En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, Y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.
No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo» (San Juan 6, 44-51).
COMENTARIO
Durante esta tercera semana de Pascua, la Iglesia nos invita a reflexionar y a participar en profundidad del gran don de la Eucaristía a través del discurso del “Pan de Vida” del capítulo 6 de San Juan.
Necesitamos alimentarnos para vivir y, como dirían los dietistas, somos lo que comemos. Los mamíferos, mientras nos estamos gestando en el seno materno recibimos el alimento necesario dentro de la placenta a través del cordón umbilical. El pueblo hebreo, mientras se está gestando durante su travesía de 40 años en el desierto como Pueblo de Dios recibirá cada día el maná. Cuando se establece en la Tierra Prometida el maná cesa. A partir de ahora el pan tendrá que ser “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”. Tendrá que buscar fuera de sí lo que antes recibía dentro, si bien la fuente nutriente es la misma, pues infecunda queda la tierra y estéril el trabajo del hombre si el Creador no aporta el fruto de su generosidad.
Curiosamente podemos observar en los mamíferos neonatos que se da en ellos un instinto por el cual buscan y se agarran a la ubre materna y se sienten atraídos hacia la fuente de su sustento sin que nadie se lo haya enseñado. No así en los humanos. El hombre nace al mundo como un ser desvalido, dependiente. No puede hacer nada por sus solas fuerzas. Cuando tiene hambre se limita a llorar, a quejarse. Moriría de inanición si no fuese cogido por los brazos de su madre y acercar los labios hacia su seno, en el sentido más polisémico de la palabra: Gracias a su madre, pasa del seno gestante al seno nutriente… y comienza a crecer y a ganar peso.
Y con el crecimiento viene la tentación de la autosuficiencia. Al pueblo de Israel le cesó el maná, pero fue introducido en una tierra que “mana leche y miel”. Y aun así, aunque los discursos de Moisés recogidos en el Deuteronomio le ponen sobre aviso, su engreimiento le llevará a jactarse “viñas que no plantaste, cisternas que no excavaste, casas que no edificaste…” (Cf. Dt. 6, 11-12)
Para que se produzca magnetismo son necesarios dos polos. Cuando el hombre se erige en dios de sí mismo, Dios Padre y dios hombre se repelen como se repelen los imanes en la misma polaridad. Cuando el hombre se hace dios huye, se esconde: “Tuve miedo y me escondí”. (Gn. 3, 10).
Dios quiere atraer al hombre que se alejado de Él, pero no a la fuerza, sino con “lazos de amor”, como quiso Oseas re-enamorar a su esposa infiel: “Con lazos de ternura, con cuerdas de amor, los atraje hacia mí. Los acerqué a mis mejillas como si fueran niños de pecho, me incliné a ellos para darles de comer. (Os. 11, 4)
Ante el orgullo del hombre, Dios se ha hecho “kenosis”, se ha rebajado tomando la condición de siervo y humillándose totalmente hasta entregar su Cuerpo en la cruz: «Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.» (Jn. 12, 32). Dios Padre, en su Hijo Jesucristo, ha cambiado su “polaridad” el cual siendo Dios no hizo alarde de su categoría, al contrario, se despojó de su rango y no sé si estaré diciendo una herejía, tal fue su anonadamiento que quedó reducido a la categoría de “cosa”: un trozo de pan: Pan de Vida Eterna y, como dirían los dietistas, somos lo que comemos.