Animales en Egipto

El gato, dios y mascota en el antiguo Egipto

Los gatos estaban hasta tal punto presentes en la vida de los antiguos egipcios que varios dioses tomaron su forma. La principal fue sin embargo Bastet, adorada sobre todo en la ciudad de Bubastis, una divinidad benévola que podría transformarse en ocasiones en la iracunda leona Sekhmet.

Gato cazando aves en las riberas del Nilo. Tumba de Nebamón. Museo Británico, Londres.

Foto: Cordon Press

Los gatos fueron animales de compañía muy habituales en la mayoría de hogares egipcios. Tal como ocurre en nuestros días, a las mascotas se las identificaba con un nombre familiar escogido por sus propietarios, aunque para designar al gato en general se utilizó una onomatopeya: miu. Asimismo, un nombre femenino muy frecuente a partir del Reino Medio fue el de Tamit, que significa precisamente "la gata".

El aprecio por estos felinos se hace evidente en las numerosas escenas funerarias en las que aparecen representados junto a sus amos en actividades cotidianas. Estos gatos domésticos (felis libyca) mantenían las casas y los graneros libres de ratones, así como de pequeñas serpientes y escorpiones. Su integración en la vida doméstica fue absoluta en todos los ámbitos.

Una figura satírica

Es usual la presencia de gatos en los dibujos satíricos de los obreros de Deir el-Medina, tanto sobre papiro como en ostracones (fragmentos de cerámica con inscripciones). Algunas escenas realmente atrevidas, casi rozando la lesa majestad, identificaban de forma divertida y, por supuesto, de puertas adentro, al faraón con un ratón... ¡recibiendo el homenaje de una gran gata!

Es usual la presencia de gatos en los dibujos satíricos de los obreros de Deir el-Medina, tanto sobre papiro como en ostracones.

Relieve que muestra a un gato y aves en los marjales del Nilo. 

Foto: Cordon Press

Y ya puestos a satirizar, pocas escenas simbólicas se resistieron al ingenio de aquellos artesanos del rey. En los pilonos de los templos del Reino Nuevo es habitual la presencia del faraón montado en su carro de guerra aniquilando con sus flechas a asiáticos y nubios. La tan repetida escena de Ramsés II, el supuesto vencedor de Qadesh, arrollando al enemigo, tuvo también su réplica en una particular versión dibujada por sus propios obreros, donde se le muestra como un ratón arquero atacando una fortaleza defendida por gatos. Sin restarle méritos a Esopo, ¿quién nos asegura que el gran fabulista griego, al igual otros compatriotas, no buscó su inspiración en el antiguo Egipto?

Honrados por los faraones

Los gatos no sólo gozaron de atención entre el pueblo llano: su popularidad alcanzó también cotas reales. Así lo atestigua un fragmento de pintura, en el Museo Metropolitano de NuevaYork, en el que aparece un gato bajo el asiento de Tiy, la Gran Esposa Real de Amenhotep III. En cualquier caso, nada comparable al cariño que un hijo de este rey mostró por su gata. En el Museo de El Cairo se conserva un excepcional sarcófago de caliza, hallado en la antigua Menfis. Pertenece a Tamit, la gata del príncipe Tutmosis, el primogénito de Amenhotep III, quien debió haberle sucedido de no haber muerto prematuramente. Tamit fue enterrada con todos los honores: en su sarcófago figuran Isis, Neftis y los cuatro hijos de Horus. Por si ello fuera poco, el "Osiris" de Tamit aparece como "justo de voz ante el gran dios (Osiris)". Sin llegar a tales extremos, muchos gatos descansan en sarcófagos de madera en forma de felino junto a sus dueños.

En el Museo de El Cairo se conserva un excepcional sarcófago de caliza, hallado en la antigua Menfis. Pertenece a Tamit, la gata del príncipe Tutmosis.

Gato representado en un sarcófago. Museo de Bellas Artes de Valenciennes.

Foto: Larazoni (CC BY 2.0)

Un dibujo de sir William Flinders Petrie, copiado en una tumba tebana no identificada, nos muestra a un gato acompañando a su amo en su cacería ritual de pájaros en un canal. Esta repetida escena demuestra que el gato ayudaba a su amo haciendo remontar el vuelo a las aves, que eran abatidas por el bumerán del cazador. Esta actividad tenía, además, un componente religioso inherente, ya que estas escenas representaban, también, la lucha contra el caos, simbolizado por las bandadas desorganizadas de aves. La caza de pájaros se consideraba una restauración de la maat, el orden establecido "el primer día" por el dios Atum. Y es que en Egipto no se puede desligar la vida cotidiana de su omnipresente vertiente religiosa.

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La gata Bastet, diosa del pueblo

Una de las diosas que gozó de más fervor popular fue la gata Bastet, especialmente venerada en Bubastis, en el Delta. Bastet era un aspecto de otra diosa menos dulce y apacible, Sekhmet, la leona enfurecida que, a su vez, era una manifestación de Hathor, la diosa del amor y la música, la bella mujer que también podía adoptar forma de vaca. Toda esta aparente confusión se aclara si consideramos que para los egipcios "solo" existía un dios: Re, el Sol. Re podía adoptar múltiples imágenes para aparecer o manifestarse, según lo exigiesen las circunstancias. Estas diversas formas eran los dioses y las diosas que componían el abigarrado panteón egipcio. Este múltiple desdoblamiento divino debe entenderse como los distintos aspectos de un todo único. Los dioses constituían los mil diversos estados de ánimo de Re.

Bastet era un aspecto de otra diosa menos dulce y apacible, Sekhmet, la leona enfurecida que, a su vez, era una manifestación de Hathor, la diosa del amor y la música.

Estatuilla de bronce que representa a la diosa gata Bastet. 

Foto: Cordon Press

La manifestación festiva de Re se encarnaba en su hija Hathor, emanación divina del "padre de todos los dioses". Hathor, encolerizada, se transformaba en la diosa leona Sekhmet que, una vez apaciguada, se convertía en Bastet, la dócil gata.Vemos, pues, que no es tan difícil entender los mecanismos de la piedad popular hacia un dios o diosa.

El culto a Bastet se remonta a finales de la época tinita (dinastía II), y fue cobrando importancia, especialmente durante la XXVI dinastía saíta, como diosa protectora de la maternidad y del hogar. Entonces se la representó en be- llas estatuas de bronce y en pequeños amuletos como una gata protegiendo a sus crías. El nombre de la diosa se escribía con el símbolo de un frasco de ungüentos; ello podía estar relacionado no solo con un posible culto funerario, sino con el hecho de que uno de los ingredientes de los ungüentos (perfumes) era la grasa de gato.

Gato bajo una silla reprentado en la tumba de Nakht.

Foto: PD

Pero la gata Bastet no era el único felino del panteón egipcio. En las tumbas del Reino Nuevo, y muy especialmente en Deir el-Medina, vemos a un "Gran Gato de Heliópolis" matando a la serpiente Apofis, la enemiga de Re. Este "amigo de Re" simbolizaba a la luz derrotando a las tinieblas.

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Las necrópolis de gatos

El culto a Bastet en la Baja Época (siglos VIII-IV a.C.) hizo proliferar sus templos. En ellos se criaban gatos que, al parecer, una vez sacrificados eran momificados e inhumados en sarcófagos en forma de felino o en jarras cerámicas.

En la necrópolis de Bubastis las tumbas de los humanos se hallan junto a las de los felinos, enterrados como manifestación de la diosa gata Bastet.

Momias de un gato y de un cánido. Siglo I.

Foto: Cordon Press

Las principales necrópolis se han localizado en Saqqara y Bubastis. En la de Bubastis las tumbas de los humanos se hallan junto a las de los felinos, enterrados como manifestación de Bastet. A pesar de que fue profanada en la antigüedad se han recuperado varias máscaras de gatos de bronce, algunas incluso de oro. La tumba de la nodriza de Tutankamón, Maia, descubierta junto al Bubasteion de Saqqara, en 1996, es un ejemplo reciente. Su bello interior estaba repleto de momias de gatos, con lo que acabó siendo una catacumba felina como las ya existentes bajo las arenas del desierto de Saqqara.

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