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2018
Giordano Bruno adoptó con entusiasmo el cosmos heliocéntrico de Copérnico. Sin embargo el cosmos todavía finito de Copérnico era sólo el punto de partida para la completa recuperación de la verdad cosmológica: el universo infinito y eterno, consistente en una infinita repetición de sistemas planetarios a partir de la concepción del Sol como una estrella igual a las demás. Tras La cena de las Cenizas, Miguel Á. Granada prosigue la edición de la obra italiana de Bruno con De la causa, el principio y el uno, obra que establece la estructura ontológica del universo: por un lado el alma universal y única (causa del movimiento y principio formal), cuya facultad más eminente es el intelecto universal (causa eficiente eterna e inmanente del universo) y por otro la materia infinita y eterna, aspecto o atributo de la divinidad al igual que el intelecto. Ambos principios contrarios coinciden en la unidad del universo infinito y eterno como la sustancia única que es la expresión necesaria de la divinidad. Si esta es incognoscible en sí misma o en su «rostro», la podemos conocer sin embargo a través del conocimiento intelectual de sus «espaldas», esto es, sus acciones: la naturaleza infinita que expresa toda su potencia.
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