El deber de las armas y la defensa de la Monarquía. Las milicias vecinales
Milicias vecinales defensa de la costa amenaza berberisca

Arcabucero y piquero españoles según un anónimo Códice de Trajes alemán (ca. 1550), Biblioteca Nacional de España. La forma de combatir de las milicias vecinales urbanas de la Edad Moderna no era muy diferente de la de los tercios, aunque su armamento, costeado por las ciudades, incluía además lanzas y ballestas además de picas y el arma más popular de todas por su efectividad y simplicidad de uso, el arcabuz.

El peligro al que hacía frente la costa española siempre fue acusado, pero desde mediados del siglo XV y especialmente los siglos XVI y XVII, se transformó en una grave situación que afectaba a todo el litoral mediterráneo y supuso un riesgo real para la supervivencia de las poblaciones costeras1. La contingencia a la que hacían frente estos habitantes, para estas fechas, fueron, principalmente, los turco-berberiscos. Uno de los objetivos de estos corsarios era la toma de cautivos para el posterior cobro de rescates, un activo económico muy lucrativo, ya que el pago de rescates de parte de las órdenes mendicantes era una práctica muy extendida en tierras cristianas; amén de todo lo que pudieran saquear en el camino de las villas y aldeas cercanas a su desembarco. Era toda la línea de costa que baña el Mediterráneo y por supuesto el archipiélago Balear, los que se mantenían en tensión constante, en cualquier caso, los lugares donde se produjeron ataques escaramuzas y destrucción con mayor asiduidad, fue durante estos siglos la costa levantina y el sureste peninsular, dada su proximidad con el norte de África, de donde partían en mayor porcentaje las acciones hostiles.

Desde las conquistas de la Corona española en Orán y tierras de Berbería a comienzos del siglo XVI, las razias norteafricanas y turcas se suceden, en muchas ocasiones entendidas como respuesta de castigo por la presencia española en el continente africano. La facilidad de las incursiones se debe a la proximidad, pues Argel, Túnez o Trípoli eran bastiones turco-berberiscos2, con lo que el asalto hacia el litoral español resultaba relativamente sencillo, gracias también a la rapidez con la que sus jabeques surcaban estas aguas. Ya desde 1492, fecha de inicio de las correrías de la saga de los Barbarroja en el Mare Nostrum, comienza un período de hostilidad en las costas levantinas. No sería hasta 1550 cuando se cortaran las andanzas de dicha estirpe musulmana, que tanto temor causaba, aunque la amenaza pirata no se extinguió.

Hay que comprender la defensa de los reinos y ciudades que configuraban la Monarquía Hispánica, desde una triple perspectiva, por un lado la cuestión municipal, que es integrada por los vecinos y son beneficiarios directos, por otra la regia, pues la movilización supone un servicio hacia la corona, que así lo demanda. Por último la perspectiva religiosa, mediante la cual las personas construyen una cosmovisión personal y configuran una sólida unión de férreos compromisos y obligaciones, que a la postre serían indispensables. Existe por tanto una relación que se consolida de manera contractual entre el individuo, la Corona y los agentes de la administración local y hunde sus raíces en los fueros y privilegios que las majestades les fueron otorgando durante la Edad Media, dotándolas de los mecanismos y competencias para la autogestión, al menos en un modo riguroso durante la primera mitad del siglo XVI.

En este sentido, la defensa de los reinos de frontera depende en primera instancia de los propios vecinos y todo el aparato administrativo del municipio, eso sí, con el favor y el amparo del rey, como queda perfectamente reglado y expresado en las distintas “cartas magnas” de cada reino, sus fueros, pero también de las mercedes que estuviera en disposición de conceder, ya sean en forma de divisas, recursos e incluso hombres que contribuyesen a contener el peligro que se cerniese sobre ellos.

La configuración de las fuerzas de dependencia local cobraban especial interés en estos lugares donde el conflicto y la inestabilidad resultaban crónicos3, ya que el mantenimiento de unas fuerzas regias y estables sin un objetivo claro o movilizadas por un tiempo concreto, no era una opción viable, dado el coste elevado que suponía su mantenimiento y abastecimiento, amén del perjuicio económico en los lugares donde se destacaban. Ser parte de esta corporación armada era el vehículo que dirigía a los ciudadanos al ejercicio de la política y a la ocupación de los cargos públicos.

Para el caso concreto de los conflictos intermitentes contra el turco-berberisco se presenta una causa más para la movilización vecinal, el servicio hacia la fe cristiana, que cobra una significación corporativa esencial en la vida cotidiana de las personas de estos años, el deber hacia la “república cristiana”. Frase usada por el Emperador Carlos V en 1535 en el contexto de la guerra contra Barbarroja, pues en una carta enviada a las ciudades y reinos de la costa, en la que motiva a los ciudadanos, dice: «para beneficio común de la república cristiana»4. Mediante esta frase, dota a la defensa de un carácter de guerra de religión, una especie de santa cruzada, animándoles a cumplir con la inexorable tarea bélica. El conflicto se impregna de un marcado sentido espiritual, que de algún modo fortalece la voluntad de los vecinos. La reacción municipal para la defensa explica la capacidad de gestión y la construcción de la identidad urbana en las ciudades y villas de la Corona, durante buena parte de la Edad Moderna.

Las milicias vecinales en defensa de la costa española

El dispositivo de defensa era un sistema heredado de la Edad Media, pero muy eficaz. Consistía en un número considerable de torres –costeado en parte por la propia corona y la otra gran parte con el esfuerzo y las faltriqueras de los vecinos– que se extendían por lugares estratégicos de estos territorios, cubriendo los espacios de visión de unas a otras. Las torres, artilladas para estos años que nos ocupan, contaban con una o varias piezas en su interior y se cubrían con la vigilancia constante de cuatro hombres de a pie que se mantenían en el puesto durante el período de guardia y dos de a caballo, los atajadores, que eran los que cubrían el terreno entre-torres, acudían a las poblaciones cercanas y daban la alarma en caso de necesidad5. Este sistema estaba sustentado en la ayuda mutua –el socorro–, intercambios de información –avisos mediante hogueras, tañido de campanas o señales de humo– y la movilización de las milicias urbanas6 de cada una de las poblaciones y ciudades cercanas. En 1518 los atajadores de la gobernación de Orihuela avistan galeras berberiscas, quizás fueron vistas tarde, pues a los 400 hombres que venían en ellas les dio tiempo a desembarcar y llegar a una villa cercana, la de Rojales, a escasos 4 km de la costa, destruyéndola y capturando a todos sus vecinos. Pero gracias a la eficiencia del sistema y la actuación de la hueste de la ciudad, se consiguió no obstante, refrenar el ataque, recuperar a los rehenes y poner en retirada a los maltrechos berberiscos, que sufrieron muchas bajas fruto del encontronazo entre las dos fuerzas7.

La táctica general de las ciudades enmarcadas en estos conflictos estaba clara: los encargados de la vigilancia costera salían al galope a informar a los requeridores8 y autoridades de su ciudad en caso de peligro, estos se encargaban de reclamar por las calles una partida urgente hacia la costa para hacer frente al atacante, junto a una sección de caballería que partiría de avanzadilla, en lo que el resto de las fuerzas municipales, infantes, llegaban al lugar. En muchos casos, las distancias se superaban a pie en unas pocas horas y al tratarse de contingentes más bien pequeños, la reacción y la marcha eran muy rápidas. El número dependía de la gravedad del asunto, en ciudades importantes con muchos vecinos la hueste contaba con más de un millar de hombres de armas, pero lo habitual era solucionar el conflicto con algunos centenares a pie, con las compañías de a caballo, o lo más rápido y efectivo, la combinación de ambos. De ahí que estos sistemas de respuesta funcionaran tan bien durante largo tiempo.

Mapa defensa costa española amenaza berberisca milicias vecinales

Mapa del flanco mediterráneo de la Monarquía Hispánica y la amenaza berberisca que se proyectaba sobre sus costas. Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones

La panoplia y el equipamiento militar de los vecinos, venía provista desde el propio municipio que era el que costeaba dicho armamento, picas, lanzas, ballestas arcabuces y mosquetes, aparte de las armas blancas que cada uno de ellos poseía en propiedad. La formación a la hora de presentar batalla era igual a la de una agrupación de infantería típica de estos años, formación en cuadros de las distintas compañías. Cabe destacar que generalmente los encuentros entre los contendientes no se realizaban a campo abierto y se solucionaba con un intercambio de fuego y aceros cruzados en una escaramuza por terreno accidentado. No es de extrañar por tanto, que para mediados del siglo XVI, el arma preferida por los vecinos y la más usada, después de la ballesta, era el arcabuz, fácil de mantener, más manejable que el mosquete y más barata su fabricación, su uso marcaba sendas diferencias a la hora de repeler ataques y escaramucear sin arriesgar demasiado. Además, tanto para acantonarse en las playas y calas para esperar el desembarco, o para recuperar una población, esta arma proporcionaba una ventaja nada despreciable y dados los acontecimientos, resultaba muy eficaz.

Los ataques fueron un goteo constante y alargado en el tiempo, se podrían poner cientos de ejemplos de toda la costa española, como se observa en estas fechas de 1636, cuando todavía se da parte al gobernador de la ciudad sobre el ataque de diecisiete “galeotas moras” que habían asaltado y dañando las torres de “la Torrevieja y Caproig” (Cabo Roig), capturando cuatro hombres en una y dos en la otra, también robando una pieza de artillería y los víveres de los guardias. Por lo que se debe tocar a rebato y movilizar a la milicia de la ciudad para ir tras ellos9.

Formar parte de la hueste urbana, implicaba participar en el llamado “alarde”, una exhibición de los ciudadanos que componían el cuerpo armado, que se llevaba a cabo en las plazas y calles de las ciudades; participar en este despliegue suponía un privilegio y un deber, otorgado en el mismo momento en que se era considerado vecino. Por otra parte, se contraían una serie de deberes para con la corporación, como es el mantenimiento de armas, que generalmente debía ser conjugado por períodos de adiestramiento militar, a modo de maniobras, por las cuales los capitanes, y/o requeridores, de cada uno de los barrios y por tanto de las banderas de cada compañía, marchaban durante un tiempo concreto para entrenarse en el uso de las armas10. Las fuerzas de caballería entraban en otro cupo, pues según mandaban las ordenanzas era condición sine qua non para gozar del derecho a ser caballeros, poseer caballo y armas, y en caso de haber extraviado alguna de las dos, tenía un año natural para recuperarlo antes de perder sus privilegios.

La tarea de vigilancia de la costa propia de cada jurisdicción y de acudir a rebatos era uno de los deberes de los vecinos, pero ante estas cuestiones destaca de un modo que se podría calificar de solidario, otra tarea que se daba en muchas ocasiones, los socorros externos, son uno más de los servicios que los vecinos prestaban al resto de ciudades que solicitasen su ayuda. Dichos socorros podrían ser económicos, mediante el pago de cierta cantidad de dinero para que la población beneficiaria lo usase para el reclutamiento de soldados, la compra de armas o donaciones de bienes, como podrían ser caballos para la hueste11; o el socorro también mediante hombres, pues la ciudad podía enviar a alguna de sus compañías a una operación militar para el socorro de otra, dentro de su entorno más o menos cercano, aunque también lejos de sus límites y dominios municipales. No obstante, muchos municipios tenían expresamente indicado en sus privilegios que solo movilizarían vecinos para la defensa de sus tierras, no para marchar a otras jurisdicciones12, a cambio, eso sí, contraían otra serie de deberes y compromisos –una muestra de la fortaleza municipal y del do ut des monarquía-municipios–.

Dichas excepciones se modificarán en años sucesivos, a partir del primer tercio del siglo XVII, cuando la Corona empiece a exigir más en el sentido de esfuerzo militar a los municipios. Una de las tareas facultativas que tenía el rey en estos años para movilizar a las huestes de las ciudades del Reino de Valencia, se daba cuando uno de ellos, u otros colindantes eran atacados, por lo que se debía, en la medida de lo posible, acudir en su ayuda. En 164213, se pide a las ciudades del Reino de Valencia, que haga una leva para socorrer a Tarragona de los franceses, pues aseguran que si esta es tomada el conflicto se extenderá por el Reino. Orihuela envía lo que puede aportar en esos años, una veintena de hombres a los que se irán sumando más durante el trascurso de su periplo, hasta un total de 2000 hombres de armas valencianos, pues los municipios no pueden quedar sin ellos para las cosechas y los quehaceres diarios. En 1645, también serían requeridos para acudir a Tortosa bajo el mismo pretexto y en 165114.

Es la defensa de los territorios municipales y el mantenimiento de las huestes urbanas lo que alivia y aventaja las empresas bélicas de la Corona; puesto que las acciones de los ciudadanos en armas dejaba libre a las tropas profesionales que tenían sus propios problemas allende los Pirineos. En los siglo XVI y mediados del XVII, la Monarquía Hispánica sobrelleva de una u otra forma los continuos conflictos que mantenía, generalmente eran sobrellevados de forma estable, dado el goteo constante de tropas profesionales bien entrenadas y fogueadas que se desplazaban hacia Flandes, Italia o el norte de África15. En cualquier caso no dejaban de ser campañas alejadas de los limes de la Península, siguiendo la vieja premisa de la antigua Roma, que alejando las fronteras, se alejaba la amenaza.

El modelo de fuerza municipal que se da en esta primera etapa de la Edad Moderna, difiere en cierta forma de la organización que se irá formando de manera natural conforme avancen los años. Los conflictos en Europa16 serán la gran causa que justifique estos cambios de estructura militar, incluso haciendo variar el término milicia17, que aún hoy resulta poseer una polisemia, confusa en muchos casos, para referirnos a estos hombres de armas.

La cuestión de fondo de toda la imagen política y social de esta época, es la trascendental relevancia con la que se considera a la hueste de una ciudad. Pues a tenor de todo lo dicho anteriormente, la formación armada, desde la Edad Media y con su cenit en los siglos tratados, era entendida por sus coetáneos como un símbolo del poder municipal, una expresión y ejercicio de su autonomía, salvaguarda de sus intereses como comunidad y un recurso más del que podía disponer la Monarquía Hispánica, como brazo armado y muro de las fronteras. Todo ello refleja la solidaridad de los vecinos para con las repúblicas urbanas que conformaban todo el territorio de la Corona y que, con el trascurso de los siglos, construyeron una identidad entorno a un objetivo común.

Notas

1VELASCO HERNÁNDEZ, F., 2019. p. 131.

2Ídem. p.27. y pp. 153-196.

3RUIZ IBÁÑEZ, J. J., 2009. p. 106.

4En A.F.M. R 216/9, f.42 “carta del Emperador sobre la campaña contra Barbarroja”, 1535.

5A.F.M. R204/28 nº34. 1570-1588.

6VILAR, 1981, p.736-748; REQUENA AMORAGA, F., 2001.

7MORA CASADO, C., 2016, p. 276

8La palabra requeridor o requiridor, aparece habitualmente en los documentos para referirse a las personas que llamaban al rebato por los barrios de la ciudad, moviendo a la tropa y disponiéndola para marchar al combate.

9 En ACA, CONSEJO DE ARAGÓN, Legajos, 0557, nº 006. del año 1637.

10RUIZ IBÁÑEZ, J. J., 2009.

11 A.M.O. nº256 f.393. Carta del 10 de Mayo de 1582, por la cual se pide al gobernador Juan de Quintana que interceda para que el rey autorice traer los 50 caballos de Castilla para que “la ciudad esté apercibida en caso de rebatos”.

12PARDO MOLERO, J.F., y RUIZ IBÁÑEZ, J.J., 2002, pp. 456. PARDO MOLERO, 1998, p. 85.

13 Vid. “La Guerra de los Segadores (I). El Corpus de Sangre”, Desperta Ferro Historia Moderna, n.º 44, 2020.

14Vid. A.F.M. R212/011, f. 33-64.

15MORA CASADO, 2015, pp. 55-56.

16Vid. ALBI DE LA CUESTA, J. De Pavía a Rocroi. Los tercios españoles, Desperta Ferro Ediciones, 2017.

17En, RUIZ IBÁÑEZ, J. J., (Coord.), las milicias del rey de España, sociedad, política e identidad de las Monarquías Ibéricas, 2009. También Vid. BRUNET, S. y RUIZ IBÁÑEZ, J. J., Les milices durant la première modernité, 2015; RUIZ IBÁÑEZ, J. J., Repúblicas en armas: huestes urbanas y ritual político en los siglos XVI y XVII., 2009, pp. 95-125; CONTRERAS GAY, J., “Las milicias en el Antiguo Régimen. Modelos, características generales y significado histórico”, Chronica nova: Revista de historia moderna de la Universidad de Granada, Nº 20, 1992, pp. 75-104; CARO BAROJA, J., 1985, p. 427-461. Sobre la moral del guerrero y las milicias cristianas.

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Este artículo resultó finalista del IV Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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