Introducing Sarita Montiel: Prim en Veracruz - Centinela Skip to main content

En 1954 se estrenó el western Veracruz, una superproducción dirigida por Robert Aldrich que contó con un elenco hollywoodense encabezado por dos grandes estrellas: Gary Cooper y Burt Lancaster, que interpretaban a dos cazafortunas que acuden a México para poner sus revólveres al servicio del mejor pagador.

Ambientada en 1866, la película muestra la corte de Maximiliano I, un emperador austriaco sostenido por la Francia de Napoleón III cuyo trono es disputado por los republicanos del presidente Benito Juárez. Los dos norteamericanos, a los que dan vida Cooper y Lancaster, serán contratados por el emperador para escoltar a una condesa que transporta de forma secreta un cargamento de oro destinado a comprar armas con las que derrotar a los rebeldes mexicanos.

Se trata de un western crepuscular, donde los valores tradicionales de las primeras películas del género son sustituidos por personajes ambiguos que destacan más por su picaresca y codicia que por su honor, hasta el punto de que se le considera un antecedente del spaghetti western que inaugurará Sergio Leone en los 60.

La película, que tuvo gran éxito hace ahora 70 años, pasó a la historia del cine español por ser la primera gran producción americana en la que participó nuestra Sara Montiel. En la intro del film, tras grandes nombres como los mencionados Cooper y Lancaster, Denise Darcel, César Romero o un joven Charles Bronson, se presentaba a una nueva estrella: «Introducing Sarita Montiel», su magnetismo ante la cámara obligó a que su personaje fuese cogiendo mayor peso a medida que la película avanzaba. La bella rebelde juarista a la que daba vida acabará enamorando al mismísimo Gary Cooper… también al otro lado de las cámaras.

La presencia de «Saritísima» en Veracruz no es la única participación española en esta historia, pues la intervención francesa en el país azteca vino de la mano de España, con Juan Prim como gran protagonista. Hoy nadie se acuerda de esta aventura que pudo convertirse en un desastre.

Prim en Veracruz

En 1858 México ardía en medio de la lucha entre conservadores y liberales. España, Inglaterra y Francia, mientras tanto, mantenían diversas reclamaciones financieras ante el estado mexicano por el impago de préstamos. Los franceses, además, bajo la política imperialista de Napoleón III, pretendían extender su influencia sobre México, estableciendo un imperio en aquél país que fuese, realmente, un protectorado. Para ello, pensaron en Maximiliano de Habsburgo como posible emperador al que ofrecerle la corona.

Fue así como llegó Prim al puerto de Veracruz. El general, famoso sobre todo desde la campaña de África de 1860, fue enviado tras el pacto de españoles, franceses e ingleses que, en el convenio de Londres de 1861, acordaron realizar una intervención militar con el objetivo de exigir a México el cumplimiento del pago de sus deudas y la protección de las personas y bienes extranjeros.

Prim fue nombrado jefe de la expedición española, con condición de enviado plenipotenciario del gobierno español, que entonces presidía O’Donell, líder de la Unión Liberal. Su prestigio y sus contactos, estaba casado con una mexicana, así lo recomendaban. La expedición, más de 7.000 hombres mandados desde La Habana, se anticipó a la llegada de las tropas anglofrancesas y desembarcó en el puerto de Veracruz en 1862. Poco después, coordinó la publicación de una proclama en la que se acotaba la actuación de las fuerzas invasoras a la exigencia del cumplimiento de las obligaciones deudoras de los mexicanos, queriendo evitar una conquista o intromisión en la política interna de aquel país como sí pretendían los franceses y británicos.

Fue Juan Prim, en conversaciones diplomáticas posteriores con mexicanos, ingleses y franceses, el que obligó a éstos últimos a reconocer que su auténtico objetivo era establecer una monarquía en la figura de Maximiliano de Austria, algo que al español le parecía una idea descabellada. Así, haciendo uso de los poderes plenipotenciarios, decidió que España debía abandonar aquella aventura. Embarcó a las tropas, tras conseguir del gobierno mexicano el reconocimiento de la deuda, y regresó a España, ahorrando a nuestro país una futura derrota.

La decisión le granjeó grandes críticas entre sus compañeros de armas, así como de gran parte del gobierno, partidario de seguir la estela de Napoleón III, que también presionaba a España. Para contentar al emperador de los franceses, el gobierno decidió destituir a Prim, que se adelantó mandando a dos de sus ayudantes para que explicasen a la reina Isabel el por qué de sus actuaciones.

Cuando O´Donnell llegó a palacio con el decreto de destitución se encontró al rey consorte, que le advirtió de que la reina estaba contenta con la actuación del catalán en México: «Prim se ha portado como un hombre», le dijo, y O’Donnell guardó la destitución en su cartera. Maximiliano permanecerá en el trono azteca hasta 1867 cuando, abandonado por los franceses un año antes, fue apresado y fusilado por las tropas republicanas en la ciudad de Querétaro.