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Ética del poder papal

El modelo ético que la Compañía pone al servicio del papado, que tantos resultados le acarreará, es el conocido de que el “fin justifica los medios”.

13 DE JULIO DE 2013 · 22:00

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Al final del siglo XV y el inicio del XVI el papado, en palabras de Maquiavelo, era un poder al que le faltaba una adecuada estructura, la que luego se propone para el Estado. Resultaba efectivamente que al papa se le podía subir a las barbas cualquier cardenal con un poco de ambición. (Eso de barbas, ya podían, desde el saqueo de Roma la llevan, algunos simplemente atusado bigote y perilla, justo hasta 1700, después ya no; supersticiones.) Se contempla el papado en los modelos modernos de política, busca sostener el poder con la técnica que se va imponiendo, pero le falta eficacia. Tiene que adaptarse, y no es fácil. Los jesuitas serán los que proporcionen las nuevas energías para sostener el edificio. Ignacio y los suyos, ya he comentado en otro artículo, sacan las consecuencias de los nuevos tiempos. Las guerras se libran con nuevas armas; los Estados se configuran con nuevos poderes; aparece el arte de la política, que tiene que avanzar según los modelos propios de su “arquitectura” científica. La religión no es más que una parte del nuevo orden; también se debe “reformar”. No, por supuesto, según han mostrado algunos, que lo pretenden precisamente sin el papado, más aún, en su contra. El modelo ético que la Compañía pone al servicio del papado, que tantos resultados le acarreará, es el conocido de que el “fin justifica los medios”. Al respecto se debe tener en cuenta que no es modelo escrito en un manual. Ni siquiera la frase está en los escritos iniciales. (Se suele colocar su definición aplicada no antes de 1645, en el manual de teología moral que editó Hermann Busenbaum.) Pero sí se puede reconocer ese principio como fundamento de la nueva metodología que la Compañía pone al servicio del príncipe de los Estados Pontificios. Se puede decir que, en sus inicios, el principio debería ser formulado como que el fin, en el tiempo nuevo, requiere medios nuevos; y esos medios no se pueden juzgar en base a los principios morales previos a los nuevos fines. El peligro está en los nuevos predicadores que afirman enseñar el Evangelio antiguo, el que sustenta a la Iglesia cristiana católica antes que la pervirtiera el papado; y nada menos que se presentan como libertadores de esos cristianos católicos que tiene bajo sus cadenas el papado. Liberarlos de sus ritos; ofrecerles una vida religiosa apropiada a su naturaleza: sus afectos, su intelecto, su voluntad. También es un nuevo tiempo para el hombre como tal. Y se deben atender nuevos medios para conservar el poder papal sobre el hombre, que ahora existe en una nueva percepción de su mundo. Ahí está la Compañía con sus nuevos métodos, porque es nueva la situación. Es el recuerdo del militar, que tiene que defender su plaza, o conquistar otra, con nuevas armas, con nuevas técnicas. No importan las nuevas cosas como tal; importan como medios para conservar a la gente bajo la autoridad del príncipe de los Estados Pontificios. Se tiene que adaptar el discurso; la serpiente antigua, con piel acorde a los tiempos. Y esos tiempos muestran lo peor que al papado le puede ocurrir, la presencia otra vez de aquella Palabra que fue fundamento de la Iglesia cristiana católica, la Iglesia que secuestraron y que de nuevo florece. Una Palabra que, además, está influyendo en la sociedad en su conjunto, que pone a cada ámbito en su realidad creacional, que trae luz a cada parcela: ciencia, trabajo, cultura, religión, que pone a lo eclesiástico en su lugar (no donde lo encerró el papado). Ahí está la Compañía. Se tienen que mezclar con los que trabajan la ciencia, la teología nueva, la nueva política, pues son los nuevos medios. Y ya sabemos que todo justifica la consecución del fin. Maquiavelo formuló el principio de la “razón de Estado” (todo puede ser moral si con ello se consigue que el Estado subsista; esta es la moral política actual), los jesuitas llevan a cabo la “razón de Vaticano”. La llevan a cabo de una forma tal que los Estados la consideran con el correr del tiempo precisamente su exclusión; así terminan por expulsarlos de esos Estados (que eran súbditos del papa): Portugal, Francia, España, y de los propios Estados Pontificios, con la supresión de la Compañía en 1773. (Otra vez reconocidos 40 años más tarde, luego vuelven con sus mismos principios, aplicados a nuevas situaciones. Por eso serán los promotores del Vaticano I, con sus promulgaciones de absoluta dominación papal.) Les recuerdo unos puntos esenciales en la actuación de los jesuitas en favor del papado. Su patrona, Santa María, como fundamento de todo el sistema. La piedra angular, sobre la que han construido el edificio. Ya he dicho que nuestra María, la del Evangelio, donde aparece tan poco, no tiene nada que ver con la de las apariciones para sostener doctrinas que desprecian a su Salvador. Pero el modelo es muy útil para las nuevas formas de guerra espiritual. Los protestantes, esos que pretenden recobrar la vida propia de la Iglesia antigua (por supuesto, esto lo digo en sentido cultural, como palabra que designa a quien está por el testimonio de la Verdad; seguro que también hay “protestantes” en los que se ha cambiado la piel esa serpiente ya mencionada), ofrecen un Evangelio de justicia, misericordia y compasión; con un Cristo que es también el Abogado del pecador. Ante ese Evangelio ¿cuál es el jesuita? Pues que su María es la abogada, que llevará la causa del pecador ante Dios, y la llevará como madre del propio condenado. Nada de ir a Cristo por misericordia; primero se debe ir a su María, que como madre entenderá perfectamente al pecador; es más, lo tratará con más benevolencia y comprensión. Su María es el fundamento de su ética. No hay salvación sin su María. Contra el Evangelio protestante que presenta a Cristo como el único Redentor: único sacerdote supremo, única víctima; todo en él, completo; el jesuita presenta al de su María. Ella puede ofrecer a su cristo (lo tengo que poner minúscula), con sus manos, más aún, ella misma como partícipe del sacrificio de su hijo. Los jesuitas incluso te dirán que en la eucaristía participas de ella en la carne de su hijo. Sola scriptura, proclaman unos; contra ellos, sola María. (No es retórica; ¿hay salvación en la Iglesia romana sin su María?) El papa anterior afirmaba “es necesario volver a María si queremos retornar a la verdad sobre Jesucristo, verdad sobre la Iglesia, y verdad sobre el hombre”. El anterior del anterior, y el anterior, y el otro... No tienen evangelio sin su María. Le quitas a su María y se quedan huérfanos. Cristo como el Señor del universo, sí, pero en las manos de la María vaticana. Consuelo para el pecador, su María del consuelo (y así todas las advocaciones que quieran). Ponen al pecador delante de su María, porque dicen que ahí encontraran el verdadero consuelo, la verdadera comprensión, el socorro, el auxilio. ¿Hay salvación sin su María en la Iglesia romana? No, no es posible. Énfasis en la confesión como sacramento. Todo ejército que se precie, y ahora estos conocen la necesidad fundamental, necesita información. Los servidores del príncipe de los Estados Pontificios, escuchando la confesión de los que luego pueden ser interlocutores en alianzas, convenios, o enfrentados como enemigos. La razón vaticana. ¿Se imaginan al cardenal Borgia confesándose con su enemigo el papa Julio, y diciéndole que se ha reunido con un rey para quitarlo del trono papal porque considera que lo ha conseguido con simonía? ¿Y por qué no; no es un sacramento? Es medio de poder, nada más. Y los jesuitas vieron en la confesión un arma eficacísima. (Aquí apuntamos que enfatizan el asunto, realmente lo usaban también todos los demás con más o menos energía.) Una moral laxa. Es en este campo donde se suele presentar el principio de que el fin justifica los medios. Se trata de la casuística que elaboran para “justificar” algunos actos. Pero todo es parte de un conjunto. En este campo podían presumir de ser gente apreciada. Apreciada por los que necesitaban justificar sus actos, sin reconocer que eran transgresiones específicas de la moral. Aquí pongo también otro punto, porque van juntos. Los jesuitas procuran, como hábiles soldados, derribar (a conquistar para su causa, la del papado) a los principales, a la élite. Con ellos trabajan para ocuparlos, para sujetarlos; si lo hacen, con ellos han ganado multitudes de sujeciones. Esa es la finalidad de sus universidades, de sus centros de enseñanza: la élite, o mejor, los hijos: niños y jóvenes de esa élite. Para ellos es la aplicación de sus “reglas” de laxitud moral. ¿Cómo lo resumimos? Pues algunos caen en la especulación y casuística interminable de casos y reglas de juicio, para al final, terminar en fórmulas “éticas”. Nada de discusiones interminables, la regla es “al menesteroso, palo; al poderoso, palio”. Así han enseñado al mundo financiero, por poner un ejemplo actual. Seguimos, d. v., la semana próxima. Veremos sus ejercicios espirituales. Ya no engañan. Solo a los que Dios envía espíritu de error para que crean la mentira. La Palabra de salvación los condena. ¿Los podrá salvar de la ira del Cordero algunas de sus Marías?

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