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La jura de Santa Gadea – Marcos Hiráldez Acosta – Museo del Prado, Madrid

La jura de Santa Gadea
Estamos en el año 1072 y los juramentos tenían en esta época valor legal. Una costumbre visigoda que se conservaba aún. Tanto es así que había iglesias reservadas especialmente para ese tipo de juramentos, la de Santa Gadea en Burgos era una de ellas. Alfonso fue aceptado de buen grado por casi todos los castellanos, pero sobre él pesaba una gran sospecha. Por lo tanto, no es de extrañar que los nobles castellanos, o una parte de ellos, exigieran al nuevo rey jurar que nada tuvo que ver con la muerte de Sancho.

Esto puede parecer que contrasta bastante con el proceder de sus antepasados godos, donde matar a tu hermano te convertía automáticamente en nuevo rey. Pero no hay que olvidar que ese nuevo rey siempre debía contar con el apoyo de los nobles. Y en todo caso, parece ser que estos descendientes habían evolucionado y eran algo más civilizados, y por lo tanto el asesinato no se contemplaba como una fórmula válida para subir al trono. El Cantar de Mío Cid cuenta que fue Rodrigo Díaz quien exigió el juramento, aunque los escépticos o contrarios a creer en el protagonismo del Cid, critican a Menéndez Pidal de nuevo por dar por buenas tales crónicas. Quizás no fuera el Cid quien lo exigiera. Lo más sensato es creer que hubiera un acuerdo entre nobles y, ¿por qué no? proponer a Rodrigo que fuera él quien le tomara el juramento, después de todo era el alférez y compañero de Sancho desde niños.

De ser cierto, Rodrigo Díaz fue el encargado de tomarle el juramento en la señalada iglesia y, eso sí, a Alfonso le habría cambiado el color de la piel por verse tan humillado. Lo que por lo visto no hubo fueron represalias contra Rodrigo (en aquel momento). Hay quien piensa que posiblemente no lo culpó directamente de aquella humillación; él simplemente fue un representante de los nobles castellanos. Sin embargo, otros piensan que aquello fue el primer motivo por el que Alfonso comenzó a cogerle antipatía. Pero en aquel momento, no parece probable que estuviera muy enfadado con él, si no, no se explica que pasara a su servicio con cargos de responsabilidad como el cobro de las parias de Sevilla. Es cierto, como dice el poema, que Rodrigo perdió el grado de alférez, pero es algo normal, Alfonso tenía el suyo de toda la vida, que era Pedro Ansúrez. Sin embargo, supo valorarlo como guerrero y no le iría demasiado mal con sus servicios cuando decidió premiarlo arreglándole un buen matrimonio con Jimena Díaz, una asturiana emparentada con la casa real.

Por todo ello, negar este hecho y llevarle la contraria a Menéndez Pidal o Luis Suárez, que creen que todo pudo ser cierto, no parece demasiado sensato por parte de los historiadores modernos, otra cosa es, que haya hechos supuestamente históricos que haya que ponerlos en “cuarentena”. Pero hay que ir a la moda, y la moda actual dice que hay que ser muy escépticos o negar rotundamente todo cuanto pondere el heroísmo español, y según esta tendencia, a Menéndez Pidal se le veía muy entusiasmado con el heroísmo cidiano. Pero entonces, si hubiera sido tal como cuenta el poema de Mío Cid, ¿por qué los cronistas del momento no lo dejaron registrado? Quién sabe, puede que no quisieran o no los dejaran escribirlo. La jura, de haberse llevado a cabo, tuvo que ser una humillación. Y no es descabellado pensar que Alfonso ordenara que nadie osara registrar tal vergüenza. Solo los juglares se habrían atrevido aunque tampoco se atrevieran a cantarlo hasta muchos años después, y por supuesto, como suele suceder, lo hicieron exagerando algunos hechos y tergiversando otros. En cualquier caso, quitando las fantasías y puliendo lo fundamental, no es difícil llegar a la conclusión de que la jura pudo ser cierta, sin necesidad de exaltar en todo ello la figura del Cid.
Pero al margen de si fue cierto o no el mal trago que tuvo que pasar Alfonso, ya tenemos a éste como rey de León, Castilla y Galicia, tres reinos que volvían a ser uno solo, como lo eran desde que Asturias comenzó a expandirse. Galicia y Castilla no eran más que condados dependientes de León y convertirlos en reinos fue un invento de Fernando para contentar a todos sus hijos. Quizás lo más trascendente fue la unificación del condado castellano, que aunque dependiente de León, pocas cuentas rendían sus condes al rey leonés. Tenemos también a Rodrigo Díaz al servicio de Alfonso y a García… ¿qué había sido de García, el destronado rey de Galicia?
El rey Al Mutabid de Sevilla pagaba parias a Galicia -antes de que se quedara con ellas Alfonso-, por lo tanto, debía acoger a García y protegerlo. Allí se refugiaba cuando se enteró de la muerte de Sancho y la subida al trono de Alfonso. García pensó enseguida, que con Sancho muerto, Alfonso le devolvería Galicia; si no toda, la parte que Sancho le había quitado. Habló con el rey Al Mutabid, reunió a sus hombres y partió para León.
Cuando Alfonso se enteró de que su hermano venía a buscarlo no le hizo ninguna gracia. Lo primero que le vino a la cabeza fue salir con un ejército y hacerle frente. Pero entre su alférez Pedro Ansurez y su hermana Urraca le aconsejaron que no lo hiciera. Ya había habido demasiadas sospechas sobre su posible implicación en la muerte de Sancho, como para que ahora le acusaran de haber salido a matar al otro. Mejor hacerle venir concertando una cita. Así lo hicieron, aunque la cita no fue más que una encerrona, pues una vez que acudió, fue hecho prisionero y encerrado en el castillo de Luna en Burgos. Visto así y contado de una forma tan resumida, resultan bastante egoístas la postura y el proceder de Alfonso. Pero algunas fuentes señalan que la cosa tuvo más miga y que García acudió en un plan un tanto prepotente. Ya hemos hablado de García y de su desastrosa gestión como rey de Galicia. Podemos imaginarnos, pues, su actitud, por otro lado lógica, al reclamar a su hermano la devolución del efímero reino gallego y cómo Alfonso se llevaría las manos a la cabeza diciendo: ¡lo que me faltaba!

Lo que le faltaba, sí. Porque Alfonso ya tenía grandes planes para su extenso reino. Por lo que parece, Alfonso nunca perdió la esperanza de recuperar León. Ahora era rey, no solo de León, sino de todo, o casi todo el territorio formado a partir de del reino original de Asturias. Por eso, durante su exilio en Toledo había estado haciendo planes y contrajo buenos acuerdos con Al Mutabid, con el cual había reforzado su amistad. Y ahora se presentaba García reclamando un reino que nunca debió llegar a sus manos. García era un estorbo para sus ambiciosos planes. No, jamás le devolvería Galicia, tanto si lo entendía como si no. Y como por lo visto García se puso gallito… fue a parar de cabeza al castillo de Luna, de donde no saldría jamás… vivo, porque allí murió 17 años después. Muy cruel, sí, pero ya sabemos cómo se las gastaban los reyes de aquellos tiempos, donde no había piedad ni siquiera corriendo la misma sangre por las venas.

 

Alfonso VI amplía su reino
Antes hemos dicho que Alfonso había recuperado todo el territorio original Asturiano, o casi. Ese casi era parte de Castilla que había ido a parar a manos de los reyes navarros. Recordemos que Sancho Garcés había anexionado Castilla a Navarra al heredar su esposa el condado tras el asesinato del joven conde castellano, hermano de ésta. Más tarde dejaría Castilla en herencia a su hijo Fernando I, pero algunos territorios castellanos quedaron anexionados a Navarra. Estos territorios trajeron disputas entre Sancho, el hermano de Alfonso, y otros primos suyos también llamados Sanchos. Sin embargo, ahora estaban a punto de ir a parar a manos de Alfonso sin mover un dedo. ¿Qué estaba ocurriendo en Navarra? Que estaba a punto de desaparecer. Un reino que en tiempos del abuelo de Alfonso llegó a ser el más poderoso de la España cristiana. Desaparecido. Y de la forma más simple que podamos imaginar. No hubo invasión, ni guerra civil, ni terremotos, ni intrigas palaciegas… bueno, de esto último sí, un poco. Veamos qué ocurrió.

En Navarra reina Sancho IV, primo de Alfonso VI de León, nietos ambos de Sancho Garcés, llamado el Grande, que fue quien llevó Navarra a su máximo apogeo. Del testamento de Sancho Garcés había nacido también el reino de Aragón, quien ahora también se iba a beneficiar de la ruptura navarra. Pues bien, por lo visto, este Sancho IV se estaba comportando como un tirano paranoico y caprichoso que traía amargado a todo el mundo. Llegó a enemistarse con su primo Sancho de Aragón, al que amenazó con invadir algunos territorios. Llegó a enemistarse con el pueblo, al ordenar ejecutar injustamente a doce civiles; llegó a enemistarse con la Iglesia, al donarles un monasterio como muestra de su arrepentimiento por aquellas ejecuciones y más tarde hacerles pagar aquella donación; dicen que presionó al obispo para que le compensara voluntariamente con algunos presentes. Por todo esto, los nobles estaban muy cabreados con su rey. Y no solo los nobles, sino también sus hermanos, que eran ocho, seis hermanas y dos hermanos.
No hay pruebas que demuestren quién fue el autor, aunque todas las sospechas recaen en uno de sus hermanos. Sancho IV fue el pionero en la práctica del puenting. Como todo lo que se practica por primera vez, se cometen algunos errores y más tarde se van puliendo. El error de Sancho fue lanzarse sin cuerda. Aunque él no estaba muy convencido y tuvieron que darle un empujón. Fue al ir de cacería. Cerca de un barranco. Allí, al borde del mismo, se pararon a descansar Sancho y sus acompañantes, que ya tenían planeado su asesinato. Sancho murió despeñado y Navarra quedó sin rey. ¿Quién fue su sucesor? Nadie.

Los hijos de Sancho eran menores de edad y nadie estuvo dispuesto a poner un regente hasta que tuvieran edad suficiente para gobernar. Sobre sus hermanos pesaba la sospecha de estar implicados en el asesinato, así que no hubo acuerdo para nombrar un nuevo rey, antes bien, los nobles de los antiguos territorios castellanos miraban para León y los del resto hacia Aragón. Y de esta manera, los antiguos territorios castellanos volvieron a manos leonesas mientras la que fuera la Navarra original se integró en el joven reino de Aragón, que estaba en manos de otro nieto de Sanchos Garcés, por lo que, el territorio seguía en manos de la dinastía navarra, aunque en este momento significaba la primera expansión importante para Aragón. Sea como fuere, Navarra desaparecía del mapa como reino, aunque no para siempre, pues volvería a resurgir y uno de sus reyes protagonizaría uno de esos episodios que a veces son claves en la historia de todo país.

La conquista de Toledo
La desfragmentación del califato en pequeñas taifas trajo consigo la decadencia del dominio moro mientras los reinos cristianos se hacían más fuertes. A la altura de la década de 1070 León era una potencia a la que ningún reino taifa podía hacer frente. Pero las taifas moras iban empobreciéndose y esto trajo consigo que las más fuertes fueran absorbiendo a las más pequeñas. Algunas, como la de Zaragoza, se extendió hasta el Mediterráneo, la de Sevilla se apoderó de las de Niebla, Huelva, Algeciras o Ronda. Toledo también había experimentado una expansión considerable y llegó a absorber Córdoba y Valencia. Pero ahora, estas taifas más poderosas entraban en conflicto, ya que algunas de ellas se negaban a seguir pagando tributos a los reyes cristianos mientras otras consideraban que era mejor seguir pagándolos.

El rey al-Mutawagil de Badajoz se niega a pagar, al-Mutamid de Sevilla no acaba de decidirse, en Zaragoza se dedican a marear la perdiz y Toledo tiene grandes acuerdos con el rey de León, por lo que, seguirá pagando. Alfonso VI por su parte, que ve un conflicto inevitable entre los reinos moros, espera sacar tajada de todo esto. Y la sacará.
 Al rey de Toledo, al-Mamún, no le había ido mal con sus pactos con León y gracias a ellos el reino se había extendido hasta conquistar Córdoba, aunque este rey no llegara a saborear el triunfo, pues murió allí mismo envenenado. A al-Mamún le sucedió su nieto Al-Qadir. Habían pasado ya algunos años desde entonces y ahora, en 1076, este Al-Qadir decide prescindir de la alianza con León, a pesar de que el acuerdo con su abuelo incluía la protección de sus descendientes. Pero Al-Qadir, muy joven todavía, se vio presionado por las circunstancias y expulsó de Toledo a los partidarios de seguir como aliados de Alfonso VI, principalmente cristianos y judíos. Con esta decisión, Toledo cree ganarse la amistad de las taifas vecinas. En realidad, Toledo no tenía idea de lo que le esperaba.
La ruptura con León supuso aumentar todavía más el enfrentamiento de los toledanos; y las taifas vecinas ya no veían en Toledo una taifa intocable, sino un reino más débil que nunca sin el apoyo cristiano. Y así, los dominios toledanos sobre Valencia y Córdoba se vieron rápidamente amenazados y se declaran independientes. Al-Qadir se da cuenta de que no puede hacer frente a ambas revueltas y es cuando al-Mutawagil de Badajoz, al comprobar la debilidad de Toledo ve la oportunidad de meter la cuchara. Rota la alianza, Alfonso no mueve un dedo y se dedica a observar cómo al-Qadir pierde Toledo y huye a refugiarse en la ciudad cristiana de Cuenca, pues su propia vida corre peligro. Alfonso no se opone a prestarle socorro y al-Qadir le pide renovar los viejos pactos que el rey cristiano hizo con su abuelo. Sí, por supuesto que habría nueva alianza; de hecho, Alfonso estaría encantado de renovarla. León tenía poderío suficiente para expulsar a al-Mutawagil de Toledo y aplastar las revueltas independentistas de Valencia y Córdoba. Y lo haría, solo que ahora las condiciones iban a modificarse, ligeramente.
Alfonso VI quería Toledo. Recuperar la antigua capital goda era un sueño y Alfonso quería verlo hecho realidad. Era algo que el rey leonés llevaba planeando desde hacía mucho tiempo y ahora al-Qadir le estaba poniendo en bandeja la posibilidad de conseguirlo. Pero muy convencido debía estar Alfonso de que Toledo caería en sus manos cuando mucho antes ya había tratado con el papa Gregorio VII la restauración de Toledo como sede episcopal. Alfonso ofrecía al joven rey moro la posibilidad de recuperar su reino, pero no le iba a salir barato, precisamente. Al-Qadir no estaba en condiciones de discutir la oferta ni de hacer demasiadas exigencias, así que aceptaría cualquier cosa que le propusieran con tal de que le ayudaran a salir del trance. Oferta en que saldría perdiendo nada menos que una de las capitales símbolo de poder tanto para moros como para cristianos.

En el mes de abril de 1081 los ejércitos de Alfonso VI entran en Toledo y expulsan a al- Mutawagil. Al-Qadir, nieto de al-Mamún recobra su capital. Pero dentro de Toledo hay quienes no aceptan a al-Qadir, los mismos que ayudaron a derrocarlo, y esta vez piden ayuda al rey de Sevilla y al de Zaragoza. Pero ninguno de ellos es rival para el poderoso ejército de León y después de vencer a ambos, Alfonso decide poner rumbo al sur hasta llegar y arrasar Sevilla. Pero no se detendría ahí; Alfonso quería llegar al mar, y llegó a Tarifa, donde se bañó con su caballo, dando así muestras de su poder.

Conquista de Toledo – Banco de la Plaza de España, Sevilla

Toledo vuelve a ser goda
El 25 de mayo de 1085, Alfonso VI entraba triunfal en Toledo, que volvía a ser cristiana. Volvía a ser goda. El mes anterior se habían firmado las capitulaciones en el campamento cristiano. La ciudad llevaba meses sitiada. Pero, ¿por qué estaba Toledo sitiada? ¿No había un acuerdo firmado entre al-Qadi y Alfonso? Vamos a intentar explicarlo, porque la cosa es algo complicada. La conquista de Toledo es uno de esos episodios históricos que nadie sabe explicar con precisión, ya que cada indicio puede ser interpretado de diferente manera.

Unos interpretan que ya desde el principio el trato era que Alfonso se quedaría con Toledo y al-Qadí con Valencia; en este caso al-Qadi habría pedido que tomara la ciudad como si de un asalto se tratara para que nadie sospechara que él se la había cedido a los cristianos. Otros interpretan que Alfonso habría ofrecido su ayuda a un alto precio. Precio que habría ido aumentando a medida que se desarrollaban los acontecimientos hasta que a al-Qadi no le quedó otra que ofrecer Toledo como prenda. En resumidas cuentas, detalles aparte, parece ser que el trato que hizo Alfonso VI con al-Qadi no tenía otro fin que no fuera acabar con Toledo en manos cristianas. A cambio, al-Qadir conservaría parte de su reino. Esa parte sería Valencia, que no estaba del todo mal. Parece como si Alfonso lo hubiera tenido todo planeado de antemano. Primero ayudó a su abuelo a expandir su reino para, más tarde, tener con qué compensar a sus descendientes cuando él se apoderara de la ciudad que deseaba añadir a León. Mejor tener aliados que enemigos. Inteligente, además de diplomático, este Alfonso.

Según las crónicas populares y la literatura en general, Alfonso ya se había enamorado de Toledo durante su exilio allí mismo. Se trataba de la vieja capital goda y al verse allí era como si sus antepasados le estuvieran pidiendo que la recuperara para la cristiandad. Al anciano al-Mamún, sabio y perspicaz, tampoco se le había escapado lo que por la cabeza del joven cristiano rondaba, de manera que le habría pedido que no llevara a cabo sus planes al menos mientras él viviera. No es extraño que fuera así. Al-Mamún había vivido lo suficiente para ver y adivinar el curso de los acontecimientos y ahora no era difícil prever que bajo el poderío creciente de León, al hacer frontera con Toledo, era inevitable su absorción, y más sabiendo lo que aquella capital significaba para los cristianos.
Al-Mamún se aseguró de no tener que pasar por la amargura de ver perdido su reino y a la vez quiso que sus descendientes tampoco lo pasaran mal del todo. Está claro que Alfonso respetó la voluntad del anciano al-Mamún, como está claro que su intención era quedarse con Toledo de una forma u otra. Pero los acontecimientos se tornaron tan favorables para él que no le costó gran esfuerzo conseguirlo. Golpe de suerte, quizás. Pero recordemos que Alfonso no lo tuvo fácil y era un gran diplomático que supo ganarse, primero a los nobles del territorio que heredó de su padre, que le poyaron en sus peores momentos, y luego al rey de la taifa toledana, que también le prestó gran apoyo. Y finalmente, el leonés supo jugar bien la partida para acabar ganándolo todo.

La vuelta de la antigua capital goda a la cristiandad tuvo gran repercusión en toda Europa que veían en este hecho un punto de inflexión y un golpe de efecto contra el mundo musulmán. El rey hispano se había convertido en el símbolo de la lucha contra la amenaza mora. Pero no menos repercusión tuvo entre los que desde África veían desde hacía tiempo cómo Al-Ándalus había caído en la decadencia y la vergüenza de ser vasallos de los cristianos. La caída de Toledo fue el desencadenante para que las demás taifas pidieran socorro y vinieran en su ayuda. A Alfonso se le van a presentar grandes retos donde va a tener que demostrar hasta dónde llega el poder de León.



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