– Meditación –
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO
DEL DOMINGO V DE PASCUA
28 de abril, 2024
Mons. Luis Martín Barraza
Torreón
El fruto principal de la Pascua es la unidad de todos los que creen en Jesús. La parábola de la vid es otra imagen muy elocuente de la comunidad de discípulos, que con el tiempo se llamará Iglesia. Como todas las imágenes de la iglesia(cuerpo, templo, rebaño, viñedo etc), la de la vid, resalta, también, la profunda comunión de sus miembros. Unidad que no depende de las capacidades humanas, sino de la acción del Espíritu. El texto que ahora meditamos se ubica en medio de los anuncios del Espíritu Santo. Creo que sea válido considerar este pasaje como una parábola del Espíritu Santo, que es el que sostiene la permanencia en Jesucristo. La Iglesia es la permanencia del amor de Jesucristo en el corazón de sus discípulos, por medio del Espíritu Santo. El consuelo del Espíritu consiste en dar testimonio de la habitación de los discípulos en la vida trinitaria: “Cuando llegue aquel día reconocerán que yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo en ustedes”(Jn 14, 20). “La Iglesia es un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”(LG, 4). Y por ello es “sacramento de la unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí”(LG, 1). La Iglesia que Jesús nos revela es obra del Espíritu Santo, más que de las astucias humanas. Este es el mensaje de Jesús durante la última cena, según san Juan: “No me eligieron ustedes a mí; fue yo quien los elegí a ustedes”(Jn 15, 16).
La Iglesia no se fundamenta en la ética, sino en la mística. No se comienza a ser creyente en base a una decisión ética, sino con el encuentro con la persona de Jesús, nos dice el Papa Benedicto XVI. La Iglesia es un misterio de comunión y de misión. El misterio es un asunto de fe y, por lo tanto, también la comunión y la misión. Sin la experiencia del misterio “Dios queda lejos, Cristo se reduce a un personaje del pasado, el Evangelio es letra muerte, la Iglesia es una simple organización, la autoridad un dominio y la misión se convierte en propaganda, el culto una evocación y el actuar cristiano una moral de esclavos. En el Espíritu, Cristo resucitado está aquí, el Evangelio es fuerza de vida, la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión es un pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación y el actuar humano queda divinizado”(patriarca oriental Ignacio IV de Antioquía, 1968). Ciertamente que san Juan insiste en las obras, los frutos: “No amemos solamente de palabra, amemos de verdad y con las obras”(1 Jn 3, 18; Jn 15, 8). Sin embargo esto depende de la permanencia en la Vid y de que se cumpla el mandamiento de Dios, que consiste en “que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo…”(1 Jn 3, 23).
Así tenemos que la imagen de la vid es muy elocuente, tanto para hablar de frutos como del dinamismo interno que articula toda la planta y le hace producir frutos. Es admirable que una planta tan insignificante en sus dimensiones externas ofrezca tanto fruto y con un significado tan importante para los seres humanos, de alegría, de fraternidad y de salud, de tal modo que se mereció llegar a ser materia del sacramento de la eucaristía: “…es el árbol de fruto más precioso entre los árboles del bosque…”(Ez 15, 6). Poco follaje, mucho fruto. No da mucha sombra ni buena madera para fabricar algo, ni siquiera es buena leña(Ez 15, 2-4). Pero son precisamente sus frutos los que nos lleva a valorar su movimiento interno. Existe una corriente interior que armoniza la función de todas las partes y de la cual depende la vida y eficacia de cada una de ellas. De hecho en la tradición profética se utiliza la imagen de la vid o de la viña en tono de denuncia, tanto por falta de frutos, como de espiritualidad: “Esperaba que diera buena uvas, pero dio racimos amargos”(Is 5, 2). También perdió su identidad a fuerza de tanto comerciar con los ídolos: “Yo te había plantado como viña selecta. ¿Cómo te has convertido en parra degenerada, en viña bastarda?(Jr 2, 21).
Durante la cena han aparecido puntos frágiles de la comunidad apostólica. El mundo con sus categorías de poder y de dominio estaba muy presente, según la resistencia de Pedro para entrar en la actitud del Siervo de Dios: “Jamás permitiré que me laves los pies”(Jn 13, 8). Sale a relucir, también, la traición de Judas: “Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”(Jn 13, 21) y la negación de Pedro: “Te aseguro, Pedro, que antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces”(Jn 13, 38). Para llenar estos vacíos y sanar estas heridas Jesús insiste en su presencia por medio del amor a él y a los hermanos. Nuestra condición en el mundo es de desterrados necesitados de la paternidad de Dios, que inculca en nosotros el Espíritu: “Ellos no pertenecen al mundo como tampoco pertenezco yo”(Jn 17, 16).
Frente al vacío que dejará su ausencia física, insiste en los signos de su presencia obrados por su Espíritu: su palabra(mandamientos), la eucaristía, el amor. La experiencia de desamparo de los discípulos frente a la salida de Jesús de este mundo es la situación del creyente en todo momento, le falta una presencia. Es mejor vivir “a tientas” en la búsqueda de la verdadera patria, que abandonarnos sólo a las cosas de este mundo. El Espíritu nos conduce a las dimensiones de la fe, para ponernos a salvo de toda desesperanza. El Espíritu Santo garantiza la permanencia de Cristo en nosotros, para que nuestra alegría sea plena(Jn 16, 20.22). El Espíritu nos reporta la experiencia de lo verdaderamente real que necesita nuestro corazón: “Cuando llegue ese día, ya no tendrán necesidad de preguntarme nada”(Jn 16, 23).
En su despedida, que nos reporta al texto que meditamos, Jesús apela a la memoria viva y permanente del Espíritu de verdad, en cuya obediencia había llevado a cabo toda su misión: “El Señor está sobre mí…”(Lc 4, 18). La unión profunda, permanente y fiel que Jesús ilustra con la imagen de la vid, sólo el Espíritu la puede cumplir, él es la memoria continua de la pertenencia de las ramas al tronco. Así como la sabia hace nacer las ramas desde la raíz y permite un continuo fluir de nutrientes para que den frutos, de igual modo el Espíritu hace correr en nosotros los sentimientos de Cristo. Sólo el Espíritu mantiene fresca nuestra memoria de Cristo, para que permanezcamos en él y él en nosotros(Jn 15, 4).
No existe unión más sólida que la que obra el Espíritu en el cuerpo de Cristo, entre la cabeza y sus miembros y estos entre sí(1 Cor 12, 13). Las uniones materiales, aunque sean de acero, duran un tiempo. Las uniones legales, por más selladas y membretadas que estén se rompen también, ¡cuántos pactos rotos! Los lazos hechos de los afectos del corazón por un tiempo nos hacen pensar que durarán para siempre y resulta que “el amor acaba”; incluidos los que están hechos, además, de carne y sangre. Vínculos de amistad y de familia parecen ser indestructibles y, a veces, se vuelven las divisiones más desgarradoras. Existen episodios de venganzas familiares muy dolorosos. Y sin embargo nuestra vocación es ser miembros unos de los otros(Rom 12, 5).
Nuevamente, al llamarse Jesús “verdadera vid” actualiza el anuncio del amor de Yahvé por su viña: “Aquel día cantarán a la viña de sus amores. Yo, el Señor, soy su guardián, la cultivo en todo momento; para que nadie entre en ella la guardo noche y día”(Is 27, 2-3), así como la denuncia que había lanzado contra su pueblo: “¿Qué más debí hacer por mi viña que yo no haya hecho? ¿Por qué esperando buenas uvas dio racimos amargos?”(Is 5, 4). En el comercio con los ídolos y una vida sin justicia y misericordia, Israel había pasado de ser una vid de dulces frutos a una cepa de racimos amargos(Is 5, 4). Por eso Dios los había rechazado: “Le quitaré su tapia y será pisoteada”(Is 5, 5). Jesús les recuerda esto cuando reclama para sí y su viña los cuidados del viñador: “Mi Padre es el viñador”(Jn 15, 1).
Jesús, reclama para sí la exclusividad de la complacencia especial de Dios. En adelante el criterio para pertenecer a la verdadera vid es la comunión con Jesucristo. A los que permanecen unidos a Jesús interiormente por la fe y el cumplimiento de sus mandamientos Dios los poda para que den fruto. A los que tienen una pertenencia sólo legal o ritual Dios los arranca y los echa al fuego para que arda. Como en todo el evangelio de Juan, Jesús toca fibras muy sensibles de los judíos. En cada uno de los siete signos que realiza, denuncia la caducidad de las instituciones judías: eran un gran negocio de algunos que impedían que Dios abrazara a su pueblo. No corría en ellas la sabia del Espíritu. Se habían vuelto una viña bastarda.
+ Luis Martín Barraza B.