Las extrañas muertes que rodearon a la reina Isabel I de Jerusalén

Las extrañas muertes que rodearon a la reina Isabel I de Jerusalén

El asesinato de uno de sus maridos nunca se esclareció, otro se cayó desde una ventana y de un tercero cuenta la leyenda que se empachó de salmonetes

El título de Rey de Jerusalén que llega hasta Felipe VI y otros pretendientes reclaman

Matrimonio de Hunfredo IV de Tolón e Isabel de Jerusalén Biblioteca nacional de Francia/wikipedia
M. Arrizabalaga

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Saladino sitió el castillo de Karak, en la actual Jordania, el mismo día en que se festejaba en sus salones su primera boda. Isabel I de Jerusalén era solo una niña cuando en noviembre de 1183 contrajo matrimonio con Hunfredo IV de Tolón, en plena ofensiva musulmana contra los cristianos. Cuentan las crónicas que su suegra, Estefanía de Milly, envió al sultán parte del festín nupcial y que éste, en agradecimiento, preguntó en qué lugar de la fortaleza se encontraban los recién casados para ordenar a sus soldados que no atacaran esa torre. La llegada del rey Balduino IV con sus tropas haría desistir a Saladino en aquella ocasión.

El 'rey leproso', hermano de Isabel, falleció solo dos años después a causa de esa terrible enfermedad que le desfiguró. Tenía apenas 24 años cuando murió, pero en su corto reinado se ganó el respeto hasta de los árabes que lucharon contra él en las cruzadas. Su sucesor, el aún niño Balduino IV, su sobrino, falleció sin llegar a cumplir un año en el trono y fue su madre Sybilla, la hermana mayor de Isabel, quien reinó junto a su marido Guido de Lusignan.

Sybilla ostentó el título desde 1186 hasta que murió por una epidemia en 1190 junto a sus hijas durante el asedio a Acre. Tras unos momentos de interregno, Isabel se convirtió en 1092 en reina de Jerusalén, la tercera mujer titular de este estado fundado tras la toma de la ciudad santa en 1099 durante la primera cruzada.

Rocío Martínez López, profesora de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid, relata que sólo cinco mujeres reinaron en Jerusalén como titulares (Melisenda, Sybilla, Isabel I, María y Yolanda, también conocida como Isabel II). Todas ellas, en ausencia de sucesor masculino de la misma línea y grado, y la mayoría convirtieron en reyes a sus maridos por la fórmula de 'rex iure uxoris' (reyes por derecho de su mujer). «Sobre todo porque eran territorios en un constante estado de guerra y se consideraba que las mujeres no podían desarrollar papeles militares activamente, por lo que sus maridos se vinculan claramente a esa labor, pero ellas conservan el poder y la autoridad política«, explica.

Isabel no tardaría en comprobar los sinsabores que le depararía su papel político. Como su marido Hunfredo había apoyado a Guido de Lusignan en sus estrategias militares, en contra de otras facciones nobiliarias, y el francés había sufrido importantes derrotas, como la de la batalla de los Cuernos de Hattin, su posición también se debilitó cuando Guido dejó de ser rey automáticamente tras la muerte de su esposa. Conrado de Monferrato, el gran héroe militar por salvar Tiro, se convirtió en el gran preferido para comandar las tropas cristianas y los barones del reino decidieron anular el matrimonio de Isabel para que se casase con él.

«Isabel no quería- asegura la historiadora- hasta la secuestraron para presionarla». Hunfredo, sin embargo, cedió. «Le faltó salir corriendo», refiere Martínez, que cree que Isabel tenía «muchos más arrestos». Tampoco fue un obstáculo para la boda que Conrado de Monferrato estuviera casado con Theodora Angelina. Según la profesora de la UAM, «el contexto mandaba e ignoraron la presencia de una esposa allende los mares».

En noviembre de 1190 Isabel contraía matrimonio con Conrado de Monferrato, que pasó así a ser rey de Jerusalén, aunque no por mucho tiempo. Apenas dos años después, cuando Isabel estaba embarazada de su hija María, murió apuñalado supuestamente por la secta musulmana de los 'hashishin'. Su asesinato, sin embargo, nunca fue aclarado. «Había muchos candidatos y Ricardo I Corazón de León, por ejemplo, fue acusado de ello«, recuerda Martínez.

Dos días después del crimen, Isabel I volvió a casarse por tercera vez, en esta ocasión con Enrique II de Champaña, sobrino de Ricardo I Corazón de León y del rey Felipe Augusto de Francia. «Hay que tener en cuenta que es un estado de guerra total y pese a que Isabel I tenía mucho poder, se consideraba que no podía ser, como mujer, líder de los ejércitos y necesitaba un cónyuge que se hiciera cargo de dicha labor», argumenta la profesora de la UAM.

Tuvieron tres hijas antes de que Enrique II de Champaña muriera al caer desde una ventana de su palacio de Acre. «Supuestamente, pese a lo sospechoso que pueda parecer -apunta la historiadora- no se considera que hubiera mala fe en esto y que se trató solo de un accidente».

De nuevo viuda, aún Isabel hubo de casarse por cuarta vez. En esta ocasión, con Aimery (Emerico) de Lusignan, rey de Chipre y hermano de Guido, su cuñado. Con él tuvo otras dos hijas (Sibila y Melisenda) y un chico, Amalarico, que falleció en 1205, poco después que sus padres. Según la leyenda que relata Martínez, Aimery «murió tras comer en exceso salmonetes blancos», ella falleció a los cuatro días y su único hijo varón, «también murió a los pocos días, muy niño».

Isabel tenía 32 o 33 años y había reinado durante quince con diferentes maridos a su lado. La heredó su hija María, como reina de Jerusalén, y Alicia, la mayor superviviente de Enrique e Isabel, fue una de las mujeres regentes importantes en Jerusalén, junto a Plaisance de Antioquía o Isabella de Lusignan.

Aimery de Lusignan fue enterrado en la catedral de Santa Sofía de Nicosia (Chipre), hoy Mezquita de Selim. Tal vez los restos de esta reina de Jerusalén reposen junto a él. O quizá en Acre, donde fue coronada y desde donde gobernó, o en la Capilla de Adán de la basílica del Santo Sepulcro, que alberga a muchos de los primeros reyes de Jerusalén. Su paradero, como otros aspectos de su vida, se perdió en la neblina del tiempo.

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