militares. El papel clave de Menfis también
406
está claro en la descripción de Kamose. Avaris era la
ciudad natal del rey hykso, el centro de su poder; pero no
había modo de gobernar Egipto, ni siquiera su parte
septentrional, desde el delta oriental. Controlar Egipto
significaba controlar el Nilo y todos los soberanos egipcios
lo habían hecho desde el vértice del delta, es decir, la
región de Menfis y la moderna El Cairo.
Las pruebas indiscutibles de la destrucción y el saqueo
de los hyksos son escasas. En Tanis se encontraron cuatro
esfinges colosales de Amenemhat III (soberano de la XII
Dinastía) y dos estatuas de Esmekhera (soberano de la XIII
Dinastía) inscritas con los nombres de Aqenenra Apepi
(otro de los nombres de Aauserra Apepi). Sus dedicatorias
a Ptah indican que originalmente estuvieron en Menfis. En
general se suele asumir que fueron robadas por Apepi y
llevadas a Avaris, de donde en Época Ramésida fueron
trasladadas a Tanis; pero lo único de lo que podemos estar
seguros es de que Apepi las reclamó escribiendo su nombre
en ellas; quizá no abandonaran Menfis hasta Época
Ramésída. No obstante, al menos un monumento real de un
soberano de la XIII Dinastía fue violado: el piramidión de la
pirámide del rey Merneferra Ay, que probablemente se
construyera en Sakkara, se encontró en Faqus, cerca de
Tell el Daba.
Hasta la fecha, nada indica que los reyes hyksos
construyeran monumentos funerarios según la tradición
menfita, es decir, en el Desierto Occidental que domina la
ciudad. No obstante, antes de aceptar el argumento ex
silentio es necesario recordar la completa destrucción de
Tell el Daba llevada a cabo por parte del victorioso Ahmose
y las ansias de los reyes posteriores por construir con
piedra. Por ejemplo, en el templo de Hathor en Gebelein se
407
encontraron dos bloques, uno de caliza y otro de granito,
con los nombres de Khyan (c. 1600 a. C.) y Aauserra Apepi.
Como no existen pruebas de que los reyes hyksos llegaran
nunca a controlar esta parte de Egipto y menos aún de que
construyeran monumentos tan al sur, lo más probable es
que los bloques procedan de Menfis y se llevaran a
Gebelein durante el Reino Nuevo.
Durante la década de 1980, como parte de una
prospección del vasto campo de ruinas de Menfis realizada
por la Egypt Exploration Society, se excavó una pequeña
parte de la ciudad, encontrándose estratos del Segundo
Período Intermedio. La cultura de esta comunidad, revelada
por la cerámica, la arquitectura doméstica, los tapones de
barro con impresiones de escarabeos, objetos metálicos y
cuentas, es por completo egipcia (sobre todo si la
comparamos con la de Tell el Daba) y muestra una
evolución cultural ininterrumpida desde la XIII Dinastía.
Las similitudes de la cerámica egipcia permiten relacionar
los estratos de Menfis con los de Tell el Daba, lo que ha
puesto de manifiesto en ambos yacimientos una
importante interrupción de los mismos tras el último
estrato hykso, el D/2 de Tell el Daba. A esto le sigue en
Menfis una secuencia de depósitos de arena en los que no
se construyeron estructuras permanentes y donde los
estratos contienen una cantidad cada vez mayor de tipos
cerámicos del Alto Egipto, fechados muy al comienzo de la
XVIII Dinastía. La fase siguiente muestra edificios
alineados de formas muy diferentes y cerámicas de un
pronunciado estilo de comienzos de la XVIII Dinastía. Se
piensa que estos depósitos de arena coinciden con el
período de las guerras hykso-tebanas.
Lo que falta en Menfis es la presencia de rasgos del
408
Bronce Medio, como los que se aprecian en Tell el Daba a
partir de finales de la XII Dinastía. En ambos yacimientos
hay cerámica palestina importada y copiada por los
egipcios; pero en Menfis supone menos del 2 por ciento del
repertorio y en Tell el Daba entre el 20 y el 40 por ciento
del mismo. En Menfis no se aprecia interrupción cultural
desde los estratos excavados más antiguos, que son de
mediados de la XIII Dinastía, hasta el final del Segundo
Período Intermedio. ¿Es posible identificar este mismo
patrón en algún otro de los centros importantes de la
región?
En Sakkara, la necrópolis más cercana a Menfis, a
finales del Reino Medio el centro de actividad era el templo
mortuorio del rey Teti (2345-2323 a. C.). Hay tumbas
privadas y pruebas de que el culto del rey se celebró de
forma continuada hasta la primera mitad de la XIII
Dinastía. Por lo que respecta al final de la XIII Dinastía y el
Segundo Período Intermedio, hasta el momento sólo se ha
encontrado una tumba intacta aislada, con un hombre
dentro de un ataúd rectangular. Su nombre, Abdu, sugiere
que era asiático y fue enterrado con una daga inscrita con
el nombre de Nahman, seguidor del rey Apepi. Como la
daga es hasta el momento la única parte del hallazgo que se
ha publicado, no sabemos si el enterramiento es
comparable a los de fecha similar de Tell el Daba, pero el
ataúd rectangular sugiere que no lo es. Tampoco sabemos
si la daga es contemporánea al enterramiento o se trata de
una reliquia familiar. Además de este ambiguo hallazgo, en
la zona existen pruebas claras de la existencia de un
extenso cementerio de ricas tumbas superficiales
perteneciente a los reinados de los primeros soberanos de
la XVIII Dinastía, Ahmose y Amenhotep I.
409
En Dashur, donde se encuentran los complejos
mortuorios de dos grandes reyes de la XII Dinastía,
Senusret III y Amenemhat III, la actividad ritual continuó
al menos hasta comienzos de la XIII Dinastía, pues en esa
época fue enterrado allí el rey Awibra Hor. En una fecha
ligeramente posterior se construyeron grandes silos para
grano dentro del complejo mortuorio de Amenemhat III.
Cuando los silos fueron abandonados, se utilizaron como
basureros para la cerámica desechada de un pequeño
asentamiento cercano. Cerámica similar se encuentra en
Menfis por debajo de los estratos de arena y en Tell el
Daba a partir del estrato G/4. Su carácter es enfáticamente
egipcio y del Reino Medio. Parece que en el espacio
sagrado de Dashur se erigieron edificios poco tiempo
después del comienzo de la XIII Dinastía; estas estructuras
estaban asociadas a un asentamiento que continuó en uso,
aunque no está claro durante cuánto tiempo, excepto en
términos relativos. Después no hay pruebas de actividad
hasta Época Ramésida. La cerámica del «silo» de Dashur
también se encuentra en Lahun, en el asentamiento que
creció cerca del complejo mortuorio de Senusret II.
Después, en Lahun se aprecia una interrupción hasta que
aparece cerámica de mediados de la XVIII Dinastía.
En Lisht, la necrópolis más cercana a Itjtawy (la
residencia real de los reyes de la XII y la XIII Dinastías), las
circunstancias son más complejas. En torno a la pirámide
de Amenemhat I surgió un gran cementerio de particulares
que finalmente terminó metiéndose dentro del propio
complejo funerario. Entre estas últimas tumbas hay
algunos enterramientos bastante ricos que albergan
recipientes de cerámica de tipo Tell el Yahudiya, presentes
tanto en este asentamiento como en Tell el Daba, en
tumbas de los estratos D/3 y D/2 (es decir, los estratos
410
fechados hacia el final del Período Hykso). Estos últimos
enterramientos en Lisht son de carácter completamente
egipcio. Durante la XIII Dinastía, en esta misma zona
existió un asentamiento de trabajadores relacionado con la
necrópolis y, tanto durante como después de su ocupación,
dentro de las casas se excavaron algunos pozos funerarios.
Este tipo de enterramiento no egipcio tiene paralelos en
Tell el Daba; pero no hay más pruebas que sugieran que
sus habitantes no fueran egipcios. En los escombros
superficiales de la excavación de las casas y tumbas se
encontraron dos escarabeos con el nombre de Swadjenra
Nebererau I (c. 1615-1595 a. C.), soberano de la XVI
Dinastía. Sus fechas de gobierno, por más que sean
aproximadas, caen dentro de las asignadas por Bietak al
D/3. Hasta el reinado de Tutmosis III no existen en Lisht
pruebas de la XVIII Dinastía.
No obstante, ni siquiera estas pruebas del uso de la
necrópolis de Lisht y de la continuidad aquí de la cultura
del Reino Medio hasta bien avanzado el Segundo Período
Intermedio responden a la cuestión de cuándo el rey y su
corte se trasladaron desde Ijtawy hasta Tebas. El último
rey de la XIII Dinastía que sabemos que construyó
monumentos en la zona es Merneferra Ay (c. 1695-1685
a. C.). Contamos también con el testimonio de un
funcionario llamado Horemkhauef, un «inspector jefe de
sacerdotes» que fue enviado a Lisht para recoger las
estatuas de Horus de Nekhen (la deidad local de Elkab) y
de la diosa Isis. Su estela funeraria, encontrada en el patio
de su tumba en Elkab, describe una visita a Itjtawy en el
transcurso de su misión:
Horus, vengador de su padre, me encargó una
411
misión en la Residencia, coger (de allí) a Horus de
Nekhen junto a su madre Isis.[…] Me nombró
comandante de un barco y de una tripulación,
porque sabía que era un funcionario competente de
su templo, vigilante respecto a sus encargos.
Entonces marché río abajo con rapidez y traje a
Horus de Nekhen en (mis) manos junto a su madre,
esta diosa, del buen oficio de Itjtawy ante la
presencia del propio rey.
Es de suponer que las imágenes divinas recogidas por
Horemkhauef eran estatuillas recién esculpidas o
restauradas que quizá habían sido utilizadas en una fiesta
relacionada con la realeza. Por lo tanto, resulta
significativo que en esta época la Residencia aparezca
como el único lugar donde había artesanos, escribas y
sacerdotes lectores capaces de realizar semejantes
imágenes. Esto explica la necesidad de Horemkhauef de
realizar un largo viaje y su orgullo por el éxito conseguido.
Desgraciadamente para nosotros, nunca se menciona al rey
que lo envió. La fabricación de estas estatuas era uno de los
actos más significativos de un soberano egipcio, pues le
permitía dar validez a su propia categoría divina. En todos
los anales reales que se han conservado se encuentran
referencias, desde el comienzo del Reino Antiguo, a la
creación de estas imágenes por parte de los reyes.
Evidentemente, esta tradición de artesanía sacra, de la cual
el rey era el custodio, se rompió cuando la Residencia se
abandonó y se cortaron los lazos con Menfis.
Una consecuencia de la pérdida de esta tradición
artística es una interrupción en lo que se ha descrito como
la «tradición jeroglífica». La escritura de las fórmulas
412
utilizadas en las inscripciones funerarias cambió porque se
estaban realizando bajo la influencia de escribas
entrenados en la escritura cursiva hierática (utilizada en los
documentos administrativos), mientras que antes las
inscripciones habían sido creadas por escribas
específicamente entrenados en el grabado de inscripciones
jeroglíficas en los monumentos de piedra. Este cambio en
la escritura de la fórmula funeraria se puede utilizar para
fechar inscripciones en el período anterior o posterior al
Reino Medio. La escritura de la estela de Horemkhauef es
del tipo posterior al Reino Medio, lo que quizá suponga que
la fragmentación política puede haber tenido lugar durante
su vida. A partir de la genealogía de los funcionarios de
Elkab recogida en inscripciones se ha deducido una
cronología y, basándose en ella, se ha sugerido que la
tumba de Horemkhauef se preparó entre 1650 y 1630 a. C.
Si su visita a la Residencia tuvo lugar al comienzo de sus
veinte años en el cargo, puede fecharse entre 1670 y 1650
a. C., al menos quince años después del reinado de
Merneferra Ay, en 1685 a. C.
Tres pequeños cementerios situados en la entrada al
oasis de Fayum (Maiyana, Abusir el Melek y Gurob) datan
del período de guerras entre hyksos y tebanos, que por lo
demás sólo encontramos representado en Menfis. Estos
enterramientos de Fayum son de carácter egipcio, con los
cuerpos extendidos dentro de ataúdes rectangulares. En
Gurob, dos enterramientos contienen cerámica de tipo
Kerma, lo que indica que pueden pertenecer a nubios
Kerma al servicio del ejército egipcio (véase más adelante).
Un enterramiento intacto de Abusir contenía un escarabeo
del soberano hykso Khyan, el cual nos proporciona un
terminus post quem para el mismo.
413
La cerámica de Maiyana (un pequeño cementerio de
hombres, mujeres y niños situado cerca de Sedment el
Gebel) incluye jarritas Tell el Yahudiya con decoración de
peine, como la encontrada en el estrato D/2 de Tell el Daba,
así como jarritas chipriotas I de base en anillo, como las
que aparecen en los estratos de la XVIII Dinastía tanto en
Tell el Daba como en Menfis. No hay armas excepto un
bastón arrojadizo, pero el uso de pieles de oveja y el
adorno del difunto con hojas y flores no son rasgos
típicamente egipcios. Este pequeño cementerio parece
recoger la existencia, de corta vida, de una comunidad
extranjera diferente a la que florecía en Avaris.
Un pequeño grupo de tumbas en los grandes
cementerios del Reino Nuevo de el Haraga y el Riqqa
proporciona paralelos al corpus cerámico de Maiyana-
Gurob-Abusir el Melek-Menfis y confirma la existencia de
una fase arqueológica característica de escasa duración que
marca en esta región la transición entre la fase final del
Segundo Período Intermedio y el comienzo de la XVIII
Dinastía. Aproximadamente unos 130 años antes de esta
fase de transición, el rey trasladó la Residencia desde
Itjtawy hasta Tebas. Antes incluso de que este
acontecimiento decisivo tuviera lugar, al dejarse de
celebrar el culto a los antepasados regios, los espacios
sagrados de los complejos mortuorios de los reyes de la XII
Dinastía comenzaron a ser invadidos. No obstante, en Lisht
el cementerio (y posiblemente también el asentamiento)
continuó en uso hasta el final del Segundo Período
Intermedio. Si la vida de la necrópolis discurrió en paralelo
a la de la Residencia, también ésta continuó existiendo de
algún modo.
414
Cusae: el límite entre el Nilo egipcio
y el asiático
El soberano tebano Kamose recibió la siguiente
información de sus consejeros: «El país medio está con
nosotros hasta Cusae» y los textos del reinado de Kamose
son nuestra mejor fuente escrita para estudiar la historia
del Egipto Medio durante el Segundo Período Intermedio.
Una inscripción de la reina Hatshepsut (1473-1458 a. C.) en
el Speos Artemidos, cien kilómetros al norte de Cusae (El
Qusiya), recoge una intensiva restauración y
reconsagración de los templos de la zona: «He levantado lo
que fue desmembrado por primera vez cuando los asiáticos
estaban en Avaris en la Tierra del Norte (con) hordas
errantes en medio de ellos deshaciendo lo que había sido
hecho. […] El templo de la Señora de Cusae […] había
caído en disolución, la tierra se había tragado su noble
santuario y los niños bailaban sobre su tejado». Este
fragmento de propaganda real estaba destinado a mostrar a
Hatshepsut representando el papel tradicional del rey
como restaurador del orden tras el caos. Su escriba lo
redactó más de ochenta años después de las guerras hykso-
tebanas y hay tantas probabilidades de que las «hordas
errantes» fueran las de Tebas como que fueran las de
Avaris. Resulta interesante que, tanto tiempo después de
los acontecimientos, los soberanos de Egipto siguieran
alardeando de la expulsión de los hyksos.
415
416
Cusae se encuentra a unos cuarenta kilómetros al sur
de Hermópolis (El Ashmunein), que fue el centro de la
administración de la zona durante el Reino Medio. Cuando
Horemkhauef visitó la residencia en Lisht, posiblemente
entre 1670 y 1650 a. C., el río todavía estaba abierto, pero
poco después Cusae pasó a señalar el límite a partir del
cual cualquier viajero del sur tenía que pagar un impuesto
al soberano de Avaris si deseaba continuar el viaje.
A juzgar por el relato de Kamose sobre la detención de
un mensajero con una carta del rey Apepi para el rey de
Kush, parece que los hyksos controlaban la ruta desde Sako
(probablemente la moderna El Qes) a través de los oasis del
Desierto Occidental hasta la ciudad kushita de Turnas, a
medio camino entre la primera y la segunda catarata del
Nilo. Esta ruta le daba al rey de Avaris acceso a aliados —
los feroces reyes de Kush— y al oro, Al menos tres de los
fuertes de las cataratas (Buhen, Mirgissa y Uronarti)
seguían funcionando, si bien existe cierta controversia
respecto a si estaban sometidos a control egipcio o kushita;
no obstante, todavía existía la organización necesaria para
controlar la ruta de los oasis (desde su extremo meridional)
y para enviar expediciones a las minas de oro. A pesar del
kniite de Cusae, el intercambio de bienes entre el Bajo
Egipto y Nubia continuó de forma regular a través de la
ruta de los oasis, algo que dejan claro los hallazgos de
cerámica y sellos de barro, tanto en los fuertes de las
cataratas como en la capital kushita, Kerma. Además, al
menos en Buhen, este contacto parece haber continuado
sin interrupción desde la XIII Dinastía hasta el comienzo de
la XV Dinastía, hyksa (véase más adelante).
Podemos obtener una imagen más amplia del Egipto
Medio si nos fijamos en un grupo de cementerios
417
excavados a unos cincuenta kilómetros al sur de Cusae, en
Deir Rifa, Mostaggeda y Qau. El Cementerio S de Deir Rifa
contiene enterramientos de un grupo nubio conocido como
cultura «pan-grave» («tumbas de sartén» debido a que son
poco profundas y ovaladas), que eran ganaderos
seminómadas que vivían en los límites del desierto. Sus
cementerios y asentamientos aparecen en Egipto durante
la XIII Dinastía y han sido identificados con los medjay de
los textos de Kamose, que fueron enviados para explorar el
terreno delante de la flota del rey. Su característica
cerámica a mano es ubicua en los asentamientos del Reino
Medio y se encuentra tan al norte como en Menfis. En Deir
Rifa, sus tumbas contienen cerámica Tell el Yahudiya de
tipos comparables a los del Nivel E/1 de Tell el Daba, que
se pueden fechar a mediados de la XV Dinastía. La
cerámica egipcia asociada pertenece al estilo del Reino
Medio de la región menfita y sugiere que el cementerio se
remonta al comienzo de la XIII Dinastía.
Mostagedda, casi enfrente de Deir Rifa en la orilla
derecha del Nilo, también contenía enterramientos de la
cultura «pan-grave», que pueden situarse en una secuencia
cronológica dependiendo del grado con el que siguen las
costumbres funerarias egipcias o nubias (el cementerio de
Deir Rifa no está lo bastante estudiado como para poder
hacer lo mismo). En Mostagedda hay presentes dos fases
anteriores al comienzo de la XVIII Dinastía y ambas
contienen cerámica egipcia notablemente distinta a la de
Deir Rifa. Estas dos fases, así como las anteriores, también
se han encontrado en el gran cementerio egipcio de Qau,
quince kilómetros al sur de Mostagedda y Deir Rifa. La
cerámica se caracteriza por una elaborada decoración
incisa, el uso de arcillas margosas arenosas, jarras de
almacenamiento de hombros altos y cuellos estrechos y
418
jarras carenadas. Este corpus cerámico pertenece muy
claramente a la tradición del Alto Egipto y proporciona los
prototipos para los recipientes que aparecen en los estratos
de comienzos de la XVIII Dinastía de Menfis y Tell el Daba
con formas plenamente desarrolladas.
Los cementerios de Deir Rifa y Mostagedda, en orillas
opuestas del río, pertenecen al mismo grupo cultural nubio;
pero las diferencias en el ajuar funerario demuestran que
Deir Rifa estaba en contacto con la región de Menfis,
mientras que Mostagedda estaba relacionada con el Alto
Egipto. Los artefactos nubios de ambas localidades son lo
bastante similares como para sugerir que la diferencia
entre ellas no es temporal, sino de riqueza, categoría
(Mostagedda es por lo general más rica) y, sobre todo, de
asociaciones regionales. Su localización sugiere que la
región de Cusae realmente actuó, como afirman los textos,
de frontera entre el Alto y el
Bajo Egipto, y que ésta existió desde al menos el
comienzo de la XIII Dinastía. Es posible especular que nos
encontramos ante los cementerios de dos grupos de
mercenarios medjay que patrullaban la región: el grupo
con base en Deir Rifa quizá protegiera la orilla occidental
para los hyksos, mientras que el otro hacía lo propio con la
orilla oriental para los reyes tebanos.
419
Tebas, la ciudad meridional: la
aparición de la XVI y la XVII
Dinastías
Siguiendo la reconstrucción de Ryholt del Canon de
Turín, podemos identificar los nombres de quince reyes
(XVI Dinastía de Manetón) como predecesores de los reyes
de la XVII Dinastía. Cinco de ellos aparecen en fuentes
contemporáneas que nos indican que el centro de su poder
se encontraba en el Alto Egipto. No podemos tener la
certeza de si todos gobernaron desde Tebas y, de hecho,
algunos pueden haber sido soberanos locales en ciudades
importantes como Abydos, Elkab y Edfu. El rey
Wepwawetemsaf, que no aparece en el Canon de Turín
pero que nos dejó una modesta estela en Abydos, puede
haber sido uno de estos reyes locales; la estela nos lo
muestra haciendo una ofrenda a Wepwawet, la deidad
local en honor de la cual recibió su nombre. El estilo de la
escritura, el diseño y los símbolos reales la sitúan entre las
estelas reales de la XIII a la XVII Dinastías.
El rey Iykhernefert Neferhotep, que sin duda gobernó
desde Tebas, dejó una estela mucho más impresionante, en
la cual se describe a sí mismo como un rey victorioso,
amado por su ejército, uno que alimenta a su ciudad,
derrota a los rebeldes y reconcilia a las tierras extranjeras
rebeladas. Neferhotep aparece protegido por los dioses
Amón y Montu y por una diosa que personifica a la propia
420
ciudad de Tebas. Está armado con una cimitarra, arco y
flechas. El lenguaje del panegírico formal es similar al de
himnos reales más antiguos, pero también para los
nomarcas, grandes caudillos que, durante el Primer Período
Intermedio, gobernaron como reyes. La estela fue erigida,
como las de Kamose, para celebrar un acontecimiento
concreto, que puede haber sido el final de un asedio a
Tebas. No sabemos si Neferhotep luchó contra los hyksos,
contra sus vasallos egipcios o contra soberanos rivales
locales; pero en parte de la ciudad situada bajo la zona este
de Karnak, el egiptólogo canadiense Donald Redford ha
detectado un estrato de destrucción tras el nivel de la XIII
Dinastía. El nombre de Neferhotep aparece también en
monumentos contemporáneos de Elkab y Gebelein. En una
época tan incierta, el papel del rey como comandante del
ejército se va volviendo cada vez más importante y así se
consagra en las letanías reales. Tanto la ideología como
parte de la fraseología se conservaron hasta la XVIII
Dinastía.
Los reyes pueden perderse, pero los funcionarios que
los servían tienen sus propios monumentos y, a partir de
las genealogías que aparecen en ellos, se ha construido una
cronología relativa. A menudo los hijos seguían los pasos
del padre al servicio del rey y los soberanos se casaban con
mujeres de las grandes familias, de modo que
gradualmente una red de interdependencia terminó por
unir al rey con las ciudades locales de sus funcionarios,
tanto en Elkab y Edfu como en Tebas. Las pruebas
genealógicas sugieren que sólo tres generaciones separan
el abandono de Itjy-tawy del reinado del rey Nebererau I,
sexto soberano de la XVI Dinastía, y que la transición entre
los reyes de la XIII a la XVI Dinastía pasó desapercibida
para los funcionarios que los sirvieron.
421
Sabemos mucho más sobre los nueve reyes asignados
(según Ryholt) a la XVII Dinastía; pero hasta el momento
sólo se conocen dos que estuvieran relacionados: los
hermanos Nubkheperra Intef VII y Sekhemra Intef VI. Es
posible, pero no es seguro, que su padre fuera Sobekemsaf I
. Sus nombres no aparecen en el Canon de Turín, pues la
sección correspondiente fue cortada en la Antigüedad, pero
sí aparecen en otras listas reales de Tebas; además de
haberse encontrado estelas reales suyas reutilizadas en
edificios posteriores y de que la arqueología ha hallado
ricos objetos procedentes de sus tumbas. Los cuerpos de
Seqenenra Taa (c. 1560 a. C.) y su esposa Ahhotep (y
posiblemente también el de su madre, la reina Tetisheri)
fueron encontrados en el caché de momias reales de Deir el
Bahari y, lo que es más curioso de todo, contamos con la
descripción de la tumba del rey Sobekemsaf II y de su
esposa (todavía intacta más de seiscientos años después de
su enterramiento, en la XX Dinastía) realizada por unos
ladrones de tumbas. Los nombres de los reyes también
aparecen en tumbas privadas y en diversos objetos. Se
piensa que estos reyes tebanos reinaron al mismo tiempo
que la XV Dinastía hyksa, pero no existe un momento
concreto para fechar el comienzo de la XVII Dinastía sino
sólo para su final, fijado por la muerte de Kamose en un
momento indeterminado de su tercer año de reinado o al
terminar éste. La suerte de los reyes parece haber
fluctuado: Nubkheperra Intef aparece mencionado en más
de veinte monumentos contemporáneos, mientras que
Intef VI sólo se conoce gracias a su ataúd, en la actualidad
en el Museo del Louvre.
Los valores militares de la época quedan ilustrados por
la popularidad de títulos militares como «comandante de la
tripulación del soberano» y «comandante del regimiento
422
de la ciudad». Estos demuestran la reunión defensiva en
torno al rey de una serie de recursos militares y confirman
la importancia de las milicias locales de las ciudades.
Durante el resto del Segundo Período Intermedio, la
inestabilidad fue una característica del Alto Egipto.
Rahotep, el primer rey de la XVII Dinastía, alardea de
haber restaurado los templos de Abydos y Koptos,
mientras que una inscripción de Sobekemsaf II nos informa
de que envió una expedición de 130 hombres a Wadi
Hammamat. No obstante, estas canteras estaban dentro del
territorio tebano y la cantidad de hombres que formaban la
expedición no se puede comparar con los miles de
expedicionarios enviados al wadi durante la XII Dinastía.
Pese a todo, la confianza iba creciendo y tanto las
actividades como el territorio del rey se iban ampliando. La
expedición de Sobekemsaf posee un característico aire ad
hoc: sólo un hombre posee el título adecuado de
«supervisor de los trabajos», el resto tiene títulos
honoríficos o cargos relacionados con el
aprovisionamiento. En la lista, el escriba no observa una
jerarquía estricta y usa una mezcla de signos jeroglíficos y
hieráticos; parece como si tras una interrupción importante
hubiera habido que aprender de nuevo las habilidades y
protocolos tradicionales. En las minas de galena de Gebel
Zeit, que dominan el mar Rojo, se encontraron dos
modestas estelas que recordaban expediciones realizadas
durante los reinados de Nubkheperra Intef VII y
Eswaserenra Bebiankh, de la XVI Dinastía, el segundo de
los cuales apenas era conocido más alia de su mención en
el Canon de Turín. En las minas se encontraron grandes
cantidades de cerámica «pan-grave», lo cual sugiere otro
propósito para el cual los reyes tebanos pudieron haber
utilizado a los mercenarios nubios.
423
Tebas perdió contacto con el Bajo Egipto y se le negó el
acceso a los centros de enseñanza de escribas de Menfis.
Estos centros y sus archivos no fueron destruidos y, de
hecho, puede incluso que florecieran durante el gobierno
hykso; pero como los tebanos no podían consultarlos, quizá
se vieron en la necesidad de crear una nueva compilación
con los textos necesarios para los importantísimos rituales
funerarios. Una de las primeras colecciones de fórmulas,
que conocemos como el Libro de los muertos, data de la XVI
Dinastía y procede del sarcófago de la reina Mentuhotep,
esposa del rey Djehuty. Como respuesta al
empobrecimiento de los recursos disponibles, la cultura
funeraria de Tebas también evolucionó en otros aspectos.
Los grandes sarcófagos rectangulares fabricados con
madera de cedro fueron reemplazados por sarcófagos de
forma aproximadamente antropoide, fabricados con
madera de sicómoro pintada con un diseño de plumas, pero
con un estilo tan burdo e idiosincrásico que ninguno es
exactamente igual a otro. Este rasgo delata la falta de
formación en las rígidas convenciones del arte funerario de
antaño, las cuales quizá tuvieran también menos demanda.
No obstante, existen unos cuantos ataúdes que demuestran
que en algunos talleres tebanos se conservó la tradición de
la fabricación de ataúdes del Reino Medio hasta bien
entrada la XVIII Dinastía.
En el Papiro Abott, que contiene el resultado de una
encuesta judicial sobre robos de tumbas realizada por el
alcalde de Tebas durante la XX Dinastía, se describe la
localización de cinco tumbas reales de la XVII Dinastía, las
de Nubkheperra Intef VII, Sekhemra Intef, Sobekemsaf II,
Seqenenra Taa y Kamose. En 1923, Herbert Winlock
intentó localizar las tumbas utilizando el itinerario que
según el papiro siguieron los inspectores. También lo hizo
424
impulsado por el hecho de que muchos objetos de
enterramientos reales de esa época habían aparecido a la
venta en la década de 1820 y en 1859-1860, procedentes de
excavaciones ilegales. Los ladrones de la XX Dinastía
describen así cómo encontraron el enterramiento de
Sobekemsaf II:
Tenía una espada y tenía un […] grupo de
amuletos y adornos de oro en la garganta; su
corona y diademas de oro estaban en la cabeza y la
[…] momia del rey estaba cubierta de oro por todas
partes. Sus ataúdes estaban labrados con oro y plata
por dentro y por fuera e incrustados con todo tipo
de piedras costosas […] robamos los objetos que
encontramos allí, consistentes en vasos de oro,
plata y bronce.
Los reyes de finales de la dinastía y sus funcionarios
gastaron su creciente riqueza en los objetos con los que se
enterraban, más que en las tumbas propiamente dichas. Las
tumbas decoradas son raras y a menudo se prefería
apropiar y reutilizar tumbas antiguas. Para comprender de
dónde procedía la riqueza necesitamos dirigir nuestra
mirada a Elefantina, a los fuertes que guardaban la segunda
catarata del Nilo y finalmente a Kerma, la capital del reino
de Kush, a más de ochocientos kilómetros al sur de Tebas.
425
Elefantina y los fuertes de las
cataratas
Elefantina, una isla situada frente a la moderna ciudad
de Asuán, es un interesante punto desde el cual estudiar el
Segundo Período Intermedio. Como ciudad provincial que
es, proporciona un contrapeso a las fuentes tebanas,
además de contar con una serie ininterrumpida de
dedicatorias privadas y regias que van desde la XII hasta la
XVI Dinastía. Los estratificados yacimientos de la ciudad y
los cementerios del mismo período están siendo excavados
por el Instituto Arqueológico Alemán.
La suerte de Elefantina está inextricablemente ligada a
la de Nubia. Durante la mayor parte del Reino Medio no
fue la frontera meridional de Egipto, que quedó fijada por
Senusret III en Semna, unos cuatrocientos kilómetros más
al sur. No obstante, es posible que durante el punto más
bajo del poder de los reyes tebanos Elefantina fuera
gobernada de forma independiente e incluso que los nubios
hicieran incursiones contra la ciudad de vez en cuando. La
explicación preferida para el hecho de que una tumba real
de Kerma del Segundo Período Intermedio albergara
estatuas de un nomarca de Asyut y su esposa, que vivieron
durante el reinado de Senusret I (1956-1911 a. C.), es una
incursión contra Elefantina o los fuertes de las cataratas.
El valor de la Baja Nubia se encuentra en sus canteras,
abundantes en diorita, granito y amatista, su acceso a las
426
minas de oro y cobre y su estratégica localización en
términos de control del Nilo y las rutas del desierto.
Heqaib, un funcionario local de Elefantina de la VI
Dinastía, fue deificado tras su muerte y en su santuario se
encontraron una serie de estelas y estatuas votivas. Las
XIII-XVI Dinastías están especialmente bien representadas
y, al igual que en Menfis, la continuidad sólo se rompe con
la llegada de la XVIII Dinastía. Las genealogías recogidas
en las inscripciones muestran que las mismas familias
estuvieron sirviendo a los reyes de finales de la XIII
Dinastía y a los de la XVI Dinastía. Evidentemente, la
categoría del alcalde de Elefantina pasó de ser de gran
importancia local a tener importancia militar en el séquito
del rey de Tebas. Uno de estos alcaldes fue Neferhotep,
responsable de toda la región de Tebas y Elefantina ante el
rey. Tras su época (la XVI Dinastía, a juzgar por la
ortografía de su estela) cesaron las dedicatorias en el
santuario de Heqaib y no es coincidencia que riera en ese
momento cuando mayor poder tuvo el príncipe de Kush,
pues incluso los fuertes de las cataratas cayeron bajo su
control.
La suerte de uno de estos fuertes, Buhen, se puede
reconstruir a partir de pruebas todavía sin publicar al
completo. Tras la XII Dinastía, los soldados se enterraron
junto a sus familias en el Cementerio K de Buhen; estos
enterramientos se caracterizan por su cerámica de la
región menfita, lo que confirma que el fuerte seguía
recibiendo suministros procedentes de los talleres de la
Residencia. El Cementerio K presenta una ocupación
continuada hasta bien entrado el Segundo Período
Intermedio y existen al menos dos grupos de
enterramientos múltiples intactos que contienen jarritas de
cerámica de Tell el Yahudiya, incluido un tipo que no
427
aparece en Tell el Daba hasta el estrato E/1 (probablemente
comienzos de la XV Dinastía). Uno de los cuerpos lleva una
gran pepita de oro en torno al cuello, lo que sugiere que los
habitantes de Buhen lo ocupaban sobre todo por su
cercanía a la región de las minas de oro. En esta época ya
existía la frontera entre el Alto y el Bajo Egipto, de modo
que los suministros procedentes del Bajo Egipto sólo
pudieron haber llegado mediante la ruta de los oasis, que
sabemos que se utilizó durante el reinado de Apepi. ¿Quién
se ocupaba de organizar este comercio en el extremo
septentrional? Podemos especular con que en Itjtawy
todavía había funcionarios que trabajaban a las órdenes de
los soberanos hyksos y sabemos que el cementerio de Lisht
seguía en uso. La propia Avaris era un centro de
manufactura y distribución de jarritas Tell el Yahudiya,
cuyo muy preciado contenido no ha sido identificado
todavía.
A pesar de sus lazos con el Bajo Egipto, los habitantes
de los fuertes se debieron de sentir cada vez más aislados y
vulnerables, de modo que tuvieron que acomodarse al
poder militar de la zona, que no era ni hykso ni tebano,
sino del rey de Kush. Cinco generaciones de una misma
familia dejaron inscripciones en Buhen y en ellas se
observa que las dos últimas sirvieron al rey de Kush e
incluso dirigieron campañas locales en su nombre. Este
período está marcado arqueológicamente por la presencia
de cerámica importada desde el Alto Egipto, de la zona
tebana, en vez de por la cerámica del Bajo Egipto. Entre
Tebas y los fuertes el río estaba abierto, pero como queda
implícito en los textos de Kamose, sólo si se pagaban
impuestos al señor del Nilo meridional, el rey de Kush.
Buhen terminó por ser saqueada (hay rastros de un gran
fuego), perr es más probable que los responsables fueran
428
los ejércitos de Kamose / no los del rey nubio. Los otros
fuertes, Mirgissa y Askut, poseen una historia similar de
ocupación continuada por egipcios, pero acompañados por
nubios hasta finales del Segundo Período Intermedio.
Finalmente, los soberanos tebanos terminaron por
considerar intolerable que la región de las cataratas
estuviera controlada por el rey de Kerma, lo cual convirtió
la reconquista de los fuertes en algo esencial antes de
poder dedicarse con seguridad a los hyksos. Las primeras
pruebas de que la región estaba de nuevo controlada por
los tebanos las encontramos en el tercer año del reinado de
Kamose. En Buhen se recoge la construcción de un muro,
probablemente como parte de la renovación de las
fortificaciones tras la exitosa campaña mencionada en la
carta del soberano hykso Apepi al rey de Kush.
429
El reino de Kush
Rey de Kush es el nombre dado por las fuentes egipcias
al soberano cuya capital se encontraba en Kerma. Los
arqueólogos utilizan la palabra «kerma» como adjetivo
para describir la cultura de los kushitas y diferenciarla de
otras culturas nubias contemporáneas, como el Grupo C y
la «pan-grave». Kerma se encuentra situada al sur de la
tercera catarata, en el extremo final de la ruta de los oasis y
está siendo excavada por Charles Bonnet, de la Universidad
de Ginebra.
La gente de Kerma no produjo documentación escrita,
pero sabemos que su cultura, que encontramos en toda
Nubia, se remonta al Reino Antiguo. El momento de mayor
poder del rey se sitúa durante el Período Kerma Clásico,
que se corresponde aproximadamente con el Segundo
Período Intermedio. Es posible que Kamose lograra
reconquistar Buhen; pero sólo mucho después, durante la
XVIII Dinastía y tras al menos tres campañas más largas, la
propia Kerma fue conquistada. La destrucción subsiguiente
fue tan completa que hoy día resulta difícil reconstruir la
ciudad tal cual fue durante los reinados de sus últimos
soberanos independientes. Sabemos que los grandes
túmulos en los que se enterraba a los reyes albergaban
servidores sacrificados y grandes cantidades de
provisiones, muchas de ellas importadas del Alto Egipto,
quizá los impuestos pagados por aquéllos que deseaban
430
dejar atrás Elefantina y continuar más al sur. Al menos
hasta mediados de la XIII Dinastía, el rey estuvo
comerciando tanto con el Alto como con el Bajo Egipto, un
comercio administrado probablemente mediante los fuertes
de las cataratas.
Los nubios de Kerma eran criadores de ganado y unos
guerreros particularmente reconocidos como arqueros. Los
arcos y flechas de sus tumbas y las masivas fortificaciones
de Buhen, diseñadas para defenderse de los arqueros,
confirman esta reputación. El palacio del rey de Kerma era
una enorme choza redonda situada dentro de una
empalizada. También había grandes lugares sagrados y
edificios administrativos. Un extenso programa de
construcción y reconstrucción durante la fase Kerma
Clásico da fe de los inmensos recursos materiales y de
mano de obra de los cuales disponía el rey.
431
La presencia de nubios de Kerma en el ejército de
Kamose y Ahmose es innegable, pero no está claro si
estaban allí de forma voluntaria o si fueron reclutados por
la fuerza durante la campaña de Kamose. Es posible que los
nubios de Kerma fueran una federación de tribus, de las
cuales no todas aceptaban necesariamente la autoridad del
rey de Kerma y, con ella, la política de enemistad hacia los
reyes tebanos. A pesar de todo, cualquiera que fuera la
política del rey, durante el Segundo Período Intermedio el
comercio floreció entre Kerma y Tebas. Las personas y los
bienes viajaban: quizá artesanos egipcios hacia Kerma y
ciertamente nubios de Kerma hacia Egipto. Se han
encontrado enterramientos de varias personas dispersos
entre Tebas y Abydos. En Tebas se halló un rico
enterramiento intacto de época de Kamose perteneciente a
una mujer y a su hijo. Es completamente egipcio en su
estilo y la mujer lleva un regalo regio, «el oro del honor»,
un collar formado por muchos pequeños anillos de oro.
Junto a su sarcófago había una percha de la que colgaban
dentro de redes seis vasos de cerámica, de un estilo tan
específico de la cultura Kerma que se conoce como
«cerámica Kerma». El oro unió a tebanos y nubios,
primero como aliados, pero finalmente y de forma
inevitable como enemigos.
432
Avaris y Tebas en guerra
Todo estaba dispuesto para la guerra: los reyes tebanos
se habían hecho con el dominio de su región; Kamose
había recuperado Buhen, de modo que la ruta hacia las
minas de oro quedaba expedita para él; los nubios de
Kerma habían sido rechazados hacia el sur; y la flota de
combate estaba preparada. Como dice Kamose: «Me
enfrentaré a él, de modo que pueda rajarle el vientre; pues
mi deseo es rescatar Egipto y expulsar a los asiáticos».
La mayor parte de nuestras fuentes escritas sobre la
guerra proceden del lado tebano y, como resulta
predecible, muestran a los tebanos como los protagonistas
más fuertes y beligerantes. La guerra duró como mínimo
treinta años, pues sabemos que Seqenenra Taa, padre de
Ahmose, luchó contra los hyksos, pero también que Avaris
no fue conquistada hasta los años entre 18 y 20 del reinado
de Ahmose. Tras el saqueo de la ciudad, ya fuera de forma
inmediata o no, Ahmose llevó su ejército a Palestina, en
una campaña que culminó con un asedio de tres años a
Sharuhen, cerca de Gaza. Se suele considerar que esta
ciudad fue la última fortaleza del rey hykso, pero las
fuentes se muestran mudas al respecto. La guerra no fue
continua: las campañas eran cortas y los ejércitos
pequeños, según estándares modernos. Ahmose, hijo de
Ibana, un importante funcionario militar enterrado en un
hipogeo en Elkab, describe cómo mató a dos hombres y
433
capturó a otro en batallas ocurridas alrededor de Avaris,
hazañas lo bastante importantes como para recibir por ellas
recompensas en forma de «oro del rey».
El primer enfrentamiento conocido tuvo lugar durante
el reinado de Seqenenra Taa (quien en la actualidad se
considera que es el mismo rey que Senakhtenra Taa). Un
papiro escrito 350 años después, durante la XIX Dinastía,
en el reinado de Merenptah (1213-1203 a. C.), conserva
fragmentos de una disputa entre Seqenenra y Apepi.
Comienza con una queja de Apepi, a quien los bramidos de
los hipopótamos de Tebas no le dejaban dormir. Seqenenra
es descrito como el «Príncipe de la Ciudad Meridional»,
mientras que Apepi es rey (nesu), al cual paga tributo todo
Egipto. La historia se interrumpe cuando Seqenenra reúne
a sus consejeros, pero la estructura narrativa, tan cercana a
los textos de Kamose, sugiere que estamos ante el prólogo
de una batalla.
Tenemos más pruebas de actividad militar durante el
reinado de Seqenenra en Deir el Bailas, el emplazamiento
de un asentamiento construido sobre terreno virgen en el
extremo del desierto, cuarenta kilómetros al norte de
Tebas. La interpretación de los restos, excavados por
primera vez por Reisner en 1900 y examinados más
recientemente por Peter Lacovara en 1980-1986, no es
sencilla; pero la fecha de la primera fase del yacimiento, los
reinados de Seqenenra Taa, Kamose y Ahmose, es
indudable. Durante el reinado del propio Seqenenra se
construyó un palacio, con un inmenso muro de recinto. Al
igual que todos los edificios que se conservan en Deir el
Bailas, era de adobe, con los marcos de las puertas y las
columnas de piedra. Consistía en una serie de patios y un
largo corredor de entrada en torno a una zona central
434
elevada donde, suponemos, se encontraban las estancias
regias privadas. Los muros estaban pintados con escenas de
hombres y armas en un estilo poco delicado, además de
decorados con azulejos de fayenza. En un recinto situado al
oeste había grandes corrales para animales. Fuera del muro
del recinto había grupos de grandes casas privadas muy
dispersas, otro grupo de casas más para trabajadores
dispuestas según un patrón artificial, una zona abierta para
la preparación de comida y un taller textil. En el extremo
más meridional, sobre una colina que domina el río y el
desierto circundante, había una plataforma con un edificio,
actualmente destruido, al que se accedía mediante una
escalera monumental. Lo más probable es que se tratara de
un puesto militar de observación.
Entre la cerámica encontrada en Deir el Bailas había
grandes cantidades de cerámica Kerma, sobre todo de los
tipos utilizados para cocinar y almacenar comida. Es
indudable que junto a los egipcios allí vivieron muchos
nubios de Kerma. Resulta difícil obviar la conclusión de
que el propósito de este asentamiento, construido de forma
deliberada en un lugar remoto, era militar, quizá la reunión
de un ejército con un amplio contingente de nubios de
Kerma.
El estudio de la momia de Seqenenra demuestra que
murió violentamente. La frente presenta un hachazo
horizontal, un pómulo está destrozado y la parte posterior
del cuello lleva la marca de la estocada de una daga. Se ha
dicho que la forma de la herida de la frente sólo puede
corresponder a un hacha del Bronce Medio, similar a las
encontradas en Tell el Daba. Las hachas egipcias, como las
representadas en los muros del palacio de Bailas, poseen
una forma diferente. Hasta el momento, es la prueba más
435
reveladora de que durante el reinado de Seqenenra tuvo
lugar una batalla importante contra los hyksos, en la que el
propio rey fue brutalmente masacrado. El ángulo del golpe
de la daga sugiere que el rey ya estaba tendido boca abajo
cuando se acometió.
Kamose sucedió a Seqenenra Taa. A menudo se afirma
que era hijo del rey y hermano mayor de Ahmose; pero no
sabemos quiénes eran sus padres y su ataúd no albergaba
ningún uraeus, emblema de la realeza. Sólo se tiene
constancia del tercer año del reinado de Kamose, en una
estela de
Karnak y en la inscripción de Buhen. Ambas
expediciones, contra Buhen y contra Avaris, tuvieron lugar
antes o durante este tercer año de reinado (la expedición
nubia antes que la egipcia). Kamose era un guerrero,
«Kamose el Bravo» es uno de sus epítetos más frecuentes,
pero probablemente murió poco después de su tercer año
de reinado. No obstante, su culto funerario, asociado al de
Seqenenra Taa, sobrevivió hasta la época ramésida y al
menos una de sus estelas de Karnak seguía en pie más de
doscientos años después de su muerte.
Podemos utilizar los textos de las dos «Estelas de
Kamose» y la copia casi contemporánea encontrada en una
tablilla de escriba en una tumba tebana para reconstruir su
expedición a Avaris. Dejando de lado las hipérboles, su
campaña estuvo lejos de resultar definitiva; quizá no fue
más que una incursión, pues la destrucción de Avaris no
tuvo lugar hasta veinte años después y el contrincante de
Kamose era Aauserra Apepi, el más poderoso y longevo de
los reyes hyksos.
Kamose se dirigió hacia el norte con su ejército y su
flota de guerra, enviando exploradores nubios en
436
avanzadilla para reconocer las guarniciones del enemigo.
El saqueo de Nefrusi, al norte de Cusae, es descrito
gráficamente como «igual que el león hace con su presa,
así hizo mi ejército con sus sirvientes, su ganado, su leche,
grasa y miel, al dividirse sus posesiones con el corazón
feliz». Al avanzar hacia el norte, en Sako (El Qes)
interceptó un mensajero enviado por Apepi al rey de Kush,
lo que le hizo mandar soldados al oasis de Bahariya para
interrumpir las comunicaciones entre ellos e «impedir que
haya ningún enemigo a mi espalda». A continuación se
produce una laguna en la narración, hasta que Kamose
alcanza Avaris, donde despliega su flota en los canales en
torno a la ciudad para bloquearla, mientras patrulla las
orillas para impedir un contraataque. Describe a las
mujeres de palacio mirando a los egipcios desde la
ciudadela como «jóvenes lagartos desde su agujero».
Entonces se produce el jactancioso discurso que le lanza a
Apepi: «Mira, estoy bebiendo el vino de tus viñedos. […]
Estoy despedazando tu lugar de residencia, cortando tus
árboles», acompañado de una lista de los saqueos que
estaba llevando a cabo. A pesar de la grandilocuencia, está
claro que Avaris no fue atacada y que Apepi se negó a
entablar combate con él. Los textos de Kamose terminan
con el feliz regreso del rey: «Todos los rostros estaban
brillantes, la tierra era próspera, la orilla del río estaba
emocionada y Tebas estaba en fiesta».
Desde nuestro punto de vista es difícil juzgar el daño
infligido a los hyksos durante la campaña de Kamose; pero
lo cierto es que todos sus logros fueron repetidos por su
sucesor, y el almirante Ahmose, hijo de Ibana, no
menciona a Kamose, aunque tanto él como su padre
sirvieron sucesivamente en las flotas de combate de
Seqenenra Taa y Ahmose. Los tebanos no continuaron de
437
inmediato con la campaña y al menos transcurrieron once
años antes de que otro ejército, esta vez dirigido por
Ahmose, comenzara a abrirse camino de nuevo hacia el
norte. La razón del paréntesis es que tanto Kamose como
su contrincante, Aauserra Apepi, habían fallecido. Les
sucedieron respectivamente Ahmose y Khamudi. En el
momento de su ascenso al trono Ahmose era un chiquillo,
por lo que la reina madre, Ahhotep, gobernó el reino. A
ésta se le dedican epítetos únicos: «Una que se preocupa de
Egipto; se ha preocupado de sus soldados […] ha traído a
los fugitivos y recogido a los desertores; ha pacificado el
Alto Egipto y expulsado a los rebeldes».
La fase final de la guerra tuvo lugar en el año undécimo
de un rey desconocido, en ocasiones identificado con
Ahmose y en otras con Khamudi. Las pruebas consisten en
unas notas fragmentarias en el verso del Papiro
matemático Rhind. El recto se copió en el año 33 de
Aauserra Apepi, es decir, en una región donde los
acontecimientos se databan según los años de reinado de
los reyes hyksos. El tema especializado del texto y la
elevada calidad del papiro sugieren que su origen se
encuentra en Menfis. En el verso se leen algunas notas:
«Año de reinado 11, segundo mes de shemu: se penetró en
Heliópolis; primer mes de akhet, día 23: este príncipe
meridional penetró en Tjaru. Día 25: se dice queTjaru había
sido penetrada». Es probable que se pueda identificar Tjaru
con la fortaleza de Tell el Habua y —al menos en mi
opinión— el «príncipe meridional» ha de ser identificado
con Ahmose, mientras que el año 11 sería el de Khamudi,
cuyo nombre, sin años de reinado, aparece en el Canon de
Turín.
La estrategia de Ahmose parece haber sido dejar atrás
438
Menfis para apoderarse de Heliópolis y luego, pasados tres
meses, a mediados de octubre (cuando el nivel de la
inundación había comenzado a disminuir y los hombres y
carros podían moverse de nuevo por el valle), atacar Tell el
Habua, lo que supuso cortar la vía de retirada de los hyksos
por el norte del Sinaí hasta Palestina. El siguiente
movimiento fue el ataque a Avaris.
Poseemos tres fuentes contemporáneas para la
campaña: la biografía de Ahmose, hijo de Ibana, las
pruebas físicas procedentes de Tell el Daba y fragmentos
de un relieve narrativo del templo de Ahmose en Abydos.
Como es natural, Ahmose, hijo de Ibana, se centra en su
439
propio papel, de modo que su perspectiva es más bien
limitada, pero carece por completo de la pose
grandilocuente de los textos de Kamose. Los relieves de
Ahmose en Abydos (descubiertos en 1993) se estudian aquí
como anticipo de su publicación definitiva y por cortesía
de su excavador, Stephen Harvey. Nos ofrecen imágenes
fascinantes de los protagonistas: los caballos y carros de los
egipcios; la flota de combate del rey; los soldados cortando
cosechas; un cautivo hykso, con la cabeza afeitada, una
mínima barba y una cuerda en torno al cuello; un guerrero
hykso con los brazos levantados y vestido con una prenda
plisada de manga larga; y el caos de los cuerpos que caen y
luchan. El relieve puede incluir episodios de la campaña
posterior del rey en Siria y Palestina, pero la narración
central implica a la flota de combate y sólo puede referirse
al asedio de Avaris.
Ahmose, hijo de Ibana, describe una serie de combates
en Avaris, pero, como no sabemos cuánto duró la campaña
desde el asedio hasta el ataque, su descripción puede narrar
acontecimientos repartidos a lo largo de varios años. El
sencillo estilo narrativo sugiere sin duda que los
acontecimientos se describen en orden cronológico. Si así
lo consideramos, podemos reconstruir la campaña como
sigue: Ahmose, hijo de Ibana, es miembro de los soldados
del barco Septentrional (quizá el navío del rey), que
encabeza la flota de combate. Llegan a Avaris y, tras una
batalla, el rey comienza el asedio. Mientras éste continúa,
el ejército lucha para pacificar la región circundante.
Ahmose, hijo de Ibana, es trasladado a un nuevo barco,
apropiadamente llamado Amanecer en Menfis, y lucha en
las aguas de Avaris matando a un enemigo. Participó en
otros dos combates, uno «de nuevo en este lugar» —
presumiblemente Avaris— y otro al sur de la ciudad. Sólo
440
tras estas escaramuzas informa lacónicamente: «Avaris fue
saqueada y traje botín de allí: un hombre, tres mujeres […]
su majestad me los dio como esclavos».
Como Josefo considera que los hyksos fueron los
fundadores de Jerusalén, su versión de Manetón incluye un
detallado relato de los acontecimientos que siguieron tras
su expulsión de Egipto a manos de Ahmose. Del asedio de
Avaris dice: «[Los hyksos] rodearon [Avaris] con una alta
y fuerte muralla para salvaguardar todas sus posesiones y
botines. El rey egipcio intentó obligarlo a rendirse
mediante un asedio, bloqueando la fortaleza con un ejército
de 480.000 hombres. Finalmente, abandonando desesperado
el asedio, firmó un tratado mediante el cual todos ellos
debían salir de Egipto».
Las pruebas procedentes de la propia Avaris tienden a
confirmar la imagen de que tras la victoria de Ahmose se
produjo un éxodo masivo más que una matanza. Entre el
último estrato hykso y el primero de la XVIII Dinastía se
aprecia una clara interrupción cultural en todo el
yacimiento, sobre todo por la aparición de un nuevo
repertorio cerámico. El mismo fenómeno ocurre en Menfis
(véase más arriba). Tras la interrupción no existen pruebas
de ninguna ocupación continuada por parte de gente con
una cultura mixta egipcia/Bronce Medio y en algunos
puntos del yacimiento la ocupación cesó por completo. Por
otra parte, el culto a Seth, que guardaba las características
de un dios sirio de las tormentas, continuó e incluso
aumentó durante el Reino Nuevo. El último estrato hykso,
como ya hemos visto, se corresponde con la mayor
expansión de la ciudad y la construcción de inmensas
fortificaciones defensivas. Esta pudo haber tenido lugar a
comienzos del reinado de Khamudi, pero no fue suficiente.
441
Parte de la explicación de la derrota hyksa podemos
encontrarla en una prueba que sugiere que, en la época del
asalto final tebano, el ideal de una élite guerrera entre los
hyksos ya no se correspondía con la realidad. Las hachas
de batalla y las dagas del estrato D/3 eran de cobre sin
alear, mientras que las armas de los estratos más antiguos
eran de bronce, que produce un filo mucho más cortante.
Se ha sugerido que ha de descartarse la posibilidad de una
interrupción en el suministro de estaño y que la
explicación reside más bien en el cambio de función de las
armas, que dejaron de ser objetos prácticos para
convertirse en objetos de lucimiento y categoría social. En
cambio, durante este mismo período las armas del Alto
Egipto estaban hechas de bronce, lo que habría dado a los
tebanos una clara ventaja en la lucha cuerpo a cuerpo.
Es una creencia generalizada que los hyksos
introdujeron el caballo y el carro en Egipto, puesto que no
existen pruebas firmes de la presencia de ninguno de ellos
durante el Reino Medio y, sin embargo, sí están presentes a
comienzos de la XVIII Dinastía. Hasta el momento, en Tell
el Daba no hay restos de carros y las pruebas respecto a la
presencia de huesos de caballos no son concluyentes. No
obstante, un esqueleto completo encontrado en un
contexto de finales del Segundo Período Intermedio en Tell
el Habua ha sido identificado positivamente como de
caballo. Los textos de Kamose mencionan los caballos del
enemigo y los equipos de carros de Avaris como parte del
botín de Kamose y quizá ésta sea la explicación de su
introducción en el Alto Egipto. En los relieves de Ahmose
en Abydos aparecen caballos sueltos y caballos unidos a
carros; además, los carros no son simples prototipos, sino
perfectamente comparables a los presentes en el templo
mortuorio de Tutmosis II.
442
A pesar de la derrota de los hyksos, el alarde de
Hatshepsut, que afirma: «He desterrado la abominación de
los dioses y la tierra ha borrado sus huellas» ha quedado
desmentida gracias al meticuloso trabajo de Bietak y su
equipo en Tell el Daba.
443
La reunificación de las Dos Tierras
durante el reinado de Ahmose
El saqueo de Avaris fue sólo el primer paso de una serie
de campañas necesarias para asegurar la unificación de
Egipto. La secuencia de acontecimientos no está
umversalmente aceptada, pero según el relato de Ahmose,
hijo de Ibana, a la campaña de Avaris le sucedió una
campaña en el sur de Palestina, durante la cual se
conquistó Sharuhen. Desconocemos si el objetivo era
destruir lo que quedaba de los hyksos o explotar el vacío de
poder dejado por éstos para penetrar en Palestina e incluso
tan al norte como el Líbano. Hay referencias posteriores a
la importación de cedro libanes y bueyes de «Fenekhu» (un
término que se cree que hace referencia a Fenicia).
Ahmose, hijo de Ibana, continúa: «Ahora, cuando su
majestad había masacrado a los nómadas de Asia, navegó
hacia el sur hasta Khent-hen-nefer (pasada la segunda
catarata) para destruir a los arqueros nubios». Tenemos
confirmación de que el rey Ahmose restauró (si es que ello
era necesario) el control egipcio sobre Buhen, porque una
jamba le muestra realizando junto a su madre ofrendas a
Min y Horus (de Buhen) y menciona a un comandante de
Buhen llamado Turo.
Después de regresar de Nubia, Ahmose tuvo que hacer
frente a dos alzamientos. El primero fue un motín menor,
en el que un personaje no egipcio llamado Aata
444
(posiblemente un nubio) llevó al Alto Egipto desde el norte
una pequeña fuerza. Es posible que no se tratara más que
de una incursión en busca de botín, puesto que Aata no
buscó enfrentarse al ejército del rey. Fue encontrado y
derrotado, y tanto él como sus hombres fueron capturados
vivos, acción por la que Ahmose, hijo de Ibana, recibió
como recompensa dos guerreros jóvenes. Si asumimos que
Aata era nubio y dado que había nubios de Kerma
sirviendo en el ejército en Avaris y
Menfis y que disponían de riqueza suficiente como para
tener enterramientos importantes, no resulta inverosímil
que un grupo de ellos hubiera intentado aprovechar la
presencia del rey en Nubia para realizar una incursión de
saqueo en el Alto Egipto.
El segundo alzamiento tuvo un carácter diferente.
Estuvo encabezado por un egipcio, Teti-an, quien «reunió
en torno a sí a los descontentos; su majestad lo mató; sus
tropas fueron exterminadas». La seriedad de esta rebelión
queda demostrada por la severidad del castigo. Que los
descontentos fueran aquéllos que hasta entonces habían
servido al rival de Ahmose, el rey de Avaris, es sólo una
posibilidad. Los últimos cinco años del reinado de Ahmose
estuvieron dedicados a un enorme programa constructivo
en los grandes centros de culto (Menfis, Karnak, Heliópolis
y, sobre todo, Abydos), además de en las fronteras
septentrional y meridional de Egipto, Avaris y Buhen.
El primer estrato de la XVIII Dinastía en Tell el Daba
ha producido hallazgos extraordinarios, incluso para este
yacimiento único. En el período inmediatamente posterior
al saqueo, las fortificaciones y el palacio del rey hykso se
destruyeron de forma sistemática. Ahmose los reemplazó
con fortificaciones y edificios palaciegos similares y de
445
vida igual de corta, que en la actualidad sólo se pueden
reconstruir estudiando sus cimientos y los fragmentos de
las pinturas murales encontrados en los vertederos creados
cuando los edificios se nivelaron. Las pinturas murales son
minoicas en su estilo, técnica y motivos, pero los
especialistas en el mundo egeo todavía no se han puesto de
acuerdo en si fueron artistas minoicos quienes las
realizaron o egipcios que los imitaban. Se han encontrado
cientos de fragmentos, pero en muy malas condiciones, por
lo que serán necesarios años de restauración y estudio
antes de que puedan evaluarse por completo. No obstante,
su presencia en un contexto anterior en cien años a las
primeras representaciones de cretenses en las tumbas
tebanas y más antiguo que los frescos conservados de
Knossos, cuya temática comparten, ha revolucionado las
ideas preexistentes respecto a las relaciones entre Egipto y
Creta.
Uno de los edificios de donde proceden es un palacio
real y la única construcción comparable de la época es el
palacio norte de Deir el Bailas. Las escasas pinturas
murales conservadas en el mismo son por completo
diferentes, están pintadas en un estilo sencillo, similar al de
las pinturas de las tumbas contemporáneas. Los frescos de
Tell el Daba parecen deberle poco a la tradición de las
pinturas murales egipcias, que se remonta al Reino
Antiguo. Por analogía con los frescos de Knossos, puede
que se realizaran con un propósito ritual y están llenos de
referencias simbólicas al culto del soberano cretense.
Saltadores de toros y acróbatas, asociados a motivos como
cabezas de toro y laberintos, pertenecen por completo al
mundo egeo. Las diferentes escalas de los frescos, su
temática y el color del fondo indican que se trataba de un
esquema decorativo extremadamente complejo, que se
446
extendía a lo largo de varios edificios. En Tell Kabri,
Palestina, han aparecido otros frescos, menos complejos y
más claramente imitaciones del estilo minoico. Uno de los
rasgos más desconcertantes de los de Tell el Daba es que
aparecen en un vacío. Hay una pequeña cantidad de
cerámica Kamares cretense, pero aparece en estratos de
comienzos de la XIII Dinastía y no hay continuidad entre
los edificios o los objetos que contienen y el estrato de los
frescos. Lo más extraño de todo es que no hay objetos
cretenses asociados a los propios frescos o al estrato del
que proceden.
El descubrimiento de los frescos ha vuelto a sacar a la
palestra las viejas ideas, desechadas hasta ahora, de que
Ahmose era aliado de los reyes de Creta y pudo haber
tomado como esposa a una princesa cretense. Las pruebas
esgrimidas son un grifo de estilo minoico presente en un
hacha de Ahmose y el hecho de que Ahhotep, la madre del
rey, tuviera el título de «señora de Haunebut», que en
principio se pensó que se refería a las islas de Grecia, si
bien hace poco se ha sugerido que se trata de una
interpretación inverosímil. No obstante, los frescos
demuestran que los minoicos estuvieron presentes en Tell
el Daba, ya fuera como artistas o como supervisores de los
artistas egipcios.
La cuestiones planteadas por los frescos conducen de
manera irremediable a otro problema, la fecha de la
erupción del volcán de Thera, puesto que los mejores
frescos encontrados hasta la fecha son los que proceden de
esta isla de las Cicladas, donde se conservaron sellados
bajo las capas de lava. La erupción es un acontecimiento
clave para relacionar entre sí y con una cronología
absoluta las secuencias cronológicas del Egeo y del
447
Mediterráneo oriental. Se ha invertido mucho esfuerzo en
intentar identificar este acontecimiento en las fuentes
egipcias para datarlo en años de reinado. Las referencias a
tormentas que aparecen en el Papiro Rhind y una estela de
Ahmose donde se describe un destructivo acontecimiento
se han incorporado a la argumentación, pero la prueba más
reveladora hasta ahora procede de Tell el Daba. En estratos
del asentamiento fechables en el período que va desde el
reinado de Amenhotep I hasta el comienzo del de
Tutmosis III se ha encontrado piedra pómez que los
análisis identifican como originada por el volcán de Thera.
No obstante, la piedra pómez procede de un taller, donde
era utilizada como materia prima y su contexto sólo
proporciona un terminus ante quem, pues la piedra pómez
puede haber sido recogida en un momento anterior en
algún lugar como la orilla del mar, donde puede que llevara
mucho tiempo. No toda la piedra pómez procede de Thera:
la fuente de al menos una de las muestras ha sido
identificada como una erupción en Turquía que tuvo lugar
hace más de cien mil años. Es interesante que hasta el
momento no se haya encontrado piedra pómez en los
primeros estratos de Tell el Daba y que no se haya
encontrado ningún resto de ceniza (producida por la
erupción). Utilizando varias fuentes diferentes, incluyendo
datos procedentes de núcleos de hielo y anillos de árboles,
donde en ocasiones condiciones atmosféricas excepcionales
pueden ponerse en relación con acontecimientos
históricos, se ha sugerido que la erupción de Thera tuvo
lugar en 1628 a. C. Se puede considerar que las pruebas
procedentes de Tell el Daba apoyan la fecha tradicional de
c. 1530 a. C. (durante el reinado de Ahmose); pero se
necesitan muchos más estudios para poder clarificar los
datos científicos y, por el momento, la cuestión ha de
448
quedar en suspenso.
El reinado de Ahmose terminó no mucho después de su
reconquista de Egipto. Muchos proyectos constructivos
quedaron sin terminar, pero los beneficios de la unificación
eran evidentes. Los delicados objetos presentes en los
enterramientos reales y las listas de donaciones a los dioses
de Tebas atestiguan una riqueza y habilidad artística
crecientes. Los pocos fragmentos de relieves procedentes
de Abydos, llegados hasta nosotros tras sobrevivir a la
depredación de los canteros ramésidas, demuestran que el
estilo que fácilmente reconocemos como XVIII Dinastía ya
había aparecido a finales de su reinado.
449
9. LA XVIII DINASTÍA ANTES DEL
PERÍODO AMÁRNICO
(c. 1550-1352 a. C.)
BETSY M. BRYAN
Los descubrimientos arqueológicos de las décadas de
1980 y 1990, combinados con nuevos estudios de la antigua
documentación textual, sugieren que la reunificación de
Egipto sólo tuvo lugar en la última década de los
veinticinco años de reinado de Ahmose (1550-1525 a. C.), el
primer rey de la XVIII Dinastía. Por lo tanto, se puede decir
que la reunificación comenzó oficialmente en torno a 1530
a. C., pero que estuvo gestándose mucho tiempo durante el
reinado de Ahmose. De hecho, la naturaleza del Estado
egipcio a comienzos de la dinastía seguramente fue una
continuación de formas y tradiciones que nunca llegaron a
quedar interrumpidas del todo durante los enfrentamientos
internos del Segundo Período Intermedio. Es posible que
esta considerable fe en las tradiciones fuera en parte
responsable de que los predecesores de Ahmose en la XVII
Dinastía pudieran consolidar una base de poder entre las
otras poderosas familias del Alto Egipto. Cuando,
posteriormente, Ahmose y sus sucesores intentaron
asegurar la línea dinástica de la familia, crearon o
modificaron aspectos de la realeza que, junto a las
presiones externas procedentes del noreste y del sur,
terminaron por afectar profundamente al resto de la XVIII
Dinastía.
450
Ahmose y el comienzo del Reino
Nuevo
Las inscripciones de la tumba de Ahmose, hijo de
Ibana, en Elkab describen la derrota de los hyksos a manos
de su tocayo, el rey Ahmose, así como el asedio que éste
puso a la fortaleza de Sharuhen, en la Palestina meridional,
y sus campañas en Kush, cuya capital era la ciudad de
Kerma, cercana a la tercera catarata. La conclusión de esta
campaña nubia se dejó en manos de Amenhotep I
(1525-1504 a. C.) y una serie de monumentos en la isla de
Sai conmemoran las victorias de ambos soberanos; es
posible que todos ellos fueran erigidos por Amenhotep I,
pero es innegable que Ahmose se mostró activo en la
región.
En los estratos de comienzos de la XVIII Dinastía en
Avaris (Tell el Daba) encontramos el nombre de Ahmose y
de varios reyes que lo sucedieron. Durante esta época, en el
yacimiento se utilizaron varios edificios monumentales
decorados con frescos minoicos (véase el capítulo 8).
Ciertamente, esto sugiere la existencia de un contacto
creciente con el Egeo, aunque sólo sea mediante artistas
itinerantes encargados de realizar o supervisar los trabajos.
Como las armas encontradas en el pequeño ataúd de la
reina Ahhotep I (madre de Ahmose), dentro de su tumba
en la orilla occidental de Tebas, lucen elementos y técnicas
artesanales egeas o al menos mediterráneas orientales
451
aplicadas a objetos egipcios, los elementos exóticos
extranjeros apreciados en el delta parecen haberlo sido
también en Tebas, cuando menos adaptados. En Egipto es
difícil encontrar objetos egeos contemporáneos a la XVIII
Dinastía, si bien en Creta y en menor grado en la Grecia
continental se encuentran en gran número pequeños
objetos comerciales faraónicos. No obstante, sigue sin estar
claro (de hecho es incluso dudoso) si a comienzos de la
XVIII Dinastía hubo intercambios diplomáticos directos
entre Egipto y Creta. Es posible que Ahmose y sus
sucesores se limitaran a continuar participando en el
sistema de intercambio del Mediterráneo oriental,
exactamente igual que habían hecho los hyksos.
Comoquiera que sea, el impulso creativo que dio forma al
estilo de influencia «egea» visible en los objetos de la
época de Ahmose, así como en las pinturas de estilo
minoico de Tell el Daba, no sobrevivió al comienzo de la
XVIII Dinastía. Al final, como sucede casi siempre durante
los períodos de monarquía fuerte, terminó imponiéndose la
iconografía egipcia tradicional. Los pocos elementos que
persistieron (como el dibujo del «galope», por ejemplo) se
adaptaron rápidamente a contextos iconográficos más
familiares.
Parece que el proyecto constructivo más inmediato de
Ahmose tuvo lugar en la capital de Avaris, que había
arrebatado a los hyksos. Las excavaciones de Manfred
Bietak han identificado una plataforma de palacio de
comienzos de la XVIII Dinastía undante con la muralla
hyksa. En estratos posteriores han aparecido sellos con los
nombres de los soberanos de la XVIII Dinastía, desde
Ahmose hasta Amenhotep II; aunque Bietak considera que
el constructor del complejo palacial decorado con frescos
minoicos fue Ahmose. Es posible que este soberano tuviera
452
otros proyectos constructivos en la región del delta, pero
ciertamente se quiso convertir Avaris en un centro
importante —con bastante probabilidad comercial— para
uso del nuevo gobierno. Gracias a las excavaciones de las
décadas de 1980 y 1990 se sabe que también Menfis fue
reurbanizada a comienzos de la XVIII Dinastía: al
desplazarse el río hacia el este, se utilizó la tierra liberada
para crear un nuevo asentamiento. Las secuencias
cerámicas y los escarabeos reales indican que, ya en el
reinado de Ahmose, Menfis estaba volviendo a recibir
población tras un paréntesis que puede corresponder a las
guerras entre Tebas y Avaris, descritas en el capítulo 8.
Los templos de los últimos años del reinado de Ahmose
constituyen los cimientos de un programa constructivo
faraónico tradicional, mediante el cual se honraba a los
dioses cuyos templos habían florecido durante el Reino
Medio: Ptah, Amón, Montu y Osiris. Ahmose veneró a las
deidades tradicionales de los centros de culto egipcios.
Donde mejor queda recogida la relación de Ahmose con el
dios luna Iah (representado en el elemento «Ah» de su
nombre) es en las inscripciones de las joyas de Ahhotep I y
Kamose (1555-1550 a. C.), que describen a Ahmose como
«hijo del dios luna Iah». Se desconoce cuál era el principal
centro de culto de este dios, a pesar de la ubicua presencia
del elemento «Ah» en los nombres de la familia real. Es
posible que Ahmose comenzara a hacer escribir su nombre,
con el creciente lunar «Iah» con las puntas hacia abajo, en
el momento mismo en que realizó la reunificación. Por lo
tanto, todos los monumentos que presentan esta forma del
nombre de Ahmose son posteriores a los años 17 o 18 de su
reinado. Al ser el primer rey en más de cien años que era
capaz de erigir monumentos para los dioses tanto del
Egipto septentrional como del meridional, Ahmose abrió
453
canteras de caliza en Maasara con la intención de construir
tanto en Menfis, el antiguo y venerado centro del norte,
como en Tebas, la casa de Amón y Montu. Si bien sus
construcciones de Menfis no se han hallado todavía, aún
siguen en pie algunas de Tebas y otros lugares.
Es indudable que Ahmose realizó contribuciones
significativas al culto de Amón en Karnak. De haber vivido
más, quizá hubiera comenzado a reconstruir con piedra
más edificios del complejo; los monumeneos suyos que se
conservan incluyen una entrada y varias estelas, así como
quizá un santuario para la barca, situado probablemente
cerca del camino de entrada al templo. De este modo, su
deseo de ser reconocido como un piadoso dedicado a Amón
habría sido aparente, no sólo para aquellos a quienes su
cargo o pertenencia a la élite les permitía el acceso a la
casa de Amón, sino también para los habitantes menos
importantes de Tebas, que sólo durante las fiestas podían
visitar el patio anterior.
Del reinado de Ahmose se conocen varias estelas de
caliza que recogen episodios importantes relacionados con
el templo de Amón, todas datadas probablemente en los
últimos siete años de su reinado. En dos de las recuperadas
de los cimientos del Tercer Pilono de Karnak, el rey se
representa a sí mismo como propiciador y benefactor del
templo. En la llamada Estela de la Tormenta, el rey afirma
haber reconstruido las tumbas y pirámides de la región
tebana destruidas por una tormenta infligida al Alto Egipto
por el poder de Amón, cuya estatua parece haber quedado
en extrema necesidad. Ahmose describe que la tierra quedó
cubierta de agua y que hizo traer valiosos bienes para
sufragar la restauración de la región. La otra estela del
Tercer Pilono (conocida como la Estela de la Donación)
454
recoge la compra por parte del rey Ahmose del cargo de
«segundo sacerdote de Amón» para su mujer, la «esposa
del dios Amón» Ahmose-Nefertari. El coste del cargo fue
pagado al templo por el rey, que de este modo se convirtió
de nuevo en su benefactor, además de asegurar la relación
entre el dios y la familia real.
Una tercera estela de Ahmose, encontrada esta vez en
el interior del Octavo Pilono de Karnak, data del año 18 de
su reinado. En ella se ensalza el poder universal de la
familia real y se detalla el equipo cultual que Ahmose
mandó fabricar para luego dedicar al templo de Karnak:
vasos de libaciones de oro y plata, copas de oro y plata
para la estatua del dios, mesas de ofrendas de oro, collares
y cintas para las estatuas divinas, instrumentos musicales y
una nueva barca de madera para las procesiones de la
estatua. Los objetos donados por el rey a Karnak son los
más esenciales del culto y su dedicación puede indicar que
en este momento el templo carecía de este tipo de objetos
en metales preciosos. Resulta imposible saber si esta
circunstancia era resultado de la acción de la gran
tormenta, como afirma el rey en la Estela de la Tormenta;
pero durante los difíciles años de la XVII Dinastía tanto los
objetos de culto del templo como los objetos de los ajuares
funerarios pueden haber sido importantes recursos
financieros para los tebanos.
Es importante mencionar la gran escasez que hubo en
el Alto Egipto de objetos fabricados con metales preciosos
durante el Segundo Período Intermedio. Sólo con la momia
de Kamose y el ajuar funerario de Ahhotep, madre de
Ahmose, encontramos de nuevo extravagantes objetos
funerarios de oro, como los que se conocen del Reino
Medio. A pesar de que varios centenares de años después
455
del Segundo Período Intermedio los ladrones afirmaron
que habían robado el cuerpo forrado de oro del rey
Sobekensaf II, de la XVII Dinastía, de la época anterior a
Ahmose sólo se han encontrado ataúdes y ajuares
funerarios relativamente modestos. ¿Es posible que las
inscripciones del rey en Karnak sean una explicación
oficial del empobrecimiento de la región tebana y, lo que es
más importante, del papel de Ahmose como restaurador de
las riquezas del templo de Karnak y su dios? No estamos
sugiriendo que no se produjera la tormenta y que no se
comprara el «segundo sacerdocio» para Ahmose-Nefertari,
sino más bien que estos acontecimientos concretos pueden
haber sido narrados en las estela por motivos puramente
histórico-religiosos.
456
Tumbas reales y de la élite a finales
de la XVII Dinastía y comienzos de
la XVIII Dinastía
Ahmose también construyó monumentos en otros
parajes tradicionalmente favorecidos por los reyes, entre
ellos Abydos, el principal lugar de culto de Osiris. Se sabe
que estos restos, excavados y analizados por Stephen
Harvey en la década de 1990, incluyeron pirámides además
de templos. Abydos llevaba mucho tiempo siendo un lugar
donde se honraba a Osiris y a los antepasados regios,
fundidos con el dios tras su muerte. Para señalar las
tumbas tebanas de los reyes de la XVII Dinastía se
utilizaron pirámides, cuyos restos de adobe posiblemente
fueran visibles en la región tebana de Dra Abu el Naga
hasta el siglo XIX. Si bien el cuerpo de Ahmose se encontró
en el caché de Deir el Bahari (véase más adelante), todavía
se desconoce el emplazamiento de su tumba.
Se sabe casi con certeza que Ahhotep, madre de
Ahmose, fue enterrada en el cementerio tebano, igual que
los reyes y reinas de la dinastía anterior. Las excavaciones
en la zona realizadas durante la década de 1990 se
centraron en lo que podía ser una de esas tumbas reales y,
a pesar de que todavía no existen pruebas concluyentes, el
trabajo de Daniel Polz en Dra Abu el Naga ha demostrado
la continuidad de este cementerio tebano septentrional
desde la XVII hasta la XVIII Dinastía[12]. También ha
457
demostrado la existencia de grupos de tumbas de élite
(cada una de ellas con tumbas más pequeñas rodeando una
tumba mayor), donde una única estructura cultual puede
haber sido compartida por varías de las tumbas adyacentes.
Estos grupos de tumbas se encuentran situados en el
desierto al pie de las colinas de Dra Abu el Naga, justo al
sur de la entrada al Valle de los Reyes. Las tumbas reales,
algunas de las cuales quizá fueran capillas del Reino Medio
reutilizadas, están excavadas en la propia ladera de las
colinas, dominando a las tumbas menos importantes.
Hasta ahora, las pruebas arqueológicas sugieren que
durante la XVII Dinastía la riqueza funeraria se restringió y
de esta época no se conoce en Tebas casi ninguna tumba
decorada. Además, la costumbre de reunir las tumbas de la
élite y de los ligeramente menos acomodados por debajo de
los lugares de enterramiento regios, a pesar de recordar la
antigua práctica de enterrar a sus seguidores cerca del rey,
también puede ser reflejo de un nuevo patrón de
organización (si bien es imposible llevar la conclusión más
allá hasta que no se investigue más). No obstante, es
interesante mencionar al respecto que en la región de
Sakkara un cementerio no regio de la época de Ahmose y
Amenhotep I consiste en tumbas superficiales, descritas
como ricas. Como desconocemos en gran parte los lugares
de enterramiento de los más altos funcionarios de estos dos
reinados (visires, grandes sacerdotes y tesoreros),
identificar los patrones de desarrollo de los cementerios
podría terminar ayudando a localizar las tumbas que faltan.
Este trabajo ya ha sido realizado por Geofirey Martin y
Martin Raven en el centro de Sakkara, al sur de la calzada
de Unas, y por Alain Zivie en Sakkara Norte.
Durante la Antigüedad (y quizá también en época más
458
moderna), los cuerpos de algunos soberanos y los ataúdes y
ajuares de otros fueron sacados de sus emplazamientos
originales. Los sacerdotes de finales del Reino Nuevo y
comienzos del Tercer Período Intermedio inhumaron de
nuevo algunas momias reales en una tumba cercana a Deir
el Bahari, en la cual se encontraron las momias de Ahmose
y Seqenenra Taa (c. 1560 a. C.), ambas en ataúdes no regios
de época ligeramente posterior. El gran ataúd exterior de
Ahhotep, la madre de Ahmose, probablemente fabricado en
el momento de su muerte (quizá en una fecha tan tardía
como el reinado de Amenhotep I), también fue encontrado
en el caché, si bien su ataúd interior (presumiblemente
ambos pertenecieron a una única reina llamada Ahhotep)
se halló con anterioridad en la que puede haber sido su
tumba. Contenía objetos con los nombres tanto de Ahmose
como de Kamose. La zona de Dra Abu el Naga continuó
durante siglos asociándose a la familia real de Ahmose,
sobre todo Ahhotep y Ahmose-Nefertari; de hecho, las
tumbas, capillas y estelas ramésidas de la región veneraban
su memoria.
No obstante, tras el comienzo de XVIII Dinastía, la
región del cementerio cambió de forma dramática. Una vez
que las tumbas reales dejaron de excavarse en Dra Abu el
Naga, la zona sólo conservó su categoría como la parte más
elitista de la necrópolis tebana durante otros treinta años
aproximadamente, hasta el reinado de Hatshepsut
(1473-1458 a. C.). Con la creación del Valle de los Reyes
como lugar para las inhumaciones reales, se comenzaron a
excavar unos cuantos enterramientos de élite en Sheikh
Abd el Qurna, la línea de colinas situada al sur de Deir el
Bahari. Los grupos de tumbas pozo, en gran parte sin
estructuras para capillas, siguieron el traslado del
cementerio hacia el sur y, durante el reinado de Hatshepsut
459
y hasta el de Tutmosis III (1479-1425 a. C.), se excavaron
pozos en Deir el Bahari y Asassif para crear tumbas
familiares con una o más cámaras, similares a las de Dra
Abu el Naga. Con el repentino incremento de riqueza
experimentado por la élite más avanzado el reinado de
Tutmosis III, esta práctica parece haber desaparecido en
gran parte. Los constructores de tumbas estuvieron
ocupados construyendo y decorando hipogeos en Sheikh
Abd el Qurna para la creciente administración real.
460
Amenhotep I y la naturaleza de la
XVIII Dinastía
Al igual que su padre, Amenhotep I tal vez no fuera
adulto en el momento de su ascenso al trono, sobre todo
porque sólo unos cinco años antes había sido designado
como sucesor un hermano mayor suyo. Es posible que
hubiera una corta corregencia con Ahmose para asegurar
la continuidad y que se produjera una transición tranquila
en la recién creada dinastía; en cualquier caso, resulta
indudable que su madre, Ahmose-Nefertari, fue una figura
destacada de su reinado. En general, el reinado de
Amenhotep I fue una continuación del de su padre: se
construyeron edificios concebidos quizá por Ahmose y se
realizaron expediciones militares al sur para completar
campañas anteriores. A pesar de esta falta de imprimatur
personal, Amenhotep I fue un soberano de éxito por
derecho propio. Quizá nada lo demuestra mejor que el
hecho de que, poco después de su muerte, tanto él como su
madre fueron deificados y adorados en Tebas, sobre todo
en Deir el Medina, el poblado de los trabajadores de la
necrópolis real.
Deir el Medina, situada en la orilla occidental de Tebas,
al sur de la colina de Sheikh Abd el Qurna, se construyó a
comienzos de la XVIII Dinastía para albergar a los
artesanos que iban a excavar y decorar las tumbas reales.
Tutmosis I es el primer nombre real atestiguado en los
461
monumentos contemporáneos, pero Amenhotep I y su
madre, Ahmose-Nefertari, fueron los dioses patrones del
poblado durante todo el Reino Nuevo y, muy
probablemente, desde el momento mismo de la creación
del asentamiento. En el poblado no sólo había centros para
el culto de ambos, sino que la mayor parte de las casas de
Época Ramésida contenían en sus habitaciones anteriores
una escena honrando al rey y a la reina. La relación del
Amenhotep I y su madre con la región de la necrópolis,
con los soberanos deificados y con el rejuvenecimiento en
general, se transmitió visualmente mediante
representaciones de la pareja con la piel negra o azul,
colores ambos de la resurrección. El tercer mes de peret se
le dedicó a Amenhotep (recibió su nombre) y, durante esta
época, dentro de Deir el Medina se llevaron a cabo varios
rituales que dramatizaban su muerte, enterramiento y
retorno. No obstante, Amenhotep I fue un dios importante
de la región y como tal se celebraban fiestas en su honor
durante todo el año. Es probable que el rey y su madre se
convirtieran en importantes soberanos deificados debido a
su relación con el comienzo del Reino Nuevo y a su
actividad como constructores en la orilla occidental del río.
Los éxitos militares de Amenhotep I y las subsiguientes
ganancias territoriales en Nubia comenzaron a mejorar la
economía general de Egipto, mientras que sus
monumentos de templos tuvieron un significativo impacto
como símbolos del poder real. La actividad militar contra
los nubios al sur de la segunda catarata tuvo lugar en torno
al año 8, a juzgar por las inscripciones fechadas en los años
8 y 9. Si bien no es posible asegurarlo con certeza, puede
que ésta sea la campaña descrita en las tumbas de Ahmose,
hijo de Ibana, y de Ahmose Pennekhbet en Elkab. No
obstante, conviene destacar que las biografías de estos dos
462
hombres proceden de tumbas excavadas con mucha
posterioridad a los acontecimientos que describen en sus
paredes, cerca de sesenta o setenta años después.
Según Ahmose, hijo de Ibana, él mismo fue el
encargado de llevar al rey hasta Kush, donde «su majestad
mató al arquero nubio en medio de su ejército» y luego
persiguió a la gente y al ganado (probablemente tierra
adentro). Ahmose sería recompensado después con oro al
hacer regresar al rey en sólo dos días desde una zona
llamada Pozo Superior hasta el valle del Nilo. Una estela
extremadamente erosionada dejada en Aniba y con fecha
del año 8 menciona que los arqueros (iuntyu) y los
moradores del Desierto Occidental (mentyu) entregaban
oro y grandes cantidades de productos al rey. Es posible
que la estela conmemore en realidad que a la exitosa
expedición a Kush siguió una visita oficial de la familia real
a una parte segura de la Baja Nubia.
A finales del reinado de Amenhotep I, las principales
características de la XVIII Dinastía ya existían: su clara
devoción al culto de Amón en Karnak; sus exitosas
conquistas militares en Nubia, destinadas a extender
Egipto hacia el sur en busca de recompensas materiales; su
cerrada familia real nuclear (la cual evitaba reclamar
463
derechos políticos o económicos sobre la realeza); y el
desarrollo de una organización administrativa formada
presumiblemente a partir de familias poderosas y parientes
colaterales, que en este momento estaban asociados sobre
todo a las regiones de Elkab, Edfu y Tebas. No obstante,
hasta el momento sólo se ha encontrado un pequeño
número de tumbas de altos funcionarios de los dos
primeros reinados.
464
Los monumentos de Amenhotep I
Se ha dicho que Amenhotep I disfrutó de al menos una
docena de años de reinado pacífico, durante los cuales
pudo revivir las actividades tradicionales asociadas a la
construcción de monumentos. La apertura de las minas del
Sinaí (y la subsiguiente ampliación del templo del Reino
Medio dedicado a Hathor en las minas de Serabit el
Khadim), la extracción de alabastro egipcio en Bosra (en
nombre de Ahmose-Nefertari) y en Hatnub, así como el
comienzo de los trabajos de extracción en las canteras de
arenisca de Gebel el Silsila, proporcionaron la mayor parte
de la piedra necesaria para reconstruir el templo de
Karnak.
Amenhotep I construyó en varios lugares donde su
padre había estado activo: en Abydos, por ejemplo, erigió
una capilla que conmemoraba al propio Ahmose. Tras sus
éxitos en la Alta Nubia, Amenhotep dedicó monumentos
en la isla de Sai, incluida una estatua similar a la de su
padre y quizá algún tipo de edificio, a juzgar por los
bloques que se conservan inscritos con su nombre y el de
su madre, Ahmose-Nefertari.
El interés de Amenhotep I en los asentamientos del
delta y Menfis está por confirmar, pero Karnak ocupó un
lugar destacado en sus planes. Una amplia portalada de
caliza, en la actualidad reconstruida, estaba decorada con
las típicas escenas del jubileo. Según su inscripción, se
465
trataba de una «gran puerta de 20 codos» y una «doble
fachada del templo». Es posible que en su momento fuera
la principal puerta de acceso meridional, reemplazada
posteriormente por el Séptimo Pilono. Al este, el rey
construyó un recinto de piedra en torno al patio del Reino
Medio, con capillas en el interior del muro. Estas
mostraban escenas que representaban al rey, la «esposa del
dios» Ahmose-Nefertari y otro personal del templo
realizando el ritual para Amón y dedicando ofrendas a los
soberanos de la XI Dinastía. Unos cuarenta o cincuenta
años después, Tutmosis III desmanteló todas estas capillas
y las reconstruyó de arenisca; pero en varios puntos del
interior de Karnak se han encontrado bloques y dinteles
con textos de ofrendas. Es probable que junto a la avenida
meridional hubiera una capilla períptera del jubileo de
Amenhotep I, de un tipo similar a la de Senusret I
(1956-1911 a. C.), de la XII Dinastía. De hecho, el estilo de
los relieves de Amenhotep I en los monumentos de caliza
de Karnak imita de forma tan decidida al de los artesanos
de Senusret I que ha sido difícil asignar un dueño concreto
a algunos bloques.
Resulta evidente que la función de Karnak como lugar
para venerar la realeza fue básica en los planes
constructivos de Amenhotep I. Es difícil saber si esta
imitación implicó la celebración de un jubileo real antes de
cumplir sus treinta años de reinado (el tiempo ideal que un
rey esperaba antes de su primera fiesta Sed) o si erigió los
monumentos anticipando tres décadas de gobierno. No
obstante, son varios los edificios de Amenhotep I en los
que se menciona el jubileo, de modo que resulta evidente
que el rey pretendía reclamar ese honor, del mismo modo
que lo hicieron los grandes soberanos del Reino Medio.
466
Las jambas de caliza encontradas en los cimientos del
Tercer Pilono de Karnak nos proporcionan una lista de las
fiestas religiosas y sus fechas de celebración. El estudio
realizado por Anthony Spalinger de esos bloques ha
permitido saber que, por lo que respecta a su calendario de
fiestas, como en la mayor parte de las cosas de Karnak, a
Amenhotep I le influyeron los calendarios de la XII
Dinastía. Este soberano también construyó un santuario
para la barca del dios Amón (muy probablemente) en el
patio frontal occidental del templo.
En el otro lado del río, frente a Karnak, Amenhotep I
construyó monumentos funerarios en la zona de Deir el
Bahari y, hacia el norte y el este, a lo largo del Mmite de
los cultivos. Edificado con adobe, el monumento de Deir el
Bahari se ha reconstruido de forma teórica con una
pirámide; pero in situ sólo se han encontrado unos cuantos
ladrillos con los nombres de Amenhotep I y Ahmose-
Nefertari. Hasta el momento no se ha identificado con
certeza ninguna tumba para ninguno de ellos.
Los lugares donde Amenhotep I y su sucesor
construyeron edificios pueden estar relacionados con la
cuestión de dónde y cómo se llevaban a cabo las
observaciones astronómicas con propósitos calendáricos
(véase el capítulo 1). En algunas ocasiones se ha alegado
que Elefantina debió de contar con un observatorio para
estudiar los ortos helíacos de Sothis y, recientemente, un
grafito procedente de Hieracómpolis ha sugerido que
algunas observaciones acaecían en lugares desérticos. El
renovado interés de la XVIII Dinastía por los lugares de
culto situados entre Asuán y Tebas indica un interés
similar por los fenómenos naturales asociados a estos
cultos, como la aparición de la estrella-perro Sirio
467
(Sopdet/Sothis), el comienzo de la crecida del Nilo y los
correspondientes ciclos lunares. La existencia de un
calendario de fiestas, recogido en papiro para el reinado de
Amenhotep I (verso del Papiro Ebers), plantea la
posibilidad de que el rey deseara rehacer los calendarios
más antiguos.
468
La trascendencia de las mujeres de
la realeza de principios de la XVIII
Dinastía
En el caché de Deir el Bahari se encontraron varias
princesas, algunas de las cuales también fueron «esposas
reales». Eran vástagos de soberanos de finales de la XVII
Dinastía o comienzos de la XVIII Dinastía y sus nombres a
menudo también se conocen gracias a las capillas de las
tumbas privadas de finales del Reino Nuevo donde se
veneraba a la familia real de comienzos de la XVIII
Dinastía. Los títulos ostentados por estas mujeres y la
ausencia de otros maridos que no sean los reyes
demuestran las limitaciones experimentadas por las
mujeres nacidas de los soberanos egipcios. Ciertamente, el
éxito de la línea dinástica de comienzos de la XVIII
Dinastía es atribuible, en parte, a la decisión de limitar el
acceso a la familia real. En términos económicos, esto
significaba que las ganancias conseguidas en las guerras no
eran compartidas con las familias cuyos hijos se casaban
con una princesa. Por lo tanto, los reyes eran libres de
enriquecer a sus seguidores militares a voluntad y, de este
modo, consiguieron nuevos apoyos. Ahmose, hijo de Ibana,
y Ahmose Pennekhbet son dos ejemplos de estos nuevos
miembros de la élite; pero más avanzado el Reino Nuevo
contamos con documentos legales que nos informan de la
existencia de otros hombres cuya fortuna procedía de
469
concesiones de Ahmose.
470
En términos políticos y religiosos, aparentemente la
cerrada familia real se remonta al Reino Medio (y antes al
Reino Antiguo), cuando con frecuencia las princesas se
casaban con reyes o quedaban asociadas de por vida a sus
padres en el trono. No obstante, parece que para asegurar
la exclusividad del linaje, la familia de Seqenenra y
Ahmose estableció la prohibición adicional de que las hijas
reales sólo podían casarse con un rey. Éste no fue el caso
durante el Reino Antiguo ni durante el Reino Medio, al
menos no siempre, pues conocemos ejemplos de altos
funcionarios que se casaron con hijas del rey; pero, una vez
que la costumbre quedó establecida a finales de la XVII
Dinastía, persistió durante toda la XVIII Dinastía. Sólo en
el reinado de Ramsés II volvemos a tener pruebas
definitivas de princesas casadas con personas que no eran
reyes.
Esta práctica no supuso un debilitamiento del linaje
real, puesto que no significaba que los reyes sólo pudieran
casarse con princesas. De hecho, lo más habitual a lo largo
de toda la XVIII Dinastía fue que los faraones hubieran
nacido del matrimonio de sus padres con reinas
secundarias de origen no real, como Tetisheri. Si estamos
comprendiendo bien la documentación, Tetisheri dio a luz
tanto al padre como a la madre del rey Ahmose. Su madre,
Ahhotep, lo engendró con su hermano (de sangre o
hermanastro), probablemente Seqenenra; pero también es
posible que lo tuviera con Kamose. Ahhotep también tuvo
varias hijas, pero Seqenenra las tuvo asimismo, con al
menos dos y posiblemente tres mujeres diferentes. Ahmose
se casó con su hermana, Ahmose-Nefertari, con la que tuvo
al menos dos hijos, Ahmose-ankh y Amenhotep. No
obstante, es posible que también tuviera hijos con otras
471
mujeres. Al menos dos princesas, Satkamose y (Ahmose-)
Merytamon ostentaron los títulos de «hija del rey»,
«hermana del rey», «gran esposa real» y «esposa del
dios». La primera aparece mencionada en una estela
posterior como hermana de Amenhotep I, mientras que la
segunda es identificada a menudo con una hija de Ahmose-
Nefertari, que también se casó con su hermano,
Amenhotep I, si bien no existe ningún documento que lo
afirme de forma explícita.
A pesar de las restricciones matrimoniales para las
hijas del rey, hubo varias princesas convertidas en reinas
importantes (Ahhotep, Ahmose-Nefertari, Hatshepsut) que
se mostraron extremadamente activas durante los reinados
de sus esposos y herederos. Atendiendo a los títulos que
aparecen en su gran ataúd exterior, encontrado en el caché
de Deir el Bahari, la madre de Ahmose, la reina Ahhotep,
fue «hija del rey», «hermana del rey», «gran esposa real»
y «madre del rey». En la estela del año 18 de Karnak,
Ahmose honra a Ahhotep con unos títulos que implican
que gobernó de facto. Si bien desconocemos la edad que
tenía Ahmose cuando se sentó en el trono, es posible que
durante una parte de su reinado fuera sólo un niño. Resulta
muy significativo que la reina madre fuera honrada
posteriormente por su hijo por haber pacificado el Alto
Egipto y haber expulsado a los rebeldes. Por lo que parece,
Ahhotep llevó a cabo el combate sin oposición interna en
la región; si bien esto implica que durante este período la
famiha que ocupaba el trono fue puesta a prueba. Claude
Vandersleyen ha sugerido que las batallas de Ahmose
contra Aata y Tetian fueron contra enemigos del Alto
Egipto, el segundo de los cuales quizá fuera el
representante de un linaje familiar contra el que también
tuvieron que luchar los soberanos tebanos de la XVII
472
Dinastía Nubkheperra Intef VI y Kamose (lo cual casaría
bien con la imagen encontradaen Edfu de Ahhotep
honrando a Sobekemsaf, la viuda de Nubkheperra Intef VI).
En cualquier caso, parece que Ahhotep se ganó el respeto
de las tropas y gerifaltes locales, pudiendo así conservar el
joven linaje dinástico; de hecho, continuó actuando como
reina madre hasta bien entrado el reinado de Amenhotep I.
Quizá no mucho después del año 18 del reinado de
Ahmose, Ahhotep le cedió su privilegiada posición a la
princesa Ahmose-Nefertari, que tal vez fuera su hija. La
Estela de la Donación de Ahmose en Karnak (ya
mencionada) es el primer monumento conocido en el que
encontramos mencionada a Ahmose-Nefertari; en la estela
se la describe como «hija del rey», «hermana del rey»,
«gran esposa real», «esposa del dios Amón» y, al igual que
Ahhotep, «señora del Alto y el Bajo Egipto». Ahmose y
Ahmose-Nefertari aparecen representados junto a su hijo,
el príncipe Ahmose-ankh. Pocos años después de que se
grabara esta inscripción, en el año 22, Ahmose-Nefertari
reivindicó el título de «madre del rey», si bien no sabemos
si se refiere a Ahmose-ankh o Amenhotep I. En cualquier
caso, la reina sobrevivió a su esposo Ahmose e incluso a su
hijo Amenhotep I, manteniendo el cargo de «esposa del
dios Amón» durante el reinado de Tutmosis I (1504-1492
a. C.)
Ahmose-Nefertari utilizó el título de «esposa del dios»
con más frecuencia que el de «gran esposa real». También
actuó con independencia de su marido y su hijo por lo que
respecta a la construcción de monumentos y a sus cargos
cultuales. Cuando murió, una estela de un coetáneo ajeno a
la familia real dejó constancia de que «la esposa del dios
[…] había volado al cielo». El énfasis que ponía en su cargo
473
de sacerdotisa quizá se debiera a la independencia
económica y el poder religioso concedido a la «esposa del
dios» por Ahmose. La Estela de la Donación recoge la
creación por parte de Ahhotep de una fundación
relacionada con el cargo de «segundo sacerdote de Amón»,
cuyos beneficios fueron concedidos a perpetuidad a la
«esposa del dios», para que los transmitiera, sin
intromisiones, a quien ella decidiera. La institución de la
«divina adoratriz», un cargo diferente al de «esposa del
dios», pero asimismo ostentado por Ahmose-Nefertari,
también aparece mencionada en la Estela de la Donación.
Aparentemente, las propiedades de la institución de la
sacerdotisa continuaron creciendo, de tal modo que cien
años después de la muerte de Ahmose y tras una
reorganización en la transmisión de los cargos, el producto
de la «casa de la adoratriz» era un asiento importante en
los papiros contables.
Ahmose-Nefertari actuó como «gran esposa real» y
sobre todo «esposa del dios Amón» durante todo el
reinado de su hijo. No se conoce con seguridad para
Amenhotep I esposa alguna de su misma generación, si
bien a menudo se supone que la «hija del rey, esposa del
dios, gran esposa real, unida a la corona blanca, señora de
las Dos Tierras» (Ahmose) Merytamon, cuyo ataúd se
encontró en una tumba de Deir el Bahari, fue su hermana y
consorte. No obstante, conviene mencionar que la única
conexión existente entre ambos es el hecho de que su ataúd
data estilísticamente (como los de Ahhotep y Ahmose-
Nefertari) del reinado de Amenhotep I. No hay documentos
de esta época que mencionen a (Ahmose-)Merytamon,
aparte de una posible referencia a ella en un monumento
de Nubia. En su estela del año 8, la figura de Amenhotep I
aparece seguida de la «madre del rey» Ahmose-Nefertari y
474
de una «segunda esposa del dios, hija del dios, hermana y
esposa del rey» (no «gran esposa») cuyo nombre fue
restaurado posteriormente como Ahmose-Nefertari,
delante del Horus de Miam (Aniba). Es posible que en
principio se tratara de Merytamon, elevada al cargo de
reina, pero fallecida antes que Ahmose-Nefertari. De la
XVIII Dinastía se conocen varios monumentos que
muestran la presencia de miembros femeninos de la familia
real en las regiones fronterizas, quizá como resultado de
una tradición anterior, iay representaciones de este tipo en
el Sinaí, en los afloramientos roe sos de Asuán y en Nubia,
desde la primera hasta la cuarta catarata, tanco del Reino
Medio como del Nuevo. Quizá su intención fuera la de
relacionar a las reinas y princesas con Hathor, diosa de las
tierras extranjeras, cuyo papel como hija del dios sol era
proteger a su padre.
Otro miembro femenino de la familia real de comienzos
de la XVIII Dinastía es la hija de Amenhotep I, «hermana
del rey» y «esposa del dios», Satamon, conocida gracias a
su ataúd en el caché real y a dos estatuas en la zona central
y meridional de Karnak. Atestiguada a partir del reinado de
Ahmose, nunca se convirtió en reina, si bien parece haber
sido honrada por Amenhotep I, junto a Ahmose-Nefertari,
por su papel sacerdotal como esposa de Amón. Todavía en
el Período Ramésida, tanto Satamon como Merytamon
fueron veneradas como miembros de la farnilia de
Ahmose-Nefertari e incluidas en escenas que representan a
la familia real deificada. La cronología precisa del
comienzo de la XVIII Dinastía y la genealogía específica de
la familia real parece haber sido tan oscura para los
tebanos de finales de la XVIII Dinastía como lo es
actualmente para nosotros, de modo que no podemos
confiar en estas referencias votivas para conseguir un
475
parentesco seguro.
Es interesante mencionar que, a pesar de la aparente
capacidad del rey para casarse con tantas mujeres como
deseara, todavía no se ha identificado con certeza a ningún
vástago de Amenhotep I, no obstante su reinado de veinte
años. Un «hijo del rey» llamado Ramose, y conocido por
una estatua actualmente en Liverpool, puede haber
pertenecido a la familia ahmósida, pero no se menciona su
parentesco concreto. Pese a todo, quizá gracias a la
estabilidad proporcionada por el reinado de Amenhotep, la
sucesión pasó sin problemas a Tutmosis I, del que no se
sabe si perteneció a la familia ahmósida.
476
Tutmosis I y su familia
La primera sucesión en el trono de la XVIII Dinastía
que no tuvo lugar de padre a hijo no resultó en un reinado
largo. En 1987, Luc Gabolde publicó un estudio sobre la
cronología de los reinados de Tutmosis I y Tutmosis II en
el cual calcula que el primero había reinado once años y el
segundo tres. La corta duración del reinado de Tutmosis I
es inversamente proporcional a su impacto en la realeza de
la XVIII Dinastía Puede que el interés de Tutmosis I por
explotar Nubia militar y económícamente se debiera a los
esfuerzos anteriores de Amenhotep I; pero su expedición a
Siria abrió nuevos horizontes que terminarían llevando al
relevante papel desempeñado por Egipto en el comercio y
la diplomacia de Oriente Próximo del Bronce Final. En
general, hoy día el efecto de los esfuerzos de Tutmosis en
cuestiones culturales es más visible en Tebas y Nubia; pero
la importancia de Menfis y las regiones más al norte
también es evidente.
Se desconoce quién fue el padre de Tutmosis I, pero su
madre se llamaba Seniseneb, un nombre bastante habitual
durante el Segundo Período Intermedio y el comienzo de la
XVIII Dinastía. Las familias, tanto de Ineni como de
Hapuseneheb («gran sacerdote de Amón» durante el
reinado de Hatshepsut»), cuentan con miembros
femeninos con este nombre. En la copia de Wadi Halfa de
la estela de coronación del primer año del reinado de
477
Tutmosis I, Seniseneb aparece detrás del rey y delante de
Ahmose-Nefertari. Los padres de Seniseneb también son
desconocidos, pero durante el reinado de su hijo no tuvo
otro título que el de «madre del rey». La esposa principal
de Tutmosis fue Ahmose, que poseía los títulos de
«hermana del rey, gran esposa real». ClaudeVanderselyen
considera que se trata de la propia hermana de Tutmosis,
sobre todo porque carece del título «hija del rey». De este
modo, el rey habría intentado recrear la situación de los
dos reinos anteriores, con un hermano y una hermana
ejerciendo de soberanos. No obstante, su nombre puede
sugerir que Ahmose era miembro de la familia de
Amenhotep I, quizá por parte del príncipe Ahmose-ankh y,
si es así, se trataba de una importante conexión con la
familia ahmósida que facilitó el ascenso de Tutmosis al
trono. En la actualidad no podemos explicar mejor ni los
orígenes de Ahmose ni el ascenso al trono de Tutmosis.
Fue con Ahmose con quien Tutmosis I tuvo a la futura
reina Hatshepsut y probablemente también a una princesa
llamada Nefrubity, a juzgar por su aparición junto a ellos
en escenas del templo de Hatshepsut en Deir el Bahari. La
«esposa del dios Amón» Ahmose-Nefertari murió durante
el reinado de Tutmosis I y fue reemplazada por
Hatshepsut. Con una esposa de sangre no real, Mutnefret,
el rey tuvo al futuro soberano Tutmosis II (1492-1479 a. C.);
el parentesco femenino de sus otros dos hijos, Amenmose
y Wadjmose, es incierto; pero el segundo de ellos fue
honrado junto a Tutmosis I en una estatua de Mutnefret
dedicada por Tutmosis II en la capilla en el lado sur del
Rameseo. De hecho, se ha sugerido que esta capilla era el
templo funerario de la familia; más concretamente, se
habría tratado de un templo familiar para los herederos
que Tutmosis I tuvo con Mutnefret.
478
Los monumentos de Tutmosis I
Tutmosis I y su virrey Turi dejaron monumentos e
inscripciones en varios lugares de la Alta y la Baja Nubia.
En la región de Kenisa (en la cuarta catarata) y en Napata
hay varias instalaciones militares de ladrillo que pueden
datar de este reinado. En la isla de Sai, ocupada desde al
menos el reinado de Ahmose, se conservan bloques (o
fragmentos de bloques) procedentes de edificios y en
Semna, Buhen, Aniba, Quban y Qasr Ibrim hay también
restos. Es probable que, dejando aparte las estelas, los
monumentos fueran a pequeña escala, con elementos de
piedra dentro de estructuras de adobe. Tutmosis III y
Hatshepsut pudieron haber reconstruido perfectamente
con arenisca edificios de ladrillo de este tipo, sobre todo en
Semna y Buhen. Dentro de las fronteras tradicionales de
Egipto, Tutmosis I ha dejado indicios de edificios en
Elefantina, Edfu (probablemente), Armant, Tebas, Ombos
(cerca del centro palacial de la XVII o comienzos de la
XVIII Dinastía en Deir el Bailas), Abydos, El Hiba, Menfis y
Guiza. Se han encontrado objetos votivos dedicados a su
nombre en el templo de Serabit el Khadim, en el Sinaí.
Los materiales de Tebas, Abydos y Guiza son de
particular interés. Gracias a la presencia de las tumbas de
Khufu y Khafra y a que era el lugar de culto del dios
identificado con la Gran Esfinge, Horemakhet («Horus del
horizonte»), durante el Reino Nuevo Guiza se convirtió en
479
un importante centro de peregrinación. No es coincidencia
que los monumentos de
Guiza, al igual que los de Abydos y Karnak, enfatizaran
la veneración a los soberanos. Del mismo modo que habían
hecho Ahmose y Amenhotep I antes que él, y como harían
los siguientes cuatro monarcas, Tutmosis I decidió
embellecer los lugares de culto que potenciaban la relación
entre el rey y los dioses y entre rey y rey. No obstante,
parece haberse asociado con sus antecesores regios más
lejanos en vez de con los más inmediatos.
En Abydos, Tutmosis I dejó una estela recordando sus
contribuciones al templo de Osiris. En vez de honrar a sus
predecesores directamente, donó objetos de culto y
estatuas. Según la estela, los sacerdotes lo proclamaron
vástago de Osiris, cuyo supuesto papel era el de utilizar la
vasta riqueza a él entregada por los dioses de la tierra Geb
y Tatjenen para restaurar los santuarios divinos. Tutmosis
I decidió no honrar a los dos reyes anteriores, quizá porque
sus monumentos subrayaban el linaje familiar ahmósida,
del cual él no formaba parte; en vez de ello deseó afirmar
su realeza a partir de los propios dioses. Como ideología
real, la ascendencia divina fue común durante la XVIII
Dinastía, pero muy bien pudo haber recibido su primer
impulso durante el reinado de Tutmosis I.
Subsiguientemente, fue explotada con consistencia en las
inscripciones reales a partir del reinado de Hatshepsut
(1473-1458 a. C.) y hasta el de Amenhotep III (1390-1352
a. C.).
En Karnak, Tutmosis I dejó una marca indeleble.
Amplió y completó un corredor deambulatorio comenzado
por Amenhotep I en torno al patio del Reino Medio y
amplió sus muros hacia el oeste para unir los dos nuevos
480
pilonos (el Cuarto y el Quinto) que había construido en la
entrada al templo. Seguidamente completó en forma de
patio el espacio que quedaba entre ambos pilonos. También
terminó la decoración de la capilla de alabastro de
Amenhotep I, que parece haber sido su única
reivindicación de una conexión directa con su predecesor.
En Karnak norte reemplazó un monumento de Ahmose
con su «tesoro», pero parece que conservó un bloque de la
estructura anterior y lo incorporó a la suya propia.
481
La política de Tutmosis I en Nubia y
Siria-Palestina
Es muy probable que la campaña de Tutmosis I en
Nubia fuera el golpe de gracia para Kush y su capital,
Kerma. Las tumbas de tres de sus funcionarios —Turi
(«virrey del sur del rey»), Ahmose Pennekhbet y Ahmose,
hijo de Ibana— muestran descripciones de esta campaña,
que probablemente tuviera lugar durante el segundo y
tercer año de su reinado. No obstante, la descripción más
larga de la principal batalla se grabó en un afloramiento
rocoso en Tombos, en la tercera catarata, a tiro de piedra
de la entrada a Kerma. La inscripción del rey describe los
éxitos de la campaña en la región de la tercera y la cuarta
catarata con unos términos vívidamente violentos: «Los
arqueros nubios caen ante la espada y son tirados a los
lados en sus tierras; su fetidez llena sus valles […] Los
pedazos cortados de ellos son demasiados como para que
los pájaros se lleven la pieza a otro lugar».
482
483
Los ejércitos de Tutmosis (al igual que los de Ahmose
antes que él) se dirigieron entonces hacia el este,
alejándose del valle del Nilo y penetrando en el desierto a
espaldas de Kerma, terminando por llegar a la región de la
cuarta catarata en torno a Kurgus y Kenisa. Como el río
hace una gran curva entre la tercera y la cuarta catarata,
ambas estaban conectadas por una ruta terrestre oeste-este.
Fue entonces cuando Tutmosis dejó una inscripción en
Kenisa. Según Amenhotep, hijo de Ibana, durante su
regreso desde Kerma hasta Tebas: «Su majestad navegó
hacia el norte, con todos los países en su puño, con el
arquero nubio derrotado [probablemente el soberano de
Kush] colgado boca abajo en la [proa] del [barco] de su
majestad y desembarcó en Karnak».
Tras este éxito, Tutmosis dirigió su ejército hacia Siria
para una primera campaña en la región. Consciente de la
presencia en las cercanías de los señores de Mitanni, el rey
evitó un enfrentamiento directo con ellos y, tras varios
éxitos locales, se encaminó hacia Niy en el sur, donde pudo
haber cazado elefantes. Las descripciones de esta
expedición las encontramos sólo en las tumbas de Ahmose
Pennekhbet y Ahmose, hijo de Ibana, ambas construidas y
decoradas durante el reinado de Tutmosis III (e incluso
después). Caracterizan a Siria como el agresor mitannio,
acompañado de epítetos que no volverán a verse hasta
finales de la cuarta década del reinado de Tutmosis III.
Ningún documento contemporáneo del reinado de
Tutmosis I describe la campaña.
A comienzos de la XVIII Dinastía, el contacto egipcio
con Mitanni fue extremadamente limitado. Las primeras
escaramuzas con vasallos de Mitanni tuvieron lugar
durante el reinado de Tutmosis I; pero la conquista de las
484
regiones septentrionales no tuvo lugar al menos hasta
treinta y seis años después, cuando Tutmosis III comenzó
su expedición siria. Es posible que, en su breve incursión
por la zona, Tutmosis I se encontrara con unos enemigos y
una capacidad militar superior a la de los ejércitos egipcios,
que en esa época casi con seguridad contaba con menos
carros que Mitanni. No obstante, fragmentos de unos
relieves de época de Ahmose descubiertos recientemente
en Abydos demuestran que ya a principios de la
XVIII Dinastía se representaban carros. Parece evidente
que, de haber conseguido Tutmosis I sustanciales
ganancias territoriales o materiales, Mitanni se habría
mencionado con mayor frecuencia en los monumentos que
conservamos de este soberano, o en los de Tutmosis II o en
los de Hatshepsut. Es bastante más probable, por lo tanto,
que Tutmosis I se encontrara con que los vasallos de
Mitanni eran potencias militares superiores a Egipto y que
abandonara la región tras dejar una inscripción y, quizá,
participar en una cacería de elefantes en la región de Niy,
situada al sur de las ciudades dominadas por Mitanni.
En una inscripción fragmentaria de Deir el Bahari se ha
conservado una breve mención a la expedición sirio-
palestina de Tutmosis I, asociada a la descripción de la
expedición de Hatshepsut al Punt. El texto, que en esencia
celebra la fama de Tutmosis I, menciona elefantes, caballos
y la región de Niy, lo cual sugiere que, en época de
Hatshepsut, Tutmosis I era recordado sobre todo por haber
traído productos exóticos de esta región, más que por
haber conquistado Mitanni.
485
La tumba de Tutmosis I y el «culto a
los antepasados» de la realeza
El lugar del enterramiento original de Tutmosis I sigue
siendo objeto de debate. Su nombre aparece en los
sarcófagos de dos tumbas del Valle de los Reyes (KV 20 y
KV 38)[13]; pero no existe acuerdo respecto a cuál de ellas es
anterior o fue excavada originalmente para este faraón. El
cuerpo del rey puede encontrarse entre los hallados en el
caché real, pero tampoco esto es seguro. Dos ataúdes de
Tutmosis I, usurpados para Pinudjem I (uno de los
«grandes sacerdotes de Amón» en Tebas durante la XXI
Dinastía), contenían una momia sin identificar que
posiblemente sea la del propio rey. Uno de sus grandes
funcionarios, Ineni, describe cómo supervisó el trabajo en
la tumba de Tutmosis I: «Supervisé la excavación de la
tumba del acantilado para su majestad, en privacidad;
nadie vio, nadie escuchó». Esta vaga descripción de la
tumba como un heret, que en general significa tumba «de
acantilado», puede indicar que está situada en el Valle de
los Reyes, pero el debate sigue abierto.
No se conoce el templo funerario de Tutmosis I. En
varios puntos cercanos al «templo del valle» de Deir el
Bahari se han encontrado ladrillos con su nombre —y
algunos otros con éste y con el nombre de Hatshepsut—.
Hatshepsut incluyó una capilla en honor de Tutmosis I en
su templo, pero esto no tiene por qué significar
486
necesariamente que antes de este reinado el soberano no
tuviera un culto funerario. Es más probable que la reina
estuviera venerando su linaje ancestral en su templo
funerario, porque éstos son a la vez santuarios
«faniihares» y templos que honran la unión entre el dios
Amón y el rey. El «culto a los antepasados» ya es evidente
en los monumentos de Ahmose y Amenhotep I en Abydos,
mientras que las capillas de las tumbas no regias, tanto
contemporáneas como de mediados de la XVIII Dinastía,
incluyen con frecuencia nichos o escenas donde se venera
a los miembros difuntos de la familia.
487
El breve reinado de Tutmosis II
La fecha más elevada que conservamos del reinado de
Tutmosis II es la de su primer año en el trono, aunque los
estudios realizados en las décadas de 1980 y 1990 sugieren
que aquél no duró más de tres años. Hatshepsut,
hermanastra de Tutmosis, actuó como su «gran esposa
real» y también como «esposa del dios Amón». Al igual
que Ahmose-Nefertari, de la cual heredó el cargo religioso,
Hatshepsut aparece representada con frecuencia en los
relieves que decoran los monumentos tebanos de su
esposo, habitualmente como «esposa del dios». El breve
reinado de Tutmosis II ha dejado escasa documentación
sobre sus actividades en el extranjero, pero el ejército
egipcio continuó sofocando alzamientos en Nubia y fue el
responsable de la desaparición final del reino de Kush, en
Kerma.
La casi efímera naturaleza del reinado de Tutmosis II
queda subrayada por la general pobreza de sus
monumentos y la ausencia de éstos en el norte de Egipto.
Tutmosis II no dejó ni una tumba identificable (algo
habitual a comienzos de la XVIII Dinastía) ni un templo
funerario terminado. Existen indicios de que el templo de
Hatshepsut en Deir el Bahari comenzó durante el reinado
de Tutmosis II, pero quizá incluso entonces bajo la
dirección de la propia reina. No obstante, pudo haber
estado destinado como lugar de culto del rey (y la reina).
488
Tutmosis III erigió para él un pequeño templo cercano a
Medinet Habu, es posible que poniendo en práctica un plan
diseñado durante el reinado de Tutmosis II.
Los únicos monumentos importantes de Tutmosis II se
encuentran en Karnak: una entrada de caliza en forma de
pilono erigida delante del patio del Cuarto Pilono. Esta
puerta y otra estructura de caliza de un tipo que
desconocemos se desmantelaron posteriormente y sus
bloques se colocaron en los cimientos del Tercer Pilono. La
puerta se ha reconstruido en el Museo al Aire Libre de
Karnak. Los altorrelieves de la estructura muestran sobre
todo escenas del rey, algunas en compañía de Hatshepsut,
mientras que otras presentan a la reina en solitario. Este
edificio se terminó durante los primeros años de
Tutmosis III, es decir, durante la regencia de Hatshepsut;
tras su ascenso al trono, los agentes de la reina
reemplazaron en algunos puntos el nombre del rey-niño
por los nuevos cartuchos de la soberana. En una de las
caras de un fragmento de un pilar cuadrado, Tutmosis II
aparece recibiendo coronas, mientras que en otras dos
caras vemos a Nefrura (su hija) y a Hatshepsut recibiendo
vida de los dioses. Es posible que este monumento se
creara tras la muerte de Tutmosis II; pero resulta innegable
que Hatshepsut era una figura importante de la monarquía
ya antes de que su hermano falleciera.
En Napata, donde Tutmosis I ya había dejado algunos
restos, hay otras construcciones con el nombre de
Tutmosis II. En Semna y Kumma, así como en Elefantina,
se conservan algunos bloques de edificios de Tutmosis II.
Además de ello, recientes excavaciones en Elefantina han
sacado a la luz una estatua dedicada por otro soberano
(posiblemente Hatshepsut) en nombre de su «hermano»;
489
Vandersleyen menciona que existe un torso real idéntico y
sin inscripción en el Museo de Elefantina.
La única expedición militar conocida del reinado de
Tutmosis II aparece recogida en una estela grabada en la
roca en la isla de Sehel, al sur de Asuán. Está fechada en el
primer año de su reinado y describe un alzamiento local en
Kush que fue castigado con la muerte de todos los
implicados, excepto de uno de los hijos del soberano de
Kush, que fue llevado a Egipto como rehén; la paz fue
restaurada. Evidentemente, se trata de una rebelión menor,
pero como la familia del soberano local de Kush seguía
dando muestras de actividad, la reacción egipcia fue brutal
y rápida. Así terminaron los principales problemas de
Egipto con Kush. Los habitantes de la región fueron
perseguidos por el desierto desde una fortaleza egipcia
cercana al río.
Ahmose Pennekhbet menciona en su inscripción
funeraria que, durante una campaña que sólo conocemos
por esta referencia, se trajeron numerosos «shasu» como
prisioneros para Tutmosis II. Como el término étnico
«shasu» se puede referir a gentes tanto de Palestina como
de Nubia, esta breve mención probablemente se refiera a la
expedición nubia del año 1. No obstante, es importante
volver a mencionar que estas autobiografías fueron escritas
en las paredes de la tumba varias décadas después de los
acontecimientos que describen. Es posible que el efecto de
crear una narración única haya hecho que ninguna de las
entradas esté completa.
A juzgar por la estatua dedicada en la capilla de
Wadjmose en Tebas, mencionada más arriba, Mutnefret, la
madre de Tutmosis II, estuvo viva durante el reinado de su
hijo. Si bien desconocemos la edad del rey en el momento
490
de su ascenso al trono (y de su muerte), es bastante posible
que fuera más joven que su hermana y esposa Hatshepsut.
Esta era hija de Tutmosis I y Ahmose, la reina reconocida
oficialmente durante el reinado anterior. Una estela del
reinado de Tutmosis II muestra al rey seguido de Ahmose y
Hatshepsut. Aparentemente, la segunda ya era «esposa del
dios Amón» durante el reinado de Tutmosis I, al haber
accedido al trono tras la muerte de Ahmose-Nefertari. No
obstante, Tutmosis II no era tan joven como para no poder
tener una hija, puesto que Nefrura aparece representada en
Karnak junto a él y Hatshepsut.
491
La regencia de Hatshepsut
El reinado de cincuenta y cuatro años de Tutmosis III
comenzó en su infancia, con Hatshepsut, su tía y
madrastra, actuando como regente. Según Ineni, cuya
«autobiografía» funeraria termina justo antes de que
Hatshepsut se convierta en soberana: «Su hijo [de
Tutmosis II] fue situado en su lugar como rey de las Dos
Tierras, en el trono de quien lo había engendrado. Su
hermana, la “esposa del dios” Hatshepsut, realizó los
asuntos de las Dos Tierras según sus consejos. Egipto
trabajaba para ella, con la cabeza agachada, la excelente
semilla del dios, que vino a nosotros de él […]». La
inscripción de Ahmose Pennekhbet también se refiere a la
regencia de Hatshepsut en términos similares,
describiéndola no sólo como «esposa del dios», sino
también llamándola Maatkara, que fue el nombre de
coronación elegido por ella (el prenomen).
Se ha sugerido que Hatshepsut ya se consideraba
heredera de Tutmosis I antes incluso de que su padre
muriera, lo que implicaría que la fecha del reinado de
Tutmosis III se aplicaría tanto a su propio reinado como al
del hijo del rey. También es posible que Hatshepsut
capitalizara el papel de «esposa del dios Amón», sus
recursos económicos y su relación con la familia de
Ahmose-Nefertari (con la cual es posible que Hatshepsut
estuviera relacionada genealógicamente por medio de su
492
madre, Ahmose), para apoyar su regencia de un modo
similar al utilizado por sus predecesoras femeninas,
Ahhotep y Ahmose-Nefertari. También parece haber
preparado a Nefrura para desempeñar el mismo papel.
No obstante, una vez que Hatshepsut se dio a sí misma
un nombre de coronación y comenzó a transformarse
públicamente en reina, sólo contó con un modelo anterior
que pudiera seguir, el de Sobekkara Sobekneferu
(1777-1773 a. C.), la mujer que gobernó a finales de la XII
Dinastía (véase el capítulo 7). Hatshepsut no intentó
legitimar su reinado afirmando que había reinado con o
para su esposo Tutmosis II. En vez de ello hizo hincapié en
su linaje y, en el período anterior a que adoptara un
nombre de coronación, el mayordomo real Senenmut dejó
una inscripción en Asuán (donde se conmemora la
extracción de sus primeros obeliscos) donde la llama: «Hija
del rey, hermana del rey, esposa del dios, gran esposa real
Hatshepsut». En Deir el Bahari, las escenas y los textos
afirman que Tutmosis I la había nombrado su heredera
antes de morir y que Ahmose había sido elegida por Amón
para engendrar al nuevo soberano divino. Hatshepsut
poseía la misma genealogía pura que Ahmose-Nefertari,
Ahhotep y Sobekneferu. Esta última nunca fue reina: era
una hija de rey a quien aparentemente le bastó ser la
encarnación del linaje puro de la familia para mantener su
gobierno como faraón. Hatshepsut debe haberse
considerado una encarnación de estos mismos aspectos y,
durante casi veinte años, tuvo razón.
Su único vástago conocido (engendrado en ella por
Tutmosis II) es Nefrura, que aparece descrita con
frecuencia como «hija del rey», «esposa del dios» y
también, en más de una ocasión, como «señora de las Dos
493
Tierras» y «señora del Alto y el Bajo Egipto». Todavía se
discute si fue esposa de Tutmosis III durante el período de
la corregencia, pero lo cierto es que aparece junto a él
como «esposa del dios» en una fecha tan tardía como su
vigésimo segundo o vigésimo tercer año de reinado. En un
momento dado, Tutmosis reemplazó su nombre por el de
Sitiah, con la que se casó después de que comenzara su
gobierno en solitario. En el caso de que Nefrura hubiera
sido alguna vez «gran esposa del rey» Tutmosis III, el
soberano debió terminar la relación formal poco después
de la desaparición de Hatshepsut, en el vigésimo o
vigésimo primer año de su reinado. No se identifica de
forma explícita a ningún vástago nacido de Nefrura,
aunque basándose en pruebas puramente circunstanciales
se ha sugerido que el príncipe Amenemhat fue su hijo.
494
Los ambiciosos proyectos
constructivos de Hatshepsut
Como soberana, Hatshepsut inauguró proyectos
constructivos que sobrepasaban con mucho a los de sus
predecesores. La lista de lugares donde habían actuado
Tutmosis I y II se amplió en el Alto Egipto para incluir
lugares favorecidos por los soberanos ahmósidas: sobre
todo Kom Ombo, Nekhen (Hieracómpolis) y Elkab, pero
también Armant y Elefantina. Tanto Hatshepsut como
Tutmosis III dejaron numerosos restos en Nubia: Qasr
Ibrim, Sai (una estatua sedente de la reina que recuerda a
las de Ahmose y Amenhotep I), Semna, Faras, Quban y
sobre todo Buhen, donde la reina construyó para el Horus
de Buhen un templo períptero de un tipo habitual a
mediados de la XVIII Dinastía. Las escenas originales de los
muros del templo incluían imágenes tanto de Hatshepsut
como de Tutmosis III, pero éste reemplazaría luego el
nombre de ella por el suyo propio y los de su padre y
abuelo. El templo de Buhen (en la actualidad trasladado al
completo al Museo de Jartún) presenta escenas de la
coronación de Hatshepsut y de la reina venerando a su
padre.
Menfis también puede haber recibido la atención de
Hatshepsut como soberana. Se ha identificado un
fragmento de jarra de alabastro procedente de la zona del
templo de Ptah; pero lo que resulta más significativo es que
495
la esfinge colosal de alabastro egipcio situada dentro del
muro sur del recinto del templo ramésida posiblemente
formara parte de un acceso anterior al templo y es más que
probable que contara con una compañera. Las canteras de
Hatnub, fuente probable de la piedra de la esfinge, están
situadas en el Egipto Medio, cerca de otro de sus
monumentos: el santuario excavado en la roca de Beni
Hasan que en la actualidad se conoce como Speos
Artemidos. Aparte de las pruebas de extracción de piedra
en las canteras de Hatnub, antes de Hatshepsut no hay
rastros de que los reyes de la XVIII Dinastía construyeran
en el Egipto Medio; la larga inscripción del Speos
Artemidos documenta que la reina fue la primera en
restaurar los templos de la zona desde los destructivos días
de la guerra contra los hyksos. En esa época el Egipto
Medio era una región estratégica, debido a la rutas que
atravesaban el Desierto Occidental hasta los oasis y desde
ahí hasta Nubia, en el sur.
Hatshepsut afirma en su inscripción haber reconstruido
los templos de Hermópolis, Cusae y Hebenu (la capital del
nomo del Oryx), además de haber actuado en favor de la
diosa leona Pakhet, sagrada para la región en torno al
propio Speos. Este trabajo se habría realizado bajo la
supervisión de Djehuty, «supervisor del tesoro», nomarca
de Herwer (en el Egipto Medio) y «supervisor de los
sacerdotes de Thoth en Hermópolis». Las inscripciones de
su tumba en Dra Abu el Naga mencionan los numerosos
trabajos que supervisó en nombre de Hatshepsut e invocan
a varias divinidades regionales, incluida Hathor de
Cusae[14]. Los dioses de estos centros de culto (Thoth,
Hathor y Horus, respectivamente) recibieron por lo tanto
—como otras divinidades de Nubia y Egipto— un nuevo
porcentaje de los recursos económicos de Egipto.
496
No obstante, ningún lugar recibió más atención por
parte de Hatshepsut que Tebas. Bajo su supervisión, el
templo de Karnak volvió a crecer con trabajos de
construcción supervisados por varios funcionarios,
incluidos Hapuseneb (su «gran sacerdote de Amón»),
Djehuty («supervisor del tesoro», ya mencionado),
Puyemra («segundo sacerdote de Amón») y, por supuesto,
Senenmut («el mayordomo real», ya citado también).
Como es evidente que el país estuvo en paz durante la
mayor parte de su reinado de veinte años, Hatshepsut pudo
explotar la riqueza de los recursos naturales de Egipto y
también los de Nubia. El oro fluía desde los desiertos
orientales y el sur, las valiosas canteras de piedra estaban
activas, Gebel el Silsila comenzó a ser explotada en serio
por su arenisca, se importaba cedro del Levante y el ébano
llegaba desde África (quizá a través del Punt). En las
inscripciones de la reina y sus funcionarios se describen
con cierto detalle los monumentos y los materiales
empleados en su construcción. Es evidente que Hatshepsut
estaba complacida por la cantidad y variedad de bienes de
lujo que podía conseguir y donar en honor de Amón; tanto,
que hizo grabar una escena en Deir el Bahari para mostrar
la cantidad de bienes exóticos traídos desde el Punt. Del
mismo modo, Djehuty detalla los bienes del Punt donados
por la reina a Amón y el electro de las minas del Desierto
Oriental, con el cual se le encargó que embelleciera
Karnak. Djehuty, Hapuseneb y Puyemra se describen como
participantes en la construcción del santuario de ébano
donado al templo de Mut de Isheru en Karnak. El trabajo
en este templo fue dirigido por Senenmut, cuyo nombre
aparece en una puerta, pero Hapuseneb dejó una estatua
en el recinto.
En términos de su imprimatur personal, lo más
497
significativo que Hatshepsut dejó en Karnak es el Octavo
Pilono, un nuevo acceso meridional al recinto del templo.
Situado en el eje procesional norte-sur que conecta Karnak
central con el recinto de Mut, el nuevo pilono de arenisca
fue el primero construido de piedra en esta ruta.
Irónicamente, en la actualidad los esfuerzos constructivos
de Hatshepsut son invisibles, puesto que la fachada del
pilono fue borrada y redecorada durante los primeros años
de Amenhotep II (1427-1400 a. C.), hijo de Tutmosis III. No
obstante, el deseo de Hatshepsut de crear una nueva
entrada principal formaba parte de un plan más ambicioso,
diseñado para asegurar que su relación con el templo no
sería fácil de olvidar. Al conectar Karnak con el templo de
Mut, la reina estaba desviando la atención, quizá de forma
intencionada, del acceso de Tutmosis II delante del Cuarto
Pilono. Del mismo modo, en la avenida norte-sur
construyó un templo dedicado a Amón-Ra-Kamutef, una
forma creadora del dios. Tomadas en conjunto, sus
construcciones en el templo de Luxor (al sur, que albergaba
la fiesta anual de renovación regia), el templo de Mut
(donde residía la consorte de Amón) y el santuario de
Kamutef forman un grupo de edificios en los que
Hatshepsut podía describir y celebrar su nacimiento como
hija de Amón, ganarse el favor de los dioses para su
reinado y desarrollar la reivindicación de divinidad para la
propia realeza.
En algún lugar de Karnak central, Hatshepsut mandó
construir un palacio para sus actividades rituales, además
de edificar una serie de habitaciones en torno al santuario
central de la barca, donde aparecía representada siendo
purificada y aceptada por los dioses. El lugar concreto
donde se alzaba su gran santuario de cuarcita para la barca
sigue siendo objeto de debate, pero actualmente está
498
reconstruido en el Museo al Aire Libre de Karnak. Este
santuario cuenta con escenas de las procesiones asociadas
a la fiesta Opet (durante la cual Amón de Karnak visitaba
el templo de Luxor) y la Bella Fiesta del Valle. Durante esta
última, Amón salía de Karnak para viajar hacia el oeste,
hasta Deir el Medina y los templos de los demás soberanos.
Durante el Reino Nuevo esta fiesta fue la más valorada en
la orilla oeste de Tebas.
Hatshepsut hizo excavar una tumba en el Valle de los
Reyes para ella como soberana. La Tumba KV 20 parece ser
la más antigua del valle y la reina la amplió para dar cabida
tanto a su propio sarcófago como a un segundo que en
principio había sido tallado para la reina y luego regrabado
para su padre, Tutmosis I. Tanto él como Hatshepsut
pueden haber sido enterrados allí, pero posteriormente
Tutmosis III se llevó el cuerpo de Tutmosis I a la KV 38,
que había construido con un propósito similar. La
confusión respecto a las múltiples tumbas y sarcófagos de
Hatshepsut no ha terminado todavía, pero los trabajos de
Luc Gabolde y otros han contribuido a comprender mejor
los primeros momentos del Valle de los Reyes. La reina
también construyó un templo para Amón en Medinet
Habu, en el extremo meridional de Tebas. Completado por
Tutmosis III, su capilla albergaba un culto importante del
dios en el oeste y se convirtió en parte del ciclo procesional
habitual, que incluía Deir el Bahari, Karnak y
posteriormente también implicó a Osiris.
499
El templo de Deir el Bahari: un
compendio del reinado de
Hatshepsut
El templo de Deir el Bahari es el monumento más
duradero de Hatshepsut. Construido con caliza y diseñado
con una serie de terrazas dispuestas contra el acantilado de
una bahía natural excavada por el río y el viento, el templo
de Hatshepsut, llamado «Sagrado de sagrados» (djeser
djeseru), es el compendio más completo de su reinado en
forma material. El diseño del edificio sigue una forma
conocida desde el Primer Período Intermedio, inspirada
sobre todo por el templo de Montuhotep II (2055-2004
a. C.) de la XI Dinastía, situado inmediatamente al sur.
Durante el Segundo Período Intermedio se continuaron
construyendo templos con terrazas y posteriormente
también, sobre todo a comienzos de la XVIII Dinastía
Ahmose en Abydos. Hatshepsut tomó prestadas formas
desarrolladas por muchos de sus predecesores regios; por
ejemplo, las colosales estatuas osirianas dispuestas delante
de los pilares cuadrados de sus columnatas se parecen
mucho a las estatuas de Senusret I. No obstante, la
inspiración de Hatshepsut pudo haber sido su padre,
Tutmosis I, pues sus colosos osirianos de Karnak, aunque
en arenisca, son similares a los de Deir el Bahari.
En el momento de su conclusión, el templo contenía
escenas e inscripciones que caracterizaban cuidadosamente
500
varios aspectos de la vida y el gobierno de Hatshepsut. Las
zonas más accesibles, las columnatas baja e intermedia,
mostraban por ejemplo una campaña nubia, el transporte
de los obeliscos para el templo de Karnak, una expedición
al Punt de donde se trajeron árboles de incienso y
productos africanos, y el nacimiento divino de la soberana.
Los funcionarios asociados a los trabajos aparecen
mencionados por su nombre, incluidos Senenmut y el
tesorero Nehesy. Las inscripciones funerarias de Djehuty y
Senenmut sugieren que participaron activamente en la
construcción y la decoración del templo «sagrado de
sagrados» en Deir el Bahari.
En el extremo sur de la terraza media se construyó una
capilla para Hathor, diosa del cementerio occidental,
delante de la cual había un patio columnado con los
capiteles en forma de emblemas de la diosa con cara de
vaca. Flanquean la entrada a la propia capilla escenas del
rey alimentando a la vaca sagrada. En la terraza superior
hay una entrada central a un patio con peristilo, tras el
cual se encuentra el principal santuario del templo. El lado
norte del patio está decorado con escenas de la Bella Fiesta
del Valle, mientras que en el lado sur hay escenas de la
fiesta Opet. Al norte, otro patio cerrado contenía
santuarios-nicho para los dioses, incluido Amón, y un gran
altar de alabastro egipcio al aire libre para el dios Ra-
Horakhty. Este templo solar fue un significativo añadido al
complejo, y recuerda una forma arcaica vista en la
Pirámide Escalonada de Sakkara, de la III Dinastía. Su
significado para el culto real queda subrayado en las
habitaciones situadas al sur del patio central, donde las
imágenes y los textos expresan el deseo del soberano de
acompañar al dios sol en su diario camino por los cielos y
el otro mundo. Los himnos que describen las deidades que
501
gobernaban cada hora del día y de la noche daban a
Hatshepsut poder sobre el propio tiempo, de modo que
podía fundirse con el sol para la eternidad. En esta terraza
también hay capillas para la propia Hatshepsut y para su
padre, Tutmosis I. Una inscripción acompaña una escena
donde el rey proclama el futuro reinado de su hija.
Una serie de frases destinadas a comunicarse con
aquellos pocos que sabían leer y llegaran a ver las zonas
privadas del templo aluden de forma tangencial a la
inusual naturaleza del reinado de Hatshepsut. Se previene
por dos veces a sus funcionarios: «Aquél que la honre
vivirá, aquél que diga maldades y blasfeme contra su
majestad morirá». Es posible que esta fuera la posición
oficial de la corte de la época y que la inscripción se limite
a monumentalizar una circunstancia bien conocida en los
círculos de la élite de entonces. A juzgar por el súbito
incremento de grandes tumbas decoradas en Tebas y
Sakkara, ademas de por el creciente número de estatuas
privadas dedicadas en templos como Karnak, Hatshepsut
fue muy generosa con aquéllos que la apoyaron. La
soberana parece haber formado una relación simbiótica
con sus nobles, de modo que ella era tan importante para
ellos como ellos para ella. Durante esta época, por primera
vez en las tumbas privadas tebanas el soberano aparece
presentado como el propio dios sol, actuando como
intermediario eterno para el dueño de la tumba. Así es
como muestran a Hatshepsut las tumbas tebanas del
mayordomo real Amenhotep (TT 73)[15] y el copero real
Djehuty (TT 110), una costumbre continuada durante el
gobierno en solitario de Tutmosis III. Estas
representaciones recuerdan las estelas de la élite del Reino
Medio, donde se describe cómo actuaron los reyes de la XII
Dinastía por el bien de Egipto.
502
Las relaciones exteriores durante el
remado de Hatshepsut
La corregencia de Hatshepsut con Tutmosis III no fue
un período de continuas guerras. Hubo varias expediciones
militares a Nubia, que parecen haberse ocupado de
alzamientos locales; pero nada indica que se interrumpiera
la administración del sur encargada al «virrey y supervisor
de los países meridionales». Durante el reinado de
Hatshepsut el virrey Seni fue sucedido por Amennakht y,
durante el reinado en solitario de Tutmosis III, éste cedió
su puesto a Nehy. Al menos hubo otro virrey en ejercicio, a
finales del reinado de Hatshepsut, mas su nombre es
incierto. Estos hombres no sólo gobernaban Nubia, sino
que también supervisaban los proyectos de construcción y
la entrega al soberano de productos nubios como
«tributo», aunque es indudable que vieron poca acción
rnilitar directa.
El viaje comercial de Hatshepsut al Punt fue
promocionado en Egipto como un importante
acontecimiento diplomático. Los productos africanos que
se trajeron, junto al oro y el incienso (incluidos los propios
árboles de incienso), estimularon el interés por los bienes
de lujo exóticos. Los portadores de tributo nubios no
tardaron en aparecer representados en las tumbas privadas
trayendo estos mismos productos: colmillos de marfil,
pieles de leopardo, elefantes vivos y, por supuesto, oro. No
503
está del todo claro cómo pudo la expedición al Punt
inaugurar un comercio más extensivo con las zonas de
África situadas al sur del territorio controlado por Egipto;
pero lo cierto es que sólo después de ella hay informes
consistentes de tributo nubio procedente de las regiones
conquistadas, incluidas listas de los productos exóticos
conseguidos.
Cabe la posibilidad de que las relaciones de Egipto con
el Egeo, atestiguadas por las pinturas minoicas de Tell el
Daba (Avaris), sufrieran un cambio durante el reinado de
Hatshepsut. Si bien Avaris continuó ocupada hasta el
reinado de Amenhotep II, no hay pruebas claras de que
Egipto siguiera en contacto con Creta tras la primera parte
de la XVIII Dinastía. Quizá el comercio se mantuviera a
través de Chipre y el Levante, porque la cerámica
importada es relativamente abundante. Es posible que
durante el reinado de Hatshepsut, cuando en la decoración
mural de las capillas de las tumbas privadas aparecen
delegaciones de keftiu (minoicos a juzgar por las
representaciones egipcias) junto a otros emisarios
extranjeros, Egipto hubiera creado sus propias relaciones
comerciales con la Creta minoica o la Grecia micénica. No
obstante, la consistencia del contacto es dudosa. Pinturas
semejantes de los reinados siguientes a Hatshepsut
muestran una menor familiaridad con los vestidos y
objetos cretenses y los especialistas han llegado a la
conclusión de que el comercio puede haber tenido lugar
por intermedio de Siria-Palestina más que de forma directa.
504
El gobierno en solitario de
Tutmosis III
En algún momento del vigésimo o vigésimo primer año
de reinado de Hatshepsut, el trono revertió a Tutmosis III,
quien no tardó demasiado tiempo en labrarse una
reputación, tanto para él como para Egipto, que todavía se
recordaba un milenio después, si bien de forma un tanto
imprecisa. Al ser un soberano maduro, pero sin
experiencia, Tutmosis III sopesó cuidadosamente la
situación y, sin duda con el consejo de sus colegas
militares, identificó el potencial de gloria y riqueza que se
extendía hacia el noreste. La gloria de la conquista de
Nubia no podía pertenecer a Tutmosis III y Hatshepsut se
había hecho con lo que de ella quedaba al establecer
contacto con el Punt. El único sitio donde conseguir
ganancias rápidas era el Levante, donde Egipto podía
hacerse con el control de la rutas comerciales que hasta el
momento habían estado dominadas por soberanos y
mercaderes sirios, chipriotas, palestinos y egeos. Tras
diecisiete años de campañas militares, Tutmosis III había
dejado firmemente establecido el control egipcio sobre
Palestina y había realizado importantes avances en el sur
de Siria. Su reputación estaba asegurada y las ganancias
conseguidas se gastaban a lo grande en beneficio de los
templos de Amón y otros dioses, así como en aquellos
hombres que habían seguido al rey en su búsqueda.
505
El rey no profanó el nombre y los monumentos de
Hatshepsut hasta los últimos años de su reinado; lo que sí
hizo fue intentar llenar el paisaje del Nilo con recordatorios
de su propio mandato. Es interesante observar que el estilo
artístico de los retratos de Tutmosis III es extremadamente
difícil de diferenciar del de los últimos monumentos de
Hatshepsut. Sólo en el tipo de cuerpo decidió Tutmosis III
ser presentado de forma ligeramente distinta, pues sus
imágenes le muestran con los hombros más anchos y el
torso superior más pesado que los de Hatshepsut, tanto en
los relieves como en la estatuaria; este cuerpo más viril
sería utilizado después por Amenhotep II. El rostro de
Tutmosis III continúa el perfil «tutmósida» ya visto en
Tutmosis I, que incluye una nariz larga ligeramente
aguileña, de punta curvada y base ancha. La boca es
grande, con el labio superior protuberante debido al
prognatismo de la familia.
Tutmosis III utilizó sus treinta y dos años de reinado
para hacer que su nombre estuviera presente por todo
Egipto y Nubia. Se mantuvo activo en Gebel Barkal (el
punto más meridional de Nubia), Say, Pnubs (en la tercera
catarata), Semna, Kumma, Uronarti, Buhen, Quban,
Amada, Faras y Ellesiya, así como en varias localidades
más en las que se han encontrado bloques con su nombre.
Más al norte, sus monumentos están bien atestiguados en
Elefantina (donde construyó un templo para la diosa Satet
de la primera catarata), en Kom Ombo, Edfu, Elkab, Tod,
Armant, Tebas, Akhmin, Hermópolis y Heliópolis. En una
estatua del «supervisor de los trabajos» Minmose, en el
cargo durante la parte final del reinado de Tutmosis III, se
puede leer una lista de los lugares de culto en los que
trabajó. Además de los ya mencionados, cita Medamud,
Asyut, Atfih y varias localidades del delta, entre ellas Buto,
506
Busiris y Chemnis. Si bien todavía no se ha identificado en
el delta ningún edificio de Tutmosis III, la inscripción de
Minmose sugiere que tanto este soberano como otros de
principios de la XVIII Dinastía estuvieron activos en la
zona.
Karnak continuó siendo un lugar especialmente
querido. Tutmosis III reestructuró de forma un tanto
inmisericorde las zonas centrales del templo, desmontando
las capillas de caliza de Amenhotep I y reemplazándolas
por otras de arenisca. Poco después de haber empezado su
período de gobierno en solitario, comenzó la construcción
de su principal edificio en Karnak: «[Tutmosis III] efectivo
de monumentos» (akh menu). El tema general de las
escenas en relieve del edificio está relacionado con la
renovación del reinado de Tutmosis III, principalmente
mediante la fiesta Sed, que celebró por primera vez a los
treinta años de reinado. En general, la veneración a la
realeza encaja bien con el propósito del edificio y lo
relaciona con las capillas situadas en torno al patio central.
Avanzado su reinado, Tutmosis III hizo redecorar toda la
zona central con escenas, y sobre todo con inscripciones,
donde se detallaban sus campañas en Asia. Estos anales,
escritos en el cuadragésimo segundo año de su reinado, se
han convertido en la principal fuente histórica sobre las
conquistas del rey, pues presentan tanto episodios
concretos de la guerra como listas del botín capturado.
Según se describe en los Anales, el enriquecimiento del
templo de Amón fue enorme: sólo los edificios nuevos son
ya numerosos. El rey añadió el Sexto y el Séptimo Pilónos,
este último cubierto de escenas e inscripciones donde se
mencionan los lugares que afirmaba controlar. En el lado
norte del recinto se construyó un templo para el dios Ptah
y en el centro del templo un santuario de granito para la
507
barca, así como otro de alabastro egipcio que más tarde se
uniría a un santuario de Tutmosis IV (1400-1390 a. C.) y fue
situado junto al Cuarto Pilono. Durante el reinado de
Tutmosis III también se modificaron los trabajos realizados
por Hatshepsut, una tarea que terminaría el hijo de aquél,
Amenhotep II, pero incluso sin ella la actividad era
incesante. Entre los «grandes sacerdotes de Amón» figuran
el enérgico Menkheperraseneb, dueño de la TT 86, su
sobrino del mismo nombre (TT 112) y Amenemhat (TT 97).
Es probable que Amenemhat fuera el último «gran
sacerdote de Amón» de Tutmosis III y continuó en el cargo
durante gran parte del reinado de Amenhotep II, después
de que Menkheperraseneb cediera el puesto a su sobrino
durante un breve período.
Los «grandes sacerdotes» eran responsables no sólo de
Karnak, sino también de los trabajos en nombre del dios
realizados en la orilla occidental de Tebas. Tutmosis III
estuvo extremadamente activo en Medinet Habu, donde
completó el pequeño templo de Amón y también construyó
un templo conmemorativo para su padre, justo al norte del
anterior. Más avanzado el reinado convirtió un santuario
construido en Deir el Bahari en su propia capilla, llamada
«Horizonte sagrado» (djeser akhet). La tumba de
Tutmosis III en el Valle de los Reyes (KV 34) fue tallada en
un acantilado, en el que penetró profundamente. Los
muros de la cámara funeraria están cubiertos con textos
hieráticos blancos y rojos de varios libros del más allá: la
Letanía de Ra, que menciona todos los nombres del dios sol
para que ayuden al rey en su viaje por el otro mundo, y el
Libro de lo que está en el otro mundo (Amduat), que
proporciona al rey un mapa del más allá y fórmulas para
conseguir la justificación eterna.
508
Tutmosis III en el Levante
Casi inmediatamente después de comenzar su reinado
en solitario, Tutmosis III encabezó una expedición al
Levante con la cual intentó hacerse con el control de varias
ciudades que reconocían el dominio de Mitanni desde el
noreste de Siria. Aparentemente utilizó el rey como excusa
la necesidad de solucionar las rencillas locales en Sharuhen
y sus cercanías para dirigirse a Gaza desde la fortaleza
fronteriza egipcia de Tjaru. Gaza había estado bajo control
egipcio al menos desde época de Ahmose y hemos de
suponer que la lealtad de la ciudad se presuponía desde
este reinado. Los Anales recogen que en esta primera
campaña en el vigésimo tercer año de reinado, Tutmosis III
dejó Gaza y planeó su ataque contra Meggido comenzando
por la ciudad deYahem, una importante ciudad-estado
ocupada entonces por el soberano de Qadesh. También
estaba protegida por un grupo de jefes que representaban
regiones de Levante tan alejadas como Nahrin (Mitanni y
la Siria dominada por ella). La inscripción de Tutmosis
indica que estos jefes se mantenían leales a Egipto, lo que
se consideraría como una verdadera amenaza. El acceso al
cedro del Líbano, a las fuentes de cobre y estaño y a otros
productos valiosos pudo haber quedado en peligro debido
al control de Mitanni sobre el norte de Palestina y la franja
costera.
Una vez en campaña, Tutmosis III descubrió las
509
verdaderas recompensas de la guerra. El botín fue tan
grande que continuó guerreando de forma intermitente
hasta el cuadragésimo segundo año de reinado en las
regiones del norte de Palestina, el Líbano y partes de Siria.
El botín conseguido en la batalla de Meggido, junto a las
ofertas de paz recibidas tras los siete meses de asedio de la
ciudad, fue considerable e incluía S94 carros (entre ellos
dos forrados de oro), 200 armaduras (dos de ellas de bronce
pertenecientes a los jefes de Meggido y Qadesh), así como
2.000 caballos y 25.000 animales. Tras el asedio de
Meggido, Tutmosis reemplazó a los derrotados jefes locales
y continuó hacia el norte, en dirección al río Litani. Los
objetos de lujo tomados de varias ciudades a las que
derrotó se describen meticulosamente en los Anales, igual
que las diferentes clases de cautivos, que aparecen
enumeradas. Las campañas de los años 24-32 destacan la
atención que le prestaba el rey al litoral levantino, con sus
bosques y puertos, además de a las zonas al oeste de Siria.
Los textos egipcios incluyen una amplia gama de
materiales, desde metales preciosos (oro, plata, cobre y
plomo) hasta madera, aceite, e incluso alimentos y
cosechas de cereales. El rey envió a Egipto a los hijos de los
gobernantes de las ciudades para que fueran egiptizados.
Según los Anales del año 30, «quienquiera que muriera
entre estos jefes, su majestad hacía que su hijo ocupara su
puesto».
Si tenemos razón al asumir que el topónimo Nahrin no
aparece en las inscripciones egipcias antes de la octava
campaña de Tutmosis III (en el año 33 de su reinado),
sencillamente porque era demasiado poderoso como para
mencionarlo en los monumentos reales egipcios, entonces
la conquista de los vasallos sirios por parte del rey fue un
logro realmente significativo. El hasta entonces
510
pobremente documentado Estado de Nahrin, aparece de
repente en los últimos años del reinado de Tutmosis III en
todo tipo de inscripciones jeroglíficas: además de en los
Anales, el aparente cruce del Eufrates por parte del rey
aparece en la Estela de Gebel Barkal (erigida en la cuarta
catarata en Nubia), en un obelisco de Karnak, en la Estela
Poética de Karnak y en la Estela de Armant. Aparecen
también referencias a Nahrin en las numerosas listas de
topónimos del reinado. La cantidad de botín conseguido
durante las campañas sirias es impresionante, tanto para el
soberano como para sus soldados. Con la excepción del
período subsiguiente a la octava campaña, ocurrida en el
año 33, en los Anales los ingresos procedentes de Nahrin
aparecen mencionados como botín, ya sea originado por
los saqueos del ejército o capturado por el rey. Parece que
por entonces Nahrin no realizaba entregas anuales (inu),
como señalan claramente los Anales al comparar esta
entrega única tras la campaña del año 33 con la de otras
zonas designadas como «de este año». Esto puede
interpretarse como que la fuente de los ingresos de Egipto
eran sólo los derrotados vasallos de Mitanni y no el rey de
Mitanni en su capital, Washshukanni. Si bien los objetos y
personas conseguidos en Nahrin son considerables, los
ingresos anuales procedentes de Retjenu y Djahy incluyen
muchos más objetos y materiales preciosos. Es evidente
que Tutmosis III todavía seguía en guerra con Mitanni.
La participación en la conquista de Siria, Nahrin
incluida, de una recién formada élite militar egipcia se
conmemora en al menos siete tumbas tebanas del reinado
de Tutmosis III y de comienzos del de Amenhotep II,
además de en numerosas estatuas y estelas de particulares
(TT 42, 74, 84, 85, 86, 88, 92, 100, 131, 155 y 200). En las
capillas de estas tumbas el énfasis se pone tanto en los
511
cautivos de las expediciones militares, las guerras o los
propios soldados, como en los objetos de lujo conseguidos
de las entregas extranjeras. No obstante, el aspecto militar
de los encuentros egipcio-mitannios tendría una vida corta,
porque sería sustituido por el cada vez mayor prestigio
concedido a los productos sirios. Las tumbas decoradas a
partir de la primera década del reinado de Amenhotep II
celebran los ingresos como si fueran tributos extranjeros,
sobre todo los de naturaleza exótica, formalizándose los
elementos de conquista dentro de procesiones de
celebración. Por ejemplo, en la tumba de Kenamon (TT 93),
decorada avanzado el reinado de Amenhotep II, no hay
ningún texto que describa las guerras sirias, ni un listado
del botín, como sí sucede en la capilla de Suemniwet (TT
85), o la presentación de los hijos de los jefes extranjeros,
como sí vemos en la capilla de Amenemheb (TT 85). En vez
de ello, sus paredes muestran los regalos de Año Nuevo
para el rey, entre los cuales hay numerosas armas y
armaduras, así como dos carros. La filacteria del carro que
aparece en el registro superior alardea de que la madera se
trajo desde el país extranjero de Nahrin, mientras que el
carro de debajo está diseñado para ser utilizado en la
guerra contra los meridionales y los septentrionales.
Debajo del carro superior hay una pila de cascos de estilo
sirio, mientras que debajo del otro carro vemos un montón
de marfil; es evidente que se trata de una alusión a la
antigua guerra en ambas regiones, Asia y Nubia
respectivamente.
Entre los regalos de Año Nuevo de la tumba de
Kenamon también hay un grupo de recipientes de cristal
que imitan mármol. Este tipo de cristal es particularmente
característico del norte de Siria y del norte de Irak. De
hecho, la introducción a gran escala de cristal formado a
512
partir de un núcleo puede muy bien haber sido resultado
de las guerras contra Mitanni. Muy posiblemente, los
recipientes de cristal, aparecidos primero en centros
mitannios como Tell Brak y Tell Rimah, se convirtieron
con rapidez en objetos copiados (y muy mejorados) en
Egipto. Los recipientes de plata y oro (descritos a menudo
en las listas de botines como «de fondo plano») asociados
al litoral mediterráneo (aparecen mencionados como
«trabajo de Djahy») también llegan como ingresos
procedentes de Nahrin (en el año 33) y, al igual que con el
cristal, las copias de estilo egipcio de estos recipientes
sirios no tardaron en ponerse de moda. El famoso
recipiente de plata de fondo plano inscrito para el soldado
Djehuty durante el reinado de Tutmosis III es uno de estos
cuencos; un recipiente de oro de Djehuty, también en el
Museo del Louvre, puede que sea una copia moderna de
uno de plata; hay muchas imágenes de ellos en las paredes
de los templos y tumbas de Tebas.
Junto con los productos de lujo de estilo sirio hicieron
su aparición los dioses de la región y durante el reinado de
Amenhotep II los cultos de las deidades asiáticas Reshef y
Astarté se fomentaron ampliamente en Egipto. Resulta
significativo que el gusto por los productos de estilo
mitannio durara mucho más que la moda de las
condecoraciones militares. Un tipo especial de león de oro,
que se entregaba a los soldados en las campañas sirias, deja
de encontrarse tras los primeros momentos del reinado de
Amenhotep II; pero los recipientes metálicos y de cristal de
estilo sirio siguieron siendo símbolos de categoría a lo
largo de toda la XVIII Dinastía, y se copiaron de formas
diversas en Egipto. Del mismo modo, las escenas donde se
presentan cautivos y botín sirios desaparecieron tras los
primeros momentos del reinado de Amenhotep II, en favor
513
de escenas de representantes extranjeros ofreciendo sus
preciados objetos de lujo como muestra de homenaje al
faraón.
En la transformación iconográfica de Mitanni, desde
archienemigo a dócil fuente de productos de prestigio,
podemos ver el camino recorrido por Egipto hacia una
alianza con Nahrin. No se sabe con certeza si las tres
esposas de Tutmosis III enterradas en Wadi Qubbanet el
Qirud (en la orilla occidental de Tebas) eran sirias, pero sus
nombres ciertamente sí son asiáticos y su riqueza en oro
era grande. Quizá se trate de un reflejo del cambio del
punto de vista egipcio respecto al este: el mismo rey que
durante veinte años estuvo organizando campañas para
conquistar Retjenu y Nahrin se casa después con mujeres
de la región y las cubre de riquezas. A pesar de las futuras
batallas de Amenhotep II en Siria, al terminarse el reinado
de Tutmosis III el interés egipcio por la paz era inminente.
Entre las esposas de Tutmosis III figura una mujer
llamada Sitiah, hija de una «niñera real». Posee los títulos
de «gran esposa real» y —en un único texto— «esposa del
dios». Si realmente reemplazó a Nefrura en el puesto de
sacerdotisa, sólo fue hasta que la hija del soberano,
Merytamon, fue lo suficientemente mayor como para
hacerse cargo del mismo. No se sabe con total certeza si
Sitiah tuvo o no hijos, mientras que la madre de
Amenhotep II, Merytra, parece haber tenido varios.
Aparentemente, Merytra (hija de Huy, «divina adoratriz de
Amón y Atum» y «jefa de las cantantes del coro de Ra»)
dio a luz a Amenhotep, a la princesa Merytamon, al
príncipe Menkheperra, a la princesa Isis, a otra princesa
llamada Mery(t)amon y a una pequeña princesa llamada
Nebetiunet. Merytra aparece como reina en el templo de
514
Medinet Habu y en la tumba de Tutmosis III, donde
también podemos ver a una tercera esposa, Nebetta, y a la
princesa Nefertiry.
515
Amenhotep II
No sabemos si a finales del reinado de Tutmosis III
todavía seguía vivo algún miembro de la rama familiar de
Hatshepsut (descendiente de la reina Ahmose). No
obstante, en el quincuagésimo primer año de su reinado, el
anciano soberano nombró corregente a su hijo Amenhotep
y compartió con él la monarquía durante poco más de dos
años. La damnatio memoriae de Hatshepsut, comenzada en
torno al año 46 o 47, había abierto el camino para este
reinado conjunto; pues el propio Amenhotep II completó la
profanación de los monumentos de la soberana. Para
terminar con las posibles reclamaciones de Hatshepsut y su
linaje, sus monumentos se modificaron sistemáticamente:
algunos quedaron oscurecidos por nuevos trabajos, otros se
mutilaron para borrar cualquier resto de su nombre y
muchos se alteraron de tal modo que los nombres de
Tutmosis III o Amenhotep II reemplazaron a los de
Hatshepsut. Dado que Tutmosis intentó acabar con el
recuerdo de la reina veinticinco años después de su
desaparición, no parece que se tratara de un acto de pura
venganza contra su madrastra, sobre todo porque el rey
había conservado a varios de los funcionarios de
Hatshepsut, que completaron su carrera y construyeron
sus tumbas destacando en ellas el nombre de Tutmosis.
Quizá la muerte de hombres que sirvieron a ambos
soberanos, como Puyemra, «segundo sacerdote de Amón»,
516
e Intef, alcalde de Thinis (la región de Abydos) y
gobernador de los oasis, debilitó las objeciones a la
execración de Hatshepsut.
El reinado de Amenhotep II fue un punto de inflexión
en el comienzo del Reino Nuevo; si bien en la actualidad a
menudo queda oscurecido por la sombra tanto de sus dos
predecesores como de sus sucesores de finales de la XVIII
Dinastía. Durante su reinado de casi treinta años (la fecha
más alta conocida del mismo es el año vigésimo sexto) el
rey tuvo éxitos militares en Levante, llevó la paz y sus
recompensas económicas a Egipto y amplió fielmente los
monumentos a los dioses. En su época, Amenhotep II se
ganó el reconocimiento de los suyos, sobre todo por sus
virtudes atléticas (de hecho, sus monumentos a menudo
aluden a ellas). Cuando era joven, el rey vivía en la región
de Menfis y entrenaba caballos en los establos de su padre
(si hemos de creer la inscripción que dejó en una estela en
el templo de la Esfinge en Guiza). Su mayor hazaña tuvo
lugar cuando atravesó con sus flechas blancos de cobre
mientras conducía un carro con las riendas atadas a la
cintura. La fama de este logro se plasmó en monumentos,
no sólo en la inscripción de la estela de Guiza, sino en
relieves de Tebas. También apareció miniaturizada en
escarabeos encontrados en Levante. Sara Morris, una
historiadora de arte clásico, sugiere que el éxito de
Amenhotep con los blancos es la base sobre la que, cientos
de años después, se construyó el episodio de la Ilíada en el
que se dice que Aquiles atravesó con sus flechas una serie
de blancos dispuestos en una trinchera.
La mayor parte del reinado de Amenhotep II fue
pacífica, siendo un largo período de estabilidad. Algunos
papiros administrativos de su reinado documentan
517
florecientes organizaciones agrícolas e industriales en
varias zonas de Egipto. Funcionaba una eficaz burocracia y
Amenhotep II parece haber hecho buen uso de sus
administradores. Animó a los hombres que habían servido
a su padre a que continuaran con él y situó a amigos
íntimos en puestos clave. En esta época también se
copiaron algunas composiciones literarias del Reino Medio,
lo cual sugiere un creciente interés en el refinamiento
cultural más que en el valor militar. Si bien el arte real
continuó igual de idealizado y formal que durante el
reinado de Tutmosis III, el estilo de la pintura en contextos
no regios comenzó a traicionar un individualismo artístico
que posteriormente se acentuaría.
518
El programa constructivo de
Amenhotep II
Amenhotep II construyó edificios o añadió anejos a
monumentos ya existentes en casi todos los centros
importantes donde su padre había dejado su impronta.
Durante los tres primeros años de su reinado se erigieron
construcciones con el nombre de ambos monarcas, sobre
todo en Amada (Baja Nubia), donde se edificó un templo en
honor de Amón y Ra-Horakhty que los conmemoraba a los
dos por igual, y en Karnak, donde ambos reyes
participaron en la eliminación de los vestigios de los
monumentos de Hatshepsut enmascarándolos con los
suyos. En el patio situado entre el Cuarto y el Quinto
Pilono, las columnas añadidas y la manipostería situada en
torno a los obeliscos de la reina en ocasiones llevan el
nombre de un soberano y en otras el del otro. Es imposible
saber si estas modificaciones se efectuaron de forma
simultánea (durante la corregencia) o consecutiva.
Nuestro faraón también dejó monumentos en Pnubs
(en la isla de Argo), Sai, Uronarti, Kumma, Buhen, Qasr
Ibrim, Amada, Sehel, Elefantina, Gebel Tingar (una capilla
cerca de la cantera de cuarcita en la orilla occidental de
Asuán), Gebel el Silsila, Elkab, Tod (una capilla de la barca
de la corregencia), Armant, Karnak, Tebas (incluida su
tumba, la KV 35 del Valle de los Reyes, y un templo
funerario hoy destruido), Medamud, Dendera, Guiza y
519
Heliópolis. En el año 4 de su reinado se reabrieron las
canteras de Tura para construir un templo de caliza, pero
su localización es incierta y no se trata del templo
funerario del rey en Tebas, puesto que su estructura es de
arenisca y adobe.
Los sitios donde los esfuerzos constructivos de
Amenhotep II dejaron una impresión mayor fueron Guiza
y Karnak, a pesar de que los trabajos del soberano en Guiza
no fueran especialmente ambiciosos. Con todo y con ello,
construyó un templo para el dios Horemakhet, el dios sol
identificado con la Gran Esfinge. Se ha podido observar
que, desde el reinado de Tutmosis I, la zona en torno a la
Esfinge era visitada por príncipes y peregrinos que
recorrían los grandes complejos piramidales de Khufu y
Khafra. La Esfinge y su anfiteatro se convirtieron en la
sede de un culto a los antepasados regios, incluidos el
propio Amenhotep II y su hijo, Tutmosis IV, que erigió la
Estela de la Esfinge entre las patas anteriores de esta gran
estatua leonina. El culto a Horemakhet y la veneración
regia continuaron hasta la época romana, cuando los
peregrinos dejaban ofrendas votivas en el muro del recinto
del anfiteatro o, si era posible, en las capillas. Por lo tanto,
la dedicación por parte de Amenhotep II de un pequeño
templo a Horemakhet (también descrito como Hauron en
el depósito de fundación del rey en este lugar) es un
momento importante de la historia de la Esfinge como
centro de adoración. Sus propios hijos dejaron estelas en el
templo, algunas con imágenes que muestran que en su
momento una estatua de Amenhotep II se alzó junto al
pecho de la Esfinge. Mark Lehner ha reconstruido el
aspecto de la Esfinge con esta estatua de la XVIII Dinastía
en su lugar.
520
Cuando Amenhotep II hubo terminado su programa de
borrado en los monumentos de Hatshepsut en Karnak,
pudo concentrarse en los preparativos de su jubileo real en
su templo. Al igual que Tutmosis III había construido en el
recinto de Amón en Karnak el templo de la fiesta conocido
como «Efectivo de monumentos», Amenhotep II creó un
edificio para su fiesta Sed. Su pabellón, tal cual lo ha
reconstruido Charles van Siclen, consistía en un patio con
pilares cuadrados y muros decorados con relieves en los
laterales. Fechado en la parte final de su reinado, a juzgar
tanto por su estilo artístico como por sus inscripciones, se
encontraba delante de la entrada sur del templo, en el
Octavo Pilono, creando así un nuevo acceso principal al
templo, del mismo modo que Hatshepsut había hecho antes
que él. Delante de su patio de la fiesta Sed había terrenos
de Amón, jardines con vegetales y plantas agradables. Los
pilares llevaban la inusual dedicatoria: «La primera vez de
repetir [o “y repetición de”] la fiesta Sed», la cual puede
implicar que antes de la construcción de este patio ya había
celebrado un jubileo. No obstante, son fórmulas difíciles de
interpretar y pueden tratarse sencillamente de deseos para
la futura fiesta Sed del rey. Siguiendo una antigua
tradición, la decoración en relieve del pabellón de la fiesta
contenía elaborados símbolos para el soberano, que
enfatizaban sobre todo las conexiones solares; por ejemplo,
múltiples discos solares sobre las coronas y sobre ellos
diminutos halcones, identificándolo así con Ra-Horakhty
con cabeza de halcón.
En el pequeño templo de Tutmosis III en Deir el Bahari
se utilizó un extravagante simbolismo solar similar y se
trata de un monumento que también data del período que
siguió a los preparativos para la celebración del jubileo del
rey. El edificio de la fiesta Sed de Amenhotep II incluía
521
escenas con su madre, Merytra, que hacía las veces de su
reina y, lo que es más importante, de «esposa del dios
Anión». El edificio fue desmantelado a finales de la XVIII
Dinastía para dejar sitio a las modificaciones del sector
realizadas por Horemheb (1323 a. C.), siendo reconstruido
después con una forma arquitectónica diferente por Seti I
(1294-1279 a. C.) a comienzos de la XIX Dinastía.
Amenhotep II también construyó un templo para
Amón en Karnak norte, un recinto dedicado
posteriormente a Montu de Tebas. No obstante, los bloques
de este edificio forman parte en la actualidad de los
cimientos de un templo construido durante el reinado de
Amenhotep III y adaptado posteriormente durante la época
ptolemaica. Su función original sigue siendo una incógnita.
No obstante, la existencia de otras entradas y bloques
procedentes de Karnak norte indican que el rey estaba
interesado en desarrollar este sector, quizá debido a su
interés por extender el eje norte-sur de la parte central de
Karnak. Al norte del templo propiamente dicho se han
encontrado elementos en piedra de puertas procedentes de
un palacio; quizá señalen el emplazamiento de una
residencia ceremonial de Amenhotep II. Es posible que el
interés del rey por el templo de Montu en Medamut, unos
ocho kilómetros al norte, también tenga algo de notable,
puesto que con posterioridad existió una vía procesional
entre Karnak norte y Medamud.
522
Amenhotep II en el Levante
Amenhotep II llevó a cabo dos campañas en Siria, la
primera probablemente en el año 7 y la segunda en el año
9. Aparecen descritas en estelas dejadas en Amada, Menfis
y Karnak. La primera campaña se concentró en la derrota
de los jefes no alineados y en sofocar las rebeliones
surgidas entre vasallos recientemente adquiridos. Entre
estos últimos, la región de Takhsy mencionada en la tumba
tebana de Amenemheb (TT 85), fue un objetivo primario
conseguido. Los siete jefes derrotados de la región fueron
llevados hasta Tebas cabeza abajo en el barco del soberano,
para ser colgados seis de ellos de los muros del templo. El
otro fue llevado hasta Napata, en Sudán, donde su cuerpo
fue colgado, indudablemente como ejemplo para la
población local. Según las estelas, el botín que Amenhotep
afirmaba haber conseguido durante la primera campaña
incluía unos increíbles 6.800 deben de oro y 500.000 deben
de cobre (746 y 54.924 kilos de peso respectivamente),
además de 550 cautivos mariannu, 210 caballos y 300
carros. La segunda campaña, en el año 9, tuvo lugar en su
mayor parte en Palestina.
Aparte de los topónimos estándar en «anillos de
nombre», ninguno de los textos monumentales de
Amenhotep II contiene referencias hostiles a Mitanni o
Nahrin (a pesar de que las inscripciones narran sus
campañas sirias), lo cual probablemente sea intencionado.
523
En vez del apelativo de Tutmosis III «esos enemigos de
Nahrin», Amenhotep II utiliza varias veces el arcaico
término genérico egipcio setjetyu («asiáticos»). El lenguaje
de las estelas, compuestas tras el final de los conflictos, en
el año 9 o más tarde, refleja el hecho de que la paz con
Mitanni estaba cercana. De hecho, la estela de Menfis
muestra un añadido al final donde se informa de que los
jefes de Nahrin, Hatti y Sangar (Babilonia) llegaron ante el
rey con regalos y pidiendo a cambio regalos-ofrenda
(hetepu), además de solicitando el aliento de vida. Es sin
duda el primer anuncio oficial de la paz con Mitanni, si
bien en tiempos de Tutmosis III ya existían buenas
relaciones con Babilonia y otros.
La importancia de la nueva alianza de Amenhotep II
con Nahrin queda subrayada al haber sido expuesta en una
inscripción vertical en la wadjyt, o sala columnada, situada
entre el Cuarto y el Quinto Pilono de Karnak. El
emplazamiento es significativo, porque la sala era venerada
como el lugar donde Tutmosis III recibió un oráculo divino
proclamando su futuro ascenso al trono. Además, la
relación de la sala con un hnaje que se remontaba a
Tutmosis I, el primer rey en aventurarse en Siria, la
convertía en el lugar perfecto para vanagloriarse de la
relación con Mitanni. La inscripción destaca a Siria,
diciendo: «Los jefes (weru) de Mitanni (My-tn) vinieron a
él, sus entregas sobre la espalda, para solicitar regalos-
ofrenda (hetepu) de su majestad en busca del aliento de
vida». Al final del reinado de Amenhotep II, el retrato de
Mitanni, hasta hacía poco el vil enemigo del rey, se había
equiparado al de otros aliados cercanos de Egipto. En los
monumentos del valle del Nilo, los reyes hermanos de
Babilonia, Hatti y Nahrin siempre aparecen representados
suplicando vida del rey egipcio. No obstante, el entusiasmo
524
de Amenhotep II delata que se trató de una paz ganada con
esfuerzo. Es evidente que el faraón consideraba que la
afianza era muy buena, tanto dentro como fuera de las
fronteras egipcias.
525
Las esposas reales de mediados de la
XVIII Dinastía
La documentación nos permite conocer a varios
príncipes del reinado de Amenhotep II: Amenhotep,
Tutmosis, Khaemwaset (?), Amenemopet, Ahmose,
Webensenu y Nedjem, así como los anónimos príncipes A
y B conocidos por las estelas erigidas en Guiza. Es posible
que otro príncipe, llamado Aakheperura, naciera a finales
del reinado de Amenhotep II o en el de Tutmosis IV. Al
contrario que en reinados anteriores, las princesas resultan
difíciles de documentar. La abundancia de varones jóvenes
en la familia real contrasta con la primera parte de la
dinastía, cuando los príncipes adultos parecen haber sido
escasos, quizá debido a que morían en las campañas
militares o de enfermedades en la niñez. La escasez de
príncipes, quizá debida en parte a la preferencia dinástica
por las hermanas princesas como reinas, parece haber
inspirado la norma de tomar esposas secundarias además
de a las «grandes esposas reales». Estas «esposas reales»,
como Nebetta y las tres reinas levantinas de Tutmosis III,
de las que ya hemos hablado, probablemente fueran
distintas de las mujeres de la corte de rango desconocido
con las cuales los reyes mantenían relaciones sexuales.
Estas mujeres, como Mutnofret, Isis, Tiaa y Mutemwiya,
tenían hijos que se convertían en reyes y ascendían a sus
madres a la categoría de reinas. No obstante, no sabemos
526
qué mujeres (aparte de Tiaa, madre de Tutmosis IV) fueron
las madres de los numerosos vástagos de Amenhotep II.
No sólo su elevada capacidad procreadora distingue a
Amenhotep II de sus predecesores. Al contrario que ellos,
no reconoció públicamente a ninguna esposa que no fuera
su madre, Merytra, que sirvió como «gran esposa real»
durante gran parte de su reinado. La ausencia de esposas
puede considerarse como un rechazo consciente del papel
dinástico que tuvieron las princesas como reinas y
«esposas del dios Amón» desde el momento de la creación
de la dinastía hasta el reinado de Hatshepsut. Quizá
Tutmosis III y Amenhotep II se dieron cuenta de que reinas
como Hatshepsut, que representaban a la familia dinástica,
podían ser peligrosas si se volvían demasiado ricas y
poderosas. Además, la usurpación del trono por parte de
reinas convertidas en soberanas puede haber dado a
Tutmosis III y a Amenhotep II un incentivo especial para
procrear hijos varones. Esta conclusión animó a los reyes a
escoger como «gran esposa real» a mujeres ajenas al linaje
real principal, como hizo Tutmosis III con Sitiah y Merytra.
527
La legitimación de Tutmosis IV
La sucesión de Tutmosis IV parece no haber tenido
reconocimiento alguno por parte de Amenhotep II, ya sea
mediante una corregencia o mediante una declaración de
intenciones. En una estatua dedicada durante el reinado de
Amenhotep I por el príncipe Tutmosis (más tarde
Tutmosis IV) en el templo de Mut en Karnak, el tutor que
acompaña al príncipe, llamado Hekareshu, aparece
designado sencillamente como «niñera de los hijos reales»;
no obstante, tras el ascenso de Tutmosis al trono,
Hekareshu fue retrospectivamente llamado «padre del
dios» y «niñera del hijo mayor del rey». Si bien Merytra
puede haber aparecido en los últimos monumentos de
Tutmosis III, la madre de Tutmosis IV, Tiaa, no puede ser
reconocida con certeza en ningún monumento de
Amenhotep II que no se trate de un añadido posterior
realizado por el propio Tutmosis. Antes del reinado de su
hijo no existen pruebas de que la posición de Tiaa influyera
en la sucesión.
Durante la XVIII Dinastía, los hijos reales eran criados
por las niñeras reales (hombres y mujeres), junto con
tutores sacados de las filas de los cortesanos retirados. Por
lo tanto, el aumento de documentación sobre los príncipes
de esta época no es en absoluto casualidad. No es difícil
imaginar la competencia existente entre las crecientes filas
de jóvenes y capaces príncipes, sobre todo al cesar las
528
campañas militares regulares en Asia tras la primera
década del reinado de Amenhotep II. Entre jóvenes
ambiciosos esta competencia podía tornarse en
enfrentamiento. La historia del acceso de Tutmosis IV a la
realeza, que aparece narrada en la Estela de la Esfinge de
Guiza, se ha interpretado como una sugerencia de que no
era el heredero legítimo; pero es posible que sólo nos esté
indicando que durante el Reino Nuevo la ideología real
recurría a la legitimación divina. La mera belleza de la
Estela de la Esfinge es una buena razón para citar parte de
ella:
La estatua del mismísimo gran Khepri [la Gran
Esfinge] descansaba en su sitio, grande de fama,
sagrado de respeto, la sombra de Ra descansando
sobre él. Menfis y todas las ciudades de sus dos
lados vinieron a él, con los brazos en adoración
frente a su rostro, llevando grandes ofrendas para
su ka. Uno de esos días sucedió que el príncipe
Tutmosis llegó viajando en el momento del
mediodía. Descansó en la sombra de este gran dios.
[Se durmió y] el sueño [tomó posesión de él] en el
momento en que el sol estaba en su cénit. Entonces
se encontró a la majestad de este noble dios
hablando por su propia voz como un padre le habla
a su hijo y diciéndole: «Mírame, obsérvame, mi hijo
Tutmosis. Soy tu padre Horemakhet-Khepri-Ra-
Atum. Te daré la realeza [sobre la tierra delante de
los vivos. […] [Mira, mi condición es como la de
uno que está enfermo], todos [mis miembros están
en mal estado]. La arena del desierto, sobre la cual
yo solía estar, (ahora) se enfrenta a mí, y para poder
hacer eso tienes que hacer lo que está en mi
529
corazón que he esperado».
La petición realizada a Tutmosis de librar a la Esfinge
de las arenas fue escuchada y, tanto el muro de contención
que rodea el anfiteatro como las estelas erigidas en torno a
ella, documentan los trabajos del rey en la zona. Es posible
que sus esfuerzos de construcción estuvieran destinados a
desviar la atención de los problemas de la sucesión. En
varios monumentos dedicados por los hermanos de
Tutmosis en el templo de su padre Amenhotep II en la
Esfinge de Guiza podemos apreciar un atisbo de lucha por
el trono. Las estelas se encontraron rotas y mutiladas y su
borrado sugiere algún tipo de damnatio memoriae, pero no
contamos con ninguna prueba que demuestre qué pudo
provocarla. El candidato más probable de entre los hijos de
Amenhotep II a ser el dueño de las borradas Estelas de
Guiza A y B es el príncipe Webensu. Sus vasos canopos y
sus shabtis se hallaron en la tumba de Amenhotep II (KV 35
en el Valle de los Reyes), pero es difícil saber cuándo
fueron depositados allí. Podemos suponer que el príncipe
tenía cierta importancia, aunque no es posible ir más allá
en la suposición. Por lo tanto, las estelas borradas de Guiza
no deben ignorarse como pruebas de una lucha por el
trono, si bien no podemos negar ni confirmar que
Tutmosis IV fuera el usurpador.
530
Los monumentos de Tutmosis IV
El reinado de Tutmosis IV, de al menos ocho años de
duración, fue breve pero activo. Es un lugar común decir
que los soberanos egipcios construyeron monumentos en
proporción directa a la paz y prosperidad de las que
gozaron. Como rey, Tutmosis IV tuvo paz y riqueza, pero
el tiempo del que dispuso fue aparentemente escaso.
Comenzó a construir en la mayoría de los templos
principales de Egipto y en cuatro lugares de Nubia. El
tamaño original de los monumentos y de sus restos varía
enormemente, pero en general realizó añadidos a templos
ya existentes. La distribución de los monumentos de
Tutmosis IV, en el contexto de mediados de la XVIII
Dinastía, no presenta ningún rasgo destacable. Honró los
centros de culto ya establecido y apenas fue iconoclasta.
Por otra parte, en varios lugares dejó presagios de lo que
vendría. De hecho, podemos sugerir que siguió
deliberadamente los pasos de su padre y de su abuelo,
construyendo añadidos a sus templos y, del mismo modo,
sugirió nuevos lugares y monumentos para su hijo.
Se han encontrado monumentos del reinado en los
siguientes lugares: en el delta, en Alejandría, Seriakus y
Heliópolis (?); en la región menfita, en Guiza, Abusir,
Sakkara y la propia ciudad de Menfis; en Fayum, en
Cocodrilópolis; en el Egipto Medio, en Hermópolis y
Amarna; y en el Alto Egipto, en Abydos (donde dejó una
531
capilla de ladrillo con revestimiento de caliza), Dendera,
Medamud, Karnak, Luxor, la orilla occidental de Tebas
(donde construyó un templo mortuorio y una tumba, la KV
43, en el Valle de los Reyes), Armant, Tod, Elkab, Edfu,
Elefantina y Knosso. En Nubia dejó bloques en Faras (?) y
Buhen, decoró el patio con peristilo de Amada y comenzó a
construir en Tabo (terminado posteriormente por
Amenhotep III), además de dejar un depósito de fundación
en Gebel Barkal. También llevó a cabo algunos trabajos de
decoración en el templo de Hathor en Serabit el Khadim,
en las minas de turquesa del Sinaí.
El interés del rey por los dioses solares se puede
documentar en todas sus campañas constructivas y
también en sus inscripciones. En Guiza se dedicó no a un
alarde de capacidad ecuestre y de arquería, sino al dios
Horemakhet y el culto helipolitano. En la Estela de la
Esfinge no hace referencia a Amón-Ra, permitiendo que la
deidad septentrional (Horemakhet-Khepri-Ra-Atum)
dominara tanto en su función de dios sol como de
legitimador regio. Dado que Amón, incluso en la Estela de
la Esfinge de Amenhotep II, era el primigenio dios creador
y el dios que determinaba la realeza, su omisión por parte
de Tutmosis seguramente fue deliberada, quizá se trató
tanto de un reflejo de la creciente importancia de los dioses
helipolitanos como de la influencia política del propio
norte como centro administrativo de Egipto.
En Karnak el rey hizo que el eje principal regresara de
nuevo a la orientación este-oeste, reduciendo así la
importancia de la vía de entrada norte-sur de
Amenhotep II. Como situó un porche y una puerta delante
del Cuarto Pilono, es probable que al principio Tutmosis IV
dejara sin tocar el patio original, cambiando sólo la propia
532
puerta monumental. El porche tenía columnas de madera
(según una inscripción eran de ébano y mera),
probablemente doradas con electro. El porche habría sido
un espacio protegido utilizado durante los rituales de la
corte, y se han conservado de él dos representaciones
contemporáneas.
Algunos años después le dio un nuevo aspecto al patio
de caliza del Cuarto Pilono, erigido por Tutmosis II. Sobre
los antiguos muros de caliza, Tutmosis IV construyó un
patio con peristilo de arenisca, profusamente decorado con
relieves de los tesoros donados por el rey al dios Amón. La
intención era conmemorar la celebración de un primer
jubileo, planeado sin esperar a que transcurrieran treinta
años, como sin duda sucedió también en el caso de
Amenhotep II. El estilo de las esculturas de Tutmosis en
Karnak cambió en su último año de reinado, volviéndose
más elaborado y expresivo.
El rey también erigió un obelisco sin pareja en el
extremo oriental del recinto de Karnak. Se talló por orden
de Tutmosis III, pero permaneció olvidado en el taller hasta
que Tutmosis IV ordenó erigirlo. Se convirtió en el centro
de un lugar de culto solar diseñado por Tutmosis III, y fue
situado justo en el eje del templo.
533
Tutmosis IV en Siria-Palestina y
Nubia
En relación a la política exterior en el este, donde mejor
se entienden los contactos de Tutmosis IV con Mitanni es
en el contexto de la paz ya existente con esa potencia. Ello
habría limitado la actividad militar a campañas contra
vasallos egipcios rebelados o reyezuelos mitannios que
estuvieran presionando a las ciudades-estado egipcias. Para
sellar una relación diplomática en el rey, Tutmosis IV se
casó con una hija del soberano mitannio Artatama.
La inscripción más conocida donde aparece
mencionada la actividad militar por parte de Tutmosis IV
es el lacónico texto dedicatorio de una estatua de Karnak,
formado por una única línea: «Procedente del saqueo de su
Majestad –na, derrotado, procedente de su primera
campaña de victoria». El topónimo mencionado en esta
dedicatoria de Karnak (y en una base de estatua en el
templo de Luxor) es probable que se encuentre en Siria,
dadas las diversas referencias que aparecen en las Cartas
de Amarna al rey de esta región. Las dos ciudades más
probables para reconstruir el texto de la dedicatoria son
Sidón (Zi-du-na), donde se sabe que Tutmosis IV viajó y
donde Egipto claramente carecía de apoyos durante la
época de Amarna, o Qatna, cerca de Tunip en Nukhashshe
(una zona indeterminada al este del Orantes). Ya sea el
topónimo Qatna, Sidón o cualquier otra ciudad, la zona
534
más probable para la campaña principal es el Levante
septentrional. Sobre todo porque el rey de Mitanni,
Artatama, se habría quedado muy impresionado por una
demostración de poder a las puertas de su zona de
influencia, especialmente si ya estaban en marcha las
negociaciones para una renovación diplomática del tratado.
Una escena en la tumba del portaestandarte Nebamon
(TT 90) recoge su ascenso en el año 6 y muestra a los jefes
de Naharin delante del rey en su quiosco. En la escena
también aparecen cautivos y su presencia tras el reinado de
Amenhotep II es lo suficientemente escasa como para
tenerla muy en cuenta. No obstante, como prisioneros
capturados en una campaña tanto contra vasallos
mitannios como contra ciudades-estado egipcias rebeldes,
estos extranjeros proclaman la evidente superioridad de
Egipto sobre Mitanni. Semejante afirmación de dominio
habría sido adecuada en el momento de la renovación del
tratado con Washshukanni. Siendo así, es posible que en
vez de ayudarnos a documentar una guerra contra el
soberano mitannio, la escena nos informe de la fecha del
matrimonio diplomático de Tutmosis IV con la princesa
siria.
En la regiones meridionales de Palestina, Tutmosis sólo
realizó un ataque punitivo contra Gezer; no se puede
demostrar que hubiera una guerra, pero parte de la
población de la ciudad se trasladó a Tebas. En la actualidad
es imposible demostrar que las posesiones levantinas
egipcias a finales del reinado de Tutmosis no eran similares
a las de Amenhotep II. Del mismo modo, es imposible
determinar si Artatama I estaba actuando desde una
posición de poder cuando decidió formar una hermandad
con Tutmosis IV Este nunca luchó directamente contra el
535
soberano mitannio, pero su poder en las lejanas provincias
septentrionales permaneció intacto. Por lo tanto, Artatama
podía estar renovando una relación diplomática establecida
durante el reinado de Amenhotep II o quizá llegando a un
acuerdo para conseguir estabilidad en la zona (sobre todo
si la amenaza de Asiría y Babilonia unidas estaba
comenzando a dejarse sentir). Los egipcios no tenían nada
de lo que avergonzarse con la paz, pues parece que no
tuvieron que hacer ninguna concesión.
En cuanto a las zonas al sur de Egipto, no existen
pruebas claras de actividad militar de Tutmosis IV en la
propia Nubia. La Estela de Knosso, tallada en una roca al
sur de Asuán, detalla un viaje de Tutmosis IV por la ruta de
las minas de oro al este de Edfu; es muy probable que los
nubios estuvieran interfiriendo los transportes del metal
precioso, atacándolos desde escondites en lo profundo del
desierto, donde se encontraban las mismas minas. Como la
expedición terminó en Knosso, es posible que el rey
utilizara Wadi el Hudi para regresar, habiendo seguido una
ruta elíptica hacia el oeste siguiendo Wadi Mia, luego hacia
el sur y después hacia el oeste de regreso al valle del Nilo.
No obstante, en el texto no hay mucho que sugiera una
guerra importante contra los nubios; más bien se trata de
una acción policial en el desierto, causada por la amenaza
que suponía para el transporte por esa zona.
536
La realeza y las mujeres reales
durante el reinado de Tutmosis IV
Es posible que Tutmosis IV comenzara algo que
Amenhotep III se encargó de terminar, sobre todo en lo
que respecta a identificarse a sí mismo de forma deliberada
con el dios sol. En Guiza aparece en una estela tocado con
el collar shebiu de oro y brazaletes, muy asociados con el
favor de la deidad solar. Estas joyas aparecen a menudo en
representaciones del rey en contextos funerarios; pero en
esta estela (además de en un brazalete de marfil procedente
de Amarna y en el carro del rey) Tutmosis IV aparece
llevándolos como soberano viviente. Tutmosis IV dejó en
Karnak (en la actualidad en el Museo de El Cairo) una
estatua de sí mismo como dios halcón y, en un relieve de
su patio de arenisca de este mismo templo, aparece la
imagen de una estatua del rey como halcón junto a otras
estatuas reales. En estas imágenes, los aspectos divino y
solar de la realeza son supremos.
La tendencia a incrementar la asociación regia con los
principales dioses egipcios (como ya vimos en la
veneración realizada por Tutmosis III, tanto de sí mismo
como de los reyes anteriores, en su templo del jubileo,
situado dentro del recinto de Amón) se volvió aún más
destacada durante el reinado de Tutmosis IV Sin abandonar
nunca la noción de que el mejor modo de reforzar el linaje
dinástico era mediante el matrimonio del rey con una hija
537
suya (tanto por razones políticas como económicas),
Tutmosis IV, al igual que Amenhotep II, enfatizó cada vez
más las asociaciones divinas de las mujeres de la realeza.
Colocó a su madre en el papel de «esposa del dios Amón»,
como si fuera la propia diosa Mut. Éste era su papel
principal, si bien Tiaa también ostentó los títulos de
«madre del rey» y «gran esposa real» durante la mayor
parte del reinado de Tutmosis IV Se conocen monumentos
con su nombre en Guiza, Fayum, Luxor, Karnak y el Valle
de los Reyes. Esta intencionada asociación con la diosa
madre Mut vino complementada con relaciones
iconográficas y textuales de la reina con las diosas Isis y
Hathor. El rey parece haber distribuido los papeles
ceremoniales de sacerdotisa y reina entre Tiaa y otras dos
«grandes esposas reales». Tiaa aparece en el patio del
jubileo de su hijo en Karnak, donde sujeta una maza
mientras observa la ceremonia de fundación del
monumento. En el pabellón del jubileo de Amenhotep II,
Merytra (cuyo nombre se cambió después por el de Tiaa)
también aparece sujetando una maza en una mano y con
un sistro en la otra. Esta imaginería seguramente
represente la categoría de estas reinas como «esposas del
dios Amón». Más tarde, la maza se convertirá en un
elemento iconográfico de las «esposas del dios».
En los primeros años de reinado hubo una esposa no
perteneciente a la realeza, Nefertiry (atestiguada en Guiza
y en el templo de Luxor), que fue «gran esposa real» junto
a Tiaa. Tutmosis capitalizó esta tríada madre-hijo-esposa
(al igual que haría más tarde Amenhotep III) para
representar papeles —por ejemplo en el templo de Luxor—
donde él, como dios y rey, acompañaba a sus diosas, su
madre y su esposa representando el papel de diosas madre,
esposa y hermana. Posteriormente, después de que
538
Nefertiry hubiera desaparecido al morir o fuera dejada de
lado, siguió la tendencia de su familia y se casó con una
hermana, cuyo nombre puede leerse como Iaret. Es posible
que hubiera tenido que esperar a que Iaret tuviera edad
suficiente como para casarse. Mutemwiya, la madre de
Amenhotep III, nunca fue reconocida como reina, ni mayor
ni menor, por Tutmosis IV; pero una estatua del tesorero
Sobekhotep (enterrado en laTT 63), consejero de
Amenhotep, muestra al príncipe Amenhotep en una
posición favorable antes de la muerte de su padre. La
tumba de la niñera real Hekarnehhe (TT 64) también
muestra al joven heredero; pero como la tumba se
completó durante el reinado de Tutmosis IV, Mutemwiya
no aparece. Varios príncipes más aparecen mencionados en
los textos de la tumba de Hekarnehhe, así como en un
grafito en una roca de Knosso; aunque no está claro si se
trata de hijos de Amenhotep II o de Tutmosis IV.
539
Amenhotep III
El reinado de treinta y ocho años de Amenhotep III fue
sobre todo un período de paz y prosperidad. La
construcción de monumentos reales durante el mismo se
produjo a una escala que tuvo pocos paralelos y el séquito
del soberano dejó tumbas, estatuas y santuarios que
pueden rivalizar con los de muchos reyes anteriores.
Desgraciadamente, como sucede con la mayoría de
períodos, es imposible comparar la fortuna de los ricos con
la de los pobres. No sabemos si la vida de los campesinos
mejoró económicamente gracias a la generalizada riqueza
egipcia. La documentación oficial sugiere que toda la
población disfrutó hasta cierto punto de la prosperidad,
puesto que Amenhotep III y su funcionario de los graneros,
Khaeirrkhet, alardean de la «extraordinaria» cosecha de
grano conseguida en el crucial año trigésimo, el del jubileo
real. Mil años después, el rey seguía siendo recordado
como un dios de la fertilidad, asociado a la feracidad
agrícola. No obstante, este tipo de pruebas difícilmente es
objetiva, de modo que debemos admitir nuestra ignorancia
al respecto.
Es probable que en el momento de su acceso al trono
Amenhotep III fuera un niño. Una estatua del tesorero
Sobekhotep con un príncipe Amenhotep-mer-khepesh en
el regazo probablemente represente al rey poco antes de la
muerte de su padre, mientras que una pintura mural de la
540
tumba de Hekarnehhe (TT 64) describe al dueño de la
tumba como la niñera real del príncipe Amenhotep,
representando al príncipe como un joven más que como un
niño desnudo. La edad del rey en el momento de su
ascenso al trono puede haber estado en cualquier punto
entre los dos y los doce años, si bien quizá sea preferible
una fecha tardía, dado que la madre de Amenhotep,
Mutemwiya, apenas es más visible que Tiaa y Merytra, las
madres de los dos reyes anteriores. No parece muy
probable una regencia con Mutemwiya y, si realmente el
rey era un niño pequeño en el momento de su ascenso al
trono, el país fue gobernado en su nombre de forma
discreta. Una posibilidad alternativa es que los miembros
de la familia de la reina Tiye ayudaran al rey en estos
primeros momentos de reinado. Un escarabeo fechado en
el año 2 del reinado de Amenhotep establece la temprana
fecha de su matrimonio con Tiye, y la identificación en
otro escarabeo de los padres de la reina, Tuya y Yuya,
subraya la importancia de éstos. Hasta el momento no se
posee ningún documento que demuestre que la familia de
Tiye actuara como un poder en la sombra. No obstante,
esta presunción se ha vuelto tan fuerte que se ha llegado a
pensar que otros «hacedores de reyes» no pertenecientes a
la realeza, como Ay (cuyo nombre en jeroglífico se parece
al de Yuya), formaban parte de esta misma familia
originaria de Aldiniin. El descubrimiento en esta ciudad de
varias estatuas colosales de finales de la XVIII Dinastía,
incluidas algunas de Amenhotep III, parece apoyar esta
idea, en tanto en cuanto que esta región fue favorecida
durante los reinados de Amenhotep III y Tutankhamon/Ay.
541
La divinidad de Amenhotep III
Recientes debates sobre el reinado de Amenhotep III
han sugerido que fue deificado durante su vida, no sólo en
Nubia, donde construyó un templo de culto para sí mismo,
sino también en el mismo Egipto. Raymond Johnson
sostiene que la insistente identificación de Amenhotep III
con el dios sol, tanto en su iconografía monumental como
en sus inscripciones, debe entenderse como una prueba de
su deificación; argumenta también que Amenhotep
IV/Akhenaton (1352-1336 a. C.) transformó a su padre
deificado en el incorpóreo disco solar Atón para, de este
modo, poder adorar al vivo Amenhotep III como el único
dios del mundo. El punto de vista que considera que
Amenhotep IV adoró a su padre como Atón (aunque tras
su muerte) fue adoptado tempranamente por Donald
Redford. Conviene mencionar que, al mismo tiempo, esa
transformación habría privado al padre tanto de su
existencia física como de su nombre y habría obligado a
Amenhotep III a participar en la destrucción del dios cuyo
nombre celebra, Amón. Aunque la interpretación de
Amenhotep considerado como dios de su hijo lleva en sí la
inconfundible influencia de la moderna psicología
freudiana, la noción egipcia de la relación del rey con los
dioses puede apoyar la base de la idea.
Si bien hasta el momento no se conoce ningún texto o
iconografía dentro del propio Egipto que identifique a
542
Amenhotep III como una deidad de culto estando vivo,
todos los reyes (a los cuales Jaromir Malek describe en el
capítulo 5 como netjeru neferu, «dioses menores») eran
considerados dioses importantes a su muerte, siendo
invocados frecuentemente como intercesores, tanto por sus
sucesores como por particulares. Además, podría decirse
que Amenhotep III intentó ser identificado con el dios sol a
partir de su primer jubileo, en los años 30-31, puesto que
las escenas que representan esta fiesta Sed le muestran
adoptando el papel concreto de Ra navegando en su barca
solar. El elevado grado en el que Amenhotep III aparece
asociado con el dios sol en los monumentos bien puede
haber alentado el punto de vista de que, al haberse fundido
en uno con el sol, como se esperaba que el rey hiciera tras
su muerte, estaba presente en la deidad de Akhenaton: el
disco solar Atón. La afirmación de que ésta fue la intención
de Akhenaton no deja de ser una conjetura psicológica con
cierto fundamento.
También resulta interesante que Amenhotep III llamara
a su propio complejo palacial «El brillante Atón» y
utilizara sellos donde se puede leer «Nembaatra [su
prenomen] es el brillante Atón». Evidentemente, los sellos
son documentos económicos y, como tales, pueden
referirse al propio complejo palacial; por lo tanto, podían
estar pensados para leerse como «El brillante Atón de
Nebmaatra». Lo que sí es cierto es que, con anterioridad al
reinado de Amenhotep IV/Akhenaton, la asociación de
Atón con Amenhotep III está bien establecida en los
documentos de su época.
Por ahora resulta imposible probar o rechazar el
argumento de Johnson. No hay estelas o estatuas dedicadas
con certeza a Amenhotep III como una deidad principal de
543
Egipto estando vivo y mucho menos de él como Atón. La
deificación de Ramsés II, unos cien años después, vino
acompañada por un significativo número de edificios, tanto
reales como privados, que identificaban al dios Ramsés en
varios lugares de culto dentro del mismo Egipto. Estos
monumentos datan del reinado del propio Ramsés y no se
refieren al rey como «amado de la deidad X» (como se
hace en muchos monumentos de Amenhotep III). Nombran
a Ramsés como el dios y le muestran recibiendo ofrendas,
por lo general como una estatua. No existe nada semejante
de Amenhotep III en Egipto, y los ejemplos que más se
parecen a los monumentos ofrecidos a los dioses no
pueden ser asignados con seguridad al período de vida del
rey. Una estela de Amarna muestra a Amenhotep y a Tiye
recibiendo ofrendas de comida bañados por los rayos de
Atón. Si bien esto puede ser considerado como un punto en
contra de la tesis de Johnson de que Amenhotep III era
Atón, quizá resulte significativo que proceda de los últimos
años del reinado de Akhenaton. Lo cierto es que plantea la
cuestión de si el rey y la reina seguían vivos o de si la
estela, perteneciente al santuario de una casa particular,
veneraba a la difunta pareja real buscando su intercesión.
Este tipo de estelas votivas ofrecidas a los reyes difuntos
fueron habituales en las casas de Deir el Medina, tanto
antes como después del Período Amárnico.
Nuestra incapacidad para determinar si Amenhotep III
y su hijo Amenhotep IV/Akhenaton gobernaron como
corregentes durante un período de tiempo apreciable
supone un gran problema. Si esta propuesta (apoyada por
la tesis de Johnson) pudiera ser demostrada, entonces los
objetos fabricados durante el reinado de Akhenaton en los
que se venera a Amenhotep III se puede considerar que lo
hacen como una deidad viva, pero no necesariamente como
544
Atón. Las corregencias son lo bastante raras en el Antiguo
Egipto como para que los especialistas no estén seguros de
que posean rasgos característicos (véanse los capítulos 1,7
y 10). Tras años de debate seguimos sin estar cerca de
haber solucionado la cuestión de la corregencia o de la
deificación de Amenhotep III como Atón. En cualquier
caso, no estaría fuera de lugar sugerir que Amenhotep
estaría complacido al saber que, 3.350 años después de su
muerte, sigue siendo difícil afirmar si reinó como un dios
viviente o sencillamente se esforzó por dar esa impresión.
545
El programa constructivo de
Amenhotep III
Sería adecuado describir las numerosas construcciones
de Amenhotep III como un programa constructivo, puesto
que desarrolló y amplió los cultos de varias localidades,
entre ellas Amada (para Amón y Ra-Horakhty), Karnak (el
Templo Oriental para el dios sol y su propio edificio de la
fiesta) y Hermópolis. No obstante, tuvo más importancia
que su impacto en Karnak fuera temático, dejándonos la
espectacular imagen de un faraón guerrero cuyas victorias
honraron a la vez al propio rey y al dios Amón. Las
regiones geográficas que conquistó aparecen como
cautivas del dios para la eternidad, y el rey reclama
orgulloso el favor de Amón cuando construye su templo de
la fiesta, conocido como «Efectivo de monumentos»; un
lugar de culto que eclipsó a los de sus predecesores en
Karnak. La divinidad de Amenhotep III tal cual la diseñó
para la eternidad le describe como el «mejor entre
iguales», refiriéndose a los anteriores reyes de Egipto. Esta
divinidad le brindó acceso al consejo de divinidades
supremas y, como tal, compartía el barco solar con Ra y fue
conducido delante de Amón.
El programa constructivo de Amenhotep III le concedió
los medios para diseñarse una divinidad eterna que llegó
mucho más allá de la visión de Tutmosis III. En él se
identifica de forma sistemática con las deidades nacionales,
546
no con sus predecesores regios, y, en algunas ocasiones, se
representa a sí mismo como sustituto de los dioses
principales. Por otra parte, sus edificios ofrecen un énfasis
desconocido hasta entonces en la teología solar, de tal
modo que durante el reinado de Amenhotep III los cultos
de Nekhbet, Amón, Thoth y Horus-khenty-khety, por
ejemplo, fueron muy solarizados. Tendencias visibles en la
literatura funeraria de la XVIII Dinastía revelan que los
ciclos del sol y su potencial para la fertilidad o la hambruna
se manifestaban tanto en el mundo como en el soberano;
pero los monumentos y objetos del remado de
Amenhotep III pueden haber difundido la noción más
ampliamente. Es imposible determinar si los intelectuales
de la época influyeron en la iconografía real o si se les
pidió que la formularan.
Amenhotep construyó varios templos o santuarios en
Nubia: Quban, Wadi el Sebua, Sedeinga, Soleb y la isla de
Tabo. Encontramos elementos constructivos o estelas con
su nombre en Amada, Aniba, Buhen, Mirgissa y Gebel
Barkal (en este último caso quizá reutihzados). En diversos
lugares hay estatuas o escarabeos con su nombre, entre
ellos Gebel Barkal y Kawa, mientras que la mayoría de las
estatuas proceden de otros lugares, sobre todo de Soleb. En
Egipto propiamente dicho, el rey construyó un santuario
en Elefantina (en la actualidad destruido) y completó una
capilla en Elkab, probablemente erigida en parte por su
padre. Unos veinte kilómetros al sur de Tebas,
Amenhotep III construyó un templo en Sumenu, sede de
un culto al dios cocodrilo Sobek. Si bien el templo
propiamente hablando se muestra esquivo a los
arqueólogos, desde la década de 1960 se han encontrado
numerosos objetos pertenecientes al mismo, además del
cementerio asociado a su ciudad.
547
Actualmente, donde mejor se ve la tendencia hacia el
colosalismo de Amenhotep III es en Tebas. Los Colosos de
Memnón son las inmensas imágenes de cuarcita de
Amenhotep que protegían el primer pilono de su templo
funerario (el más grande de los de este tipo que se conoce
del Antiguo Egipto). Dentro del mismo se han encontrado
más fragmentos de estatuas colosales que en ningún otro
recinto sagrado egipcio. Sus edificios en la orilla oriental de
Tebas incluyen una serie de construcciones en los templos
de Karnak y Tebas, que fue completamente reconstruido.
La tumba de Amenhotep III, la KV 22, se excavó en un
wadi occidental del Valle de los Reyes, alejada de las
tumbas anteriores. Las excavaciones llevadas a cabo por un
equipo japonés durante la década de 1990 han permitido
trazar cuidadosamente el plano de esta notable tumba,
bellamente terminada. El cuerpo de Amenhotep III (o una
momia con esa etiqueta) fue encontrado en la tumba de
Amenhotep II (KV 35).
En la orilla occidental de Tebas, al sur del inmenso
templo funerario del rey, se encontraba su gigantesco
palacio «El brillante Atón», conocido en la actualidad
como Malkata, según el nombre egipcio del cercano Valle
de las Reinas. Todavía más al sur, en Kom el Samak, el rey
construyó un pabellón del jubileo a base de ladrillos de
adobe pintados. Un expedición japonesa excavó y
documentó cuidadosamente este edificio, destruido en la
actualidad. Cerca del complejo de Malkata se encuentra el
gran puerto que Amenhotep III creó para utilizar durante
la construcción y la habitación del palacio. A comienzos de
la década de 1970, David O’Connor y Barry Kemp, que
también estudió el palacio de Malkata, investigaron el
puerto de Birket Habu. En la década de 1980 un equipo
548
japonés trabajó en el palacio.
Amenhotep se mostró particularmente activo en el
Egipto Medio, si bien es poco lo que queda de sus templos
en Hebenu y Hermópolis. Al norte, lo único que se
conserva del gran templo del rey «Nebmaatra Unido con
Ptah» son algunos bloques de cuarcita marrón con
decoración en relieve. En el vestíbulo del Museo de El
Cairo podemos ver unas colosales estatuas de cuarcita del
dios Ptah, de las cuales se apropió después Ramsés II, que
probablemente procedan del templo menfita de
Amenhotep III. En la década de 1990, la Egypt Exploration
Society y W. Raymond Johnson investigaron los bloques de
caliza de un pequeño templo de Amenhotep III reutilizado
por Ramsés II. El interés del rey en Menfis queda
demostrado también por su asociación con el primer
enterramiento conocido de un toro Apis en el Serapeo, por
intermediación de su hijo Tutmosis, el gran sacerdote de
Ptah. Elementos constructivos en Bubastis, Athribis,
Letópolis y Heliópolis atestiguan el interés del rey en el
delta oriental. En Athribis el confidente del rey,
Amenhotep, hijo de Hapu, supervisó la construcción de un
templo.
549
El trabajo de Amenhotep III en Karnak, Luxor y su
templo funerario revela su interés por subrayar la
identificación regia con el dios sol. Tras completar los
monumentos de su padre, Tutmosis IV, cambió el aspecto
del templo de Karnak. En un momento indeterminado de
su reinado, los obreros de Amenhotep III desmantelaron el
patio con peristilo de delante del Cuarto Pilono y los
santuarios a él asociados, los cuales utilizó como relleno de
un nuevo pilono, el Tercero, en el eje este-oeste. Se creó así
una nueva entrada al templo, erigiéndose dos filas de
columnas papiriformes en el centro del nuevo patio así
formado. También comenzó la construcción del Décimo
Pilono en el extremo sur de Karnak, cambiando
ligeramente su orientación respecto a la del Séptimo y
Octavo, para que condujera a la nueva entrada del recinto
de la diosa Mut, para la cual también pudo haber
comenzado o construido un templo. Equilibrando el
complejo del templo sur había un nuevo edificio, situado al
norte de Karnak central; se trataba de un santuario para la
550
diosa Maat. Tanto Mut como Maat pueden representar el
ojo solar de Ra, su agente en el mundo. David O’Connor ha
observado que la oposición norte-sur se corresponde con
posiciones celestes y terrestres, un hecho que concuerda
bien con los papeles divinos interpretados por Maat y Mut
respectivamente. Los rituales y ofrendas brindados por
Amenhotep III pudieron haberse diseñado para demostrar,
gracias a sus templos e inscripciones, su capacidad para
crear estabilidad en el mundo, al igual que hace el dios sol.
Relieves tallados con mucha profundidad, procedentes de
un granero de Karnak, muestran al rey con toda una
elaborada parafernalia, coronado por múltiples discos
solares y con el faldellín y el cuerpo adornados con
imaginería solar. Además, el rostro del rey es infantil y su
cuerpo más grueso y con el pecho más corto que en la
mayoría de los relieves del templo. Se trata de un
rejuvenecido Amenhotep III, que también exhibe la
iconografía del jubileo con elaborados elementos divinos y,
sobre todo, solares.
La construcción del templo de Luxor realizada por
Amenhotep III pudo llevarse a cabo en varias etapas.
Reemplazó el anterior edificio tutmósida con un templo de
arenisca que celebraba la renovación de la realeza divina
durante la fiesta de Opet y añadió una habitación de
nacimiento, donde se cuenta que el faraón nació de la
unión de Amón-Ra con su «madre real», Mutemwiya. Por
último, completó el templo con un nuevo lugar de culto
para Amón de Ipet resy, o Luxor.
La inclinación de Amenhotep III por los dramas rituales
se vio todavía más monumentalizada en su templo
funerario, que albergaba grandes cantidades de estatuas
colosales y de tamaño natural, tanto de deidades conocidas
551
como de otras desconocidas, dotadas frecuentemente de
cuerpos humanos con cabezas de animal. Estas estatuas
eran de los dioses del jubileo y también una representación
tridimensional de un calendario astronómico para
garantizar que el año de la fiesta fuera propicio. Los
rituales comenzaban en Tebas con una letanía para
satisfacer a Sekhmet, el ojo solar de Ra, a la que seguía en
el templo del rey en Sudán, en Soleb, la propiciación ritual
del deificado Nebmaatra, el ojo lunar de Ra. Tras esta
secuencia ceremonial, el jubileo comenzaba de verdad.
552
La reina Tiye
Tiye fue la mujer más influyente del reinado de
Amenhotep III y sobrevivió a su esposo durante al menos
algunos años. Era tan importante para él que no sólo
aparece junto al soberano en los muros del templo de Soleb
y el de Tebas occidental, acompañándolo en las
festividades del jubileo, sino que fue deificada en su propio
templo en Sedeinga, en la Alta Nubia, convirtiéndose en
parte del programa solar real. Como ojo solar de Ra en
Sudán, se habría reunido con la deidad Nebmaatra para
regresar a Egipto y restaurar el orden («maat») del mundo.
Un papel que no representó fue el de «esposa del dios
Amón», lo cual explica la escasez de monumentos suyos en
Karnak y Luxor. Sólo aparece en un pequeño santuario en
Karnak, usurpado posteriormente por Tutankhamon, y en
ninguno en Luxor.
Tras la muerte de Amenhotep III, el rey de Mitanni,
Tushratta, escribió a Tiye pidiéndole que le recordara a su
hijo Amenhotep IV/Akhenaton la estrecha relación que
existía entre él y Amenhotep III. Es posible que tras su
fallecimiento la reina fuera primero enterrada en Amarna y
luego trasladada a la KV 22 o la KV 55, o a ambas. Tiye dio
a luz a Satamon, Henuttaneb, Nebetiah e Isis, los cuales
aparecen en estatuas y objetos de pequeño tamaño
asociados a la pareja real. Satamon fue la más encumbrada
de las hijas de Tiye y, en la tumba de Yuya y Tuya (KV 46),
553
se encontraron sillas con su nombre. Ostentó el título de
«gran esposa real» a la vez que Tiye, mientras que las otras
hijas eran llamadas «esposa del rey» o «consorte del rey».
El papel económico y rehgioso del matrimonio del rey (este
último especialmente importante durante el reinado de
Amenhotep III) con sus propias hijas se ha tratado en
diversas ocasiones a lo largo del capítulo y se remonta al
comienzo de la dinastía. Al hacer que su esposa e hija(s) lo
acompañaran en sus monumentos, Amenhotep fomentaba
la imagen del dios sol acompañado de la diosa madre
(Nekhbet, Nut, Isis) y las hijas de Ra (Hathor, Maat.
Tefnut). En cuanto a las cuestiones prácticas, el rey
aumentó sus propiedades al no consentir el matrimonio de
sus hijas con hombres no pertenecientes a la realeza y
casándose él mismo con ricas herederas. Pidió y recibió
como esposa a una princesa babilonia y también se desposó
con dos princesas mitannias (una de las cuales, Taduhepa,
llegada a Egipto con el tiempo justo para convertirse en
viuda, se casó después con Amenhotep IV).
Entre los hijos varones de Amenhotep III y Tiye figura
sin duda Amenhotep IV Se desconoce quién fue la madre
de un «hijo del rey» y sacerdote sem llamado Tutmosis,
que puede haber sido mayor que Amenhotep. No sabemos
si el rey tuvo hijos con sus esposas extranjeras, pero hay
varios príncipes, princesas y mujeres de la corte conocidos
sólo por su nombre en objetos funerarios excavados cerca
de Malkata. Algunos pueden haber sido miembros de la
faniiha real y otras esposas menores.
En el caché de momias de la tumba de Amenhotep II
(KV 35) se encontró el cuerpo de una mujer de la realeza.
Se ha identificado como la reina Tiye, basándose en que
muestras de su cabello coincidían con el pelo de la reina
554
cuidadosamente guardado en una caja en la tumba de
Tutankhamon. Esta identificación es cuestionable y la
confusión persiste, puesto que se encontraron objetos con
el nombre de Tiye tanto en la KV 22 como en la enigmática
KV 55. La expedición japonesa que trabaja en la KV 22
encontró restos de un sarcófago que podía haber
pertenecido a una reina, mas se desconoce si se trata de
Tiye o de Satamon, la hija a la que Amenhotep III tomó
como «gran esposa real».
555
Las relaciones internacionales
durante el reinado de
Amenhotep III
En el año 5 del reinado de Amenhotep III hubo una
campaña nubia, conmemorada en la isla de Sai, en Knosso,
y a lo largo de la ruta meridional de Asuán. Es posible que
el virrey de Kush supervisara la acción militar, pero se
desconoce si se trató de Merymose o del anterior en el
cargo, Amenhotep. Merymose dejó su propia inscripción
en Semna, donde describe una acción contra Ibhet
(probablemente la Baja Nubia). La campaña del año 5 tuvo
lugar en Kush, quizá incluso al sur de la quinta catarata. La
construcción de la fortaleza de Khaemmaat en Soleb, donde
el rey también edificó un templo, tal vez estuviera
destinada a prevenir nuevas incursiones desde la Alta
Nubia. La antigua capital de esta región, Kerma, se
encuentra directamente delante de Soleb, al otro lado del
río, de modo que el emplazamiento quizá se escogiera
deliberadamente para subrayar la sumisión kushita a
Egipto.
Las relaciones internacionales con el resto del mundo
antiguo se organizaron mediante misiones diplomáticas.
Durante el reinado de Amenhotep III, la cantidad de
material egipcio en la Grecia continental se incrementa
drásticamente y los nombres de ciudades egeas, incluidas
Micenas, Faistos y Knossos, aparecen escritos por primera
556
vez en jeroglíficos en las bases de estatuas del templo
funerario del rey. Cartas intercambiadas entre
Amenhotep III y varios de sus pares en Babilonia, Mitanni
y Arzawa se conservan escritas en tablillas de arcilla con
escritura cuneiforme. Estas cartas, muchas de ellas
encontradas en el archivo de la capital de Akhenaton,
Amarna, demuestran la poderosa posición de la que
disfrutó Amenhotep III cuando negociaba su matrimonio
con las hijas de otros soberanos. En las cartas es evidente
la existencia de una estrecha relación entre Amenhotep III
y el rey de Mitanni, Tushratta; mientras que el rey de
Babilonia, Burnaburiash, que llegó al poder a finales del
reinado de Amenhotep, parece mostrarse más receloso del
poder egipcio. Es indudable que a mediados del siglo XIV la
influencia de Egipto en el mundo antiguo alcanza una de
sus mayores cotas, la culminación de las actividades de casi
todos los reyes de la XVIII Dinastía.
557
La administración durante la XVIII
Dinastía
Las estructuras administrativas generales en uso
durante la XVIII Dinastía se caracterizan tanto por
tendencias claras como por algunas situaciones no
concluyentes. No existen suficientes funcionarios de
Ahmose y Amenhotep I identificados con seguridad como
para poder mencionar las familias y regiones presentes en
el séquito real a principios de la XVIII Dinastía. No
obstante, a mediados de la dinastía los más próximos
colaboradores del rey eran enterrados en Tebas o Sakkara,
proporcionándonos más documentación la ciudad
meridional. A partir del remado de Hatshepsut, entre los
funcionarios de élite de los cuales podemos esperar
encontrar una capilla de tumba decorada y un pozo
funerario en Tebas o Sakkara figuran el visir, el tesorero
(hteralmente el «supervisor del sello»), «supervisores de
las casas del oro y la plata», «mayordomos reales»,
«supervisores del granero» (de Egipto o de Amón), «hijo
del rey y supervisor de los países meridionales», «heraldos
reales» o «coperas reales» (a menudo implicados en la
diplomacia), «niñeras reales» (hombres y mujeres),
alcaldes regionales (en ocasiones enterrados en sus
distritos de origen), el «gran sacerdote de Amón» (Tebas),
el «gran sacerdote de Ptah» (Sakkara), el segundo, tercero
y cuarto «sacerdotes de Amón», «supervisores del
558
ejército» y varios niveles de escribas reales.
Las escenas del soberano entronizado presentes en las
tumbas particulares de los reinados de Hatshepsut y
Tutmosis III, durante los cuales poderosas familias
ocuparon el cargo de visir y gran sacerdote de Amón, se
han explicado como resultado de la necesidad de los
faraones de la XVIII Dinastía de conseguir el apoyo de las
poderosas familias de la élite. Importantes miembros del
séquito de Tutmosis III, incluido el visir User (TT 61 y TT
131), su mayordomo y «contador del grano de Amón»,
Amenemhat (TT 82), y el «supervisor del granero de
Amón», Minnakhat (TT 87), poseen cámaras funerarias con
versiones similares de la Letanía de Ra y del Amduat. El
reciente estudio de Erik Hornung sobre los textos de User
ha subrayado las prerrogativas reales asumidas por
individuos de la élite en tiempos de Hatshepsut y
Tutmosis III. Una de las dos tumbas de Senenmut (TT 71 y
TT 373) se diseñó para emular un enterramiento real,
incluido un cielo astronómico como los utilizados
posteriormente en elValle de los Reyes. Un acceso
privilegiado al rey también queda manifestado de otros
modos, como por ejemplo mediante la concesión de un
enterramiento en el Valle de los Reyes, algo que sucedió
durante los reinados de Tutmosis III y Amenhotep II.
Al contrario que con las bien conocidas familias de la
élite de época de su tía y padre, muchos de los
colaboradores cercanos de Amenhotep II habían servido
con anterioridad en el ejército, tanto durante el reinado de
Tutmosis III como durante el del propio Amenhotep. La
estrechas relaciones que pueden surgir del servicio militar
quizá se vieran fortalecidas por sus orígenes juveniles,
cuando el rey y sus colaboradores de la corte aprendieron
559
juntos a cazar y a conducir carros. Usersatet, «virrey de los
países meridionales», pudo muy bien haber sido uno de
esos amigos de la infancia que luego sirvió como «heraldo
real» en el extranjero durante el reinado de Tutmosis III.
La inscripción de una estela erigida por él en la fortaleza de
Semna, en la región de la segunda catarata, muestra el
texto de una notable carta enviada por Amenhotep II a su
antiguo amigo, de servicio en el extranjero: «Siéntate […]
un soldado-carrero que lucha por su majestad […]
[poseedor de una mujer de Babilonia y un sirviente de
Biblos, de una joven doncella de Alalakh y de una mujer
vieja de Arapkha». Otro hombre que había servido durante
el reinado de Tutmosis III, Amenemheb (TT 85), murió
bastante al principio del reinado de Amenhotep II. En una
inscripción de su tumba, Amenemheb describe el
nombramiento de Amenhotep como rey y luego narra
cómo el rey le habló: «Conocí tu carácter cuando (todavía)
estaba en el nido, cuando estabas en el séquito de mi padre.
Que puedas velar por las tropas de élite del rey».
El cortesano que quizá mejor ejemplifique todo el
reinado de Amenhotep II es un amigo de las campañas
militares y un antiguo compañero de juegos. El «gran
mayordomo» Kenamon luchó junto a Amenhotep en
Retjenu. En reconocimiento por sus servicios, fue
nombrado «mayordomo» de Peru-nefer, la sede de un gran
muelle y centro de construcción naval. Allí también estuvo
activa una residencia real a mediados de la XVIII Dinastía.
Más avanzada su carrera, la sinecura de Kenamon incluyó
el lucrativo puesto de mayordomo de la propia casa del rey.
Kenamon parece haber permanecido en activo durante casi
todo el reinado de Amenhotep. Su tumba (TT 93) cuenta
con elegantes elementos estilísticos, conocidos sólo en
tumbas pintadas tardías de este período de tres décadas;
560
pero no existe nada que haga sospechar que Kenamon
sobreviviera hasta el reinado de Tutmosis IV. El carácter
decididamente no militar de los temas escogidos por
Kenamon para su tumba, junto a las imágenes del próspero
estilo de vida de la élite, están en armonía con el tono
general de las pinturas de las tumbas contemporáneas,
tanto de Tutmosis IV como de Amenhotep III.
Existen otros dos personajes que fueron muy
favorecidos durante la época de Amenhotep II,
probablemente porque eran conocidos de la corte. El visir
Amenemopet y su hermano Sennefer, alcalde de Tebas, se
volvieron extremadamente ricos gracias a las atenciones
del rey. Eran tan influyentes en la región tebana que a
ambos se les concedió una tumba en el Valle de los Reyes,
donde también fue enterrada Sentmay, la esposa de
Senenmut, que era «niñera real». Ambos hermanos
cuentan también con grandes capillas funerarias en Sheikh
Abd el Qurna, en la orilla occidental de Tebas (la TT 29 en
el caso de Amenemopet); de hecho, Sennefer necesitó dos
tumbas (la TT 96 inferior y superior) para poder acomodar
a varias mujeres diferentes, incluidas probablemente tanto
sus esposas como sus hermanas. La hija mayor de
Sennefer, Muttuy, que podemos ver en estatuas y en la TT
96 inferior, parece haberse casado con un tal Kenamon, que
sucedió a Sennefer como alcalde de Tebas. Esta pareja,
Muttuy y Kenamon, fue contemporánea de Amenhotep III
y enterrada en la tumba TT 162.
El punto de vista de Tutmosis IV respecto a la
administración fue el de permitir que los cargos militares
disminuyeran, sustituyéndolos por burócratas, a menudo
seleccionados de entre las familias que ya llevaban tiempo
en la élite social. No obstante, cada rey tenía sus favoritos
561
y el de Tutmosis IV era el «mayordomo» Tjenuna (TT 76).
La fragmentaria biografía de la tumba de Tjenuna sugiere
que mantenía una relación personal con Tutmosis IV
parecida a la de un hijo con su padre: se llama a sí mismo
«verdadero hijo adoptivo del rey, amado suyo». Si bien no
existe suficiente documentación como para apoyar la idea
de que Tjenuna fuera tan poderoso como Senenmut o
Kenamon, Tutmosis IV muy bien pudo haber confiado en
su «mayordomo jefe» (el cual también era «mayordomo de
Amón») tanto como en cualquier otra persona. Un
funcionario llamado Horemheb también pudo haber sido
un aliado poderoso y cercano si lo juzgamos tanto por el
tamaño de su tumba (TT 78) como por el hecho de que
contenía una representación que lo relacionaba con una de
las hijas de Tutmosis IV, Amenemopet.
Los funcionarios civiles a menudo eran representantes
de familias influyentes con solera. Hepu fue visir del sur
durante el reinado de Tutmosis IV y un tal Ptahhotep fue
administrador del norte. Que ambos visires existían
simultáneamente queda confirmado por el Papiro de
Munich, fechado en el reinado de Tutmosis, en el que
ambos personajes son llamados «visir» y aparecen como
jueces. La tumba de Hepu (TT 66) se encuentra situada en
el prestigioso cementerio de Sheikh Abd el Qurna, un
emplazamiento que coincide con el de los visires de los
reinados de Tutmosis III y Amenhotep II. A pesar de ser la
tumba más profunda del reinado, es bastante pequeña y
comparativamente insignificante cuando la comparamos
con otras del período (por ejemplo la TT 76 y la TT 63).
Es evidente que la administración real prosperó
durante el gobierno de Tutmosis IV, reemplazando casi por
completo las conexiones burocráticas y en la corte a las
562
militares. Los rangos de «general» u «oficial militar» son
casi desconocidos durante esta época, mientras que abunda
el de «escriba real», de modo que incluso el virrey de
Nubia, Amenhotep, procedía de un entorno de
«chupatintas». El cargo de «escriba de reclutas» nunca
estuvo mejor atestiguado; pero el hecho de que sus
titulares a menudo estén claramente asociados a la corte
sugiere que el puesto no necesitaba a un endurecido
militar, sino a un leal funcionario civil. Con excepción de la
acción policial de Knosso (véase más arriba, en la sección
Tutmosis IV en Siria-Palestina y Nubia), las labores que les
eran encargadas a los «reclutas» de esta época y después
siguen siendo un misterio. No sería nada sorprendente
averiguar que estaban presentes tanto en las expediciones
a las canteras como en la construcción de edificios y en las
maniobras militares.
La corte de Amenhotep III es inusual, porque la
conocemos casi tanto gracias a los monumentos de fuera
de Tebas como a los de la propia ciudad. Los «tesoreros del
rey», Sobekmose y su hijo Sobekhotep (Panhe-sy), no
tienen tumbas tebanas y el primero fue enterrado en
Rizeikat. En Sakkara Norte, Alain Zivie ha descubierto
varias tumbas del reinado, incluida la de un visir, Aper-el;
se trata de una zona donde en el siglo XIX se encontraron
numerosas estelas de personas contemporáneas a
Amenhotep III. Los colaboradores más conocidos del rey,
no obstante, residieron o dejaron tumbas en Tebas. Los
visires Ramose (TT 55) y Amenhotep construyeron en
Tebas extravagantes capillas de caliza tallada, aunque la del
segundo está destruida. Esta familia, si bien sus títulos la
relacionan estrechamente con la región menfita, puede de
hecho, como menciona William Murnane, haber sido
tebana. El «jefe del granero del rey», Khaemkhet también
563
dejó en Tebas una tumba decorada con relieves (TT 47),
igual que el mayordomo de la reina Tiye, Kheruef (TT 192).
El más querido de todos los cortesanos fue Amenhotep,
hijo de Hapu, a quien el rey concedió el privilegio de tener
su propio templo funerario, junto al propio templo
funerario de Amenhotep III. Amenhotep, hijo de Hapu,
«escriba ínilitar» originario de una famiha del delta,
supervisó la construcción de muchos de los más
dificultosos monumentos de Amenhotep III; el
reconocimiento del rey por sus leales servicios terminó
llevando a su deificación durante el primer milenio a. C.
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10. EL PERÍODO AMÁRNICO Y EL
FINAL DEL REINO NUEVO
(c. 1352-1069 a. C.)
JACOBUS VAN DIJK
Cuando Amenhotep III murió, dejó tras de sí un país
que era más rico y poderoso de lo que había sido nunca. El
tratado con Mitanni firmado por su padre había traído paz
y estabilidad, lo cual tuvo como resultado una cultura de
un lujo extraordinario. Un gran porcentaje de los ingresos
generados por los propios recursos egipcios y el comercio
exterior se dedicó a proyectos constructivos en una escala
sin precedentes; las estelas enumeran las enormes
cantidades de oro, plata, bronce y piedras valiosas
utilizadas en la construcción y decoración de los templos.
La riqueza de Egipto quedaba simbolizada por el tamaño
mismo de los monumentos; todo tenía que ser más grande
que lo anterior, desde los templos hasta los palacios,
pasando por los escarabeos, las estatuas colosales del rey y
los shabtis de los miembros de la élite.
La paz también cambió la actitud de los egipcios
respecto a sus vecinos del extranjero, que dejaron de ser
considerados como fuerzas hostiles del caos que rodeaba
Egipto, el mundo ordenado creado al principio del tiempo.
La corte de Amenhotep se convirtió en un centro
diplomático de importancia internacional y los contactos
amistosos con los vecinos de Egipto trajeron consigo una
593
atmósfera de apertura hacia las culturas extranjeras.
Durante la primera parte de la dinastía, los inmigrantes
habían introducido sus dioses nativos en Egipto y algunas
de estas deidades se habían asociado al rey egipcio, sobre
todo en su aspecto guerrero; pero ahora los pueblos
extranjeros comenzaron a verse como parte de la creación
de dios, protegidos y mantenidos por el benevolente
gobierno del dios sol Ra y su representante terrenal, el
faraón.
594
La religión del Reino Nuevo
Tal cual se habían ido desarrollando en los siglos
anteriores, el dios sol y el rey se encontraban en el corazón
del pensamiento teológico y de la práctica cultual egipcios.
El recorrido diario del sol, que también era el dios creador
primigenio, garantizaba la existencia continuada de su
creación. En el templo, el devenir diario del sol por el
firmamento se representaba simbólicamente mediante
rituales e himnos, cuyo objetivo principal era mantener el
orden creado del universo. En este ritual diario el rey
representaba un papel crucial; era el principal oficiante, el
sacerdote del sol, y poseía un conocimiento íntimo de todo
el recorrido diario del dios sol. Cada amanecer era una
repetición del «primer momento», es decir, la creación del
mundo en el comienzo. El propio Ra sufría un ciclo diario
de muerte y resurrección; al atardecer penetraba en el otro
mundo, donde era regenerado y del cual renacía cada
mañana como Ra-Horakhty. La luz no podía existir sin la
oscuridad; sin la muerte no podía haber regeneración ni
vida. Los muertos eran regenerados junto al dios sol; se
unían a Ra en su viaje diario y pasaban por el mismo ciclo
eterno de muerte y renacimiento. Osiris, el dios de los
muertos y del más allá, con el que los difuntos se
identificaban tradicionalmente, se veía cada vez más como
un aspecto de Ra y lo mismo sucede para los demás dioses;
si el dios sol era el creador primigenio, entonces todos los
595
dioses procedían de él y, por lo tanto, eran aspectos de él.
En este sentido, en la religión del Reino Nuevo hay una
tendencia inherente hacia el monoteísmo.
Hacia finales del reinado de Amenhotep III, el culto de
muchos dioses, así como el suyo propio como rey
deificado, se fue solarizando cada vez más; pero parece que
al mismo tiempo el soberano intentó equilibrar este
desarrollo encargando un inmenso número de estatuas de
multitud de deidades y desarrollando el culto de sus
manifestaciones terrenales como animales sagrados. No
obstante, en los himnos de final del reinado, el dios sol es
separado con claridad del resto de los dioses; él es el dios
supremo que se encuentra solo lejos en el cielo, mientras
que las demás deidades son parte de su creación, junto a
hombres y animales. El sucesor de Amenhotep III no tardó
en encontrar una solución radicalmente distinta al
problema de la unidad y la pluralidad.
Si bien la sede del gobierno durante el Reino Nuevo fue
la capital septentrional, Menfis, los reyes de la XVIII
Dinastía eran originarios de Tebas, y la ciudad continuó
siendo el centro religioso más importante del país. Su dios
local, Anión («El oculto»), se había asociado al dios sol Ra
como Amón-Ra, rey de los dioses, que era adorado en
todos los grandes templos de Egipto, incluido el de Menfis.
El rey era el hijo carnal de Anión, nacido de la unión del
dios con la reina madre, en un matrimonio sagrado que se
recreaba ritualmente cada año durante la fiesta Opet en el
templo de Anión en Luxor. Durante las grandes
procesiones que formaban parte de esta importante fiesta,
el rey era públicamente aclamado como la encarnación
terrenal de Amón; de este modo, el rey y el dios quedaban
íntimamente relacionados mediante una poderosa
596
amalgama de lazos religiosos y políticos. Todo esto había
convertido a Amón-Ra en el dios más importante del país,
cuyo templo recibía una parte sustancial de la riqueza de
Egipto y cuyos sacerdotes habían adquirido un
considerable poder político y económico. También esto
cambiaría rápidamente durante el reinado del sucesor de
Amenhotep.
597
Amenhotep IV y Karnak
No hay duda de que Amenhotep IV fue oficialmente
coronado por Anión de Tebas, puesto que es descrito como
«aquél a quien Amón ha escogido (para aparecer en gloria
durante millones de años)» en algunos escarabeos de
principios de su reinado; pero esta simbólica referencia a
Anión no puede ocultar el hecho de que el nuevo rey
estaba claramente decidido, desde el momento mismo de su
acceso al trono, a seguir su propio camino. Cuándo tuvo
lugar exactamente su llegada al trono sigue siendo objeto
de controversia. Resulta evidente que en un principio no
estaba pensado que Amenhotep sucediera a su padre, pues
de la primera parte del reinado de Amenhotep III se conoce
un príncipe heredero llamado Tutmosis. Amenhotep
aparece mencionado como «verdadero hijo del rey» en uno
de los múltiples tapones de barro para jarras encontrados
en el palacio de su padre en Malkata, la mayoría de los
cuales están asociados a las tres fiestas Sed (jubileos)
celebradas por Amenhotep III durante los últimos siete
años de su reinado. Las opiniones están divididas respecto
a la posibilidad de una corregencia entre Amenhotep III y
Amenhotep IV; algunos especialistas consideran que este
período de gobierno conjunto duró unos doce años, otros
admiten como mucho la posibilidad de un corto
solapamiento de uno o dos años, mientras que la mayoría
lo rechaza por completo.
598
Amenhotep IV comenzó su reinado con un importante
programa constructivo en Karnak, el centro mismo del
culto a Amón. El emplazamiento exacto de sus templos se
desconoce, pero algunos, quizá todos, estaban situados al
este del recinto de Amón y orientados en esa misma
dirección, es decir, hacia el lugar de salida del sol. Sin
embargo, los templos que comenzó a construir aquí y en
otros lugares no estaban dedicados a Amón, sino a una
nueva forma del dios sol cuyo nombre oficial era «El
viviente, Ra-Horus del horizonte, que se regocija en el
horizonte en su identidad de luz, la cual se encuentra en el
disco solar»; una larga fórmula que no tardó en quedar
rodeada por dos cartuchos, igual que los nombres del rey, y
que en las inscripciones reales a menudo venía precedida
por las palabras «mi padre vive». El nombre del dios podía
ser abreviado a «El disco solar viviente» o de forma más
sencilla «El disco solar» (o, utilizando la palabra egipcia,
Atón). La palabra en sí misma no era nueva, pues había
sido utilizada con anterioridad para referirse al cuerpo
celeste del sol. Durante el reinado de Amenhotep III este
aspecto del dios sol se había vuelto cada vez más
importante, sobre todo en los últimos años de su gobierno.
En las fiestas Sed del rey, su yo deificado había sido
identificado con el disco solar y en varias inscripciones, la
más clara de ellas en el pilar dorsal de una estatua
recientemente descubierta, el rey se llama a sí mismo «El
brillante Atón». Originalmente, esta «nueva» forma del
dios sol era representada de la forma tradicional, como un
hombre con cabeza de halcón coronado por un disco solar,
pero a comienzos del reinado de Amenhotep IV esta
iconografía se abandonó en favor de un modo radicalmente
nuevo de representar al dios: un disco con rayos que
terminaban en manos que tocaban al rey y a su familia,
599
tendiéndoles símbolos de vida y poder y recibiendo sus
ofrendas. Si bien Atón claramente adquiere preferencia
sobre los otros dioses, todavía no parece reemplazarlos por
completo.
600
Uno de los templos de Karnak está dedicado a la fiesta
Sed, un hecho notable, porque por lo general los reyes no
celebraban su primer jubileo hasta su trigésimo año de
reinado. Desgraciadamente, no hay indicios de la fecha
exacta de esta fiesta de Amenhotep IV, pero tuvo lugar
durante los primeros cinco años de reinado, posiblemente
en torno al año 2 o 3; si es así, es posible que se repitiera a
intervalos regulares de tres años tras la última fiesta Sed de
Amenhotep III, que se celebró poco antes de su muerte.
Esto proporcionaría un argumento más en contra de la
corregencia entre Amenhotep III y Amenhotep IV. Ahora
Atón, que aparece en cada uno de los episodios de los
601
rituales del jubileo representados en los muros del nuevo
templo, es idéntico al solarizado y difunto Amenhotep III, y
la fiesta Sed celebrada por su hijo es tanto una fiesta para
Atón como para el nuevo rey, aunque obligatoriamente
este último sea el protagonista de los rituales. Atón es el
«padre divino», que gobierna Egipto como corregente
celeste de su encarnación terrenal: su hijo. El jubileo de
Karnak no se consideró la primera fiesta Sed oficial de
Amenhotep IV, como lo demuestra una inscripción
posterior, en la cual un cortesano de Amarna expresa en
sus oraciones funerarias su deseo de ver al rey en «su
primer jubileo», lo cual indica claramente que esa fiesta
todavía no había tenido lugar.
Otro rasgo extraordinario de los edificios de Karnak
construidos por Amenhotep IV es la importancia sin
precedentes de la esposa del rey, Nefertiti, en la decoración
y, por lo tanto, en los rituales que tienen lugar en ellos.
Una estructura está dedicada por completo a ella, estando
ausente de los relieves su esposo real. Nefertiti recibe un
nuevo nombre, Neferneferuaton y es ella, a menudo
acompañada por su hija mayor, Meritaton, la que realiza
muchos rituales que hasta entonces habían estado
reservados para el rey, incluido el de «presentar Maat»
(mantener el orden en el universo) y «golpear a los
enemigos» (someter a los poderes del caos). En esta
temprana etapa del reinado no es tanto que esté actuando
como corregente oficial de su esposo, sino que la pareja
real junta representa a los míticos mellizos llamados en la
religión tradicional Shu y Tefnut, la primera pareja de
divinidades surgidas del andrógino dios creador Atum. La
tríada original estaba formada por Atum, el padre
primigenio, su hijo Shu y su hija Tefhut, y ahora se
sustituye por Atón como padre y el rey y la reina como sus
602
hijos. La iconografía única de ambos reyes presente en la
estatuaria y los relieves refleja esta nueva interpretación de
su categoría divina.
603
Akhenaton y Amarna
A comienzos de su quinto año de reinado,
Amenhotep IV decidió cortar todos los lazos, tanto con la
tradicional capital religiosa de Egipto como con su dios,
Amón, para construir una ciudad completamente nueva en
terreno virgen que estaría dedicada exclusivamente al culto
de Atón y sus hijos. Al mismo tiempo cambió su nombre
por el de Akhenaton, que significa «Aquél que actúa
efectivamente en bien de Atón» o quizá «Manifestación
creativa de Atón». La nueva ciudad, hoy día conocida
como Amarna, se llamó Akhetaton, «Horizonte de Atón»;
es decir, el lugar donde Atón se manifiesta y donde actúa
por intermediación de su hijo, el rey, que es «el hijo
perfecto de Atón vivo». No sabemos si detrás de esta
drástica decisión hubo motivos políticos además de
religiosos, aunque el rey parece insinuar la existencia de
una oposición a sus reformas religiosas en un decreto
inscrito en un grupo de «estelas de frontera» que definen
el territorio de Akhetaton. Por lo tanto, oposición sí existió,
sobre todo entre la clase dirigente de los desposeídos
sacerdotes del templo de Amón en Tebas, y probablemente
también en otros lugares. Antes incluso del traslado a
Akhetaton, algunos de los ingresos de los cultos
establecidos se transfirieron al culto de Atón y la situación
se deterioró aún más cuando el rey abandonó la ciudad de
Amón en favor de su nueva capital.
604
Antes de estudiar esta ciudad, sus habitantes y la nueva
religión atoniana tal cual era practicada allí, debemos
resumir brevemente los principales acontecimientos
políticos del reinado de Akhenaton. No conocemos con
exactitud cuándo fijó su residencia en Akhetaton; pero
posiblemente fue al cabo de un año o dos de su fundación;
los juramentos realizados entonces por el rey respecto a los
límites del territorio de la ciudad fueron renovados en el
año 8 de reinado. Tan pronto como se realizó el anuncio de
su decisión de trasladarse, cesaron todas las actividades
constructivas en Tebas, aunque el nombre original del rey
fue borrado de las inscripciones y reemplazado por el
nuevo.
Una vez Akhenaton estuvo firmemente asentado en su
nueva residencia, se produjo una nueva radicalización de
sus reformas religiosas. En el año 9, la fórmula oficial de
Atón se cambió a «El viviente, Ra, soberano que ha
regresado como el disco solar». Como resulta evidente, al
mismo tiempo que se deshacía del nombre de Horus,
demasiado apegado a los conceptos tradicionales, la nueva
fórmula ponía aún más énfasis en la relación padre-hijo
entre Atón y el rey. Es probable que al mismo tiempo que
este cambio tenía lugar, los dioses tradicionales fueran
prohibidos por completo y comenzara una campaña para
borrar de los monumentos sus nombres y efigies (sobre
todo los de Amón); una tarea hercúlea que sólo pudo
llevarse a cabo con el apoyo del ejército. Los templos
estatales tradicionales se cerraron y los cultos de sus dioses
se suspendieron. Pero lo que quizá sea más importante es
que sus fiestas, con las procesiones y las vacaciones
públicas, dejaron también de celebrarse.
Durante mucho tiempo se ha subestimado el papel del
605
ejército durante el Período Amárnico, en parte porque se
pensaba que Akhenaton era pacifista. No obstante,
recientemente se ha reconocido que el programa regio de
reformas políticas y religiosas nunca podría haber tenido
éxito sin un activo apoyo militar, pero también que en el
año 12 Akhenaton envió a su ejército al extranjero para
aplastar una rebelión en Nubia. Se ha sugerido que pudo
haber estado implicado en un enfrentamiento con los
hititas, quienes durante el reinado de Akhenaton
derrotaron al Imperio hurrita de Mitanni, el aliado de
Egipto, destruyendo así el cuidadosamente mantenido
equilibrio de poder que había existido durante varias
décadas. No obstante, el archivo diplomático de Akhetaton
(las «Cartas de Amarna») muestra que, por lo general, la
actividad militar egipcia en el norte de Siria tuvo forma de
limitadas acciones de control, cuyo objetivo principal era
prevenir que los volátiles estados vasallos cambiaran de
bando. En el año 12 también tuvo lugar una gran
ceremonia, durante la cual el rey recibió tributo de «todos
los países extranjeros reunidos juntos como si fueran uno
solo»; un acontecimiento que muy bien pudo estar
relacionado con la campaña nubia de ese mismo año.
606
Las mujeres de la realeza durante el
Período Amárnico
Aproximadamente al mismo tiempo que tenían lugar
estos acontecimientos políticos, se produjo un cambio
importante en el seno de la familia real. Hasta el momento
Nefertiti había dado a luz seis hijas y ningún hijo y, a pesar
de que nunca perdió su posición principal como «gran
esposa real», por entonces apareció en escena en
Akhetaton una segunda esposa de Akhenaton. A menudo
se ha especulado que se trataba de una princesa mitannia,
pero el nombre Kiya es perfectamente egipcio y no hay
nada que sugiera un origen extranjero. Se le concedió el
recién creado título de «esposa muy amada del rey», que la
distinguía tanto de las demás mujeres del harén real como
claramente de Nefertiti. En el año 12 de reinado o poco
antes desaparece de forma repentina de los monumentos,
su nombre fue borrado de las inscripciones y reemplazado
por los de las hijas de Akhenaton, con mayor frecuencia el
de Meritaton; lo mismo sucedió con sus imágenes. Dado
que hasta el magnífico ajuar funerario preparado para ella,
incluido un espléndido ataúd antropomorfo, fue adaptado
para otra persona de la familia real, lo más probable es que
en un momento dado Kiya cayera en desgracia, quizá por
haberse convertido en una rival importante de Nefertiti
después de haberle dado a Akhenaton no sólo una hija
más, sino también quizá un heredero. No hay pruebas
607
tangibles que apoyen esta teoría, a excepción de una única
inscripción de aproximadamente esta época que menciona
«el hijo carnal del rey, amado de él, Tutankhaton» (el
futuro rey Tutankhamon [1336-1327 a. C.]), que casi con
total seguridad era hijo de Akhenaton, pero no de Nefertiti.
La influencia de Nefertiti se incrementó todavía más
durante la última parte del reinado, cuando se convirtió en
corregente oficial de su esposo con el nombre de
Neferneferuaton y el nombre de coronación de
Ankh(et)kheperura; su papel como reina consorte fue
adoptado por su hija mayor, Meritaton. Desconocemos los
motivos que llevaron a Akhenaton a nombrar una
corregente, un paso dado sólo en circunstancias
excepcionales. Quizá la oposición a su régimen en algún
lugar del reino (es decir, en Tebas) amenazaba con des
controlarse, lo cual hizo necesario contar con alguien que
pudiera actuar como rey e incluso fijar su residencia fuera
de Amarna; en cualquier caso, un grafito tebano del año 3
del reinado de la soberana revela que Neferneferuaton
poseía una «Casa de Ankhkheperura en Tebas» y
empleaba a un «escriba de las ofrendas divinas de Amón»,
un claro indicio de que se había realizado un intento de
reconciliación con los antiguos cultos. La mayor parte de
este texto consiste en la oración del escriba a Amón, con
conmovedor llamamiento al dios para que regresara y
despejara la oscuridad que se había cernido sobre sus
seguidores.
No está claro si Nefertiti sobrevivió o no a Akhenaton,
que murió a comienzo de su año 17. En algunas
inscripciones de finales del Período Amárnico encontramos
a un efímero soberano llamado Esmenkhara, con
prácticamente el mismo nombre de coronación que
608
Nefertiti/Neferneferuaton; en una o dos raras
representaciones aparece acompañado por su reina,
Meritaton. La identidad de Esmenkhara es incierta. Muchos
especialistas siguen considerándolo el sucesor masculino
de Nefertiti, quizá un hermano pequeño o incluso otro hijo
de Akhenaton; pero hay muchas probabilidades de que en
realidad no fuera otro que la propia Nefertiti, que, al igual
que Hatshepsut antes que ella, asumió una personalidad
masculina y gobernó en solitario durante un breve período
de tiempo tras la muerte de Akhenaton, actuando
Meritaton en el papel ceremonial de «gran esposa real». Es
probable que el sucesor de Akhenaton no le sobreviviera
durante mucho tiempo y, al morir, él o ella fuera sucedido
en el trono por el muy joven Tutankhaton, el único
miembro varón que quedaba de la familia real. A
comienzos de su reinado, tanto él como su reina, su
hermanastra Ankhesenpaaton, abandonaron Amarna y
restauraron los cultos tradicionales. Con él llegó a su fin
uno de los períodos más importantes de la historia egipcia.
609
610
El arte y la arquitectura del Período
Amárnico
Las primeras imágenes de Amenhotep IV lo muestran
con el estilo tradicional, muy similar al utilizado para
representar tanto a Tutmosis IV como a Amenhotep III;
pero poco después de su ascenso al trono el soberano pasó
a ser representado con un rostro delgado y largo, de
mejillas protuberantes y labios gruesos, con el cuello
alargado, pechos casi femeninos, vientre redondo y
protuberante, caderas anchas, muslos gruesos y piernas
largas y flacas. Al principio el nuevo estilo estaba muy
restringido, pero en la mayor parte de los monumentos
tebanos, y durante los primeros años en Amarna, los
rasgos del rey fueron representados de un modo tan
exagerado que le hacían parecer casi una caricatura;
avanzado el reinado se desarrolló un estilo mucho más
equilibrado. No se trataba sólo de Akhenaton, también
Nefertiti y sus hijas fueron representadas con el nuevo
estilo, al igual que el resto de personas, pero en este caso
de forma menos exagerada. No resulta nada sorprendente,
porque las representaciones de los particulares siempre
han seguido los modelos artísticos de los reyes de su época,
y Akhenaton en concreto puso mucho énfasis en el hecho
de que él era «la madre que da a luz todo», que había
«creado a sus súbditos con su ka». Era un dios creador
sobre la tierra, que daba forma a la humanidad a su propia
611
imagen y semejanza.
Pocas dudas caben sobre el hecho de que el particular
modo en que Akhenaton se representaba a sí mismo, a su
familia y en menor grado al resto de los seres humanos en
los monumentos refleja hasta cierto punto su aspecto físico
real, si bien en un estilo exagerado que ha sido definido
como «expresionismo» o incluso «surrealista». Las
inscripciones nos informan de que fue el mismo soberano
quien instruyó a sus artistas en el nuevo estilo. No sólo la
figura humana se vio afectada por él, sino también el modo
en que interactuaban entre sí. Las escenas de la familia real
muestran una intimidad nunca vista antes en el arte
egipcio, ni entre particulares ni mucho menos en la familia
real. Se besan y abrazan bajo los benéficos rayos de Atón,
cuyo amor domina toda su creación. Otro rasgo
característico del estilo amárnico es su extraordinario
sentido del movimiento y la velocidad, una «relajación» y
libertad de expresión cuya influencia se dejaría sentir en el
arte egipcio durante siglos.
De un modo distinto, la velocidad también fue el factor
determinante de una nueva técnica constructiva. Las
primeras estructuras de Amenhotep IV 11.emplearon los
grandes sillares de arenisca tradicionales en las paredes de
los templos; pero éstos no tardaron en ser reemplazados,
tanto en Tebas como en Amarna, por bloques mucho más
pequeños, los llamados talatat, con unas dimensiones
típicas de 60 x 25 centímetros, es decir, lo bastante
pequeños como para ser transportados por un solo hombre.
Se consiguió así hacer mucho más fácil la construcción de
grandes edificios en un espacio de tiempo relativamente
corto. El nuevo sistema fue abandonado tras el Período
Amárnico, quizá porque se había descubierto que los
612
relieves tallados en muros construidos con estos bloques
pequeños, al necesitar grandes cantidades de enlucido para
cubrir los huecos entre los sillares, no soportaban el paso
del tiempo tan bien como los muros de construcción
tradicional. Además, los sucesores de Akhenaton no
tardaron en darse cuenta de que se necesitaba aún menos
tiempo y esfuerzo para desmantelar los edificios
construidos con talatat.
La «relajación» del estilo artístico amárnico quizá
encuentre paralelismos en el plano de la ciudad de
Akhetaton, al menos en cuanto a los barrios residenciales
se refiere. A pesar de que se trata de una ciudad de nueva
planta, no fue construida siguiendo una rígida cuadrícula
ortogonal, como la ciudad de Kahun en el Reino Medio,
que refleja la muy estructurada y burocrática sociedad de
la época. La disposición de Amarna se parece mucho más a
un grupo de pequeños poblados reunidos en torno a casas,
grandes y pequeñas, agrupadas de forma flexible y cada
una con sus propios edificios subsidiarios, como silos de
grano, cuadras, cobertizos y talleres. El tamaño de cada
vivienda va parejo a la riqueza y categoría de sus dueños.
Muchas de ellas poseen su propio pozo, un rasgo único de
esta ciudad, lo que hacía que sus habitantes fueran
independientes del Nilo para su suministro diario de agua.
En general, Amarna da la impresión de ser una ciudad que
hubiera crecido con el paso del tiempo y no como resultado
de una cuidadosa planificación.
Ni que decir tiene que los templos y palacios son algo
completamente distinto. Ambos están estrechamente
relacionados con las ideas religiosas de Akhenaton y por
este motivo los diseñaba y planificaba el propio rey en
estrecha colaboración con los arquitectos y artistas que
613
trabajaban bajo su «instrucción» personal, como las
inscripciones nunca se cansan de repetirnos. Aquí no
podemos describir estos edificios en detalle, pero sí
debemos mencionar algunos rasgos importantes. El
primero de todos es que Akhenaton y su familia vivían a
cierta distancia de la ciudad principal, en lo que hoy se
conoce como el Palacio Ribereño Norte. Una larga y
espaciosa avenida, el «camino real», recorría 3,5
kilómetros en línea recta, pasando por el Palacio Norte (la
residencia de la reina), hasta la Ciudad Central, con sus dos
palacios (uno de ellos utilizado entre otras cosas para las
ceremonias estatales, como la recepción de enviados
extranjeros, y el otro como palacio de trabajo con una
«ventana de apariciones», a través de la cual el faraón
recompensaba a sus funcionarios leales) y sus dos grandes
templos de Atón. De ellos, el Gran Templo de Atón era el
equivalente amárnico del gran recinto de Amón-Ra en
Tebas; constaba de varios edificios distintos, incluida una
estructura con una piedra benben, el símbolo sagrado del
sol, cuyo arquetipo se encontraba en el templo de Ra en
Heliópolis. Este es uno de los indicios que nos indica la
influencia de la teología heliopolitana en el pensamiento de
Akhenaton; el otro es que el rey había planeado en Amarna
un cementerio para los toros sagrados Mnevis de Ra-Atum
de Heliópolis. El otro templo de Atón era mucho más
pequeño y se encontraba inmediatamente al sur del palacio
de trabajo del rey. Parece que estaba dedicado tanto al rey
como a Atón y puede que sea el equivalente a los
tradicionales templos de millones de años y, al igual que
este tipo de templos en la orilla occidental de Tebas,
sirviera de capilla funeraria para Akhenaton, pues estaba
orientado hacia la entrada del wadi en el que está situada la
tumba real.
614
La diferencia más evidente entre, por un lado, el templo
de Atón, tanto el de Amarna como el de Tebas, edificado
algún tiempo antes, y por el otro, los templos tradicionales,
es que los primeros eran a cielo abierto. Un templo
tradicional típico comienza con un pilono y un patio
abierto con peristilo, seguido por una sucesión de patios y
habitaciones que se van haciendo más pequeñas y oscuras
de forma gradual, según va penetrando el fiel dentro del
edificio. En la habitación más profunda, la imagen del dios
se guardaba en un santuario que la mayor parte del tiempo
permanecia en la más completa oscuridad. En cambio, el
dios de Akhenaton estaba allí para que todo el mundo lo
viera y por tanto no necesitaba una imagen de culto. Las
únicas estatuas que se encuentran en los templos atonianos
eran representaciones de Akhenaton y de los demás
miembros de la familia real. En la arquitectura de estos
templos se realizó un esfuerzo deliberado por crear las
menos sombras posibles; incluso los dinteles de las puertas
se dejaban abiertos en el medio. Estos dinteles «rotos» eran
una innovación arquitectónica que continuó utilizándose
hasta la época grecorromana en ciertas puertas de acceso a
templos. El rey adoraba a su dios en patios abiertos
repletos de una gran cantidad de pequeños altares, sobre
los cuales se realizaban ofrendas a Atón. El motivo de
tantos altares es un misterio, pero quizá la explicación más
verosímil es que se trata de altares para los muertos, que
eran alimentados en los templos como parte del culto
diario.
La luz era el aspecto más esencial de Atón, que era un
dios de la luz que emergía del disco del sol y mantenía
vivos a todos los seres mediante una creación continua. Era
el dios creador que gobernaba el mundo como rey celestial.
Del mismo modo que Atón era el rey del mundo,
615
Akhenaton era el rey de sus súbditos. Su «procesión»
diaria, cuando conducía su carro a lo largo del camino real
desde el Palacio Ribereño Norte hasta la Ciudad Central,
reemplazó a las tradicionales procesiones divinas, durante
las cuales los habitantes de una ciudad podían entrar en
contacto con las divinidades, cuyas estatuas por lo general
quedaban ocultas a su vista en el templo. Akhenaton era,
como su nombre indica, la «creativa manifestación de
Atón», a través del cual Atón realizaba su benéfico trabajo.
Fue el rey quien «hizo» a la humanidad y sobre todo a su
élite, a la cual eligió él mismo. En sus inscripciones, estos
funcionarios niegan sus orígenes verdaderos, a pesar de
que algunos de ellos seguramente procedían de familias
influyentes; todos ellos se presentan como pobres y
desdichados huérfanos que le deben toda su existencia al
rey, que los «ha creado con su ka». El trabajo del faraón se
equiparaba a la inundación anual del Nilo, que mantenía a
la humanidad y al resto de seres vivos. La piedad personal
se asimiló por completo a una lealtad total hacia el propio
Akhenaton. En sus casas particulares, la élite de Amarna
tenía pequeños santuarios con altares y estelas de la
familia real, que reemplazaban a los antiguos santuarios
domésticos para las deidades locales.
616
Tumbas y creencias funerarias en
Amarna
El rey dominaba por completo la decoración mural,
incluso en las tumbas de la élite en Akhetaton. Las
representaciones de Akhenaton y su esposa e hijas (así
como las imágenes de los diferentes templos de Akhetaton)
son ubicuas, y los himnos y fórmulas de ofrendas estaban
dedicados al rey y a Atón en la misma proporción. Es
interesante comprobar que en las fórmulas de ofrendas es
el propio rey, y no el dueño de la tumba, quien con
frecuencia —si bien no exclusivamente— se dirige al dios.
Las únicas copias que se conservan del famoso Gran himno
a Atón, el texto más completo referido a los dogmas
principales de la nueva religión (escrito probablemente por
el propio Akhenaton), se encuentran en estas tumbas.
Tanto este himno como el resto de textos de Amarna se
escribieron en un lenguaje oficial recientemente creado
que se acercaba mucho más a la lengua hablada que el
egipcio clásico, el utilizado hasta entonces en los textos
religiosos y oficiales. La separación entre la lengua
vernácula y la oficial no desapareció por completo; pero
esta decisión estimuló enormemente el uso de la primera
para las composiciones literarias, lo cual dio lugar a toda
una nueva literatura en los siglos que siguieron al Período
Amárnico.
Osiris, el dios de los muertos más importante, se
617
proscribió desde el comienzo mismo del reinado de
Akhenaton. Incluso Akhenaton, rechazó la doctrina que
consideraba a Osiris como la manifestación nocturna del
dios sol, bien asentada en la religión funeraria desde
mucho antes de Amarna. Atón era un dios de luz dadora de
vida; durante la noche estaba ausente, pero no está claro
dónde se pensaba que iba. Se ignoraron por completo la
oscuridad y la muerte, en vez de considerarse como un
estado de regeneración positivo y necesario. Durante la
noche los muertos sencillamente dormían, como cualquier
otro ser vivo y también el propio Atón. No se encontraban
en el «Bello occidente», el más allá, y sus tumbas ni
siquiera estaban situadas físicamente en el oeste, sino en el
este, por donde amanece. La «resurrección» de los muertos
tenía lugar durante la mañana, cuando aparecía Atón. El
propio dios representaba «el momento en el cual uno
vive», tal y como dice el Gran himno. Los muertos existían,
por lo tanto, mediante su continua presencia junto a Atón
y el rey en el templo, donde se alimentaban (ellos o sus
almas ba) con las ofrendas diarias. Por esta razón, las
tumbas privadas de Amarna están llenas de
representaciones de los templos de Atón y del rey
conduciendo por el camino real hacia los templos y
realizando ofrendas en ellos. Los templos y palacios de
Akhenaton eran el nuevo más allá; los muertos ya no
vivían en sus tumbas, sino en la tierra, entre los vivos. Por
lo tanto, las tumbas sólo servían como lugares de reposo
nocturnos. La momificación continuó practicándose,
porque por la noche el ba regresaba al cuerpo hasta el
siguiente amanecer. Por este motivo, los rituales
funerarios, incluidos las ofrendas y el ajuar funerario,
parecen continuar; si bien la mayoría de los shabtis ya no
llevan el capítulo del Libro de muertos que tradicionalmente
618
se escribía sobre ellos. Es difícil saber cómo eran los
ataúdes y sarcófagos particulares, puesto que en Amarna
no se ha encontrado ninguno. En el gran sarcófago de
piedra de Akhenaton, las cuatro diosas que
tradicionalmente aparecían en las esquinas se
reemplazaron por figuras de Nefertiti, y algunos hallazgos
de otros yacimientos sugieren que los sarcófagos privados
también estuvieron decorados con imágenes de miembros
de la familia del difunto, más que con deidades funerarias.
Tampoco había «juicio de los muertos» delante del trono
de Osiris, que hasta entonces el difunto tenía que pasar
para poder conseguir la categoría de maaty («justificado»);
en vez de ello, los funcionarios del rey conseguían la vida
tras la muerte siguiendo las enseñanzas de Akhenaton y
siéndole totalmente leales durante su vida. Akhenaton era
el dios que garantizaba la vida y una tumba, tras una larga
vida disfrutando de su favor; era la encarnación de maat y
sus súbditos sólo podían convertirse en maatyu mediante
su lealtad hacia él; sin ésta no habría vida tras la muerte. La
existencia sobre la tierra dependía del rey, quien por lo
tanto monopolizaba todos los aspectos de la religión
amárnica, incluidas las creencias religiosas.
619
La vida fuera de Amarna durante el
Período Amárnico
La mayor parte de nuestros conocimientos sobre la
nueva religión de Akhenaton proceden de sus primeros
monumentos en Tebas y de la propia ciudad de Amarna. Lo
que sucedió en el resto del país, sobre todo después de que
el rey se trasladara a su nueva capital, está mucho menos
claro. Casi con total seguridad, Akhenaton viajó fuera de
Akhetaton; incluso estipuló (en las «estelas de frontera»)
que, en caso de que muriera en cualquier otro lugar, su
cuerpo tenía que llevarse a Amarna y enterrarse allí.
Aparte de sus tempranas actividades constructivas en
Nubia, sabemos de la existencia de templos de Atón en
Menfis y Heliópolis, y quizá hubiera más. Algunos bloques
menfitas muestran la forma más tardía del nombre de Atón
(posterior al año 9 aproximadamente), al igual que un
bloque aislado encontrado en Tebas; por lo tanto, es
evidente que incluso después de la radicalización de la
reforma de Akhenaton continuaron los trabajos
constructivos fuera de Amarna. Lo que no sabemos es
hasta qué punto se abolieron realmente los cultos
tradicionales; nuestro punto de vista está muy influenciado
por la descripción posterior de la situación que ofrece la
Decreto de Restauración de Tutankhamon, cuyo tono es
evidentemente propagandístico.
En la práctica diaria, la nueva religión probablemente
620
sólo reemplazó a la religión oficial del Estado y a la de la
élite; la mayor parte del pueblo continuó adorando a sus
dioses tradicionales, a menudo locales. Incluso en la propia
Amarna se han conservado bastantes objetos votivos,
estelas y pinturas murales que representan o mencionan a
dioses como Bes y Taweret (ambos relacionados con los
partos), la diosa de la cosecha Renenutet, las deidades
protectoras Isis y Shed («el salvador», una nueva forma de
Horus desconocida antes de Amarna), Thoth (el dios de los
escribas), Khnum, Satet y Anuket (la tríada de Elefantina),
Ptah de Menfis e incluso Amón de Tebas.
No siempre resulta sencillo decidir si los relieves de las
tumbas, las estelas y los objetos del ajuar funerario que
mencionan a Atón junto a dioses tradicionales como Osiris,
Thoth o Ptah datan del comienzo del reinado, de mediados
o incluso del período inmediatamente posterior a la época
amárnica. Tampoco sabemos si el difunto enterrado en una
necrópolis distinta a la de Akhetaton se suponía que
compartía las ofrendas del templo de Atón en Amarna o las
que se hacían en el de su ciudad natal o cómo volvían a la
vida los difuntos en los lugares donde no había un templo
atoniano. Es necesario investigar mucho más, sobre todo
en la necrópolis de Menfis, donde todavía quedan por
descubrir muchas tumbas del período.
Tampoco está claro qué sucedió con la administración
civil durante la época amárnica. Es evidente que Akhetaton
reemplazó a Tebas como capital religiosa y centro de culto
estatal; mas ¿hizo lo propio con Mentís como capital
administrativa? Uno de los dos visires residía en Amarna,
pero su colega septentrional continuó en Menfis.
Seguramente esta ciudad conservó su posición como centro
administrativo del país durante el Período Amárnico. Es
621
probable que la situación durante el período saíta sea un
paralelo: los reyes de la XXVI Dinastía favorecieron mucho
a su ciudad natal, Sais (si bien eran de origen libio), que
funcionaba como su capital, y muchos de los ingresos del
Estado iban a parar al templo de su diosa, Neith. Sin
embargo, durante esta época Menfis continuó siendo el
centro administrativo de Egipto; una situación que
continuó hasta que el sucesor de Alejandro Magno trasladó
los restos mortales de éste hasta Alejandría y convirtió la
ciudad en el centro del Egipto ptolemaico y romano.
622
El período subsiguiente a Amarna
Si bien el episodio amárnico apenas duró veinte años,
su impacto fue enorme. Quizá se trate del acontecimiento
más importante de la historia religiosa y cultural de Egipto
y dejó su marca en la conciencia colectiva de sus
habitantes. Aparentemente, el país regresó a la religión
tradicional anterior a Akhenaton, pero la realidad es que
nada volvió a ser igual. Algunos de los cambios se pueden
detectar en las disposiciones funerarias de la élite, siempre
un buen barómetro de las cambiantes actitudes religiosas.
Más evidentes son los cambios en la arquitectura de las
tumbas. En Menfis, sobre todo, aparecieron tumbas que se
parecían a templos en todos sus aspectos esenciales. En
Tebas continuaron utilizándose tumbas excavadas en la
roca, pero su arquitectura y decoración se adaptaron al
mismo nuevo concepto: la tumba entendida como un
templo mortuorio privado para su dueño, cuyo culto
funerario se integra con el culto a Osiris. Este dios,
prohibido por Akhenaton, se consideraba universalmente
como la manifestación nocturna de Ra y su papel en las
cuestiones funerarias aumentó de forma drástica
comparado con la época anterior a Amarna. En estas
tumbas, el símbolo solar par excellence, la pirámide, hasta
entonces una prerrogativa real, aparece sobre el tejado de
la capilla central, por lo general con un pináculo (el
piramidón o piramidión) decorado con escenas de
623
adoración delante de Ra y Osiris. En la propia capilla
central, la estela principal, el centro focal del culto, a
menudo muestra una escena doble simétrica con ambos
dioses sentados espalda contra espalda. Las estatuas que
con anterioridad se solían depositar en los templos ahora
comienzan a aparecer en las tumbas privadas, incluidas
imágenes de diferentes dioses y estatuas naóforas, que
muestran al difunto sujetando un santuario con la imagen
de un dios.
624
625
Los relieves y pinturas de los muros de las tumbas
dejaron de estar centrados en imágenes de la carrera y la
ocupación profesional del difunto y, aunque éstas no
desparecieron por completo, pasaron a representarlo con
un largo vestido de lino plisado (a menudo llamado de
forma errónea el «vestido de la vida diaria») y una
elaborada peluca mientras adoraba a Ra, a Osiris y a toda
una amplia variedad de dioses. El mismo tipo de vestido de
fiesta aparece también en los sarcófagos antropomorfos y
los shabtis, que hasta entonces mostraban al difunto
exclusivamente como momia. Aparte de uno o dos
ejemplos muy de comienzos del reinado de Tutankhamon,
las escenas en las que el difunto aparece presentando
ofrendas al rey desaparecen por completo; su lugar fue
ocupado por imágenes de Osiris entronizado. En general, la
decoración de las tumbas postamárnicas está dominada por
escenas y textos religiosos, a menudo sacados del Libro de
los muertos. Al mismo tiempo, en los muros de las tumbas
privadas comienzan a aparecer imágenes y fragmentos de
textos de varias composiciones religiosas exclusivamente
regias, como la Letanía de Ra y los llamados Libros del otro
mundo, primero en Deir el Medina, pero pronto también en
otros lugares. Todas estas características pueden explicarse
como reacción al completo monopolio por parte de
Akhenaton del culto funerario de sus súbditos y al papel
que los templos de Atón habían tenido en la religión
amárnica como el nuevo «más allá». Ahora los dueños de
las tumbas contaban con sus propios templos, donde
adoraban a los dioses sin la intervención del rey, cuyo
papel quedaba así minimizado.
Los cambios en la cultura funeraria que acabamos de
bosquejar son totalmente sintomáticos de un tipo de
626
relación por completo diferente entre los dioses y sus
adoradores, al igual que papel del rey en ella. Doscientos
años después, esta nueva visión del mundo quedará
plasmada en la aparición de la llamada teocracia tebana, en
la cual se consideraba que era el propio Amón quien
actuaba como rey de Egipto, el cual gobernaba a sus
súbditos interviniendo directamente en el mundo de los
vivos mediante los oráculos. No obstante, antes de poder
tratar este cambio debemos regresar a la historia dinástica
y política de Egipto tras el final del Período Amárnico.
627
Tutankhamon
El joven Tutankhaton había ascendido al trono en
Amarna siendo todavía un niño; al poco tiempo, quizá en
su primer año de reinado o no mucho después, abandonó la
ciudad fundada por su padre. Durante algún tiempo la
gente continuó viviendo en Akhetaton, pero la corte se
trasladó a Menfis, la sede tradicional del gobierno. Se
restauraron los viejos cultos y Tebas se convirtió de nuevo
en el centro religioso del país. Se cambió el nombre del rey
por el de Tutankhamon y se le añadió el epíteto «soberano
de la Heliópolis del sur», una referencia deliberada a
Karnak como centro de culto del dios sol Amón-Ra.
También se cambió el nombre de su gran esposa real y
hermanastra, Ankhesenpaaton, por el de
Ankhesenpaamon. Tutankhamon no fue en absoluto el
primer soberano de la historia de la dinastía en ascender al
trono siendo un niño. Tanto Tutmosis III como
Amenhotep III eran muy jóvenes cuando se convirtieron
en soberanos de Egipto, pero en ambos casos hubo un
importante miembro femenino de la familia real
(Hatshepsut y Mutenwiya respectivamente) que aceptó
actuar como regente durante sus primeros años. Ahora
esta posibilidad no existía; por lo tanto, el papel de regente
lo representó un importante oficial del ejército sin lazos
sanguíneos con la familia real, el comandante en jefe del
ejército, Horemheb. Sus títulos como regente indican que
628
se ganó el derecho a suceder a Tutankhamon si éste moría
sin descendencia. De hecho, Horemheb llegaría a
convertirse en rey, y en su «Texto de Coronación» (una
inscripción única que nos ofrece una descripción de su
ascenso al poder, tallada en la espalda de una estatua
conservada en el Museo Egipcio de Turín) parece sugerir
que fue él quien aconsejó al rey abandonar Amarna
«cuando el caos estalló en el palacio» (es decir tras las
muertes de Akhenaton y su efímero sucesor). Obviamente,
el ejército había llegado a la conclusión de que el
experimento de Akhenaton había terminado en desastre,
retirando por tanto su apoyo a las reformas religiosas que
en un principio había ayudado a llevar a cabo, otro
revelador signo de la importancia del papel representado
por el ejército en toda esta cuestión.
El documento más importante de todo el reinado de
Tutankhamon es la llamada Estela de la Restauración, que
ofrece una descripción extremadamente negativa del
estado en el que las reformas de Akhenaton habían dejado
al país: como los templos de los dioses se habían
convertido en ruinas y sus cultos abolidos, los dioses
habían abandonado Egipto; si se les rezaba, no respondían,
y cuando el ejército fue enviado a Siria para ampliar los
límites de Egipto, no tuvo éxito. La importancia de esta
última frase quizá explique por qué el ejército dejó de
apoyar la política amárnica. Durante el reinado de
Akhenaton, los hititas, que se habían convertido en la
principal potencia del norte, derrotaron a Mitanni, el aliado
egipcio. Esto provocó que algunos vasallos egipcios, sobre
todo Aziru de Amurru, intentaran crear un nuevo Estado
tapón independiente entre ambas superpotencias rivales.
Egipto había comenzado a perder algunos de sus territorios
más septentrionales y el ejército, limitado a acciones de
629
policía en Siria, era incapaz de hacer nada al respecto.
Evidentemente, con el ascenso al trono de Tutankhamon
estas limitaciones desaparecieron, pues los relieves del
patio interior de la magnífica tumba menfita de Horemheb
afirman que su nombre «adquirió fama en la tierra de los
hititas», lo cual sugiere que al comienzo del reinado del
joven faraón, Horemheb estuvo implicado en
confrontaciones militares con los hititas. Estas
escaramuzas, así como otras posteriores, no consiguieron
establecer un nuevo equilibrio de poder. Por otra parte, los
simultáneos intentos de reafirmar la autoridad egipcia en
Nubia, documentados en estos mismos relieves,
probablemente tuvieron más éxito.
En el propio Egipto se puso en marcha una campaña
para restaurar los templos tradicionales y reorganizar la
administración del país. La empresa estuvo encabezada por
el tesorero jefe de Tutankhamon, Maya, enviado a una
importante misión: recorrer los templos desde el delta
hasta Elefantina para cobrar impuestos sobre sus ingresos,
que se habían desviado hacia los templos de Atón. Algunas
de las medidas descritas posteriormente en el Texto de
Coronación de Horemheb y en su gran edicto de Karnak se
aplicaron en realidad durante el reinado de Tutankhamon.
Maya también fue responsable de la gradual demolición de
los templos y palacios de Akhenaton, primero en Tebas y
después también en Amarna. La mayor parte de los talatat
terminaron sus días en los cimientos y pilonos de los
nuevos trabajos constructivos de Luxor y Karnak. Como
supervisor de los trabajos en el Valle de los Reyes, Maya de
encargaría de organizar el traslado de los restos mortales
de Akhenaton a un pequeña tumba sin decorar del valle
(asumiendo que el cuerpo encontrado en la KV 55 sea de
hecho el de Akhenaton, como parece probable);
630
posteriormente sería el responsable de los enterramientos
de Tutankhamon y su sucesor, Ay (1327-1323 a. C.), así
como de la reorganización del poblado de los trabajadores
de Deir el Medina en el momento de comenzar los trabajos
en la tumba de Horemheb.
631
Los reinados de Ay y Horemheb
Los acontecimientos que rodean la muerte de
Tutankhamon todavía no están muy claros. El rey murió
de forma inesperada en su décimo año de reinado, en un
momento en que Egipto estaba envuelto en un
enfrentamiento importante con los hititas que terminó con
una derrota egipcia en Amqa, cerca de Qadesh. Las noticias
del desastre llegaron a Egipto aproximadamente cuando se
produjo la muerte de Tutankhamon. No sabemos si el
propio Horemheb encabezó las tropas egipcias en la
batalla; pero el hecho de que no parezca haber tomado
parte en los funerales de Tutankhamon, a pesar de su papel
de regente y presunto heredero, da que pensar. En vez de
él fue Ay, un importante consejero de la corte y uno de los
funcionarios en los que más confiaba, puede incluso que
fuera familiar de la esposa de Amenhotep III, la reina Tiye,
quien se encargó de las exequias y poco después ascendió
al trono. Aparentemente lo hizo como una especie de rey
interino, pues la viuda de Tutankhamon, Ankhesenemon,
estaba intentando negociar una paz con los hititas. De
hecho, escribió a su rey, Supiluliuma, pidiéndole un hijo
para casarse con él y convertirlo en rey de Egipto, de modo
que Egipto y Hatti se unificaran en «un solo país»; un paso
extraordinario que posiblemente fuera instigado por Ay.
Esta petición levantó muchas sospechas en la corte hitita, y
cuando finalmente Supiluliuma se convenció de que las
632
intenciones de la reina egipcia eran honorabies y envió a
su hijo Zannanza a Egipto, el desgraciado príncipe fue
asesinado en route, quizá por fuerzas leales a Horemheb
acantonadas en Siria. El resultado fue una prolongada
guerra con los hititas.
El rey Ay, que debía de ser bastante mayor cuando
ascendió al trono, gobernó durante al menos tres años
completos. Una fragmentaria carta cuneiforme parece
sugerir que intentó arreglar la situación con los hititas,
negando cualquier responsabilidad en la muerte del
príncipe, pero sin éxito. También realizó un esfuerzo
consciente para impedir que Horemheb ejerciera sus
derechos tras su muerte y nombró a un comandante del
ejército llamado Nakhtmin (posiblemente su nieto) como
su heredero. A pesar de ello Horemheb consiguió sentarse
en el trono tras el fallecimiento de Ay y no tardó en
desfigurar los monumentos de su predecesor y destruir los
de su rival, Nakhtmin.
Si el camino de Horemheb hacia el trono estuvo
plagado de dificultades, su reinado (1323-1295 a. C.) parece
que fue bastante tranquilo. No obstante, no conviene
olvidar que se conservan pocas inscripciones de la última
parte del mismo. Incluso su duración sigue siendo incierta.
Su fecha más alta es el año 13; pero basándose en la
cronología mesopotámica y dos textos póstumos, son
muchos los que afirman que reinó durante cerca del doble
de años. Sin embargo, es difícil reconciliar un reinado tan
largo con su tumba sin terminar en el Valle de los Reyes
(KV 57); aunque ésta no se empezara antes de su año 7.
Continuaron los problemas con los hititas respecto a los
territorios del norte de Siria y, en torno al año 10, los
egipcios realizaron un infructuoso intento por reconquistar
633
Qadesh y Amurru; aunque, como es típico del reinado,
nuestras fuentes sean hititas y no textos egipcios. Es
posible incluso que Horemheb terminara llegando a un
acuerdo con su enemigo, puesto que un texto hitita
posterior menciona un tratado que había estado vigente
con anterioridad y que se rompió durante los reinados de
Muwatalli y Seti I (1294-1279 a. C.).
En Egipto, Horemheb se embarcó en varios proyectos
constructivos importantes, entre ellos la Gran Sala
Hipóstila de Karnak. Es posible que también comenzara la
demolición sistemática de la ciudad de Amarna, todavía
habitada por estas fechas, pues allí se encontraron dos
fragmentos de piedra (incluida una base de estatua) con sus
cartuchos. Se puso en marcha con gran entusiasmo la
reorganización del país. El Gran Edicto, que publicó en una
estela en el templo de Karnak, enumera una larga lista de
medidas legales dictadas para terminar con abusos como la
requisa ilegal de barcos y esclavos; el robo de pieles de
ganado; los impuestos ilegales sobre granjas privadas; el
fraude en los impuestos legítimos; y la extorsión que
sufrían los alcaldes por parte de los funcionarios
encargados de organizar la visita anual del rey a la fiesta
Opet durante el viaje de ida y vuelta de Menfis a Tebas y
viceversa. Otros párrafos tratan de la regulación de los
tribunales locales de justicia, del personal del harén real y
otros empleados del Estado, así como del protocolo de la
corte.
Es posible que el rasgo más sobresaliente del reinado de
Horemheb sea el modo en que lo legitimó; después de todo
no tenía sangre real y, por lo tanto, no podía hacer valer
una relación «genealógica» con el dios dinástico, Amón. A
menudo se ha afirmado que su reina, una cantante de
634
Amón llamada Mutnedjmet, se puede identificar con una
hermana de Nefertiti del mismo nombre, pero esto no es
muy probable, porque parece ser que se convirtió en su
esposa bastante antes de su ascenso al trono, sin contar
con que la capacidad legitimadora de un matrimonio real
semejante se hubiera podido cuestionar dadas las
circunstancias. En su Texto de Coronación, Horemheb no
esconde que su origen no es regio; en vez de ello pone
mucho énfasis en el hecho de que, siendo joven, lo eligió el
dios Horus de Hutnesu, presumiblemente su ciudad natal,
para ser rey de Egipto. A continuación describe cómo fue
cuidadosamente preparado para su futura tarea,
convirtiéndose en el representante del rey (es decir, de
Tutankhamon) y príncipe regente, una afirmación en gran
parte sostenida por las inscripciones de su tumba en la
necrópolis de Menfis, anterior a su ascenso al trono.
Finalmente, es Horus de Hutnesu quien lo presenta a
Amón durante la procesión de la fiesta Opet y quien luego
procede a coronarlo como rey. De modo que Horemheb
accede al cargo de faraón por deseo de su dios personal y
mediante elección divina durante una aparición pública de
Amón (es decir, mediante un/oráculo). En este aspecto, la
coronación de Horemheb se parece a la de Hatshepsut
(1473-1458 a. C.), que también fue elegida mediante un
oráculo después de haber sido regente. No obstante, la
reina podía alardear al menos de su sangre real y, de
hecho, subrayó que había sido Anión quien la engendró en
la reina madre, una cuestión que Horemheb evita
cuidadosamente en su Texto de Coronación.
635
Ramsés I
Para designar sucesor, tanto Horemheb como los
primeros soberanos ramésidas decidieron escoger un
heredero de sangre no real. Horemheb, mientras todavía
seguía en el trono, nombró príncipe regente al primero de
los ramésidas, quien ostentó la mayor parte de los títulos
que él mismo había tenido durante el reinado de
Tutankhamon. Este hombre, Paramessu, actuó como visir
de Horemheb al mismo tiempo que ostentaba varios títulos
militares, incluido el de comandante militar de la fortaleza
de Sile, un importante fuerte en el camino terrestre que
conectaba el delta egipcio con Siria-Palestina. El papel
asignado a Paramessu revela de nuevo la preocupación de
Horemheb por la situación de los territorios
septentrionales de Egipto. La familia de Paramessu
procedía de Avaris, la antigua capital de los hyksos, y el
papel desempeñado en su carrera por Seth, el dios local de
la ciudad (quien había mantenido una estrecha relación
con el dios cananeo Baal), parece haber sido comparable al
de Horus en la de Horemheb. Siendo así, resulta
interesante observar que Horemheb construyó un templo
para Seth en Avaris. La familia real ramésida consideraba
al dios Seth como su antepasado regio y el fragmento de un
obelisco, originario de Heliópolis, pero recientemente
descubierto en el lecho marino de la costa de Alejandría,
muestra a Seti I como una esfinge con cabeza de animal
636
sethiano realizando ofrendas a Ra-Atum.
Cuando Horemheb murió, aparentemente sin hijos,
Paramessu le sucedió como Ramsés I (1295-1294 a. C.). Con
él comenzó una nueva dinastía, la XIX, si bien existen
algunas pruebas que sugieren que los faraones ramésidas
consideraban a Horemheb como el verdadero fundador de
la misma. Ramsés I ya era mayor cuando ascendió al trono,
puesto que su hijo y probablemente su nieto ya habían
nacido. Durante su corto reinado (apenas un año) y puede
que incluso antes, su hijo Seti fue visir y comandante de
Sile, pero también ostentó varios títulos sacerdotales que lo
relacionan con diversos dioses adorados en el delta,
incluido el de «gran sacerdote de Seth». En su Texto de
Coronación, Horemheb había mencionado que había
equipado el recientemente inaugurado templo con
sacerdotes «escogidos del ejército», proporcionándoles
terrenos y ganado. A partir de otros documentos sabemos
que los soldados retirados a menudo recibían cargos
sacerdotales y algunas tierras en sus ciudades natales, de
modo que Seti puede que no fuera demasiado joven cuando
su padre ascendió al trono.
637
Seti I y la «Restauración»
Ha de concederse a Seti I, que continuó y sobrepasó los
esfuerzos de sus predecesores, el crédito de haber realizado
el grueso de la restauración de los templos tradicionales.
Por todas partes se restauraron inscripciones de los
faraones preamárnicos y los nombres y representaciones
de Amón borradas por Akhenaton se tallaron de nuevo.
También comenzó su propio y ambicioso programa de
construcción. En prácticamente todo el país, en especial en
los grandes centros religiosos de Tebas, Abydos, Menfis y
Heliópolis, se erigieron nuevos templos o se ampliaron los
ya existentes. Entre estos últimos se encuentra el templo de
Seth en Avaris, una ciudad que no tardaría en convertirse
en la nueva residencia en el delta de los soberanos
ramésidas. En Karnak, Seti continuó la construcción de la
Gran Sala Hipóstila comenzada por Horemheb, conectada
con su propio templo mortuorio en Abd el Qurna, situado
directamente frente a Karnak, pero al otro lado del río.
Junto al templo de Hatshepsut en Deir el Bahari, que
restauró, estos edificios proporcionaban un espléndido
nuevo telón de fondo para la celebración de la importante
y anual Bella Fiesta del Valle, durante la cual Amón de
Karnak visitaba a los dioses de la orilla oeste y la gente iba
a las tumbas de sus familiares difuntos para comer, beber y
disfrutar con su compañía. En Abydos, Seti I construyó un
magnífico templo cenotafio para el dios Osiris, siguiendo
638
ejemplos del Reino Medio y comienzos de la XVIII
Dinastía. La famosa lista real del templo, donde aparecen
mencionados los antepasados reales que participan en el
culto de ofrendas para Osiris, proporciona las primeras
pruebas de que el episodio amárnico se había borrado
completamente de los registros oficiales. En la lista, a
Amenhotep III le sigue directamente Horemheb, y otras
fuentes nos indican que los años de reinado de los
soberanos desde Akhenaton hasta Ay se añadieron a
Horemheb.
El programa constructivo de Seti I fue posible porque
reabrió varias de las antiguas minas y canteras, incluidas
las del Sinaí, y también porque, al igual que sus
predecesores, hizo incursiones en Nubia en busca de
cautivos que emplear como fuerza de trabajo barata. La
seguridad fue otra de las razones de estas campañas nubias,
puesto que la financiación de sus proyectos constructivos
procedía de la explotación de las minas de oro, tanto aquí
como en el Desierto Oriental. Las minas de este último en
particular fueron explotadas para el gran templo de Osiris
construido por Seti en Abydos; en el año 9 de reinado, la
carretera que conducía hasta ellas fue dotada de un lugar
de descanso y un pozo nuevo, todo ello para hacer más
accesibles las minas más rentables de las regiones más
remotas.
Con anterioridad se había contado con los recursos
procedentes de los territorios egipcios en Palestina y Siria,
por lo que ahora era esencial reafirmar la autoridad egipcia
sobre estas zonas. Seti comenzó su año 1 de reinado con
una campaña a escala relativamente pequeña contra Shasu,
en el sur de Palestina, a la que pronto siguieron
expediciones militares más al norte. En una guerra
639
posterior penetró en territorio por entonces controlado por
los hititas y logró reconquistar Qadesh, lo que a su vez hizo
que Amurru se pasara al lado egipcio. El resultado fue una
guerra con los hititas durante la cual se perdieron ambos
Estados vasallos, seguida por un período de paz armada.
Seti I también fue el primer rey en enfrentarse a las
incursiones de las tribus libias a lo largo de la frontera
occidental del delta. Estas tribus, cuya principal motivación
parece haber sido el hambre, continuaron creando
problemas durante el resto del Reino Nuevo, pero poco es
lo que se conoce de su primer intento por asentarse en
Egipto, además del hecho de que la campaña de Seti contra
ellos probablemente tuvo lugar antes de su confrontación
con los hititas.
Los relieves del muro exterior septentrional de la Gran
Sala Hipóstila de Karnak, donde se documentan las
campañas libias y sirias, son de un estilo nuevo, mucho
más realista, que a pesar de algunos precursores durante la
época de Tutmosis IV y Amenhotep III, están claramente
influidos por el realismo del estilo amárnico. Más que las
640
tradicionales escenas de matanza del enemigo, con su
habitual contenido simbólico, estos relieves de batalla
transmiten el sentimiento de que estamos contemplando
un acontecimiento real, histórico. En los mismos tiene un
papel destacado un «mariscal de grupo y flabelífero»
llamado Mehy (abreviatura de Amenemheb, Horemheb u
otro nombre similar), que acompaña a Seti en varias
escenas. Es poco probable que se tratara de algo más que
de un oficial de confianza del propio rey, encargado quizá
de dirigir algunas de las campañas en nombre del propio
soberano; pero el sucesor de Seti I, Ramsés II (1279-1213
a. C.), deseoso de enfatizar su propio papel en la batalla,
hizo que se borraran los nombres e imágenes de Mehy, en
ocasiones reemplazándolas por otras de él mismo como
príncipe heredero.
641
Ramsés II
Desgraciadamente, no sabemos durante cuánto tiempo
ocupó el trono Seti I. El año de reinado más alto que
conocemos de él es el undécimo, pero es posible que
gobernara durante algunos años más. Hacia el final de su
reinado —no sabemos exactamente cuándo— nombró
corregente a su hijo y heredero, mientras éste todavía era
«un niño en su abrazo». No obstante, todas las fuentes
para esta corregencia datan del reinado de Ramsés II como
rey único, de modo que puede estar exagerando su
duración e importancia. Sin embargo, resulta significativo
que Ramsés recibiera la realeza de este modo. Si bien no
hay duda de que es hijo de Seti I, casi con seguridad nació
durante el reinado de Horemheb, antes de que su abuelo
ascendiera al trono y en un momento en que tanto
Ramsés I como Seti I no eran más que oficiales de alto
rango; un hecho que posteriormente el propio Ramsés
enfatizó en vez de ocultar, del mismo modo que Horemheb
había hecho en su Texto de la Coronación. A pesar de que
su padre era rey cuando Ramsés II fue coronado
corregente, su elección se asemeja a la de Horemheb.
Parece evidente que la sucesión del príncipe heredero no
estaba asegurada y tuvo que hacerse mientras su padre
seguía vivo. Sólo después, cuando Ramsés II gobernaba en
solitario, recurrió al viejo «mito del nacimiento del rey
divino», que había legitimado a los soberanos de la XVIII
642
Dinastía.
Muy al comienzo de este reinado, probablemente
mientras todavía era corregente de su padre, Ramsés II
participó en su primera campaña militar, un asunto menor
destinado a sofocar una «rebelión» en Nubia. Los relieves
de un pequeño templo excavado en la roca en Beit el Wali,
que conmemoran el acontecimiento muestran al joven rey
en compañía de dos de sus hijos: el príncipe heredero,
Amunherwenemef, y el cuarto vástago de Ramsés,
Khaemwaset, quienes pese a mostrarse orgullosos encima
de sus carros, por esas fechas no debían de ser más que
unos mocosos. Durante todo el Período Ramésida, los
príncipes, herederos, que durante la XVIII Dinastía sólo
ocasionalmente aparecen representados en las tumbas de
sus profesores y niñeras, que no pertenecen a la familia
real, aparecen de forma destacada en los monumentos
reales de sus progenitores, quizá con la intención de
enfatizar que la realeza de la nueva dinastía era
completamente hereditaria de nuevo. Casi sin excepciones,
cada príncipe heredero ramésida ostentó el título,
honorífico o real, de «comandante en jefe del ejército», que
vemos por primera vez en Horemheb, el fundador de la
dinastía.
En su cuarto año de reinado, Ramsés organizó su
primera gran campaña en Siria, como resultado de la cual
Amurru regresó de nuevo al redil egipcio; pero no fue
durante mucho tiempo, pues el rey hitita Muwatalli decidió
de inmediato reconquistar Amurru e intentar impedir
nuevas pérdidas territoriales ante los egipcios. El resultado
fue que el año siguiente Ramsés volvió a dejar atrás la
fortaleza fronteriza de Sile, esta vez para enfrentarse
directamente a su rival. La subsiguiente batalla de Qadesh
643
es uno de los conflictos armados más famosos de la
Antigüedad, quizá no tanto porque fuera distinta de otras
batallas anteriores, sino porque Ramsés, a pesar del hecho
de que fue incapaz de conseguir sus objetivos, la presentó
en Egipto como una inmensa victoria descrita con detalle
en largos textos, los cuales, en una campaña de propaganda
de dimensiones inauditas, se grabaron en los muros de los
principales templos.
En realidad, a Ramsés le habían hecho creer que el rey
hitita estaba lejos, en el norte, en Tunip, demasiado
asustado como para enfrentarse a los egipcios, cuando en
realidad se encontraba mucho más cerca, al otro lado de
Qadesh. Por lo tanto, Ramsés realizó un rápido avance
hacia la ciudad con una sola de sus cuatro divisiones,
viéndose obligado de repente a enfrentarse al inmenso
ejército que el rey hitita había reunido contra él. Muwatalli
destruyó primero la segunda división egipcia, que estaba a
punto de reunirse con la primera, y luego se volvió para
aplastar a Ramsés y sus tropas. En sus posteriores
descripciones de la batalla, Ramsés narra que éste fue su
momento de verdadera gloria, puesto que cuando su
séquito inmediato estaba a punto de abandonarlo, llamó a
su padre Amón para que lo salvara; entonces, casi sin
ayuda, se las arregló para hacer retroceder a los atacantes
hititas. Amón escuchó las plegarias del rey e hizo que,
justo a tiempo, llegara una fuerza egipcia de apoyo desde la
costa de Amurru. Los egipcios atacaron a los hititas por la
retaguardia y, junto a la división de Ramsés, redujeron
severamente el número de carros enemigos e hicieron que
los restantes huyeran, terminando muchos de ellos en el
río Orantes. Con la llegada de la tercera división, cuando el
combate casi terminaba, seguida de la cuarta división a la
puesta de sol, los egipcios pudieron reagrupar sus fuerzas y
644
quedaron listos para enfrentarse al enemigo a la mañana
siguiente. Sin embargo, a pesar de que los carros egipcios
sobrepasaban en número a los hititas, el formidable ejército
de Muwatalli fue capaz de no ceder terreno y la batalla
terminó en tablas. Ramsés declinó una oferta de paz hitita,
aunque se declaró una tregua. Los egipcios regresaron a
casa con muchos prisioneros de guerra y botín, pero sin
haber conseguido su objetivo. Durante los años siguientes
los egipcios tuvieron otras confrontaciones bastante
exitosas en Siria-Palestina, pero en todas las ocasiones, una
vez retirados los ejércitos egipcios, los vasallos
conquistados no tardaron en regresar al redil hitita y
Egipto no volvió nunca a reconquistar Qadesh o Amurru.
En el año 16 del reinado de Ramsés, el hijo menor de
Muwatalli, Urhi-teshub, que había sucedido a su padre
como Mursili III, fue depuesto por su tío Hattusili III y, dos
años después, tras varios intentos fallidos de recuperar el
trono con ayuda primero de los babilonios y luego de los
asirios terminó huyendo a Egipto. Hattusili de inmediato
exigió su extradición, que le fue negada, de modo que el
rey hitita estuvo dispuesto a organizar una nueva guerra
contra Egipto. No obstante, mientras esto sucedía, los
asirios habían conquistado Hanigalbat, un antiguo Estado
vasallo que recientemente había abandonado a los hititas, y
ahora amenazaban Carquemish y el propio Imperio hitita.
Enfrentado a esta amenazante situación, Hattusili no tuvo
más elección que abrir negociaciones de paz con los
egipcios, lo que finalmente llevó a la firma de un tratado
formal en el año de reinado 21. Aunque los egipcios
sufrieron la pérdida de Qadesh y Amurru, la paz trajo una
nueva estabilidad en el frente norte y, con las fronteras
abiertas al Eufrates, el mar Negro y el Egeo oriental, el
comercio internacional no tardó en florecer como no lo
645
había hecho desde los tiempos de Amenhotep III. También
significó que Ramsés III podía concentrarse ahora en la
frontera occidental, que se encontraba bajo la constante
presión de los invasores libios, sobre todo en los límites del
delta, donde Ramsés construyó una serie de fortificaciones.
En el año 34, la relación con los hititas se vio reforzada
mediante el matrimonio de Ramsés y una hija de Hattusili,
que fue recibida con mucha pompa y circunstancia y a la
cual se le dio el nombre de Neferura-quien-contempla-a-
Horus (es decir, al rey).
La princesa hitita sólo fue una de las siete que
consiguieron la categoría de «gran esposa real» durante el
muy largo reinado de sesenta y siete años de Ramsés II.
Cuando se convirtió en corregente de su padre, éste le
obsequió con un harén lleno de bellas mujeres, y además
tenía dos esposas principales: Nefertari e Isetnefret,
quienes le dieron varios hijos de ambos sexos. Nefertari fue
«gran esposa real» hasta su muerte, aproximadamente en
el año 25, cuando el título pasó a Isetnefret, que parece
haber muerto no mucho después de la llegada de la
princesa hitita. Cuatro hijas de Ramsés también ostentaron
el título: Bintanat, Merytamon, Nebettaway y Henutmira,
que durante mucho tiempo se creyó que era su hermana.
Estas son las más encumbradas de las hijas del rey, de las
cuales al menos hubo cuarenta, además de unos cuarenta y
cinco hijos. Muchos de ellos aparecen en largas
procesiones en los muros de los templos construidos por su
padre, que sobreviviría a varios de ellos. Fueron enterrados
uno tras otro en una gigantesca tumba en el Valle de los
Reyes (KV 45) que se ha descubierto recientemente. Se
asemeja a las cámaras subterráneas que Ramsés comenzó a
construir en Sakkara para el enterramiento de los toros
sagrados Apis del dios Ptah, que hasta entonces eran
646
colocados en tumbas separadas.
Durante sus largos años en el trono, Ramsés II llevó a
cabo un vasto programa constructivo. Comenzó
añadiéndole un gran patio con peristilo y un pilono al
templo de Amón en Luxor, construido por Amenhotep III y
completado por los últimos reyes de la XVIII Dinastía. El
patio se planeó con un curioso ángulo respecto al resto del
templo, presumiblemente para crear una línea recta
cruzando el río hasta el templo mortuorio del rey, el
Rameseo, del mismo modo que su padre había hecho con la
Gran Sala Hipóstila de Karnak y su templo de Abd el
Qurna, en la orilla occidental de Tebas. Ramsés también
construyó un templo para Osiris en Abydos, más pequeño
que el de su padre, pero igual de bonito. Durante el resto
de su reinado, poco a poco llenó el país con sus templos y
estatuas, muchos de los cuales usurpó a soberanos
anteriores; apenas hay un lugar de Egipto donde sus
cartuchos no aparezcan en los monumentos. Especial
impresión causan sus ocho templos excavados en los
acantilados de la Baja Nubia (incluidos los dos de Abu
Simbel), la mayor parte de los cuales los construyeron
trabajadores reunidos de entre los poblados de las
inmediaciones, como se sabe que es el caso del de Wadi el
Sebua, construido para el rey por Setau, el virrey de Nubia,
tras una incursión en el año 44.
De entre los cientos de estatuas de divinidades y reyes
que usurpó Ramsés, las erigidas por Amenhotep III, el
último rey antes del Período Amárnico, le gustaron
especialmente; así como las de los reyes de la XII Dinastía,
los grandes soberanos del período clásico de la historia de
Egipto que tras la radical ruptura con la tradición que
supuso el Período de Amarna sirvió como modelo para el
647
Reino Nuevo en plena creación. Su preocupación por el
gran pasado egipcio es también evidente en un renovado
interés por los escritores clásicos de los Reinos Antiguo y
Medio, sobre todo las «enseñanzas» o «instrucciones» de
antiguos sabios como Ptahhotep o Kagemni, y
descripciones del caos como las de Neferti e Ipuwer. Quizá
porque los escribas ramésidas sintieron que estos antiguos
trabajos no podían ser igualados y menos aún
sobrepasados, la literatura contemporánea, como la poesía
amorosa, los cuentos populares y las historias míticas que
procedían de la tradición oral, se escribió no en egipcio
clásico, sino en la lengua moderna, que Akhenaton fue el
primero en utilizar en las inscripciones monumentales.
Ramsés II también fue el rey que amplió la ciudad de
Avaris y la convirtió en su gran Residencia del delta,
llamada Piramsés («casa de Ramsés»), la Ramsés de la
tradición bíblica. Su emplazamiento exacto se ha debatido
durante mucho tiempo, pero finalmente ha quedado
establecido sin ninguna duda que ha de identificarse con
los extensos restos de Tell el Daba y Qantir, en el delta
oriental. La ciudad estaba estratégicamente situada cerca
del camino que conducía a la fortaleza fronteriza de Sile y
las provincias de Palestina y Siria, además de a la rama
pelusiaca del Nilo; no tardó en convertirse en el centro
comercial y base militar más importante del país. La
influencia asiática siempre había sido fuerte en la zona,
pero ahora muchas divinidades como Baal, Reshep,
Hauron, Anat y Astarté, por mencionar sólo unas pocas,
eran adoradas en Piramsés. En la ciudad vivían muchos
extranjeros, algunos de los cuales terminaron por
convertirse en funcionarios de alto rango. Un cargo que era
ocupado más a menudo por extranjeros que por egipcios
era el de «copero real», una importante posición ejecutiva
648
fuera de la jerarquía burocrática normal, cuyo titular
recibía a menudo encargos especiales por parte del
soberano. Como resultado del tratado de paz con los
hititas, artesanos especializados enviados por el antiguo
enemigo trabajaron en los talleres de armas de Piramsés
para enseñar a los egipcios lo último de su tecnología
armamentística, incluida la manufactura de los muy
solicitados escudos hititas. De hecho, por estas fechas el
ejército egipcio contaba en sus filas con grandes cantidades
de extranjeros que habían llegado a Egipto como
prisioneros de guerra y subsiguientemente habían sido
incorporados a las fuerzas de combate del país.
Muchos de los altos funcionarios de Ramsés vivían y
trabajaban en Piramsés, pero a la mayoría se les enterró en
otros lugares, sobre todo en la necrópolis de Menfis. Hasta
el momento se han descubierto en esta necrópolis treinta y
cinco tumbas del Período Ramésida, algunas muy grandes.
Estas tumbas siguen teniendo forma de templo egipcio,
pero, comparadas con las tumbas de finales de la XVIII
Dinastía, su calidad ha disminuido. Las tumbas de la
dinastía anterior tienen los muros construidos con sólida
manpostería de ladrillos de adobe, revestida de caliza en las
caras interiores; pero ahora los muros son una doble fila de
ortostatos de caliza con el espacio entre ellos relleno de
cascotes, la misma técnica utilizada para sus pirámides y
pilónos. Además, la calidad de la propia caliza no siempre
era muy buena y, en vez de ajustar con cuidado los bloques
unos con otros, para rellenar los huecos que quedaban
entre ellos se utilizaba una generosa cantidad de enlucido.
Tampoco los relieves tallados se pueden comparar con los
de las tumbas más antiguas del cementerio. Este declive
generalizado en la calidad del trabajo se puede observar en
todo el país, incluso en los propios templos del rey; de las
649
dos técnicas principales de escultura de relieve, el
altorrelieve, que es superior, pero más cara y consume más
tiempo, prácticamente desapareció tras los primeros años
del reinado en favor del común hueco relieve. En líneas
generales, los monumentos de Ramsés impresionan más
por su tamaño y cantidad que por su calidad y perfección.
Ramsés II fue el primer rey desde Amenhotep III en
celebrar más de una fiesta Sed. La primera tuvo lugar en el
año 30 y a ésta le siguieron otras trece, al principio a
intervalos más o menos regulares de unos tres años y,
posteriormente, hacia el final de su larga vida, de forma
anual. Amenhotep III fue deificado durante sus tres
jubileos; pero en este aspecto Ramsés tuvo menos
paciencia que su gran predecesor, pues ya en su octavo año
de reinado sabemos de la escultura de una estatua colosal
llamada «Ramsés-el-dios». Se erigieron estatuas colosales
del rey con nombres similares delante de los pilonos y
puertas de entrada de todos los grandes templos y recibían
culto regular, además de ser objeto de adoración pública
por parte de los habitantes de las ciudades en las que se
encontraban. Dentro de los templos, Ramsés-el-dios tenía
su propia imagen de culto y su barca procesional, junto a
las demás deidades a los que estaban dedicados; en los
relieves, Ramsés II aparece a menudo presentando ofrendas
a su propio yo deificado.
De entre los muchos hijos del rey que ocuparon
puestos importantes hay que destacar al segundo hijo de la
reina Isetnefret, Khaemwaset. Era «gran sacerdote de
Ptah» en Menfis y consiguió una reputación de sabio y
mago que sobreviviría hasta la época romana. Ningún otro
hijo de Ramsés II dejó tantos monumentos, muchos de ellos
inscritos con textos eruditos y en ocasiones arcaicos. Si
650
bien, como hemos visto, el reinado de Ramsés II vio un
marcado renacer de las tradiciones clásicas, Khaemwaset
mantuvo un claro interés en el glorioso pasado egipcio,
pues también restauró varias pirámides de faraones del
Reino Antiguo en la necrópolis de Sakkara y en algunos de
sus propios monumentos intentó copiar el estilo de los
relieves de las tumbas de ese mismo período. Como «gran
sacerdote de Ptah», una de las tareas de Khaemwaset era
supervisar el enterramiento del sagrado toro Apis y la
primera galería (en vez de las tumbas individuales) del
Serapeo se la debemos a él. También viajó a lo largo del
país para anunciar las cinco primeras fiestas Sed de su
padre, que tradicionalmente se proclamaban desde Menfis.
En el año 52 del reinado de su padre, Khaemwaset era el
más mayor de sus hijos vivos y, por lo tanto, se convirtió
en el príncipe heredero; pero por esas fechas debía de tener
unos sesenta años y murió unos pocos años después, en
torno al año 55 de reinado. Casi con seguridad fue
enterrado en la necrópolis menfita y no en la principesca
tumba galería del Valle de los Reyes (KV 5), pero nadie
sabe si realmente fue enterrado en el Serapeo, como
muchos piensan.
Tras la muerte de Khaemwaset, Ramsés II vivió otros
doce años, hasta que finalmente murió en su sexagésimo
séptimo año de reinado, el más largo desde Pepi II
(2321-2287 a. C.), en la VI Dinastía. Durante los últimos
años de su reinado se había convertido en una leyenda viva
y resulta evidente que fue muy admirado (y envidiado) por
sus sucesores. Su memoria continuaría viva en tradiciones
posteriores, tanto con su propio nombre como con el de
Senusret, en realidad el nombre de varios reyes del Reino
Medio cuyos monumentos había usurpado con avidez. Sus
doce hijos mayores murieron antes que él y fue Merenptah
651
(1213-1203 a. C.), el cuarto hijo de Isisnefret y príncipe
heredero desde la muerte de Khaemwaset, quien
finalmente le sucedió.
652
Los sucesores de Ramsés II
Durante los primeros años de su reinado, Merenptah,
que debía de tener una edad bastante avanzada por
entonces, envió varias expediciones militares al extranjero,
no sólo a Nubia, sino también a Palestina, donde sofocó a
los vasallos rebeldes de Ascalón, Gezer y Yenoam. La
Estela de la Victoria, que recoge estos triunfos, también
muestra la primera referencia en las fuentes egipcias a
Israel, si bien no como país o ciudad, sino como una tribu.
El principal acontecimiento del reinado de Merenptah tuvo
lugar en su año 5 y es del que se ocupa la estela: una
campaña contra los libios. Estos habían sido un problema
ya durante el reinado de su padre y su abuelo, pero las
fortalezas que Ramsés II había construido en las fronteras
occidentales del delta no pudieron evitar la invasión de una
gigantesca coalición de libios y otras tribus dirigidas por su
rey, Mereye.
En las décadas previas se había producido una gran
migración en el mundo egeo y jónico, originada
probablemente por una hambruna generalizada debida a
un fracaso global de las cosechas. De hecho, según una
larga inscripción en Karnak (entre el Séptimo Pilono y la
parte central del templo), Merenptah había enviado grano a
los hambrientos hititas, todavía aliados de Egipto en el
este. Muchos centros importantes de la Grecia micénica
habían sido violentamente destruidos y los extremos
653
orientales del Imperio hitita habían comenzado a hundirse.
Estos «pueblos del mar», como no tardarían en ser
conocidos en Egipto, también llegaron a las costas del
norte de África, entre la Cirenaica y Mersa Matruth, que a
finales del Bronce Medio era ocupada de forma estacional
por navegantes extranjeros llegados al delta egipcio desde
Chipre vía Creta. En esta zona, los «pueblos del mar» se
unieron a las tribus libias y, con una fuerza de unos 16.000
hombres, marcharon sobre Egipto; como llevaron consigo a
sus mujeres y niños, así como su ganado y sus otras
posesiones, es evidente que estaban planeando asentarse
en Egipto. De hecho, ya habían penetrado en el delta
occidental y estaban marchando hacia el sur, amenazando
Menfis y Heliópolis, cuando Merenptah se enfrentó a ellos
y, en una batalla que duró seis horas, consiguió derrotarlos.
Los libios estaban destinados a fallar en esta ocasión
porque, como dice Merenptah en su Estela de la Victoria,
su rey Mereye había sido encontrado «culpable de sus
crímenes» por el divino tribunal de Heliópolis, y el dios
Amón, que lo presidía, le había entregado personalmente la
espada de la victoria a su hijo Merenptah, convirtiendo la
batalla nada menos que en una «guerra santa». Miles de
enemigos murieron, pero un gran número de ellos fueron
capturados y asentados en colonias militares, sobre todo en
el delta, donde sus descendientes se convertirían en un
factor político cada vez más importante (véase el capítulo
12).
El resto del reinado de Merenptah seguramente fue
pacífico y el rey lo aprovechó para construir al menos dos
templos y un palacio en Menfis. No obstante, se debió de
dar cuenta de que no tenía muchos años por delante, pues
su templo mortuorio en la orilla occidental de Tebas está
construido casi exclusivamente con bloques tomados de
654
estructuras anteriores, sobre todo los cercanos templos de
Amenhotep III. Murió en su noveno año de reinado. Tras
su fallecimiento hubo problemas sucesorios, puesto que si
bien el siguiente rey, Seti II (1200-1194 a. C.), era casi con
seguridad el hijo mayor de Merenptah, durante varios años
reinó en Egipto un soberano rival, Amenmessu, al menos
en el sur del país. Cuándo sucedió esto exactamente sigue
siendo objeto de mucha controversia; se ha sugerido que
Amenmessu fue capaz de deponer a Seti II durante algún
tiempo entre los años 3 y 5 del reinado de éste, pero otros
sitúan los problemas al comienzo del reinado. Cualquiera
que sea la verdad, Seti II borró y usurpó sin piedad todos
los cartuchos de Amenmessu y los textos posteriores se
refieren al soberano rival como «el enemigo».
Cuando Seti II murió, tras un reinado de casi seis años
completos, le sucedió su único hijo, Saptah (1914-1188
a. C.). No obstante, Saptah no era hijo de la esposa
principal de Seti. Tausret (1188-1186 a. C.), sino que había
nacido de una concubina siria llamada Sutailja. Pero lo que
es más importante, no era más que un niño con una pierna
atrofiada por la poliomielitis; por lo tanto, su madrastra
Tausret siguió siendo la «gran esposa real» y actuó como
regente. No obstante, no era el único poder en la sombra,
pues un poderoso funcionario llamado Bay, sirio y descrito
como el «canciller de toda la tierra», parece que fue el
verdadero gobernante del país por estas fechas. Aparece
representado varias veces junto a Saptah y Tausret, y en
diversas inscripciones incluso afirma que fue él quien
«sentó al rey en el trono de su padre», una frase
extraordinaria normalmente reservada a los dioses. Cuando
Saptah murió en su sexto año de reinado, Tausret pasó a
gobernar en solitario durante otros dos años, sin duda con
el apoyo de Bay. Tras Hatshepsut y Nefertiti, era la tercera
655
reina del Reino Nuevo en gobernar como faraón. Con ella
terminó la XIX Dinastía.
656
Ramsés III y la XX Dinastía
No está muy claro cómo consiguió el poder la siguiente
dinastía. Los únicos indicios sobre los acontecimientos
políticos de esta época proceden de una estela erigida en la
isla de Elefantina por su primer soberano, Sethnakht
(1186-1184 a. C.), y de una narración escrita en el Gran
Papiro Harris, de comienzos del reinado de Ramsés IV
(1153-1147 a. C.), unos treinta años después. En la estela,
Sethnakht relata cómo expulsó a los rebeldes, que en su
huida dejaron atrás el oro, la plata y el cobre que habían
robado en Egipto y con el que habían pretendido reunir
refuerzos entre los asiáticos. El papiro describe cómo por
causa de unas fuerzas «del exterior» había estallado en
Egipto un estado de desorden y caos; tras varios años
durante los cuales no hubo soberano, un sirio llamado Irsu
(un nombre ad hoc que significa «aquél que se hizo a sí
mismo», es decir, un arribista) consiguió el poder y sus
confederados saquearon el país; trataron a los dioses como
a personas ordinarias y dejaron de hacer sacrificios en los
templos, una descripción que se parece a la que se da del
Período Amárnico en los años de la Restauración. Entonces
los dioses escogieron a Sethnakht para ser el siguiente
soberano, del mismo modo que habían hecho con
Horemheb al final de la XVIII Dinastía, y él restableció el
orden.
A partir de estos textos quizá es posible reconstruir los
657
acontecimientos como sigue: tras la muerte de Tausret, Bay
intentó hacerse con el poder, consiguiéndolo durante un
corto período de tiempo, hasta que finalmente fue
expulsado del trono por Sethnakht. La estela de Elefantina
no está fechada en el año primero de su reinado, como uno
podría esperar de una estela de la victoria, sino en el año 2;
además, la fecha no aparece al principio de la estela, como
es tradicional, sino hacia el final. Se ha sugerido, por lo
tanto, que se refiere a la fecha de la victoria de Sethnakht,
siendo al mismo tiempo la verdadera fecha de su ascenso al
trono, tras haber contado hacia atrás el tiempo que tardó
en derrotar a sus adversarios y considerándolo su primer
año. Pudiendo esto ser cierto, no disfrutó de su recién
ganada realeza durante mucho tiempo, pues murió poco
después, siendo sucedido por Ramsés III (1184-1153 a. C.).
Si bien el nuevo rey heredó la paz y estabilidad de su
padre, no tardó en tener sus propios problemas. En el año 5
tuvo que derrotar con las armas nuevos avances de las
tribus libias, que se habían aprovechado de la época de
crisis interna para penetrar en el delta occidental hasta
alcanzar la rama principal del Nilo. Por entonces los
egipcios parecen haber aceptado como inevitable esta
inmigración pacífica, pero cuando estalló una revuelta
contra el faraón como resultado de la interferencia de éste
en la sucesión de su «rey», Ramsés respondió con rapidez
y los devolvió al redil egipcio. Una nueva campaña libia
tuvo lugar en el año 11. Un desafío mucho mayor supuso la
gran batalla contra los «pueblos del mar», en el año 8.
Desde los días de Merenptah, cuando por primera vez
algunos de los «pueblos del mar» intentaron penetrar en
Egipto desde el este, sus movimientos habían trastocado
por completo el Mediterráneo oriental. Habían destruido la
658
capital hitita, Hattusas, y barrido su imperio; habían
conquistado Tarso y muchos de ellos se habían asentado en
las llanuras de Cilicia y Siria del norte, arrasando hasta sus
cimientos Alalakh y Ugarit. Chipre también había sido
aplastada y su capital, Enkomi, saqueada. No obstante, era
evidente que su objetivo final era Egipto y en el año 8 de
Ramsés III lanzaron un ataque combinado por tierra y por
mar; pero los egipcios eran conscientes del inminente
peligro y habían trasladado una gran fuerza defensiva
hasta Djahy (sur de Palestina, quizá las guarniciones
egipcias en la franja de Gaza) y las desembocaduras
fortificadas de las ramas del Nilo en el delta. Cuando
finalmente se produjo el asalto, las tropas de Ramsés III
estaban bien preparadas y fueron capaces de hacer
retroceder a los invasores. Si bien los «pueblos del mar»
cambiaron el mundo del Mediterráneo oriental, nunca
consiguieron conquistar Egipto y, a primera vista, su
presencia en Siria-Palestina no parece haber afectado el
dominio egipcio sobre sus territorios septentrionales.
Ramsés III gastó mucho tiempo y energía en sus
proyectos constructivos. El más importante es su gran
templo mortuorio en Medinet Habu, comenzado poco
después de su ascenso al trono y terminado en el año 12 de
su reinado; todavía hoy se alza como uno de los templos
mejor conservados del Reino Nuevo (la decoración de sus
muros exteriores incluye escenas de la batalla contra los
«pueblos del mar»). Seguía de cerca el modelo de su gran
predecesor, Ramsés II, al cual Ramsés III intentó emular de
otros muchos modos; sus propia titulatura real era casi
idéntica a la de Ramsés II e incluso le puso a sus hijos los
nombres de los numerosos vástagos de aquél. La
construcción de Medinet Habu y otros proyectos, incluida
la ampliación de Piramsés, no parecen haberse visto
659
dificultados por las distintas amenazas existentes sobre las
fronteras egipcias. También tenemos noticias de una gran
expedición al Punt, quizá la primera desde la famosa
empresa hacia esas lejanas tierras organizada en época de
Hatshepsut, y de otra a Atika, quizá a las minas de cobre de
Timna.
No obstante, no todo marchaba bien en Egipto. El
turbulento período que precedió al ascenso de Ramsés III al
trono había generado corrupción y diversos abusos, por lo
que se vio obligado a inspeccionar y reorganizar los
diferentes templos repartidos por el país. El Gran Papiro
Harris enumera inmensas donaciones de tierra realizadas a
los templos más importantes de Tebas, Menfis y Heliópolis
y, en menor grado, a otras muchas instituciones de menor
tamaño. A finales de este reinado, un tercio de la tierra
cultivable era poseída por los templos y, de ésta, tres
cuartos pertenecían al templo de Amón de Tebas. Esto
modificó el equilibrio entre el templo y el Estado y entre el
rey y el más poderoso que nunca sacerdocio de Amón. El
resultado fue una pérdida generalizada de control sobre las
finanzas del Estado y el estallido de una crisis económica;
los precios del grano se dispararon y las raciones
mensuales de los trabajadores de Deir el Medina, que eran
pagadas por el Tesoro del Estado, no tardaron en sufrir
retrasos, lo que originó en el año 29 la primera huelga de la
historia. Las cosas empeoraron debido a las repetidas
incursiones de grupos de nómadas libios en la zona de
Tebas, que crearon un sentido generalizado de inseguridad.
Esta ruptura gradual del Estado centralizado puede
muy bien haber sido una de las razones que se esconden
tras el intento de acabar con la vida de Ramsés III o, en
caso de no serlo, el malestar y la inseguridad generalizadas
660
pueden como mínimo haber dado a los conspiradores la
idea de que podían contar con un gran apoyo si tenían
éxito. La conjura se organizó en el harén del rey,
probablemente en Piramsés, donde uno de los funcionarios
implicados, el escriba del harén, Pairy, tenía una casa. Era
uno de los varios funcionarios de la institución que
formaban parte de la conjura; los líderes del complot eran
una de las esposas de Ramsés llamada Tiy y algunas otras
mujeres del harén, así como varios coperas reales y un
mayordomo. Todos ellos estaban «agitando a la gente e
incitando al enemigo para que se rebelara contra su
señor». El objetivo final era sentar en el trono al hijo de
Tiy, Pentaweret, en vez de al heredero legítimo del rey.
Aparentemente, el plan era asesinar a Ramsés durante la
fiesta anual de Opet en Tebas, pero en los preparativos
también se utilizaron conjuros mágicos y figurillas de cera,
que fueron introducidas a escondidas dentro del harén. No
obstante, la conjura debió de fracasar, porque la momia del
rey no muestra signos de muerte violenta y fue su príncipe
heredero, Ramsés IV, y no Pentaweret, quien le sucedió.
Desconocemos por completo las fechas del acontecimiento,
pero los documentos del juicio y las sentencias dictadas
contra «los grandes criminales» (la mayoría de ellos fueron
obligados a suicidarse) se pusieron por escrito a comienzos
del reinado de Ramsés IV, que también compiló el Gran
Papiro Harris, que presenta el «testamento» de su padre, lo
cual sugiere que el intento de asesinato tuvo lugar hacia el
final del trigésimo primer año de reinado de Ramsés.
661
Ramsés IV
El resto de reyes de la XX Dinastía se llamaron Ramsés,
un nombre que adoptaron en el momento de su ascenso al
trono, añadiéndolo a su nombre de nacimiento.
Probablemente todos estuvieran emparentados con
Ramsés III, si bien en algunos casos no sabemos
exactamente cómo. Durante sus reinados Egipto perdió el
control sobre sus territorios de Siria-Palestina, además de
declinar con rapidez el interés por Nubia. Aparte del
templo de Khonsu en Karnak, ninguno de los ramésidas
construyó un templo importante, ni siquiera los que
reinaron lo suficiente como para haberlo hecho. Ramsés IV
era el quinto hijo de su padre y se había convertido en el
príncipe heredero en torno al año 22 del reinado de su
progenitor, después de que murieran sus cuatro hijos
mayores. Los hijos de Ramsés III no fueron enterrados en
una tumba galería en el Valle de los Reyes, como los de
Ramsés II, sino en tumbas individuales en el Valle de las
Reinas. A juzgar por el nombre de su madre, la gran
consorte real de Ramsés III Isis-ta-Habadjilat, el nuevo rey
tenía al menos parte de sangre extranjera corriendo por sus
venas. Al comienzo de su reinado se embarcó en varios
proyectos constructivos, sobre todo en su tumba real y en
su templo mortuorio en Tebas, para los cuales duplicó la
fuerza de trabajo en Deir el Medina, que alcanzó los 120
hombres. Probablemente en relación con estos proyectos
662
organizó varias expediciones a las canteras de Wadi
Hammamat, donde había tenido lugar poca actividad desde
los días de Seti I, así como a las minas de turquesa y cobre
del Sinaí y Timna. Ninguno de sus planes de construcción
dio frutos, pues murió tras un reinado de cinco (quizá siete)
años, antes de poder completarlos, a pesar de sus oraciones
en una gran estela en Abydos donde le pide a Osiris que le
garantice un reinado el doble de largo que los sesenta y
siete años de Ramsés II.
Durante el reinado de Ramsés IV tuvieron lugar nuevos
atrasos en la entrega de bienes básicos a Deir el Medina, al
mismo tiempo que iba creciendo la influencia del «gran
sacerdote de Amón». Ramsesnakht, titular del cargo, no
tardó en acompañar a los funcionarios del Estado cuando
fueron a pagar a los hombres sus raciones mensuales, lo
cual nos indica que ahora el templo de Amón, no el Estado,
era al menos parcialmente responsable de sus salarios. Los
más altos cargos del Estado y del templo estaban de hecho
en manos de los miembros de dos importantes familias.
Usermaatranakht, hijo de Ramsesnakht, era «mayordomo
de la heredad de Amón» y como tal administraba la tierra
que poseía el templo; pero también la inmensa mayoría de
la tierra poseída por el Estado en el Egipto Medio. Todos
los titulares de los cargos de «segundo y tercer sacerdote»
y «padre del dios Amón» estaban emparentados por
matrimonio con Ramsesnakht. Es un buen ejemplo de la
marcada tendencia de estos elevados cargos, incluido el de
«gran sacerdote», a convertirse en hereditarios; de hecho,
Ramsesnakht fue sucedido por dos de sus hijos. El cargo se
fue volviendo más y más independiente, hasta que al final
el rey sólo tuvo un control nominal sobre quién era
nombrado gran sacerdote.
663
Los últimos reinados de la XX
Dinastía
A Ramsés IV le sucedió su hijo, quien se convirtió en
Ramsés V (1147-1143 a. C.) al ascender al trono. El
principal acontecimiento que conocemos de su reinado fue
un importante crimen y un escándalo de corrupción
acontecido entre los sacerdotes de Elefantina, que en
realidad tuvo lugar en tiempos de su padre; aunque
también continuó con las actividades mineras de este
último en Timna y el Sinaí. Después de cuatro años de
reinado, Ramsés V murió joven a causa de la viruela.
El siguiente rey, Ramsés VI (1143-1136 a. C.), era un
hijo joven de Ramsés III. Usurpó la tumba real y el templo
mortuorio comenzados por su sobrino, cuyo enterramiento
se vio retrasado hasta que se encontró una tumba
alternativa para él, en el año 2 de reinado de Ramsés VI.
Algunos especialistas han llegado a la conclusión de que la
sucesión vino acompañada de un cierto desorden civil,
sobre todo porque existen ciertas entradas en el diario de la
necrópolis donde se dice que los trabajadores de Deir el
Medina, cuyo número quedó reducido poco después a
sesenta obreros, permanecieron en casa «por miedo al
enemigo». No obstante, esto no parece muy probable, si
bien el mero hecho de que la gran mayoría de los
funcionarios conservaran sus cargos de un reinado al
siguiente apenas es prueba de lo contrario, pues lo mismo
664
había sucedido al final de la XVIII y XIX Dinastías, cuando
ciertamente sí hubo problemas. Es probable que el
«enemigo» mencionado en el diario sea un grupo de libios
que continuaban siendo un problema en la zona. Ramsés VI
reinó durante siete años y es el último faraón cuyo nombre
encontramos en el Sinaí. Durante el remado de siete años
de Ramsés VII (1136-1129 a. C.) los precios del grano
alcanzaron su nivel más alto, tras lo cual volvieron a
descender de forma gradual. Es probable que su sucesor,
Ramsés VIII, fuera otro de los hijos de Ramsés III, lo que
podría explicar la brevedad de su reinado.
Se desconoce cuál era el origen familiar de los tres
últimos soberanos ramésidas. Los aproximadamente
dieciocho años de Ramsés IX (1126-1108 a. C.) estuvieron
marcados por una creciente inestabilidad. En los años de
reinado 8-15 escuchamos con regularidad que nómadas
libios perturbaron la paz en Tebas, donde también volvió a
haber huelgas. No resulta sorprendente, por lo tanto, que
durante este reinado se produjera la primera oleada de
robos de tumbas, conocida por una serie de papiros que
recogen los juicios de los ladrones detenidos. No obstante,
las tumbas del Valle de los Reyes no se vieron implicadas;
de hecho, sólo se robó en uno de los enterramientos reales
de la XVII Dinastía en Dra Abu el Naga y en varias tumbas
privadas; aunque también se investigaron varios robos en
los templos. Al comienzo del reinado, Ramsesnakht (el
gran sacerdote de Amón mencionado anteriormente) había
muerto; fue sucedido en el cargo primero por su hijo
Nesamón y luego por el hermano de éste, Amenhotep. En
dos relieves de Karnak, Amenhotep se hizo representar a la
misma escala que Ramsés IX, un claro indicio de la virtual
igualdad que parece haber existido entonces entre el rey y
el «gran sacerdote de Amón». Una de las escenas
665
conmemora un acontecimiento del año 10, cuando Ramsés
recompensó a Amenhotep por sus servicios al rey y al país
con el tradicional «oro del honor». Los abundantes regalos
que le fueron entregados entonces debieron de ser
impresionantes, pero sus cantidades son un claro indicio
del estado de la economía o, al menos, de la riqueza del rey.
Entre los regalos había dos hin de un costoso ungüento,
cuando doscientos años antes, durante el reinado de
Horemheb, uno de los subordinados de Maya, un simple
«escriba del tesoro», había contribuido al ajuar funerario
de su señor con cuatro hin del mismo ungüento.
Casi nada se conoce del reinado de Ramsés X, que
parece haber durado nueve años. En cambio, Ramsés XI
(1099-1069 a. C.) gobernó durante treinta años; si bien
durante los últimos diez años su poder quedó virtualmente
reducido al Bajo Egipto (es decir, el delta). Durante su
mandato se agravó la crisis que en las décadas previas
había sufrido Tebas: problemas constantes con grupos de
libios que impedían a los obreros de la orilla oeste ir a
trabajar, hambrunas (el año «de las hienas»), más saqueos
de tumbas, robos en templos y palacios, e incluso una
guerra civil. En un momento dado, antes o durante el año
12, el «virrey de Nubia» Panhesy apareció en Tebas con
tropas nubias para restaurar la ley y el orden, quizá a
petición del propio Ramsés XI. Para poder alimentar a sus
hombres en una ciudad que estaba sufriendo problemas
económicos, se le otorgó, o quizá usurpó, el cargo de
«supervisor de los graneros». Esto seguramente lo
enfrentó con Amenhotep, gran sacerdote de Amón, cuyo
templo poseía la mayor parte de las tierras y su
producción. El conflicto no tardó en enconarse y, de hecho,
durante un período de ocho o nueve meses (en algún
momento entre los años 17 y 19) Panhesy y sus tropas
666
estuvieron asediando al gran sacerdote en Medinet Habu.
Entonces Amenhotep recurrió a Ramsés XI en busca de
ayuda y el resultado fue una guerra civil. Panhesy marchó
hacia el norte, llegando al menos hasta Hardai, en el Egipto
Medio, ciudad que saqueó, pero seguramente continuó
mucho más allá, hasta que, finalmente, las tropas del rey,
que casi con seguridad estaban dirigidas por un general
llamado Piankh, hicieron que retrocediera. Finalmente,
Panhesy tuvo que retirarse a Nubia, donde los problemas
continuaron durante muchos años y donde terminó siendo
enterrado.
En Tebas, el general Piankh se apoderó de los títulos de
Panhesy, además de llamarse a sí mismo visir, y, tras la
muerte de Amenhotep, que quizá no sobreviviera al asalto
de Panhesy, se convirtió también en «gran sacerdote de
Amón», reuniendo así los tres principales cargos del
Estado en su persona. Con el golpe de Estado militar de
Piankh comienza el período del wehem mesut, el
«renacimiento», una expresión que también fue utilizada
por los primeros reyes de la XII y la XIX Dinastías para
indicar que el país había «renacido» tras un período de
caos. En la zona de Tebas los documentos se fechan en
años del «renacimiento», en vez de en el cómputo normal
del rey. Los años 1 a 10 del «renacimiento», son idénticos a
los años 19 a 28 de Ramsés XI. Tras la muerte de Piankh,
quien tras el fallecimiento de Ramsés XI había asumido
títulos reales, su yerno Herihor se apoderó de todas sus
funciones. En el norte del país, Esmendes (1069-1043 a. C.)
accedió al trono y con estos dos personajes comienza la
XXI Dinastía.
Tras Ramsés III, los egipcios perdieron al fin sus
provincias en Palestina y Siria, que tras la invasión de los
667
«pueblos del mar» y la desaparición del Imperio hitita se
habían dividido en varios Estados pequeños. Los problemas
en el norte empeoraron con la gradual colmatación del
puerto de Piramsés, debida a la lenta pero inexorable
desviación hacia el este de la rama pelusiaca del Nilo. Los
reyes de la XX Dinastía tampoco tuvieron ni el poder ni los
recursos para organizar grandes expediciones a las minas
de oro de Nubia. Hacia el final de la dinastía, el tesoro del
templo de Amón envió algunas expediciones a pequeña
escala al Desierto Oriental en busca de oro y minerales,
pero las cantidades con las que regresaron fueron
reducidas. Durante los años del «renacimiento», Piankh y
sus sucesores, ayudados por los descendientes de los
trabajadores de Deir el Medina, que ahora vivían en
Medinet Habu, comenzaron a explotar una fuente de oro y
piedras preciosas completamente diferente: las tumbas del
Valle de los Reyes, excavadas y decoradas por sus padres y
abuelos, así como otras muchas tumbas, tanto reales como
de particulares, de la necrópolis tebana. Durante todo el
siglo siguiente y más, las tumbas fueron desprovistas poco
a poco de su oro y otros productos valiosos; al final
terminaron despojadas de todo e incluso las momias de los
grandes faraones del Reino Nuevo fueron desvendadas y
desposeídas de sus preciosos amuletos y demás objetos,
volviéndose a enterrar todas juntas en una tumba anónima
del acantilado tebano. Por una extraña ironía del destino,
sólo dos momias reales escaparon a esta suerte: la de
Tutankhamon (KV 62) y la de su padre, Akhenaton, el
«enemigo de Akhetaton» (KV 55).
668
Las repercusiones históricas y
sociales de los Períodos Amárnico y
Ramésida
Es indudable que los grandes reyes del Período
Ramésida fueron unos soberanos inmensamente poderosos.
Incluso el mismo Ramsés XI fue capaz de movilizar un
ejército lo bastante fuerte como para derrotar a las tropas
de su enemigo y hacerlas retroceder hasta Nubia. Y, sin
embargo, también es innegable que en el transcurso de la
XIX y la XX Dinastías el prestigio de la realeza se fue
erosionando de forma gradual. Como ya hemos visto, los
acontecimientos políticos y económicos, que condujeron a
la ruptura del gobierno central y a la concentración de un
poder cada vez mayor en manos de los grandes sacerdotes
de Amón, contribuyeron mucho a este desgaste. Por otra
parte, la propia evolución de la economía puede ser
considerada el resultado, o como mínimo el síntoma, de un
cambio mucho más fundamental. El origen de este cambio
se encuentra de nuevo en el Período Amárnico.
Akhenaton había intentado rehacer la sociedad egipcia
y fracasó en su empeño a pesar de que al principio contó
con el apoyo del ejército. Lo peor de todo fue que, a ojos de
todos excepto de la pequeña élite amárnica, en realidad
había destrozado la sociedad egipcia. Ya hemos visto que,
como reacción al modo en que Akhenaton había intentado
monopolizar las creencias funerarias de sus súbditos, las
669
costumbres funerarias postamárnicas reflejan una actitud
completamente diferente hacia el rey. El monopolio de
Akhenaton no se limitó a la vida en el más allá, también
afectó profundamente a la vida sobre la tierra.
Tradicionalmente, el acceso a la imagen de culto del dios
en el templo estaba restringido al rey y al sacerdocio
profesional que lo representaba. Para la gran mayoría de la
población, el único medio de entrar en contacto con el dios
de su ciudad natal, sin la intervención del Estado o de los
funcionarios encargados del culto del templo, era durante
las procesiones, que tenían lugar con regularidad con
ocasión de las fiestas religiosas, cuando las imágenes de los
dioses eran llevadas desde un templo hasta otro. Estas
celebraciones, bastante frecuentes, eran días de fiesta y
representaban un papel enormemente importante en la
vida religiosa y social de la gente. La mayor parte de los
egipcios tenía un fuerte vínculo emocional con su ciudad
natal y su dios, el «dios de la ciudad», al cual eran leales de
por vida. El dios de la ciudad también lo era de la
necrópolis local, el «señor del enterramiento», que
garantizaba «un enterramiento importante tras la vejez» a
sus leales servidores.
Akhenaton no sólo había prohibido todos los dioses,
excepto Atón, y abolido el culto diario en sus templos, sino
que también había terminado con las fiestas y sus
procesiones; al hacerlo había socavado la identidad social
de sus súbditos. Había reclamado toda la devoción y lealtad
para él mismo, de quien ahora dependía por completo la
prosperidad del país y la felicidad de sus habitantes. Era el
«dios de la ciudad», no sólo de Akhetaton, sino de todo el
país, y su recorrido diario en carro a lo largo del camino
real en Amarna reemplazaba a las procesiones. Con
anterioridad al Período Amárnico, durante la XVIII
670
Dinastía se había producido una clara evolución tendente a
una relación más personal entre las deidades y sus
adoradores. Esto terminó abruptamente cuando Akhenaton
proclamó un dios que sólo podía ser adorado por su hijo, el
rey, al tiempo que toda la devoción individual y personal
tenía que ser dirigida hacia el propio soberano. Esta
usurpación real de la piedad personal comprometió
seriamente la credibilidad del dogma de la realeza divina.
En el período posterior a Amarna, el equilibrio de
poder entre el dios y el rey sufrió un cambio dramático: el
rey perdió la posición central que había ocupado en la vida
de sus súbditos, mientras que el dios adquirió muchos de
los aspectos tradicionales de la realeza. En la teocracia
representativa tradicional, los dioses encarnaban el orden
cósmico tal cual había sido creado al comienzo del tiempo,
mientras que el rey, como su intermediario, representaba a
los dioses sobre la tierra, manteniendo el orden cósmico
mediante los rituales del templo y poniendo en práctica su
voluntad mediante el hecho de reinar. Sólo en raras
ocasiones se revelaban los dioses directamente y, cuando lo
hacían, lo hacían ante el rey.
Tras el Período Amárnico, el problema de la unidad y la
pluralidad de los dioses, que Akhenaton había intentado
resolver negando la existencia de todas las divinidades
excepto una, fue resuelto de un modo distinto: Amón-Ra se
convirtió en un dios universal y trascendente, que existía
lejano, independiente de su creación; los otros dioses eran
aspectos suyos, sus manifestaciones inmanentes. Esta
situación queda expresada con elegancia en una colección
de himnos a Amón (preservada en un papiro actualmente
en Leiden), según la cual Amón «comenzó a manifestarse
cuando nada existía; sin embargo, el mundo no estaba
671
vacío de él al principio». Este dios universal era ahora el
verdadero rey y, si bien los títulos tradicionales del faraón
no cambiaron —estaban enraizados en la mitología y
expresaban su divinidad—, en realidad se había vuelto más
humano que nunca antes en la historia de Egipto. El hecho
de que Ay, Horemheb, Ramsés I e incluso Seti I fueran
todos plebeyos antes de sentarse en el trono puede haber
tenido algo que ver en la velocidad con la que tuvo lugar el
cambio. La teocracia representativa se había convertido en
una teocracia directa: el rey había dejado de ser el
representante de los dioses sobre la tierra que llevaba a
cabo su voluntad; ahora el dios se revelaba de forma
directa a cada ser humano e intervenía directamente, tanto
en los acontecimientos de la vida diaria como en el curso
de la historia.
El nuevo dios trascendente se convirtió en un dios
personal, cuya voluntad determinaba el destino del país y
de las personas. En los textos esto se expresa salvando la
distancia que separa estar lejos y, al mismo tiempo, cerca:
«Lejos, es como uno que ve, cerca es como uno que
escucha». Amón-Ra miraba a sus adoradores desde lejos,
pero al mismo tiempo estaba cerca, porque escuchaba sus
oraciones y se revelaba a ellos mediante manifestaciones
de su voluntad, por medio de su intervención divina.
Esta forma nueva de experiencia religiosa, llamada
generalmente «piedad personal», es muy característica del
Período Ramésida, si bien sus comienzos, suprimidos por
Akhenaton, se remontan a mediados de la XVIII Dinastía.
Los salmos penitenciales, inscritos sobre ostraca y estelas
votivas por miembros alfabetizados de la población
ordinaria, eran una forma en la que se expresaba esta
piedad. Cuando un individuo había cometido un pecado, la
672
intervención divina podía suponer un castigo divino, sobre
todo si el pecado no había sido detectado ni castigado por
los tribunales humanos. Estos himnos penitentes atribuían
la enfermedad (a menudo la ceguera, si bien probablemente
la palabra se utilizaba en sentido metafórico) a un pecado
oculto, que una vez revelado por el texto de la estela votiva
dejaba de ser secreto, lo cual permitía que el dios
«regresara» a su adorador y le devolviera la «vista». No
sólo los individuos podían pecar, sino también el país. En
un texto de este tipo, inscrito a finales del Período
Amárnico en la pared de una tumba tebana (TT 139), se
ruega a Amón que regrese y en la Estela de la Restauración
de Tutankhamon se dice que los dioses habían abandonado
Egipto.
Otro tipo de estela votiva demuestra que también se
pensaba que Dios era capaz de intervenir positivamente en
la vida de su adorador; por ejemplo, salvándolo de un
cocodrilo o haciendo que sobreviviera a la picadura de un
escorpión o una serpiente. Muchos dioses recibían estelas u
objetos especialmente fabricados como acción de gracias
por haber salvado a sus adoradores. Incluso había un dios
especial, llamado Shed, cuyo nombre significa «salvador» y
que, probablemente no por casualidad, aparece por primera
vez en Amarna, es posible que a pesar de la prohibición
oficial. Algunas personas fueron incluso más allá y
pusieron sus vidas en manos de su dios personal, hasta el
punto de entregar todas sus posesiones a su templo.
Incluso el rey podía recurrir a este dios en sus horas de
necesidad. Cuando todo parecía perdido y Ramsés II estaba
a punto de ser capturado e incluso muerto en la batalla de
Qadesh a manos de sus enemigos hititas, hizo un
llamamiento al dios Amón, y la llegada de los refuerzos del
673
rey en el momento crítico fue interpretada como una
prueba de la intervención personal de la divinidad. Esto
demuestra claramente que el rey ya no representaba al dios
sobre la tierra, sino que estaba subordinado a él; al igual
que el resto de los seres humanos estaba sometido a la
voluntad del dios, incluso si en términos mitológicos
tradicionales seguía siendo considerado como el faraón
divino y en sus monumentos se siguiera enfatizando este
aspecto. Como resulta evidente, la distancia entre el dogma
teológico y la realidad diaria se había ensanchado de forma
considerable.
Una vez que se hubo reconocido la voluntad del dios
como el factor gobernante de todo lo que sucedía, se hizo
necesario conocer con antelación cuál era esa voluntad.
Los oráculos, cuya consulta quizá comenzara durante el
Reino Antiguo y estaba limitada al rey (durante la XVIII
Dinastía fueron utilizados para buscar la aprobación del
dios respecto a una ascensión al trono, un intercambio
comercial importante o una expedición militar),
comenzaron a ser utilizados durante la Epoca Ramésida
para consultar al dios sobre todo tipo de cuestiones de la
vida de los seres humanos. Los sacerdotes sacaban en
procesión fuera del templo la imagen del dios sobre su
barca portátil y se colocaba delante de él un trozo de
papiro o un ostraca con una pregunta; entonces, el dios
indicaba su aprobación o negación haciendo que los
sacerdotes se movieran ligeramente hacia delante o hacia
atrás o mediante algún otro movimiento de la barca.
Nombramientos, disputas sobre propiedades,
acusaciones de crímenes y más tarde incluso personas que
buscaban la tranquilidad de saber por boca de la deidad que
alguien viviría en el más allá fueron sometidas a la
674
voluntad del dios.
Todos estos cambios minimizaron aún más el papel del
rey como representante del dios en la tierra; el soberano
dejó de ser una divinidad y el propio dios se convirtió en
soberano. Una vez que Amón fue reconocido como
verdadero rey, el poder político de los soberanos terrenales
pudo ser reducido al mínimo y transferido al sacerdocio de
Amón. Las momias de los antepasados regios dejaron de
ser consideradas antiguas encarnaciones del dios sobre la
tierra, por lo que, con pocos escrúpulos, sus tumbas
pudieron ser robadas y sus cuerpos desvendados.
675
11. EGIPTO Y EL MUNDO
EXTERIOR
IAN SHAW
Desde el primer momento, las expediciones
relacionadas con el comercio, la explotación de minas y la
guerra pusieron a Egipto en repetido contacto con los
extranjeros. Las regiones con las que Egipto gradualmente
fue estableciendo lazos comerciales y políticos pueden ser
agrupadas en tres zonas básicas: África (sobre todo Nubia,
Libia y Punt), Asia (Siria-Palestina, Mesopotamia, Arabia y
Anatolia) y el norte y este del Mediterráneo (Chipre, Creta,
los «pueblos del mar» y los griegos).
Con el paso del tiempo, los vecinos africanos al sur de
los egipcios incluyeron varios grupos étnicos diferentes en
Nubia (sobre todo el Grupo A, el Grupo C, la civilización de
Kerma, la cultura «pan-grave», el reino de Kush, la cultura
Ballana y los blemmios) y Etiopía (las culturas preuxmitas
y la civilización de Axum); mientras que al noreste, más
allá de la península del Sinaí, encontraron muchas ciudades
y poblados en las colinas y la llanura costera del Levante
(y, más hacia el norte y el este, un cambiante mosaico de
reinos e imperios en Anatolia y Mesopotamia). Hacia el
oeste, en el Sahara, entraron en contacto con varios
pueblos diferentes a los que ahora conocemos con el
nombre genérico de «libios». Respecto a estos últimos,
pocos son los documentos arqueológicos que han
676
sobrevivido, si bien basándose en referencias textuales se
suele considerar que eran nómadas o al menos dependían
de formas de pastoreo para su supervivencia, y que sólo
cuando se convirtieron en parte de la sociedad egipcia a
finales del Reino Nuevo y el Tercer Período Intermedio
pueden apreciarse o reconstruirse aspectos de su cultura.
677
La identidad racial y étnica de los
egipcios
Existen varios modos de definir a los egipcios como un
grupo racial y étnico característico; pero la cuestión de sus
raíces y el sentido de su propia identidad ha provocado un
considerable debate. Lingüísticamente pertenecen a la
familia afroasiática (hamito-semita), pero esto no es sino
otro modo de decir que, como implica su posición
geográfica, su lengua posee algunas similitudes con
lenguas contemporáneas tanto de África como de Oriente
Próximo.
Los estudios antropológicos sugieren que la población
predinástica incluía una mezcla de tipos raciales (negroide,
mediterráneo y europeo), pero es precisamente la cuestión
de los restos humanos de comienzos del Período Faraónico
la que ha demostrado con los años ser la más
controvertida. Si bien los restos antropológicos de esta
época fueron interpretados antaño por Bryan Emery y
otros como pruebas de una rápida conquista de gentes
venidas del este, cuyos restos eran racialmente distintos de
los de los egipcios, hoy día algunos especialistas sostienen
que puede haber existido un período de cambio
demográfico mucho más lento, en el que probablemente
estuviera implicada una infiltración gradual a través del
delta oriental de un tipo físico diferente procedente de
Siria-Palestina.
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La iconografía de las representaciones egipcias de los
extranjeros sugiere que durante gran parte de su historia se
vieron a sí mismos a medio camino entre los africanos
negros y los asiáticos, más pálidos. No obstante, también
está claro que un origen sirio-palestino o nubio no eran
factores negativos en términos de categoría individual o
perspectivas de ascenso profesional, sobre todo en el
cosmopolita ambiente del Reino Nuevo, cuando los cultos
religiosos y los avances técnicos asiáticos fueron
ampliamente aceptados. De este modo, los rasgos
evidentemente negroides del alto funcionario Maiherpri no
le impidieron conseguir el privilegio especial de una tumba
en el Valle de los Reyes en época de Tutmosis III
(1479-1425 a. C.). Igualmente, un hombre llamado Aperel,
cuyo nombre indica sus raíces próximo orientales, alcanzó
el rango de visir (el cargo civil más importante, sólo por
debajo del faraón) a finales de la XVIII Dinastía.
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La iconografía de la guerra y la
conquista: pruebas textuales y
visuales
El término «nueve arcos» se utilizaba con frecuencia
para referirse a los enemigos de Egipto, cuya identidad
específica varió dependiendo del momento, si bien por lo
general incluía a asiáticos y nubios. Eran representados
como una fila de arcos o un número variable de cautivos
atados, y el motivo aparecía a menudo decorando
sandalias, escabeles y estrados, de modo que el faraón
pudiera caminar simbólicamente sobre sus enemigos.
Como es obvio, la representación en el sello de la
necrópolis del Valle de los Reyes de nueve enemigos atados
coronados por un chacal estaba destinada a proteger la
tumba de las depredaciones de los extranjeros y otras
fuentes del mal.
En el arte egipcio abundan las representaciones de
extranjeros cautivos atados. Varios objetos de prestigio de
finales del Predinástico y del Dinástico Temprano (como la
Paleta de Narmer) incluyen escenas en las que el rey mata
o humilla a extranjeros atados. La escena del faraón
golpeando a los enemigos no sólo es uno de los aspectos
más duraderos del arte faraónico (todavía aparece en los
pilonos de los templos de la época romana), sino que es
uno de los primeros iconos reconocibles de la realeza; el
primer ejemplo conocido es una representación
680
esquemática en el muro de la Tumba 100 de Hieracómpolis,
de finales del Predinástico, en el cuarto milenio a. C.
La excavación de los complejos funerarios de Raneferef,
Nyuserra, Djekara, Unas (todos de la V Dinastía), Teti,
Pepi I y Pepi II (todos de la VI Dinastía) en Sakkara y
Abusir ha proporcionado un amplio número de estatuas de
cautivos extranjeros, que quizá estuvieran alineadas en los
laterales de las calzadas que comunicaban el templo del
valle con el templo mortuorio. En fechas ligeramente
posteriores, las representaciones de enemigos cautivos se
utilizaron en rituales de maldición, como es el caso de las
cinco figuras de alabastro de comienzos de la XII Dinastía
(actualmente en el Museo de El Cairo), inscritas con textos
de execración hieráticos que cuentan con listas de nombres
de príncipes nubios acompañados de insultos.
A lo largo de toda la época faraónica y grecorromana,
la imagen de un prisionero atado fue un tema popular en la
decoración de templos y palacios. La inclusión de cautivos
atados en la decoración de los accesorios y muebles de los
palacios reales servía para reforzar la idea de que el faraón
había terminado con todos los enemigos y, probablemente,
también simbolizaba los elementos «incontrolados» que los
dioses requerían al rey que dominara. Por este motivo, en
algunos templos grecorromanos aparecen filas de dioses
cazando con redes pájaros, animales salvajes y enemigos.
El pájaro rekhyt (un tipo de avefría o chorlito con una
cresta característica) se utilizaba a menudo como símbolo
de los cautivos enemigos o de los pueblos sometidos;
probablemente, porque sus alas hacia atrás se parecen al
jeroglífico de un enemigo cautivo. La primera
representación de este pájaro aparece en el registro
superior de un relieve de la Cabeza de Maza de Escorpión,
681
de finales del Predinástico (c. 3100 a. C.), que contiene una
fila de avefrías colgadas del cuello mediante cuerdas atadas
a los estandartes que representan las antiguas provincias
del Bajo Egipto. En este contexto, el rekhyt parece
representar a los pueblos conquistados del norte de Egipto
durante el crucial período en el cual el país se transformó
en un Estado unificado. No obstante, en la III Dinastía
(2686-2613 a. C.) una fila de avefrías aparece representada
en su forma tradicional junto a los Nueve Arcos, todos
ellos aplastados bajo los pies de una estatua de piedra de
Djoser procedente de su Pirámide Escalonada de Sakkara.
A partir de este momento, el significado simbólico del
pájaro no dejó de ser ambiguo (al menos para los ojos del
observador moderno), pues según el contexto puede
considerarse que se refiere a los enemigos de Egipto o a los
leales súbditos del faraón.
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¿Dónde comienza el mundo
exterior?
Las tradicionales fronteras físicas de Egipto —los
Desiertos Oriental y Occidental, el Sinaí, la costa
mediterránea y las cataratas del Nilo al sur de Asuán—
fueron suficientes para proteger la independencia del país
durante miles de años. Sin embargo, el aspecto quizá más
intrigante de la geografía del Antiguo Egipto —sobre todo
en cuanto a su actitud hacia África y Asia— es la cuestión
de la lenta transformación que sufrió el concepto de dónde
comenzaba el mundo exterior. ¿Hasta qué punto, por
ejemplo, las zonas situadas fuera del valle del Nilo, pero
dentro de las fronteras del Egipto moderno, sobre todo el
Desierto Oiental y la península del Sinaí, eran consideradas
territorio «no egipcio»?
Los egipcios utilizaban dos palabras para referirse a
frontera: djer (un límite eterno y universal) y tash (una
frontera geográfica real, que puede ser marcada por las
personas o los dioses). Esta última era esencialmente móvil
y, en teoría, todos los faraones tenían la responsabilidad de
«ampliar las fronteras» de Egipto, puesto que sus nombres
y títulos regios implicaban una zona de dominio político
potencialmente ilimitada. La mayor extensión de las
fronteras físicas se consiguió durante el reinado de
Tutmosis III, en la XVIII Dinastía, cuando se erigió una
estela triunfal en el río Eufrates en Asia y otra en Kurgus
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(entre la quinta y la sexta catarata) en Nubia.
A comienzos del Dinástico Temprano y del Reino
Antiguo, la frontera con la Baja Nubia se encontraba
tradicionalmente en Asuán, cuyo nombre moderno deriva
de la palabra del antiguo egipcio swenet («comercio»), un
claro indicio de las posibilidades comerciales que le ofrecía
su emplazamiento. La primera catarata, a poca distancia
hacia el sur, representaba un importante obstáculo para los
barcos del Nilo, por lo tanto, todos los productos tenían
que transportarse por la orilla. Esta ruta terrestre al este
del Nilo se protegió mediante un inmenso muro de adobe
de casi 7,5 kilómetros de longitud, probablemente
construido en gran parte durante la XII Dinastía.
No obstante, en la XII Dinastía la frontera con Nubia se
encontraba mucho más al sur, en la garganta de Semna, la
parte más estrecha del valle del Nilo. Fue aquí, en esta
posición estratégica, donde los faraones de la XII Dinastía
construyeron cuatro fortalezas de adobe: Semna, Kumma,
Semna Sur y Uronarti. Varias «estelas de frontera» erigidas
por Senusret III en las fortalezas de Semna y Uronarti
describen el completo control de los egipcios sobre la
región, incluidas la normas que regulaban las posibilidades
de los nubios de comerciar en el valle del Nilo (véase el
capítulo 5).
Desde al menos el comienzo de la XII Dinastía, la
frontera con Palestina en el delta oriental también estuvo
defendida por una serie de fortalezas, conocidas como los
«muros del gobernante» (inebu hekd). Parece que fue
aproximadamente por estas mismas fechas cuando se
construyó una fortaleza en Wadi Natrun para proteger el
delta occidental de los «libios». Esta política se mantuvo
durante todo el Reino Medio, construyéndose más
684
fortalezas durante el Reino Nuevo, entre ellas las de Tell
Abu Safa. Tell el Farama, Tell el Heir y Tell el Maskhuta
(en la zona oriental) y El Alamein y Zawiyet Umm el
Rakham (en la zona occidental).
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Pruebas materiales de los primeros
contactos con Asia y Nubia
Las pruebas sobre las relaciones comerciales y
diplomáticas entre el emergente Estado egipcio, las
culturas adyacentes y los Estados vecinos sobreviven a
menudo en forma de productos y materias primas exóticas,
así como de los recipientes en los que se transportaron. Si
bien Egipto era claramente autosuficiente en una amplia
diversidad de rocas, plantas y animales, seguía habiendo
muchos materiales valiosos que no se podían obtener en el
valle del Nilo. La turquesa sólo se podía conseguir en el
Sinaí; la plata probablemente en Anatolia o el norte del
Mediterráneo, vía Levante; el cobre en Nubia, el Sinaí y el
Desierto Oriental; y el oro en el Desierto Oriental y Nubia;
mientras que maderas preciosas como el cedro, el junípero
y el ébano, así como productos como el incienso y la mirra,
se importaban desde el oeste de Asia y el África tropical.
Uno de los productos más apreciados y que más viajaba
era el lapislázuli, una piedra azul oscuro veteada con pirita
y calcita, conocida por los egipcios como khesbed. Se
utilizaba para joyas, amuletos y figuritas desde al menos
Nagada II (c. 3500-3200 a. C.), pero la principal fuente
antigua parece haber estado localizada en Badakhshan, en
el noreste de Afganistán (a unos 4.000 kilómetros de
Egipto), donde hasta el momento se han identificado cuatro
minas antiguas: Sar-i-Sang, Chilmak, Shaga-Darra-i-Robat-
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i-Paskaran y Stromby. Badakhshan se encuentra en el
centro de una amplia red comercial, a través de la cual el
lapislázuli se exportaba a lo largo de grandes distancias
hasta las primeras civilizaciones del oeste de Asia y el
norte de África, sin duda pasando de camino por las manos
de muchos intermediarios.
Algunos de los datos arqueológicos más importantes
respecto a los más antiguos contactos egipcios con el
mundo exterior proceden de los recipientes de cerámica, en
los cuales se transportaban muchos bienes (por lo general
comida, bebida o cosméticos) desde y hacia el valle del
Nilo. El grupo de unos cuatrocientos recipientes cerámicos
de estilo palestino encontrados en una de las cámaras de la
Tumba U-j, en el Cementerio U (Nagada III) de Abydos
(véase el capítulo 4), demuestra que el dueño de esta
tumba, miembro de la élite —quizá incluso uno de los
primeros soberanos egipcios—, era capaz de ejercer una
considerable influencia comercial para conseguir estos
bienes funerarios (probablemente jarras de vino). Muy
pocos de estos recipientes tienen paralelos en la cerámica
procedente de yacimientos contemporáneos de Palestina,
de modo que debe de tratarse de tipos fabricados
exclusivamente para la exportación. Esta misma tumba
albergaba recipientes egipcios de asas onduladas, cuya
forma deriva de recipientes palestinos, así como un
fragmento de un asa de marfil tallado que parece presentar
filas de cautivos asiáticos y de mujeres llevando recipientes
de cerámica.
La cerámica encontrada en los asentamientos urbanos
de la propia Palestina sugiere que en esta región puede
haber existido una floreciente red comercial egipcia desde
una fecha tan temprana como la primera fase del Bronce
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Medio. Se ha sugerido que la expansión de la cultura
Nagada hacia la región del delta a finales del Predinástico
puede haber sido resultado del deseo de los soberanos del
Alto Egipto de conseguir contactos comerciales directos
con Palestina, para no tener que adquirir los bienes a
través de los intermediarios de Maadi y otros
asentamientos del Bajo Egipto. Al menos desde la I
Dinastía, el recién unificado Estado egipcio se había
expandido más allá del delta, hasta alcanzar el sur de
Palestina, con una floreciente ruta comercial que pasaba
junto a varios cientos de campamentos y estaciones de
paso a lo largo del extremo septentrional de la península
del Sinaí (véase el capítulo 4).Varias de las tumbas reales
del Dinástico Temprano en Abydos contaban con
fragmentos de recipientes palestinos, lo que demuestra que
los soberanos de Egipto incluían bienes importados
asiáticos en su ajuar funerario.
Aproximadamente en la misma época que los egipcios
establecieron los primeros lazos comerciales con los
habitantes de la Palestina del Bronce Medio, hacían lo
propio con la gente de Nubia (sobre todo para conseguir
acceso a los productos exóticos del África tropical, así
como a los recursos minerales de la propia Nubia). Los
restos arqueológicos de este pueblo, al cual George Reisner
llamó «Grupo A», se han conservado en toda Nubia, desde
en torno a 3500 a. C. hasta 2800 a. C. Los ajuares funerarios
incluyen a menudo recipientes de piedra, amuletos y
artefactos de cobre importados de Egipto, lo cual no sólo
ayuda a fechar las tumbas, sino que también demuestra que
el Grupo A mantenía contactos comerciales regulares con
los egipcios del Predinástico y del Dinástico Temprano.
Bruce Williams ha expresado la controvertida sugerencia
de que fueron en realidad las primeras jefaturas del Grupo
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A las responsables de la aparición del Estado egipcio, lo
cual ha refutado la mayor parte de los especialistas (véase
el capítulo 4).
La riqueza y cantidad de objetos importados parece
incrementarse en las tumbas más tardías del Grupo A, lo
que sugiere un crecimiento sostenido de los contactos
entre ambas culturas. Resulta evidente que yacimientos
como Klior Daoud (donde no hay restos de asentamiento,
aunque sí cientos de silos con recipientes cerámicos de la
cultura Nagada que contuvieron en su momento cerveza,
vino, aceite y quizá queso) eran puestos comerciales en los
cuales tenía lugar el intercambio de bienes entre los
egipcios de finales del Predinástico, el Grupo A y los
nómadas del Desierto Oriental. A juzgar por algunas de las
ricas tumbas de los cementerios de Sayaia y Qustul, que
atesoran bienes de prestigio importados de Egipto, la élite
del Grupo A obtenía grandes beneficios de su papel como
intermediaria en la ruta comercial africana. No obstante,
un grabado rupestre en la Baja Nubia, en Gebel Sheikh
Suleiman (en la actualidad expuesto en el Museo de
Jartún), parece recoger una campaña de la I Dinastía en un
punto tan meridional como la segunda catarata, lo que
sugiere que en esta época los contactos con el Grupo A se
volvieron algo más militares.
Durante la I Dinastía parece haberse producido en la
Baja Nubia un severo proceso de empobrecimiento,
probablemente como resultado de la depredación
producida por la explotación económica egipcia de la zona.
Se ha sugerido que pudo existir una regresión forzada
hacia el pastoreo (quizá debida en parte a los cambios
medioambientales) o incluso que la población nubia local
abandonó temporalmente la región, quizá trasladándose
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hacia el sur para regresar después como el llamado
Grupo C (antaño considerado como bastante alejado del
Grupo A, pero que ahora parecen tener varios rasgos
culturales en común).
Las gentes del Grupo C son aproximadamente
sincrónicas con el período de la historia egipcia que va
desde mediados de la VI Dinastía hasta comienzos de l